Té para dos.
MILORAD PAVIC
El escritor les aconseja, queridos lectores, que no lean
este cuento un miércoles y de ninguna manera antes del mes de mayo. Además, lo
más conveniente sería que lo leyeran por las noches y en la cama. Descubrirán
las razones por ustedes mismos. Aún debo decir que en este cuento no hay
héroes; los únicos héroes aquí son ustedes, sus lectores.
Yo sé que, mientras escribo esto, mi ojo izquierdo mira
el papel como el ojo de mi padre, y el derecho, como el ojo de mi madre. Tal
vez por esa razón esto no resulta tanto un cuento como una especie de elixir de
amor, y estos renglones se convierten en las instrucciones para el uso de dicho
elixir.
Ustedes, no obstante, saben que la diferencia entre dos
amores puede ser más grande que la diferencia entre el amor y el odio. Quizás
por eso cada amor grande empieza con tres pequeñas mentiras y son justamente
ellas, esas pequeñas mentiras, lo que tenemos que agregar al cuento como base
para esta pócima de amor.
La primera de ellas, queridos lectores, sean quienes sean
o se llamen como se llamen, será su nombre secreto, es decir falso. Así que el
nombre de la lectora de este cuento será desde ahora Aseneta, como la esposa
del hermoso Josefo, mientras que el nombre secreto del lector será Aristin como
se llamaba un escritor del siglo XII.
Pero el elixir de amor aquí ofrecido podrán aprovecharlo,
queridos Aseneta y Aristin, sólo si pasan por una iniciación especial, es
decir, si logran alinearse entre los héroes de este cuento. Porque no todos los
lectores de este texto podrán realizarlo. Por otro lado, tengan en cuenta que
eso no es inocuo, porque la conversión del lector en el héroe de un libro le da
la posibilidad al escritor de lastimarlo, incluso de matarlo, en cuestión de
dos renglones. Sin embargo, nuestro objetivo aquí es el amor, y no la muerte,
un elixir de amor, y no un veneno. Así que ármense de valor y escuchen las
primeras instrucciones. Aparentemente, todo parece bastante fácil, es
suficiente que en un futuro cercano mientan tres veces, pero también se
necesita que algo ya haya ocurrido en su pasado reciente. Un evento
aparentemente pequeño e insignificante, que, sin embargo, representa la
condición para acceder a la pócima del amor.
Mis instrucciones seguirán por separado para Aseneta y
después para Aristin, porque difieren dependiendo de su destinatario.
Instrucciones para Aseneta
1. Querida Aseneta,
Tal vez tiene usted unos maravillosos ojos negros que
lanzan miradas aromáticas a su alrededor, tal vez siembra tras de sí sombras
costosas y tal vez orina agua de colonia, como dijo una escritora, pero eso no
le ayudará a llegar a ser la heroína de este libro. Lo puede conseguir sólo la
lectora que antes del día en que empieza a leer este cuento haya perdido una
llave. Una llave cualquiera. La llave del maletín de maquillaje, la llave de su
auto, o de un departamento ajeno, da igual. Si eso le ha pasado está en buen
camino y sólo usted puede considerarse la heroína de este cuento y la portadora
del nombre falso de Aseneta. Ninguna otra. Las demás lectoras pueden tirar este
libro, inclusive, porque él ya no se refiere a ellas.
2. Su siguiente deber, querida Aseneta, es soñar un
sueño. Antaño los monjes de Constantinopla curaban las enfermedades del sueño
de sus hermanos, o de otra gente, solicitándole a toda la hermandad de su
monasterio que una determinada noche soñara el mismo sueño, previamente
descrito. Algo semejante se necesita aquí también. Sólo que aquí el modelo
tiene que ser un sueño femenino, por lo que vamos a aprovechar un sueño que
había soñado mi media hermana. Así que la lectora que se sentó a leer este
cuento habiendo olvidado en algún lugar una llave, por lo que tiene derecho a
llevar el nombre de Aseneta, debe soñar el siguiente
Sueño femenino
Sueño que camino de noche por una calle desierta. Es
tarde, está oscuro, empiezo a sentir miedo cuando de pronto escucho unos pasos
detrás de mí. Son pesados y resuenan cada vez con más velocidad. Aún estoy
lejos de mi casa, me apresuro, y luego empiezo a correr con pánico. Los pasos
pesados son cada vez más frecuentes y el desconocido a mis espaldas está
corriendo. Me persigue. En una esquina alcanzo a verlo con el rabillo del ojo.
