viernes, 27 de septiembre de 2013

SUBRAYADOS DE REPORTAJES DE VIAJE FIRMADOS POR NOVELISTAS POETAS Y DRAMATURGOS: TABUCCHI VARGAS LLOSA Y BOLAÑO ENTRE OTROS:


07 Antonio Tabucchi
» Los solitarios en Yucatán


“La hora de la sobremesa está hecha para la siesta, porque México es un país de siesta. Dejan al borde de la piscina sus enormes sombreros de paja, acaso fabricados en Taiwán, en los que han escrito sus nombres con rotulador, Ulrike, Klaus, Alice, Renate, y se retiran a sus habitaciones, donde unos ventiladores de tipo colonial y una alfombra de colores colgada de la pared les confirma que se hallan realmente en México”.


EL PAIS

miércoles, 25 de septiembre de 2013

"EL DESNUDO TAMBIÉN ES PARA LOS HOMBRES" MUSEO D'ORSAY



El Museo d’ Orsay de París
...desnuda a los hombres


"La gran mayoría de artistas que representan a los hombres son hombres ellos mismos, así que vamos a ir desde el espejo narcisista del artista cara a cara consigo mismo, a una representación más masculina del deseo que puede aparecer en algunas de ellas"

Lee la nota completa en EL PAÍS: http://goo.gl/4gLTfi 



ENLACES
VISITA EL LINK DEL MUSEO D'ORSAY CON ESTE TEMA:

SEÑORES SIN TAPUJOS: Imágenes de algunas de las obras allí expuestas.
http://goo.gl/oux0h8 





LOS PENSADORES MÀS INFLUYENTES EN LA ACTUALIDAD.







Quiénes son verdaderamente las personas más influyentes de nuestra cultura: ¿Lady Gaga o Slavoj Zizek? ¿Ashton Kutcher o Richard Dawkins?.




Pero quiénes son verdaderamente las personas más influyentes de nuestra cultura: ¿Lady Gaga o Slavoj Zizek? ¿Ashton Kutcher o Richard Dawkins?. Si contamos en número de followers y retweets, no hay duda hacia donde gira la balanza. Pero sí entendemos la influencia como la capacidad de establecer las bases sobre las cuales se construirá el consumo y la interacción de ideas –el sistema circulatorio de la información– o la discusión de los conceptos y tendencias que más tarde se convertirán en el espacio mediático (y mental) por el que transcurrirá la mayoria de la población, entonces la cosa cambia. Bajo este esquema podemos ver a los filósofos, artistas, científicos, politólogos, teóricos del marketing y demás como los programadores y a las celebridades e incluso a los políticos como las representaciones o imágenes de ese programa que aparecen en la pantalla.

Medir la influencia de un intelectual o un artista siempre ha sido algo sumamente subjetivo, pero la informática y la neurociencia aplicada prometen acabar con toda ambigüedad –si tan sólo somos capaces de computar suficientes datos. Usando un modelo similar al Page Rank de Google, que califica las páginas de Internet según su relevancia a partir de un sistema de referencias –donde tener enlaces a sitios de prestigio sube el valor de una página–, Karin Frick del GDI Gottlieb Duttweiler Institute de Suiza ha elaborado un ranking de los pensadores más influyentes de la actualidad.

Aunque según Frick el suyo es el “primer análisis verdaderamente sistemático de los pensadores y tendencias que dan forma a nuestra sociedad”, existe un claro factor de subjetividad, ya que se eligió de entrada a 100 líderes en los campos de filosofía, sociología, economía y ciencias exactas, para que nombraran a las personas más influyentes. De esta lista se obtuvo una serie de personas que se repetían con frecuencia.

Luego Frick y compañía asumieron que esas personas son influyentes si sus ideas son discutidas en blogs importantes –así que colocaron sus nombres en un motor de búsqueda y recopilaron una lista de los blogs más importantes que mencionaban a esa persona.


Para concluir se hizo una búsqueda de la URL de esos blogs para encontrar otros blogs que tenían enlaces a esos sitios. Los pensadores más influyentes son aquellos que tienen más links de blogs influyentes –en un mecanismo de autorreferencia muy parecido al que Google usa para seleccionar que sitios aparecen en los primeros lugares de los resultados de búsqueda.

La imagen anterior muestra la herramienta usada por Frick para analizar redes sociales llamada Condor, en la que aparecen los pensadores vinculados si han sido mencionados en el mismo sitio.

El insight de esta lista, como sugiere Frick es que no existen pensadores que se destaquen de sobremanera de los demás. “La era de las grandes autoridades parece haber terminado”. Vivimos entonces la era del conocimiento distribuido y descentralizado, de la gnosis en red. Es difícil que el mundo actual conciba gigantes como Freud (o Jung), Einstein, Joyce o Bertrand Russel, por citar algunos de los más sobresalientes del siglo pasado. En cambio tenemos una serie de especialistas, que dominan temas de nicho y que pueden ser desconocidos fuera de su campo. A continuación el top 10:

Richard Florida – autor de The Rise of the Creative ClassThilo Sarrazin – autor de Europe Doesn’t Need the EuroDaniel Kahneman – autor de Thinking, Fast and SlowDavid Graeber – autor de The Democracy ProjectSteven Pinker – autor de The Language Instinct Douglas Rushkoff – autor de Present Shock: When Everything Happens NowNiall Ferguson – autor de Civilization: The West and the RestDavid Gelernter – autor de America-Lite: How Imperial Academia Dismantled Our Culture (and Ushered in the Obamacrats)Frank Schirrmacher – autor de MinimumFranz Josef Radermacher – autor de Global Marshall Plan

La lista tiene ciertos bemoles de subjetividad. Los blogs tomados en cuenta son sitios en inglés, lo cual explica la falta de pensadores orientales y la primacía de autores estadounidenses. La medición, sugiere Frick, podría cambiar en otro punto del tiempo, lo cual podría servir para hacer un análisis no sólo del pulso del momento: aquellos autores que se repitan en mediciones repartidas en distintos momentos serían los pensadores más influyentes de nuestra época.

Podemos deducir de la información presentada por Frick, siguiendo el análisis que hace MIT, que para aspirar a ser influyente en el pensamiento global o en el mundo anglosajón, ayuda tener cierta veta de enconomista: 24 de los 100 pensadores más influyentes fueron economistas, 8 politólogos, 5 biólogos, 3 físicos y 2 químicos. Escribir un libro ayuda tambíen: sólo dos de los miembros de esta élite no han publicado un libro sobre sus ideas.

También en la lista aparecen Rupert Sheldrake y su archirival Richard Dawkins, el novelista Bruce Sterling, el transhumanista Ray Kurzweil y el filósofo de la tecnología fundador de Wired, Kevin Kelly.

En este tenor, ya empapados de marketing, aprovecho para hacer un comercial, comentando que tanto Richard Florida, como el brillante teórico de medios Douglas Rushkoff estarán presentándose en México el próximo 8-10 de noviembre en el marco de Bonus Creative Week, entre varios otros pensadores “influyentes” más.

Aunque según Frick el suyo es el “primer análisis verdaderamente sistemático de los pensadores y tendencias que dan forma a nuestra sociedad”, existe un claro factor de subjetividad, ya que se eligió de entrada a 100 líderes en los campos de filosofía, sociología, economía y ciencias exactas, para que nombraran a las personas más influyentes. De esta lista se obtuvo una serie de personas que se repetían con frecuencia.

Luego Frick y compañía asumieron que esas personas son influyentes si sus ideas son discutidas en blogs importantes –así que colocaron sus nombres en un motor de búsqueda y recopilaron una lista de los blogs más importantes que mencionaban a esa persona. Para concluir se hizo una búsqueda de la URL de esos blogs para encontrar otros blogs que tenían enlaces a esos sitios. Los pensadores más influyentes son aquellos que tienen más links de blogs influyentes –en un mecanismo de autorreferencia muy parecido al que Google usa para seleccionar que sitios aparecen en los primeros lugares de los resultados de búsqueda.

La influencia junto con la atención son las dos grandes monedas de cambio en la era de las redes sociales y la hiperconectividad. Juntas lideran el nuevo mercado en el que se puede asignar un valor monetario a la información o directamente tasarse. En el caso de la influencia, el marketing –que todo lo que toca lo transfiere a la lógica del capital–, sirviéndose del big data, ha acuñado el término influencer y el coeficiente de “influencia” (medido en Klout, por ejemplo) para codificar y cuantificar la capacidad que tienen ciertas personas no sóla para aumentar el alcance de cierto contenido, mensaje o meme sino también para transformar la percepción que se tiene de un tema en Internet –o hacerlo parte de la agenda. Coexistiendo en el mundo de “todo por un like” yace el valor un tanto intangible –la metafísica de la intelligentsia– de la influencia, de esta aprobación que promete involucramiento (engagement) e incremento de reputación del tópico (o marca) que tocan estos individuos de alto poder en la Red. De la misma manera que Nike llevó la publicidad a una nueva era con su patrocinio de Michael Jordan, ahora la publicidad continúa su evolución a través de los influencers que explotan su poder de movilización rizomática posicionando productos en sus timelines de manera taimada, llevándolos a su vida cotidiana: haciéndolos el contenido de sus lifestreams y sus conversaciones.


Màs de VIVIR BIEN


Fuente


PATISHTÁN




UNA VIDA MUTILADA POR LA INJUSTICIA

“No soy culpable, no soy un delincuente, lamentablemente las autoridades no lo ven así, no piensan y ni conciencia tienen para aplicar una justicia que merecemos todos los mexicanos. No se dio porque dicen ellos que mi inocencia está infundada. Mi verdad no puede ser infundada y se dio esta injusticia quizás… por mi color, porque soy indígena, a lo mejor”


