viernes, 27 de abril de 2012

PEPE GORDON Y JUAN VILLORO, HOY 27 DE ABRIL, EN REFORMA






EL CUADERNO VERDE
Javier y David
Por José Gordon


El autor aborda el dolor que une a los escritores Javier Sicilia y David Grossman

El 3 de abril de 2011, el poeta Javier Sicilia escribió una carta en la revista Proceso (Estamos hasta la madre) que resumía el profundo malestar ante la violencia y crueldad de los criminales, y la corrupción, desatención y falta de compromiso de los políticos con la ciudadanía. Detrás de sus palabras latía la indignación y el dolor de ver segadas, de manera absurda, tantas vidas en México que ofrecían la promesa de la inteligencia y la solidaridad. Entre las personas que han sido víctimas de este clima terrible estaba su propio hijo y algunos de sus jóvenes amigos. La lucha de Javier y del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza, ha llevado a la aprobación de la Ley General de Víctimas por parte del Senado de la República. Se trata de reparar el daño realizado por el crimen organizado y de establecer acciones para asistir a los afectados.

Sin embargo, hay una zona de la intimidad que difícilmente se puede abordar. Sicilia ya hacía alusión a ello en la carta referida: "No quiero tampoco hablar del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos destruidos. Para ese dolor no hay palabras -sólo la poesía puede acercarse un poco a él, y ustedes no saben de poesía-. Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza -la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada."
Hace unos meses conversé en Jerusalén con el novelista David Grossman quien había sufrido la trágica pérdida de su hijo en medio de la violencia de la guerra. Fue inevitable establecer la conexión entre los mundos de Javier y David. Ambos mantienen una inteligencia receptiva, vulnerable, que puede ser tachada de ingenua y que, no obstante, tiene la fortaleza de una mirada limpia y profunda. Escribe Grossman:

"Soy partidario de la 'ingenuidad adquirida'. Es decir, de la decisión firme y consciente de ser un poco ingenuo precisamente en una situación casi descompuesta debido a la sobriedad y el cinismo que desde hace años nos están conduciendo a la ruina. Se trata de una ingenuidad que sabe y conoce bien lo que tiene delante, frente a ella, pero que también sabe que la desesperación crea más desesperación, odio y violencia, mientras que lo que lentamente puede provocar la esperanza -aunque sea fruto de esta misma 'ingenuidad adquirida'- son mecanismos de expectación, de creencia en una posibilidad de cambio, de escapatoria de un sentimiento de sacrificio permanente".

Esa tarea pasa por palabras, acciones y leyes para transformar lo que vivimos. Pasa también por confrontar un dolor al que solo la poesía puede acercarse. En este marco, aparece el libro más reciente de David Grossman, Más allá del tiempo (Lumen, Barcelona, 2012) que justamente aborda el dolor antinatural de la pérdida de un hijo. En hebreo hay un término que lo nombra aunque no lo explica: "Shjol" (huérfano de hijo). Con un lenguaje quebrado, bajo el ritmo del lamento, Grossman nos habla de una pareja que recibe la noticia: "Se hizo un silencio espantoso. Nos envolvían unas lenguas de fuego/ frío que nos lamían. Dije:/ lo sabía, sabía que esta noche/ vendríais. Pensé:/ ven, caos".

Después de cinco años, el hombre le dice a su mujer que tienen que encontrar a su hijo en un allí que tal vez no existe.

En el viaje se van uniendo otros padres que han perdido a sus hijos en otros tiempos y espacios: una mujer que arregla redes de pescadores, un viejo profesor de matemáticas, un duque, un zapatero, una partera, un centauro (mitad escritor, mitad escritorio) y el mismo cronista de la historia. Un fuego pequeño y perpetuo llamado "ardentía" los acompaña hasta que llegan a un muro en donde se confrontan con la frontera entre el allí y el aquí, entre la vida y la muerte. Grossman explora las imágenes que le revela su alma ("La poesía es el idioma de mi duelo") para conocer lo que ya no es y descubrir que eso es también lo que somos: lo que ya no somos.

