25 de Junio 2014
En 1863, Edward Evertt Hale publicó un cuento llamado "El hombre sin patria". Es un cuento con moraleja acerca de Philip Nolan, un teniente de Estados Unidos que renuncia a Estados Unidos en un ataque de ira. En respuesta, un juez le ordena pasar el resto de sus días en el mar, flotando de un barco a otro, sin tener noticias de su país. Nolan comienza el viaje sin arrepentimiento, pero mientras el tiempo pasa, la aflicción del apátrida lo invade.
Extraña su país natal más de lo que extraña a su familia o el sentimiento de estar en tierra. Antes de su entierro en el mar, pidió que una lápida fuera colocada en su honor: “En memoria de Philip Nolan, teniente del ejército de Estados Unidos. Amó a su nación como ningún otro hombre la ha amado; y ninguno como él mereció menos de ella”.
El viejo tema de un “hombre sin patria” ha sido drásticamente actualizado desde los días de Hale. Darle la espalda a tu país natal, ya sea en la vida real o en la ficción, ya no es una separación traumática con consecuencias bíblicas; es común (o por lo menos no es extraño) para la gente que vive en el extranjero, tiene doble o triple nacionalidad, o corta lazos con su país natal del todo. Mientras mercados y tecnologías sigan globalizando nuestro entorno, es natural que la gente se globalice también.
Lo que la mayoría de la gente no hace es cortar formalmente sus lazos nacionales y luchar por su cuenta a solas como una nación. Incluso en nuestro llamado mundo plano, donde el libre comercio y las telecomunicaciones hacen que las fronteras físicas parezcan un vestigio del pasado pre digital, la creación de nuestra existencia permanece como un mosaico de naciones. La nacionalidad es fundamental, y los que están legalmente sin país son comúnmente destituidos y marginados, el derecho a una nacionalidad es retenido por un régimen represivo o a través de un error burocrático draconiano. Grandes organizaciones intergubernamentales se dedican a ayudar a ex ciudadanos a restablecer su condición de estado. Una condición apátrida no es simplemente una posición que cualquiera decida adoptar libremente.
Hay una excepción notable a esta regla: Mike Gogulski, un hacker de 41 años de edad, anarquista y ex estadunidense. A finales de 2008, entró a una embajada de Estados Unidos en Bratislava, Eslovaquia, renunció a su nacionalidad y luego quemó su pasaporte. Él es, en toda regla, la única persona en la actualidad que ha logrado convertirse en alguien sin nacionalidad, por decisión propia.
Hoy, él es un activista en línea que escribe sobre temas relacionados con la anarquía, como la criptodivisa Bitcoin y el ahora desaparecido mercado subterráneo Silk Road, en su blog, nostate.com. Descubrí el trabajo de Gogulski en 2011, cuando yo estaba investigando cosas relacionadas con renunciar a la nacionalidad. El número de ciudadanos de Estados Unidos que han renunciado a sus pasaportes va en aumento: registros del gobierno muestran que las renuncias saltaron de unos pocos cientos cada año a más de tres mil entre 2009 y 2013. Esto es sobre todo debido a las nuevas leyes fiscales que requieren que los ciudadanos estadunidenses reporten sus cuentas bancarias e ingresos sobre una base anual sin importar si viven en EU o no.
Pero los motivos de Gogulski eran diferentes: como él lo ve, en primer lugar no fue consultado acerca de ser estadunidense. “¿Estaría dispuesto a tener una relación con el gobierno de Estados Unidos por cualquier razón que no sea que alguien me apuntara con una pistola? De ninguna manera”, me dijo frente a unos tragos de whiskey y latas de cerveza en Profressbar, un espacio local para hackers en Bratislava donde pasa el tiempo. Gogulski —quien creció en un huerto de naranjos en el suburbio de Winter Park, Florida— no ve ninguna razón para participar en la democracia, punto. “El discurso que acompaña la democracia es que la gente puede votar para elegir el gobierno que quiere, pero esa es una mentira”, explicó, caminando por el lugar. “Puede que se nos deje participar, pero el organismo principal de EU —que es muerte, robo, violación— continúa”.
Es difícil argumentar en esta prueba, pero un apátrida se enfrenta a más retos de los que puede resolver. El problema principal es la movilidad: una persona sin patria puede viajar a Europa bajo las leyes de libertad de movilidad de la Unión Europea, pero él no puede salir del llamado espacio Schengen sin tramitar una visa, un proceso que puede tomar meses de procedimiento burocrático. El otro problema es la burocracia: sin ciudadanía, tareas diarias como obtener una licencia de manejo o abrir una cuenta bancaria es un calvario comparado con lo que normalmente sería, y rara vez hay una opción que diga “sin patria” en los formularios gubernamentales. Además, personas sin patria no pueden pedir asilo a un gobierno en caso de enfrentar problemas en el extranjero (¿pero qué es el “extranjero” cuando no perteneces a un lugar? La semántica del estado nos rodea).
No es exagerado decir que la conciencia apátrida de Gogulski es ofensiva, incluso desconsiderada: la misión moral de un intransigente hombre blanco estadunidense actuando desde una posición privilegiada. Si una mujer bangladesí que trabaja en una maquila hiciera lo mismo, ¿se le pondría atención?
Gogulski reconoce que su situación no se compara a la de otra gente sin patria. Él ve su decisión como un acto de solidaridad. “La nacionalidad es una herramienta de división de clase, una herramienta de jerarquía, un instrumento de control social”, dijo. “No hay equidad entre nacionales y migrantes”.
La verdad es que no se puede estar tan libre del estado. Para moverse, Gogulski utiliza un documento de una persona apátrida expedido por las autoridades eslovacas y una tarjeta de residencia de UE, que parece una licencia de manejo. Hay cierta ironía en su situación. Él quiere, como muchos otros ciudadanos que están enojados con sus gobiernos, liberarse de las ataduras del poder del estado. En particular, él quiere liberarse de las atrocidades cometidas por Estados Unidos, y su renuncia a la nacionalidad es una manera extrema de objeción consciente. Pero al decidir vivir sin patria, se ha puesto a sí mismo en una posición de no tener rey pero tampoco un país y por lo tanto los medios para salir de la UE. Hay muchas maneras de describir la situación en la que Gogulski se ha metido, pero hay una que está más clara que otras: oficialmente se jodió a sí mismo.
