EL CUADERNO VERDE
Dos historias de hippies
Por José Gordon
La música nunca se detuvo -The Music Never Stopped-. Así se llama una película que apareció este año basada en un ensayo de Oliver Sacks titulado El último hippie (Un antropólogo en Marte. Ed. Anagrama). Sacks plantea que en 1977 recibió a un joven paciente (Greg F.) que padecía una amnesia causada por un tumor cerebral: no podía recordar nada de lo que le había sucedido en su vida. Sin embargo, la memoria de cierto tipo de música quedó intacta. Recordaba las canciones de los grupos de rock que lo marcaron en los años sesenta.
En 1968, como muchos jóvenes, Greg se dejó el pelo largo, se salió de la universidad en donde había sido un buen estudiante, se fue de casa y se unió a una cultura que enfrentó al "establishment", que exploró las drogas, la búsqueda de la libertad interna, de la utopía y "estados elevados de conciencia". Posteriormente, Greg se unió al movimiento Hare Krishna en Nueva Orleans. Después de un año su vista se empezó a nublar. El doctor Sacks cuenta que el Swami de Greg y otros compañeros, le explican que está creciendo su "luz interior". Greg se ajusta a su nueva realidad con una gran serenidad. La vista sigue borrándose pero él lo toma con la ecuanimidad de un iluminado. Cuando sus padres lo visitan en 1975 se llevan una enorme sorpresa: su hijo completamente rapado los saluda con una sonrisa beatífica. Es un hombre desapegado y ciego que siempre vive el presente. Dispara frases incoherentes junto con hilos sueltos de canciones. Los compañeros del templo empiezan a sentir cierta inquietud sobre la iluminación de Greg. El joven es internado en un hospital. Tiene un tumor cerebral que es extirpado. Pierde por completo la memoria. En este punto arranca la cinta de cine que no hace alusión a los años de Nueva Orleans de Gresg. Se centra en el poder de la música para reconectar a la familia. Dice Sacks: "La película es un testamento conmovedor no tan solo sobre el amor (y reconciliación) entre un padre y su hijo, sino también del poder milagroso que tiene la música para curar a un cerebro dañado. Recordar la música, escucharla o interpretarla, ocurre totalmente en el presente, y, mientras dura, puede tender un puente incluso en los abismos de la amnesia extrema o la demencia. La música puede ser más poderosa que cualquier fármaco". Cada vez que suenan las canciones de Grateful Dead o de los Beatles se enciende nuevamente el alma de Greg.
La otra historia sucede en 1972. Un joven muy inteligente inicia sus estudios superiores en la Universidad Reed, en Portland, Oregon, que resulta ser una de las más sofisticadas y caras. Después de seis meses, se da cuenta de que es insoportable el peso financiero que tienen que cargar sus padres adoptivos. Abandona la universidad. Sin embargo, asiste como oyente a algunas materias que le interesan. Duerme en los pasillos de los dormitorios de la comunidad estudiantil. Para sostenerse durante esos días, recoge botellas de refresco. Le pagan cinco centavos por cada pieza. Su único banquete ocurre una vez a la semana cuando camina unos doce kilómetros para llegar a un centro Hare Krishna en donde se ofrecía comida gratuita. Si novelamos esta historia tal vez, en algún momento, se cruzó sin saberlo con Greg.
El joven Steve Jobs consigue trabajo de técnico en la compañía Atari en donde se manufacturaban videojuegos. En las noches escucha canciones de Joan Baez. Con los recursos obtenidos decide viajar con un compañero a la India en búsqueda de la iluminación espiritual. Se rapa la cabeza y se viste a la usanza oriental. No encuentra lo que esperaba.
A su regreso, valora como nunca la iluminación que da un foco, el poder de cambio en el mundo del invento de Edison. Empieza una nueva aventura que lo llevará a través de varios años a liderar la ola de la revolución digital que marca nuestras vidas. En todo ello sobrevivió un pensamiento de su búsqueda hippie que compartió con nuevas generaciones. Lo rescató de la última publicación de The Whole Earth Catalog: "Mantente hambriento. Sigue haciendo tonterías".
pepegordon@gmail.com
La tercera mano
Por Juan Villoro
Un nuevo proceso judicial empaña la literatura: El hacedor (de Borges), Remake, de Agustín Fernández Mallo, podría ser retirado de las librerías por una disputa de derechos de autor. El tema se presta para revisar el proceso de construcción de la obra borgiana.