Es un hombre más robusto que yo, que apresura su paso sin hablar en la oscuridad.
Allí ya no hay calles, sólo una zona densamente poblada, uno atraviesa los
patios de las casas, viejas escaleras, pasa por los pórticos, a veces por las
antesalas abandonadas de las casas. De pronto, como suele ocurrir en los
sueños, las piernas ya no me obedecen. Sigo corriendo, pero no me muevo de un
portal que me observa con su oscuridad. Me quedo paralizada. El desconocido se
acerca cada vez más, casi me cubre su sombra, pero en el momento decisivo de
repente deja de perseguirme, se detiene en una esquina, se para junto a la
pared y orina por un largo, largo rato…
3. Por supuesto que a la mañana siguiente, en cuanto se
despierte, querida Aseneta, usted se dará cuenta que no lo ha logrado. No ha
soñado el sueño solicitado, sino algún otro, diferente, quién sabe cuál. Pero
no se preocupe. Eso no importa en absoluto. El sueño, en realidad, no le fue
solicitado para que lo soñara, porque hoy en día ya nadie sabe hacerlo, sino
para recordarlo muy bien. Incluso, hay una razón adicional, pero cada cosa en
su momento. Ahora debe buscar algún arete suyo. Cualquiera. Necesitará sólo
uno. Póngalo en su bolso.
4. El siguiente miércoles debe ir a la terraza de la
taberna más cercana a la iglesia principal de su lugar (aquí en Belgrado, sería
la terraza de la taberna “El signo de interrogación” en la calle Kralja Petra,
número 6). Al medio día debe sentarse allí, al sol, y ordenar un té. Mientras
lo esté bebiendo ponga sobre la mesa aquel arete. Luego ya no tendrá que hacer
nada, salvo esperar. Debe esperar a un joven que pondrá sobre la mesa ante
usted una llave sin cortar. Sin embargo, la espera es un oficio difícil.
También una buena escuela…Pero, tenga cuidado, el cuento en este punto puede
dejar de ser un cuento de amor en un sentido clásico. Porque, sólo Dios sabe a
quién traerá la casualidad ante usted un miércoles en la terraza de la taberna
para que en un té para dos se tope con quien le hace falta en la vida…Puede
suceder que nadie con una llave aparezca no sólo ese miércoles, sino tampoco el
siguiente. O puede suceder que un solo joven con una llave sin cortar se tope
con diez chicas con aretes sobre la mesa. Es decir, este cuento se convirtió en
una tienda de elixir de amor, pero éste, como todas las demás pócimas mágicas,
no es inocuo.
*
En este lugar de pronto dejé de escribir porque en mi
mente apareció una pregunta clara como el cristal:
-¿Por qué le mientes? ¿Por qué mientes a Aseneta, si
sabes muy bien que es totalmente incierto que algo ocurra y qué cosa puede
ocurrir el miércoles siguiente en la terraza de dicha taberna?
Al pensarlo un poco me respondí a mí mismo:
-Porque cada gran amor empieza con tres pequeñas
mentiras…
Instrucciones para Aristin
1. Querido Aristin,
Usted puede tener las manos y la voz que hacen temblar
los oídos femeninos, los bigotes que embellecen su sonrisa y la sonrisa que
embellece sus bigotes, pero eso no va a ayudarle a convertirse en el héroe de
este cuento. El lector atinará fácilmente si él es el verdadero, si es el único
que puede lograrlo, si por la noche, en la cama, cuando se disponga a leer este
cuento, recordara que hace poco encontró en el pasto o en la calle un arete
perdido. Un arete femenino común que no tiene que ser caro en absoluto. Ese
lector es el elegido. Y sólo él tiene derecho de llevar el nombre secreto del
héroe de este cuento: Aristin. Los demás ya pueden desistir de los intentos y
la lectura de este cuento ya no les va a concernir.