¿Quién mira a quién desde ambos lados del muro? Javier y David son parte de esa caravana, dos poetas que se atreven a ponerle palabras al dolor y a la esperanza.


El autor aborda el dolor que une a los escritores Javier Sicilia y David Grossman

pepegordon@gmail.com







El gol que cruzó el mar
Por Juan Villoro

Una lejana fábula china advierte del tenue contacto entre todas las cosas. Un objeto minúsculo, arrojado al Mar Amarillo, puede afectar costas lejanas. De un modo secreto e inextricable, todo está en todo.

Las mareas llevan mensajes imprevistos a la otra orilla del océano. En Baja California Sur, la ciudad de Guerrero Negro debe su nombre a un barco que encalló ahí. En aguas de cetáceos, el Black Warrior acabó sus días como una ballena varada sin remedio. El restaurante local Malarrimo está decorado con una red que sostiene torpedos, lámparas y otros objetos que las corrientes han llevado al lugar. Las tempestades son la forma más lenta del correo. Tarde o temprano, lo que destrozan llega a algún buzón.

El 11 de marzo de 2011 un terremoto de 9 grados devastó las costas japonesas y un tsunami revolcó coches y casas. Trece meses después, cinco millones de toneladas de chatarra siguen el curso de las mareas rumbo a América. Se trata de una metáfora de la memoria; no todos los recuerdos se conservan ni todos llegan de inmediato; algunos requieren de tiempo para salir a flote. Las piezas sueltas arrebatadas a Japón integran el mosaico disperso de un país.

Algunas de esas señales caerán en manos que no esperaban recibirlas. David Baxter creció entre los hielos y las rocas de la isla de Middleton, Alaska. Trabaja como controlador de radares. Al despegar la vista de la pantalla donde vibran luces, entiende el mundo como un segundo radar en el que debe buscar señas e imponer un orden. Al final de la jornada, se entretiene buscando cosas en la playa. El paisaje no tiene árboles. Una planicie barrida por el viento. Nada detiene la mirada. El único sitio donde se puede encontrar algo es la arena.

Baxter es un buscador de restos traídos por el oleaje. Estaba preparado para ser testigo de cosas menores, pero se encontró con el gol más largo del mundo. En la playa, rodaba un balón.

Los habitantes de Middleton conocen el rápido movimiento del zorro y el escape marino de la foca. Baxter no vaciló en atrapar la pelota. Le llamó la atención que estuviera escrita con caracteres japoneses. Posiblemente, pensó que se trataba del mensaje de unos náufragos. Aquellos signos podían ser coordenadas. Algo tenía que haberse hundido lejos para que el balón estuviera ahí.

Es posible que el azar sea otro nombre de la deliberación y los accidentes ocurran para que el destino parezca espontáneo. ¿Cómo explicar, si no, que el hombre que recibió el balón estuviera casado con una japonesa?

Esa misma tarde, Yumi Baxter descifró el enigma. Los caracteres no atestiguaban el naufragio de un barco sino de un país. La pelota venía de Japón, a cinco mil kilómetros de distancia, y pertenecía a Misaki Murakami, un estudiante de 16 años que perdió su casa con el maremoto.

Cinco años antes, Misaki había cambiado de escuela. Sus amigos escribieron sus nombres para que no los olvidara. El balón era un almacén de la memoria. Ahora estaba en manos del observador de radares.

Unos cuantos detalles pueden conformar una historia desaforada: el deseo de unos niños de no ser olvidados, la afición al futbol, la pérdida de una casa, los trabajos del mar, la necesidad de un hombre de caminar con la mirada baja, en busca de un signo en la arena.

Baxter viajará a Japón para devolver la pelota. Acaso esa cita ya estaba prevista. Un balón existe para entrar en una portería. Las cosas presuponen su efecto. De acuerdo con la fábula china, el batir de las alas de una mariposa puede cambiar la vida al otro lado del mar. Todo movimiento, por tenue que sea, tiene consecuencias.

La posibilidad última de una cosa siempre es mágica, puede alterar la realidad en forma inexplicable. Esto no significa que se aparte de la lógica. "La magia es la coronación o pesadilla de lo causal", escribe Borges.

