EL CUADERNO VERDE
Tamayo: Mirar el infinito
Por
José Gordon
(May-2010).-
Un hombre pinta en un cuadro a otro que admira el cielo. El hombre que está fuera del cuadro admira la galaxia que es admirada por el otro hombre que está dentro del cuadro. Ambos observan un conjunto de miles de millones de soles impregnados por las imágenes del cometa Halley y su larga cauda de polvo estelar.
Como en un juego de cajas chinas, una mujer observa fascinada al hombre que pinta un cuadro en el que se ve a otro hombre que mira al cielo. El pintor Rufino Tamayo se estremece al mirar el infinito y una mujer que escribe sobre la obra de Tamayo también se conmueve y busca que los lectores de su libro formen parte de la cadena de personajes que miran cómo el ser humano mira el infinito.
En el libro El arte cósmico de Tamayo, Norma Ávila Díaz trata de rastrear las huellas de las experiencias que dieron origen a las portentosas imágenes del espacio sideral que marcan a muchos de los cuadros del pintor zapoteca. Mediante una minuciosa investigación, búsquedas hemerográficas, testimonios y entrevistas con científicos y especialistas, Norma Ávila rastrea la trayectoria del ojo de uno de los artistas más importantes en el panorama de la pintura del siglo 20. ¿Qué es lo que vio? ¿Cómo se generó esa mirada? ¿Cómo se trasladó a su obra?
En esta búsqueda, Norma Ávila nos presenta algunas claves para apreciar algunos de los momentos seminales en la historia de la imaginación de Tamayo. Así podemos ver a un niño de once años que observa durante varias noches y madrugadas un pedazo de hielo con cabellera. Esa estampa se instala en su memoria. Acudirá a ella varias veces a lo largo de su vida. Para probar esta tesis, la investigadora rescata un valioso testimonio de Tamayo:
"Me acuerdo de una cosa de pavor en el pueblo: el famoso cometa Halley, que apareció en 1910 y tenía una gran cauda, tan larga como dos calles. Era una cosa impresionantísima y uno salía por las noches y en la madrugada a verlo con un profundo terror, pues se anunciaba que la cauda de ese cometa iba a rozar la Tierra en su último día. Entonces se empezó a asegurar que cuando eso ocurriera se iba a acabar el mundo. Y me acuerdo muy bien que toda la gente salía a las calles a hincarse y rezar para que no pasara nada. Al día siguiente volvió la calma, pero esa noche fue terrible."
Al lado del terror cósmico aparece una gran fascinación ante el espectáculo nocturno. Ávila documenta el interés que Tamayo tuvo por la ciencia durante toda su vida. Los nombres de sus cuadros no dejan lugar a duda: El astrónomo; Los astronautas; Galaxia; El hombre ante el infinito.
De especial interés son las comparaciones de imágenes de la exploración espacial con las de algunos cuadros. Este es el caso, por ejemplo, de una pintura llamada Torso de hombre (1969) y el módulo lunar del Apolo 11. Es evidente la relación entre ambas figuras. Para reforzar esta tesis, Ávila encuentra declaraciones de Tamayo que plantean cómo en sus cuadros jugaba a una simbiosis entre las formas mecánicas y las humanas. La investigadora incluso revisa las colecciones de Tamayo de revistas científicas y del National Geographic para espiar al pintor en el momento en que encuentra una imagen o fotografía que se transfigurará en un cuadro. Este no es un rastreo fácil. Una obra de arte es la convergencia de un tiempo y una historia cultural. Así, Norma Ávila también sondea la herencia prehispánica, las huellas de los grandes maestros de la pintura y la exploración de los mitos. Tamayo sabía que, de acuerdo con los antiguos mexicanos, en las manchas de piel de los jaguares la naturaleza representaba las múltiples estrellas del cielo. El espacio ilimitado se puede pintar en la piel de un jaguar.
Ese infinito, de acuerdo con el físico Heisenberg, está más cerca de las personas que miran al mar. Lo mismo podríamos decir de aquellos que se asoman a los mares cósmicos del cielo y de aquellos que se asoman a la mirada de Tamayo.
pepegordon@gmail.com
Por
José Gordon
(May-2010).-
Un hombre pinta en un cuadro a otro que admira el cielo. El hombre que está fuera del cuadro admira la galaxia que es admirada por el otro hombre que está dentro del cuadro. Ambos observan un conjunto de miles de millones de soles impregnados por las imágenes del cometa Halley y su larga cauda de polvo estelar.
Como en un juego de cajas chinas, una mujer observa fascinada al hombre que pinta un cuadro en el que se ve a otro hombre que mira al cielo. El pintor Rufino Tamayo se estremece al mirar el infinito y una mujer que escribe sobre la obra de Tamayo también se conmueve y busca que los lectores de su libro formen parte de la cadena de personajes que miran cómo el ser humano mira el infinito.
En el libro El arte cósmico de Tamayo, Norma Ávila Díaz trata de rastrear las huellas de las experiencias que dieron origen a las portentosas imágenes del espacio sideral que marcan a muchos de los cuadros del pintor zapoteca. Mediante una minuciosa investigación, búsquedas hemerográficas, testimonios y entrevistas con científicos y especialistas, Norma Ávila rastrea la trayectoria del ojo de uno de los artistas más importantes en el panorama de la pintura del siglo 20. ¿Qué es lo que vio? ¿Cómo se generó esa mirada? ¿Cómo se trasladó a su obra?
En esta búsqueda, Norma Ávila nos presenta algunas claves para apreciar algunos de los momentos seminales en la historia de la imaginación de Tamayo. Así podemos ver a un niño de once años que observa durante varias noches y madrugadas un pedazo de hielo con cabellera. Esa estampa se instala en su memoria. Acudirá a ella varias veces a lo largo de su vida. Para probar esta tesis, la investigadora rescata un valioso testimonio de Tamayo:
"Me acuerdo de una cosa de pavor en el pueblo: el famoso cometa Halley, que apareció en 1910 y tenía una gran cauda, tan larga como dos calles. Era una cosa impresionantísima y uno salía por las noches y en la madrugada a verlo con un profundo terror, pues se anunciaba que la cauda de ese cometa iba a rozar la Tierra en su último día. Entonces se empezó a asegurar que cuando eso ocurriera se iba a acabar el mundo. Y me acuerdo muy bien que toda la gente salía a las calles a hincarse y rezar para que no pasara nada. Al día siguiente volvió la calma, pero esa noche fue terrible."
Al lado del terror cósmico aparece una gran fascinación ante el espectáculo nocturno. Ávila documenta el interés que Tamayo tuvo por la ciencia durante toda su vida. Los nombres de sus cuadros no dejan lugar a duda: El astrónomo; Los astronautas; Galaxia; El hombre ante el infinito.
De especial interés son las comparaciones de imágenes de la exploración espacial con las de algunos cuadros. Este es el caso, por ejemplo, de una pintura llamada Torso de hombre (1969) y el módulo lunar del Apolo 11. Es evidente la relación entre ambas figuras. Para reforzar esta tesis, Ávila encuentra declaraciones de Tamayo que plantean cómo en sus cuadros jugaba a una simbiosis entre las formas mecánicas y las humanas. La investigadora incluso revisa las colecciones de Tamayo de revistas científicas y del National Geographic para espiar al pintor en el momento en que encuentra una imagen o fotografía que se transfigurará en un cuadro. Este no es un rastreo fácil. Una obra de arte es la convergencia de un tiempo y una historia cultural. Así, Norma Ávila también sondea la herencia prehispánica, las huellas de los grandes maestros de la pintura y la exploración de los mitos. Tamayo sabía que, de acuerdo con los antiguos mexicanos, en las manchas de piel de los jaguares la naturaleza representaba las múltiples estrellas del cielo. El espacio ilimitado se puede pintar en la piel de un jaguar.
Ese infinito, de acuerdo con el físico Heisenberg, está más cerca de las personas que miran al mar. Lo mismo podríamos decir de aquellos que se asoman a los mares cósmicos del cielo y de aquellos que se asoman a la mirada de Tamayo.
pepegordon@gmail.com
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