BLOG DE JULIO ORTEGA
Biografías
del ensayo
Francine Prose y la lectura
Narradora
bien conocida y analista de la dimensión bio-gráfica de la lectura, Francine
Prose (New York, 1947) acaba de contar su experiencia de leer Cien años de
soledad. Todo lector tiene algo que
decir sobre su primera lectura de la novela de García Márquez, la que suele
producir casi una redefinición geo-gráfica que
forma parte de la historia de la lectura en español. Nos había ocurrido
otro tanto con las primeras lecturas de Don Quijote y de los cuentos de Borges.
El NYT Book Review le ha preguntado a Francine Prose: “¿Qué libro es el que ha
tenido mayor impacto en Ud.? ¿Qué libro la hizo querer escribir?” Y responde
ella: "Cien años de soledad me convenció de que debía dejar los estudios
del doctorado en Harvard. Esa novela me recordó todo lo que mi programa
doctoral estaba tratando de hacerme olvidar. Gracias, Gabriel García Márquez.“
En su lbro Reading like a writer (2006), una guía inspirada para leer mejor,
que es el único método seguro de aprender a escribir, recomendaba Francince
Prose una biblioteca bajo el perentorio título de “Libros que hay que leer
inmediatamente.” En primer lugar, está el Quijote. Luego, Pedro Páramo de Juan Rulfo. Y por fin,
Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Hoy el éxito popular de la novela de GM en Estados Unidos es un fenómeno cultural, y
Cien años de soledad se lee en la escuela secundaria como un rito de pasaje a
la Universidad. Menos evidente es el éxito de El amor en los tiempos del cólera
entre los escritores norteamericanos. Me sorprendió mucho que John Hawkes,
quien adoraba la novela picaresca, fuera vencido por El amor en los tiempos del
cólera, al punto no sólo de gustarle más que Cien años de soledad, sino de hacerlo llorar. Si Francine Prose
abandonó Harvard después de leer al Gabo, Jack no pudo soportar la muerte del
doctor Urbino y cerró la novela. La retomó después, adolorido. Me preguntó,
excusándose, si ese episodio no era, en español, demasiado cruel. ¡Pero Jack,
respondí, si la novela en español, desde la picaresca, es una paliza! Me pidió
recomendarle otra novela latinoamericana. Le sugerí El obsceno pájaro de la
noche de José Donoso. Le gustó tanto que la declaró la mejor novela
latinoamericana. Cuando murió ( yo estaba en México ese día de mayo del 98)
Hawkes se encontraba escribiendo su primera novela mexicana: la historia de una
niña novicia en un convento de Cuernavaca.
Video-ensayo
de Hito Steyerl
No sé si tú,
lector, has tenido que decidir entre Benjamin y Adorno, pero yo debo confesar
que cuando me tocó hacerlo no dudé: la crítica que Adorno le dedica a la idea
del “montaje” que Benjamin expone como la forma artistica de exceder los meros
contextos, me resultó no sólo empiricista sino inamistosa. Tampoco me parece justo que en su artículo
sobre el ensayo Adorno incluya a Benjamin entre ensayistas más bien
sociológicos y sostenga que el ensayo se dedica a lo acontecido, cuando es más
interesante que para Benjamin el ensayo fuese una interpretación estética que
fragmenta lo nuevo para ver lo moderno con-figurándose. Leer los signos de la
historia haciéndose en la urbe es la nueva articulación (caleidoscópica) de la
mercancía, el consumo y las artes. En el
Art Institute de Chicago pude por fin visitar la extraordinaria exhibición de
Hito Steyerl (Alemania, 1966), cuya
práctica de “video-ensayo”, basada precisamente en el montaje, se desarrolla
como una serie de secuencias interpoladas, en un despliegue de imágenes, videos,
entrevistas, testimonios, y una teoría de esa misma praxis. “Focus” llama ella
a esta escenificación entre paneles que sugieren una cámara oscura, y que
empieza desplegando la idea de lo gris.
Un video muestra como pintar el gris: raspando en la superficie de un
muro blanco aparece una materia grisácea. Lo gris remite, claro, a Goethe: gris
es toda teoría, etc. Hegel, por su
parte, había dicho que cuando la filosofia pinta su propia grisura, una forma
de vida ha envejecido. Los filósofos
Nina Power y Peter Osborn especulan, en el video, sobre la “dialéctica negativa” de Adorno, que no
postula la negatividad de lo no existente, sino el potencial creativo de lo que
aún no existe. Lo gris es, finalmente, el recomienzo de lo utópico. Este no- color del color, contiene, de hecho,
la posibilidad de todo color. Lisa
Dorin, la curadora de esta exposición, describe tanto el proceso del montaje
como sus elementos focalizados en cada emblema de este ensayo visual. Si el gris es el único color que te obliga a
focalizar, el arte, y el pensamiento crítico se generan desde tu negatividad.
Esta serie
de secuencias tiene como eje el episodio que sufrió Adorno en la que iba a ser
su última conferencia, en el Instituto de Investigaciones Sociales de la
Universidad de Frankfurt, el 22 de abril de 1969. El filósofo iba a empezar su charla cuando
tres de las estudiantes caminaron hacia el podium con los torsos desnudos, y
empezaron a danzar en torno suyo. El
evento, silencioso pero desafiante, se conoce como el “Busenattenttat” o
“Breast attack” (ataque de tetas). La
filmación muestra a un Adorno de pronto dudoso y rígido, que sin saber qué
hacer busca sus papeles, los mete en su maletín y abandona la sala, más gris
que nunca. Según Power, Adorno no pudo
entender la función no sexual ni
maternal de unas tetas que eran, más bien, beligerantes o militantes. Tomó, parece, como una ofensa a su magisterio
un acto silencioso y pacífico cuyo significado no quería ser evidente. Había
sido uno de los inspiradores del movimiento juvenil de protesta radical de
entonces, pero la protesta silenciosa de sus alumnas lo excedió. Murió pocos meses después. Este
“video-ensayo” incluye varias otras focalizaciones, como “Territorios Mezclados”,
donde se ilustra otro orden de información crítica: cuando la unificación
alemana, las armas del ejército del Este fueron vendidas a los turcos, que las
usaron contra los kurdos. De esas
contracorrientes de la información se hace este ensayo sobre la teoría y la
práctica de ver más y mejor, no en la mera oposición del gris y el color sino
en su trama política: en la invención diaria de la visión crítica de un tiempo
que ha dejado de ser nuestro.
Ensayo
hablado del intelectual público
Pensar el
siglo XX (Taurus), de los historiadores
Tony Judt y Thimothy Snyder, fue elegido por los críticos de Babelia como el
mejor libro del año 2012. Esa lectura
resulta, de por si, intrigante; más allá de los méritos de un libro que,
dramáticamente, es su testamento. Judt estaba paralizado por un desorden
neurodegenerativo fatal, y en este “libro hablado”, compuesto con su joven
colaborador, hace un juicio sumario del siglo veinte, en buena medida a partir
de pensadores europeos. Bien conocido por sus ardorosos artículos en el New
York Review of Books y por su obra magistral, Postwar: A History of Europe
Since 1945 (2005), Judt incluye en Pensar el siglo XX páginas de otros libros
suyos, sobre su historia formativa, y vuelve a sus elogios y sanciones de las
figuras claves del XX. Es fascinante la figura de un historiador que fue más
bien un académico, convertido por Nueva York, según dijo, en intelectual
público. La mejor reseña de este libro se debe al profesor Robert Westbrook, y está en
Bookforum (dic-ene 2012). Judt tuvo el valor de hacerse anticonvencional no
sólo por sus matrimonios con tres de sus estudiantes graduadas, sino por sus
opiniones desafiantes, empezando por su crítica de Israel (el Holocausto, dice,
será devaluado por el mal comportamiento de Israel), y terminando con su puesta
en duda de las reglas contra el acoso sexual. Sus blancos favoritos fueron
Frederic Hayek, Sartre y Ernest Junger; sus héroes son Keynes, Camus y
Koestler. Su apasionada postura anti ideológica alcanza también al actual
neoliberalismo y su prédica del mercado ubicuo. Creía que la social democracia
requería de un estado capaz de propiciar la responsabilidad compartida. La
democracia, dice, no es ni necesaria ni suficiente condición para la sociedad
abierta porque, “la vasta mayoría de los seres humanos no están hoy capacitados
para proteger sus propios intereses.” A
pesar de ese ingenio amargo, se sumó a la idea de un “pluralismo ético,” que
seguramente se remonta a la noción de Weber de una “ética de la responsabilidad,”
aunque Judt parecía creer en la condición proteica de la idea del Bien. Un libro, en fin, provocador por un ensayista
ferozmente independiente, libre incluso de sus propias convicciones.