El balón japonés tiene la rara condición de la magia. 19 mil personas murieron con el terremoto y el tsunami en el país mejor preparado para resistir ese cataclismo. Una vez más, la naturaleza volvió a ser un límite infranqueable. Y sin embargo, el balón salió a flote como un anticipo de las cosas que vendrán en los próximos cinco años.

En algún momento el planeta se diluirá en polvo y materia desecha. Pero hay algo que ignora la naturaleza, esa señora impositiva. No todo es tangible: las cosas también son símbolos. Así lo entendieron el fabulador chino que decretó que todo está en todo, el creador de una esfera que bota para producir ilusiones, los niños que la firmaron para convertirla en almacén de la memoria, el adolescente que perdió su casa pero no los recuerdos de lo que ahí existía, el controlador de radares que recoge señas venidas de muy lejos.

El balón regresará a Japón. Es posible que su viaje no termine ahí. Quizá aún tenga una cita pendiente.

Los estadios existen para jugar a la magia. El mundo, para vivirla.



 




Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo

viernes, 20 de abril de 2012

"Muerte por agua" de Juan Villoro en Reforma



Muerte por agua
Por Juan Villoro


Se han cumplido 100 años de la noche en que la tecnología fue vencida por el hielo. El 15 de abril de 1912 el Titanic, concebido para superar a los elementos, naufragó en su primer viaje. La naturaleza volvió a ser el ignorado límite de una especie que odia detenerse.

En el momento de zozobrar, la nave mandó una señal que acababa de inventarse: S. O. S. Curiosamente, esas siglas no remiten a la ciencia sino a la teología; significan: Save Our Souls. El Titanic, orgullo de la industria marina, se llevó mil 495 almas al fondo del océano mientras los músicos tocaban para amenizar el momento y mantener los brazos tibios.

Al construir un aparato el ser humano confía en la razón. Cuando se descompone, piensa en soluciones mágicas. Viajan cuerpos pero se salvan almas.

Un siglo después, la tragedia ha traído distintas variantes de la resurrección. La película Titanic, con la que James Cameron obtuvo 11 Óscares, ha vuelto a las pantallas en 3D (o en algo que se le parece, pues no fue filmada en ese formato). La saga de 1997, en la que Kate Winslet duda durante tres horas y media entre casarse con el hombre que no le conviene o amar para siempre al perecedero Leonardo Di Caprio, mantiene intactos sus efectos especiales. Otros intensos desastres cinematográficos han envejecido peor. La aventura del Poseidón, que en 1972 nos empapó de pánico, parece ahora una inocente fantasía donde escurre agua de muros de cartón. El cine está condenado al desgaste de la tecnología que lo produce. No sucede eso con la película de Cameron. Curiosamente, el principal toque de época no tiene que ver con efectos especiales sino con un rasgo humano: los pechos de Kate Winslet son naturales; pertenecen a la arcadia en que una actriz no pasaba por el tribunal del cirujano plástico. Además de su intachable talento actoral, Winslet demuestra que la belleza se puede asociar con la normalidad. Pocas presencias han sido tan reales en el cine. Tal vez por eso la escena en la que posa al estilo de la Maja desnuda de Goya ha sido prohibida en China. La seducción genuina inquieta más.

El Museo Marítimo de Barcelona, donde se celebra una exposición sobre el buque trágico, repitió la última cena del Titanic. En compañía de 25 familiares de los viajeros, 200 comensales dedicados a la necrología gastronómica degustaron ostras, terrina de foie, consomé Olga, filete de lenguado al curry, confit de pato con compota de manzana, pudín Waldorf, duraznos con gelatina Chartreuse, cafés e infusiones. Incluso el vino fue el mismo que se descorchó el fatídico 15 de abril, un Château Preuillac (pero de la cosecha 2006).

¿Se puede repetir con sibaritismo una tragedia? La mejor manera de comer esos platillos debería ser en una nave que también estuviera en riesgo.

