Feliz año nuevo
2011
Primera edición de 2011
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Hombre de celuloide
Frontera
Fernando Zamora
@fernandovzamora
Ajami es el nombre de un barrio árabe en Tel-Aviv, una ciudad que como México, Mumbai o São Paolo está hecha de contrastes económicos; la diferencia estriba, tal vez, en que a dichos contrastes, Tel-Aviv-Yafo (éste es su nombre oficial) incorpora contrastes históricos y políticos que dan al barrio un particular tipo de violencia. En Ajami, entran en contacto dos o más realidades fronterizas que a menudo se solucionan simplemente matando.
La trama de la película es suficientemente barroca como para justificar esos cambios temporales a los que nos tenían acostumbrados González Iñárritu y Guillermo Arriaga; pero no nos confundamos, son cambios que tampoco inventaron ellos, antes ya habían jugado con estas historias para armar Tarantino y (desde los años veinte) Carl Theodor von Dreyer. La cosa va así: el guionista nos regala un capítulo de la historia que más tarde se complementa con otro (uno que no necesariamente le sigue en orden temporal) construyendo, poco a poco, un guión temporalmente complejo que al final es coronado con una clave de bóveda que sostiene toda la estructura narrativa. Los medievales solían adornar estas claves o dovelas centrales que sostenían arcos y cúpulas, con las imágenes más hermosas. En forma similar, Yaron Shani y Scandar Copti, adornan su propia pieza de resistencia con el exquisito monólogo de un niño que, como Rimbaud, encuentra que la vida está en otra parte. El niño se llama Nasri, dibuja cómics para escapar de la violencia de un barrio en el que se cruzan todos los racismos, los odios y las diferencias culturales e ideológicas que (en un amplio panorama) hacen que el conflicto Israelita-Palestino sea lo que es. Sin embargo es importante aclarar que en la escritura de un guión, un conflicto, si realmente lo es, no surge del roce entre buenos y malos. Más grande es el conflicto cuando mayor razón y verdad hay en ambas partes. Justamente por eso la producción israelita ha sido tan cuidadosa en la creación de sus personajes; como Nasri, los directores y guionistas han dibujado a sus protagonistas árabes con verdadero amor; tanto que me han recordado aquella pequeña joya del cine Israelita que dirigió Eytan Fox y que se llamaba Ha Buah. En Ajami el amor no es erótico, sino filial. Nasri, el niño que dibuja cómics expresa en aquel final que me ha gustado tanto, que junto a su hermano se siente cómodo, protegido. Efectivamente, el detonador de esta película es el afán de Ilham el hermano mayor, por defender a su familia. Un mal entendido en un barrio como Ajami, en una ciudad de frontera, puede ser fatal. Y este es el tercer elemento que me gustaría subrayar en esta película: No sólo tiene un guión excelente y una puesta en escena tan inteligente que ha sido construida ahí mismo, con personajes reales (como Gomorra, de Matteo Garrone) Ajami es una profunda reflexión de lo que significa pertenecer a la frontera, una frontera entre el estado real y el estado ficticio, entre la democracia y la ley de los beduinos, entre el bien de la civilización y el salvajismo del desierto.
FICHA
Ajami (Ajami). Dirección: Yaron Shani y Scandar Copti. Guión: Yaron Shani y Scandar Copti. Fotografía: Boaz Yehonatan Yaacov. Con: Fouad Habash, Nisrine Rihan, Elias Saba, Youssef Sahwani, Abu George Shibli, Israel, 2009
Escolios
Ruido de fondo
Armando González Torres
Esos años dejaba la televisión encendida, mientras perdía el sentido con un licor barato o se agotaba con la lectura furiosa, nerviosa de un libro. Cuando, atormentado por la sed o una pesadilla, despertaba bruscamente, el escuchar las voces en la pantalla lo confortaba de su soledad, eran como los plácidos murmullos de una noche de campo, o como unos pájaros silvestres que le anunciaban el amanecer. El ruido tecnológico es un mecanismo defensivo contra el amenazante amago de introspección del silencio, contra ese mudo recordatorio del aislamiento y de la muerte. La modernidad, dice David Le Breton, en El silencio (Sequitur, 2006) es la época de la saturación acústica, del traca traca y el zumbido que invaden, con su fobia al silencio, la experiencia íntima y el derecho al recogimiento. El bullicio de los aparatos electrónicos, la palabra mediática, la información incesante irrumpen en la cotidianeidad y forman un continuo sonoro que exorciza el silencio, que desvirtúa la jerarquía y la intensidad de los mensajes y que comunica lo trivial y lo dramático con el mismo cliché y el mismo tono exaltado. En este aluvión de ruidos y avisos escandalosos, indiferentes al contenido, no parece existir espacio para la calma y el distanciamiento que permitan equilibrar la palabra con el silencio.