Vale la
pena, a quien le interese más la historia que los historiadores, cotejar esta
evaluación del siglo con otro ensayo, más filósofico y no menos ideo-gráfico,
El siglo, de Alain Badiou, publicado el 2005 y traducido al inglés en 2007. Su
tesis es más elegante: las evaluaciones del siglo XX, ya sean conservadoras o
liberales, buscan desaparecer el siglo XX. La “victoria de la Economía”, nos
dice, pretende borrar la crítica y la creatividad de las grandes rupturas y
subversiones del siglo. Quizá el éxito en español del testamento de Judt tenga
que ver con la actual interrogante no sobre el debatido lugar de Europa en
España sino sobre la suerte de España en esta Europa.
Alarma
por los pueblos originales
¿Cómo no
escuchar la alarma que nuevamente recorre el precario habitat de las
poblaciones originales de las Américas?
La violencia, acoso y marginación que vive el pueblo Mapuche en Chile es
del todo ilegible, salvo que uno lea la historia desde el modo de producción
dominante, en este caso, la forma del latifundio a costa de la propiedad
comunal. La reciente tragedia de una pareja de propietarios asesinada, es un
caso condenable y policial; pero se utiliza como otro dictamen oficioso contra
los mapuches, cuya exacerbada disputa con esa familia era antigua. La
irresolución del drama, a costa de esa nación acorralada, amenaza con propagar
la violencia. Sólo los nacionalistas creen que hay una sola nación en un país
donde la violencia demuestra que hay varias. Y es lamentable que sean los
gobiernos democráticos los que sumen más víctimas. No es demasiado distinto el
estado de emergencia indígena en Perú, donde las comunidades protestan, a veces
con violencia, la contaminación de sus aguas por las empresas mineras. Este es un drama que vivió Estados Unidos en
el siglo XIX. Lo solucionó desplazando a las tribus de sus tierras, como ya lo
había hecho al comienzo de las colonias, cuando fueron desplazadas de las
tierras donde el tabaco equivalía al oro de América hispánica. Hoy, en Estados
Unidos, no se podría hace otro tanto, pero hay una mecánica paralela: si una
real reforma migratoria no se hace efectiva con este gobierno de Obama,
seguiremos teniendo padres desplazados de sus hijos, acusados de migrantes
“ilegales.” Pero la irresolución del drama ecológico peruano (que algunas
empresas extranjeras ofrecen reparar desviando sus residuos) se posterga
agónicamente. Y la violencia se cierne, azuzada por una prensa extremista,
políticamente suicida.
Visita y disfruta una entrevista con
JULIO ORTEGA
hablando del "BOOM"
http://www.elboomeran.com/blog/483/blog-de-julio-ortega/
Además...
Mis 10 libros Preferidos de 2012
Julio Ortega*
Olvido García Valdés. Lo solo del animal. Barcelona:
Tusquets.
La poesía es una de las pocas
inteligencias del mundo que nos queda. Casi todo lo demás pertenece a la Banca.
Y una de sus entonaciones contemporáneas distintivas es la que debemos a Olvido
García Valdés (España, 1950), cuyo nuevo libro, que es muchos libros, despliega
con gozo discreto y gusto formal variaciones en torno a los afectos. El
lenguaje de las emociones sutiles que el poema trama, produce el lugar donde
este mundo se piensa más libre y gratuito. Lo había anticipado César Vallejo:
la pureza del hombre es su estado de inocencia animal. De lo animal han dicho
algo Derrida y Deleuze, citado éste en uno de los poemas. Sólo que se trata,
para esta poeta, del alfabeto de las emociones que el libro interroga en el
paisaje transitivo donde los animales, aéreos, terrestres y literarios,
discurren como juego, forma, lección y enigma. Estos poemas parecen grabados en
el lenguaje pero, al mismo, fluyen liberando al lenguaje de su obligación de
intercambio informativo. Son inscripciones en el flujo verbal y afirman, por
ello, el asombro de lo vivo frente a las miserias de la muerte y el
desafección, allí donde calla “lo solo del animal.” El resto es poesía.
José Balza: Cuentos. Ejercicios narrativos. Sevilla:
Paréntesis.
Por fin en España un libro de relatos del
venezolano José Balza (1939), un autor secreto cuya ausencia y renuncia al
sistema literario lo mantenía confinado a su ruta voluntaria, entre la
Universidad Central y el paisaje acuático del Delta del Orinoco, cuya
reputación de origen del mundo, inaccessible acceso, y mapa improbable
alimentan la obra de este narrador
mundano, de escritura tan vital como sutil. Balza es el autor más íntimo
de la literatura de un país donde los artistas suelen ser de extremos casuales.
No frecuenta los foros públicos, rehuye la prensa, y varias veces ha estado
ausente de su propia celebración. Balza ha seguido explorando el paisaje del
Delta, no sólo navegando su biografía sino escribiéndola con esa tinta
espejeante y lustral. Dicho de otro, modo: aquí la escritura habla por el
mundo, retrazando sus rutas de obediencia, donde hasta lo ritual es extravío.
“Tierrra de gracia,” había dicho Colón de Venezuela; Walter Raleigh prometió
que sus arenas eran de oro, lo que le costó la cabeza. Cada cuento, al final,
es un bautizo, una ceremonia de los comienzos. En esta escritura todo acaba de
formarse y discurre con apetito y goce,
pronto disuelta bajo el exceso de luz. Ejercicios, por eso, de una
escritura que rehúsa la fijeza o el dictamen, que nada impone ni reclama. Son
cuentos de dar a cada quien el don del camino.
Juan Francisco Ferré. Karnaval. Barcelona: Anagrama.
Esta gran novela española (aunque hace
obsoleta la adscripción regional) es también del todo cervantina, sólo que
ahora Sancho se actualiza como francés y pornográfico, y ha totalmente
corrompido cualquier proyecto de Insula. Pero, ¿hay otra forma de poder?, nos
pregunta esta novela festiva, satírica, y apoteósicamente cómica. No es sólo de
Strauss-Kahn que Ferré (1962) se ocupa sino de la extraordinaria negatividad
que el poder ha encarnado en estos tiempos filosóficamente definidos como
Bullshit. Con esa negatividad obscena no hay nada que hacer, salvo una novela,
que es (desde Celine hasta Pynchon) la fuerza virtual capaz de celebrar el fin
del mundo con una carcajada pantagruélica. Lo propio de Ferré, como en su
anterior Providence, es la desmesura, esto es, una nueva medida de la agudeza,
más incisiva y mordiente, una lección sado-barroco-carnavalesca de la
elocuencia de lo perverso. Sólo que esta vez, la escritura misma reverbera con
brío imaginativo y humor gozoso. En este mundo al revés, la novela es la
historia interna del futuro: su debate convoca el foro ilustre de los filósofos
de la actualidad, entre los cuales el lector aporta la risa. Ferré es de los nuevos
novelistas Atlánticos que hacen del género un instrumento subversivo, de
sarcasmo y exorcismo. Para tiempos
melancólicos, no hay mejor remedio.
Sergio Ramírez. La manzana de oro. Ensayos sobre
literatura. Madrid: Iberoamericana-Vervuert.
Uno de los mayores novelistas
hispanoamericanos, capaz de escribir cada novela como si fuera su primera, con
asombro por la travesía, renovada de sutileza comunicativa y fascinante de
entramado, Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942) ha reunido en este tomo sus ensayos
sobre escritores y novelas aunque, en verdad, nos propone una biografía de la
literatura tal como la entendemos hoy: como una aventura hecha de la errancia
de lo vivo y lo fortuito de lo escrito. Vida y escritura se iluminan mutuamente
el camino: entre luces y sombras, ambas disputan la versión de los hechos. Todo es novelesco, nos sugiere Ramírez,
porque todo es verdadero entre encuentros, viajes y destinos que se inscriben
simétricamente. Autor y lector, así, van a dar al relato, que es la amistad de
lo vivido. Desfilan en estas páginas como en una novela memoriosa, Martí y
Rubén Darío, Cortázar y García Márquez, Carlos Martínez Rivas y Carlos Fuentes;
y a cada uno les da Ramírez su lugar en el ágape. Pronto nos percatamos que el
novelista ha citado a un convivio a los mejores contertulios, y nos ha guardado
lugar privilegiado en la charla. Esa fe sutil y robusta en la comunicación
distingue la obra placentera y la vida comprometida de Sergio Ramírez. La
convicción nostálgica en el valor de las palabras ilumina su fecundo trabajo.
En este libro, esa pasión fraterna nos asegura que, contra todas las razones
contrarias, la razón literaria nos alberga.
Jorge Volpi. La tejedora de sombras. Madrid: Planeta.
“¿Tú a quién prefieres, a Freud o a Jung?”
La pregunta de la muchacha que será su amante, la asume el profesor de Harvard
no sólo como una aventura amorosa sino como la promesa de sus experimentos:
Jung, responde él. Pero la pregunta la plantea esta brillante novela como un
ejercicio de exploración y debasamiento de los paradigmas que las disciplinas
nos imponen. Esos modelos babélicos están contaminados de biografía, de
pasiones y violencia, y son más novelescos que científicos. Si el profesor
hubiese respondido “Freud,” sus turbulentos amoríos y experimentos del placer
(que harían de Sade un psicólogo feliz) tendrían que someterse a otras
prácticas y agonías. Pero como responde “Jung,” sus amores discurrirán entre
alegorías y pesadillas. Ya en sus novelas anteriores, sobre todo El fin de la
locura, donde Lacan y Althuser se
refutan con saña no por diferencias teóricas sino por los favores de una
discípula, Volpi (México,1968) había explorado la naturaleza novelesca de las
construcciones teóricas. Esa sátira desmontaba la hipertrofia especulativa de
los años 60. En ésta, Christiana Morgan, la “tejedora”, es también la que urde
el texto y la textura de su propia misión en la suerte del Amor entre las
máquinas de su héroe y las promesas visionarias de Jung. La “sombra” es el
abismo que esta Ariadna ya no podrá tramar.
Esta brillante novela discurre con lucidez y nitidez, con gusto por las
paradojas, no sin ironía pero también con simpatía. Ninguna pareja es improbable, nos dice,
gracias a los sueños de la razón fabuladora.
Javier Marías. Mala índole. Madrid: Alfaguara.
