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carátula de la novela
Una reseña de Soledad Quereilhac en el ADN La Nación, nos introduce en la novela Némesis de Philip Roth, publicada este mes en Mondadori y que ya se encuentra en Lima, como comenté hace unos días (lo que parece un milagro, tomando en cuenta de que las novedades tardan en llegar o no llegan nunca ¿alguna vez vendrá el libro de Banville publicado por Anagrama en octubre del año pasado?). La reseña resalta algo que, desde el título, y para todos los que hemos leído la novela resulta obvio: la tragedia con tintes mitológicos griegos que se esconde detrás de una historia urbana.
Dice la reseña:
En la mitología griega, la diosa Némesis es quien gobierna la justicia retributiva, es decir, quien implementa los castigos para aquellos hombres y mujeres que hayan desobedecido a sus padres, traicionado a sus amantes o actuado con desmesura por sobre su mera condición de humanos, en desmedro del equilibrio universal. Némesis actúa como una compensadora de fuerzas, integrando esferas incompatibles en el imaginario moderno como la justicia, la venganza y el castigo. No casualmente el nombre de la diosa le da título a la última novela de Philip Roth, uno de los escritores vivos más reconocidos y brillantes de la literatura norteamericana. Si bien no hay deidades griegas en la historia, existe sí, marcado a fuego en la personalidad del protagonista, Bucky Cantor, un agobiante sentimiento de culpa que actúa como una némesis internalizada, como una fuerza ya no mística sino resultado de la educación recibida de su abuelo inmigrante y de cierta asunción omnipotente de la responsabilidad sobre sus actos.
Bucky Cantor es un joven entrenador de educación física que, a sus veintitrés años, dirige un centro de recreación durante el agobiante verano de 1944, en Newark, estado de New Jersey, ciudad que reaparece en numerosas novelas de Roth (como La conjura contra América ,Zuckerman desencadenado, El lamento de Portnoy y las memorias Patrimonio. Una historia verdadera ). Admirado por todos los niños del centro de recreación, entre ellos el narrador de esta historia, Arnie Mesnikoff, Bucky es descripto como un fornido atleta cuya entereza física era equivalente a su solidez moral y a su inquebrantable vocación por transmitir autoconfianza en los niños. En los recuerdos de un Arnie ya adulto que recobra con notable eficacia su perspectiva infantil, “sus labios carnosos estaban tan bien definidos como sus músculos”, sus orejas asemejaban “las alas en los pies alados de la mitología” y su rostro era “de hierro forjado, resistente al desgaste, revelador de una asombrosa energía, el rostro de un joven robusto en el que podías confiar”. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en los que la gran mayoría de los jóvenes habían sido llamados a combatir en Europa y en Japón, la miopía de Cantor lo retuvo en Newark, concretamente en el barrio judío de Weequahic, y su presencia entre aquellos niños lo convertía en “un hermano mayor idolatrado, protector, heroico, sobre todo para los chavales que tenían a sus propios hermanos mayores en la guerra”. Cuando décadas más tarde, en 1971, Arnie se reencuentra casualmente con Cantor en la calle, descubre que aquel rostro de hierro forjado está sepultado en otro, más carnoso y avejentado, pero por sobre todo, rodeado de “un halo de fracaso indeleble” y “también desmoralizado por una vergüenza perenne”. ¿Qué sucedió entre uno y otro momento?
Aquello que había desmoronado la entereza de Cantor y de muchos otros hombres, mujeres y niños que padecieron el tórrido verano de 1944 en Newark, incluido el narrador, fue nada menos que la epidemia de poliomelitis que azotó la ciudad y que dejó miles de personas tullidas de por vida, condenadas tarde o temprano a la silla de ruedas, cuando no a la muerte. Ése es el tema histórico de fondo que atraviesa todo Némesis , donde la figura del más heroico y activo enfermo de polio de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, se contrapone oblicuamente a la más modesta figura de Bucky Cantor, un joven expresamente educado por su abuelo para ser un pilar de su comunidad, un futuro padre protector y resistente a todo, un sujeto orgulloso de ser hombre y judío. Cantor se atribuye a sí mismo la responsabilidad de haber propagado la polio entre sus alumnos de Weequahic y luego entre los residentes de un campamento de verano en Indian Hill, en las montañas Pocono, al que se trasladó en medio de la epidemia. La novela cuenta así dos historias: la de los estragos de la epidemia de polio en tiempos en que la vacuna aún era una utopía (la primera vacuna empezó a aplicarse en 1954), y la de cómo Buck vive esa tragedia, intentando contener el pánico en un comienzo pero, al descubrirse portador de la enfermedad, inclinándose hacia una asunción culposa de los hechos.
(…)
Philip Roth suele hacer uso de su biografía como materia para su literatura. En La conjura contra América , una ucronía en la cual imagina el ascenso a la presidencia de Estados Unidos del popular aviador filo-nazi Charles A. Lindbergh y su pacto con Hitler, el narrador es un niño llamado Philip Roth que, al igual que el narrador de Némesis , vive en el barrio judío de Weequahic en Newark. Lo cierto es que Roth se crió en ese barrio y el hecho de que lo haya elegido como escenario de muchos de sus libros, junto con la zona del centro de Newark, le permitió ahondar críticamente en las convenciones y hábitos de esa comunidad, en las formas en que las familias inmigrantes judías se fueron incorporando a la cultura local, y también en el tipo de “neurosis” que la constante negociación entre padres e hijos sobre las obligaciones ortodoxas y las riendas sueltas de lo moderno generaba como un fenómeno colectivo.
En Némesis ingresan muchas percepciones de los hábitos del barrio que Roth ha descripto también en entrevistas: las reposeras playeras colocadas al frente de las casas durante las noches de verano, las extensiones eléctricas interminables que permitían escuchar radio en la calle, los paseos por la Avenida Chancellor. La construcción literaria de una zona de la ciudad con rasgos que la distinguen de otras es fiel a una percepción de la niñez: en palabras de Roth, “en nuestra imaginación infantil [?] Nueva York era para nosotros como Europa para Nueva York. Por eso, cuando me dicen: ‘Sos de Nueva York’ y yo les respondo, ‘no, de Newark’, escucho que insisten: ‘Bueno, es lo mismo’, pero no dejo de remarcar: ‘No, no lo es’”.
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