2. Si ha leído la instrucción del punto 2 para Aseneta se
refiere a usted también. Aquí está el sueño que se requiere de usted para los
fines mencionados con la advertencia de que se trata de un sueño masculino que
yo había soñado, por lo que supongo lo podrá soñar usted también, Aristin…
Sueño masculino
Sueño que estoy acostado en una cama. Arriba de mí está
el techo de madera al cual está sujeta una mesa cuadrada puesta para comer.
Parece como si estuviera clavada a un suelo de madera volteado. En la mesa
están de cabeza, pero sin caerse, un plato lleno de comida, tenedor, cuchara y
cuchillo, una fuente con pan y un vaso de aguardiente de ciruela pasa. Tal vez
en el plato está el bagre frito en agua para el Día de San Nicolás. El techo es
bajo y la mesa está justamente a una distancia que acostado pueda tomarme el
aguardiente y almorzar todo lo que hay en ella. Y eso resulta tan fácil que
causa un placer supremo, una calma y felicidad que desconocemos en la tierra.
Todo allí es completamente “natural”, adaptado al cuerpo, un cuerpo astral, que
está conectado con mi cuerpo a través de mi ombligo astral…Mientras aquí, en la
Tierra, camino por un bosque y me duele cada hoja.
3. Querido Aristin, creo que usted no pudo soñar el sueño
exigido y comerse allí el almuerzo, aquel bagre frito en agua para el Día de
San Nicolás. Pero no se desespere. Usted ya sabe, porque echó un vistazo en las
instrucciones para Aseneta, que el sueño no se le exige para soñarlo, sino para
otros propósitos. Por eso, continúe ahora su camino, es decir, pase por una
tienda y cómprese la llave sin cortar.
4. El siguiente miércoles váyase a la terraza de la
taberna más cercana al templo de su lugar (aquí, en Belgrado, está en la calle
Kralja Petra, número 6, donde se encuentra la taberna “El signo de
interrogación”). Tendrá que estar allí al mediodía y buscar a una persona
femenina que esté tomando té y sobre la mesa ante ella tenga un arete femenino.
Acérquese a ella, ponga la llave sobre la mesa y pregúntele si usted puede
sentarse. Si ella no le da permiso, preséntese, dígale que se llama Aristin. Si
ella es Aseneta, se puede suponer que le ofrecerá el asiento y usted le contará
lo que soñó la noche anterior. En realidad, el sueño que no ha soñado, sino que
le fue exigido. Cuénteselo como si lo hubiera soñado, aunque no lo hubiera
hecho. Si también ella le cuenta un sueño que le fue pedido, el cual usted ya
leyó en este cuento, se cumplió el objetivo y todos los requisitos están ahí.
Es decir, cada amor grande empieza, como dijimos, con tres pequeñas mentiras.
Esa condición la habrán cumplido los dos parcialmente, mintiendo haber soñado
lo que no soñaron y presentando sus nombres falsos. Eso significa que están en
el mejor camino para aprovechar el elixir de amor y convertirse en los
protagonistas de un gran amor. Si Aseneta le pregunta a usted, querido Aristin:
¿por qué precisamente una llave y por qué precisamente un arete?, usted
contestará lo siguiente: No tiene ninguna importancia si es una llave o un
arete. Lo importante es que a los hombres, por lo general, les falta algo de
atención, así que alguien que fue lo suficientemente atento para notar en el
pasto o en la calle un arete perdido es muy recomendable. A las chicas, por lo
general, les falta ser un poco distraídas, entonces, es recomendable la que
puede llegar a perder unas llaves. Esos dos, según parece, podrían formar una
pareja bastante armoniosa…
*
En este lugar interrumpí por segunda vez la escritura de
este cuento porque en mi mente apareció una pregunta clara como el cristal:
-¿Por qué le mientes? ¿Por qué mientes a Aristin, si
sabes muy bien que todo es totalmente incierto? Porque los que lo intenten
experimentarán por sí mismos que una relación basada en llaves sin cortar y una
chuchería femenina no debe significar gran cosa. Puede ocurrir que Aseneta y
Aristin simplemente no se gusten. O aún peor, puede darse el caso que, yo mismo
me lo imaginaba, que Aseneta o Aristin no encuentren a nadie para tomarse un té
para dos con ellos, alrededor del medio día en la terraza junto a la iglesia.