Bratislava, Eslovaquia, donde el ex ciudadano estadunidense Mike Gogulski ha estado viviendo como apátrida.
Al hablar con él, nunca se notaría que Gogulski pasó una década fuera de Estados Unidos. Se le nota su acento de la Costa Este, conoce la mayoría de las referencias de la cultura popular de Estados Unidos, y se mantiene informado de noticias estadunidenses, como cualquier otra persona. Mide cerca de dos metros y es calvo, y tiene el físico de una persona anteriormente delgada y nerd de computadoras que está llegando a la edad madura después de toda una vida de comer chucherías. En un buen día, es cálido, amable y con una explosión de ideas que giran hacia la complicidad. También es bipolar y propenso a altibajos durante los cuales apenas se comunica con cualquiera, ya no digamos salir de la cama. Por casi tres semanas antes de visitarlo, mis correos, llamadas y mensajes de texto no fueron respondidos. Ese mes, me contó después, había tenido un bajón.
Pero a lo largo del primer fin de semana que pasamos juntos en Bratislava, Gogulski se veía bien. Fumaba cigarros Philip Morris sin parar que compra por un poco más de dos euros, y fácilmente se tomó una botella de whiskey durante nuestra primera tarde. Cuando el whiskey estaba por terminarse, empezó a buscar mariguana en un cajón. Cuando finalmente encontró un poco de mota escondida en una bolsa grande de condones, hizo una pipa con una lata de cerveza.
Gogulski es como una celebridad local en el circuito anarquista de los hackers. Esto se debe a su condición de apátrida: cada mes, recibe de dos a tres correos diarios con preguntas de personas que buscan renunciar a su patria, la mayoría son estadunidenses. También es reconocido como un miembro de la comunidad Bitcoin. Para pagar sus cuentas, opera una aplicación de lavado de Bitcoin o “mezclando”, que agrega otra capa de anonimato al rastro digital de la cripto divisa.
Gogulski tuvo un roce con la ley después de dejar la Universidad Orlando College, donde fue arrestado por robar miles de dólares en minutos de larga distancia de negocios locales, para comunicarse con otros hackers. Su arresto de 1992 parece sacado de una comedia pacheca: fue engañado por un policía encubierto que se hacía pasar por un repartidor de Domino’s y acusado de un delito bajo la Ley de Fraude de Comunicaciones de Florida. “Estuvo cabrón. Loco. Es una sensación terrible, estar en primera plana del periódico junto con los disturbios raciales de California. Pensé que iría a la cárcel”, recuerda. Su padre vendió su colección de monedas y estampillas para pagar un abogado, que le consiguió a Gogulski un acuerdo con la fiscalía. Como parte de su servicio comunitario de cien horas, dio pláticas a cuartos llenos de policías acerca de la “mentalidad hacker”.
Pareciera que un apátrida está fuera de jurisdicción de todos los países, pero Gogulski no está exento de la ley internacional. Osama bin Laden, por ejemplo, se convirtió en un apátrida después de que Arabia Saudita le revocara su nacionalidad en 1994; pero con eso aún logró ser el hombre más buscado del mundo (de hecho, la falta de afiliación de Al Qaeda a una nación es citada comúnmente como su cualidad más insidiosa).
Las autoridades eslovacas pueden tratar a Gogulski de la misma manera que podrían tragarse a cualquier otro residente. Pero no está claro qué tipo de jurisdicción tiene Estados Unidos. Dice que está motivado por la falta de un acuerdo para extradiciones de Eslovaquia a Estados Unidos, pero está observando de cerca la reciente oleada de arrestos relacionados con Bitcoin. “Estoy consciente que tendré que dejar el lavado de Bitcoin en cualquier momento”, dijo unas semanas antes de que la compañía de intercambio Mt. Gox Bitcoin cerrara, causando la desaparición de millones de dólares en Bitcoins. A principios de marzo, Gogulski dijo que su negocio no se vio afectado por el problema. “Nada nuevo que reportar”, dijo en un correo. “Ahí la llevo”.
Convertirse en un apátrida no es una manera común para que los activistas puedan comunicar su postura, pero así se ha hecho en el pasado: Garry Davis, un piloto de la Segunda Guerra Mundial y ex actor de Broadway, se convirtió en un conocido activista antiguerra cuando decidió renunciar a todos los lazos con Estados Unidos en 1948. Tomó su decisión después de que bombardeó Alemania y perdió a su hermano en la guerra; cuando el conflicto terminó, Davis se declaró el “primer ciudadano del mundo” y permaneció sin país hasta que murió, el verano pasado, a la edad de 91. Davis fue producto de estrés postraumático y los días intensos del internacionalismo de posguerra, dedicando su vida a promover un “gobierno mundial”, asistiendo de manera improvisada a las Naciones Unidas con la ayuda de intelectuales como Albert Camus para dar discursos y manifestarse afuera de embajadas y consulados lo metieron a la cárcel varias veces por cruzar fronteras a países otros de manera ilegal.
Gogulski respeta mucho a Davis, pero no es un defensor del mundo ideal al modo esperanto que Davis adoptó. Gogulski se identifica como un anarquista y abstencionista; le gustaría ver un mundo sin un gobierno centralizado. Desde su punto de vista, si se dejaran a su suerte, las personas se organizarían en comunidades pequeñas, más equitativas, menos opresivas que permitiría que la humanidad prosperara más allá de nuestros sueños inalcanzables; una perspectiva esperanzadora, pero ingenua. “De alguna manera me he mantenido con la creencia de que tenemos la capacidad de salirnos de situaciones desagradables en las que nosotros mismos nos hemos metido”, dijo, refiriéndose, entre otras cosas, a la violencia, guerra, vigilancia y sumisión. “Es la mentalidad autoritaria. La noción de que la obediencia es una virtud. No se necesita una persona particularmente inteligente que vea la historia y la actualidad para darse cuenta que la gente está obedeciendo cosas horribles y a gente estúpida, y que el potencial en ellos no será alcanzado si siguen sirviéndole a estos sistemas crueles”.