PRIMERA PARTE Doña Andrea Gómez Gómez apenas puede caminar. Se desplaza desde una austera habitación amueblada con catres y camastros desvencijados hacia la estancia principal, un cuarto semivacío. Sus parientes la ayudan a sostenerse en un par de muletas desgastadas. Está descalza y tiene los pies ajados. Es la abuela materna de Alberto Patishtán, el maestro rural indígena tzotzil que está preso desde hace 13 años en Chiapas, acusado de siete asesinatos. En el cuarto en penumbra la espera María Gómez Gómez. Taciturna, está sentada en una silla y mantiene las manos cruzadas sobre el regazo. La mujer aparenta más de los años que tiene. Sus ojos se escabullen en un rostro pálido y un semblante demacrado y rígido. Sus trenzas caen como dos hilazas sobre sus hombros esqueléticos. María sufre de ataques epilépticos desde que Alberto era un niño; es su madre y por la enfermedad, no pudo criarlo ella y en su lugar estuvo don Francisco Gómez Gómez, el abuelo materno. Don Francisco es un anciano en calzones de manta que se sostiene en pie sobre dos piernas desnudas y morenas que asemejan zancos hechos de roble. Fue él quien lo envió a la escuela rural para que aprendiera a leer y a escribir. Los tres se sientan uno enseguida del otro, en hilera. Martín Ramírez López, un profesor rural que jugó a las canicas con Patishtán cuando niño, traduce. Los abuelos no hablan español: “Hay noticias de Alberto: lo pueden ver”. Hay un video donde Alberto Patishtán aparece en primer plano. A pesar de que su sentencia por 60 años de prisión fue ratificada hace unos días, el “profe” está tranquilo y sonriente porque se encuentra por unos minutos con su hija Gabriela y su nieta Génesis de tres meses de edad, la primera, en la oficina del director de la prisión del Cereso número 5. Alberto abraza a la niña. Le hace cariños y la pequeña empieza a llorar ante los flashazos de las cámaras. La abuela rompe en llanto y se seca las lágrimas con la esquina del rebozo. El abuelo tiene una sonrisa petrificada y la mirada fija en la secuencia de imágenes: la madre, María, dirige su dedo índice derecho hacia la pantalla y dice palabras en tzotzil. Llora y ríe al mismo tiempo que sacude la mano y la emoción se le desborda. Les habla a todos, a sus parientes y a los extraños. Los abuelos de Patishtán rompen en llanto cuando ven a su nieto en video. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo Doña Andrea, Don Francisco y María tienen 13 años sin ver a Patishtán. Desde que se lo llevaron preso, desde que lo “levantaron” sin una orden de aprehensión en una de las callejuelas de El Bosque cuando Alberto se dirigía al bautizo de un niño de la comunidad para ser el padrino. No lo han visto porque están viejos, enfermos, cansados, pobres y son indígenas que viven en la profundidad de la Sierra de Chiapas; en un municipio donde no hay carretera, ni transporte público y el camino que lleva al lugar, es una vereda de 80 kilómetros carcomida por el agua que escurre de los cerros, plagada de curvas, voladeros, lluvia y niebla. Por eso lloran y ríen. Porque está ahí, en una pequeña imagen. Sobrio, limpio y de buen semblante. Se mueve, abraza a su nieta y sonríe. “Estábamos esperando que las autoridades demostraran un poco de justicia. Sin embargo lo que esperábamos no fue así. Tristemente tenemos que decir que tenemos que salir de México para buscar justicia. Tenemos que ir a Amnistía Internacional. Todos queremos vivir en un México libre y en paz, cosas que no se dan”, dice Alberto. El maestro conocido como “el profe” por sus allegados no luce cabizbajo ni derrotado. Está sereno. “No soy culpable, no soy un delincuente, lamentablemente las autoridades no lo ven así, no piensan y ni conciencia tienen para aplicar una justicia que merecemos todos los mexicanos. No se dio porque dicen ellos que mi inocencia está infundada. Mi verdad no puede ser infundada y se dio esta injusticia quizás… por mi color, porque soy indígena, a lo mejor”, dice. Luego prosigue: “O porque no soy güero para poder hablar otras lenguas o porque no tengo el poder económico para hacer otras cosas, no sé, pero…yo soy uno de tantos indígenas que están en la cárcel por no poder expresarse bien, porque no tienen dinero para pagar abogados o no pudieron tener un traductor durante su proceso legal. Ellos, los magistrados, no quieren ver. Si yo les prestara mis ojos, las cosas serán muy diferentes. Yo seguiré aquí, pero no voy estar callado”. Alberto habla, pero sus abuelos y su madre no lo entienden, porque solo se comunican en su lengua. “Su madre está feliz, hace 13 años que no veía a su hijo. Para ella es un alivio verlo aunque sea en un video. Al menos ya vio que está entero”, dice Juan Collazo Jiménez, un ex convicto que compartió la cárcel con Alberto y que ahora, afuera desde hace dos meses, ayuda en lo que puede a su buen amigo “el profe”, que en prisión le dio clases clandestinas y le enseñó no sólo el alfabeto, sino que su destino, aún no se termina de escribir. La mayoría de los miembros de la familia tienen más de una década sin verlo. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo *** Alberto creció con sus abuelos, tíos y tías por línea materna porque sus padres se separaron cuando él era aún muy pequeño. María, su madre, se quedó a cargo de los hijos, pero pronto enfermó de epilepsia y los niños se quedaron en manos de sus parientes, pues Patishtán, el papá, no quiso hacerse cargo. Se alimentó de elote y pozol, un alimento típico de la Sierra tzotzil, que asemeja un vaso o un platón de atole, pero que en realidad es una bebida refrescante preparada a base de harina de maíz que se sirve fría o caliente dependiendo del clima. Calzó huaraches de tres puntadas y suela de llanta, calzones de manta y camisas de franela y sujetó con un lazo sus cuadernos para que no se le cayeran, pues el niño no conoció mochila. El recuerdo más vivo que tiene Don Francisco de Alberto niño, es a un pequeño que después de la escuela y de trabajar en los cafetales jugaba a las canicas en el portal o en cualquiera de las dos habitaciones de la casa. El abuelo suelta la carcajada al recordar a su nieto correteando por toda la vivienda y planeando su estrategias para ganarles la canicas a sus amiguitos, uno de ellos el profesor Martín Ramírez. “Era bueno para jugar a las canicas y también le gustaba el futbol ahí en los baldíos llenos de hierba, pero un día se fracturó una pierna y ya no jugó más”, recuerda Ramírez. Pero ese retazo de historia lo conoce bien el abuelo, pues aquel día Alberto llegó lastimado en hombros de sus compañeros de escuela. “Cuando adolescente le gustaba jugar basketball y un día, dice el abuelo, que llegaron sus amigos de la escuela en la mañana con Alberto en hombros, porque se usaba en aquellos tiempos que las clases de las secundaria empezaran a las dos de la tarde. Brincando se fracturó una pierna y lo llevaron con el huesero a que le arreglara los huesos, pero quedó mal”, traduce el profesor Martín Ramírez. Pero Alberto aunque era juguetón de niño, tenía un carácter apacible y era dócil, dicen sus tíos Carmelo y Juan Gómez Gómez. “Se crió con nosotros, a falta de padre, nosotros le enseñamos a trabajar en los cafetales”, dice Carmelo. Los tíos son hombres de campo: usan camisas a cuadros, huaraches y paliacates. Sus tías Manuela y Demetria son mujeres indígenas que tienen trenzas largas y visten trajes típicos bordados de flores con hilazas rojas, faldones y andan descalzas. Carmelo no entiende porqué su sobrino está en la cárcel acusado de un asesinato múltiple por la versión de un testigo que lo señala. Un muchacho que se forjó en el esfuerzo y salió desde abajo, que trabajó la tierra, fue campesino y ahí, en los cafetales un día le hizo una promesa. Esa tarde el Sol estaba entre amarillo y anaranjado y corría una brisa fresca. Era uno de los pocos días soleados, porque aunque El Bosque está ubicado en tierra caliente, durante el verano casi siempre está nublado, lloviznando y envuelto en una neblina espesa. Alberto miraba hacia el cafetal y le dijo a su tío: “algún día voy a dejar este trabajo, voy a echarle muchas ganas al estudio, voy a ser alguien, ya verá”. Un día feliz: ha visto a la familia. Y es feliz a pesar de que le ratificaron la condena de 60 años apenas horas antes. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo *** La fachada de la casa de Alberto Patishtán en El Bosque está como él la dejó. Está pintada de color rosa y tiene la puerta de la entrada y la ventana que da a la calle principal que lleva a Simojovel con un azul celeste. Pero a diferencia de aquella vivienda recién remodelada de hace 13 años, ahora padece los estragos del abandono. Y si la fachada está descuidada, adentro, el panorama es desolador. El que alguna vez fue el hogar que albergó a la familia de Patishtán luce solitario. En su interior aún hay algunos muebles. Un librero con televisión, un aparato de sonido y una videocasetera, rodeados de muñecos de peluche que pertenecieron a sus dos hijos, Gabriela y Héctor. Los pocos sillones, un trastero y una mesa están cubiertos con sábanas para protegerlos del polvo y de los cuadros que Alberto adoraba, solo queda uno de un caballo alvino y el tradicional retrato de las “caritas” de los gestos de Gabriela cuando era bebé. Manuela Ruíz Patishtán, tía abuela de los hijos de Patishtán, acude unas dos veces por semana a la vivienda para asearla, pues vive a dos casas de distancia. El Bosque es un pueblo de 18 mil 559 habitantes, donde todos se conocen. Antes de que Rosemberg Gómez Pérez, hijo de Manuel Gómez Gómez, ex Presidente Municipal de ese municipio, señalara a Alberto de asesinar a siete personas y herir a dos, entre ellos él, el maestro rural tenía una vida plena. Logró ingresar al magisterio y en 1996 empezó con su carrera de maestro. Estaba casado y su primogénita, Gabriela tenía nueve años y Héctor, su segundo hijo, cuatro, cuando fue encarcelado. “Cuando Alberto fue apresado, apenas estaba empezando, tenía cuatro años trabajando, pero le iba bien porque siempre ahorraba su quincenas y ya tenía su casa bien. Eran una familia muy unida, Paulina y los niños eran felices”, recuerda Martín Ramírez. Martín ingresó al magisterio casi a la par de Alberto. Eran grandes amigos desde niños y fue testigo de la debacle y la destrucción de todo lo que aquel profesor rural construyó durante su vida. “La desesperación fue cuando Alberto fue sentenciado por 60 años, la familia se descontroló y se vino abajo. En 2006 Paulina, su esposa decidió irse a vivir con otro hombre, a otra comunidad y los niños se quedaron solos, nunca fueron a vivir al pueblo donde está la señora. Una de las hermanas de Paulina, Rosalinda, ella se pasó a vivir con los sobrinos por un tiempo y estuvo al tanto”, narra Martín. Pero Rosalinda también se fue y Gabriela y Héctor se quedaron completamente solos y fue Candelario Ruíz Patishtán, abuelo materno de los niños y la tía abuela Manuela, quienes terminaron la crianza de los muchachos. “Aquí se criaron, lo ayudamos con la comida, cuando se quedaban solos, que no estaba su tía, se venía Héctor para acá a tomar café. Cuando la mamá se fue se fue con otro hombre, quedaron muy chiquitos y sufrieron mucho. A veces no tenían que comer y nosotros les ayudábamos”, dice Manuela. Manuela es una mujer indígena de más de 70 años que habla un poco de español y como puede cuenta la historia de aquellos niños. “Cuando Héctor empezó a crecer, se sentía muy solo y cayó en el vicio del alcohol porque no tenía papá, ni mamá”, recuerda Manuela. Los niños de llevar una vida holgada, empezaron a padecer carencias y a pesar de que Alberto Patishtán nunca dejó de hablarles por teléfono cada 15 días, el futuro de sus hijos se le salió de las manos. “Como mi papá ya no regresó todo se desintegró. Pasamos por momentos difíciles, en lo económico, en la convivencia, por la escuela, por lo mismo creo yo, por no tener a mi papá y por la falta de dinero, mi mamá se buscó a otra pareja como a los seis o cinco años de mi papá en prisión. No la juzgo ella tendrá sus razones, a lo mejor la angustia, la preocupación fueron los motivos para irse con otra persona y dejarnos solos”, dice Gabriela Patishtán. La hija mayor de Alberto recuerda que su abuelo paterno los alimentaba con lo que ganaba con la siembra de café y maíz y también, las veces que los dos hermanitos salían a las veredas a vender plátanos y naranjas para reunir un poco de dinero para comprar útiles escolares. “A veces no visitamos a mi papá por seis meses. Yo seguí estudiando, aunque con carencias, no había para útiles, uniformes, ni gastos. Mi abuelito me daba mis 10 ó 15 pesos. Héctor dejó la escuela”, dice Gabriela. La familia de Alberto Patishtán además, tuvo que vivir durante los 13 años que él tiene encarcelado, con el ex Presidente municipal que lo acusó como vecino. Manuel Gómez Gómez siempre conoció al maestro, desde niños, como todos en El Bosque. “Yo iba a jugar a las muñecas con la hija del ex Presidente. Las dos familias nos frecuentábamos, pero todo empezó a cambiar cuando empezaron a surgir problemas en el pueblo y la gente lo quiso destituir de su puesto. Mi papá empezó a mover a la gente y a partir de ahí, la buena convivencia se acabó. Es lo que yo recuerdo”, dice Gabriela. No lo han visto porque están viejos, enfermos, cansados, pobres y son indígenas que viven en la profundidad de la Sierra de Chiapas; en un municipio donde no hay carretera, ni transporte público y el camino que lleva al lugar, es una vereda de 80 kilómetros carcomida por el agua que escurre de los cerros, plagada de curvas, voladeros, lluvia y niebla. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo *** El día que se llevaron preso a Patishtán, su hija Gabriela de nueve años, se preparaba para irse a la escuela. El profesor había salido de su casa para asistir a un bautizo, donde él sería el padrino. “De repente unas personas del mercado me dijeron ‘a tu papá se lo acaban de llevar unas personas’, entonces me regresé corriendo a mi casa y mi mamá ya sabía. Estuvimos una semana sin saber de él, pensamos que ya lo habían matado. Después nos enteramos que lo tenían arraigado y pasó un mes y posteriormente lo pasaron al reclusorio”, narra Gabriela. Patishtán fue acusado de una emboscada ocurrida el 12 de junio del 2000, cuando gente armada emboscó en la carretera cerca de Las Limas a una patrulla que llevaba nueve personas. Siete murieron y dos resultaron lesionadas, un elemento de la Policía de Seguridad Pública y el hijo del presidente municipal de El Bosque que conducía el vehículo. Este último señaló al maestro Patishtán como autor material de la balacera. En su declaración dijo que Alberto lo sacó del vehículo jalándolo de los cabellos, se descubrió el rostro y le disparó en la espalda. En las declaraciones, el policía sobreviviente, Belisario, declaró a favor de Patishtán: “Yo no puedo acusar al profesor Alberto porque yo no vi a nadie, cuando fui impactado me tiré dentro del carro. Me hice el muerto. Así fue como sobreviví”. El muchacho Rosemberg dijo haber visto a Patishtán dispararle con un arma de fuego, aunque no vio con qué mano disparó. El juez hizo caso omiso de varios testimonios que confirmaban que el profesor estuvo ese día en la escuela y Alberto fue sentenciado el 18 de marzo de 2002 a 60 años de prisión después de ser un activista y líder en su comunidad. 


UN BOSQUE CON LUZ PROPIA


Las nanopartículas de oro pueden hacer que los árboles brillen en la oscuridad.


Un bosque con nanopartículas de oro se presenta como una de las principales candidatos para resolver el tema de la iluminación en las regiones del mundo habitadas por el hombre, luego de que un grupo de científicos chinos emplearan una técnica para colocarlas en plantas que a la larga podrían servir para sustituir los métodos de iluminación actuales Las farolas que iluminan las zonas urbanas por la noche representan un gasto de miles de millones en mantenimiento y electricidad. Sin embargo, si se pudiera plantar árboles que emitan luz por la noche, sin duda resolvería ambos problemas, además de representar una opción más amigable para el medio ambiente. No obstante, sin necesidad de recurrir a esta hipótesis, un grupo de científicos chinos descubrió de manera accidental una nanopartícula que hace que las hojas de los árboles brillen con luz propia en la oscuridad, publicó el diario científico Nanoscale. El hallazgo fue avalado por la Real Sociedad de Química Europea, mientras que el doctor Yen-Hsun Wu, participante en el proyecto, explicó que él y sus colegas trataban encontrar una alternativa más barata y no tóxica al polvo de fósforo que se utiliza en las bombillas modernas de diodos emisores de luz (LED). “Los LED han reemplazado las fuentes de luz tradicional en muchos paneles y alumbrado público de los caminos. Una gran cantidad de diodos emisores de luz, especialmente la luz blanca que emite diodos, utiliza polvo de fósforo para estimular la luz de diferentes longitudes de onda. Sin embargo, el polvo de fósforo es altamente tóxico y su precio es alto. Como resultado, el Dr. Yen-Hsun Wu tuvo la idea de descubrir un método que sea menos tóxico para reemplazar polvo de fósforo”, dijo el profesor asistente Shih-Hui Chang. Foto: Cuartoscuro Investigando sobre las posibilidades de las nanopartículas de oro, los investigadores descubrieron que estas provocan que la clorofila de las plantas emita un brillo rojizo en la oscuridad (o azul violáceo si se las somete a luz ultravioleta). La técnica fue puesta a prueba en una planta acuática llamada Hisopo de agua o Bacopa Caroliniana y sus descubridores creen que podría utilizarse para hacer que las hojas de los árboles emitan la suficiente luz como para no necesitar iluminación artificial por la noche. Por su parte, los investigadores hicieron hincapié en que las tecnologías y la eficiencia bioluminiscencia es necesario mejorar los árboles para reemplazar luces de la calle en el futuro y llegar a la meta de ahorro de energía y protección del medio ambiente. “En el futuro, los bio-LED podrían ser utilizados para hacer árboles a las orillas de carretera que sean luminiscentes en la noche. Esto ahorrará energía y absorberá el CO2 (dióxido de carbono), mientras que la luminiscencia del bio-LED harán que el cloroplasto lleve a cabo la fotosíntesis”, dijo Yen-Hsun Su en una entrevista para Chemistry World. De acuerdo con los científicos, el procedimiento es inocuo para las plantas, mientras que el ahorro de energía eléctrica sería sumamente alto con la implementación de este plan. Sin embargo, apuntan que aún hay que refinar el hallazgo antes de dar con un método de aplicación sencillo y viable.

Màs de VERDE QUE TE QUIERO VERDE 

Fuente



JOSÉ (PEPE) GORDON ENTREVISTA A MIKE CASSIDY DE GOOGLE



                 INTERNET PARA TODO EL MUNDO
Escuchemos a Mike Cassidy, uno de los responsables en Google del "Loon Proyect",
Internet para todo el mundo.
Entrevistado por José (Pepe) Gordon para Canal 22 en LA OVEJA ELÉCTRICA.
Te sorprenderás con este proyecto que ya comienza a ser REALIDAD.

Además entérate de otros conceptos que se manejan en Loon Proyect de GOOGLE:

JOSÉ GORDON Y WATSON, "LA MÁQUINA DE RESPUESTAS"



La máquina de respuestas

José Gordon

La mecánica del juego televisivo llamado Jeopardy (“Riesgo”) enfrenta a tres concursantes en seis categorías de preguntas durante cada programa. De emisión en emisión las categorías cambian. Un ejemplo: elementos químicos; Shakespeare; escritores; cantantes; física; juguetes. Uno de los participantes elige la categoría (digamos, escritores), y en el tablero se revela la pregunta: “Karen Blixen escribió Memorias de África bajo un seudónimo…”. Uno de los concursantes se apresura a tocar un timbre. Enseguida da la respuesta: “Isak Dinesen”. Los conocimientos más disímbolos se ponen a prueba: “El número atómico es 98, este elemento radiactivo es el único que se vincula con el nombre de un estado norteamericano”. Suena el timbre. Un participante responde: “Californio”. Quien acierta va ganando una recompensa económica hasta que se declara un triunfador de la sesión.

El 14 de febrero de 2011, el concurso tomó un giro inesperado. En el estudio de televisión se encontraban dos de los más destacados participantes de Jeopardy: Brad Rutter, el mayor ganador de dinero en toda la historia del programa, y Ken Jennings, quien poseía la más larga cadena de triunfos (75). El tercer concursante era una computadora llamada Watson. Desarrollada por IBM, la inteligencia artificial tenía el reto de contestar preguntas formuladas en lenguaje coloquial. La máquina “escuchó” la pregunta: “Puede significar un desarrollo gradual en la mente o el proceso que ocurre durante el embarazo”. Watson respondió de manera correcta: “Gestar”.

Al finalizar la contienda de tres días, a pesar de que en algunas áreas no era del todo eficiente en sus respuestas (tenía sus debilidades), la computadora había ganado una bolsa acumulada de un millón de dólares, contra los 300 mil que obtuvo Jennings en esa ocasión y los 200 mil que se llevó Rutter. Ken Jennings, parafraseando a Los Simpson y a unas líneas de una adaptación fílmica de un relato de H. G. Wells, dijo: “Doy la bienvenida a nuestros nuevos amos, las computadoras”. Por su parte, Sebastian Thrun, quien fuera director del laboratorio de Inteligencia Artificial de Stanford, señaló: “Watson es más inteligente que el jugador promedio que contesta las preguntas de Jeopardy. Esto es impresionantemente inteligente”. El destacado lingüista Noam Chomsky no comparte esa valoración: “Watson no entiende nada. Nada más es una gran aplanadora”.

En el libro Cómo crear una mente, el experto en inteligencia artificial Ray Kurzweil plantea cómo funciona esta aplanadora. Para Kurzweil lo notable es, por un lado, que la máquina Watson puede “leer” y “entender” el lenguaje sutil de las preguntas que se formulan en Jeopardy (ello incluye juegos de palabras y metáforas). Por otra parte, obtiene su información (sin consultar en vivo en Internet), del “entendimiento” de cientos de millones de páginas de documentos con lenguaje natural, entre los que se encuentra toda la Wikipedia y diversas enciclopedias. Su banco de conocimiento es del orden de 15 terabytes de datos. Dice Kurzweil: “Necesitó dominar, virtualmente, todas las áreas del quehacer intelectual humano. Ello abarca la historia, la ciencia, la literatura, el arte y la cultura”. La máquina de IBM tiene la capacidad de analizar 500 GB de información por segundo (equivalente a un millón de libros).

Esta aplanadora de datos no es ni por asomo consciente. Sin embargo, puede “interpretar” el lenguaje natural —considerado hasta hace poco tiempo una capacidad exclusivamente humana— y dar respuestas certeras en unos instantes.
Para darle sabor al caldo Kurzweil aporta una interesante reflexión: “Algunos observadores argumentan que Watson no ‘entiende’ realmente las preguntas de Jeopardy o las enciclopedias que lee ya que se trata nada más de un análisis estadístico”. No obstante, dice Kurzweil, las técnicas matemáticas que se han desarrollado en el campo de la inteligencia artificial (como las usadas en Watson) son —en los mismos términos matemáticos— muy similares a los métodos que la biología utiliza en la neocorteza cerebral. Remata Kurzweil: “Si entender el lenguaje y otros fenómenos mediante el análisis estadístico no cuenta como un verdadero entendimiento, entonces los humanos tampoco tenemos entendimiento”.

