Fragmento de Octavio Paz en su siglo, de Christopher Domínguez Michael, libro editado por Aguilar y de próxima circulación.
La
gran rebelión
Por Christopher Domínguez Michael
Ciudad de México (2
marzo 2014).- El crítico Christopher Domínguez Michael prepara
'Octavio Paz en su siglo', una biografía definitiva del Nobel mexicano con
motivo del centenario del nacimiento del poeta. Ofrecemos un adelanto de dicho
texto.
Las luces de
bengala era la señal esperada por el Batallón Olimpia, compuesto de guardias
presidenciales vestidos de civil e identificables por un guante blanco, que,
apostado en las azoteas de los edificios, disparó contra la multitud para hacer
creer a los soldados (ignorantes del operativo paramilitar) que los agresores
eran los estudiantes, motivo por el cual la tropa empezó a disparar sin orden
ni concierto. El general al mando de la operación, José Hernández Toledo,
recibió un balazo en el tórax. Es sorprendente, además, que dada la crudeza de
los acontecimientos y la confusión en que ocurrieron, el número de víctimas
mortales haya ido decreciendo con los años. Octavio Paz, en Postdata, habla de
que "The Guardian, tras una investigación cuidadosa, considera la más
probable: 325 muertos" (1), aunque las estimaciones más recientes hablan
de menos de 100. Es extraño que una ciudad como la de México, gobernada por la
izquierda desde 1997 y donde el 2 de octubre es día de luto oficial, nadie se
haya animado a dar más nombres de los asesinados ese día.
Jorge G.
Castañeda, un antiguo comunista convertido a posiciones liberales que le
permitieron ser canciller en el gobierno de Vicente Fox, ha dicho que exagerar
el número de víctimas fue conveniente, durante décadas, para ambas partes: a
los gobiernos del PRI, esa reputación genocida les permitía hacerse temibles
ante una izquierda a su vez permanentemente enlutada y sedienta de martirologio
(2). Paz, con su polémica interpretación sacrificial del 2 de octubre en Postdata,
contribuyó paradójicamente al poderoso mito regenerador del 68. Caricaturizando
esa visión de Paz, no faltó quien dijera que la sangre derramada en Tlatelolco
alimentaría un nuevo ciclo, un nuevo sol.
Lo que no es
un mito es que las Olimpiadas se desarrollaron en paz. El Consejo Nacional de
Huelga (CNH) decretó una "tregua olímpica" y, al terminar ésta, con
los juegos, aumentaron las denuncias públicas del crimen de Estado al tiempo
que el movimiento se descubría del todo derrotado.
El gobierno,
pese a que hubo protestas frente a algunas de sus embajadas, no pagó mayor
costo político internacional por la represión, según Castañeda, y Díaz Ordaz
murió convencido de que había salvado a México de una conjura comunista. En su
siguiente informe, el 1 de septiembre de 1969, en un gesto inusual entre los
autócratas latinoamericanos, asumió toda la responsabilidad por la represión.
Al inaugurar los juegos, recibió una fuerte rechifla en el Estadio Olímpico y
algunos estudiantes se las ingeniaron para que un papalote con una paloma negra
sobrevolara el palco presidencial en muda señal de luto. El 2 de octubre de
1968 inició una larga cuenta regresiva que daría fin, treinta y dos años
después, al régimen original de la Revolución mexicana, desalojado del poder, electoralmente,
en 2000.