Las raíces de la versión de Gogulski de esta visión idealizada de una sociedad sin patria pueden ser rastreadas desde las descripciones utópicas de un futuro sin fronteras que surgieron en los primeros días del internet. Él es producto de estas filosofías: comenzó a entrar a turbios foros de discusión en el internet como BBS y Usenet en los años 80s y principios de los 90s, explorando la política, el libertarismo y legalización de drogas. Todo esto era catnip para un niño en Ritalin que vivía fascinado por la ciencia ficción y estaba cansado de los suburbios de Florida. En ese momento, para los primeros usuarios parecía que el internet podía hacer que los gobiernos y estados nacionales fueran obsoletos, y que las comunicaciones de alta tecnología y criptodivisas pronto alejarían a los humanos de su existencia terrestre a un estado más elevado. El autor de ciencia ficción Neal Stephenson escribió novelas que destacaban criptodivisas; sus personajes existieron en un mundo posnaciones donde grandes corporaciones entraban y tomaban control de estados fallidos. La suya era una versión distópica que John Perry Barlow, creador de la Fundación Fronteras Electrónicas, tradujo en algo más positivo en su “Declaración de Independencia del Ciberespacio”, de 1996.
“Gobiernos del mundo industrial, ustedes, cansados gigantes de carne y acero, vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la mente”, dice la frase inicial. “No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo... Declaro el espacio social global que estamos construyendo independiente por naturaleza de las tiranías que están buscando imponernos”.
Una vez más, es un pensamiento agradable. Pero en retrospectiva, es una locura pensar que la existencia de una tecnología de información descentralizada por sí sola podía desmantelar estructuras de poder que han existido por siglos en el mundo real. El mismo pensamiento falaz aflige a los defensores de criptodivisas y a los que creen que las redes sociales pueden liberar a los pueblos indefensos y sin voz. Para una mentalidad basada en una profunda desconfianza hacia el estado, no parece darse cuenta plenamente ni reconocer la enormidad a la que se enfrenta.
Esta filosofía apátrida, en términos generales, está pasando por un periodo de renacimiento. Es lo que inspiró el desarrollo y la gran popularidad de Bitcoin y otras criptodivisas; es el mismo motivo que llevó a Peter Thiel a financiar el Instituto Seasteading, un grupo que promueve la creación de nuevas ciudades en plataformas flotantes de aguas internacionales. Yendo un poco más atrás, es la idea detrás de la compañía de datos HavenCo que se mudó a Sealand —una fortaleza de la Segunda Guerra Mundial abandonada en la costa de Gran Bretaña— a principios de los dosmiles para desafiar el control del estado. El problema con estas filosofías no es que tratan de abolir o retar al estado, sino que, en su encarnación actual, apelan en gran parte a individuos como Gogulski, quien por accidente de nacimiento comienzan en la parte superior de la pirámide global. No son soluciones que los consultores de gestión caracterizan como “escalable”; más bien, son limitadas, solipsistas. Eso hace que las ideologías como las de Gogulski sean más simbólicas que globalmente significativas.
“¿Qué está haciendo la provocación de Gogulski? Yo me inclino por el hecho de que ningún estado le está prometiendo realmente un futuro a alguien”, dice Eugene Holland, profesor en la universidad estatal de Ohio y autor de Nomad Citizenship (Nacionalidad nómada), un libro acerca de las maneras alternativas y posnacionales de pertenencia. “Es un estancamiento de la estado-nación como horizonte para el cambio progresista que está provocando estos movimientos”.
Le pregunté a Holland qué cree que puede cambiar el hecho de renunciar a la nacionalidad. Holland se echó a reír. “Es un gesto dramático y un sacrificio personal que tiene cierto mérito y pone en relieve el grado de opresión en el que estamos, debido a la forma en que el estado-nación monopoliza a la ciudadanía y controla el movimiento”, dijo. “Pero no puede cambiar nada. Simbólicamente, ahí es donde creo que Gogulski tiene razón. Pero materialmente, sólo ha sacrificado su propia libertad. Algo muy noble. Pero no es una contribución positiva para nadie”.
Gogulski aterrizó en Bratislava en 2004 cuando su novia de ese entonces, Stephanie Wilbur, encontró un trabajo como maestra de inglés. Fue por esa época que él empezó a considerar sus políticas de manera más cercana. “Era un tiempo brutal en la historia de Estados Unidos cuando nos fuimos, con Abu Ghraib en la TV, esas guerras, la muerte y destrucción, y todo el dinero de los impuestos pagando por ello”, recordó Wilbur. “No queríamos seguir siendo parte de eso. Y cuando nos mudamos, la política se volvió una parte más importante en la vida de Mike... probablemente porque tenía más tiempo”. Stephanie terminó dejando Bratislava el año siguiente; ella quería ver el mundo, viajar más, pero Gogulski —dijo ella— ya había visto suficiente, así que se quedó y realizó varios trabajos temporales haciendo administración de sistemas para compañías trasnacionales. A mediados de 2008, las frustraciones de Gogulski con Estados Unidos habían llegado a su límite —“cuando la sopa empieza a salpicar por toda la estufa” es su analogía preferida— así que decidió que la única forma de ser fiel a sus ideales anarquistas era volverse apátrida y escribir un blog al respecto para que lo viera el mundo.
Sus amigos señalan su imparable sentido de justicia cuando explican lo que motiva sus decisiones. “Su ética es tan visceral que puede ser estratégica”, dijo William Gillis, quien es voluntario junto con Gogulski en el Centro para una Sociedad Apátrida, un foro que promueve el “anarquismo de mercado”, una filosofía política que intenta reconciliar ideologías de mercado libre. “Él pasó por un extraordinario proceso para que Estados Unidos dejara de reconocerlo como ciudadano. Mucha gente desafía al Estado, pero Mike fue la única persona en encontrar la respuesta y llegar hasta el final. Y ha hecho sacrificios enormes”.