La cosa puede convertirse en la amistad entre dos chicos, un compañerismo
mutuamente útil entre un viejo y una joven, la plática entre dos viejas, un
romance entre dos lesbianas o quién sabe qué más. Entonces, ¿por qué mientes a
Aristin?
-Porque cada gran amor –me respondí a mi mismo- empieza
con tres pequeñas mentiras…
II
Casi dos años después de que este cuento fuera escrito y
publicado en un periódico me llamó por teléfono una voz masculina, me dijo que
no nos conocíamos, que era mi lector y que tenía que decirme algo
extraordinario en relación con el cuento “El té para dos”. Quedamos en
encontrarnos en la terraza de la taberna “El signo de interrogación”. En ese
entonces yo ya había cumplido setenta años, había entrado en el siglo XXI y
empezaba a olvidar sin orden muchas cosas – cazar cornejas, tirar los guijarros
sobre la superficie del agua, entrar por la puerta de espaldas, días de la
semana primero en ruso y después en francés, mientras que los nombres de días
en inglés brotaban de mi memoria a pesar de que jamás lo había aprendido bien.
En resumen, el alma se me salía por la nariz, y yo tenía que estornudar cada
mañana. Aunque todavía no me olvidaba cómo reír. Por eso me reí en el
auricular, él no lo hizo, y nos encontramos en la terraza de la taberna “El
signo de interrogación”. Él estaba tomando café y leyendo el periódico “La voz
pública”. Estaba en la mejor edad, cuando las virtudes aún no empiezan a convertirse
en vicios. Vestía bien, de negro, tenía tres caras transparentes una encima de
la otra, cada una hermosa a su propia manera. Y tres tipos de cabellos en la
cabeza – uno cerdoso, otro parecido a plumas y un corto pasto hirsuto en la
mollera. Con su mirada podía congelar el agua en el vaso delante de él…Yo me
desconcerté y concluí: Dios cura, nosotros sólo cambiamos vendajes…
Me contó lo siguiente.
El cuento del lector
“Antes que nada, quiero decirle que yo no soy ningún
ratón de biblioteca. Es todo un milagro que haya leído su cuento y el milagro
se dio de la siguiente manera. Un día mientras paseaba por Kalemegdan, mi
mirada cayó, por pura casualidad, sobre un objeto que brillaba en el pasto. Me
agaché y encontré un arete femenino. Parecía un poco aplastado, probablemente
pisado, pensé, y lo metí en el bolsillo. Lo olvidé allí, porque los bolsillos
son los mejores lugares para olvidar cosas. Cuando después de algunos días
volví a ponerme el mismo saco palpé el arete en el bolsillo, primero sorprendido
de que estuviera ahí, pero luego pasé por “El Bazar del Milenio” a visitar a un
joyero que fue mi compañero de escuela.
- ¿De dónde sacaste esta maravilla? –preguntó.
- La encontré.
Examinó el arete bajo la lupa y dijo:
- Oro de catorce quilates con tres diamantes, tres
verdaderos diamantes.
- ¿Cuánto vale eso?
Mi amigo dijo una suma aproximada que hizo dar vueltas a
mi cabeza. Siguió examinando el arete cuidadosamente bajo la lupa.
-En el arete hay un poco de sangre seca. Fue arrancado de
la oreja de una chica. Por eso está un poco deformado…
Al devolverme la joya mi amigo quedó un poco pensativo y
agregó:
- Yo sé de quién es ese arete.
Me quedé pasmado.
- ¿Estás bromeando?
- Lo sabe todo el mundo. Perteneció a Ksenia Kaloper.
Hace un mes todos los periódicos escribieron sobre ella. Fue robada y asesinada
en Kalemegdan. Sabes aquello: “Nena, ¡quítate la chuchería para que no te
arranque la oreja!” No obedeció. A juzgar por los periódicos, le arrancaron los
aretes, le quitaron las sortijas de las manos y un anillo de un pie, todo con
violencia y rapidez. El asesino tenía prisa. El anillo del pie fue encontrado
ahí mismo. Lo demás no…
- ¿Y qué hago ahora con esto?
