martes, 7 de junio de 2011

FALLECE JORGE SEMPRÚN EN PARÍS: "LA ESCRITURA O LA VIDA" SE FUE LA VIDA, NO ASÍ LA ESCRITURA. D.E.P., EL AMIGO DE LA HUMANIDAD


JUAN CRUZ ACERCA DE JORGE SEMPRÚN

Jorge Semprún. Foto: Juan Millás

Juan Cruz tiene en la memoria la historia contemporánea de la literatura en lengua castellana, y quien lo duda solo debe leer esas memorias generosas a veces, ajuste de cuentas otras, titulada Egos revueltos. Obviamente, Jorge Semprún es parte de esa galería de conocidos y lo que cuenta Juan Cruz en este obituario es muy interesante. La última visita a Semprún en París. Además, también aparece la entrevista que le hizo en el año 2010 a raíz de la edición de una completa biografía sobre el autor.

Cuenta Juan Cruz:

Estábamos junto a la cocina de su casa, en el tercer piso de un apartamento silencioso y lleno de recuerdos, de dos pisos. Nosotros estábamos arriba, en una mesa redonda desde la que escuchábamos los ruidos de los cacharros en los que se preparaba un guiso. Semprún estaba ahí a la vez sereno y rabioso, repasaba su historia y la de sus amigos, algunos de los que cuales fueron luego adversarios o enemigos. Recuerdo el furor que descargó contra Carrillo, por ejemplo, a quien le reprochaba el silencio que guardó sobre un decenio terrible, a partir de 1943, cuando el líder comunista mandaba sobre los comunistas del exilio. Sereno y rabioso al mismo tiempo, pero siempre lúcido. La memoria de Semprún era como la electricidad de sus ojos: minuciosa, insobornable. Por un dato podía cruzar una ciudad o el mundo. Entonces me pidió libros que acaban de publicarse en España, para nutrir su memoria, para alimentar libros que estaba pensando escribir, para seguir alerta con respecto a un país que es también, con el dolor que aturde su espina dorsal, el suyo, estuviera donde estuviera.

Juan Millás, el fotógrafo de EL PAÍS Semanal, merodeaba por la casa, haciendo su trabajo en silencio, y Jorge de vez en cuando reparaba en esa presencia. Qué estará haciendo, qué retratos de su intimidad estaría tomando el joven fotógrafo. Acababa de salir la biografía más larga y más completa sobre su vida y sobre su obra, y él estaba asustado hasta cierto punto, pues algunas cosas no le gustaron y, además, temía que ese disparadero biográfico lo pusiera en las manos del cotilleo. Ya él había escrito sus memorias, casi todas, pero aún le quedaban algunos trozos de vida que no le habían salido de su manera de contar. Un tiempo después vino a Madrid, y bajo el sol engañoso de febrero hizo algunas gestiones en la calle, vestido como solía, como un caballero moderno que escogiera sus camisas para empañar el tiempo que le había caído encima.

Antes de aquel último encuentro en París fui a verle con Daniel Mordzinski, ahí íbamos a hablar de Europa. Y esa vez el fotógrafo le pidió que posara en su cama, acaso la foto del dolor. Cuando acabamos la entrevista él quiso llevarnos a su restaurante favorito (“Ahí va ahora Obama, ¡pero yo lo vi antes, ja ja ja!”), y fue a prepararse para salir a la calle. Su suéter oscuro de cuello de cisne, su chaqueta de pata de gallo… Cuando subió los escalones que separaban su cuarto de este comedor donde meses más tarde estaríamos Millás y yo, en los ojos de Semprún estaba la crónica más precisa del dolor que le martirizó hasta la memoria. “No puedo, no puedo”.

En enero de este año le fui a ver, porque sí. Me recibió por la tarde; la casa ya estaba en penumbra y él seguía recibiendo encargos, invitaciones; su rostro era el del Semprún atormentado por el dolor que ha convivido con él hasta que ya no pudo más. Le llamó, mientras estuve allí, Basilio Baltasar, que le invitaba a un encuentro en Formentor. Sí, le apetecía mucho. Repartir memoria, recibirla. Castellet, tantos amigos, qué recuerdos de Formentor, Jaime Salinas, Barral, sí, iré. Con la mente y con las palabras estaba siendo el Semprún que reía ante la perspectiva de seguir viviendo, pero su rostro, el aire que se le había posado en los ojos, era el de una despedida ante la que se comportó con serenidad y con rabia, jamás con olvido. Un gran tipo cuya mirada no morirá jamás para aquellos que lo miraron de frente. Ahora miro la libretita en la que anoté mis preguntas y veo en torno a aquella mesa redonda a Semprún estrujándose la frente, el pelo blanco, buscando entre sus recuerdos el edificio personal que fue su vida. Mirando.


http://ivanthays.com.pe/post/6300156093

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