“Es más un tema personal el hecho de que no quieras formar parte de las cosas hechas en tu nombre, ya sea bombardear bodas o millones de otras atrocidades como ésa”, me explicó Arto Bendiken, un amigo cercano de Gogulski que vive en Berlín, por Skype. “No es que pueda afectar a nadie más que él, pero desde su postura personal, tenía que salirse del sistema”.
Cuando le pregunté a Gogulski si tenía algún arrepentimiento sobre su decisión, se veía confundido. “¿Cómo te puedes arrepentir de la persona en la que te has convertido?” dijo. Las únicas cosas que dice extrañar de Estados Unidos son la comida mexicana y el desayuno las 24 horas. “Hay un lugar especial en mi corazón para los lugares como Denny’s y Waffle House”, dijo. “Es increíble. ¿Un lugar donde puedes pedir omelettes y papas grasosas a cualquier hora del día? ¿En medio de la nada?”
Para todos sus gestos simbólicos y la ira que guarda, la vida de Gogulski es bastante seria. “Estoy más o menos contento de estar aquí”, dijo. “Vivo en mi propia cabeza, prácticamente”. El verano pasado se casó con su pareja, Eva, en una ceremonia no civil, no religiosa en Progressbar (Gogulski estuvo casado una vez antes en Estados Unidos; él y su ex esposa se separaron en 2000 y tienen una hija, pero él no tiene contacto con ninguna de las dos). Mientras marido y mujer se fueron de la fiesta, sus amigos y familia les aventaban panes de hot-dog en lugar de flores, un símbolo en la religión paródica del Discordiantismo, de todas las comidas prohibidas en algún punto del año por las religiones principales del mundo (de acuerdo a todos, Gogulski es un inconformista).
Gogulski y Eva viven juntos en un departamento rentado, que resulta estar cruzando la calle de la Organización Internacional de la Migración, la agencia de la ONU para personas exiliadas y apátridas. El lugar es estrecho, abarrotado y polvoso, y huele fuertemente a humo y pipí de gato. Eva es eslovaca; trabaja en la embajada china, procesando visas y papeleo. La raza y origen del gato, Charlie, son desconocidos, pero hasta él tiene un pasaporte de mascota europeo, que enlista su nombre, sexo y fecha de nacimiento.
Gogulski pasa la mayoría de su tiempo en la recámara/sala combinada, raramente saliendo de la cama hasta la tarde y jugueteando en una de las nueve computadoras que tiene a su alcance. Puede que le haya dicho adiós a Estados Unidos hace años, pero su ritmo circadiano se mantiene firmemente en el horario de la Costa Este. La hija de 16 años de Eva, que vive cerca, los acompaña ocasionalmente para cenar; sus dos chihuahuas hacen apariciones frecuentes, y pronto adopatarán a un gato calvo llamado Anubis que viene en camino. “Le voy a poner Nube”, declaró alegremente Gogulski.
La existencia de Gogulski es para contarse, no porque sea emocionante (un poco lo contrario) sino porque sugiere una forma de vivir fuera o al menos al borde de la vida social y económica ordinaria, mientras sigue en un ambiente urbano tecnológicamente avanzado. No tiene país, trabajo ni jefe; gana dinero principalmente por hospedar anuncios en su sitio web y las comisiones que cobra por el lavado de Bitcoin. No tiene una cuenta bancaria local y paga por las cosas completamente en efectivo o en Bitcoin. Sus intentos de existir fuera de los confinamientos del estado-nación tradicional son, en alguna medida, exitosos: está viviendo algún tipo de Into the Wild urbano (una copia del libro está en su mesa, pero dice que no lo ha leído aún). Pero por ahora es sólo eso, una sugerencia de otra forma de existencia, una distópica. Eso no es culpa de Gogulski: él está atorado en una situación donde sus ideales son tan radicalmente incompatibles con el status quo que no queda mucho que pueda hacer. Sus esfuerzos de absoluta futilidad son admirables, pero siendo realistas, los resultados son un poco deprimentes.
“[Gogulski] es una de las muchas personas que han reflexionado sobre el estado moderno y han rechazado muchas de las suposiciones en las que está basado”, dijo James Grimmelmann, un profesor de derecho de la Universidad de Maryland que ha estudiado la secesión tecnoutópica. “Esta idea de que el gobierno es despotismo viene de mucho atrás. Pero ha encontrado una forma muy moderna a través de la tecnología. Puedes dibujar una línea entre [renunciar a la nacionalidad] y Bitcoin, y la gente que tiene sueños de refugios de datos. Todos estos son esfuerzos para hacer posible esconderse del poder del estado”.
Vinay Gupta, un amigo de Gogulski, que ofició su boda, lo ve como un pionero. “Él está mostrando que es posible ganarse la vida completamente como un individuo apátrida operando en un instrumento económico sin estado”, me dijo por Skype. “Si él no se hubiera salido de la economía del estado-nación sería el equivalente a un socialista de champaña, seguiría apoyado por cosas de las que quería ser libre”.
Esta visión, en teoría, es firmemente radical. Da pistas de una forma totalmente nueva de existir en el mundo, y es una forma novedosa de mandar al mundo a la chingada por completo. Pero tiene sus fallas: Bitcoin, para empezar, ha probado no ser ni tan seguro ni tan anónimo como sus partidarios creían. Antes de la gran caída de Bitcoin en 2014, Gogulski y su séquito ya estaban hablando de que la moneda era algo del pasado, vieron a Bitcoin menos como un logro práctico que como una forma teórica de las cosas por venir. No queda duda que las criptodivisas se volverán más avanzadas y permitirán un número creciente de transacciones descentralizadas entre personas de todo el mundo. Pero las limitaciones técnicas de las opciones actuales ponen obstáculos para que Gogulski se mantenga alejado del estado.
El futuro apátrida puede estar en el horizonte. Pero en la vida real, en 2014, no hay mucho que ver. Gogulski es apátrida y está en Bratislava, pero para todos los propósitos, podría estar en cualquier lado. No navega los siete mares, a la deriva y forzado a enfrentar sus acciones como el personaje de Philip Nolan. No se embarca en viajes alrededor del mundo para hablar de la arbitrariedad de las fronteras, como Garry Davis. Gogulski no puede dejar Europa y, admite que tampoco quiere hacerlo. Él no necesita al mundo. Tiene internet, su comunidad, una esperanza duradera de que la tecnología nos puede hacer libres, un gato que tiene un pasaporte, y una esposa que vive de procesar visas.