El embajador
Paz no pensaba lo mismo del 68 mexicano que el poeta Paz del 68 francés. A
fines de agosto, recibe en Nueva Delhi, por órdenes del secretario de
Relaciones Exteriores, Antonio Carrillo Flores, la instrucción de elaborar un
informe sobre qué medidas tomaría la India en caso de enfrentarse a agitaciones
estudiantiles como las que sufría México. El 6 de septiembre, Paz contestó con
un informe oficial y una reflexión personal, que como bien dice Guillermo
Sheridan, será el germen de Postdata. En aquel informe, Paz le dice a su jefe
"el problema me preocupa y me angustia" y que se atreve a enviarle
"reflexiones que nadie me ha solicitado" porque "si me he
excedido como funcionario, creo que he cumplido mi deber de ciudadano". "Los
disturbios estudiantiles", apunta Paz, "forman parte de nuestro
desarrollo" y no son "una crisis social sino política", iniciada
hace más de diez años antes con los movimientos sindicales magisteriales y
ferrocarrileros. "En el fondo", dice el embajador Paz, "el
problema consiste en introducir un equilibrio entre el desarrollo económico, el
social y el político. Agrego que la reforma de nuestro sistema político
aceleraría el progreso social" y sería benéfico para la economía. "La
reforma de nuestro sistema político", concluye, "requiere no sólo
realismo sino imaginación política" (3).
En la nota
manuscrita personal que acompaña ese oficio confidencial, rescatada por Enrique
Krauze de los archivos de Carrillo Flores, dice Paz: "La segunda parte de
mi informe contiene apreciaciones personales sobre la situación mexicana porque
no pude ni quise contenerme" y le reafirma que las nuevas clases
mexicanas, hijas de nuestra propia versión de la abundancia son grupos que
"de un mundo intuitivo encuentran que nuestro desarrollo político y social
no corresponde al progreso económico. Así, aunque a veces la fraseología de los
estudiantes y otros grupos recuerde a la de los jóvenes franceses,
estadounidenses o alemanes, el problema es absolutamente distinto. No se trata
de una revolución social, aunque muchos de los dirigentes sean revolucionarios
radicales, sino de realizar una reforma en nuestro sistema político. Si no se
comienza ahora, la próxima década será violenta..." (4).
Desde que
comenzó el movimiento, Paz contempló la posibilidad de renunciar y volver a
México en noviembre a buscar trabajo en la Universidad o en El Colegio de
México. Así se lo confiaba, por carta, a Tomlinson, el 3 de agosto:
"Parece que la represión en México es severa, brutal... Temo que estos
disturbios fortifiquen aun más a la derecha. La herencia revolucionaria se
disipa... Desde hace bastante tiempo proyecto renunciar a mi puesto y lo que
ahora ocurre contribuye o disipa mis últimas dudas" (5).
Días
después, el 27 de septiembre, insiste con su amigo el poeta inglés Charles
Tomlinson: "Es incongruente –desde el punto de vista moral como
sentimental mi permanencia en el Servicio Exterior Mexicano. Precisamente había
yo iniciado el trámite para obtener mi retiro. Lo que pasa ahora me revela que
lo debería yo haber hecho antes. Todo esto me tiene apenado, avergonzado y
furioso –con los otros y, sobre todo, conmigo mismo" (6).
En agosto,
también, Paz escribe una primera versión de su famoso poema sobre el 68,
México: Olimpiada del 68, aquel que le enviará el 7 de octubre a los
organizadores de la paralela olimpiada cultural que le habían pedido, meses
antes del inicio de la agitación estudiantil, un poema de tema olímpico.
Considerándolo una cursilería, Paz se había negado a participar en un certamen
de esa naturaleza, pero, ocurrida la matanza de Tlatelolco, reconsidera, y como
un gesto de ironía envía aquel poema que dice, en el paréntesis más celebre de
nuestra poesía: "(Los empleados/ municipales lavan la sangre/ En la Plaza
de los sacrificios)" (7).
Ocurre,
según averiguó Jaime Perales Contreras en la Biblioteca de la Universidad de
Amory, que la primera versión del poema se titulaba Agosto de 1968 y reflejaba
la indignación del poeta al saber que los tanques habían ocupado el Zócalo en la
Ciudad de México, como estaban en las calles tanto de Praga como de Chicago
(8). Esa primera versión, como la segunda, estaba dedicada al pintor Adja
Junkers (ilustrador de Love Poems for Marie Jose y de una edición de lujo de
Blanco) y a su esposa, la crítica de arte Dore Ashton. Paz les explica que los
versos en cursivas ("La vergüenza es ira/ vuelta contra uno mismo:/ si una
nación entera se avergüenza/ es león que se agazapa/ para saltar") los
había tomado de una carta de Marx a Ruge en 1843. El poema hizo escuela y muy
pronto Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid (quien publicó su
eficaz Lectura del soneto 66 de Shakespeare), entre otros, publicaron sus
memoriales de Tlatelolco.