Por lo pronto, Kurzweil plantea que hoy en día se está trabajando en una nueva versión de Watson que leerá la bibliografía médica de las revistas y blogs más destacados del campo, con el fin de contribuir en los diagnósticos de salud con el poder de la aplanadora. ¿Sustituirá al fino ojo de un doctor? No lo creo. Sin embargo, pondrá en sus manos, en unos segundos, una especie de biblioteca borgesiana del conocimiento médico en donde no se escapará un dato. Más que una lucha del ser humano contra la máquina, se trata de una fabulosa extensión de la memoria.



CLASES DE SEXO ORAL EN MOSCÚ


Alumnas muy aplicadas durante la enseñanza


Escuela da clases de sexo oral solo para mujeres en Moscú
TENDENCIAS • 24 SEPTIEMBRE 2013 - 7:03PM — EFE

El centro recibe más de dos mil clientas mensuales y según una sexóloga no hay mejor antídoto contra la poligamia y la infidelidad masculina que la riqueza y diversidad en las relaciones sexuales.


Moscú  • Un centro de instrucción de sexo oral en Moscú, que no admite hombres, imparte clases prácticas a mujeres interesadas en conocer los mil y un secretos para convertirse en la amante perfecta.

"¿Todos sabemos dónde está el ego del hombre? El sexo es tan, tan importante que, si las relaciones sexuales no son buenas y variadas, una pareja sentimental no lo resistirá", aseguró hoy a Efe Yekaterina Liubímova, sexóloga e instructora jefe del centro SEKS.RF.

El centro recibe más de dos mil clientas mensuales, más de la mitad de las cuales se apunta a las clases de sexo oral, que duran tres horas y media cada una y cuestan cuatro mil rublos (unos 100 euros).

Las clientas, que pueden acudir al centro no sólo en Moscú, sino también en San Petersburgo y Saransk, son en su mayoría fieles esposas con hijos y mujeres a punto de contraer matrimonio, pero también acuden jóvenes despechadas y amantes inseguras.

Liubímova afirmó que la tendencia mundial no es la poligamia, sino la monogamia, por lo que el centro ofrece técnicas para fortalecer el matrimonio y la autoestima de las mujeres a través de la exploración sexual.

"Estoy escribiendo un libro que incluye casi un centenar de técnicas de sexo oral. ¿Todos sabemos dónde está el ego del hombre? Y cuando una mujer maneja infinidad de técnicas, demuestra lo importante que es para ella el ego de su pareja y éste no puede no apreciarlo", dijo.

En su opinión, no hay mejor antídoto contra la poligamia y la infidelidad masculina que la riqueza y la diversidad en las relaciones sexuales.

"A nadie le gusta comer siempre lo mismo, de lo contrario acaba aburriéndose. A todos nos gusta viajar y hacer cosas diferentes. El sexo no puede y no debe ser aburrido", apuntó.

Las mujeres se congregan a partir de las 19:00 horas local en la escuela para seguir a pies juntillas las instrucciones de Liubímova, que cree que leer sobre sexo es una absoluta pérdida de tiempo, por lo que el lema de su centro es "Sólo práctica".

"El sexo es bueno, es alegría, es luz. Al principio, las mujeres están todas tensas, pero cuando comienzan a reirse y entran en un estado de absoluta liberación, entonces comenzamos a practicar de manera seria. Si les doy una conferencia, llegarán a casa y no harán nada", apuntó.

En el centro está prohibida la entrada de hombres, aunque ellos sean en muchos casos los que animan a sus parejas a acudir, ya que las mujeres ya no se sentirían tan seguras, lo que estropearía la atmósfera de confidencialidad y libertad que reina en el centro.

La sonriente Liubímova, que estudió dirección cinematográfica antes de dedicarse a la sexología, recurre a las bromas al animar a sus estudiantes a arrodillarse ante penes de plástico fijados en las paredes de espejos, para que las clientas dejen atrás sus complejos y prejuicios.


En todo caso, subrayó que su negocio "no es en absoluto vulgar", ya que, al contrario que otros establecimientos de la industria del sexo, SEKS.RF promueve la fidelidad en el seno de la pareja.

lunes, 23 de septiembre de 2013

EL ARTE DE LA TAXIDERMIA, 5 IMÀGENES


Un nuevo libro de Pat Morris, estudioso del método que conserva a los animales como si estuvieran vivos, y Joanna Ebenstein, artista y diseñadora neoyorquina, rinde tributo a las creaciones taxidérmicas del inglés Walter Potter.




Potter, un taxidermista que vivió entre 1835 y 1918, era conocido por diseñar maquetas antropomórficas con animales disecados. Sus composiciones se convirtieron en un ícono de la extravagancia de la época victoriana.

Una de sus series más conocidas, “El club de las ardillas”, incluye a 18 de estos roedores socializando. Los animales pertenecen a la especie de color rojo, típica de Europa.

Una de sus colecciones más numerosas, “La boda de los gatitos”, se expuso en el año 2000 en el Museo Victoria y Albert, localizado en el centro de Londres.
 
Un postor que hizo su oferta telefónicamente pagó alrededor de US$28.000 por la maqueta de 37 gatitos disecados tomando el té.

LOS COSTES POLÌTICOS DE RECUPERAR ACAPULCO




La imagen de Enrique Peña Nieto sobre el desvencijado cofre de una camioneta de carga, en atención directa de los afectados por laslluvias torrenciales en los suburbios de Puerto Marqués, podría ser utilizada,si alguna vez hubiera un imaginativocandidato a la alcaldía del PRI para arrancarle electoralmente el deterioradomunicipio al Partido de laRevolución Democrática cuyos alcaldes (por coincidencia o por negligencia) le abrieron las puertas del alguna vezmaravilloso centro turístico al narcotráfico violento. 

Obviamente alguien podría decir, no es este el tiempopara pensar cínicamente en contiendas políticas, pero por desgracia las cosas son así. 

Quien quiera ahondar en este tipo de repercusiones e indagar cuáles fueron las consecuencias políticas del huracán "Paulina", podría leer el ensayo de Alejandra ToscanaAparicio, titulado precisamente "El Impacto del huracán Paulina en la política local deAcapulco", del cual le ofrezco algunos puntos intersantes. 

En el mes de octubre de 1997, el huracán Paulina impactó las costas del Pacíficomexicano, produjo pérdidas humanas y materiales y alteró el curso normal, previsible, del orden político-electoral del municipio de Acapulco. Según los datos oficiales, 207 personas murieron, 200 desaparecieron y 52, mil perdieron su vivienda; además se calcularon pérdidas materiales por millones de dólares. Los daños fueron comparables a los causados por los huracanes Gilberto e Isidoro, que en 1988 y 2002 azotaron la península de Yucatán.

El 7 de octubre de 1997 se registró el huracán Paulina. Los principales daños se debieron a que los lechos de inundación de los ríos estaban poblados, a causa de la explosión demográfica en Acapulco a partir de los años cincuenta y a la escasa planificación urbana. Poco a poco se formaron asentamientos en las laderas montañosas junto a los cauces de los ríos hasta dejarlos, en algunas partes, con sólo 70 cm de amplitud. La mayoría de las casas afectadas se ubicaban en barrancas, las que, al momento de producirse el escurrimiento, se convirtieron en cauces para que el agua desembocara al mar, o bien en zonas pantanosas que se inundaron por su predisposición natural y por la falta de unsistema de drenaje eficaz.

Por eso, aunque la cantidad de precipitación es importante (según los registros delServicioMeteorológico, nunca había llovido tanto en tan pocas horas), lo que realmente causó el desastre como ahora,apunto yo--, fue el crecimiento irresponsable de la ciudad y la transformación del espacio sin las medidas preventivas adecuadas. El Sistema deProtección Civil no detuvo la hecatombe ni la mitigó; no fue capaz de prevenir a la población, a pesar de que se dieron los avisos necesarios por parte del SistemaMeteorológico acerca del fenómeno.

Algo de culpa hay en la imprudencia de afincar a las familias en zonas vulnerables;y esto vale tanto para las mismas familias como para la autoridad que lopermite. Pero también es cierto que en Acapulco hubo una falta de vinculaciónde la población en riesgo conProtección Civil en materia de alerta y depreparativos. Hubo una alerta anticipada que se quedó en las autoridades, sintrascender a la población. Los medios de comunicación hablaron de la llegadadel meteoro con unas horas de anticipación, pero no alertaron a la población.

Las acciones de Protección Civil del gobierno no cumplieron su objetivo. 

Muchas de estas palabras se pueden aplicar, casi textualmente al fenómeno actual.Negligencia, es el nombre de la formageneralizada de la administración pública. 

Y en el caso actual, con el alcalde Luis Walton inscrito como dice Joaquín Sabina en la romería del Santo Reproche y con las finanzas quebradas a fondo, gracias a la acumulación de pésimas admnistraciones municipales de un color y de otro, el asunto se pone grave. 

En ese sentido vale la pena reconocer la coordinación del gobierno federal (rápida e inusual) en estos trabajos ante el horrible matrimonio celestial de Ingrid y Manuel, quienes dejaron caer sobre el país el agua de todas las nubes como quien exprime la sábana nupcial del firmamento. 

La secretaría de Gobernación informó además--, de diez medidas. 

1.- Salvaguardarla integridad de los ciudadanos en todas las zonas afectadas.

2.- Instalar, por primera vez, el Comité Nacional de Emergencia (Federal). 

3.- Instalar los comités (locales) de emergencia, encabezados por los gobernadores en los estados de Oaxaca, Veracruz, Michoacán, Chiapas, Guerrero, Tamaulipas,Jalisco,Colima, Guanajuato e Hidalgo.

4.- Atender todas las declaratorias de emergencia. 

5.- Expedir en Guerrero una declaratoria extraordinaria de emergencia para apoyo inmediato a la población.

6.- Solicitar a la ciudadanía su puntual atención a los llamados de las áreas de ProtecciónCivil. ésta mantendrá informada a la población afectada para efecto de que se puedan tomar las decisiones que conciernan a cuerpos de agua.

7. Respaldar la obra de La Cruz Roja Mexicana, principalmente en Oaxaca, Chiapas;Hidalgo yGuerrero, donde ya se contabilizan 50 municipios afectados y 238 mil damnificados. 

8.- Apresurar las labores de reparación en la Autopista de El Sol para facilitar la salida de miles de turistas varados en el puerto. 

9.- Atender la emergencia eléctrica en el aeropuerto de Acapulco cuyas pistas ya no están inundadas y 

10.- Mantener la labor de la Secretaría de la Defensa Nacional la cual tiene desplegados2 mil 39 efectivos; instalados 37 refugios para 4 mil 119 personas; 13 albergues para otras4 mil 70, dos cocinas comunitarias, seis células de intendencia y cinco unidades de maquinaria pesada en operación.

Màs de EXTRA EXTRA

Fuente

BREAKING BAD LLEGA A SU FINAL


Después de cinco temporadas, la exitosa serie gringa dice adiós. Los productores prometen un desenlace que dejará a los espectadores sin aliento. ¡El fin de un magnífico sociópata!



Cuando el creador de Breaking Bad, Vince Gilligan, escribió las últimas palabras de la serie, lloró. El coctel explosivo de sangre, doble moral y metanfetaminas que había creado, alcanzó su punto culmen con un paradójico ataque de lágrimas. ¿Esto quiere decir que al público le espera un final trágico? No necesariamente. Su llanto pudo ser señal de nostalgia.

Terminaban cinco años dedicados a construir la historia de ese cortés profesor de química transformado en brillante y rudo productor y traficante de drogas. Pero también pudo indicar que, al final, la muerte tocó la puerta de ese espléndido y temible personaje. Solo lo sabremos con seguridad cuando se transmitan los ocho capítulos que le quedan a este programa, cuya última temporada se estrenó el 11 de agosto en Estados Unidos y llegará a Colombia el 14 de octubre. 


En esta temporada, Hank, el cuñado policía de Walter que aparece en silla de ruedas, será clave. Gilligan asegura que es el personaje que más ha florecido.


Después de cinco años, en los que la audiencia ha ido en aumento –el primero de los ocho episodios finales fue visto por 5,9 millones de personas–, Breaking Bad se convirtió en una serie de culto. Desde el primer capítulo, el profesor Walter White –interpretado magistralmente por Bryan Cranston– resultó perturbador y atrayente. En un principio parecía insólito que un padre de familia amoroso y trabajador decidiera dedicarse a producir metanfetaminas luego de enterarse de que sufría un cáncer terminal, pero tenía una justificación: antes de morir, quería asegurar la tranquilidad económica de su esposa, su hijo discapacitado y su hija a punto de nacer. Sin embargo, a medida que la historia avanzaba, las razones detrás de sus actos empezaron a verse borrosas.


White supo manejar con ingenio el mundo del crimen, se tornó calculador y violento, y demostró que su familia no era su única motivación: ese sumiso educador necesitaba libertad y justicia.

Seguir las reglas de la sociedad implicaba vivir para sobrevivir, aguantar los pisotones de los poderosos y soportar el abuso de aquellos que se aprovechan de los más nobles. Por eso, cuando White ya no tuvo nada que perder, se negó a seguir las reglas y dejó salir el sociópata que todos llevamos dentro, ese que se asoma cada vez que un avispado decide colarse en la fila del banco o que un ventajoso se nos atraviesa y nos quita el espacio libre en el parqueadero. White sacaría a golpes al colado y destrozaría el carro del atravesado, por eso se convirtió en el tipo de delincuente que el público quisiera ser; y así enamora a la audiencia, para la que no es difícil entender que haya perdido la cordura.

Durante estas cinco temporadas, la serie ha sobresalido, en especial, por la creatividad y la consistencia de su historia. Nunca ha perdido su ritmo frenético, nunca ha dejado de sorprender, nunca ha decepcionado al espectador. Por esta razón, la llegada de la última temporada implicó un desafío enorme para sus creadores. Debían idear un final igual de fuerte y contundente. Gilligan pasó muchas noches en vela. “No podemos darles gusto a todos, no podemos darles gusto a todos”, se repetía para tratar de conciliar el sueño –según cuenta en la revista Vulture–. El equipo de escritores, perfeccionista y esquizofrénico, tardó el doble de tiempo en escribir el libreto, es decir, tres semanas y media por capítulo. “Es como jugar una partida de ajedrez –aseguró Gilligan en el Huffington Post–. Si Walt hace esto, ¿qué hará este otro personaje?”.

El productor quería despertar en la audiencia algo visceral, quitarle el aliento y dejarla satisfecha. Para ello, se aseguró de que el final fuera cerrado; es decir, evitaría esos remates ambiguos y frustrantes en los que el espectador no entiende qué fue lo que pasó. Además quiso que el protagonista ganara más: “La pregunta de esta temporada será: ¿qué se necesita para mantenerse en la cima? ¿Qué hará Walt con el poder?”, dijo Gilligan. A partir de lo que han alcanzado a revelar, no será un final bonito. Cranston lo describió como “un viaje en montaña rusa hacia el infierno”, y se arriesgó a proponer un posible desenlace, sin confirmar o insinuar que era el verdadero: “¿Qué pasaría si el mayor deseo de Walt, mantener a su familia unida, fuera amenazado? ¿Si él viviera y ellos no? ¿No es ese el peor infierno en el que se puede estar?”.

Màs de  EXTRA EXTRA

Fuente

MEXICANOS, LOS QUE MÀS DISFRUTAN DEL SEXO A NIVEL MUNDIAL


10 datos que lo confirman



1. El 56% de los mexicanos mayores de 33 años tiene sexo al menos dos veces por semana, lo que nos ubica como uno de los dos países con mayor actividad sexual en el mundo, según una encuesta hecha por la farmacéutica Lilly ICOS, seguido de Portugal.
2. El 63% de los encuestados aseguró estar satisfecho con sus encuentros sexuales, el promedio global de satisfacción sexual es de sólo 44%, dándonos un segundo lugar en satisfacción a nivel mundial.

3. Nueve de cada 10 participantes en dicho estudio manifestó que no acostumbra planear o programar con anticipación sus encuentros, a diferencia de países como Canadá, Estados Unidos y Corea del Sur, en donde la planeación del sexo es más recurrente.

4. A los mexicanos nos gusta por las noches, en horarios posteriores a las 22 horas y antes de las 2 de la mañana; y en fines de semana.

5. A diferencia de los países europeos, donde se tiene mayor sexo durante el verano, el estudio mostró que los mexicanos tenemos una amplia tendencia por incrementar la actividad sexual en el invierno.

6. La edad promedio en la que los mexicanos tenemos nuestra primera relación sexual es a los 18, a la edad “reglamentaria”

7. La media de duración de sexo por sesión es de 22 minutos, algo también bastante favorable, dado que el número total promedio es de sólo 18 minutos.