El Titanic mostró que toda tecnología es imperfecta. Fue una lujosa anticipación del Apolo XIII. Curiosamente, esto lo vuelve atractivo, no sólo como nostalgia de una grandeza fracasada, sino como aspiración. Los buscadores de peligros se frotan las manos: "lo que falló una vez, puede volver a fallar".

Una extensa franja de la humanidad se siente más atraída por el riesgo que por la parda seguridad. Así lo confirman quienes practican deportes extremos, juegan a la ruleta rusa o compran arañas venenosas. Basta que alguien diga "esa chica es peligrosa" para que interese más. Desde el Jardín del Edén, nada se codicia tanto como lo prohibido. Esto también involucra a la ciencia. El eminente Isaac Newton descubrió la ley de la gravedad al ver la caída de una manzana. Esta explicación legendaria convence, no tanto porque justifique un momento de inspiración, sino por el objeto que la produce: la pecaminosa manzana despierta tentaciones. No es casual que la empresa más rentable del mundo, dedicada al comercio de signos, lleve el nombre de Apple.

Si el Titanic se hubiera anunciado como un barco que podía hundirse, habría recibido aún más solicitudes para subir a bordo.

A las 23:45 de la noche, hora del encuentro con el iceberg, sonó la alarma en la cena del Museo Marítimo de Barcelona. Un susto conmemorativo. Seguramente, más de un comensal anheló que el peligro fuera real.

Los viajes a la cripta marina donde los pasajeros se ahogaron por la ausencia de botes salvavidas y la codicia de otros tripulantes combinan el dolor con el morbo recreativo.

Quienes reservan habitaciones para el próximo diciembre en Yucatán, con el fin de contemplar el "apocalipsis maya", también desean mezclar el placer con la desgracia. El anuncio del fin del mundo ya agotó los asientos de primera fila. Aunque los arqueólogos explican que los mayas no prometieron que el planeta daría una última función, los turistas del desastre hacen las maletas, convencidos de que la molestia de viajar se compensa con el show de una molestia terminal.

Lo único seguro de los accidentes es que no se prevén. Cuando ocurren, espantan a la mayoría. Pero la especie es rara. Hay quienes lamentan no haber asistido a la cena trágica y piden un recalentado para degustar el susto.


 
 
 




Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo

viernes, 13 de abril de 2012

EL CUADERNO VERDE de JOSÉ GORDON EN REFORMA. HOY VIERNES 13 DE ABRIL




EL CUADERNO VERDE

Las trampas del deseo
Por José Gordon

Hay una diferencia fundamental entre lo que uno desea y lo que uno piensa que desea. El problema es que esto es difícil de apreciar en nuestras propias vidas. Se requiere desarrollar cierto silencio interno para atestiguar las capas sutiles que están detrás de nuestras acciones. El mundo de la literatura, el cine y el teatro permite este ejercicio. En estos escenarios podemos ver con claridad la tragedia del protagonista que no se da cuenta de lo que realmente desea. Los caricaturistas, como Paco Calderón en las páginas de REFORMA, son expertos en detectar este tipo de brechas sobre todo en los políticos que ponen cara de justicieros y creen, incluso, que desean el bien común cuando realmente los mueve la ambición.

Esta brecha es la que justamente explora, desde otra perspectiva, el investigador Dan Ariely, profesor de sicología del consumo en el MIT, profesor invitado en el Boston Federal Reserve Bank y miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Ariely publica sus textos en revistas como Scientific American y Science y es autor del libro Las trampas del deseo (Ariel), que apareció en inglés con el título Predictably Irrational (Previsiblemente Irracional). Los estudios de Ariely forman parte de una disciplina que se conoce como economía conductual. Se basa en experimentos sicológicos que investigan la brecha trágica entre la forma en que percibimos que actuamos y nuestro comportamiento real.