Recuerdo haber leído un cuento de Javier
Marías en inglés, en el New Yorker, y haber pensado que la historia de un
hombre que graba un video de su mujer en la playa para recordarla cuando ella
muera, ocurría en la otra lengua como otra historia. El lenguaje era más
ardoroso, urgido y sensual que el lenguaje del original español, que me pareció
más especulativo, reflexivo e intrigante. Eran, o parecían ser, dos cuentos
algo distintos. Consideré que la mirada
del narrador, que no usa sus gafas para broncearse mejor, y la mirada del
marido desde el video, son dos percepciones que declaran la indeterminación de
la pareja como tal. En español, esa función de ver y registrar las
consecuencias (como ocurre en algunas de sus novelas) abre en el relato el abismo
de lo casual; y, en otro escenario, la inquietud de lo raro y aun extravagante
del deseo, que pasa por el ensayo de construir la improbable definición de la
pareja. La traducción, deduje, introduce otra lectura. Y el lector, cualquier
lector, la que sea capaz de decidir en una historia que no teje sino que
desteje la trama variable de lo entrevisto. El cuento se llama, “Mientras ellas
duermen.” En otro cuento se lee: “Miré sin ver, como mira que llega a una
fiesta en la que sabe que la única persona
que le interesa no estará allí... Esa persona única estaba conmigo, a
mis espaldas, velada por su marido.” Otro más, “Prismáticos rotos,” no es menos
visual. La mirada reconstruye las representaciones, contaminadas de ficción.
Esa palpitación del tiempo vivo anima estos cuentos y su varia seducción.
Edgardo Rodríguez Juliá. La piscina. Buenos Aires:
Ediciones Corregidor.
Frente al padre que muere, el hijo
considera la más larga agonía de una vida familiar laboriosa y destructiva a
partir de las fotos, cartas y postales, verdaderas cicatrices, que revelan las
relaciones del padre, la madre y el narrador
desde la perspectiva del luto.
Magnífico relato, que desentraña la íntima violencia de una familia
desigual, y reconstruye, como quien arma la trama viva de la muerte cotidiana,
la intrincada y fatal deriva de las relaciones humanas, entre un padre que
camina “hacia las heridas…sus semejantes,” y una madre arrebatada por los
“vientos de su ira.” Sólo que en lugar de la familia como “fábrica de la
locura” (Klein) se trata aquí de la familia como perversa máquina de la
tragedia, esto es, como el insomnio de la destrucción que los progenitores
transfieren a los hijos. El dolor los hace inocentes pero el rencor los torna
feroces. Sólo el relato les haría justicia ya no para liberarlos de su infierno
acrecentado, sino para dedicarles la tolerancia de los balances, que la novela
cede los narradores para, al final, dejar al hijo la herencia del luto. La condición del hijo es asumir la tragedia
familiar, que no en vano demanda los nueve capítulos del Infierno. Pero, como
sabemos, el Infierno no es el castigo de los condenados, es lo desarticulado.
Es decir, lo impensable; en esta novela, la fractura de lo vivo. Rodríguez
Juliá (Puerto Rico, 1946) había ya construido en su Isla las formidables
versiones contemporáneas de un barroco funerario. Y había hecho del Caribe el
exacto revés del realismo mágico: el lugar residual del costo de lo moderno.
Esta vez ha adelantado su piadoso Obituario.
Héctor Llaitul y Jorge Arrate. Weichan, conversaciones con
un weychafe en la prisión política. Santiago de Chile: CEIBO Ediciones.
Sobrecogedor testimonio, denuncia y
alegato de la extraordinaria saga de la etnia
Mapuche, uno de los últimos pueblos originales que han sobrevivido, en
el sur de Chile, la colonización europea y la dominación del estado nacional.
Jorge Arrate (Chile, 1941), dirigente socialista bien conocido por la calidad
de sus tareas, retoma la palabra en diálogo con el dirigente mapuche Héctor
Llaitul para entender él mismo, del lado del lector, la biografía de la
protesta, que este dirigente encarna y sus largos años de prisión denuncian.
Weichan (Guerrear) es un testimonio
exploratorio que declina la mediación de la grabadora y se basa en las notas
del entrevistador, en la documentación mapuche y el proceso judicial. Rehúsa,
por lo mismo, la autoridad etnológica pero también la instrumentación de la
crónica, que hoy se alimenta de sí misma y eventualiza todo lo que toca. Logra,
así, un protocolo de representación más digno del sujeto, y más sobrio: no
sustituye al hablante, no lo vuelve a colonizar. Hoy que casi todos los medios
de comunicación han renunciado a darle la palabra a los vencidos, este libro
ensaya un modo inquietante de asomarse al abismo que rodea a la irracionalidad
ideológica de este siglo.
