viernes, 7 de junio de 2013

EL CUADERNO VERDE de JOSÉ (PEPE) GORDON, SU COLUMNA EN REFORMA.




EL CUADERNO VERDE



Encantador de ballenas



Reforma


(19-Jul-2013).-


En 1970, el flautista había cambiado de residencia. Vivía ahora en Victoria, la capital de la provincia canadiense de Columbia Británica. Conoce entonces a un vecino que era dueño de un acuario que tenía dos orcas. Esta amistad lo conduce a un experimento que jamás había soñado.

Un investigador está tratando de medir la inteligencia de las ballenas asesinas. Le interesa saber cómo responden a la música. Hay que imaginar a Paul Horn, uno de los jazzistas más destacados en la escena mundial, tocando la flauta en el acuario para ver si eso constituye una forma de comunicación con una criatura de ocho metros de largo y más de seis toneladas de peso.

Horn está con los entrenadores de las orcas en la plataforma en donde las alimentan. Éstas se mueven de un lado a otro. Uno de los expertos sugiere que en cuanto una de ellas se acerque, comience a tocar la flauta y cuando se aleje, pare la música.

No es una investigación muy rigurosa, sin embargo, poco a poco se abre el encantamiento del arte, las orcas empiezan a quedarse un poco más de tiempo para escuchar la música. En el libro Una sinfonía de silencio (George A. Ellis, CreateSpace, 2012), Paul Horn plantea que el efecto producido no tan solo se dio en ellas. Narra el proceso que vivió internamente:



"Me afectó a mí también porque cuando tocaba música para las ballenas mi cabeza estaba en un lugar distinto. No estaba ya pensando en términos musicales; tocar la flauta era mi forma de comunicarles sentimientos. Sabía que estábamos conversando mediante el sonido de la música". Es la misma forma con la que Paul Horn ha comunicado las atmósferas internas más sutiles en obras como Dentro del Taj Mahal y Visiones. Recuerdo la emoción de descubrir la música de Horn gracias a una reseña crítica de la revista Plural que dirigía Octavio Paz en los setenta.

Paul Horn, quien también toca el piano, el clarinete y el saxofón, y se formó con talentos del tamaño de Duke Ellington, dice que al comunicarse con las ballenas asesinas, lo que está en juego es el arte de la improvisación que reaparece en la música de jazz en el siglo 20. Horn señala que en los tiempos de Bach y Mozart, la improvisación estaba muy viva. Sin embargo, de alguna forma se secó. Los músicos dejaron de incluirla en sus presentaciones pero sigue siendo esencial ya que implica la libertad de comunicar un nivel no verbal de sentimientos delicados.

Un ejemplo de ello le sucedió a Horn después en Vancouver. Fue invitado a un acuario en donde una orca llamada Haida enfrentaba una situación desesperada. Su compañero Chimo había muerto. Por varios días flotaba en el acuario, tendida e indiferente. Rechazaba su dieta diaria de 46 kilos de arenque fresco. Haida se ocultaba bajo el agua en duelo por su pareja.

¿Puede suceder algo así? Paul Horn comenta: "A pesar de su tamaño, son criaturas muy gentiles e inteligentes. Es por eso que sabía que tenía que tratar a la deprimida Haida como si fuera un ser humano afligido".

El flautista cuenta su experiencia: "El primer día traté de comunicarme con un poco de música de Bach. La ballena seguía vagabundeando con tristeza. Entonces empecé a improvisar con una especie de alegre música de danza irlandesa. Eso hizo el truco. Haida batió su aleta. Para ser acariciada, levantó su nariz hasta la plataforma de alimentación en donde yo estaba parado. Entonces se puso a vocalizar en respuesta a mi música. Tenía un fantástico tono alto -llegaba hasta 200 Hertz- y la voz de su canto era suave. Se podría decir que formábamos un dueto muy alegre".

La publicación Midnight Magazine reportaba en 1973 que Haida había vuelto a la vitalidad. En un hermoso giro de esta historia, una mañana le pusieron una grabación de su dueto con Horn. La reacción: Haida gruñó y empezó a salpicar el agua juguetonamente con su aleta. El flautista había logrado una vez más el misterioso arte de encantamiento que genera la música.