La renuncia
de Paz a la embajada, con estos antecedentes, pierde todo carácter caprichoso o
intempestivo. Fue el resultado de una reflexión de días y semanas, como se lo
hace saber a Carrillo Flores (canciller estimado por algunos de los
intelectuales por su "pragmatismo", lo cual en un régimen autoritario
podía ser hasta una bendición) en la carta de renuncia del 4 de octubre de
1968. "Anoche, por la BBC de Londres", le dice con toda franqueza a
Carrillo Flores, "me enteré de que la violencia había estallado de nuevo.
La prensa india de hoy confirma y amplía la noticia de la radio: las fuerzas
armadas dispararon contra una multitud, comprendida en su mayoría por
estudiantes. El resultado: más de veinticinco muertos, varios centenares de
heridos y un millar de personas en la cárcel. No describiré a usted mi estado
de ánimo. Me imagino que es el de la mayoría de los mexicanos: tristeza y
cólera" (9).
En su carta,
le recuerda al canciller sus veinticuatro años en la diplomacia mexicana y le
dice: "no siempre, como es natural, he estado de acuerdo con todos los
aspectos de la política gubernamental pero esos desacuerdos nunca fueron tan
graves o tan agudos como para obligarme a un examen de conciencia. Cierto,
desde hace diez años, precisamente al final del periodo presidencial de Ruiz
Cortines y ante ciertos desórdenes y manifestaciones obreras y estudiantiles,
expresé públicamente que era necesaria una reforma de nuestro sistema político,
si queríamos evitar nuevos trastornos y el regreso de la violencia –esa violencia
que ha ensombrecido nuestra historia" (10).
Por primera
vez con toda claridad, Paz dice que el régimen del partido revolucionario
fundado en 1929 entrañaba un "compromiso" que habiendo sido
"saludable en su origen" para la nación, ya no lo era. El mexicano
era un régimen ogresco, como lo calificaría en la década siguiente en El ogro
filantrópico. Comienza Paz una travesía que aun en 1985 cuando publica
"Hora cumplida (1929-1985)" en Vuelta y afirma que el PRI ha
terminado su misión histórica, causa escándalo en un partido oficial que sólo
tres lustros después, cuando Paz llevaba un par de años fallecido, abandonará
el poder.
Entonces, en
octubre de 1968, lo que parecía abrirse para el país era una nueva eternidad,
que ya no transcurriría en la paz autoritaria sino en la zozobra civil:
"Basta leer a la prensa diaria y semanal de México en estos días para
sentir rubor: en ningún país con instituciones democráticas puede encontrarse
ese elogio casi totalmente unánime al Gobierno y esa condenación también
unánime de los críticos. No sé si estos últimos tengan la razón en todo; estoy
cierto de que no tienen acceso a los medios de información y discusión"
(11).
La solicitud
de renuncia, como lo explican Andrés Ordóñez y Guillermo Sheridan,
burocráticamente no podía tener otra forma que la "puesta en
disponibilidad", pues el reglamento diplomático mexicano no contemplaba la
posibilidad de renunciar. La palabra disponibilidad fue utilizada
maliciosamente no sólo por los gacetilleros gubernamentales. Al día siguiente
de abandonar la presidencia, el 2 de diciembre de 1970, lo primero que hizo
Díaz Ordaz fue denigrar a Paz insistiendo, en unas declaraciones ante la
televisión, en que no había sido un renunciante sino un despedido (12).
La renuncia
de Paz presentada a Carrillo Flores decía así: "Ante los acontecimientos
últimos, he tenido que preguntarme con lealtad y sin reservas mentales al
Gobierno. Mi respuesta es la petición que ahora le hago: le ruego que se sirva
ponerme en disponibilidad, tal como lo señala la Ley del Servicio Exterior
Mexicano. Procuraré evitar toda declaración pública mientras permanezca en
territorio indio. No quisiera decir aquí, en donde he representado a mi país
por más de seis años, lo que no tendré empacho en decir en México: no estoy de
acuerdo en lo absoluto con los métodos empleados para resolver (en realidad:
reprimir) las demandas y problemas que ha planteado nuestra juventud"
(13).
El 16 de
octubre, Carrillo Flores le responde amablemente, invitándolo a tomarse unos
días para reflexionar y consultar con otros colegas del Servicio Exterior.
Inclusive le dice que su informe anterior lo había comentado con el presidente.
Díaz Ordaz le habría dicho sibilinamente a su canciller que "la intuición
de los poetas es a veces la más certera". El canciller, por cierto, no
estaba en México en su oficina, en esa Torre de Relaciones Exteriores situada a
pocos metros de la Plaza de las Tres Culturas (torre que según la fabulación de
Díaz Ordaz iba a ser tomada por el CNH el 2 de octubre), pero le dice a Paz lo
que le contaron: "No es exacto en cambio que el Ejército haya hecho los
primeros disparos ni menos sobre una reunión pacífica. Los soldados empezaron a
hacer fuego cuando su comandante ya había sido herido por la espalda. Y el grupo
que se hallaba en el Edificio Chihuahua tenía y usaba armas de alto poder. Esa
era la razón por la que se iba a proceder a su detención" (14).
Lo que
Carrillo Flores no sabe o no cuenta es que ese grupo que "tenía y usaba
armas de alto poder" era el paramilitar Batallón Olimpia que había
disparado a mansalva contra soldados y estudiantes para destruir, en una sola
tarde de sangre, física y moralmente al movimiento democrático.
La renuncia
de Paz a la Embajada de México en la India fue, como dijo Enrique Krauze,
"su hora mejor", una decisión histórica que puso "un límite
histórico al poder imperial de la Presidencia de México" (15), uno de esos
momentos que lo convirtieron, a cabalidad, en "un hombre en su
siglo", el ciudadano que toma la decisión más sabia en la circunstancia
más ardua. De los miles y miles de funcionarios que el Estado mexicano tenía el
2 de octubre nadie, salvo Paz, renunció a su puesto. Ningún otro.
El mismo día
en que amablemente le pedía reflexión, Carrillo Flores aceptó la renuncia de Paz
y lo puso en disposición. De inmediato, le llega al Presidente de la India una
carta de Díaz Ordaz informándole que ha decidido poner fin "a la misión
que el señor Octavio Paz venía desempeñando". En Vislumbres de la India,
leemos que discreta y amable "Indira Gandhi, que ya era primera ministra,
no podía despedirme oficialmente, pero nos invitó, a Marie José y a mí, a una
cena íntima, en su casa, con Rajiv, su mujer, Sonia, y algunos amigos
comunes". Hubo un homenaje de despedida en The International House y el
corresponsal de Le Monde, Jean Wetz, publicó un "extenso comentario sobre
el caso" (16).
"Las
semanas que me esperan (después de 'la fatal decisión') son horribles –revisar
papeles, guardar libros, deshacerse del pasado o, mejor dicho, rehacerse frente
a lo pasado", le escribió Octavio a Juan Almela, quien todavía no usaba su
nombre de pluma de poeta como Gerardo Deniz. Finalmente, los Paz tomaron el
tren hacia Bombay, donde se embarcaron en el Victoria, un barco que hacía el
servicio entre el Oriente y el mediterráneo, obligado a tornear África porque
el canal de Suez estaba cerrado por el conflicto árabe–israelí. "El viaje
de Delhi a Bombay fue emocionante, no sólo porque me recordaba el que había
hecho unos años antes, sino porque en algunas estaciones grupos de jóvenes
estudiantes abordaban nuestro vagón, para ofrecernos las tradicionales
guirnaldas de flores" (17).
En México,
pese a los acontecimientos de Tlatelolco –de los cuales millones de mexicanos
que no leían el periódico no tuvieron otra noticia que las del rumor– se
respetó la llamada "tregua olímpica" que el propio CNH había
ofrecido. El 19 de octubre, Excélsior anuncia, como noticia secundaria, CESA
RELACIONES A OCTAVIO PAZ y días después, los cuatro principales hacedores de La
cultura en México, Fernando Benítez, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y
Vicente Rojo, al desmenuzar los comunicados oficiales donde se anunciaba el
"despido" de Paz en contraste con el ya difundido poema México:
Olimpiada de 1968 dicen: "Allí queda, por un lado, la prosa burocrática de
los que no dimiten nunca, punto final a una honrosa trayectoria de veinticinco
años, y por el otro, un breve poema donde la ira y el desprecio han sido
expresados con una claridad deslumbradora. Su terrible peso ha inclinado la
balanza a favor de la justicia y de la verdad sin equívocos y ya de una manera
definitiva, pues tal es el privilegio de un gran poeta" (18).
Al de La
cultura en México siguieron otros dos desplegados donde la inmensa mayoría de
los intelectuales mexicanos respaldaban, orgullosos, a Paz. Pero entre las
excepciones había un par, dolorosísimas y estridentes, que hacían del drama
nacional un drama familiar: Elena Garro y Laura Helena Paz Garro.
Referencias bibliográficas
1. Octavio Paz, Obras completas, V. El peregrino en su
patria. Historia y política de México, edición del autor, Galaxia
Gutenberg/Círculo de lectores, Barcelona, 2002, p. 331.
2. Jorge G. Castañeda,
Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos, traducción del inglés de Valeria
Luiselli, Aguilar, México, 2011, p. 156.
3. Paz, "Un
sueño de libertad: Cartas a la cancillería" precedidas de una nota de
Enrique Krauze, Vuelta, México,
no. 256, México, p. 10.
4. Ibid.
5. Krauze,
Redentores. Ideas y poder en América Latina, Debate, México, 2011, pp. 228-229;
Guillermo Sheridan, "My dear Charles, Paz le escribe a Tomlinson",
Letras Libres, no. 180, diciembre de 2013, pp. 51-52.
6. Ibid.
7. Paz, Obras completas, VII. Obra poética (1935 1998),
Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, Barcelona, 2004, p. 445.
8. Jaime Perales Contreras, Octavio Paz y su círculo
intelectual, Coyoacán/ITAM, México, 2013, p. 108.
9. Paz, "Un sueño de libertad. Cartas a la
cancillería", op. cit., p. 11.
10. Ibid.
11. Paz, "Un
sueño de libertad. Cartas a la cancillería", op. cit., p. 11.
12. Andrés Ordóñez,
Devoradores de ciudades. Cuatro intelectuales en la diplomacia mexicana, Cal y
Arena, México, 2002, p. 238; Sheridan,
Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, ERA, México, 2004, p.
492; Xavier Rodríguez Ledesma,
Escritores y poder. La dualidad republicana en México, 1968-1994, Universidad
Pedagógica Nacional, México, 2001, pp. 109-110.
13. Ibid; Sheridan,
Poeta con paisaje, op. cit., p. 487-489.
14. Paz, "Un
sueño de libertad. Cartas a la cancillería", op. cit., pp. 11-12.
15. Ibid., p. 6.
16. Paz, Obras completas, VI. Ideas y costumbres. La letra y
el cetro. Usos y símbolos, edición del autor, Galaxia Gutenberg/ Círculo de
Lectores, Barcelona, 2002, p. 1241.
17. Sheridan, Poeta con paisaje, op. cit., p. 491: Paz, Obras completas, VI. Ideas y costumbres.
La letra y el cetro. Usos y símbolos, edición del autor, Galaxia
Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2002, p. 1241.
18. Jorge Volpi, La imaginación y el poder. Una historia
intelectual del 68, Era, México, 1999, p. 580.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
ESTA NOTA PUEDES ENCONTRARLA EN:
http://www.reforma.com/revistar/articulo/1463744/
Fecha de publicación: 28-Feb-2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario