JUAN VILLORO EN SU COLUMNA EN REFORMA
"Dígame a quién mato y lo hago": ¿Arreglar el País?
Contra el miedo
Juan Villoro
3 Sep. 10
El 14 de febrero de 1989, el ayatolah Jomeini dio a Salman Rushdie un nefasto regalo de San Valentín: la fatwa que ponía precio a su cabeza. El novelista se convirtió en héroe de la libertad de expresión. Lo mismo ocurrió con Roberto Saviano, que desafió a la camorra napolitana. En México, una mujer ha querido que la pluma sea más fuerte que la espada.
Lydia Cacho fue secuestrada después de la publicación de Los demonios del Edén, que descubría redes de pornografía infantil. El gobernador de Puebla, Mario Marín, y el empresario de origen libanés Kamel Nacif fueron descubiertos en un plan para amedrentarla y torturarla. Todo México oyó las grabaciones en las que parecían recitar parlamentos de un perturbado dramaturgo, pero no se hizo justicia. Cacho relató los sucesos en Memorias de una infamia. La autora ha recibido el Premio Ginetta Sagan de Amnistía Internacional, el Guillermo Cano de la UNESCO y el yo Dona, en España. En Cancún está al frente del CIAM, albergue para mujeres y niños maltratados. En este centro excepcional fui testigo del proceso de sanación de las víctimas. Le pregunté a un niño de seis años qué era lo más valioso que había aprendido ahí: "Descubrí que tenía emociones", dijo. Hasta entonces, el sentimiento significaba para él una amenaza.
Cacho acaba de publicar Esclavas del poder, donde investiga las redes de prostitución y el tráfico de mujeres en cinco continentes. La yakuza japonesa, las mafias rusas, el "triángulo dorado de la droga" en Afganistán, la economía de sombra de China, las bodas con niñas de 13 años en Palestina y el lavado de dinero en los paraísos offshore forman parte de un entramado donde la sexualidad se somete a los caprichos del poder.
La globalización ha traído un nuevo tipo de esclavitud. Miles de mujeres son llevadas a países donde las despojan de sus documentos. Esta supresión de la identidad se considera un delito menor y sin embargo permite la compraventa mundial de esclavas. A largo plazo, la principal repercusión de los trabajos de Lydia Cacho ocurrirá en la esfera del Derecho. Sólo con una nueva legislación se frenará la manipulación de personas.
Esclavas del poder se sirve de la técnica de "periodismo de inmersión" con la que Günter Wallraff reveló las condiciones de vida de los inmigrantes turcos en Alemania. El recurso ha sido polémico. ¿Hasta qué punto puede alguien adentrarse en un ambiente ajeno? Cuando un periodista finge una identidad para ser testigo clandestino, la historia de cómo hizo el reportaje suele ser más interesante que el reportaje mismo. La suplantación falsifica. Cacho no abusa del procedimiento; lo utiliza para espiar zonas inaccesibles: llega en limusina a una sofisticada red de prostitución en Camboya y se disfraza de monja para entrar en los prostíbulos de niñas en La Merced.
Una de las reflexiones centrales del libro es que la pornografía y la prostitución regulada contribuyen a "normalizar" un problema mayor: el secuestro y la esclavitud. En un burdel de México, la película Pretty Woman se exhibe como fábula de autoayuda. Un hombre desempeña ahí el mismo papel que Richard Gere en la cinta, convenciendo a una esclava de que la adora y que algún día saldrá de ahí. La prostitución de lujo (ejercida en presunta libertad) favorece la esclavitud en la medida en que sugiere que la servidumbre tiene mejorías: de la prisión perpetua a la libertad condicional.
Con una empatía que no cede al sentimentalismo, Cacho registra el testimonio de una estadounidense que sobrevivió a las torturas de la yakuza, y comenta con acierto que el verdadero poder de las mafias no depende de la violencia en sí, sino de la "protección" que ofrecen a través de la violencia.
Otro punto relevante es la complicidad de las familias que fomentan que las jóvenes sean raptadas y les impiden reintegrarse en la casa cuando desean volver. Detener el tráfico es un desafío policiaco, pero sobre todo educativo.
Una frase condensa el libro: "Su mayor poder es nuestro miedo". ¿Es posible resistir en la debilidad?
Lydia Cacho ofrece una parábola al respecto. Después de su viaje por medio mundo, regresa a Cancún y va a un restaurante. Ahí, un hombre le envía una botella de champaña. Acostumbrada a recibir afrentas en forma de regalos, rechaza el obsequio. El hombre insiste; ella no cambia de opinión. Luego él la alcanza en un pasillo y le comenta que no son tan distintos como parece: también él quiere cambiar al país, sólo que más rápido: "Dígame a quién mato y lo hago". Cacho no reacciona ante los nombres que él menciona.
Un aforismo de Canetti define la situación: "El enemigo de mi enemigo no es mi amigo". La venganza no es justicia.
El hombre sabe que la periodista no puede dar una orden de muerte. Entonces sugiere que deje caer una servilleta, como un acuerdo para que él proceda.
Lydia Cacho regresa con sus amigos y les pide que pongan las servilletas sobre la mesa. Ninguna debe caer al suelo. Las aferran hasta que el vengador se marcha.
Nunca una servilleta estuvo tan segura.
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