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EL CUADERNO VERDE





Esmirna en llamas
Por José Gordon



En el libro Amor y exilio, el novelista Bashevis Singer habla de la extrañeza de encontrarse en una ciudad que jamás volverá a ver. En este caso se trata de la Varsovia de 1935 que ya le parecía una ciudad extranjera: "Apenas reconocía las tiendas, los edificios, los tranvías. Recordé unas frases de la Guemará: 'Lo que está a punto de ser quemado es como si ya estuviera quemado', y pensé, parafraseándolas, que lo que uno está a punto de abandonar es como si ya lo hubiese abandonado".

Esta es la sensación que retrata el libro de Homero Aridjis, Esmirna en llamas en donde atestigua desde la literatura, la tragedia de un ex capitán del ejército griego llamado Nicias -como el padre del poeta-. El superviviente de la catástrofe de Asia Menor en 1922 se sentía dos hombres: "Uno que andaba por la ciudad actual y otro que se recordaba en la ciudad pasada; uno que se demoraba en situaciones irrecuperables y otro que trataba de encontrar una salida en un presente cerrado".

Antes de que Esmirna quede envuelto por las llamas ya está incendiado en la memoria de Nicias en donde mito e historia se entrelazan. En busca de un amor perdido, Nicias trata de encontrar a Eurídice quien había sido su compañera en los años escolares. Esmirna tiene la forma de su rostro. Ella alguna vez le dijo: "Me he cubierto con un manto hecho con retazos de viejas mitologías". Esos mitos ya advierten la tragedia: "Cubierta con estos prestigios avanzo descalza hacia el asesino armado hasta los dientes que me acecha en la próxima esquina".

La relación de Grecia con la mitología es tal que poetas como Kavafis siguen intuyendo la presencia de dioses que aletean sobre las colinas del paisaje moderno. Incluso científicos de esta cultura, como George Zarkadakis, siguen soñando con figuras míticas. Me dijo: "Detrás de mi entendimiento sobre el mundo hay varias fuerzas en contienda queriendo gobernar el orden del universo que no se da por sentado. Siempre está en un peligroso borde: Si los dioses no luchan bien contra los titanes, por ejemplo, prevalece el caos... El universo realmente no está en orden. En ese sentido, la mitología griega acertó al predecir un futuro impredecible".

Aridjis advierte ese principio que hace que los dioses no cumplan. Nos abandonan cuando los necesitábamos.

Esmirna en llamas es un homenaje y una exploración del laberinto de la identidad de la cultura griega. Cuando en medio de las matanzas, Nicias se refugia en el panteón, los planos del sueño y la realidad, de la vida y la muerte, se funden de una manera alucinante: en una tumba destruida por los turcos, rodeado por sepulturas abiertas y cadáveres desenterrados, ve cómo salen las almas de los muertos, cómo van y vienen del lago del olvido al lago de la memoria y viceversa.

El ojo de Aridjis está atento a los signos que marcan a esta historia: observa el deterioro de las higueras al igual que a una niña turca con sonrisa griega. ¿Qué quiere decir la sonrisa griega? ¿Es una sonrisa universal que a pesar de todo pertenece a la inocencia y la esperanza?

Por el lado del registro histórico Homero narra el Guernica de Esmirna, el horror, la violación de mujeres con pechos cortados. El fuego del terror lo consume todo, desacraliza a los dioses, quema árboles hasta las raíces. Los culpables tienen nombre y apellido: Dejemal Pasha, el jefe del departamento de policía turco; Mustafa Kemal, presidente de la Gran Asamblea Nacional Turca. Son los vampiros de otros mitos que han sembrado la tragedia, ebrios de muerte. Aridjis retrata la cobardía de un general griego con "piernas de vidrio" que huye de su responsabilidad, también la indiferencia de los navíos aliados impávidos ante las masacres, ante una masa sólida de humanidad desesperada que quería huir de Esmirna.

Ante la historia de una terrible infamia, Homero Aridjis apela al tribunal de la memoria en donde se asoma una trágica y conmovedora justicia poética.