Así, trata de entender las decisiones que toma la gente -que aparentan ser pensadas y racionales- y responden más bien a temblores emocionales. Estas decisiones dan pena cuando alguien apunta la trampa en que ha caído el razonamiento. Ariely examina, por ejemplo, por qué los pacientes tienen mayor alivio al curarse con un medicamento caro en contraposición con uno idéntico pero barato; por qué la gente honesta puede robar unos lápices en una oficina o comida comunal, pero es incapaz de sustraer dinero; por qué las dietas que nos prometemos se olvidan cuando pasa el carrito del postre; por qué las personas más cautas toman malas decisiones cuando están calientes (en todos los sentidos); por qué el peso de la propaganda de la que nos sentimos inmunes ("Sólo afecta a los tontos y yo no lo soy") no permite discernir, nubla el juicio y estimula el prejuicio.

Los experimentos de Ariely utilizan en muchos casos las herramientas más sofisticadas de la neurociencia. Lo interesante es que toda esta línea de investigación surgió a partir de una experiencia de Ariely que lo puso de frente a las trampas del deseo.

A los 18 años tuvo un accidente que le dejó el 70 porciento del cuerpo con quemaduras de tercer grado. Tres años vivió en el hospital lleno de vendas. Ese aislamiento lo hacía sentir como si fuera un ser de otro planeta. Tenía un silencio interno que le permitía atestiguar el comportamiento de familiares y amigos y ver los resortes que los movían. Al observar las curaciones que le hacían las enfermeras le intrigaba por qué al quitarle las vendas -un proceso muy doloroso que lo dejaba con la piel viva- preferían hacerlo de un tirón rápido, en vez de hacerlo lentamente. ¿Qué sería más doloroso?

Años más tarde, cuando se recuperó y realizó sus estudios universitarios, hizo una investigación que probó que el proceso más lento hubiera sido menos doloroso. ¿Por qué las enfermeras con experiencia y compasión por el paciente habían elegido el más rápido? Cuando fue al hospital a informar a las enfermeras de sus hallazgos, ellas quedaron sorprendidas. Entonces descubrió que detrás del razonamiento de ellas había algo que no tenía que ver ni con el paciente ni con su sabiduría de cómo tratarlo. Una le dijo que les resultaba angustiante y doloroso ver lo que sentía el paciente. Acabar rápido era una forma de mitigar su propio dolor. Así se dieron cuenta que pensaban que deseaban el menor dolor en el paciente, cuando en realidad deseaban acabar con la tortura de ver la pena en otra persona.



pepegordon@gmail.com






Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo

domingo, 1 de abril de 2012



El dueño de la Tabaquería*

Su obra ha sido reconocida en más de 40 lenguas y fue concebida bajo el signo de Saturno. Es melancólica, sutil, ingrávida. Es también un cruce de caminos donde concurren la tradición italiana y la portuguesa, como da fe el texto, inédito en español, que presentamos a nuestros lectores.

De portada
  • Antonino el lusitano

    La importancia de su obra literaria era tan grande como su compromiso civil con la realidad de su país.

    De portada
  • Entrevista: Fernando Botero

    La exposición del pintor y escultor incluye 177 piezas.

    “Curioso, pero todos me imaginan gordito”

    El 29 de marzo se inauguró, en el Palacio de Bellas Artes, una retrospectiva del pintor colombiano, que festeja 80 años y 65 de vida artística. Sus influencias y derroteros quedan aquí consignados.

    Artes plásticas
  • Toscanadas

    Los candidatos presidenciales.

    Bueno pues, la verdad yo respondería que…

    El consejo de toda la vida es: si no tienes nada que decir, cierra la boca. Esto no se aplica a los candidatos. Ellos deben hablar aunque no tengan nada que decir, pues han de llenar un espacio radiofónico o televisivo.

    Antesala
  • Poesía

    El amor es cobrizo

    El primero de estos poemas acusa el miedo a la rutina, a la inercia; el segundo revela la esencia del cariño, de la amistad, del olvido.

    Antesala
  • Ensayo

    Tabú

    Habita una zona donde ni siquiera existen las prohibiciones porque se alimenta del silencio, saca fuerzas de experiencias límite. El autor de la novela "Con amor, tu hija", una exploración de las motivaciones y el lenguaje del incesto, escribe aquí sobre las diferencias entre lo prohibido y esa realidad innombrable.

    Literatura