- Tienes varias posibilidades, cada una peor que la
anterior. Entregar el asunto a los órganos de justicia, devolver el arete a la
familia de la difunta Ksenia Kaloper, vendérmelo a mí bajo la condición de que
yo quiera comprarlo. En los tres casos tendrías que explicarle a la policía
cómo lo obtuviste.
Desesperado regresé el arete al bolsillo y decidí
olvidarlo allí de nuevo. Por ahora. Antes de salirme de la tienda mi amigo me
gritó:
- Todo eso tiene un lado bueno.
- ¿Cuál?
- Te convertiste en el personaje de un cuento.
- ¿Cuál cuento? –me quedé asombrado de nuevo.
- El cuento se llama “Té para dos” y sus personajes
llegan a ser todos aquellos que encontraron cualquier arete en cualquier lugar.
Yo leí hace poco en un periódico. Un momento…aquí está.
De un montón de periódicos sacó uno y me tendió su
cuento. Así llegué a “Té para dos”. Y así se dio que leyera su cuento. En un
momento pensé irme a la cita en la terraza del “Signo de interrogación”, hasta
conseguí una llave sin cortar por si acaso, pero esas intenciones se vieron
impedidas entonces por un gran cambio en mi vida.
Dos semanas después de haber leído “El té para dos” me
dieron inesperadamente un empleo en el extranjero. Estuve fuera de Belgrado
varios meses, trabajaba en Moscú y tenía la intención de continuar mi vida allá
cuando me avisaron que mi padre había muerto, así que vine a enterrarlo y a
encargarme de su departamento. Después del funeral y de los demás trámites
regresé al desierto hogar paterno lleno de cosas viejas que desde hace mucho
habían perdido sus aromas y adquirieron una especie de tufo común. Miraba
fijamente esas cosas y a mí mismo en medio de ellas a través de un espejo de mi
padre, gastado y con un agujero y sentí que el hombre cada día tenía la
oportunidad de ser inteligente al menos por un instante. Porque todo hombre
pasa cada día, sin siquiera percatarse, por un semi-instante anterior a su
nacimiento y por un semi-instante posterior a su muerte. Entre esos dos
semi-instantes está la gota de la sabiduría que apenas notamos…Con esos
pensamientos me tumbé en la cama, pero no pude dormirme. Toda la noche estuve
dando vueltas y me levanté tarde sin pegar un ojo. Miré por la ventana, me di
cuenta de que era casi mediodía y de que era primavera; me puse mi viejo saco
que estaba en el armario y que no me había puesto en mucho tiempo. Palpé una llave
en el bolsillo, la saqué, me pregunté de qué era y con sorpresa noté que no
tenía cortes. Me acordé, por supuesto, que estaba preparada para la cita en la
taberna “Signo de interrogación”, pero que jamás tuve tiempo de verificar si
funcionaba o no. En el otro bolsillo estaba, desde luego, el arete de oro con
diamantes.
De pronto se me ocurrió que podría tomarme el café de la
tarde, que necesitaba sobremanera, justo en “Signo de interrogación” y me fui
directamente a la calle Kralja Petra. Hacía calor, en la terraza había mucha
gente sentada, y no quedaban mesas desocupadas. En una mesa noté a una chica
sola tomando té. Tenía un zapato negro con el tacón blanco, y otro blanco con
el tacón negro, junto a su taza estaba un arete. De oro con tres piedritas
brillantes. Con tres diamantes. Algo deformado. Me quedé petrificado. El otro
igual a ése, estaba en mi bolsillo. Al acercarme, puse aquella llave sobre la
mesa y dije:
- Buenas tardes, soy Aristin, ¿puedo sentarme?
- Cuéntame un poco de eso –contestó la chica- ¿quién se
llama así hoy en día? Es decir, mientes, pero siéntate, ya que el lugar está
lleno. Tomate un café y largo de aquí.
Me senté, pedí un café e intenté una vez más. Le
pregunté:
- ¿Quiere que le cuente lo que soñé anoche?
- Está bien, si no va para largo. De todos modos estamos
matando el tiempo –dijo.