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Fecha de publicación: 5 Jul. 13








Job revisitado

Por

José Gordon


(21-Jun-2013)

En el dolor de un hombre solitario encarna toda la injusticia y desgracia del mundo. Se llama Job. En él piensa un joven solitario que siente que él mismo es Job. Viaja en un tren en las afuera de París. Recién ha terminado la Segunda Guerra Mundial. Todo su mundo se ha desvanecido en las cenizas del Holocausto. Un hombre llamado Shushani lo aborda. El joven Elie Wiesel se inquieta ante la mirada de ese vagabundo que resulta un erudito. Charlan sobre Job. Al bajar del tren, Wiesel va a dar una plática a jóvenes refugiados, sobre el personaje bíblico que no es judío pero que está ligado con el dilema de su alma, su cultura, su memoria. ¿Qué sabes de Job?, le pregunta burlonamente Shushani. Cuando el extraño diserta sobre el tema, Wiesel se da cuenta de que apenas entiende lo que Job significa. Shushani se vuelve su maestro.

Años más tarde, Wiesel describe a Job de una manera puntual. No pertenece al pasado. Es nuestro contemporáneo. Dice Wiesel: "Conocemos su historia ya que la hemos vivido. En tiempos de tensión regresamos a sus palabras para expresar nuestra indignación, rebeldía o resignación. Job pertenece a nuestro paisaje más íntimo, la parte más vulnerable de nuestro pasado".



La historia de Job ha inquietado a innumerables narradores. Uno de ellos, José María Pérez Gay, se conmueve con el relato de Job, del escritor Joseph Roth. Traduce la novela. En el prólogo al libro Pérez Gay se asombra al atestiguar la forma en que Job cruza los tiempos: "No sabemos cómo, pero vemos personajes bíblicos desfilar ante nuestros ojos, que caminan por Nueva York en pleno siglo XX".

Se trata de migrantes del mundo europeo, de la Galicia polaca, en donde un pobre maestro llamado Mendel Singer (el Job de Roth) y su familia viven una desgracia. En medio de las condiciones de vida más difíciles, tiene un hijo (Menuchim) que nace enfermo. Apenas puede apoyar los pies como un ser humano. Desesperada, la esposa de Mendel visita a un rabino de un pueblo lejano que tiene fama de ser milagroso. El rabino hace una profecía: "¡El dolor lo hará sabio, la fealdad lo hará bondadoso, la amargura lo hará dulce y la enfermedad lo hará fuerte!".

El tiempo pasa y la bendición no se cumple. Los males se multiplican. Mendel ve crecer en su corazón las llamas blancuzcas de la rebeldía. Los milagros existían en los tiempos antiguos. Desde entonces ya no se producen.

Entonces se da la posibilidad de escapar de ese mundo maldito y viajar a Estados Unidos para que se salve al menos parte de la familia. En la mujer de Mendel resuenan las palabras del rabino: "No abandones a tu hijo; quédate a su lado como si fuera un niño sano". Han pasado muchos años y el milagro no ocurre. Deciden dejar atrás a su hijo inválido al cuidado de unos vecinos.

En Nueva York las desdichas continúan. Cuando están pensando en traer de Europa al hijo enfermo, estalla la guerra. Golpe a golpe, las tragedias arrebatan a Mendel su familia hasta dejarlo solo. Es un viejo que sueña con Menuchim y sabe que la felicidad es un vestido prestado. ¿De qué sirve el ejemplo de Job?

La añoranza y el dolor del mundo perdido aumentan todavía más. Mendel recibe noticias de su hijo Menuchim. Alexei Kossak, un joven compositor y director de orquesta, considerado un genio, busca a Mendel. Es paisano del mismo pueblo polaco. Le cuenta al viejo una gran coincidencia: su padre, como Mendel, también era maestro. Entonces viene la revelación de Joseph Roth: ¡Alexei es Menuchim! Cuando ya no esperaba nada, Mendel ve cómo se cumple la profecía: "¡El dolor lo hará sabio, la fealdad lo hará bondadoso, la amargura lo hará dulce y la enfermedad lo hará fuerte!"



La novela es el lugar del deseo y la redención, el lugar donde podemos imaginar el milagro y la compasión a la que no se atreve el mismo Dios. De ese tamaño es la piedad de Joseph Roth. Sucede entonces algo muy extraño: el mundo es más amplio y en cierta forma se redime con un escritor de esa grandeza.


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A golpe de deseo
Por José Gordon

Hace veinte años, José María Pérez Gay me planteó con entusiasmo su visión de lo que sería Canal 22: un espacio cosmopolita, plural, con las ventanas abiertas a lo mejor de la cultura mexicana, con las más arriesgadas series de la producción internacional: el Mahabharata de Peter Brook; las novelas de Charles Dickens; una conversación con Milan Kundera; obras de teatro de Shakespeare; la mirada de Picasso; la serie Shoah, de Claude Lanzmann. En sus ojos brillaba la pasión y el sueño, el deseo de compartir un mundo.

Ese es un rasgo que lo distinguió. Se adelantaba a lo que iba a pasar. Su capacidad de novelar no se quedaba limitada a la página escrita. Imaginaba el futuro y lo narraba como si ya existiera en el presente. Hoy me hace recordar lo que ocurrió con el escritor Elie Wiesel cuando en 1954 viajaba en barco a la India. Conoció a un joven que le dijo que tenía ya un amigo si necesitaba algo al llegar a Bombay. Le dio a Wiesel una tarjeta de presentación que decía: "Futuro médico". Eso es lo que pasaba con Pérez Gay. Él ya narraba el futuro Canal 22 aunque todavía no existía del todo.

Sus conversaciones eran fascinantes porque, además de los diversos y eruditos mapas intelectuales y artísticos que tejía, se gobernaban por la eficacia de un buen relato. Fabulaba, le interesaba lo literariamente brillante más que lo tediosamente correcto. Era novelista de tiempo completo. El arte se entreveraba con la realidad cotidiana a golpe de deseo. Tal vez por ello escribió ya casi al final de sus días: "Ninguna alucinación me ha inquietado, y me inquieta, tanto como la de confundir todas las voces, todos los textos, todo lo vivido".

Extrañamente, la realidad tarde o temprano respondía de maneras sorprendentes a lo que imaginaba. Eso pasó, por ejemplo, con la serie Shoah. En 1993, Me hablaba de la importancia de que en los tiempos del revisionismo histórico sobre el holocausto en la Segunda Guerra Mundial, el público mexicano pudiera ver por televisión una obra de arte del tamaño del Guernica de Picasso. Sin embargo, en esos días eso se quedó en deseo. En 1997, cuando Lanzmann vino a México tuve la oportunidad de entrevistarlo. Me di cuenta de que conseguir la serie era más que factible. Le hablé a Pérez Gay. Me dijo: "Tienes la autorización de negociarlo en mi nombre en este mismo momento". Después de cerrar el trato, en la tarde nos reunimos con Lanzmann en la oficina de Pérez Gay. No se me olvida su sonrisa. Le brillaban los ojos de emoción y alegría. Cuando se fue Lanzmann me dijo: "¿Te das cuenta lo que podemos tener en la televisión mexicana?".

Cuando entrevisté a George Steiner salió corriendo de las oficinas que tenía en Tlalpan, cerca del Viaducto. Vio la conversación en las salas de edición de Canal 22 en los estudios Churubusco. Sus cabellos blancos no podían disimular su entusiasmo infantil: "¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta?". En el Canal que imaginaba -a pesar de ser precario en recursos- convivían programas especiales de Octavio Paz y conversaciones con Jorge Semprún, la inteligencia de George Steiner y el talento plástico de Francisco Toledo, la creatividad de Carlos Fuentes y el mundo de Julio Cortázar.

Pérez Gay estaba siempre atento a la belleza y a la imaginación excepcional, como si estuviera buscando un milagro. Por eso no me extraña que la novela Job de Joseph Roth lo hubiera tocado tan a fondo. Él la tradujo y prologó en 2001. Es la historia de una redención aparentemente imposible: ¿Qué podemos hacer ante la injusticia y el daño que nos hacemos unos a otros?

De pronto aparece un narrador que a golpe de deseo nos marca otras posibilidades tanto en la ficción como en la realidad. Ese es tal vez el milagro que buscó siempre Pérez Gay, un arte de la vida que sugiere las orillas de la eternidad y la memoria.







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Fecha de publicación: 7 Jun. 13