8. En esta misma encuesta, poco más de la mitad (un 52%) aseguró que le gustaría saber cómo complacer más a su pareja, hecho que nos hace ser uno de los países más preocupados por el placer del otro.

9. Para los mexicanos, el 74% de los encuestados aseguró que cree que tener sexo a menudo es importante en sus vidas, mientras que un 73% aseguró que tiene una vida sexual emocionante y divertida.

10. Tres de cada 10 mexicanos hablan de sexo con su médico

domingo, 22 de septiembre de 2013

ÁLVARO MUTIS FALLECIÓ EL DOMINGO 22 DE SEPTIEMBRE A LAS 16:20 HR.


Álvaro  Mutis, el entrañable amigo de Gabo, 
falleció ayer domingo en la Cd. de México.

LA INFORMACIÓN EN:


México fue testigo de la enorme amistad que había entre Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis. Curiosa historia la de estos dos escritores colombianos, pues ya se habían conocido desde la universidad, periodo durante el cual, silenciosamente digerían buena música en una pequeña sala de la Biblioteca Nacional de Bogotá. Cuenta García Márquez que, de todos los visitantes de la biblioteca, odiaba especialmente a uno de nariz heráldica con cejas de turco. Pasaron 40 años para que se diera cuenta que su amigo, Álvaro Mutis, era aquél chico.

Tiempo atrás, cuando Gabo empezaba a escribir Cien años de soledad, Álvaro iba todas las noches para escuchar los avances de la novela. García Márquez declara que le debe muchísimo a Mutis, pues es el único al que le ha confiado sus originales y que, incluso, sin él, no podría haber escrito como ahora. Una tarde le regaló una de las primeras ediciones de Pedro Páramo diciéndole: «Toma, para que aprendas». Gabo asegura que gracias a la lectura de la novela de Rulfo, nunca volvió a escribir igual.

Pero bueno, en lugar de seguir contándoles acerca de la buena amistad entre Gabriel y Álvaro, mejor los invito a que lean un discurso que Márquez dio en honor a su compañero (diciembre 2001), titulado Homenaje al amigo (haz clic)  En él, cuenta varias de las aventuras memorables que tuvo con Mutis, y que su amistad sobrevive gracias a que casi no se veían, incluso radicando en la misma ciudad  en la que fueron vecinos.

EL BARCA UNE DE MANERA EFÍMERA A ISRAELÍES Y PALESTINOS

UN EXTRAORDINARIO REPORTAJE DE 
JORDI SOLER
PARA MILENIO DOMINICAL
LEE AQUÍ LA NOTA COMPLETA:

miércoles, 18 de septiembre de 2013

BEBIDAS ENERGÈTICAS NATURALES, ADIÒS AL REDBULL


4 alternativas a las bebidas energéticas


Si te sientes cansado, dile adiós al Red Bull y mejor apuesta por estas opciones naturales que dan energía y no dañan el cuerpo.



Si tomar una bebida energética para superar el cansancio de media tarde es parte de tu rutina diaria, considera esto: Una lata de Red Bull contiene 52 gramos de azúcar, lo que es equiparable a 11 galletas Oreo. Aunque las bebidas energéticas proclaman ofrecer una estimulación física y mental, la dietista Tristaca Curley, dice que los efectos de éstas son de corta duración. “Podrás sentirte energizado por una hora o poco más y un par de horas después podrías terminar sintiéndote peor que lo que te sentías antes de tomarla”, dice.

Incluso más preocupante que esto son los ingredientes dañinos para la salud que se encuentran en estas bebidas, incluyendo dosis excesivas de cafeína y de otros estimulantes que incrementan el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, que pueden llevar a la irritabilidad, ansiedad e insomnio. “Algunos de estos estimulantes permanecen en tu cuerpo por varias horas, por lo que si los tomas a media tarde seguirán en tu sistema en la noche”, añade.
Te compartimos cuatro alternativas saludables que pueden sustituir a las bebidas energéticas: 
Jugos verdes y smoothies
Los vegetales de hoja oscura, como las espinacas, el perejil y la col rizada, los cuales son usados en los jugos verdes, son buenas fuentes de vitaminas B que necesita nuestro cuerpo para que el metabolismo funcione en su máximo potencial. “Si tu metabolismo está alto, tu cuerpo produce suficiente energía a un ritmo más rápido”, dice Curley.

Las mejores fuentes de energía son los granos enteros, por lo que un metabolismo alto combinado con una dieta llena de vitaminas y nutrientes te ayudará a sentirte con energía todo el día.
Té verde
Contiene una menor cantidad de cafeína que el café, y Curley dice que los numerosos beneficios para la salud del té verde (incluyendo una disminución de riesgo de enfermedades cardiacas y de cáncer) lo convierten en una excelente opción de bebida energética. También hay evidencia de que ayuda a mejorar la claridad mental y el desempeño, por lo que es una buena alternativa al café de la mañana.

Malteadas de proteína
La falta de proteína es la causa común de la fatiga. Una malteada de proteína puede ayudar a tu cuerpo a alcanzar los requerimientos nutricionales, pero Curley advierte que mezclar polvos de proteína a una malteada no te dará energía. La proteína necesita carbohidratos para convertirlos en energía. Añade fruta y germen de trigo a tu malteada con 10 gramos de proteína de yogurt, leche o leche de soya para obtener más energía.
Agua
Curley llama al agua la mejor bebida energética del mundo. “Todas las reacciones metabólicas que ocurren en nuestro cuerpo ocurren en agua”, dice. “Si nos deshidratamos, las reacciones metabólicas empiezan a alentarse y te sientes fatigado”. La deshidratación es una de las principales razones por las que experimentamos una caída de energía.
Si piensas que tomar agua simple es aburrido, añádele pedazos de frutas como de fresas o moras. La fruta provee carbohidratos y vitamina B, muy útiles para un extra nutricional.

jueves, 12 de septiembre de 2013

LA COLUMNA DE JORGE F HERNÁNDEZ

JORGE F. HERNÁNDEZ

Agua de azar 

Hasta luego 

Con estas líneas llega a su fin la columna Agua de azar que inició su navegación con el nacimiento de Milenio diario, hace casi cinco lustros. Salvo pocos jueves –que se cuentan con la mano y marcan al menos dos infartos, luego de un cáncer—procuré no faltar ni una sola semana a la cita con gratitud creciente por quienes me leían y una confirmada esperanza en que cumplía el afán de poner en tinta sincronías y coincidencias, escribir el azar sin hache que en sucesivas semanas parecía errata: pero estos párrafos no siempre transpiraban el perfume de la flor de los naranjos, ni como bálsamo para los nervios y tampoco como elíxir para ciertos postres. El propósito de las aguas era celebrar las vidas de escritores ya sin vida, eternizados en el estante entrañable donde he de seguir leyéndolos de madrugada y aplaudir –rara vez criticar ni mucho menos, denostar—los libros de escritores vivos, coetáneos y contemporáneos que me llenan de admiración… y envidia. También quise con esta columna digerir la incurable melancolía con la que despedí a mis muertos para precisamente tenerlos ya para siempre a mi lado, como una flor que retoña de tarde en tarde cada vez que se miran sus pétalos y en otras semanas, intentar poner precisamente en tinta las vidas bizarras, inexplicables biografías de almas errantes, amores imposibles y eso que llaman soledad como si no fuese la infalible presencia de uno mismo en cada silencio.

En brotes inesperados hubo más de un jueves en que me resigné a la aceptación dolorosa de no ser ya necesario para quienes me llegué a creer indispensable, a contrapelo de la conmovedora aparición semanal de un nuevo lector que me escribía algún correo o me confiaba de viva voz el entrelazamiento de su voluntad, memoria o imaginación con cualesquiera de mis párrafos. Hubo muchas semanas en que confieso haber escrito con prisas, directamente en la pantalla, olvidando la confección escrita a mano y en tinta morada que puebla las libretas originales de todas las aguas del azar como electrocardiograma de una vocación, mapa de ansias como hormiguitas alineadas renglón a renglón o simplemente lluvia de jacarandas que suelen llover por las tardes para que no se olvide que las calles lloran morado.

En más de una semana, la columna me servía –sin censura ni instrucción alguna—para expresar mis opiniones libremente, desahogar mis iras y compartir alegrías, denunciar injusticias y por lo menos no dejar sin tinta los abusos de quienes siempre creen tener la razón. En realidad, me doy por vencido: estamos condenados a la clonación cíclica de políticos mentirosos, funcionarios disfuncionales, empresarios del abuso, autoritarios sutiles o despiadados y una inmensa neblina de ignorancias, amnesias y desidia que al parecer se imponen sobre todo afán por seguir intentando escribir en voz alta. Veo que no hay remedio ante quien roba impunemente, engaña en cada sobremesa, miente hasta en las falsas etimologías de las palabras con las que logra negociar salvoconductos o una nueva oportunidad para disfrazarse. Me doy por vencido, aunque pretendo seguir escribiendo –con menos prisa—los libros que en realidad intentan convencerme o convertirme en escritor de veras y creo entonces un deber dejar este espacio para otra voz quizá más optimista que esté dispuesta a vivir la adrenalina extenuante, aunque fascinante, de hablar en páginas cada ocho días con una incierta pero fiel, imprecisa pero infaltable, legión de lectores que definen con exactitud la diferencia entre prójimos y próximos.

Me honra que Antonio Muñoz Molina prologó una antología de la primera década de Agua de azar (Escribo a ciegas, Trilce, 2012) y que próximamente, Juan Villoro me confirma la alternativa con otro hermoso texto que sirve de prólogo para Solsticio de infarto y otros instantes, segunda selección de aguas de azar que circulará bajo el sello de Almadía. Me doy cuenta que semana a semana intenté honrar la admiración y el afecto que le profeso a estos y otros escritores, que me duele hasta el Sol de hoy haberme despedido en estas páginas de mis maestros Luis González, José Luis Martínez y los historiadores decanos de Madrid, tanto como lloro haber tenido que escribir adioses para Salvador Elizondo, María Luisa Elío, Eliseo Alberto, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, José Emilio Pacheco y Gabriel García Márquez, entre otras pérdidas tan grandes a contrapelo de la feliz saudade con la que intenté dar la bienvenida a escritores jóvenes que ya son también mis maestros. Aquí me despedí de amigos y de hermanos, la última sonrisa de mi padre y los primeros pasos de algunos niños que ya son hoy lectores. Con Agua de azar intenté compartir todos los libros, toda la música, tantos cuentos, todo poema, algunas películas, muchas ideas y no pocas preocupaciones que se me filtraban en la pluma como desasosiegos, catarsis, entusiasmos y desvelos, pero en realidad ha sido no más que el espejo donde constan las canas, el paso de los años y el peso con el que me reventé las arterias para luego adelgazarme en una renovada versión de mí mismo que creí resucitaba mi corazón y su avispero. Aquí rompí toda forma de anonimato y dejé constancia del triunfo de mi derrota ante el alcohol y otros demonios, aunque hoy veo probable que no me he quitado de la saliva el amargo sabor de seguir siendo el mismo que creí haber logrado olvidar.

No hay medida para la inmensa gratitud que le tengo a los lectores de esta columna y a los directores del periódico que me dieron siempre mi lugar. Con casi quince años de entregas semanales, Agua de azar es la música para la microhistoria maravillosa con la que Santiago se volvió hombre, autor de sus propios ensayos y Sebastián, que llega también a la mayoría de edad, dueño de todas las mejores cuerdas para la música de su vida: mis hijos han sido mis primeros lectores y mejores críticos, la cuadrilla de confianza con la que juntos hemos lidiado amores contrariados, ilusiones esfumadas y noches en vela, pero también la polifonía a tres voces de tantas carcajadas, tantos viajes que se volvieron crónicas en párrafo y tanta vida que nos une. Miento si digo que no lloro sobre estas páginas, pero es sal que se mete bajo los párpados mientras una mínima sonrisa intenta mostrar felicidad y agradecimiento. Supongo que me leo mejor en libros, así que no digamos Adiós, sino hasta luego.


JORGE F. HERNÁNDEZ

Una sombra en La Habana
"La Emperatriz de Lavapiés" es niebla de palabras y el humo de la trama parece no haber envejecido en estos 15 años que hoy mismo cumple.


La Emperatriz de Lavapiés es un homenaje a Madrid, a todos los madriles que le caben a la Villa y Corte, pero también al Madrid que se lleva en mente, ya como recuerdo insaciable de quien anhela volver todo el tiempo o como deseo pendiente para todo viajero. Es una novela que se escribió como confirmación de que hay días obnubilados, madrugadas trasnochadas y atardeceres velazqueños en los que cualquiera podría confundir la Gran Vía con San Juan de Letrán, el Zócalo de la Ciudad de México con la Plaza Mayor (ambas plazas con sombrererías notables en sus portales), el Paseo de la Castellana con Paseo de la Reforma y el Bosque de Chapultepec con el Parque del Retiro. Agreguemos que es una novela escrita con los horarios volteados, con la enrevesada cronometría de quien no tiene por qué ajustar su reloj en cuanto aterriza en Barajas, y así la ciudad donde uno puede pedir coñac a las siete de la mañana se vuelve el confuso escenario donde las horchatas de chufa parecen de coco y los kebabs árabes giran en la mente como tacos al pastor.

La novela es también un homenaje al Quijote de Cervantes y su necio afán por desfacer entuertos y enmendar errancias en búsqueda perpetua de la mujer de su vida, la que él mismo ha convertido en Emperatriz de Lavapiés por obra y gracia de un chotis compuesto por Agustín Lara en una época en blanco y negro, y de allí que el protagonista, D. Pedro Torres Hinojosa, tenga un lío daltónico que no se cura con dioptrías: hay días en que todo lo ve en technicolor y algunos elementos o personas en perfecto blanco y negro, y luego se le suceden los días en que todo lo ve en blanco y negro, tirando al sepia de su propia nostalgia, y de pronto ve caminar a alguien en perfectos colores. Ese recurso ya sale en las películas y se ha vuelto común en la publicidad de cualquier refresco, pero cuando se escribió la novela debo reconocer que solo una peli había intentado pasar el mensaje con unos peces de colores que navegaban de pronto en la pantalla donde había transcurrido una historia en blanco y negro. Ahora creo que LaEmperatriz de Lavapiés es la crónica feliz y no necesariamente infructuosa de un hombre que solo busca recuperar el beso, el primer y único beso ligado al abrazo, ese abrazo individual que solo es capaz de darnos la mujer que ama de veras y ahora, así pasan los años, leo que la novela es también el largo ensayo donde se trata de exponer que la felicidad es fugaz e instantánea, aunque se queda congelada en un vacío de tiempo.

La Emperatriz de Lavapiés es también novela donde el autor pretendía inventar una tertulia de fantasmas. Como es su costumbre, al no encontrar en librerías una historia que narrase la imposible reunión más allá de la muerte de una docena de autores, escritores, poetas y espectros entrañables, se decidió a escribirlos en blanco y negro y meterlos en cursivas en los diálogos con D. Pedro Torres Hinojosa en su incansable búsqueda de su Carmen, jardín y poema, LaEmperatriz de Lavapiés. Desfilan por las calles de Madrid Max Aub, Pío Baroja, Ramón María del Valle Inclán, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes y Amado Nervo como alineados en el estante del hostal donde el quijote delirante ha de inventarse un hogar. De sobremesa, en el Gran Café Gijón se leen por una sola vez juntos, intemporales y felices Federico García Lorca, Luis Buñuel, los hermanos Machado y todos los fantasmas que han ayudado a don Pedro en su búsqueda de novela… y sí, parece que al autor se le ocurrió una Medianoche en Lavapiés mucho antes de que la soñara Woody Allen, pero también es cierto que hay mucho de una Rosa púrpura del Cairo en el anhelo a veces incumplido que llevamos todos al querer sacar de la pantalla a la musa que nos habla al oído y camina de veras a nuestro lado, ya para siempre que es hoy.

La Emperatriz de Lavapiés es una novela de amor cursi, guiada por la sentencia de Bioy Casares en La invención deMorel, donde consta que toda cursilería, cuando es humilde, tiene todo el gobierno del corazón, y así se ha ido llenando de claveles la alfombra invisible de la Gran Vía en un cuadro hiperrealista de Antonio López García y ha crecido mi constante nostalgia por volver a Madrid todas las madrugadas, y así se han sumado ya varias ediciones y reimpresiones y tantos lectores a quienes agradezco profundamente haberla salvado de empolvarse en la amnesia.

A mucha honra La Emperatriz de Lavapiés resultó finalista del Primer Premio Internacional de Novela Alfaguara, a la sombra de Margarita, está linda la mar, de Sergio Ramírez, y Caracol Beach, de Eliseo Alberto, quien hoy mismo cumple los primeros tres años de su merecida eternidad; aprendí con ello a digerir el sosiego de que los libros se hacen por leídos y no necesariamente le llegan los premios para garantizarles memoria eterna, y aprendí también que hay historias que se vuelven plurales con leerse al paso de las manos y de los años.

Agradezco a la editorial Alfaguara y Punto de lectura que organicen los 15 años de una novela a la altura de su íntima majestad. Baja una larga escalera con los pasos firmes de quien lleva todo el peso del mundo sobre sus espaldas y no necesita hablar para hipnotizar a los testigos de su belleza. Es Ella, la que no aparece en la novela en acercamientos pues es intemporal y parece siempre etérea; está intacta al paso de los lustros y sonríe porque se sabe leída, que es como saber que alguien la admira con tan solo creer que la ve y alguien la escucha e intenta comprenderla, que es como subrayar que otros solo habían querido condenarla a la vitrina y quizá incluso fingir afecto donde solo han propinado agresión y desprecio. Son 15 años como 15 meses o 15 minutos de conversación en silencio, en el santuario compartido del amor honesto, en medio de tantos fantasmas, con la Gran Vía alfombrada de claveles y ese vapor de trenes antiguos que inunda los andenes cada vez que nos despedimos. Es un ramo de nubes que se filtra en la escenografía sin colores donde parece resucitar a diario un rojo corazón de tinta. Es niebla de palabras y el humo de la trama que parece no haber envejecido en estos 15 años que hoy mismo cumple una novela que ha dado tantas lecturas y tantas alegrías puras que hoy dan ganas de leerla entre hielo seco.


JORGE F. HERNÁNDEZ

Una sombra en La Habana
Me vienen a la mente los párrafos de ensayo de "Lichi" donde hace crónica de corazón y las crónicas donde ensaya la reconciliación de los fantasmas de esta isla quizá cansada de utopías.

Vine a La Habana para buscar una sombra. Hace tres años pensé que me iba de este mundo con la primera cornada grave que abrió mi corazón, y Eliseo Alberto se encargó de sacarme de terapia intensiva con un discurso tan convincente que otro infartado también pidió que lo mudaran al piso de recuperación al contagiarse de todo el afecto y toda la preocupada insistencia con la que Lichi me hablaba de tantos párrafos pendientes, de libros enteros por escribir y de que me faltaba apostar al milagro de que un corazón resucita cuando se sabe acompañado de un sueño. Me dijo todas las cosas que debió decirse a sí mismo en el instante que tanto me duele evocar, pues salí del hospital para llorar ante su féretro apenas unos días después. Lichi se fue en un verso donde confiesa que su sombra se perdía por una bocacalle y pedía que la enterrasen en La Habana.


He venido a La Habana para confirmar que Eliseo Alberto está en la poesía incandescente de su padre, en los versos hipnóticos que lleva en la voz su tía Fina García Marruz y en la música que destila su primo José María Vitier. En el tumbao que llevan las negras al caminar y en la taquicardia anónima de un tres que requinta la melodía, en el atardecer del Malecón y en las sombras del castillo del Morro, está Lichi; en las calles alineadas con los edificios imperiales tallados por espuma de mar y salitre, en el hotel donde dormía ebrio Hemingway y en los libreros interminables de Lezama Lima, está Lichi; en el sabor de los mejores platillos de todo paladar y en los sueños de jóvenes que adoran su isla sabiendo que quizá la vida esté en otra parte, allí está miLichi con las palabras que cantaba llorando, los versos donde consta que en este puerto ya solo flota lo que antes naufragó.



Eliseo Alberto está en cada uno de los dibujos de nuestro hermano Rapi, guerrero que reía para iluminar cualquier mañana, y en la voz hermosa de su gemela Fefé, a quien apenas ahora parece que conozco: gran ensayista y custodia de la memoria de esa familia de poetas, músicos, cirqueros y conversadores que se extienden como un generoso paisaje de prados verdes en medio de todas las frutas que nos concede la vida para azucarar tanta nostalgia. Fefé, la poeta de limericks en español, ripios rizados de rimas para niños, la niña intacta que lleva en sus dedos cada línea de cada poema y de cada ensayo retorcido de Papá Eliseo, con sus perfectas correcciones en diminutas caligrafías que hacen hablar a las palabras que deletrean como murmullo.



Fefé me lleva al lugar donde está Lichi: el puente de Arroyo Naranjo, centenario, por donde sigue pasando el tren, sus vías en medio de la hierba aplanada por tantos años y tantos recuerdos. Intenté no llorar en ese paraíso que Lichi bautizó como la Fincade los comienzos y que Fefé ha publicado como El reino del abuelo. Allí está Lichi y están todos en las palmeras que custodiaban unos jarrones camagüeyanos y en la fuente de agua de tiempo, en el árbol donde se encaramaban los tres niños y sus primos y en el estudio de Papá Eliseo, ubicado aparte de la casa solariega y feliz con sus balcones abiertos a la visita de todos los grandes escritores de la revista Orígenes y todos los grandes autores en libros que florecen en cada ensayo y cada vez que se les recuerda. Allí esta Lichi en el camino a la escuelita y en el silencio de las calles arboladas, en el eco de las fiestas que eran cada comida que se alargaba sin tiempo.



Alguien decidió que el guión de este milagro fuera coreografiado con el Sol más intenso posible y que tanta emoción fuera como buscar una sombra al lado de matorrales verdes o a la vera de algún taxi de coche viejo, recién pintado como los barcos de colores o bajo las alas de un sombrero de yarey capaz de cubrir al menos la mitad de la noche. Alguien dictó que en mis oraciones calladas se escucharan las voces de los personajes más entrañables de las novelas de Eliseo Alberto, sus nombres de musicales sílabas y sus pasiones desatadas en caliente: el viejo actor que vuelve a La Habana para cumplir tres promesas en una obra de teatro existencial, la vieja peluquera que cantaba de noche acostada sobre un piano, el actor que cambia de nombre según el barrio, los miembros de un circo donde una mujer vuela libre sobre los lagos congelados de Irlanda desde su más íntima cubanía, los niños que Lichi hacía inolvidables o el hombre que cayó preso por matar en defensa del amor convencido de que eso es matar en defensa propia. Las lágrimas me estorbaban las palabras que hacía cantar Lichi, tanto como se me vienen a la mente sus párrafos de ensayo donde hace crónica de corazón y las crónicas donde ensaya siempre la urgente reconciliación de todos los fantasmas de esta isla quizá cansada de utopías, en búsqueda urgente de una santa manera de ponerse de acuerdo al saber por fin ponerse en desacuerdo.



Tres años me convenzo de que nadie se va mientras alguien se acuerde.
Nadie deja de estar mientras sus libros se leen en cada vieja calle estrecha donde los coches de décadas pasadas descansan sobre ladrillos, en la devoción del Cobre y en el noviciado apasionado con el que se besan los adolescentes, tan lejos de los discursos, tan cerca del mar. Aquí no ha pasado nada en las conversaciones salpicadas de carcajadas como maracas y en las anchas avenidas alineadas por palacetes cacarizos y en el camino a Arroyo Naranjo, el paraíso de una infancia que cubre más de tres generaciones de niños sonrientes. El sabor de amanecer de la frutabomba, todos los rituales del arroz, cada verso que mece a La Habana como mujer revestida por las olas del mar, la piel de los libros que se leen de noche en voz baja… y así pasan tres años, y no te dejo de pensar, Lichi, aunque ahora sepa perfectamente dónde estás.

JORGE F. HERNÁNDEZ

Negar el saludo
En medio de la multitud se distingue el rostro que parece revelar un gesto de incredulidad cuando en realidad está ejerciendo una muestra insólita de dignidad.


Confieso —no sin cierta culpa— que hay gente a quien le niego el saludo, a contrapelo de tantas personas a quienes de veras deseo el bien con abrazarlos como oso en medio del bosque de las peores desolaciones. Sé perfectamente a quién no quiero ni tengo la menor necesidad de estrechar su mano, manchada de mentira, engaños, hurtos y vilezas aunque ostenten comodidades ficticias y farden tautologías en sus definiciones de palabras básicas o confundan etimologías de los sentimientos primarios supuestamente comunes que deberían identificarnos. A menudo, el carismático que se siente realizado en cualquiera que sea su nefando oficio cree merecer amnistía y amnesia instantánea por sus etílicas embarradas o sus engreídos exabruptos; es el mismo mal que padece quien confunde hacerse el chistosito y creer que cae bien al mundo, cuando en realidad no tiene verdadero sentido del humor y en verdad cae mal, aunque caiga siempre parado. Hablo de quien dicen que es ungüey muy cagado (como metáfora de simpatía) cuando en realidad riega su estercolero imborrable sobre su más íntima biografía; hablo también de los líderes hipnóticos, los políticos nefastos, las doñas del engaño sindicalizado o las fulanas de toda falsedad. Sobre todo, hablo de quienes encarnan el Mal con mayúscula —quizá sin saberlo a ciencia cierta, aunque lleguen a pensar, en algún desliz delirante, que sus atropellos no son más que “bienes necesarios para el equilibrio” del ominoso poder que ostentan.



El 13 de junio de 1936 (que es como decir el domingo pasado) una nítida fotografía en blanco y negro congela el momento en que cientos de trabajadores de los astilleros Blohm und Voss, de Hamburgo, extienden sus brazos derechos en estricto saludo nazi al paso de quien llamaban Führer. Cientos de brazos firmes, en ángulo recto a los pechos erguidos, todos a una, menos uno: en medio de la multitud, se distingue el rostro que parece revelar un gesto de incredulidad cuando en realidad está ejerciendo una muestra insólita de dignidad. Se trata de August Landmesser, que al momento de la fotografía se hallaba enamorado y comprometido a casarse con la judía Irma Eckler, ese día en que Adolfo Hitler lanzaba a la mar el buque-escuela Horst Wessel.



Landmesser vivió un instante ejemplar de dignidad. Ahora sabemos que fue hijo único y que su biografía pareció garantizarse un futuro cuando se afilió al partido nazi, que le garantizaba un trabajo en los astilleros de Hamburgo. En 1935, al intentar registrarse para casarse con Irma Eckler, fue expulsado del partido omnímodo, y en octubre de ese mismo año nació su hija Ingrid. Seis meses después, el enano del bigote ridículo hacía zarpar el mentado barco y alguien con lupa de muy mala leche tomó nota del insólito valiente, el hasta entonces anónimo héroe que se atrevió a negarle el saludo (aún de lejos y con posibilidad de simularlo con una mentada de madre) al todopoderoso e incuestionado mandamás.



En julio de 1937 (que es como decir el próximo fin de semana), Landmesser, su mujer y la pequeña Ingrid fueron detenidos en su intento por huir. Ella estaba nuevamente embarazada y él fue declarado culpable de “deshonrar a la raza aria”, de acuerdo con las leyes raciales promulgadas en Núremberg. Ambos declararon desconocer si ella era realmente judía, o lo que llamaban “totalmente judía”; por falta de pruebas, la pareja fue liberada a condición de que suspendieran su relación. Al año siguiente, en mayo de 1938 (como quien dice hace apenas ayer), fueron nuevamente arrestados al ser denunciada la continuidad de su relación, con Ingrid en el regazo y un embarazo ya más que avanzado. Hoy mismo, 15 de julio de 1938, Landmesser fue arrestado por la Gestapo y enviado al campo de concentración Börgemoor y su mujer a la cárcel Fuhlsbüttel, donde dio a luz a Irene, segunda hija de ambos.



Landmesser pasó del campo de Börgemoor al trabajo forzado en Warnemünde en 1941, y tres años después fue obligado a enrolarse en el Batallón 999 de la Wermacht, donde fue declarado “perdido en acción” durante una batalla en Croacia en octubre de 1944 y pronunciado oficialmente muerto hasta 1949. Su mujer pasó de la prisión Fuhlsbüttel a tres campos de concentración: Orianienburg, Lichtenburg y Ravensbrück, hasta que fue ejecutada en el Centro para la Eutanasia de Bernburg; la niña Ingrid fue entregada a sus abuelos maternos hasta 1953, cuando, al morir ellos, pasó en adopción a una familia anónima, como había ocurrido con su hermana. Ambas recuperaron oficialmente su apellido Landmesser hasta 1951, cuando se reconoció de manera retroactiva el matrimonio de sus padres.



Debemos a Irene Eckler el testimonio de esta infamia en el libro Die Vormundschaftsakte 1935-1958: Verfolgungeiner Familie wegen “Rassenschande” (La custodia. Documentos 1935-1958: Persecución de una familia por “Deshonrar a la raza”), que incluye no solo documentos, fichas y papeles que dan fe de su familia desgarrada, sino cartas de la madre Irma desde los campos donde la concentraron, y fotografías, entre ellas en la que su padre niega el saludo al dictador, en medio de un centenar revuelto de convencidos, abnegados, hipócritas o callados brazos que jamás se atreverían a hacer lo que hizo este hombre solo y sólo con infinita serenidad y callada valentía, sin saber que su gesto sería una añadida circunstancia a su desgracia y la de su familia.



Sabemos de quienes se niegan a cruzarse de brazos ante la ocurrencia xenófoba, misógina, racista o ideológica de cualquier chistoso, pero Landmesser es precisamente el ejemplo de quien, cruzándose de brazos, al filo de su propio abismo, por lo menos le negó el saludo a quien por ningún poro posible de su piel engreída merecería siquiera mirarlo directamente a los ojos.

JORGE F. HERNÁNDEZ

Lloran los niños


Ojalá la FIFA destine un poco de los 40 mmdd que obtiene como ganancia para “el reconfortante y engrandecedor beneficio” de los infantes brasileños más necesitados.

Quizá las imágenes más tristes del desastre brasileño por la goliza sufrida ante una máquina aceitada de futbol que se llama Alemania sean las miles de caras llorando, las lágrimas sin palabras de los miles de niños cariocas de todas las edades que asistieron al estadio de Belo Horizonte para confirmar dolorosamente que los catorce mil millones de dólares que invirtió el gobierno de Brasil para la celebración de su Mundial 2014 no bastan para que gane el anfitrión. Hablo de los infantes, pero también de los jugadores que quizá —obnubilados por una suerte de capoeira nacionalista y una dudosa fe en un equipo improvisado— realmente creían estar en el jogo bonito, cuando en realidad afloran sospechas de que hubo incluso intentos por sobornar cuanto factor arbitral y mediático se dejara influir para asegurar una cita con la felicidad que, como dijo Valdano, “se volvió un acercamiento al precipicio”. Hablo también de millones de niños brasileños que no tenían ni manera para acercarse a las inmediaciones de los estadios y, aun así, se dejaron soñar con una alegría que en el fondo ahora se convierte en resignada explicación de lo absurdo: por mencionar solo un sinsentido, al día de hoy queda cerrado hasta nuevo aviso el megaestadio de Manaos, uno de los más caros del mundo, construido a sudor y sangre en medio de la selva, lejos de todo, en donde todos los materiales para izarlo tuvieron que llegar por barco… en una localidad que no cuenta con equipo de futebol, ni de lejos en Primera División, y que no resulta atractivo para otro tipo de espectáculos al estar tan lejos de cualquier posible mercadotecnia para colmar su asistencia.

Hablo también de la más que preocupante crisis humanitaria que viven cerca de cien mil niños en la frontera de México con Estados Unidos. Alrededor de setenta y cinco mil niños centroamericanos y una veintena de miles de niños mexicanos se encuentran en un limbo migratorio apuntalado por un vado de utopía no del todo imposible: consta que de los cincuenta mil menores indocumentados que fueron detenidos el año pasado en esa frontera, sin acompañamiento de adultos, solo dos mil fueron deportados a su país de origen por un lapsus burocrático en donde consta que los niños detenidos en tal situación pasan a custodia del Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno norteamericano, que al paso de cuatro o cinco semanas, al no poder albergar a tantos niños perdidos, los colocan en una suerte de adopción temporal con familias samaritanas y altruistas a la espera de un juicio en cortes especializadas que puede durar años. Este es el reducto que les espera a los niños indocumentados centroamericanos, pues a los menores de nacionalidad mexicana —e incluso, aunque improbablemente, los canadienses—, son deportados automáticamente, por lo que es de suponerse que más de un mexicanito tenga que fingir acento nicaragüense o afirmar que come pupuchas salvadoreñas y bailar como hondureño para optar por el salvoconducto burocrático que le permita vivir a la espera de un mejor futuro lejos de las guerras del narcotráfico, reclutamientos forzosos del crimen organizado, así como miles de menores centroamericanos prefieren cruzar toda la cancha de la geografía norteamericana con tal de no quedar encerrados en su propia área chica de las bandas tatuadas, dueñas del balón de su propio bienestar.

Durante los ensayos previos al estreno de Peter Pan en Londres, su autor, J. M. Barrie, había instado a los miembros de la orquesta para que amainaran el volumen, o incluso dejaran de tocar y aplaudieran rabiosamente para incitar al público a hacer lo mismo al terminar el 
monólogo inicial (antes de que se levantara el telón), en el instante en que el sofisticado, enjoyado y supuestamente acartonado público londinense fuera sorprendido por el vuelo en pleno proscenio de una niña-niño vestido de verde que, al posarse como pájaro mágico, iniciara el rito teatral con la pregunta: “¿Creen ustedes en las hadas? Pues si de veras creen, ¡agiten sus pañuelos y aplaudan!”. Consta en las crónicas que no hubo necesidad de que la orquestra indujera los aplausos, pues el público en masa irrumpió en un estruendoso aplauso, envuelto en pañuelos agitados, rodeados de tres docenas de niños que el propio Barrie había infiltrado entre las butacas. Según un diario de la época, “la élite de la sociedad londinense sucumbió en ese momento al embrujo de Barrie… y la actriz que protagonizaba el papel de Peter Pan lloró desde el primer vuelo de su papel estelar”.

George Bernard Shaw criticó el libro de Peter Pan y su puesta en escena como una sórdida artimaña “impuesta por adultos sobre los niños”, mientras que Mark Twain defendió a Barrie y a su obra como “un reconfortante y engrandecedor beneficio para esta sórdida época enloquecida con el dinero”. Se sabe que Barrie inspiró a los “niños perdidos” que pueblan la Tierra de Nunca Jamás tanto en su hermano David, que murió ahogado en un lago congelado a los trece años de edad, y en los hijos de Arthur y Sylvia Llewelyn Davies, náufragos aparentemente rescatados por la compañía e imaginación del dramaturgo al hacerse amigo íntimo de su madre. Merece otra crónica la tragedia de que, ya de adultos y huérfanos, dos de los “niños perdidos” Llewelyn Davies fueron suicidas y otro murió en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, pero valga para estos párrafos insinuar que si acaso la FIFA pudiera destinar unos cuantos miles de los 40 mil millones de dólares que obtiene como ganancia con el Mundial Brasil 2014 para “el reconfortante y engrandecedor beneficio” de los niños brasileños más necesitados, y si de verdad servirá de algo el presupuesto emergente que ha solicitado el presidente Obama para hacer temporalmente frente a la crisis en la frontera o, como bien escribe Carlos Puig en este diario, “el problema es de tal complejidad que se necesita una gran idea. Una. Regional. Con mucho, mucho dinero atrás. Los pequeños gestos humanitarios de alivio serán muy poco frente a lo que viene”, y eso es como recibir, gol tras gol, un naufragio de derrota histórica en la propia conciencia de casa.


JORGE F. HERNÁNDEZ

Vuela la esperanza 


Todo el estadio se concentraba en ver cómo el balón trazaba su perfecta curvatura en el aire, un proyectil que buscaba el área teledirigido por el ánimo de gol inevitable…

La desolación mundialista por culpa de una engañosa naranja y la afortunada publicación de Tiempo de compensación. Para leer en la banca (Ediciones del futbolista, Ficticia/Mantarraya ediciones, 2014) me permite intentar un consuelo con la siguiente confesión: no sin pudor, a menudo la doctora me recuesta en su diván e intenta convencerme. Según sus teorías, todos los problemas que enredan mi vida cotidiana, cualesquier trastocamiento de mi personalidad y el impredecible guiño que pellizca mi párpado derecho sin aviso se deben a la pasionaria filiación que le profeso al F. C. León. No diré que es una religión para no mancillar mi devoción por la Madre Santísima de la Luz (patrona de León, cuyo manto casi curó de la ceguera a Rigo Tovar), y tampoco diré que es un fanatismo irracional (los resultados de la gloria demuestran que hay fundamentos de la lógica para seguirle yendo a mi equipo del alma).

He vivido prodigiosos instantes que convencerían a cualquiera de que el Nou Camp es en realidad un estadio con magia: el gol de cabecita hacia atrás de Uwe Seeler (aunque, jugando para Alemania, en el fondo fue un lance felino), la mítica desbandada por la izquierda de Salomone (que se salió del estadio y llegó a Silao en cuarenta y dos minutos: récord mundial), el vuelo suprahumano de Darío Miranda vestido de Pantera Rosa, iluminado por su tío el obispo. ¿Cómo no evocar la mítica estela de La Tota Carbajal o de Costa, Conrado, Battaglia en el brillo que resguardaba la mirada de mi padre, o los fantasmas de Chepe Chávez y Guillén, Mantegazza y Batocletti, que siguen apareciéndose en el espejo del sauna donde acostumbro bañarme los sábados?

No intento hilar en estos párrafos todas las anécdotas posibles en torno a la grandeza inconmensurable de mi León, ni mucho menos hacer una justificación clínica para la doctora. Lo que quiero registrar de una vez por todas es el milagro, aún no reconocido por Roma, del verdadero vuelo de mi esperanza. Muchos creerán que me refiero a la triste noche en que mi hermano Antoto tuvo a bien lanzar desde la tribuna una hielera de cervezas (para lo que quizá valdría aclarar que estaba vacía y, aunque reprobable el hecho, se debió a una ira colectiva por el evidente cochupo de un empate previamente pactado con el Toluca, nefando equipo que nos ganó un título con elcatenaccio de Ricardo de León); otros pensarán que me refiero al reciente instante en que El Maza o Márquez saltaron como gacelas entrelazadas para rematar ambos un balón colgado o el vuelo del gringo imbatible para detener un penal… Pero no, el verdadero vuelo de mi esperanza se congeló en mi memoria una distante noche que ya ni encuentro en el calendario. Fue una noche templada en la que un León-Atlante no prometía más anécdotas que las predecibles: mi equipo volvería a eclipsar cualquier intento de triunfo de los descendientes del general Núñez (tal como el legendario 10-0 del 58 nos había condenado a ambos equipos para siempre: es decir, siempre le gana el León al Atlante y punto).

El nazareno marcó tiro de esquina y en lo que se cobraba ese córner (sin que pudiera imaginar que estaba a punto de cristalizar el vuelo de mi esperanza), el fiel aficionado verde que se ubicaba a mi derecha lanzó como neblina de su memoria la frase aparentemente innecesaria: “Esto me recuerda cuando representamos a México en los Panamericanos”, refiriéndose —¡claro está!— al hecho jamás repetido, histórico antecedente de orgullo leonés que la Patria olvida injustamente, ese heroico papel cuando el F. C. León representó a México en los Juegos Panamericanos, camiseta verde —cambio de escudo— y calzones blancos en una época en que México jugaba de camiseta color vino, rojo sangre con calzones azules. “¡Y por eso México juega de verde!”, exclamó el anónimo arcángel al instante en que se cobraba el córner, y así como todo el estadio se concentraba en ver cómo el balón trazaba su perfecta curvatura en el aire, un proyectil que buscaba el área teledirigido por el ánimo de gol inevitable que ya llevaba tatuado sobre sus cueros desde el instante en que salió de la falsa hipotenusa de la esquina abanderada, así también yo me concentré en ver el sigiloso acercamiento, auténticamente felino, de J. Concepción Rodríguez, cuya camiseta se veía más verde que nunca precisamente por la intensidad con la que preparaba el milagro: las manos extendiéndose como garras, la mirada fija en el balón que se colgaba en el aire, la cintura como una taquicardia zigzagueante que dejó boquiabiertos a dos rivales del Atlante que no se explicaban el fenómeno indescriptible: al filo de la media luna del área grande, Concho Rodríguez, lanzándose de palomita —“en plancha” dirían si jugara en el Real Madrid—, como ave libre siendo león puro en trance de un zarpazo monumental que le permitió sacudirse la melena en más que cámara lenta, cámara eterna, segundos interminables en los que todos vimos, absolutamente todos —compañeros del León glorioso, rivales del Atlante estupefactos, miles de espectadores enmudecidos, el Universo detenido en las pantallas de la NASA— el autogol más hermoso de la historia.



JORGE F. HERNÁNDEZ


Llanto de guitarra 

La noche en que murió Paco de Lucía se convirtió muy pronto en madrugada. Era como si se multiplicasen los tiempos; todas las épocas que cubre el manto de su arte desde que tocaba flamenco en blanco y negro, con el pelo relamido y vestido de corto hasta las horas diarias que invertía en ensayar y volver a ensayar con todos los colores, descalzo y con la cabellera al vuelo. La madrugada en la que se va Paco de Lucía se llena de esa música que llamamos silencio.

Francisco Sánchez Gómez eligió llamarse De Lucía porque así le decían en las calles de su pueblo, identificándolo con el nombre de su madre que lo escribía con zeta y con apellido portugués: Luzía Gomes, con esa letra ese que en Andalucía se vuelve verso en los labios y luego se pierde en tantas palabras, como cualquiera podría perderse de no llevar siempre a cuestas la íntima música de su querencia. Por algo su hermano –que lo acompañaba en más de un concierto y grabación—adoptó llamarse Ramón de Algeciras. Nadie lo ha dicho mejor que Juan Villoro: “La música produce un peculiar arraigo, una imaginaria composición de lugar. Sin importar dónde estemos, de golpe, el rasgueo de una guitarra nos sitúa en el Mediterráneo: Paco de Lucía transfigura el espacio. En sus manos la guitarra fue mujer, el mar, el cielo o todo eso junto: un pueblo”.

Quien se enamora de una guitarra lleva la patria a cuestas y Paco de Lucía no sólo llevaba en las venas a Andalucía, sino a toda una península en el instante en que jugaba con sus hijos en una playa de un paraíso perdido donde recibió la cornada de un infarto que le partió el pecho. Cargaba con España, con tantos paisajes entrañables que se pintan en seis cuerdas y con tanta literatura que parece deletrearse sobre el brazo de una guitarra, los siglos divididos por trastos e incluso los hechos trascendentales como capotrasto, esa cejilla de madera que agudiza las notas de los días, vuelve más soprano el tenor de una tragedia o enfatiza el lamento de un adiós. Paco de Lucía llevaba todos los sabores y toda la cultura de su querencia no sólo por el mundo, sino por la España misma que despertaba de una larga noche que muchas voluntades aliviaron en un largo amanecer que no volvió a ser madrugada: muestra de ello es el concierto en el Teatro Real, reservado hasta entonces a lo que se había definido como exclusivamente “música culta” y de pronto, con desparpajo, con la pierna cruzada, sin necesidad de inclinar la guitarra como hacía Andrés Segovia o como manan los cánones de la guitarra pautada, Paco de Lucía arremolinaba en el aire la música palpable que todos llevamos en la piel, en el árbol genealógico de siglos.

Párrafo aparte, el milagro de Camarón de la Isla. Esa voz que se rompía como quien rasga un manto en medio de una saeta de Semana Santa en Sevilla y las pausas con lágrima incluida como media verónica de Curro Romero en medio de las estrellas, el infinito albero amarillo de la verdadera Vía Láctea que se llama Real Maestranza. Entre los tres y el anónimo pícaro que hoy mismo quiere ganarse unas monedas inventando una tomadura de pelo, deambula el duende, esa pimienta indefinida que explica el salero con el que camina Ella esta tarde por la calle de la Sierpes o declarada Emperatriz en plena Gran Vía de Madrid. El duende con el que sólo saben batir palmas los que miden con gracia las embestidas del destino, los que saben pararse no al filo del burladero sino en el centro mismo del Universo, burlar las cornadas como estatua y en los oídos intentar clonar la magia de diez dedos que se convierten en treinta y seis cabalísticos apéndices que a su vez convierten seis cuerdas en toda la música del mundo en una taquicardia eléctrica, que de pronto se puede atemperar o sincopar con el sexteto de Paco, con el cajón peruano que él mismo convirtió en flamenco o con los pasos que da una pareja que baila por bulerías un pasaje de la ópera Carmen.

Es inapelable que Sabicas o Manolo Sanlúcar cuajen la perfección mecánica de unos tarantos o que Al DiMeola o John McLaughlin se sincronicen en el oleaje de una rumba (incluso tocando con uña de plástico y no con los cinco dedos que hay que clonar con cada rasgueo), es innegable que una niña japonesa de trece años pueda tocar un fandango de Huelva como si de veras hubiera salido de Yokohama, pero que alguien convierta como lo hacía Paco de Lucía a todos los palos del flamenco en una extensión de su alma, que las cantiñas se le veían en los párpados, las alegrías en su cara seria, las galeras en cada dedo que hacía que sus manos fuesen más grandes que las de los demás mortales, la seguiriya como conversación, los tientos como quien murmura secretos, el zorongo como quien se despeina en altamar en medio de una carcajada y salir por peteneras como quien busca un telón. Eso ya nadie lo puede hacer. Nada más y nada menos.

En 1975 o 76, Paco de Lucía era ya la leyenda que hoy sustituye a por lo menos una constelación completa de estrellas sobre el terciopelo de su eternidad. Viajaba con más de seis guitarras, como quien tiene una espuerta llena de posibilidades sabiendo que sólo una muleta o un capote en particular son los de las grandes faenas. De Contreras y otras firmas, de madera de cerezo y de clavijas a la antigua o de mecanismo reluciente, sus guitarras parecían envidiar el momento que Paco tomaba una entre todas para deletrear una vez más al mundo. De entre todas, la guitarra que firma Ramírez tiene tela: desciende del afán de dos hermanos, José y Manuel, que estrenaron su primera guitarra en 1891. Lauderos minuciosos, artesanos medievales aun siendo decimonónicos, los Ramírez se pelearon por divergencias en las curvas y definiciones de lo que cada uno creía que debería ser la mejor guitarra del mundo. Mientras José se mudó a París y se concentró en fabricar sus muñecas para el mercado de la música clásica y de concierto, Manuel se quedó en Madrid y su estirpe lleva ya cuatro generaciones fabricando con duende guitarras que cobraron fama a partir de que Andrés Segovia se enamoró de una de ellas en 1916, pegado su pecho a la caja de la nena e interpretando milagros que valieron que esa misma guitarra esté hoy expuesta en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. No quiero hacer la microhistoria detallada de qué guitarras esculpiera José II, aunque es obligatorio decir que George Harrison toca en una Ramírez III “And I Love Her” en la películaA Hard Day’s Night (y que gracias al camarógrafo se alcanza incluso a leer la etiqueta de Ramírez por la roseta abierta en flor) y así con tanta historia que cada dueño puede escribirle a la biografía de su guitarra sucedió que por azar y por insistencia incesante –no exenta de mutua simpatía y muchas carcajadas— mi padre logró convencer a Paco de Lucía para que le vendiera una Ramírez, con etiqueta fechada a mano y con la dirección de Concepción Jerónima número 2 (asegurada de incendios) que todo amante de guitarras sabe que es santuario comprobado por sus milagros en música.

La noche en que murió Paco de Lucía se volvió madrugada muy pronto. Entre párrafos escuché que allá abajo se abría una caja. Me asomé temblando con la ingenuidad de quien cree que puede ver algo en plena oscuridad y comprendí sin temor pero con una inmensa tristeza que aquí no se mete ya nadie: más bien, se trata de otro entrañable que se va… las cuerdas parecían agua de río que busca con ansias un mar y reproducían en armonías inverosímiles la dulce melancolía que llaman saudade. La Ramírez estaba llorando, como todas las guitarras del mundo que no encuentran ya cómo conciliar tanto silencio.


JORGE F. HERNÁNDEZ

Oaxaca

Una década, y así pasen más y más, esta Feria Internacional del Libro es entrañable a contrapelo de otras más grandes, de tres pistas, todo el circo, trajín de derechos, trabuco de traducciones; aquí lo que se lee es que se lee.


He decidido leer a Oaxaca como una ciudad que se vive como libro, caminar sus calles viejas del corazón antiguo como páginas de pergamino enrollado en el Convento de Santo Domingo o pliegos de papel tallado a mano en un taller de Francisco Toledo.


He decidido leer cada atardecer con el anuncio de noches que han de ser de temperatura opuesta a la de los párrafos soleados con los que el sol quema las horas: aquí, el libro de las páginas que se escriben en colores y sabores difíciles incluso de pronunciar con la saliva común; allá, los rostros de indígenas que parecen intactos, inmunes al paso de los siglos… aquí y allá, todo el estado inundado por la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO), que año con año se consolida como una de las ferias más entrañables, quizá la más por lo que tiene de congreso, reunión de fantasmas donde se convocan y reúnen, los llaman y llegan autores difuntos, espíritus ha tiempo esfumados y escritores de carne y hueso presentes en cada carcajada y cada conversación.

Una década, y así pasen más y más, esta FILO es entrañable a contrapelo de otras ferias más grandes, de tres pistas, todo el circo, trajín de derechos, trabuco de traducciones… Aquí lo que se lee es que se lee. En primer lugar, por el alud conmovedor y constante de los lectores que no solo visitan la feria (antes, con la curiosidad inocente de ver y solo ver) para comprar los libros que sus presupuestos familiares permiten (considerando que el libro no ha logrado considerarse como objeto indispensable de la canasta básica de todo hogar). Hablo de lectores de Oaxaca que en cada presentación aprovechan la oportunidad de hablar con los escritores y pasan de mano en mano el micrófono, no tanto para hacer preguntas, sino para asentar una pequeña conferencia ellos mismos o confesar alguna inquietud. Está el hombre que le dijo a dos poetas que no tenía el gusto de conocerlos, luego de haberlo escuchado leer su poesía, y confiesa que “ni le gustaría, porque me enamoraría de ustedes”, y la señora que vendía gelatinas y se paseó por la presentación de un libro precisamente porque no es misa sagrada ni ceremonia acartonada, y terminó vendiéndole gelatinas a los escritores en escena. Sobre todo, está el nutrido contingente de jóvenes lectores y niños ávidos de letras que todos los días colman no solo las actividades de todas las mañanas, sino que además celebran con sonrisas las visitas diarias que se programan para escritores de todos los tamaños a las universidades, escuelas, primarias, secundarias y terciarias para abonar y fertilizar el milagro de tanta literatura.

En segundo lugar, pero no en ese orden, la ciudad de Oaxaca se lee como libro por la encomiable labor de editorial Almadía —a cuyo timón está Guillermo Quijas—, pero en realidad todos y cada uno de los arcángeles que se desviven por asentar con hospitalidad e interés el paso de cada minuto no solo para los autores, conferenciantes y presentadores, sino también para cada miembro del público, cada lector que recorre los locales de todas las demás editoriales participantes con el afán de leer, regalar un libro, regalarse unos párrafos que sean el mejor boleto para viajar en el tiempo, el medio de transporte más barato y accesible de cualquier mercado, el pasaporte para una mejor vida. Almadía, la casa de páginas que merecen conservar su olor en un perfume que podría delatarnos como lectores, con diseños de Alejandro Magallanes en cada portada que merecería considerarse un objeto de arte, enmarcado al lado de los estantes donde los párrafos de los grandes autores contemporáneos parecen leerse de manera más íntima y coloquial, más cercana y transparente que como se leen en las tipografías impostadas de editoriales elefantiásicas que se olvidan de saludar de mano a sus autores, procurar la existencia de los ejemplares de su sudor y abonar las andanzas de sus obras futuras.

Vine a Oaxaca para leer y ver a escritores que solo se me concedió abrazar en tinta. Creí que habría oportunidad para una larga caminata con Juan Villoro, pero un imprevisto lo llevó a otros paisajes; así también el poeta Francisco Hernández, de quien se quedaron por lo menos ocho versos memorizados en la cantera verde de un templo intemporal, y así el mismo Quino, al que quería yo confesarle mi infatuación con su Mafalda, y no pudo venir más que en video… Pero se me concedió confirmar que el genio César Aira existe de veras, y que se ríe con alegría, si bien reservado como los magistrales párrafos con los que apuntala cada una de sus obras indispensables; y pude estrechar con gratitud cada verso que ha soñado Darío Jaramillo Agudelo como pétalos de una imposible flor que dibuja una nube aquí mismo, en Oaxaca… El libro que vive todos los días Fabrizio Mejía Madrid es la crónica diaria donde dialoga con Diego Osorno que se inquieta por las diferencias entre puro cuento y crónica-crónica… En estas páginas soleadas he vuelto a confirmar la admiración que se combina con el afecto que le tengo a Valeria Luiselli, y el abrazo que tuve que enviar de lejos para Álvaro Enrigue por razones que merecen otros párrafos, en realidad razones que sabemos sus lectores desde la primera vez que lo leímos.

Oaxaca, libro abierto donde campearon los versos de raro aroma de mezcal de un tal Julio Trujillo, quien los dice a media voz como quien habla con la luna, y luego, sin aviso, a la vuelta de una tuerca de circunstancias enrevesadas, la vida me ha concedido leer-vivir otra amistad a primera vista: Hernán Ronsino, genial escritor joven argentino que ha logrado hilar en palabras la sombra ausente del pretérito, el fantasma de Cortázar, la vida de su pueblo y el idioma con el que se construye todos los días un sueño llamado Buenos Aires, y así como recién lo conozco, así se me concedió volver a ver a Martín Caparrós, tan solo para confirmar lo mucho que lo admiro y aprecio su más reciente libro-crónica-novela-biografía de todo aquel que come la vida a puños, todos los males y tanto bien que se puede decir. Casi lo mucho que me hubiese gustado decir, de no haberme quedado mudo, en el largo abrazo que le debía a David Olguín… Por allá parece levitar Francisco Hinojosa, y en una plaza sonríe como siempre sonríe Élmer Mendoza, mientras me voy caminando con Emiliano Monge a charlar en una universidad donde creían que éramos Quijote y Sancho, inventados por una ciudad embelesada en libros que se lee a sí misma como un sueño.

Alteza

magino hoy Oviedo y por invertir, Oviedo hoy imagino nublado, con probabilidad de lluvia, como un aquí que soñaba estar allá hoy mismo que ya es ayer para una posteridad que sonaba desde hace tiempo.


En un futuro intemporal, hoy es ya la misma mañana de idéntico clima con el que amanece México mientras Oviedo abre las puertas de un teatro para que desfile como merece Antonio Muñoz Molina, príncipe de las letras, socialdemócrata y librepensador, republicano de antaño o de siempre, prosista pensante, cronista andante, sabio ciclista, crítico y observador implacable, callado y entrañable, parlante y admirable, Maestro más que profesor, hortelano de ideas y de palabras concretas, habitante de la más grande manzana y de una villa con corte que parece invento de poetas, fantasma de un páramo que parece paisaje lunar, ensayista de puerta grande, cuentista ocasional, novelista consumado, articulista constante, escriba del instante, testigo del siglo… amigo incondicional y sí, seguramente, el avergonzado hombre de bien y sencillamente escritor que se ruboriza por la euforia que no logro mitigar en este párrafo que se escancia como espuma entre las manos.

Hoy, desde ayer, aplaudo a Antonio y a cada uno de sus párrafos, páginas entrañables, lecturas que contagia, pinturas que observa con determinadas dioptrías y señalizaciones para que uno aprenda a desvelar detalles que se escapan a simple vista, y aplaudo los contagios de tanta música en jazz y sutiles cantes flamencos, suites para cello y un perdido violín con los que también ha deletreado la biografía de una amistad ya de larga distancia y duración.

Antonio Muñoz Molina, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013, es escritor con toda la barba, ya canosa, y sin embargo podría afirmar él mismo que así como puede dedicarle tantas horas y tanto apasionado instante a todas las letras y cuanta cultura se desprende de ellas, es un hombre cuyo afán principal se mece en sus afectos, la atenta preocupación y sincero interés… digamos amor, por sus hijos y su mujer, sus padres y biografías de querencia, el paso y peso de los tiempos sobre una sobremesa, la importancia de una conversación en paseo sin prisas, el valor de una sola imagen y el sentido que cobran las palabras cuando sus sílabas se empapan de sinceridad o revelan el engaño de una confusión. Antonio, el de la voz en sosiego y la mirada lenta que recorre cada página de la realidad como quien pasa la yema del dedo índice sobre la primera línea de un párrafo con el que se inaugura cada día.

Imagino que Alteza no es título privativo del Príncipe, y que se me perdonará si por hoy intento la etimología donde Alteza defina altura de la grandeza de una literatura, más que a la admirable estatura de D. Felipe. Alteza, entonces, sinónimo del momento en que el conjunto de libros de un autor ya grande pasa de ser solo su Obra para convertirse en una Literatura, distinguible por el aroma minucioso con el que otea la realidad que rodea a su prosa, el valor para denunciar los abusos de los engreídos que creen siempre llevar la razón, y de los políticos corruptos, los imbéciles infaltables que resuenan con maullidos necios o rebuznan en constante lontananza las tentaciones de sus respectivas falacias. Alteza el instante en que un autor vierte en el espejo de los lectores la chispa lúcida de su imaginación refinada, no de inventos o artificios efímeros al vuelo, sino ficción que se talla sílaba a sílaba en abono de los enredos de la trama y apuntalando las biografías palpables de personajes que parecen de carne y hueso. Alteza el párrafo que se camina a la luz de la reflexión, con la humidad que no se proclama a voz en cuello para no convertirla en soberbia y alteza de quien es capaz de desvivir una tarde entera al timón de su teclado para pergeñar una página que quizá sale volando sin reconocimiento ni agradecimiento alguno. Alteza de quien merece hoy aplauso y encomio, admiración y una salida en hombros.

Imagino que no pocos fantasmas de escritores admirables y entrañables convocan hoy a sidra con gaitas entre nubes de lluvia, ya en Asturias o en México: allá Max Aub con los ojos entrecerrados tomando la lista de la Irreal Academia, donde ocupan más sillones que letras del alfabeto los autores muertos, poetas asesinados, editores infalibles y tipógrafos anónimos, tanta gente buena y de libros que no sobrevivieron a la guerra necia que partiera el alma de España, y acá, Manuel Chaves Nogales, pionero de un periodismo que se celebra más en otros idiomas, lúcido antecesor de los escritores que vierten literatura incluso en papel periódico, a riesgo de que se vuelva hoja amarilla de un otoño idéntico en ambos lados del Atlántico y ambas orillas de vivos y muertos, autores leídos o inéditos, consagrados o desconocidos que hoy celebran el merecido reconocimiento que se le hace a un Escritor que siempre intenta contagiar a sus lectores precisamente de Literatura, sea en los libros que recomienda, en los autores a quienes ofrece refugio en conciencia ajena o músicas que contagia casi tarareando la melodía (aunque en realidad lo que hace es copiar el link del video para que no se nos escape el concierto). Eso es Alteza.

Imagino que las palabras del discurso han sido transpiradas con la conciencia a flor de piel, tal como cuando Muñoz Molina versa pros y contras de una ley que destila injusticia, e imagino que el discurso será en el fondo no más que el honesto deseo de esperanza que puede fincar en cualesquier futuro que ya es hoy un padre feliz de sus hijos, que es al mismo tiempo un hombre de mediana edad que no olvida un centímetro mínimo de la memoria que recubre su propia infancia. Imagino que las palabras de un escritor de Alteza probada contribuyen a la consciente responsabilidad que asume S. A. Felipe de Asturias, y que son más que palabras, mapa silábico con el que Alguien con Alteza ubica en el mapa a España, y de allí el habla que nos une en el mundo. Imagino porque consta que hoy es fiesta para libros, lectores y libreros que le seguimos la sombra a D. Antonio Muñoz Molina con fidelidad semanal, y en algunos casos un afecto inquebrantable desde que se confirma que en la vida, de vez en cuando, hay amistades infalibles desde el primer instante, pero imagino que Oviedo se vuelve a volcar a las calles, con o sin lluvia, para celebrar con o sin sidra, los orgullosos Premios que llevan el nombre de su país particular y España, esa nación de naciones, puede por hoy dormir leyendo, que hay letras grandes para rato.

Cuévano es Guanajuato

Un fantasma recorre los callejones y vías subterráneas de una vieja ciudad colonial que parece que acaba de amanecer.


Parece una tontería informar a los lectores que Cuévano es al fin Guanajuato, pero se impone el subrayado porque hace una década, por no decir dos o incluso tres, mentar referencias de la gran literatura de Jorge Ibargüengoitia en Guanajuato acarreaba el riesgo de algún ofendido, algún personaje retratado en sus novelas o cualquier aludido posible se sintiera con derecho a denostarlo y demeritar sus historias, sus crónicas e incluso sus obras de teatro.


Quiero celebrar los ochenta y cinco años de eterna vida de Jorge Ibargüengoitia, sin importar que a finales de este mismo año tenga que lamentar que se cumplen ya tres décadas de su lamentable fallecimiento. Quiero celebrar cada uno de sus cuentos perfecta conjunción de chiste y chisme, sus crónicas incandescentes, sus novelas indispensables, sus artículos mordaces plenos de sarcasmo, ironía e ingenio, sus obras de teatro, sus ojos, papada, sombra, voz y cada uno de sus párrafos de la mejor manera posible: leyéndolo y cada quién, a su manera, externando las razones de una deuda múltiple.

Mi primera deuda de sincera gratitud con Ibargüengoitia radica en la revelación de su irreverencia ante el pretérito. No en balde, una de las primeras y buenas reseñas que se publicaron sobrePueblo en vilo, la obra maestra de mi maestro Luis González y González, la escribió precisamente Ibargüengoitia, por lo que, como lector y discípulo, debo mucho al entrañable escritor que nos confirmó que todos los héroes se ven mejor sin el bronce de sus estatuas, que nos enseñó que no todo lo grandote es grandioso y también nos hizo imaginar vívidamente al Padre de la Patria azotando de madrugada las puertas de un burdel o el merengue tropical que tanto agria a cualesquiera de los tiranos latinoamericanos que se creen eternos y absueltos y a todos los Revolucionados de hace un siglo enfangados en un desmadre de mentiras épicas y traiciones institucionales.

Celebro de Ibargüengoitia sus novelas que releo como si reviviera la época en que visitábamos las librerías esperando sus nuevos libros.

Soy de la idea que las muchas perfecciones envidiables que cuajó en Estas ruinas que ves(incluyendo sus dos finales), Dos crímenes y Las muertas transpiran —entre la admiración y la envidia— una contagiosa adrenalina por escribir, más allá del placer de su lectura. Celebro hoy, como siempre, que Dos crímenes sea tan perfecta novela, tal como la reseñó Octavio Paz en su momento y me atrevo a importunar al fantasma de Truman Capote para afirmar que Las muertas, al abrevar del expediente verídico de las Poquianchis, es tan obra maestra como A sangre fría, entreverando bajo la sombra de la novela las virtudes y recursos de la crónica y el reportaje.

De literatura en periódicos también supo Ibargüengoitia marcar grandezas. Como un Chesterton de Coyoacán era capaz de escribir como navegación accidentada en altamar el viaje en pesero hasta el Zócalo de la Ciudad de México y como un Stevenson, perdido en islas del lejano Pacífico, nadie como Ibargüengoitia para detectar en cualquier aeropuerto europeo que ese misterioso fulano que lleva pantalón verde, calcetines naranjas y mocasines gastados no es que sea un polaco disfrazado con la ya clásica combinación de los nacidos en Moroleón, Guanajuato, ¡sino que se trata, efectivamente, de un paisano despistado que precisamente nació en Moroleón, Guanajuato!

Un fantasma recorre Guanajuato entre brumas de bochorno y noches de niebla fría: es el amasijo de todos los Festivales Cervantinos pasados, todos los Entremeses y la primera canción que cantó la Estudiantina en ronda etílica como para remolcar un tractor... es el fantasma de un Jorge entrañable que se enamoró de una mujer en San Miguel de Allende, que supo cultivar con ella una amistad inquebrantable más allá del tiempo y la distancia, el mismo que escribe en madrugadas como esta sin pluma pero al paseo, mirando pasar los párrafos de vidas ajenas tan próximas, las palabras que conversan los demás tan prójimos y la sonrisa inquebrantable del paisaje tan propio. Ibargüengoitia era un quijotesco inventor de mundos imposibles que sabía mirar las muchas imposibilidades del mundo y ya era hora de que su clara sombra iluminase sin trabas los escenarios de su inspiración que en algún ayer lo habían querido desterrar.

Pensamiento andante

Si me pongo Wiki puedo avalar que Jesús Silva-Herzog Márquez nació en esta Ciudad de México hace exactamente 48 años, que estudió derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y una maestría en ciencia política por la Columbia University of New York.


Puedo agregar que me consta que ha sido profesor-investigador en la misma Columbia de Manhattan y en la entrañable Georgetown University de Washington, D.C., donde también anduvo su pensamiento por los distinguidos pasillos del Woodrow Wilson Center for International Scholars.Puedo también corroborar que Silva-Herzog Márquez es actualmente catedrático de tiempo completo en uno de mis Alma Mater que se llama Instituto Tecnológico Autónomo de México y que le alcanza el tiempo para ser lúcido e infaltable columnista del periódico Reforma y del programa de alto debate político Entre tres, de Tv Azteca, y autor que siempre celebro de El antiguo régimen y la transición en México, La idiotez de lo perfectoy las dos hermosas ediciones bajo el sello de DGE-Equilibrista de Andar y ver, hasta hoy dos cuadernos que antologan los ensayos breves de Silva-Herzog, a quien quiero abrazar en este párrafo como felicitación por tantas buenas páginas que suma con los años, porque le guardo afecto imbatible y porque celebro de veras su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua (sin saber qué sillón o qué letra le debe corresponder a un sabio paseante como él y sin saber si se ha de lograr la anhelada y utópica Contra-Conquista de la Península Ibérica, pues de seguir cumpliéndose el Protocolo de Correspondencias, este nuevo académico con toda la barba que no usa, pero de frac, partiría plaza en Madrid como honra de México, y eco, más no clon, de uno de los mejores embajadores que hemos enviado a la Villa y Corte).

