EL CUADERNO VERDE
Encantador
de ballenas
Reforma
(19-Jul-2013).-
En 1970, el
flautista había cambiado de residencia. Vivía ahora en Victoria, la capital de
la provincia canadiense de Columbia Británica. Conoce entonces a un vecino que
era dueño de un acuario que tenía dos orcas. Esta amistad lo conduce a un
experimento que jamás había soñado.
Un
investigador está tratando de medir la inteligencia de las ballenas asesinas.
Le interesa saber cómo responden a la música. Hay que imaginar a Paul Horn, uno
de los jazzistas más destacados en la escena mundial, tocando la flauta en el
acuario para ver si eso constituye una forma de comunicación con una criatura
de ocho metros de largo y más de seis toneladas de peso.
Horn está
con los entrenadores de las orcas en la plataforma en donde las alimentan.
Éstas se mueven de un lado a otro. Uno de los expertos sugiere que en cuanto
una de ellas se acerque, comience a tocar la flauta y cuando se aleje, pare la
música.
No es una
investigación muy rigurosa, sin embargo, poco a poco se abre el encantamiento
del arte, las orcas empiezan a quedarse un poco más de tiempo para escuchar la
música. En el libro Una sinfonía de silencio (George A. Ellis, CreateSpace,
2012), Paul Horn plantea que el efecto producido no tan solo se dio en ellas.
Narra el proceso que vivió internamente:
"Me
afectó a mí también porque cuando tocaba música para las ballenas mi cabeza
estaba en un lugar distinto. No estaba ya pensando en términos musicales; tocar
la flauta era mi forma de comunicarles sentimientos. Sabía que estábamos
conversando mediante el sonido de la música". Es la misma forma con la que
Paul Horn ha comunicado las atmósferas internas más sutiles en obras como
Dentro del Taj Mahal y Visiones. Recuerdo la emoción de descubrir la música de
Horn gracias a una reseña crítica de la revista Plural que dirigía Octavio Paz
en los setenta.
Paul Horn,
quien también toca el piano, el clarinete y el saxofón, y se formó con talentos
del tamaño de Duke Ellington, dice que al comunicarse con las ballenas
asesinas, lo que está en juego es el arte de la improvisación que reaparece en
la música de jazz en el siglo 20. Horn señala que en los tiempos de Bach y
Mozart, la improvisación estaba muy viva. Sin embargo, de alguna forma se secó.
Los músicos dejaron de incluirla en sus presentaciones pero sigue siendo esencial
ya que implica la libertad de comunicar un nivel no verbal de sentimientos
delicados.
Un ejemplo
de ello le sucedió a Horn después en Vancouver. Fue invitado a un acuario en
donde una orca llamada Haida enfrentaba una situación desesperada. Su compañero
Chimo había muerto. Por varios días flotaba en el acuario, tendida e
indiferente. Rechazaba su dieta diaria de 46 kilos de arenque fresco. Haida se
ocultaba bajo el agua en duelo por su pareja.
¿Puede
suceder algo así? Paul Horn comenta: "A pesar de su tamaño, son criaturas
muy gentiles e inteligentes. Es por eso que sabía que tenía que tratar a la
deprimida Haida como si fuera un ser humano afligido".
El flautista
cuenta su experiencia: "El primer día traté de comunicarme con un poco de
música de Bach. La ballena seguía vagabundeando con tristeza. Entonces empecé a
improvisar con una especie de alegre música de danza irlandesa. Eso hizo el
truco. Haida batió su aleta. Para ser acariciada, levantó su nariz hasta la
plataforma de alimentación en donde yo estaba parado. Entonces se puso a
vocalizar en respuesta a mi música. Tenía un fantástico tono alto -llegaba
hasta 200 Hertz- y la voz de su canto era suave. Se podría decir que formábamos
un dueto muy alegre".
La
publicación Midnight Magazine reportaba en 1973 que Haida había vuelto a la
vitalidad. En un hermoso giro de esta historia, una mañana le pusieron una
grabación de su dueto con Horn. La reacción: Haida gruñó y empezó a salpicar el
agua juguetonamente con su aleta. El flautista había logrado una vez más el
misterioso arte de encantamiento que genera la música.
pepegordon@gmail.com
EL CUADERNO VERDE
Esmirna en llamas
Por José Gordon
En
el libro Amor y exilio, el novelista Bashevis Singer habla de la extrañeza de
encontrarse en una ciudad que jamás volverá a ver. En este caso se trata de la
Varsovia de 1935 que ya le parecía una ciudad extranjera: "Apenas
reconocía las tiendas, los edificios, los tranvías. Recordé unas frases de la
Guemará: 'Lo que está a punto de ser quemado es como si ya estuviera quemado',
y pensé, parafraseándolas, que lo que uno está a punto de abandonar es como si
ya lo hubiese abandonado".
Esta
es la sensación que retrata el libro de Homero Aridjis, Esmirna en llamas en
donde atestigua desde la literatura, la tragedia de un ex capitán del ejército
griego llamado Nicias -como el padre del poeta-. El superviviente de la
catástrofe de Asia Menor en 1922 se sentía dos hombres: "Uno que andaba
por la ciudad actual y otro que se recordaba en la ciudad pasada; uno que se
demoraba en situaciones irrecuperables y otro que trataba de encontrar una
salida en un presente cerrado".
Antes
de que Esmirna quede envuelto por las llamas ya está incendiado en la memoria
de Nicias en donde mito e historia se entrelazan. En busca de un amor perdido,
Nicias trata de encontrar a Eurídice quien había sido su compañera en los años
escolares. Esmirna tiene la forma de su rostro. Ella alguna vez le dijo:
"Me he cubierto con un manto hecho con retazos de viejas mitologías".
Esos mitos ya advierten la tragedia: "Cubierta con estos prestigios avanzo
descalza hacia el asesino armado hasta los dientes que me acecha en la próxima esquina".
La
relación de Grecia con la mitología es tal que poetas como Kavafis siguen
intuyendo la presencia de dioses que aletean sobre las colinas del paisaje
moderno. Incluso científicos de esta cultura, como George Zarkadakis, siguen
soñando con figuras míticas. Me dijo: "Detrás de mi entendimiento sobre el
mundo hay varias fuerzas en contienda queriendo gobernar el orden del universo
que no se da por sentado. Siempre está en un peligroso borde: Si los dioses no
luchan bien contra los titanes, por ejemplo, prevalece el caos... El universo
realmente no está en orden. En ese sentido, la mitología griega acertó al
predecir un futuro impredecible".
Aridjis
advierte ese principio que hace que los dioses no cumplan. Nos abandonan cuando
los necesitábamos.
Esmirna
en llamas es un homenaje y una exploración del laberinto de la identidad de la
cultura griega. Cuando en medio de las matanzas, Nicias se refugia en el
panteón, los planos del sueño y la realidad, de la vida y la muerte, se funden
de una manera alucinante: en una tumba destruida por los turcos, rodeado por
sepulturas abiertas y cadáveres desenterrados, ve cómo salen las almas de los
muertos, cómo van y vienen del lago del olvido al lago de la memoria y
viceversa.
El
ojo de Aridjis está atento a los signos que marcan a esta historia: observa el
deterioro de las higueras al igual que a una niña turca con sonrisa griega.
¿Qué quiere decir la sonrisa griega? ¿Es una sonrisa universal que a pesar de
todo pertenece a la inocencia y la esperanza?
Por
el lado del registro histórico Homero narra el Guernica de Esmirna, el horror,
la violación de mujeres con pechos cortados. El fuego del terror lo consume
todo, desacraliza a los dioses, quema árboles hasta las raíces. Los culpables
tienen nombre y apellido: Dejemal Pasha, el jefe del departamento de policía
turco; Mustafa Kemal, presidente de la Gran Asamblea Nacional Turca. Son los
vampiros de otros mitos que han sembrado la tragedia, ebrios de muerte. Aridjis
retrata la cobardía de un general griego con "piernas de vidrio" que
huye de su responsabilidad, también la indiferencia de los navíos aliados
impávidos ante las masacres, ante una masa sólida de humanidad desesperada que
quería huir de Esmirna.
Ante
la historia de una terrible infamia, Homero Aridjis apela al tribunal de la
memoria en donde se asoma una trágica y conmovedora justicia poética.
pepegordon@gmail.com
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Fecha
de publicación: 5 Jul. 13
Job
revisitado
Por
José Gordon
(21-Jun-2013)
En el dolor
de un hombre solitario encarna toda la injusticia y desgracia del mundo. Se
llama Job. En él piensa un joven solitario que siente que él mismo es Job.
Viaja en un tren en las afuera de París. Recién ha terminado la Segunda Guerra
Mundial. Todo su mundo se ha desvanecido en las cenizas del Holocausto. Un
hombre llamado Shushani lo aborda. El joven Elie Wiesel se inquieta ante la
mirada de ese vagabundo que resulta un erudito. Charlan sobre Job. Al bajar del
tren, Wiesel va a dar una plática a jóvenes refugiados, sobre el personaje
bíblico que no es judío pero que está ligado con el dilema de su alma, su
cultura, su memoria. ¿Qué sabes de Job?, le pregunta burlonamente Shushani.
Cuando el extraño diserta sobre el tema, Wiesel se da cuenta de que apenas
entiende lo que Job significa. Shushani se vuelve su maestro.
Años más
tarde, Wiesel describe a Job de una manera puntual. No pertenece al pasado. Es
nuestro contemporáneo. Dice Wiesel: "Conocemos su historia ya que la hemos
vivido. En tiempos de tensión regresamos a sus palabras para expresar nuestra
indignación, rebeldía o resignación. Job pertenece a nuestro paisaje más
íntimo, la parte más vulnerable de nuestro pasado".
La historia
de Job ha inquietado a innumerables narradores. Uno de ellos, José María Pérez
Gay, se conmueve con el relato de Job, del escritor Joseph Roth. Traduce la
novela. En el prólogo al libro Pérez Gay se asombra al atestiguar la forma en
que Job cruza los tiempos: "No sabemos cómo, pero vemos personajes
bíblicos desfilar ante nuestros ojos, que caminan por Nueva York en pleno siglo
XX".
Se trata de
migrantes del mundo europeo, de la Galicia polaca, en donde un pobre maestro
llamado Mendel Singer (el Job de Roth) y su familia viven una desgracia. En
medio de las condiciones de vida más difíciles, tiene un hijo (Menuchim) que
nace enfermo. Apenas puede apoyar los pies como un ser humano. Desesperada, la
esposa de Mendel visita a un rabino de un pueblo lejano que tiene fama de ser
milagroso. El rabino hace una profecía: "¡El dolor lo hará sabio, la
fealdad lo hará bondadoso, la amargura lo hará dulce y la enfermedad lo hará
fuerte!".
El tiempo
pasa y la bendición no se cumple. Los males se multiplican. Mendel ve crecer en
su corazón las llamas blancuzcas de la rebeldía. Los milagros existían en los
tiempos antiguos. Desde entonces ya no se producen.
Entonces se
da la posibilidad de escapar de ese mundo maldito y viajar a Estados Unidos
para que se salve al menos parte de la familia. En la mujer de Mendel resuenan
las palabras del rabino: "No abandones a tu hijo; quédate a su lado como
si fuera un niño sano". Han pasado muchos años y el milagro no ocurre.
Deciden dejar atrás a su hijo inválido al cuidado de unos vecinos.
En Nueva
York las desdichas continúan. Cuando están pensando en traer de Europa al hijo
enfermo, estalla la guerra. Golpe a golpe, las tragedias arrebatan a Mendel su
familia hasta dejarlo solo. Es un viejo que sueña con Menuchim y sabe que la
felicidad es un vestido prestado. ¿De qué sirve el ejemplo de Job?
La añoranza
y el dolor del mundo perdido aumentan todavía más. Mendel recibe noticias de su
hijo Menuchim. Alexei Kossak, un joven compositor y director de orquesta,
considerado un genio, busca a Mendel. Es paisano del mismo pueblo polaco. Le
cuenta al viejo una gran coincidencia: su padre, como Mendel, también era
maestro. Entonces viene la revelación de Joseph Roth: ¡Alexei es Menuchim!
Cuando ya no esperaba nada, Mendel ve cómo se cumple la profecía: "¡El
dolor lo hará sabio, la fealdad lo hará bondadoso, la amargura lo hará dulce y
la enfermedad lo hará fuerte!"
La novela es
el lugar del deseo y la redención, el lugar donde podemos imaginar el milagro y
la compasión a la que no se atreve el mismo Dios. De ese tamaño es la piedad de
Joseph Roth. Sucede entonces algo muy extraño: el mundo es más amplio y en
cierta forma se redime con un escritor de esa grandeza.
pepegordon@gmail.com
A
golpe de deseo
Por José Gordon
Hace veinte
años, José María Pérez Gay me planteó con entusiasmo su visión de lo que sería
Canal 22: un espacio cosmopolita, plural, con las ventanas abiertas a lo mejor
de la cultura mexicana, con las más arriesgadas series de la producción
internacional: el Mahabharata de Peter Brook; las novelas de Charles Dickens;
una conversación con Milan Kundera; obras de teatro de Shakespeare; la mirada
de Picasso; la serie Shoah, de Claude Lanzmann. En sus ojos brillaba la pasión
y el sueño, el deseo de compartir un mundo.
Ese es un
rasgo que lo distinguió. Se adelantaba a lo que iba a pasar. Su capacidad de
novelar no se quedaba limitada a la página escrita. Imaginaba el futuro y lo
narraba como si ya existiera en el presente. Hoy me hace recordar lo que
ocurrió con el escritor Elie Wiesel cuando en 1954 viajaba en barco a la India.
Conoció a un joven que le dijo que tenía ya un amigo si necesitaba algo al
llegar a Bombay. Le dio a Wiesel una tarjeta de presentación que decía:
"Futuro médico". Eso es lo que pasaba con Pérez Gay. Él ya narraba el
futuro Canal 22 aunque todavía no existía del todo.
Sus
conversaciones eran fascinantes porque, además de los diversos y eruditos mapas
intelectuales y artísticos que tejía, se gobernaban por la eficacia de un buen
relato. Fabulaba, le interesaba lo literariamente brillante más que lo
tediosamente correcto. Era novelista de tiempo completo. El arte se entreveraba
con la realidad cotidiana a golpe de deseo. Tal vez por ello escribió ya casi
al final de sus días: "Ninguna alucinación me ha inquietado, y me
inquieta, tanto como la de confundir todas las voces, todos los textos, todo lo
vivido".
Extrañamente,
la realidad tarde o temprano respondía de maneras sorprendentes a lo que
imaginaba. Eso pasó, por ejemplo, con la serie Shoah. En 1993, Me hablaba de la
importancia de que en los tiempos del revisionismo histórico sobre el
holocausto en la Segunda Guerra Mundial, el público mexicano pudiera ver por
televisión una obra de arte del tamaño del Guernica de Picasso. Sin embargo, en
esos días eso se quedó en deseo. En 1997, cuando Lanzmann vino a México tuve la
oportunidad de entrevistarlo. Me di cuenta de que conseguir la serie era más
que factible. Le hablé a Pérez Gay. Me dijo: "Tienes la autorización de
negociarlo en mi nombre en este mismo momento". Después de cerrar el
trato, en la tarde nos reunimos con Lanzmann en la oficina de Pérez Gay. No se
me olvida su sonrisa. Le brillaban los ojos de emoción y alegría. Cuando se fue
Lanzmann me dijo: "¿Te das cuenta lo que podemos tener en la televisión
mexicana?".
Cuando
entrevisté a George Steiner salió corriendo de las oficinas que tenía en
Tlalpan, cerca del Viaducto. Vio la conversación en las salas de edición de
Canal 22 en los estudios Churubusco. Sus cabellos blancos no podían disimular
su entusiasmo infantil: "¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta?". En el
Canal que imaginaba -a pesar de ser precario en recursos- convivían programas
especiales de Octavio Paz y conversaciones con Jorge Semprún, la inteligencia
de George Steiner y el talento plástico de Francisco Toledo, la creatividad de
Carlos Fuentes y el mundo de Julio Cortázar.
Pérez Gay
estaba siempre atento a la belleza y a la imaginación excepcional, como si
estuviera buscando un milagro. Por eso no me extraña que la novela Job de
Joseph Roth lo hubiera tocado tan a fondo. Él la tradujo y prologó en 2001. Es
la historia de una redención aparentemente imposible: ¿Qué podemos hacer ante
la injusticia y el daño que nos hacemos unos a otros?
De pronto
aparece un narrador que a golpe de deseo nos marca otras posibilidades tanto en
la ficción como en la realidad. Ese es tal vez el milagro que buscó siempre
Pérez Gay, un arte de la vida que sugiere las orillas de la eternidad y la
memoria.
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Fecha de publicación: 7 Jun. 13