viernes, 27 de junio de 2014

NO TODAS LAS OPINIONES SON RESPETABLES

27 de Junio 2014


Por: Maruan Soto Antaki

En 1949, George Orwell dejó inconcluso un artículo sobre el escritor Evelyn Waugh, en él escribe: “aunque tal vez no se haya producido ningún avance en la inteligencia humana, las ideas predominantes en una época a veces son claramente menos estúpidas que las de otras.” Se refiere al antisemitismo, racismo y distintas posturas por decir menos, reaccionarias. 

Los ensayos y artículos del escritor inglés son de esos textos que merecen ser consultados en repetidas ocasiones sin importar el paso del tiempo. En ellos, el lector encontrará las motivaciones que provocan la cita de inicio, tristemente válida a lo largo de la historia: por momentos, los humanos hemos caído en las mayores aberraciones contra nuestros semejantes. Individualmente, pareciera que no hemos avanzado mucho, afortunadamente sí como especie y generalizando, como sociedad. Será innegable que hoy, las condiciones de gran parte de la población del planeta son mejores que hace pocos siglos: ningún ser medianamente pensante se atreverá a defender la esclavitud o la segregación racial, aunque en otros tiempos eso habría sido una afrenta a los códigos establecidos incluso en los países más desarrollados. Algunos instantes de la historia moderna sirven para mantener cierto optimismo ante nuestras estructuras sociales: el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos y el voto femenino pueden ser los más significativos, a partir de ellos se derivan varias de las mejorías en las condiciones actuales, permitiendo al menos la crítica y reflexión acerca de más de un evento que consideramos deleznable. Muchos de ellos ocurriendo diariamente en países africanos y asiáticos. 

Hoy se cumple un mes del asesinato de Farzana Parveen en Lahore, Pakistán, apedreada hasta morir por casarse sin el consentimiento familiar. Hace dos días fue detenida en Sudán, Mariam Jahia Ibrahim, condenada a muerte por negarse a renunciar a su fe cristiana. 

Las expresiones contra la lapidación de una mujer en países islamistas correrán al unísono, se aplaudirá su salvación si el Estado o agrupación que condene a una persona a la horca por menesteres dogmáticos decide suspender su pena, como parece ser el caso de la mujer sudanesa. Cualquiera de las dos acciones resolverán la vida de una persona, sin embargo, solo es su destino inflexible el que estamos definiendo. No quiero quitarle un ápice trágico a la muerte, pero el principal problema ni siquiera es ella misma como los frágiles argumentos usados para castigar lo que se considera una acción o forma de vida contranatural. Cambie usted la última palabra con la sandez que se quiera usar, para calificar. Si bien cuando nos referimos a estos actos de barbarie, aceptamos que la condena impuesta resulta criminal y ridícula, la única forma de evitar se sigan llevando a cabo estos asesinatos y detengamos la propagación del razonamiento que los legitima, es preocuparnos por lo que lleva a estas personas a juicio. 

Cuando la tragedia es consecuencia del salvajismo y la estupidez, lo que debemos erradicar es la estupidez misma. Si bien al asesinato de una persona le sobran palabras para expresar el reproche, ese crimen, ese castigo, es ejecutado con las herramientas punitivas a las que tiene acceso tal sistema de gobierno o estructura de regulación, a veces fuera del mismo sistema legal. En sociedades sin esas herramientas brutales en exceso, la presión jurídica y catalogación de ilegal a la actividad a castigar, mantienen un espíritu no tan distinto a la pena capital. 