Entonces empecé a contarle el sueño que me fue encargado
en el “Elixir de amor””:
- Sueño que estoy acostado en una cama. Arriba de mí está
el techo de madera al cual está sujetada una mesa cuadrada puesta para comer.
Parece como si estuviera clavada a un suelo de madera volteado…
- Mientes de nuevo. En tus ojos veo que anoche no pegaste
un ojo. ¿Cómo pudiste soñar despierto?
Ante esas palabras yo quise levantarme de la mesa cuando
ella preguntó:
- ¿Y dónde está tu arete?
- ¿Disculpe? –me desconcerté, pero empecé a revisar mis
bolsillos aunque sabía que, por ahora, no iba a enseñarle el arete de ninguna
manera. Finalmente pregunté sólo por decir algo:
- ¿Cuál arete?
Creo que mi rostro lucía una sonrisa acartonada mientras
pagaba el café, pero ella no desistía:
- ¿Cómo que cuál arete? El que es prerrequisito para que
te conviertas en el héroe del cuento “Té para dos” y vengas acá. ¡Felicidades!
Es tu tercera mentira hoy. ¡Mentiste antes de que terminaras de leer el cuento!
Tú no encontraste ningún arete en absoluto…
Me reí y regresé a la mesa. Desde entonces empezamos a
vernos a diario. En las mañanas, mientras me iba a trabajar, la dejaba sola en
mi apartamento. Era fácil notar que revisaba los cajones en mi ausencia.
Buscaba los diamantes. Anteayer, por fin, le enseñé el arete. Le dije que lo
había comprado para mi hermana, que supuestamente usaba esos adornos siempre en
una sola oreja. Sabía que eso iba a obligarla a ella y a su cómplice, probablemente
el asesino de Kalemegdan, a descubrirse y comenzar a actuar con rapidez antes
de que el arete que apenas pudieron encontrar en mi casa, se esfumara de mis
manos. Así podía agarrarlos y entregarlos a las manos de la ley…”
*
Ese fue el cuento del joven. Estábamos sentados tomando
café y callamos por un instante, cuando el joven apuntó con la mano hacia la
chica que estaba entrando en la terraza. Tenía los labios pintados de un brillo
labial negro, y en el moño una aguja de plata con una canica de vidrio verde.
Calzaba un zapato blanco con el tacón negro y otro negro con el tacón blanco…
Un paso blanco, un paso negro, otra vez blanco, otra vez
negro. Y luego un silencio particular. Un silencio salado, diría. Él se
levantó, se besaron y mientras todos miraban ese beso, ella le dio la mano a
pesar de que él tuviera sus dos manos alrededor de los hombros de ella. Después
se volvió hacia mí y se presentó:
- Aseneta. Se ve que usted ha desechado más gorras en su
vida que las que yo he comprado. Usted tuvo razón. Aquel elixir suyo sí
funciona. Cada amor grande empieza con tres pequeñas mentiras…
Entonces la chica puso ante mí, sobre la mesa, una caja de dulces con whiskey para hombres
“Laroshell de Luxe”.
- Es para usted –agregó-, además le tengo dos preguntas, profesor.
Primero, el elixir del amor, su té para dos, ¿también le concierne a usted?
Segundo, ¿se puede considerar como una pequeña mentira algo que en el futuro
llegará a ser una gran verdad?
- Por supuesto –dije.
- ¿Por qué, entonces, no toma un poco de su elixir de
amor que con tanta generosidad nos ofrece a nosotros?
Me reí, ellos se despidieron y se fueron abrazados, y yo
ordené en vez de café un té de menta con alcaravea. Como si esperara a alguien
en un té para dos. Al abrir “La Voz Pública” que Aristin dejó en la mesa, leí
en el periódico que ese día yo había muerto en las primeras horas de la mañana.
*
Mi querida lectora y mi querido lector, seas quien seas,
recordarás que mis palabras al final de este cuento son, en realidad, mi
declaración de amor hacia ti. Mi tercera pequeña mentira que llegará a ser
verdad en el futuro.
Porque cada gran amor empieza con tres pequeñas mentiras.
Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella
mañana de abril
Haruki Murakami
Una bella mañana de abril, en una callecita lateral del
elegante barrio de Harajuku en Tokio, me crucé con la chica 100% perfecta.
A decir verdad, no era tan guapa. No sobresalía de
ninguna manera. Su ropa no era nada especial. En la nuca su cabello tenía las
marcas de recién haber despertado. Tampoco era joven –debía andar alrededor de
los treinta, ni si quiera cerca de lo que comúnmente se considera una “chica”.
Aún así, a quince metros sé que ella es la chica 100% perfecta para mí. Desde
el momento que la vi algo retumbó en mi pecho y mi boca quedó seca como un
desierto.
Quizá tú tienes tu propio tipo de chica favorita:
digamos, las de tobillos delgados, o grandes ojos, o delicados dedos, o sin
tener una buena razón te enloquecen las chicas que se toman su tiempo en
terminar su merienda. Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. A veces
en un restaurante me descubro mirando a la chica de la mesa de junto porque me
gusta la forma de su nariz.
Pero nadie puede asegurar que su chica 100% perfecta
corresponde a un tipo preconcebido. Por mucho que me gusten las narices, no
puedo recordar la forma de la de ella –ni siquiera si tenía una. Todo lo que
puedo recordar de forma segura es que no era una gran belleza. Extraño.
-Ayer me crucé en la calle con la chica 100% perfecta –le
digo a alguien.
-¿Sí? –él dice- ¿Estaba guapa?
-No realmente.
-De tu tipo entonces.
-No lo sé. Me parece que no puedo recordar nada de ella,
la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho.
-Raro.
-Sí. Raro.
-Bueno, como sea –me dice ya aburrido- ¿Qué hiciste? ¿Le
hablaste? ¿La seguiste?
-Nah, sólo me crucé con ella en la calle.
Ella caminaba de este a oeste y yo de oeste a este. Era
una bella mañana de abril.
Ojalá hubiera hablado con ella. Media hora sería
suficiente: sólo para preguntarle acerca de ella misma, contarle algo acerca de
mi, y –lo que realmente me gustaría hacer- explicarle las complejidades del
destino que nos llevaron a cruzarnos uno con el otro en esa calle en Harajuku
en una bella mañana de abril en 1981. Algo que seguro nos llenaría de tibios
secretos, como un antiguo reloj construido cuando la paz reinaba en el mundo.
Después de hablar, almorzaríamos en algún lugar, quizá
veríamos una película de Woody Allen, parar en el bar de un hotel para unos
cócteles. Con un poco de suerte, terminaríamos en la cama.
La posibilidad toca en la puerta de mi corazón.
Ahora la distancia entre nosotros es de apenas 15 metros.
¿Cómo acercármele? ¿Qué debería decirle?
-Buenos días señorita, ¿podría compartir conmigo media
hora para conversar?
Ridículo. Sonaría como un vendedor de seguros.
-Discúlpeme, ¿sabría usted si hay en el barrio alguna
lavandería 24 horas?
No, simplemente ridículo. No cargo nada que lavar, ¿quién
me compraría una línea como esa?
Quizá simplemente sirva la verdad: Buenos días, tú eres
la chica 100% perfecta para mi.
No, no se lo creería. Aunque lo dijera es posible que no
quisiera hablar conmigo. Perdóname, podría decir, es posible que yo sea la
chica 100% perfecta para ti, pero tú no eres el chico 100% perfecto para mí.
Podría suceder, y de encontrarme en esa situación me rompería en mil pedazos, jamás
me recuperaría del golpe, tengo treinta y dos años, y de eso se trata madurar.
Pasamos frente a una florería. Un tibio airecito toca mi
piel. La acera está húmeda y percibo el olor de las rosas. No puedo hablar con
ella. Ella trae un suéter blanco y en su mano derecha estruja un sobre blanco
con una sola estampilla. Así que ella le ha escrito una carta a alguien, a
juzgar por su mirada adormecida quizá pasó toda la noche escribiendo. El sobre
puede guardar todos sus secretos.
Doy algunas zancadas y giro: ella se pierde en la
multitud.