Desde que Alfonso Reyes tuvo la buena ocurrencia de metaforar al ensayo como “el centauro de los géneros literarios”, muchos acartonados prosistas insípidos han optado por cabalgar sus párrafos al paso cansino de las palabras en tedio, incluso quizá trotando o de vez en cuando rayándose con una idea grandototota, pero pocas son las plumas coetáneas, contemporáneas, actuales que montan al ensayo con la razón en ristre y con las riendas de las palabras con todas sus etimologías sueltas y libres. Pocas plumas de prosa que vuela como crin al vuelo y que llevan además la armadura del pensamiento que camina, capaz de moverse de lugar para no anquilosarse o enquistarse en necias posturas que caducan.

Hablo de quien, por encima de las cuadrículas, piensa como centauro de ajedrez: de una idea a otra, y luego izquierda o derecha, o bien de un argumento a su posible refutación, y de allí pa’lante o pa’atrás, pero siempre en movimiento pensante, ponderando las aristas del tablero, sopesando todos los cuadros. Hablo de quien piensa sin tener que debatir a gritos, sino el que habla con la voz en sosiego precisamente porque está pensando y porque lleva la duda constante en el ceño fruncido o en los ojos que entrecierra para armar un vocablo o dudar de un exabrupto. Hablo de quien —parafraseando a Ortega y Gasset— va nutriendo cuadernos con letras que hablan de paisajes palpables y libros ajenos, vocablos indecibles o en desuso, ideas en ebullición, reflexiones al vuelo, los telones de las culturas y los manteles de la civilización, las tramas y los personajes que son de pantalla y las personas que nos apantallan de vez en cuando, la música en vivo, y luego es el mismo escritor que, ya que vio y anduvo, asume la cátedra o el ensayo de largo aliento, más allá de los recorridos de cercanías para abrir travesías por donde la reflexión quizá no se había atrevido a cabalgar.

Uno aprende de los libros que nos dieron patria y de las lecturas que alguien nos señaló, como no queriendo la cosa, en la mesa de las novedades de las librerías. Uno aprehende los paisajes de matrias que nos son entrañables y las partituras de la música que memorizamos como tatuajes sobre la piel. Uno aprende en la conversación más que en la confrontación a gritos, y creo fielmente en los maestros que predican con el ejemplo, con libros en la mano y el honesto afán por ayudar a pensar al Otro con el imperio de la palabra, los paseos que duran hasta el atardecer y los párrafos que se profesan con la cara en alto. Uno aprende de lo que se escucha claramente porque el interlocutor habla sin mentiras ni la tibieza engañosa de la hipocresía, y uno aprende por el atrevimiento de reconocer rasgos propios y palabras previamente balbuceadas en silencios en el habla y el rostro de quien nos habla de frente.

He repetido muchas veces como credo de sincera gratitud que, habiendo tenido muchos profesores, se me concedió contar con valiosos aunque pocos Maestros (con mayúscula), de veras los de a deveras, y sumo al kárdex de mis créditos inconclusos la sutil maestría de amigos en donde no se estorba la admiración con el afecto. Amigos que sin la amenaza calificativa sugieren lecturas y luego escuchan las ocurrencias, incluso encauzándolas a un puerto de lógica conclusión o de éticas obligaciones o de equilibrio legal para todas las partes que resultan participantes en cualesquier tormenta de las ideas. Hablo de quien revela erudición sin necesidad de caer en la pedantería, y de quien sabe del inmenso valor del silencio o de las pausas por encima del estertor inútil o el volumen que aturde, los trazos que afinan un óleo porque lo definen más allá de los brochazos que en realidad emborronan la tela, la pantalla o la página. Hablo de quien lee sin dejar de mirar lo que se mueve y escucha en la calle y que rompe la necia resistencia de todo aquel que lo critica precisamente porque no lo ha leído o no lo conoce.

Hablo de Jesús Silva-Herzog Márquez, de cuyo abuelo leí con tanta devoción sus mil páginas con las que, al menos, logré que se me aumentaran las dioptrías… que también consta que nuestros padres fueron amigos de luengas carcajadas y muchas cosas serias… y que yo no dejo de presumir ahora con recrecido orgullo que un amigo tan querido sea merecidamente nombrado Académico de la Lengua precisamente por la luminosa sapiencia de su pensamiento andante.

Escribir

En ráfagas ocasionales o en constantes ataques de culpa, a muchos nos asedia la pregunta ¿por qué escribo?


Llega como aliciente de autoestima y a veces se responde como espejo de obviedad, y a menudo es el enigma sin solución que alarga las madrugadas en insomnios de voz alta. Cada día son más las personas que se acercan a los escritores para confiarles sus ganas de escribir, la necesidad imperiosa de poner en tinta no solo las vivencias de un viaje reciente que no merecen perderse en la amnesia, sino las ideas y sentimientos que llevan en la piel como páginas inéditas de una biografía que merece compartirse con prójimos, próximos o extraños, y cada día son más los escritores que veo desde abajo —no sin cierta envidia o recrecida admiración— que campean por las páginas de sus obras, rampantes y a toda pluma, sin necesidad de preguntarse el por qué de sus andanzas. El gran Pete Hamill, periodista de prosas perfectas y novelista de un Nueva York que se lleva en el alma con solo leerlo, acostumbra una cátedra de sobremesa donde aconseja a todo aspirante a escritor que se preocupe por responder en sus párrafos —ya sean de crónica, ensayo, reportaje o, incluso, en cuentos y novelas de ficción— a las preguntas básicas de Quién, Qué, Cómo, Dónde y “solo de vez en cuando, con mucho tacto, Por Qué”. Esta teoría, que podríamos llamar delDesdoblamiento de las W’s (por sus iniciales en inglés: Who, What, HoW, Where… y ese Why), coincide con las enseñanzas de don Luis González cuando guiaba a todo imberbe microhistoriador por los laberintos del oficio aconsejándole nunca dejar sin tinta los Qué-Cómo-Dónde ni mucho menos los Quién-Paraquién-Quiénes, y tenerle mucho cuidado a fardar que uno descubre losPorqués. Sobra decir que don Luis era Maestro (con mayúscula) no solo en el tacto con el que evitaba los Hubieras, sino incluso cuando los permitía como divertimento de sobremesas (“¿Qué hubiera pasado si a Obregón no lo asesina León Toral? ¿Qué hubiera pasado si Hidalgo entra a la Ciudad de México?, el ¿qué hubiera pasado si los aztecas llegan a Cádiz antes que Cortés a Coatzacoalcos?”, e incluso el “hubiera” que inspiró un texto de Octavio Paz...). Pero así como los Maestros aconsejan, a Uno le sorprende la recurrente pregunta de ¿por qué escribo? con el honesto afán por apuntalar una vocación y explicar los entresijos de una voluntad.

Decía George Orwell que uno escribe principalmente por cuatro razones:

1) Puro egoísmo. “Deseo de parecer astuto, que se hable de Uno, ser recordado después de muerto, venganza contra quienes dudaron de nosotros en la niñez, etc.”

2) Entusiasmo estético. “Por el placer del impacto sonoro de los sonidos, la firmeza de la buena prosa o el ritmo que conlleva una buena historia”.

3) Impulso histórico. “Deseo de ver las cosas tal como son, verificar datos y preservarlos para su uso en la posteridad”.

4) Sentido político. “Deseo de dirigir al mundo en un cierto sentido, alterar la idea de cierto tipo de sociedad, etc.”

Digamos que estoy de acuerdo y confieso que hay mañanas en que quiero cuajar un ensayo para que la plebe deje circular a las personas sin estorbar con tanta saliva e intransigente agresividad, o que hay días que me late cuajar una crónica del más reciente viaje en Metro para que nadie lo olvide dentro de 100 años cuando el trayecto de Coyoacán al Zócalo pueda hacerse por ósmosis, y luego hay días en que me entretengo horas y días que se vuelven meses corrigiendo el mismo cuento de siempre, con el delicioso afán de que suenen mejor sus palabras hiladas y quitarle adjetivos con el caprichoso gusto de que todo eso puede convertirse en una obra maestra, y no niego el egoísmo ocasional de saber que escribo no para vengarme de nadie, sino para cumplirle mi palabra a una Maestra adorable, Mrs. Elaine Grabsky, quien me regaló mi primera libreta y me indicó en el intacto bosque de mi infancia el claro remanso de que hay un lugar —en papel— donde, ya sea con dibujos o con palabras, todos podemos escribir ya para siempre el alivio a las más negras incertidumbres y miedos de nuestras vidas al lado de las páginas donde quepan todos los sueños y deseos como somos capaces de echar a volar.

Uno escribe sabiendo que el sortilegio no se completa hasta que alguien, alguno, cualquiera, todos, otros, Nadie… o Ella nos lee. Uno escribe sabiendo que, a diferencia de los buzos de pozos profundos, los pilotos supersónicos, las peinadoras de salón y los cirujanos estéticos, el escritor de veras escribe dudando de lo escrito y vale más quien escribe en gerundio: escribiendo, que es como alabar a quien ama amando y lee leyendo, por encima de quienes fardan todo en pretérito presuntuoso y dan por hecho lo que en realidad se construye construyendo, hilando cada silaba que ha de volverse palabra, para intentar reflejar y refractar un rostro entre tantas caras, un solo nombre entre tantos anónimos, una vida que se va leyendo párrafo a párrafo, conformando las páginas de un calendario que, de no vivirse así, se vuelve monótono video en tercera dimensión del tedio más aplastante. Uno escribe para que las imágenes se vuelvan intangibles y, luego, palpables en la palabra que las evoca, intentando ser verso aunque nos resignemos a ser prosa de todas las noches donde vamos narrando tramas de personajes que se vuelven eternos y entrañables, o desenlaces que quizá contrasten con las conclusiones de la realidad de todos los días. Uno escribe porque estamos solos y porque, en realidad, no estamos solos, sino acompañados en el páramo constante de una página blanca al día, la hoja que vuela para confirmar que vuelve el otoño, hojas en amarillo, naranja, ocre de vientos fríos en un bosque inmaculado donde un niño sueña que escribe los ojos que lo miran, el largo abrazo y la conversación interminable como la cabellera negra donde me llueve la noche.

Sonrisa triste  

Hay una sonrisa triste en las fotografías de quienes se van antes de tiempo,
A menudo sin un respiro para despedirse, y queda la misma topografía en la sonrisa que se dibuja en los rostros de quienes hemos de recordarlos ya para siempre. Sonrisa al fin, no negamos con su esbozo el misterio de esa feliz melancolía con la que llovemos los días, a menudo sin ponderar el sabor del atardecer o el instante callado en que alguien, de pronto, nos mira con afecto. Es el júbilo triste con el que baja la neblina que envuelve a los cerros en amaneceres húmedos que parecen morados, y es la etimología enrevesada de la palabra “saudade”. 


La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México celebra 35 años y suena como nunca. En días pasados muchos —siempre demasiado pocos—tuvimos ocasión de aplaudir a su director, José Areán, y a cada uno de sus espléndidos músicos: casi una centena perfecta, desde el concertino Jorge Casanova hasta el ciudadano Antero Chávez, percusionista perfecto. Digo aplaudir cuando en realidad la música que contagiaron me hacía llorar; se trataba delConcierto para piano improvisado, de Eugenio Toussaint, interpretado sin mácula por el gran Héctor Infanzón. Se me llenaban los párpados de agua salada y el paso del tiempo que inevitablemente dibuja una sonrisa triste. Con estas líneas quiero abrazar a Alicia y a la hermosa familia que formó Toussaint con ella y sus hijos, sonrientes todos en un amanecer donde no había una sola retina que no transpirase la música de una feliz melancolía, ese lánguido segundo movimiento que lleva nombre de mujer pero que podría pintarse al óleo como un pueblito de calles empedradas y bugambilias moradas donde parece que no pasa nada.


Con esa música en el alma he dejado llover estos días en conversaciones calladas con el amigo que sonríe en una foto que parece ya deslavada por un tiempo que no acaba de pasar, y con el hermano grande que hoy mismo estaría celebrando su cumpleaños si no constara en las enciclopedias que ya es pasajero de un tren llamado Eternidad. Con esa música de Eugenio Toussaint he intentado caminar las calles llovidas que han olvidado su alfombra morada de jacarandas y se consagran a la gris serenidad de otro otoño que se anuncia entre las sombras que nos hablan en silencio. He intentado retomar un diálogo con el rostro que fui en el espejo de otra vida, cuando otro tipo de sonrisa inundaba mi cara sin canas el día que escuché, hace ya tantos años, a un grupo de jazz que se llamó Sacbé, con Toussaint al piano, y el mundo se quedaba mudo. La partitura del tiempo, el paso de ese ritmo implacable, ha permitido que nuestros hijos se abracen… como intento abrazarlo aquí con una sonrisa triste al tiempo que las cuerdas se trenzan con alientos convertidos en una suerte de enredadera verde, lluvia ligera que asciende en vez de caer… y el piano es un remolino de todas las notas, una improvisación que podría memorizar la piel de quien nos ama, si no fuera tan intangible como imposible la descripción de una mirada que parece iluminar la noche.


Es inevitable. La sonrisa es en realidad dicotomía, y así como parece que estos párrafos forman un caudal de lágrimas tristes, en realidad yo quiero abrazar a una mujer que cumple 90 años, cuyo nombre podría traducirse como “Júbilo” o “Pura Alegría”. Se llama Joy Laville y es una de las pintoras más entrañables del lienzo que cubre mi conciencia, no solo por el delicado uso de todos los azules posibles, las arenas ocres que parecen polvo de lilas, las flores que se desbaratan en la saliva de cualquier mirada que las contemple en silencio, sino también porque sus acuarelas, óleos e incluso dibujos han quedado impregnados en las portadas, entre líneas y entre párrafos de los libros de Jorge Ibargüengoitia, que leo y releo casi todos los días en una conversación viva de sonoras sonrisas y continuidad de espejos.


Joy Laville y Jorge Ibargüengoitia se conocieron en un febrero de San Miguel de Allende hace exactamente medio siglo, y se casaron cerca de Cuernavaca, hace exactamente 40 años. El escritor afirmaba que “primero se hicieron amigos” y la pintora no ha dejado de sentir felicidad en la tristeza de que son ya tres décadas desde el trágico accidente en que murió Ibargüengoitia en Madrid, porque su amistad amorosa permanece intacta, en viva conversación de vacíos o gestos invisibles, y no hay un solo lector que logre mitigar la triste sonrisa de leerlo, sabiendo ya para siempre que es inmortal, habitante de esa música donde una lánguida melodía parece convertir al piano de todos los días en una forma impalpable de la conciencia, un cuadro grande donde un pintora inglesa, ya más mexicana por cada trazo de las sombras, ha pintado el callado paisaje donde una pareja parece conversar por el solo hecho de estar sentados juntos o ese jarrón con una sola flor azul que parece salirse del marco para que alguien intente confirmar si los pétalos son labios.


La pintura de Joy Laville es una confirmación de que todos podemos llegar a ver nuestros sueños, incluso sin recordarlos al amanecer. Son lienzos donde se respira el gozo que llora, la congoja que ríe, las sombras que hablan desde el más allá y los cerros que parecen morados de tan entrañable atardecer, tan nuestra la lluvia y ese balcón donde alguien siempre cuida macetas y más macetas con flores diminutas que parecen las conversaciones supuestamente interrumpidas que sostienen las parejas nonagenarias, platicando ya para siempre, cuando nadie los ve, como si volvieran a caminar juntos sobre la playa lila donde no se ven huellas, el traje de encaje invisible, las perfectas filas de palmeras que se inclinan según los vientos, o el oleaje de un azul pálido, acuarela al pastel, casi turquesa líquida, párrafo entrañable, París a media tarde y todas las noches se sueña con México. Intento viajar al cuadro donde todos los verdes son selva de eternidad o meterme en la pintura donde una mujer me espera callada, recostada en un diván. Por la ventana se ve un cielo de azul infinito y la diminuta silueta de un avión… se dibuja en el rostro una sonrisa triste, retrato clonado de escritor entrañable… Al fondo, parece llover. ¿Alguien escucha ese piano?

Leer más de Jorge F Hernandez