martes, 28 de junio de 2011

LEONORA CARRINGTON HABÍA CELEBRADO SU 94 ANIVERSARIO EN ABRIL 2011, EL 25 DE MAYO FALLECIÓ. SOFÍA G. BUZALI ESCRIBIÓ UNA CARTA DE DESPEDIDA:




Carta a Leonora.

sofía g. de buzali

La última vez que te vi, Leonora, fue un domingo, días antes de tu último cumpleaños. Hoy ya no estás físicamente entre nosotros, pero sé que te encuentras en otros mundos paralelos, mirando el devenir de los tiempos…

Recorrimos el periférico tras la carroza.

Acompañamos a Pablo y a Gabriel.

Fue un entierro discreto, digno.

Miré a tus hijos, que llevaban en silencio una tristeza insondable. Vimos la fosa en la que fuiste colocada y observamos como los sepultureros descargaban sobre el féretro la tierra fresca.

Yeso

Láminas de cemento

Yeso

Tierra

La muerte es un misterio incomprensible. Se va sólo el cuerpo, me decía; el alma de Leonora está junto a Gabriel, junto a Pablo mirando su dolor. Seguramente les hubieras querido decir que no lloraran, pero era muy pronto para manifestarte. Recorrí con la mirada el lugar de tu nueva morada; un cementerio pequeño, rodeado de árboles. Corté un trozo de corteza, lo guarde en mi bolso.

Los hombres terminaron de echar la tierra sobre las planchas de yeso; estaba ya al nivel del piso. Colocaron los arreglos de flores blancos que llegaron de la funeraria. Uno junto al otro. Tomé una rosa y la eché sobre todas las demás, me despedí de ti.

Adiós Leonora, te dije, adiós.

La gente se fue dispersando. Quedaste en la soledad de un panteón.

De regreso a la casa de Chihuahua, dejamos a Yolanda, tu cuidadora de tantos años. Pero, ¿quién lloraba por tu muerte, desconsolada?, doña Bertha, la del terreno de enfrente. Ella y sus amigas viven ahí desde el terremoto del ochenta y cinco, entre basura, hojas de láminas, perros y gatos. Te pusieron ya un altar. Un altar para la seño. Lo hicieron con cajas de cartón, un Cristo, flores blancas y, en la parte alta, una muñeca de plástico, de ojos azules y un vestido de tul. Recuerdo que cuando salías de tu casa, te saludaban con amabilidad y del bolso que colgabas al hombro tú sacabas dinero y se los dabas.

Mientras tanto, la noticia de tu muerte corría por todas partes, la radio, los periódicos y la televisión ofrecían programas especiales sobre tu vida. Las personas allegadas a ti daban entrevistas. ¡La última artista surrealista ha muerto!

Se preparaba un homenaje en Bellas Artes. Sábado a la una. Nuevamente nos reunimos frente a una inmensa fotografía tuya de juventud. ¡Qué hermosa!, comentaban los presentes. Tus hijos, inconsolables. Una orquesta de cámara tocaba entre cada discurso. ¿Sabes, Leonora?, fue extraño no verte junto a Pablo, cerca de Gabriel, con esa tu mirada profunda, atenta. No, ya no estabas, aunque sabía que transitabas por ahí, presenciando la escena de tu homenaje.

Al salir vimos en la explanada de Bellas Artes varias de tus esculturas. Nos detuvimos frente al gran gato parecido a un dios egipcio, erguido, digno. Alguien colocó sobre la base una rosa amarilla. Se despidió de ti. Una escultura igual tenías en la esquina del comedor. Los gatos, tus guardianes. Después de Ramona y Monsieur ya no quisiste ningún otro. Pero, en cambio, llegó a tu vida tu perro Yeti. Compañero incondicional hasta el final. Por las noches, antes que cualquier otra cosa, lo hacías subir a tu cama para que durmiera junto a ti.

Semanas antes de tu partida, organizamos con Pablo y Wendy una pequeña e íntima reunión para ofrecerte una serenata por el día de tu cumpleaños. Domingo 3 de abril.

Antes fuimos a comer a aquel restaurante frente al parque donde tanto te gustaba mirar los árboles, bebías un tequila y comías un poco de pasta.

Al regresar y abrir la puerta de tu casa, tus ojos se tornaron cristalinos cuando escuchaste, Las Mañanitas para Leonora. Pablo te sostenía para caminar. No te gustaba que lo hiciera, pero ya era necesario. Nos sentamos alrededor de la mesa. Siempre la mesa frente al guitarrista y la cantante. Cantó para ti. Estabas contenta, muy contenta. Pediste incluso una canción en francés. Nos tomamos de las manos, las pusimos hacia arriba y tarareamos la Vie en Rose,

Apagaste las velas del pastel.

Pienso que los seis presentes intuimos que sería el último cumpleaños. No fumaste. No buscaste desesperadamente los cigarros en tu bolso. Sólo escuchabas la música y, con mirada dulce, extremadamente dulce, volteabas a ver a Pablo, le acariciabas la mano.

¿Cuantos años habías vivido ya?

Noventa y cuatro.

Tejiste la vida a tu manera,

La destejiste también.

Fiel a tus convicciones.

A tus principios.

Mirabas lo que nosotros no podíamos ver. Inteligencia extrema. Tu cerebro funcionaba distinto. Escribías de derecha a izquierda, de izquierda a derecha como Da Vinci, y con las dos manos al mismo tiempo.

Han dicho todo sobre ti. Excepcional. Extraordinaria. Novia del viento. Hechicera. Maga blanca. Leía el tarot.

Los que te conocimos tenemos una historia que contar. Tu energía imantaba el entorno. En cada ocasión, algo distinto quedaba impregnado en la memoria. Una palabra. Una anécdota. Una respuesta.

Me sorprendías, Nunca dejabas de sorprenderme.

Te extrañaré.

Extrañaré el cómo me pedías que te hablara para recordarte una cita. El cómo al llamar por teléfono, Yolanda y tú descolgaban el auricular al mismo tiempo. La manera de comunicarte con tu perro Yeti. Echaré de menos cómo pedías permiso para fumar en un restaurante. Tu felicidad de poder hacerlo en una terraza. Las contestaciones directas sobre cualquier tema. Tu mirada amorosa a Pablo y Gabriel. Tu humildad. La forma directa de decir las cosas cuando no estabas de acuerdo. Cuando me regañabas por una mala pronunciación de una palabra en inglés o querer ayudarte a caminar. Las largas tardes tomando té en tu cocina, en el comedor, rodeados de esculturas, fotografías, recuerdos y cajas de té. Extrañaré tus rimas inglesas. La manera cómo recitabas a Shakespeare. Recordabas a Kati Horna, una de tus más queridas amigas. Aún la extraño, comentabas. Me hubiera gustado saber los secretos que tenían guardados entre las dos.

Platicabas sobre los cuervos. Churchill era el gran político que admirabas. Fotografías de la reina Isabel, que colocabas junto a la de tus gatos, la princesa Diana y postales de obra tuya de alguna exposición, pegados en la puerta de las alacena de la cocina.

Un cigarro, otro. Cuando salíamos a comer, no dejabas por ningún motivo tus bolsas. Una, chica, colgada al hombro con los cigarros. Otra, negra, con dinero y las llaves de la casa. De tu vida. En cierta ocasión, olvidaste la segunda. Tuvimos que volver. Cerciorarte que no estaba perdida. Mañas de la edad. Un tequila. Bueno dos, tal vez tres, en un pequeño restaurante al aire libre. La gente te miraba, sabían que eras alguien especial.

Quedan en el perchero los sombreros con los que salías a caminar, la gabardina para ir a Sanborns a tomar café. Las estufas antiguas que adornaban el comedor. Una de ellas servía de mesa para el teléfono y tenía papelitos pegados con números telefónicos importantes para ti. ¿Para qué sirvieron esas estufas en su momento?, no sé. Imagino que para mezclar brebajes de plantas exóticas que preparabas con Remedios Varo. O, tal vez, para cocinar un guisado extraño, mole amarillo con cabellos de gato.

Alquimista de la imaginación. Alquimista de la belleza, de los sueños.

Nunca brindar con agua. Jamás. Recordabas los viñedos. Tenía viñedos en Francia, decías, cuando vivía con Max Ernst. Pero Chagall no me caía bien, un día le pedí prestado para comprar una tela y no me ayudó. En vez de eso, me mandó a comprar cigarros. Vaya usted, le dije.

