Hombre de celuloide
¡recomendación o advertencia!
Los tres retratos de Wilde
Fernando Zamora
Twitter: @fernandovzamora
“Todo arte es completamente inservible”, escribió Oscar Wilde al final de su prólogo al Retrato de Dorian Gray. Porque el arte no está al servicio de nada, no sirve para nada. Como todo lo mejor del mundo, depende sólo de intenciones volátiles y gratuitas. En esta frase: All art is quite useless uno podría detenerse a pensar. Porque El retrato es La Poética de Wilde; una poética en la que el escritor se retrata en su propia trinidad de cinismo, juventud y arte. Dorian Gray se ha convertido además en paradigma literario. Junto al Quijote, junto a Hamlet, ahí está: El señor Gray o, mejor, su retrato.
La película de Oliver Parker no agrega nada nuevo al mito, es cierto, pero tampoco lo desmerece. Resulta vacuo, sí, querer dar al personaje literario un trasfondo psicológico que el autor no quiso darle. El pequeño Dorian sufriendo abusos del abuelo sobra, sí, pero hay algo que brilla al fondo. Es Wilde. O más bien, los tres retratos de Wilde: El joven que quiere —y puede— devorar al mundo, el padre y esposo aburguesado que escapa hacia los barrios bajos de Londres para dejar de oler a familia y, claro, el artista solitario y en muchos sentidos triste que también fue. Sólo otra obra suya tendría tanto de autorretrato: en Salomé, Wilde es al mismo tiempo ramera y santo. Es Salomé y es Juan el Bautista.
Basil, Dorian y Wotton son pues, todos, Oscar Wilde. Y uno podría argumentar que también Cervantes es Don Quijote y que Goethe era un Fausto. Uno podría decir en última instancia que todo personaje del cine y la literatura trae consigo una especie de marca de agua de su creador. Pero los personajes de El retrato de Dorian Gray, son algo más que literatura: son alegorías que sirven a su creador para poner en escena una visión estética del mundo. Con ellos, y en tono de fábula moralista, Wilde expresa su miedo al infierno: ganar el mundo, pero perder el alma y, como esos otros dos portentosos poetas homosexuales, Pier Paolo Pasolini y Yukio Mishima, adivina en su obra (o tal vez inventa) su destrucción.
Y sí: la película de Parker no aporta nada al mito de Wilde, pero hay que decir en su descargo que el filme se mantiene con finura en la raya de la vulgaridad: he visto adaptaciones de El retrato en televisión, en cómic mexicano y en una que otra película porno y ésta no es la peor. No es tampoco la mejor que, yo diría, es la adaptación de 1945 del neoyorquino Albert Lewin. Ésta sí que tiene que verse (y sería fácil hacerlo, gracias al internet), pero el Dorian Gray de Parker no está mal, con todo y que los efectos especiales producen más sonrisas que sustos.
Por otra parte es necesario desmentir de una buena vez el lugar común que dice: “el libro siempre es mejor que la película”. Claro que no. Ahí están Muerte en Venecia y El padrino para demostrar lo contrario. Y aunque con la obra maestra de Wilde, Oliver Parker la tenía difícil hay que decir también que con semejante libretista el director hubiese podido brillar un poco más.
El retrato de Dorian Gray (Dorian Gray). Dirección: Oliver Parker. Guión: Toby Finlay basado en la novela de Oscar Wilde. Fotografía: Roger Pratt. Música: Charlie Mole. Con: Ben Barnes, Colin Firth, Ben Chaplin y Rebecca Hall. Gran Bretaña, 2009
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