El viejo tema de un “hombre sin patria” ha sido drásticamente actualizado desde los días de Hale. Darle la espalda a tu país natal, ya sea en la vida real o en la ficción, ya no es una separación traumática con consecuencias bíblicas; es común (o por lo menos no es extraño) para la gente que vive en el extranjero, tiene doble o triple nacionalidad, o corta lazos con su país natal del todo. Mientras mercados y tecnologías sigan globalizando nuestro entorno, es natural que la gente se globalice también.
Lo que la mayoría de la gente no hace es cortar formalmente sus lazos nacionales y luchar por su cuenta a solas como una nación. Incluso en nuestro llamado mundo plano, donde el libre comercio y las telecomunicaciones hacen que las fronteras físicas parezcan un vestigio del pasado pre digital, la creación de nuestra existencia permanece como un mosaico de naciones. La nacionalidad es fundamental, y los que están legalmente sin país son comúnmente destituidos y marginados, el derecho a una nacionalidad es retenido por un régimen represivo o a través de un error burocrático draconiano. Grandes organizaciones intergubernamentales se dedican a ayudar a ex ciudadanos a restablecer su condición de estado. Una condición apátrida no es simplemente una posición que cualquiera decida adoptar libremente.
Hay una excepción notable a esta regla: Mike Gogulski, un hacker de 41 años de edad, anarquista y ex estadunidense. A finales de 2008, entró a una embajada de Estados Unidos en Bratislava, Eslovaquia, renunció a su nacionalidad y luego quemó su pasaporte. Él es, en toda regla, la única persona en la actualidad que ha logrado convertirse en alguien sin nacionalidad, por decisión propia.
Hoy, él es un activista en línea que escribe sobre temas relacionados con la anarquía, como la criptodivisa Bitcoin y el ahora desaparecido mercado subterráneo Silk Road, en su blog, nostate.com. Descubrí el trabajo de Gogulski en 2011, cuando yo estaba investigando cosas relacionadas con renunciar a la nacionalidad. El número de ciudadanos de Estados Unidos que han renunciado a sus pasaportes va en aumento: registros del gobierno muestran que las renuncias saltaron de unos pocos cientos cada año a más de tres mil entre 2009 y 2013. Esto es sobre todo debido a las nuevas leyes fiscales que requieren que los ciudadanos estadunidenses reporten sus cuentas bancarias e ingresos sobre una base anual sin importar si viven en EU o no.
Pero los motivos de Gogulski eran diferentes: como él lo ve, en primer lugar no fue consultado acerca de ser estadunidense. “¿Estaría dispuesto a tener una relación con el gobierno de Estados Unidos por cualquier razón que no sea que alguien me apuntara con una pistola? De ninguna manera”, me dijo frente a unos tragos de whiskey y latas de cerveza en Profressbar, un espacio local para hackers en Bratislava donde pasa el tiempo. Gogulski —quien creció en un huerto de naranjos en el suburbio de Winter Park, Florida— no ve ninguna razón para participar en la democracia, punto. “El discurso que acompaña la democracia es que la gente puede votar para elegir el gobierno que quiere, pero esa es una mentira”, explicó, caminando por el lugar. “Puede que se nos deje participar, pero el organismo principal de EU —que es muerte, robo, violación— continúa”.
Es difícil argumentar en esta prueba, pero un apátrida se enfrenta a más retos de los que puede resolver. El problema principal es la movilidad: una persona sin patria puede viajar a Europa bajo las leyes de libertad de movilidad de la Unión Europea, pero él no puede salir del llamado espacio Schengen sin tramitar una visa, un proceso que puede tomar meses de procedimiento burocrático. El otro problema es la burocracia: sin ciudadanía, tareas diarias como obtener una licencia de manejo o abrir una cuenta bancaria es un calvario comparado con lo que normalmente sería, y rara vez hay una opción que diga “sin patria” en los formularios gubernamentales. Además, personas sin patria no pueden pedir asilo a un gobierno en caso de enfrentar problemas en el extranjero (¿pero qué es el “extranjero” cuando no perteneces a un lugar? La semántica del estado nos rodea).
No es exagerado decir que la conciencia apátrida de Gogulski es ofensiva, incluso desconsiderada: la misión moral de un intransigente hombre blanco estadunidense actuando desde una posición privilegiada. Si una mujer bangladesí que trabaja en una maquila hiciera lo mismo, ¿se le pondría atención?
Gogulski reconoce que su situación no se compara a la de otra gente sin patria. Él ve su decisión como un acto de solidaridad. “La nacionalidad es una herramienta de división de clase, una herramienta de jerarquía, un instrumento de control social”, dijo. “No hay equidad entre nacionales y migrantes”.
La verdad es que no se puede estar tan libre del estado. Para moverse, Gogulski utiliza un documento de una persona apátrida expedido por las autoridades eslovacas y una tarjeta de residencia de UE, que parece una licencia de manejo. Hay cierta ironía en su situación. Él quiere, como muchos otros ciudadanos que están enojados con sus gobiernos, liberarse de las ataduras del poder del estado. En particular, él quiere liberarse de las atrocidades cometidas por Estados Unidos, y su renuncia a la nacionalidad es una manera extrema de objeción consciente. Pero al decidir vivir sin patria, se ha puesto a sí mismo en una posición de no tener rey pero tampoco un país y por lo tanto los medios para salir de la UE. Hay muchas maneras de describir la situación en la que Gogulski se ha metido, pero hay una que está más clara que otras: oficialmente se jodió a sí mismo.
Al hablar con él, nunca se notaría que Gogulski pasó una década fuera de Estados Unidos. Se le nota su acento de la Costa Este, conoce la mayoría de las referencias de la cultura popular de Estados Unidos, y se mantiene informado de noticias estadunidenses, como cualquier otra persona. Mide cerca de dos metros y es calvo, y tiene el físico de una persona anteriormente delgada y nerd de computadoras que está llegando a la edad madura después de toda una vida de comer chucherías. En un buen día, es cálido, amable y con una explosión de ideas que giran hacia la complicidad. También es bipolar y propenso a altibajos durante los cuales apenas se comunica con cualquiera, ya no digamos salir de la cama. Por casi tres semanas antes de visitarlo, mis correos, llamadas y mensajes de texto no fueron respondidos. Ese mes, me contó después, había tenido un bajón.
Pero a lo largo del primer fin de semana que pasamos juntos en Bratislava, Gogulski se veía bien. Fumaba cigarros Philip Morris sin parar que compra por un poco más de dos euros, y fácilmente se tomó una botella de whiskey durante nuestra primera tarde. Cuando el whiskey estaba por terminarse, empezó a buscar mariguana en un cajón. Cuando finalmente encontró un poco de mota escondida en una bolsa grande de condones, hizo una pipa con una lata de cerveza.
Gogulski es como una celebridad local en el circuito anarquista de los hackers. Esto se debe a su condición de apátrida: cada mes, recibe de dos a tres correos diarios con preguntas de personas que buscan renunciar a su patria, la mayoría son estadunidenses. También es reconocido como un miembro de la comunidad Bitcoin. Para pagar sus cuentas, opera una aplicación de lavado de Bitcoin o “mezclando”, que agrega otra capa de anonimato al rastro digital de la cripto divisa.
Gogulski tuvo un roce con la ley después de dejar la Universidad Orlando College, donde fue arrestado por robar miles de dólares en minutos de larga distancia de negocios locales, para comunicarse con otros hackers. Su arresto de 1992 parece sacado de una comedia pacheca: fue engañado por un policía encubierto que se hacía pasar por un repartidor de Domino’s y acusado de un delito bajo la Ley de Fraude de Comunicaciones de Florida. “Estuvo cabrón. Loco. Es una sensación terrible, estar en primera plana del periódico junto con los disturbios raciales de California. Pensé que iría a la cárcel”, recuerda. Su padre vendió su colección de monedas y estampillas para pagar un abogado, que le consiguió a Gogulski un acuerdo con la fiscalía. Como parte de su servicio comunitario de cien horas, dio pláticas a cuartos llenos de policías acerca de la “mentalidad hacker”.
Pareciera que un apátrida está fuera de jurisdicción de todos los países, pero Gogulski no está exento de la ley internacional. Osama bin Laden, por ejemplo, se convirtió en un apátrida después de que Arabia Saudita le revocara su nacionalidad en 1994; pero con eso aún logró ser el hombre más buscado del mundo (de hecho, la falta de afiliación de Al Qaeda a una nación es citada comúnmente como su cualidad más insidiosa).
Las autoridades eslovacas pueden tratar a Gogulski de la misma manera que podrían tragarse a cualquier otro residente. Pero no está claro qué tipo de jurisdicción tiene Estados Unidos. Dice que está motivado por la falta de un acuerdo para extradiciones de Eslovaquia a Estados Unidos, pero está observando de cerca la reciente oleada de arrestos relacionados con Bitcoin. “Estoy consciente que tendré que dejar el lavado de Bitcoin en cualquier momento”, dijo unas semanas antes de que la compañía de intercambio Mt. Gox Bitcoin cerrara, causando la desaparición de millones de dólares en Bitcoins. A principios de marzo, Gogulski dijo que su negocio no se vio afectado por el problema. “Nada nuevo que reportar”, dijo en un correo. “Ahí la llevo”.
Gogulski, quien renunció a su ciudadanía estadunidense en 2008, protesta contra las acciones de su ex país en el mundo.
Convertirse en un apátrida no es una manera común para que los activistas puedan comunicar su postura, pero así se ha hecho en el pasado: Garry Davis, un piloto de la Segunda Guerra Mundial y ex actor de Broadway, se convirtió en un conocido activista antiguerra cuando decidió renunciar a todos los lazos con Estados Unidos en 1948. Tomó su decisión después de que bombardeó Alemania y perdió a su hermano en la guerra; cuando el conflicto terminó, Davis se declaró el “primer ciudadano del mundo” y permaneció sin país hasta que murió, el verano pasado, a la edad de 91. Davis fue producto de estrés postraumático y los días intensos del internacionalismo de posguerra, dedicando su vida a promover un “gobierno mundial”, asistiendo de manera improvisada a las Naciones Unidas con la ayuda de intelectuales como Albert Camus para dar discursos y manifestarse afuera de embajadas y consulados lo metieron a la cárcel varias veces por cruzar fronteras a países otros de manera ilegal.
Gogulski respeta mucho a Davis, pero no es un defensor del mundo ideal al modo esperanto que Davis adoptó. Gogulski se identifica como un anarquista y abstencionista; le gustaría ver un mundo sin un gobierno centralizado. Desde su punto de vista, si se dejaran a su suerte, las personas se organizarían en comunidades pequeñas, más equitativas, menos opresivas que permitiría que la humanidad prosperara más allá de nuestros sueños inalcanzables; una perspectiva esperanzadora, pero ingenua. “De alguna manera me he mantenido con la creencia de que tenemos la capacidad de salirnos de situaciones desagradables en las que nosotros mismos nos hemos metido”, dijo, refiriéndose, entre otras cosas, a la violencia, guerra, vigilancia y sumisión. “Es la mentalidad autoritaria. La noción de que la obediencia es una virtud. No se necesita una persona particularmente inteligente que vea la historia y la actualidad para darse cuenta que la gente está obedeciendo cosas horribles y a gente estúpida, y que el potencial en ellos no será alcanzado si siguen sirviéndole a estos sistemas crueles”.