¿Por qué creemos una historia? ¿Qué determina la autoridad de la voz? Borges practicó un hábil truco para ser creído. Algunas de sus historias comienzan como algo que ya fue contado, discutido y en cierta forma olvidado. Un antecedente guía la trama; una versión previa acredita que eso fue cierto. Algunos flecos de la historia se han perdido, otros se han distorsionado, otros más se desconocen. Lo decisivo es que eso fue comentado y por lo tanto pertenece al orden de lo real.
Alan Pauls dedicó un libro imprescindible a explorar la forma en que se configura la originalidad borgiana: El factor Borges. En un capítulo se ocupa de la concepción de la escritura como una "segunda mano" que modifica un texto anterior. Eso ya se dijo antes, pero algo quedó pendiente, y es necesario contarlo. Para Borges, imaginar es una manera de corregir. El hacedor enmienda.
El lance maestro de esta técnica consiste en inventar con eficacia el antecedente que debe ser alterado. Algo difuso o equívoco imanta a la distancia. Una leyenda, un malentendido o una calumnia reclaman otro acomodo.
Para ser más convincente, Borges citó textos clásicos que presuntamente aludían a esa historia y los confundió con otros de su invención. Maestro de las falsas atribuciones, engañó incluso a su mejor amigo, Adolfo Bioy Casares, quien pidió en una librería de Buenos Aires un libro citado por Borges, que sólo existía en su mente.
El uso de apócrifos desconcertó a críticos incapaces de comprender que la bibliografía puede ser una forma de la fabulación. En sus ficciones librescas, Borges comentaba obras clásicas como si no hubieran sido leídas y daba por supuesto que se conocían obras imaginarias. Uno de sus adversarios fue Ramón Doll, al que recordamos por la magnitud de su error. Para el crítico, Borges era un ensayista parasitario que repetía a los clásicos como si fueran inéditos. A ese paso, acabaría por considerar que nadie había leído el Quijote.
Sin darse cuenta, Doll aceleró el proceso creativo de Borges. Su crítica se convirtió en el disparador de "Pierre Menard, autor del Quijote".
No hay tema más borgiano que el de la apropiación creativa de un texto ajeno. En rigurosa observancia de esta lógica, Agustín Fernández Mallo escribió El hacedor (de Borges), Remake. No se trata de una copia ni de un plagio, sino de un desprendimiento. Los relatos y las reflexiones de Borges son la matriz de textos que en nada se le parecen. Los pasajes originales que se insertan en el remake derivan en algo enteramente distinto, en modo alguno atribuible a la fuente primaria. "Originalidad: cuestión de estómago", escribió Valéry. Todo autor se alimenta de otros; lo importante es la forma en que los asimila.
Fernández Mallo hace explícito su juego. El sistema operativo de su libro, su código genético, comienza con otro libro: El Hacedor. Desde su primera novela, Nocilla dream, recurrió a textos ajenos para urdir un tejido propio. Una descripción científica, un mapa, un ensayo sobre las ciudades le servían para construir un discurso que cobraba otra entidad.
En su remake borgiano, el reciclaje no conduce a la parodia. Ni siquiera hay un tono "borgiano". A partir de historias previas, ya legendarias, Fernández Mallo arma dispositivos para contar. Borges no es su único estímulo. En uno de sus mejores pasajes, recorre los escenarios de La aventura, de Antonioni, filmándolos con una cámara digital. Poco a poco este ejercicio de exterioridad -un espejo para reproducir a través del tiempo- se transforma en un intenso tránsito interior.
La prosa de Fernández Mallo, seca y cortante, es lo contrario al énfasis y la virtuosa adjetivación de Borges. La realidad también se entiende en una clave muy distinta: lo que en el texto fuente es metafísica aquí asume un sentido hiperreal.
En un episodio, el autor, desvelado por el insomnio, dibuja una rebanada de pan y le traza ahí un círculo al modo de una ventana. Esa rebanada -desnudo trozo de materia- es una metáfora del libro: una superficie común, simplificada al máximo y horadada para ver cosas distantes. La más lejana -el universo- se llama Borges.
Curiosamente, esta vindicación de los vasos comunicantes se encuentra en entredicho por una presunta violación de derechos autor. María Kodama, viuda de Borges, comentó que no ha leído el libro y que sus abogados actuaron en forma automática, guiados por la ley. Un tema borgiano con solución kafkiana.
El escritor que se concibió como segunda mano podría ser usado para impedir la existencia de una tercera mano.
Borges no cambió la literatura: cambió el mundo. Los espejos, los laberintos y los tigres tendrían que pagarle copyright. Si los abogados y la heredera se desisten de su querella, no sólo permitirán que circule un libro: rendirán homenaje al inimitable Hacedor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario