31 de Marzo 2014
Lo intenté hace algún tiempo, pero mi empeño naufragó sin remedio en el océano del segundo párrafo, apenas describí el embeleso que me provocan esas ráfagas de color violeta que colman los árboles de nuestras calles y parques. Por eso esta vez me puse a indagar sobre esa especie que suele estallar en racimos de flores violáceas apenas asoma la Cuaresma, cada año.
Ahora sé que la jacaranda pertenece a la familia de las bignoniáceas y que la especie más común en México, entre las más de 50 registradas en el mundo, es la mimosifolia. Es originaria de Brasil, Paraguay y el norte de Argentina y su nombre proviene del idioma guaraní. Aunque está presente prácticamente en toda la ciudad de México y particularmente en su parte central, su abundancia en la colonia Del Valle obedece al origen mismo del barrio, asiento durante el Porfiriato de numerosas villas o quintas campestres obligadas a detentar un mínimo de mil metros cuadrados de terreno, en cuyas grandes huertas, además de árboles frutales, se plantaron numerosas jacarandas. Y luego, con la urbanización de la actual colonia Del Valle, fundada en 1908, la jacaranda se convirtió en uno de los árboles favoritos de sus primeros residentes, por lo cual hay no pocos ejemplares ya centenarios en las calles y los parques de la colonia.
La jacaranda es de fácil mantenimiento, ya que demanda poca humedad y para contribuir a su floración, basta con una poda superficial. Por una publicación especializada de la Universidad Iberoamericana me entero además que tiene una resistencia muy alta a la contaminación, indispensable en la planeación de las áreas verdes urbanas. Y que este árbol, lo mismo que en el cedro blanco, “se han encontrado elevados niveles de plomo, por lo que se considera que cumple dos funciones: producir oxígeno y absorber plomo, para lo cual, según algunos estudios, es altamente efectivo”. Imagino que la fascinación un tanto misteriosa que me provocan estos árboles de troncos contrahechos tiene su origen en algún rincón de mi niñez.
Ciertamente, en los rumbos donde pasé mis primeros años, en la colonia Cuauhtémoc, abundan también las jacarandas. Calles como Río Ebro y Río Po, donde vivimos en aquella época, lucen hoy mismo frondosos ramilletes de flores color violeta. Sin embargo, considero que la jacaranda es el árbol insignia de la colonia Del Valle, donde radico hace ya 32 años, y de otras zonas de la delegación Benito Juárez, como Nápoles, Nochebuena, Portales y Navarte: La alternancia de palmeras y jacarandas a lo largo del camellón de Doctor Vértiz es sencillamente espectacular. Y créanme que no cambio por ningún otro paseo el caminar despacio por calles como San Francisco, Moras, Porfirio Díaz, Luz Saviñón en estos días de Primavera, que por cierto inicia justo esta mañana de marzo. Las singulares calles vallesinas donde existen amplios camellones, como López Cotilla y Martin Mendalde son auténticos santuarios de esta especie. Y qué decir del “túnel” maravilloso que las jacarandas forman sobre el arroyo de la calle Concepción Béistegui, entre División del Norte y Rebsamen, a un costado del CUM.
No obstante que este año la floración jacarandosa pareciera ser más abundante que nunca, hay calles que ya acusan una reducción notable de ejemplares, como ocurre en Providencia y en Adolfo Prieto. Hace apenas un lustro, recorrer estas vías en esta época del año era empaparse en un baño de color violeta. Ya no. Y esta es una señal de alarma. Ocurre que la jacaranda, capaz de provocar amores tan apasionados como el mío, tiene también detractores y enemigos.
Entre los primeros están quienes culpan a esta especie del deterioro sufrido por las banquetas de las calles al ser levantadas por las raíces. Otros la acusan de dejar caer sobre aceras y pavimento miles de florecitas que acaban por formar una alfombra azulosa -lo que para mí es un encanto adicional- lo que a su juicio dificulta el trabajo del personal de limpia. Pienso que ninguno de los cargos es válido.
Expertos en jardinería me explican que las raíces de las jacarandas no son problema mayor, siempre y cuando se les dé el mínimo mantenimiento que requieren tanto los árboles como las banquetas. Y lo de la alfombra de flores se soluciona con más y mejores escobas.
Los que sí son de preocupar en serio son los enemigos de las jacarandas y en general de los árboles en nuestra demarcación. Y esos no son otros que los llamados “desarrolladores inmobiliarios”, coludidos con las autoridades delegacionales. A través de su Oficina de Información Pública (OIP), las últimas tres administraciones de Benito Juárez han confesado de manera oficial y por escrito el asesinato conjunto de más de 13 mil árboles en un lapso de apenas siete años. Si, esto se llama ecocidio. En la delegación, para colmo, que cuenta con el menor índice de áreas verdes por habitante en todo el Distrito Federal: sólo 4.5 metros cuadrados (Álvaro Obregón, para dar una idea, tiene 40.2 metros cuadrados por habitante). Lo más grave es sin duda el mecanismo de corrupción que opera que para esto pueda ser posible. Cualquiera sabe que los permisos para talar árboles se compran, sin más. Mediante una mordida, funcionarios del área destinada a la preservación de las zonas verdes -¡que cinismo!- emiten a favor de los constructores el respectivo dictamen para justificar el derribo, a veces de 20 o más árboles de un jalón. Hemos documentado cómo con mentiras esos burócratas corruptos “justifican” la autorización aduciendo muerte, enfermedades inexistentes o inclinaciones peligrosas de los árboles que los ponen supuestamente en riesgo de caer. Pero el colmo es cuando se especifica como causal del derribo, textual, el que los árboles “obstaculizan proyecto arquitectónico”, cuando cualquier proyecto debiera ajustarse al entorno natural existente y no al revés. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
FUENTE
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