Las raíces de la versión de Gogulski de esta visión idealizada de una sociedad sin patria pueden ser rastreadas desde las descripciones utópicas de un futuro sin fronteras que surgieron en los primeros días del internet. Él es producto de estas filosofías: comenzó a entrar a turbios foros de discusión en el internet como BBS y Usenet en los años 80s y principios de los 90s, explorando la política, el libertarismo y legalización de drogas. Todo esto era catnip para un niño en Ritalin que vivía fascinado por la ciencia ficción y estaba cansado de los suburbios de Florida. En ese momento, para los primeros usuarios parecía que el internet podía hacer que los gobiernos y estados nacionales fueran obsoletos, y que las comunicaciones de alta tecnología y criptodivisas pronto alejarían a los humanos de su existencia terrestre a un estado más elevado. El autor de ciencia ficción Neal Stephenson escribió novelas que destacaban criptodivisas; sus personajes existieron en un mundo posnaciones donde grandes corporaciones entraban y tomaban control de estados fallidos. La suya era una versión distópica que John Perry Barlow, creador de la Fundación Fronteras Electrónicas, tradujo en algo más positivo en su “Declaración de Independencia del Ciberespacio”, de 1996.
“Gobiernos del mundo industrial, ustedes, cansados gigantes de carne y acero, vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la mente”, dice la frase inicial. “No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo... Declaro el espacio social global que estamos construyendo independiente por naturaleza de las tiranías que están buscando imponernos”.
Una vez más, es un pensamiento agradable. Pero en retrospectiva, es una locura pensar que la existencia de una tecnología de información descentralizada por sí sola podía desmantelar estructuras de poder que han existido por siglos en el mundo real. El mismo pensamiento falaz aflige a los defensores de criptodivisas y a los que creen que las redes sociales pueden liberar a los pueblos indefensos y sin voz. Para una mentalidad basada en una profunda desconfianza hacia el estado, no parece darse cuenta plenamente ni reconocer la enormidad a la que se enfrenta.
Esta filosofía apátrida, en términos generales, está pasando por un periodo de renacimiento. Es lo que inspiró el desarrollo y la gran popularidad de Bitcoin y otras criptodivisas; es el mismo motivo que llevó a Peter Thiel a financiar el Instituto Seasteading, un grupo que promueve la creación de nuevas ciudades en plataformas flotantes de aguas internacionales. Yendo un poco más atrás, es la idea detrás de la compañía de datos HavenCo que se mudó a Sealand —una fortaleza de la Segunda Guerra Mundial abandonada en la costa de Gran Bretaña— a principios de los dosmiles para desafiar el control del estado. El problema con estas filosofías no es que tratan de abolir o retar al estado, sino que, en su encarnación actual, apelan en gran parte a individuos como Gogulski, quien por accidente de nacimiento comienzan en la parte superior de la pirámide global. No son soluciones que los consultores de gestión caracterizan como “escalable”; más bien, son limitadas, solipsistas. Eso hace que las ideologías como las de Gogulski sean más simbólicas que globalmente significativas.
“¿Qué está haciendo la provocación de Gogulski? Yo me inclino por el hecho de que ningún estado le está prometiendo realmente un futuro a alguien”, dice Eugene Holland, profesor en la universidad estatal de Ohio y autor de Nomad Citizenship (Nacionalidad nómada), un libro acerca de las maneras alternativas y posnacionales de pertenencia. “Es un estancamiento de la estado-nación como horizonte para el cambio progresista que está provocando estos movimientos”.
Le pregunté a Holland qué cree que puede cambiar el hecho de renunciar a la nacionalidad. Holland se echó a reír. “Es un gesto dramático y un sacrificio personal que tiene cierto mérito y pone en relieve el grado de opresión en el que estamos, debido a la forma en que el estado-nación monopoliza a la ciudadanía y controla el movimiento”, dijo. “Pero no puede cambiar nada. Simbólicamente, ahí es donde creo que Gogulski tiene razón. Pero materialmente, sólo ha sacrificado su propia libertad. Algo muy noble. Pero no es una contribución positiva para nadie”.
Ciudadano del mundo, Garry Davis sosteniendo su identificación. Foto por Yale Joel / Time Life Pictures/ Getty Images.
Gogulski aterrizó en Bratislava en 2004 cuando su novia de ese entonces, Stephanie Wilbur, encontró un trabajo como maestra de inglés. Fue por esa época que él empezó a considerar sus políticas de manera más cercana. “Era un tiempo brutal en la historia de Estados Unidos cuando nos fuimos, con Abu Ghraib en la TV, esas guerras, la muerte y destrucción, y todo el dinero de los impuestos pagando por ello”, recordó Wilbur. “No queríamos seguir siendo parte de eso. Y cuando nos mudamos, la política se volvió una parte más importante en la vida de Mike... probablemente porque tenía más tiempo”. Stephanie terminó dejando Bratislava el año siguiente; ella quería ver el mundo, viajar más, pero Gogulski —dijo ella— ya había visto suficiente, así que se quedó y realizó varios trabajos temporales haciendo administración de sistemas para compañías trasnacionales. A mediados de 2008, las frustraciones de Gogulski con Estados Unidos habían llegado a su límite —“cuando la sopa empieza a salpicar por toda la estufa” es su analogía preferida— así que decidió que la única forma de ser fiel a sus ideales anarquistas era volverse apátrida y escribir un blog al respecto para que lo viera el mundo.
Sus amigos señalan su imparable sentido de justicia cuando explican lo que motiva sus decisiones. “Su ética es tan visceral que puede ser estratégica”, dijo William Gillis, quien es voluntario junto con Gogulski en el Centro para una Sociedad Apátrida, un foro que promueve el “anarquismo de mercado”, una filosofía política que intenta reconciliar ideologías de mercado libre. “Él pasó por un extraordinario proceso para que Estados Unidos dejara de reconocerlo como ciudadano. Mucha gente desafía al Estado, pero Mike fue la única persona en encontrar la respuesta y llegar hasta el final. Y ha hecho sacrificios enormes”.
“Es más un tema personal el hecho de que no quieras formar parte de las cosas hechas en tu nombre, ya sea bombardear bodas o millones de otras atrocidades como ésa”, me explicó Arto Bendiken, un amigo cercano de Gogulski que vive en Berlín, por Skype. “No es que pueda afectar a nadie más que él, pero desde su postura personal, tenía que salirse del sistema”.
Cuando le pregunté a Gogulski si tenía algún arrepentimiento sobre su decisión, se veía confundido. “¿Cómo te puedes arrepentir de la persona en la que te has convertido?” dijo. Las únicas cosas que dice extrañar de Estados Unidos son la comida mexicana y el desayuno las 24 horas. “Hay un lugar especial en mi corazón para los lugares como Denny’s y Waffle House”, dijo. “Es increíble. ¿Un lugar donde puedes pedir omelettes y papas grasosas a cualquier hora del día? ¿En medio de la nada?”
El gato de Gogulski, Charlie, y su pasaporte de mascotas expedido por UE.
Para todos sus gestos simbólicos y la ira que guarda, la vida de Gogulski es bastante seria. “Estoy más o menos contento de estar aquí”, dijo. “Vivo en mi propia cabeza, prácticamente”. El verano pasado se casó con su pareja, Eva, en una ceremonia no civil, no religiosa en Progressbar (Gogulski estuvo casado una vez antes en Estados Unidos; él y su ex esposa se separaron en 2000 y tienen una hija, pero él no tiene contacto con ninguna de las dos). Mientras marido y mujer se fueron de la fiesta, sus amigos y familia les aventaban panes de hot-dog en lugar de flores, un símbolo en la religión paródica del Discordiantismo, de todas las comidas prohibidas en algún punto del año por las religiones principales del mundo (de acuerdo a todos, Gogulski es un inconformista).
Gogulski y Eva viven juntos en un departamento rentado, que resulta estar cruzando la calle de la Organización Internacional de la Migración, la agencia de la ONU para personas exiliadas y apátridas. El lugar es estrecho, abarrotado y polvoso, y huele fuertemente a humo y pipí de gato. Eva es eslovaca; trabaja en la embajada china, procesando visas y papeleo. La raza y origen del gato, Charlie, son desconocidos, pero hasta él tiene un pasaporte de mascota europeo, que enlista su nombre, sexo y fecha de nacimiento.
Gogulski pasa la mayoría de su tiempo en la recámara/sala combinada, raramente saliendo de la cama hasta la tarde y jugueteando en una de las nueve computadoras que tiene a su alcance. Puede que le haya dicho adiós a Estados Unidos hace años, pero su ritmo circadiano se mantiene firmemente en el horario de la Costa Este. La hija de 16 años de Eva, que vive cerca, los acompaña ocasionalmente para cenar; sus dos chihuahuas hacen apariciones frecuentes, y pronto adopatarán a un gato calvo llamado Anubis que viene en camino. “Le voy a poner Nube”, declaró alegremente Gogulski.
La existencia de Gogulski es para contarse, no porque sea emocionante (un poco lo contrario) sino porque sugiere una forma de vivir fuera o al menos al borde de la vida social y económica ordinaria, mientras sigue en un ambiente urbano tecnológicamente avanzado. No tiene país, trabajo ni jefe; gana dinero principalmente por hospedar anuncios en su sitio web y las comisiones que cobra por el lavado de Bitcoin. No tiene una cuenta bancaria local y paga por las cosas completamente en efectivo o en Bitcoin. Sus intentos de existir fuera de los confinamientos del estado-nación tradicional son, en alguna medida, exitosos: está viviendo algún tipo de Into the Wild urbano (una copia del libro está en su mesa, pero dice que no lo ha leído aún). Pero por ahora es sólo eso, una sugerencia de otra forma de existencia, una distópica. Eso no es culpa de Gogulski: él está atorado en una situación donde sus ideales son tan radicalmente incompatibles con el status quo que no queda mucho que pueda hacer. Sus esfuerzos de absoluta futilidad son admirables, pero siendo realistas, los resultados son un poco deprimentes.
“[Gogulski] es una de las muchas personas que han reflexionado sobre el estado moderno y han rechazado muchas de las suposiciones en las que está basado”, dijo James Grimmelmann, un profesor de derecho de la Universidad de Maryland que ha estudiado la secesión tecnoutópica. “Esta idea de que el gobierno es despotismo viene de mucho atrás. Pero ha encontrado una forma muy moderna a través de la tecnología. Puedes dibujar una línea entre [renunciar a la nacionalidad] y Bitcoin, y la gente que tiene sueños de refugios de datos. Todos estos son esfuerzos para hacer posible esconderse del poder del estado”.
Vinay Gupta, un amigo de Gogulski, que ofició su boda, lo ve como un pionero. “Él está mostrando que es posible ganarse la vida completamente como un individuo apátrida operando en un instrumento económico sin estado”, me dijo por Skype. “Si él no se hubiera salido de la economía del estado-nación sería el equivalente a un socialista de champaña, seguiría apoyado por cosas de las que quería ser libre”.
Esta visión, en teoría, es firmemente radical. Da pistas de una forma totalmente nueva de existir en el mundo, y es una forma novedosa de mandar al mundo a la chingada por completo. Pero tiene sus fallas: Bitcoin, para empezar, ha probado no ser ni tan seguro ni tan anónimo como sus partidarios creían. Antes de la gran caída de Bitcoin en 2014, Gogulski y su séquito ya estaban hablando de que la moneda era algo del pasado, vieron a Bitcoin menos como un logro práctico que como una forma teórica de las cosas por venir. No queda duda que las criptodivisas se volverán más avanzadas y permitirán un número creciente de transacciones descentralizadas entre personas de todo el mundo. Pero las limitaciones técnicas de las opciones actuales ponen obstáculos para que Gogulski se mantenga alejado del estado.
El futuro apátrida puede estar en el horizonte. Pero en la vida real, en 2014, no hay mucho que ver. Gogulski es apátrida y está en Bratislava, pero para todos los propósitos, podría estar en cualquier lado. No navega los siete mares, a la deriva y forzado a enfrentar sus acciones como el personaje de Philip Nolan. No se embarca en viajes alrededor del mundo para hablar de la arbitrariedad de las fronteras, como Garry Davis. Gogulski no puede dejar Europa y, admite que tampoco quiere hacerlo. Él no necesita al mundo. Tiene internet, su comunidad, una esperanza duradera de que la tecnología nos puede hacer libres, un gato que tiene un pasaporte, y una esposa que vive de procesar visas.
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