En Pakistán, durante 2013, fueron asesinadas 839 mujeres acusadas de actos contra las costumbres e ideas que grandes sectores tienen de lo que debe ser una unión familiar. –Lo suyo no es una familia–, les dijeron. Su delito fue tener relaciones o haberse casado con un hombre cristiano, diferente a ojos de quien juzga. El castigo entra a algo que llaman la “muerte de honor” pero, ¿qué es honorable? ¿qué deshonroso? Esta acción violenta se da en países como los antes mencionados y también en algún otro de mayoría musulmana, aunque el Islam es claro contra esta práctica. Insistiré que si bien se trata de algo incuestionablemente despreciable, la idea que lo provoca es la que debería en primer término llevarnos al escándalo. Si se decidiera en esos lugares cambiar el castigo por la cárcel, sería igual de aberrante como lo es la letra escarlata narrada por Nathaniel Hawthrone en su novela del XIX, haciendo referencia al adulterio en el XVII inglés. Son las consecuencias de una resolución, pero el problema de origen es sin lugar a dudas decretar de índole pública ciertos actos de la vida privada. El honor que defienden no es más que una serie de reglas compartidas que suponen se deben respetar. Otras sociedades no musulmanas, cristianas o laicas, sin la necesidad de ataviar de una frase sus prejuicios, actúan de la misma forma. 

Son conocidas las prácticas de barbarie escudadas en la religión, los Estados confesionales no han tenido temor en defender las doctrinas dentro de los esquemas legislativos. Cuando se revisan las escrituras que regulan el comportamiento de comunidades musulmanas y nos damos cuenta del rechazo de ellas a dichos crímenes, descubrimos un trasfondo misógino que ha encontrado un disfraz fácilmente adoptable por algunos feligreses. Una vez más, el problema de fondo ni siquiera se aborda, será difícil encontrar a un clérigo sunita o chiita que abiertamente diga que las mujeres no deben ser respetadas, en la interpretación de la religión encontrará sus argumentos como lo pueden encontrar en cualquier otro espacio narrativo. 

El lenguaje permite esto, no reconocer lo que las acciones evidencian, es una trampa empleada por todos y cada uno de los actores discriminantes en la historia. Otro ensayo de Orwell hace hincapié en la hipocresía inglesa al final de la Segunda Guerra, ni uno de los británicos usados como ejemplo en su texto de 1945, “Antisemitismo en Inglaterra”, reconoció su carácter racista, pero aceptó preferir a los judíos lejos de su espectro de convivencia. Mismo caso en más de una nación hacia el resto de los grupos discriminados en todo el mundo; africanos, indios, indígenas y evidentemente, miembros de comunidades religiosas o preferencias sexuales distintas a la del discriminador. 

En naciones laicas vemos coincidencias preocupantes con las posturas en estos países, que al menos desde occidente no dudamos en repudiar. La modernidad de nuestros Estados ha implicado un desarrollo casi perfecto en el discurso que facilita darle la vuelta a las cosas. Casi perfecto porque como en la Inglaterra de la postguerra, la hipocresía no logra hacer caer en la trampa de la retórica. Es una retórica mal empleada, barata y poco elegante. Ninguna legislación europea o americana dejará pasar una condena similar a las de esos países africanos o asiáticos. Quitemos la condena, las razones que muchos sectores encuentran para dictaminar sobre asuntos familiares y privados, son parecidas a los razonamientos que catalogamos de arcaicos, porque son no solo arcaicos, también son idiotas. Como esas ideas y opiniones que Orwell mencionó en 1949. 

Nota sobre las opiniones: Siempre que trato el tema de la pena de muerte y el asesinato en estos términos, me he enfrentado a grupos conservadores intentando usar mis propios argumentos para atacar las razones que llevan a alguien a abortar. Me adelanto a una posible discusión, ya que dentro de los esquemas que lo permiten, no existe en el producto de un legrado la figura de persona. En la mayoría de los países que llevan a cabo los asesinatos de honor, el aborto se castiga de manera parecida al adulterio o los hechos antes mencionados. 

La principal característica que define a este estado de madurez biológica –identidad personal, lo que hace persona a una–, es la generación del neocórtex y el inicio de la celebración que ocurre dentro de las semanas doce y catorce de gestación. Esto no es una opinión sino un proceso biológico. Las opiniones, como decía cierta escritora sirio-mexicana, son la madre del error. Para evitar el equívoco, están los hechos. Si se sigue obviándolos como de la gana, pensando que todas las opiniones son respetables, estaremos a merced de cualquier tontería.

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