En su libro, revelador y perturbador, Le Breton realiza múltiples “aproximaciones” al silencio, desde sus usos sociales hasta sus derivaciones místicas. Para el autor, el ritmo de la sucesión entre silencio y palabra está a menudo normado socialmente y adquiere distintas significaciones. Tanto la velocidad o la pausa excesiva pueden ser inadecuadas en determinadas situaciones sociales y hay un “estatuto de participación” que norma, desigualmente por supuesto, el intercambio de la palabra, de acuerdo a circunstancias y jerarquías (de clase, edad y género). El arte de la urbanidad trepadora consiste en respetar esta economía de silencios y palabras: no ser el callado que se niega a participar en el convite comunicativo, ni el locuaz que altera la normalidad del intercambio. Pero si el silencio es un recurso social polisémico, también es una vía de conocimiento personal y espiritual. En este sentido, el silencio no es ausencia de ruido sino percepción de nuevas y más ricas manifestaciones sonoras, que restauran, por un momento, la unidad perdida entre el hombre y el mundo y le brindan un apartamiento propicio para la búsqueda interior o la comunión con lo divino. La iniciación ascética, por ejemplo, suele darse, más que con la prescripción oral, con la imitación silente, pues el silencio no prescribe, sino que autorrevela y libera. Para el ya iniciado, el silencio despoja del peso de lo material y profano y lo hace disponible a la revelación o la gracia de sus dioses. Sin pretender tanto, es posible hacer una pausa e imaginarse que, en cada instante de silencio escamoteado al ruido ambiente, se respira un poco de infinito.
Archivo hache
Mi Top Ten (menos dos) de libros 2010
Heriberto Yépez
hyepez.blogspot.com
Podría decir que los mejores libros que circulan en México-2010 son Dublinesca de Vila Matas; Blanco nocturno de Piglia; El sueño del celta de Vargas Llosa; El don de la vida de Vallejo o El Tercer Reich de Bolaño. Pero ninguno altera un ápice al arte de la novela ni son siquiera los mejores de sus autores.
Mi top ten no es espectacular o ameno. Son libros de conocimiento.
1: Mejor libro didáctico: Signatura rerum. Sobre el método (Anagrama) de Giorgio Agamben.
2: Mejor inédito: Una lectura de Kant. Introducción a la Antropología en sentido pragmático (Siglo XXI Editores) de Michel Foucault. Conecta al Foucault joven con el último.
3: Mejor reedición: ¿Qué es un autor? de Foucault (Ediciones Literales), con epílogo útil de Daniel Link. No pueden morir sin leer esta conferencia.
4: Obra maestra: Lógica formal y lógica trascendental. Ensayo de una crítica de la razón lógica de Husserl, que la UNAM alega que publicó en 2009 pero realmente circuló este año. Esta obra de Husserl está llena de planteamientos revolucionarios, disimulados por su tecnicismo. Una bomba para entender la razón humana.
5: Mejor póstumo: La cultura mexicana en el siglo XX (Colegio de México) de Carlos Monsiváis. Si hay un libro de Monsiváis que puede despertar debates, correcciones, anotaciones, es este compendio de 500 páginas. No lo tomen como un libro más de Monsiváis. Hay que debatirlo.
6: Mejor traducción: los dos tomos de Un peregrinar sin nombre. Ein Wallen, namenlos. Una antología conmemorativa (La Cabra Ediciones) del poeta y prosista Gottfried Benn, hecha por su José Manuel Recillas: imprescindible.
7: Escritor del año: Mario Bellatin, por atreverse a autopublicar su obra entera en Los Libros de Bellatin.
8: Cuando los escritores mexicanos pensamos en editoriales vienen a la mente las más grandes (transacionales) o las más sonadas (supuestamente independientes) pero si somos honestos es claro que la mejor colección que ha hecho una editorial mexicana en los últimos años ha sido la de una casi desconocida: Alias.
Alias se dedica a publicar escritos de artistas. Sus autores son Duchamp, John Cage, Lawrence Weiner, Robert Smithson, Gabriel Orozco, Cildo Meireles, Hélio Oiticica… lo mejor del arte contemporáneo.
Sus libros, además, son baratos, tienen buen diseño y en este 2010 publicaron el mejor libro y antilibro coleccionable del 2010: Una página de chistes de Ad Reinhardt: www.aliaseditorial.com
Alias no se ha equivocado en uno solo de sus 12 títulos. Cada uno es innovador teórica y escrituralmente, distinto a todo lo demás en el mercado editorial. Alias es la editorial mexicana más interesante.
La próxima semana diré cuáles alego que son los dos libros más enriquecedores del 2010. Adelanto: no son esas novelas convencionales que tanto le gustan a los reseñistas.
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