Un cigarro, otro. El encendedor se extraviaba dentro del bolso. Mirabas de un lado al otro, nerviosa. A Pablo no le gustaba que fumaras. Lo veías como niña malcriada y regañón. Al fin, localizabas el encendedor. Do you mind. If you want, I can wait, decías con toda educación.

No recordabas por qué se enojaron Pedro Friedeberg y tú. Éramos buenos amigos, él me llevaba a pasear en su coche. Tuve tres hermanos: Patrick, Arthur y Gerard. Yo soy Roman Catholic, my mother was irish. ¿Jorodwsky? ¿El tarot? Ya no recuerdo.

En vida te hubiera gustado conocer lo qué sucedía con la muerte. Decías que los sueños son lugares y la muerte también. Cada ser humano se convierte en una personalidad diferente al dormir, lo mismo, pienso, sucede al morir. Son lugares en los que la tercera dimensión desaparece, de la misma forma como se evapora el consciente.

La diferencia entre vida y muerte no es tan clara y, para entender la muerte, hay que entender todos los lugares en nosotros, y los sueños, decías, son los lugares.

Hoy, Leonora, conoces ya los misterios de la muerte. Espero sea como aquél que imaginaste, tan parecido al de los sueños. ¿Podrás mirar lo que sucede aquí, desde allá? Si es así, verás el vacío tan grande que has dejado en todos los que tuvimos la suerte de conocerte.

¡Te extrañaré!

México D.F. Junio 2011




ALBERTO CHIMAL EN LA PORTADA DE "EL ÁNGEL" REFORMA. HOY, 26 DE JUNIO. DISFRUTA EL SECRETO DE RAQUEL:


"Mi esposa es un cyborg"
Títula y confiesa Alberto Chimal el texto que destaca hoy domingo 26 en la portada de El Ángel, Reforma.

Inevitable sonreír mientras avanzas en esta lectura.
Y luego te quedas pensando...
sobre todo al llegar al último párrafo a manera casi de epígrafe, que descubrirás si abres el attachment que te envío.
Espero lo disfrutes tanto o más que yo.

Raquel, tu secreto ha sido sacrificado en beneficio de los cientos de miles de lectores de mi tocayo.

FELICIDADES por este obsequio, Alberto, amigo.

Beto Buzali




Mi esposa es un cyborg






Los poderes cyborg permiten levantar objetos pequeños y metálicos como por arte de magia, y más raro todavía, sentir campos magnéticos
Descripción: http://www.reforma.com/libre/online07/imggc/reforma/pix.gif
staff
Descripción: http://www.reforma.com/libre/online07/imggc/reforma/pix.gif

Ciudad de México (26 junio 2011).- Mire bien: la imagen no está trucada: el dedo anular de la mano está realmente en contacto con una cadena de tres clips y realmente los levanta. No hay pegamento de por medio. Tampoco hay ningún punto de apoyo para la cadena.

La explicación es muy simple: se trata de un imán. Un pequeño imán de neodimio que tiene la fuerza suficiente para levantar en el aire una moneda de dos pesos y hacer que se yerga, sin elevarse, una de cinco.

El imán, encerrado en una cápsula de silicón, está implantado quirúrgicamente en el dedo anular: una operación de media hora y que sólo exige un punto de sutura. No hay ningún efecto secundario.
La mano es de mi esposa, Raquel.

Y si pensamos que cualquier objeto que pasa a formar parte permanente del cuerpo lo transforma, como se dice en las historias de ciencia ficción, entonces mi esposa se ha convertido en un organismo transformado: en un cyborg. (Eso sí, un cyborg muy discreto: nadie la confundiría con Terminator, lo que me llena de una alegría que no describiré).

La historia también es simple: interesada en el tema de las modificaciones corporales desde hace años, Raquel ha escrito varios artículos acerca del mismo y ha estado en contacto con varios de sus exponentes más famosos. Uno de ellos, el estadounidense Steve Haworth, inventó los implantes magnéticos: menos llamativos que un piercing, pero más interesantes que un tatuaje, al menos en el sentido de que no cambian el aspecto externo de quien los lleva, pero, en cambio, le dan dos poderes cyborg: le permiten levantar objetos pequeños y metálicos "como por arte de magia" y, más raro todavía, lo vuelven capaz de sentir campos magnéticos.

Así es: el imán vibra, silencioso, sin que nadie salvo mi esposa se dé cuenta, cuando se enciende cerca un proyector de video o cuando pasa por un detector de mercancía en una tienda. O cerca de otro imán. Es una ampliación del sentido del tacto: una auténtica modificación (aunque sea pequeñísima) de la forma en que se percibe el mundo.

Raquel fue a Estados Unidos recientemente a visitar a algunos familiares y aprovechó, porque sí, porque la operación no es realmente cara, porque la vida es corta, yo qué sé, para hacer cita en el estudio de Haworth: ahora es una de las poco más de mil personas en el mundo con implante magnético y una nueva manera de asombrar a amigos y conocidos. Con el tiempo nos hemos creado una rutina: yo le consigo algún objeto ligero (una corcholata sirve también) y ella lo levanta. Quien nos mira nunca advierte de inmediato que pasa algo raro, y a veces se le debe señalar que lo que ve no es habitual; cuando lo nota, eso sí, siempre se desconcierta. Puede llegar a maravillarse: a hablar de cyborgs y a bromear con el día en que Raquel podrá voltear una Hummer o unirse a los X-Men.

Pero puede también preguntar, con una expresión que hemos aprendido a reconocer: "¿Y para qué?".

Aquí empiezan los problemas. Hay personas que se empeñan en creer que es algo relacionado con "los chakras", "la energía" y otros términos new age. Hay quien simplemente no puede aceptar que el implante no tiene un motivo práctico, que es un capricho o una locura o una pequeñísima obra de arte: la expresión del carácter travieso de Raquel, de su gusto por las bromas y las sorpresas, de su disposición para el asombro..., de varias de las cualidades, en fin, que más amo en ella.

Ahora que lo pienso, el otro poder cyborg que mi esposa ha adquirido es el siguiente: el de descubrir, rapidísimamente, el modo de pensar de quienes la rodean, y en especial su capacidad (o su falta de capacidad) para la maravilla.

Escritor




sábado, 25 de junio de 2011

¡OCHO AÑOS DE LABERINTO! ¡FELICIDADES! AQUÍ, EN TÁNDEM: LABERINTO Y BABELIA. PARA TU DIVERTIMENTO CULTURAL. ASÓMATE...ASÓMATE...ASÓMATE.


SE DICE FÁCIL: ¡8 AÑOS!

LABERINTO ESTÁ DE MANTELES LARGOS Y COMPARTE CON NOSOTROS ESTA CELEBRACIÓN, SU DIRECTOR, PERIODISTA Y AMIGO:

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ.




De película: cines inolvidables • Laberinto 8° aniversario

Cine y memoria

¿Cómo eran esos cines por dentro? ¿Qué guardaban tras sus fachadas, espectaculares a veces, como la del Alameda, o tan austeras como la del Soto o el Mina?

Cine
  • Laberinto • 8° aniversario

    Cine Alameda, 1938.

    Atardecer en el cine

    No era fácil ir al cine, yo trabajé desde muy niño y eso me permitía tener con qué pagar la entrada.

    Cine
  • Laberinto • 8° aniversario

    El cine Gloria abrió sus puertas el 28 de octubre de 1949, exhibiendo el filme <i>Buitres del hampa </i>.

    Entre la Gloria y el Paraíso

    Cuando yo era niño el cine Gloria ya había pasado su mejor época y nunca fue renovado. Y ese era parte de su encanto.

    Cine
  • Laberinto • 8° aniversario

    Dibujo del cine ubicado en la calle de Soto, en la colonia Guerrero.

    El Soto vestía de amarillo

    Recuerdo un día memorable con cuatro de Bruce Lee y otras tres de samuráis.

    Cine
  • Laberinto • 8° aniversario

    En Insurgentes Sur se construyó en 1960 el cine Manacar.

    La sombra de un gigante

    Cuando se estrenó La novicia rebelde cambió todo; aunque fascinante (mi padre la vio cinco veces) era un síntoma que permaneciera 65 semanas en exhibición, un récord que, en la década, sólo le disputó la violenta saga de motociclistas Nacidos para perder.

    Cine
  • Laberinto • 8° aniversario

    Tin Tan, infaltable en los programas triples.

    Los cines de barrio

    Por lo regular nos llevaban al cine y después íbamos a cenar a los cafés de chinos, donde los más grandes comentaban la película y los pequeños nos divertíamos como podíamos.

    Cine