Ahora, por supuesto, sé exactamente qué tendría que
haberle dicho. Tendría que haber sido un largo discurso, pienso, demasiado
tarde como para decirlo ahora. Se me ocurren las ideas cuando ya no son
prácticas.
Bueno, no importa, hubiera empezado “Érase una vez” y
terminado con “Una historia triste, ¿no crees?”
Érase una vez un muchacho y una muchacha. El muchacho
tenía dieciocho y la muchacha dieciséis. Él no era notablemente apuesto y ella no
era especialmente bella. Eran solamente un ordinario muchacho solitario y una
ordinaria muchacha solitaria, como todo los demás. Pero ellos creían con todo
su corazón que en algún lugar del mundo vivía el muchacho 100% perfecto y la
muchacha 100% perfecta para ellos. Sí, creían en el milagro. Y ese milagro
sucedió.
Un día se encontraron en una esquina de la calle.
-Esto es maravilloso –dijo él- Te he estado buscando toda
mi vida. Puede que no creas esto, pero eres la chica 100% perfecta para mí.
-Y tú –ella le respondió- eres el chico 100% perfecto
para mi, exactamente como te he imaginado en cada detalle. Es como un sueño.
Se sentaron en la banca de un parque, se tomaron de las
manos y dijeron sus historias hora tras hora. Ya no estaban solos. Qué cosa
maravillosa encontrar y ser encontrado por tu otro 100% perfecto. Un milagro,
un milagro cósmico.
Sin embargo, mientras se sentaron y hablaron una pequeña,
pequeñísima astilla de duda echó raíces en sus corazones: ¿estaba bien si los
sueños de uno se cumplen tan fácilmente?
Y así, tras una pausa en su conversación, el chico le
dijo a la chica: Vamos a probarnos, sólo una vez. Si realmente somos los
amantes 100% perfectos, entonces alguna vez en algún lugar, nos volveremos a
encontrar sin duda alguna y cuando eso suceda y sepamos que somos los 100%
perfectos, nos casaremos ahí y entonces, ¿cómo ves?
-Sí –ella dijo- eso es exactamente lo que debemos hacer.
Y así partieron, ella al este y él hacia el oeste.
Sin embargo, la prueba en que estuvieron de acuerdo era
absolutamente innecesaria, nunca debieron someterse a ella porque en verdad
eran el amante 100% perfecto el uno para el otro y era un milagro que se
hubieran conocido. Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran.
Las frías, indiferentes olas del destino procederían a agitarlos sin piedad.
Un invierno, ambos, el chico y la chica se enfermaron de
influenza, y tras pasaron semanas entre la vida y la muerte, perdieron toda
memoria de los años primeros. Cuando despertaron sus cabezas estaban vacías
como la alcancía del joven D. H. Lawrence.
Eran dos jóvenes brillantes y determinados, a través de
esfuerzos continuos pudieron adquirir de nuevo el conocimiento y la sensación
que los calificaba para volver como miembros hechos y derechos de la sociedad.
Bendito el cielo, se convirtieron en ciudadanos modelo, sabían transbordar de
una línea del subterráneo a otra, eran capaces de enviar una carta de entrega
especial en la oficina de correos. De hecho, incluso experimentaron otra vez el
amor, a veces el 75% o aún el 85% del amor.
El tiempo pasó veloz y pronto el chico tuvo treinta y
dos, la chica treinta
Una bella mañana de abril, en búsqueda de una taza de
café para empezar el día, el chico caminaba de este a oeste, mientras que la
chica lo hacía de oeste a este, ambos a lo largo de la callecita del barrio de
Harajuku de Tokio. Pasaron uno al lado del otro justo en el centro de la calle.
El débil destello de sus memorias perdidas brilló tenue y breve en sus
corazones. Cada uno sintió retumbar su pecho. Y supieron:
Ella es la chica 100% perfecta para mí.
Él es el chico 100% perfecto para mí.
Pero el resplandor de sus recuerdos era tan débil y sus
pensamientos no tenían ya la claridad de hace catorce años. Sin una palabra, se
pasaron de largo, uno al otro, desapareciendo en la multitud. Para siempre.
Una historia triste, ¿no crees?
Sí, eso es, eso es lo que tendría que haberle dicho.