Rosa Beltrán: Efectos secundarios. Madrid: 451 Editores.
En este feroz tratado, que une la sátira
volteriana a la diatriba nitzcheana,
Rosa Beltrán (México, 1960) acude a la farmacopea para curarnos de espanto con
una alegoría cómica y grotesca del predominio actual de los sacrificios humanos
como ceremonia pública mexicana. Si el catastrofismo de Monsiváis y Pacheco ha
sido superado por la descarnada refutación actual del otro y de los otros, que
en las “redes sociales” se ha convertido en un banquete caníbal, en ésta novela
filosófica, sátira literaria y alegato moral, Beltrán nos dice que el fin del
mundo (maya o no haya) no sólo ya ocurrió, sino que somos sus fantasmas. El
narrador es un lector de vanas banalidades, esto es, de libros de éxito; y su
oficio es presentarlos en los foros de la Feria mexicana, entre hijos de la
violencia, padres de los muertos, y caciques del poder letrado. Este relato es
una protesta contra la vida mexicana como historia necrológica. La sátira
literaria se convierte en crítica de una cultura corrupta que, hecha en la
violencia, ya no es capaz de reconocer su modo de producción, paralelo al del
crimen impune. En una vuelta de tuerca, como en el Orlando, el narrador se
torna narradora, para compartir el testimonio. “¿Qué no entienden que estamos
aquí para evitar la violencia?”, responde una enfermera en una manifestación a
quienes la increpan, pero huye cuando un canalla saca una navaja y propone una
violación masiva. Los matones letrados dominan el paisaje y multiplican el
desvalor del lenguaje. Perseguidos hasta por los lectores que han secuestrado
la lectura, sólo les queda a los pocos humanos el nomadismo, la deriva del
sinsentido. Al final, el narrador(a) vuelve a Comala, el pueblo de Pedro
Páramo, sólo que ahora la sentencia que definía al Cacique se ha hecho
colectiva: “Nos hemos convertido en un rencor vivo.”
Alejandro Oliveros: Espacios en fuga (Poesía reunida
1974-2010). Edición y prólogo de Antonio López Ortega. Valencia: Pre-Textos.
Oliveros (Venezuela, 1948) es un poeta
privilegiado. Todo lo que dice está poseído por la gracia dúctil de una
prosodia hecha desde las virtudes orales del español: la resonancia vocálica
fluida, la enunciación narrativa controlada por la duración del acto verbal, la
suficiencia del nombre hecho imagen. Dicción que nos viene de Rubén Darío,
enumeración variable que prodigó Neruda, nitidez de la imagen que cultivó
Emilio Prados. Poeta, además, educado en el brío del terso coloquio latino, en
la precisión referencial, y en el fraseo isabelino, ese pronto arrebato.
Llamamos coloquial a esa poesía donde, como dijo Charles Olson, el verso
respira en la duración y la sílaba late en la acentuación. El poema es un
organismo vivo. La lectura, por ello, un pacto de fe: ¨Ve a las ciudades, libro
mío, y busca lectores/ demorados. Huye del halago y la hipocresía.” Y es,
también, un acto estoico de estirpe clásica: “La pregunta por el hombre no ha
cambiado…Son tiempos difíciles, pero vendrán peores.”
* JULIO ORTEGA
Perú, 1942. Después de estudiar Literatura
en la Universidad Católica, en Lima, y
publicar su primer libro de crítica, La
contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela
latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por
las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como
traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde
en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también
en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown,
donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es
director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard,
NYU, Granada y Las Palmas, y ocupó la
cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las
academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido
la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor
honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad
Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara,
México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego
Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación
Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica,
EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en
Iberoamericana-Vervuert. Ha obtenido los
premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de
América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima).
De su crítica ha dicho Octavio Paz: "Ortega practica el mejor rigor crítico:
el rigor generoso."