01 de Abril 2014
Por Daniel de la Torre
Estoy acostado y debido a la sustancia puedo disfrutar cada latido que da mi corazón. El ahora se me antoja etéreo. Una nave de las más grandes se dirige hacia allá a una velocidad mayor a la normal.
Quisiera estar en el Aloha, vagando por sus tres kilómetros de diámetro, rodeado de aquellas personas que no pasan desapercibidas en ningún lado. Sin embargo, estoy aquí en la tierra sobre una loma de pasto clonado. Mi único tío vive en Alphonsus. Yo estuve viviendo con él hasta que la policía se enteró de que no tengo permiso para continuar ahí más de lo previsto.
Mi tío es dueño de un bar conocido entre la gente como ‘La Búsqueda’. Él es un gran patriota, por lo que a nadie le sorprende ese nombre, que hace referencia a la independencia de su astro. Seguramente ahora todos están celebrando con él y necesita alguien que ayude a atender el negocio con agilidad.
John Dahl fue el hombre que comenzó aquel movimiento. Su pueblo tenía un mayor potencial para el desarrollo al estar aislado de la retrógrada influencia terrestre. Muchos compararon el quiebre de relaciones con el retiro que hacían los ermitaños en la antigüedad en busca de iluminación. El pueblo selenita había dejado de consumir productos que le hacían producirse a sí mismo. Llegó un punto en el que el ejército y el armamento ni siquiera eran necesarios.
En la Tierra comenzaron a condenarlo, llamándolo inmoral y peligroso. Al encontrarse con lo que ocurría, las empresas trasnacionales empezaron a tomar medidas invasivas con apoyo de algunos gobiernos terrestres para someter a la luna. El problema culminó con la emancipación del satélite…
Las autoridades lunares únicamente me dieron permiso de permanecer ahí por un mes, tiempo en el que apliqué para los exámenes y trámites correspondientes para conseguir la residencia tras la cual podré tramitar la ciudadanía. Me fue bien, creo, pero el hecho de que me haya excedido en mi estadía podría repercutir en la decisión final en el departamento de migración, que me comunicará en un par de días en una carta que sólo podré recibir yo o algún familiar.
En las celebraciones selenitas no suele haber conflictos. De hecho ni siquiera hay que preocuparse por encontrar un negocio honesto y de calidad si no se conoce el lugar. Todo lo contrario de aquí. Mi tío suele bromear con sus amigos diciendo que y yo, como los demás terrícolas, quizá tome un machete y le abra la cabeza a alguien. Y mi sentimiento al respecto es ambivalente: me da asco la sangre, pero hay momentos en los que quisiera ser una máquina de quitar vidas. Lo mejor para mí es que las autoridades no se enteren de ello.
Los cineastas de la tierra evitan utilizar escenas nocturnas al aire libre, y cuando son necesarias, simplemente se suprime el astro del cielo. Los eclipses son ignorados y los padres regañan a sus hijos si los observan fijamente. El satélite se ha convertido en otro tabú y hasta los astrólogos han tenido que reformular sus mentiras.
Esa nave no es como las demás, no sólo va a una velocidad peligrosa, sino que la turbina que la propulsa desprende fuego verde, propio del krosano…
El orgasmo recorre cada pulgada de mi piel. Mis huesos vibran, mis párpados también. El aire que entra en mis pulmones es tan puro como el proveniente de un tanque de oxígeno. Se estiran los dedos de mis pies, y los de mis manos acarician las palmas de las mismas. Todo lo que perciben mis sentidos es mucho más claro. Me encuentro abstraído, como una caricia en el silencio.
La nave llega a la luna, se estrella. Una explosión color azul eléctrico convierte los pedazos de satélite que salen volando en piedras púrpura. No importa, posiblemente sea una alucinación, pero si no lo es, tampoco importa. No por ahora.
Los restos destruyen lo que se interpone entre ellos y su descenso al planeta. El cielo se convierte en un espectáculo de luces y explosiones. Reviso mi teléfono para ver la hora, su localizador indica que me encuentro en la India, luego en Berlín, y unos instantes después la pantalla se queda en azul. Me levanto y corro a casa, la belleza del espectáculo aumenta conforme éste se acerca al suelo, así que volteo constantemente a verlo. Tropiezo con las raíces de un árbol, torciéndome el tobillo. Un meteorito violeta cae sobre mi casa. A unos centímetros de mí hay un nido de hormigas que entró en caos, y estoy seguro de que así deben encontrarse las ciudades: individuos sin nombre tratando de salvar sus vidas para seguir manteniendo el sistema sin el cual no tendrían razón de existir, tratando de salvar los bienes que constituyen su identidad. Eso sí: me resultan mucho más simpáticas las hormigas.
Más adelante, envuelto en llamas, desciende un vehículo ya casi deshecho. Me acerco y encuentro una placa con el logotipo de la compañía que lo fabricó. Cuándo ya no queda nadie que sea capaz de reconocer un logotipo, ¿este muere?
La luna ya no existe, pero quizá nunca dejó de hacerlo. Los sentidos pueden engañarnos y quizá nada de lo que conocemos ha sido. Quizá para Dahl, que murió viendo su lucha dando frutos, la luna jamás desapareció y es el sitio más próspero que existe, una utopía.
*
Despierto entre escombros. Alrededor hay humo y cenizas diseminadas por el campo. Me duele la cabeza. Apenas me levanto comienzo a caminar en busca de la carretera. Al llegar a ella decido hacer autoestop. Mi casa fue arrasada, por lo que me dirijo a la de mi cuñado José.
Se detiene un móvil y me abre la puerta. Conduce un hombre corpulento y de canas. Me pregunta mi nombre y yo se lo digo, se presenta y me advierte que el camino será largo, pues hay muchos escombros. Le digo que no tengo prisa. En la radio habla una mujer acerca de los procedimientos que se seguirán para reemplazar el satélite y minimizar sus efectos perjudiciales. Cada pocos kilómetros hay grúas limpiando el pavimento.
Finalmente llego a las orillas de la ciudad donde vive José. El conductor me dice que tomará el libramiento para no pasar por ella, así que bajo y decido hacer el resto del camino a pie.
*
Despierto en el suelo de mi casa, rodeado de vómito que cubre el trayecto desde la puerta hasta la sala. Me asomo por la ventana y todo sigue igual que antes. Enciendo la radio. Hay una entrevista acerca del material con el que se fabricarán las jabalinas para las olimpiadas del próximo año. Cambio de estación buscando noticias relacionadas a lo acontecido antes de mi desmayo, pero no hay nada que se mencione sobre ello.
Todo fue producto de la droga. Me alivio y comienzo el aseo de la casa.
*
Toco a la puerta y abre mi cuñado, se sorprende de verme y me jala dentro de su hogar, cerrando la puerta con fuerza. Apenas abro la boca para formular una pregunta y me toma del brazo llevándome a su sótano, al que se accede abriendo una escotilla.
Están buscando a todos los que tienen relación con los selenitas, me dice. ¿Y Adriana? Le pregunto. La están interrogando los agentes de la ARL, me contesta mientras prepara una cama plegable y me convence de no salir de ahí.
Algunas horas después escucho entrar a tres personas. José dijo que pondría una alfombra sobre la escotilla, por lo que tengo la esperanza de no ser encontrado. Guardo silencio para escuchar lo que ocurre. La voz de mi hermana y mi cuñado apenas se escuchan, mientras que dos pares de pies recorren el lugar. Los agentes levantan muebles y hacen preguntas durante varios minutos hasta que finalmente se marchan.
Se abre la escotilla y entran mis dos anfitriones. Mi hermana me abraza y me pregunta por las condiciones de mi llegada mientras José enciende la estufa de inducción para preparar la cena.
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Pasan horas y no sucede nada. Sé que debería aprovechar el tiempo que gasto procrastinando, pero hasta levantarme del sofá me parece demasiado trabajo. Enciendo el reproductor de música y dejo que se lleve los minutos que quedan hasta que el hambre se vuelva insoportable y me obligue a prepararme algo de cenar. Ya no me queda pexitona y creo que aunque me quedara no la utilizaría, al menos hasta que mi cuerpo se libere de toda la que usé ayer.
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Pasan horas y no sucede nada. Sé que debería aprovechar el tiempo que gasto procrastinando, pero hasta levantarme del sofá me parece demasiado trabajo. Enciendo el reproductor de música y dejo que se lleve los minutos que quedan hasta que el hambre se vuelva insoportable y me obligue a prepararme algo de cenar. Ya no me queda pexitona y creo que aunque me quedara no la utilizaría, al menos hasta que mi cuerpo se libere de toda la que usé ayer.
Llega el momento y me levanto del mueble. Abro un par de latas de conserva para vaciar su contenido en un plato y meterlo en el horno. Salgo al pórtico y al observar el cielo me pongo nervioso. Mañana es el día, mañana lo sabré.
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Se abre la escotilla rápidamente y entran tres uniformados, de los cuales dos sostienen rifles. Aquí está, dicen mientras me tiran al suelo para registrarme.
Estoy en un cuarto con una mesa y un par de sillas. Entra un hombre para interrogarme, le pregunto el motivo por el que me apresaron y del portafolio que carga saca una carpeta que coloca frente a mí. La tomo y comienzo a examinarla
‘‘Secretaría de migración del GS, 16 de Febrero de 2057’’
Leo el contenido del papel que habla acerca de mi solicitud para residir en el ahora extinto lugar. Al final de la carta, y antes de las firmas y sellos oficiales, dice:
‘‘Queda usted aceptado. Después de estar establecido tres años en Alphonsus, usted podrá presentar una solicitud de ciudadanía ante el Gobierno Selenita. Además del pago de los derechos exigidos, deberá aprobar un examen de conocimiento. ’’
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Me despierta el sonido del teléfono. Es mi hermana avisándome que llegó correspondencia para mí. ¿Por qué no pones tu dirección?, me pregunta. Pues porque a ti te va a llegar más pronto, le contesto. Voy a ir a recogerla hoy.
Salgo de casa y me detengo en la parada de autobús. Tarda demasiado, así que pido aventón. Un hombre delgado y con el cabello negro me invita a subir. El viaje es corto y el hombre se ofrece a llevarme hasta mi destino. Le agradezco y le doy la dirección.
Adriana abre la puerta y me invita a pasar. José saca del sótano una cama plegable, la cual piensa tirar a la basura. Me siento a la mesa y tomo el sobre, lo abro.
‘‘Se deniega la residencia. Su calificación en los análisis correspondientes es insuficiente…’’
Decido no seguir leyendo. La vuelvo a guardar y ayudo a José a hacer la limpieza. Quizá al terminar de hacerlo vaya a buscar algo más de droga.
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