Mexico City, October 16, 1968: U.S. sprinters Tommie Smith (centre) and John Carlos (right) take the podium for their medal ceremony and raise their fists in the Black Power salute. Also pictured is Australian runner Peter Norman who wore a civil rights badge in solidarity.
Medalla de piedra
Juan Villoro15 Oct. 10
Reforma.com
Tommie Smith, ganador de los 200 metros planos en las Olimpiadas de México 68, ha puesto a la venta su medalla de oro. Lo vi correr en el estadio de Ciudad Universitaria. Cuando subió al podio para oír el himno de Estados Unidos, se puso un guante negro y lo mantuvo en alto. John Carlos, que había quedado en tercer lugar, hizo lo mismo. "Black power", me explicó mi padre: "protestan contra la opresión a la raza negra".
Fue una estampa inolvidable en unos juegos de alto contenido político. En la ceremonia inaugural, el público abucheó a la delegación soviética por la invasión de Checoslovaquia. Semanas antes, el movimiento estudiantil había sido masacrado en Tlatelolco. En los muros de la ciudad había carteles con una paloma blanca y los aros olímpicos. En las noches, la paloma se teñía de rojo.
El retiro de los deportistas es mucho más largo que sus proezas. Aquellos tres velocistas de 1968 avanzaron hacia un destino incierto. El australiano Peter Norman, que quedó segundo, murió en la pobreza en 2006. Smith y Carlos viajaron a Melbourne para cargar su féretro. Por un momento, las cámaras los retrataron como en 1968 (también entonces Norman había sido invisible: los guantes negros acapararon toda la atención).
Smith ha tasado el valor de su medalla en 250 mil dólares. No es raro que una presea se convierta en moneda de cambio, pero sí que sea vendida por quien convirtió su triunfo en protesta cívica. De manera tal vez simbólica, el protagonista extravió el otro objeto que lo volvió famoso: el guante de la dignidad. La prenda se perdió en una mudanza. Eso le da mayor realce. Smith será siempre recordado por el guante negro, que mantuvo en alto en la noche mexicana. Es una fortuna que no pueda venderlo.
Mientras Smith y Norman protestaban contra el oprobio racial, el reinventor del arte de correr era arrestado en Praga. Emil Zátopek, medallista en Berlín y Helsinki, creador de la técnica del "sprint final", plus- marquista que conquistó desde los 10 mil metros hasta la carrera de maratón, fue condenado a trabajar en una mina por haber apoyado las reformas liberales de Alexander Dubcek. En 1968 Smith recorrió 200 metros en asombrosos 19.83 segundos y los pulmones de Zátopek comenzaron a respirar uranio.
Editorial Anagrama acaba de publicar la traducción al español de Correr, novela de Jean Echenoz que traza la vida de Zátopek. ¿Cuál es el verdadero trofeo de un atleta? Al igual que Tommie Smith, la "Locomotora Checa" se atrevió a ejercer la crítica. Cuando se opuso a la Unión Soviética tenía 46 años y ya no podía competir, pero merecía apoyo a cambio de sus triunfos. No tuvo la jubilación de los ex atletas que engordan entre sus trofeos. Con la salud quebrantada por la mina, el héroe fue obligado a trabajar de barrendero. En las calles donde paseó sus trofeos ahora recogía basura. Sin embargo, la gente lo ovacionaba como antes. "No ha habido en el mundo basurero tan aclamado", escribe Echenoz.
Es imposible saber lo que Zátopek sentía ante esas muestras de admiración. ¿Podía disfrutarlas o lo llenaban de nostalgia por la juventud en la que fue un dios a cielo abierto?
Cuando compitió en las Olimpiadas de Helsinki, Zátopek supo que Paavo Nurmi, leyenda de las carreras de fondo, se dedicaba a vender camisas. De inmediato fue a su tienda. Los precios eran excesivos, y no sólo para alguien que venía del socialismo (el astro finlandés había convertido su celebridad en especulación textil). Aun así, Zátopek le compró una camisa. Pero no pudo usarla; le quedaba chica y la tela picaba.
Cuando se quitó esa prenda para ponerse la camiseta roja con el número 903, con la que ganaría los 10 mil metros, el corredor checo supo que al retirarse no debía hacer algo tan prosaico como su colega Nurmi. El destino le permitió que así fuera, pero de modo trágico. Convertido en disidente, pasó de la mina de uranio al camión de la basura y acabó en un sótano de la burocracia deportiva.
Se necesita fiebre de huida para correr sin freno. Tan sólo en sus entrenamientos, Zátopek corrió suficientes kilómetros para darle tres vueltas al planeta. De tanto avanzar, quiso cambiar la tierra que pisaba. Pero fue detenido.
Otro escapista, Tommie Smith, huyó en nombre de su raza y ahora busca una ventanilla donde empeñar su trofeo. Los griegos se pusieron a salvo de esta tentación con las coronas de laurel. Es un error que las medallas sean de oro, plata y bronce. Sugieren que el mérito tiene precio y fomentan que un atleta utilice su retiro para especular con camisas que pican. Encandilado por la medalla, Smith equivocó sus prioridades; en vez de guardar el guante en una caja fuerte, guardó la medalla. Su récord tuvo 11 años de vigencia, pero su protesta es imborrable.
Entre las muchas lecciones de los 33 mineros chilenos que volvieron a la superficie después de 69 días bajo la tierra, se encuentra ésta: Mario Sepúlveda, que fungió de portavoz de sus compañeros en el encierro, emergió con un saco lleno de regalos, y repartió piedras entre quienes lograron el rescate. ¿Hay trofeo más profundo?
Mario Sepúlveda regaló a todos los presentes piedras minerales
que sacó de una bolsa que llevaba especialmente preparada.
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