miércoles, 27 de febrero de 2013

¿QUÉ TAN HONESTA ES UNA FOTOGRAFÍA? DESDE CANAL 22 CON MUCHA CULTURA PARA TI Y PARA MÍ:


LA OTRA HISTORIA DE MI CUERPO, Adriana Calatayud. 2011


AdrianaCalatayud Morán nació en la Ciudad de México el 28 de septiembre de 1967. Es licenciada en Comunicación Gráfica de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde 1966 trabaja en el taller de Gráfica Digital del Centro Multimedia del Centro Nacional de las Artes.

Su obra forma parte de colecciones como la del Museo Universitario de Ciencias y Artes, MUCA, UNAM; galería Belia de Vico Arte Contemporáneo, Guatemala; Centro de Arte Moderno de Guadalajara, México.

En 1966, obtiene la beca jóvenes Creadores del FONCA y un premio de adquisición en el Segundo Salón de Fotografía del centro de la imagen; en 1998, una Mención honorífica en el XVII Encuentro Nacional del Arte Joven. Durante 1999 obtiene la beca de Residencias de Artistas México Canadá en el Centro para las Artes. En el año 2000, se hace acreedora nuevamente a la beca de Jóvenes Creadores del FONCA.

Natura. Espacio Relativo se realizó gracias al apoyo del FONCA y es producto de una investigación acerca de la estereoscopía realizada en el Centro Multimedia del Centro Nacional de las Artes.



"My hands, my heart". Gabriel Orozco

“Creo que un artista tiene la responsabilidad de crear un universo que contenga la complejidad y la inmensidad de la capacidad humana.”

“Lo importante no es lo que la gente ve en el museo sino lo que la gente ve después de mirar los objetos en un museo, es decir, cómo confronta después la realidad. El arte importante regenera la percepción de la realidad, la enriquece y la transforma.”

“En el caso de mi fotografía, después de desarrollar acciones en el espacio de la calle, siento necesidad de tomar una foto, porque es la única manera en que puedo conservar una de estas acciones o transportarla para poder mostrársela a otras personas. La usé como una especie de puente para la comunicación”






JOAN FONTCUBERTA

Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) es fotógrafo, crítico y profesor. Además de su prolífica obra fotográfica, ha realizado una importante labor como ensayista, editor y comisario, con iniciativas como la fundación en 1980 de la revista Photovision, la co-fundación en 1982 de la Primavera Fotográfica de Barcelona o la dirección artística en 1996 del Festival Internacional de Fotografía de Arles. También ha sido profesor en diferentes centros y universidades europeos y norteamericanos y en actualidad ejerce la docencia en los estudios de Comunicación Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.




CARTOGRAFÍAS. TATIANA PARCERO

Mi obra parte de mi biografía y de ritos personales basados en experiencias diarias. Exploro sensaciones y emociones que aún siendo íntimas o individuales se incluyen en un género más amplio: el femenino, el humano. Con esta idea me muevo de lo particular a lo general. Mi experiencia se transforma en una reflexión que otras mujeres o seres humanos pueden vivir.

Comencé a trabajar con la exploración externa de mi cuerpo como una forma de autoconocimiento. Mas trade incluí objetos que me ayudaron a definir visualmente metáforas individuales y sociales y posteriormente traspasé los límites de la piel para iniciar la exploración interna de mi cuerpo.

Las imágenes de "Cartografías" son la continuación de un proyecto que inicié hace tres años llamado "El Mapa de Mi Cuerpo" en el que relacioné identidad, memoria y territorio.

A través de la combinación de fotografias de fragmentos de mi cuerpo y de diagramas de anatomía, y códices antiguos, construyo mapas -metaforas/rituales- y reinvento mi historia. Exploro espacios internos y externos guiados por el "mapa" como punto de partida, para establecer así una conexión entre mi yo y el mundo exterior. Con estas imágenes, intento ver a través de la memoria del cuerpo aquello que traspasa los límites de la piel.

Tatiana Parcero


FERNANDO MONTIEL KLINT

Fernando Montiel Klint nació en el Distrito Federal en 1978, y desde impúber mostró un notable interés por la por la fotografía, campo que lo ha llevado a erigirse como un destacado representante del arte mexicano contemporáneo. Cuenta con un prontuario creativo que lo ha llevado por varios países de estas latitudes, exponiendo su trabajo con gran aceptación. En 2008 hizo parte de Fotología en Bogotá, razón por la cual conocí su trabajo.





Sólo basta con observar por algunos segundos cada una de sus fotografías, apartar la mirada a manera de descanso y volver a ellas escudriñándolas nuevamente con mayor detenimiento, para darse cuenta de las múltiples re-lecturas posibles por cada pieza. Su gran contundencia radica, quizá,  en la visión gran angular que imprime y la capacidad de sembrar en el observador la sensación de estar ante una perfecta realidad simulada. Pero lo más estimulante es que la teatralidad lograda con cada fotografía no corresponde a la formulación de una mensaje directo, sino al planteamiento en el plano iconográfico del dialogo constante entre la luz con los colores y las formas.



Personajes sedados por las complejas posturas conformistas de la vida diaria, como en una suspensión interminable e insufrible, elementos ornamentales que no contribuyen únicamente con la organización de la puesta en escena sino que la alimentan de surrealismo,  y una extraña conjunción entre escenarios comunes y situaciones rocambolescas, hacen parte  de las características más sobresalientes de su trabajo que apunta, según a declarado, al consumismo y la pasividad con la que decodificamos el mensaje de los medios masivos, pero de una manera ambigua y para nada objetiva.








lunes, 25 de febrero de 2013

FEBRERO DE 1983 FALLECE TENNESSEE WILLIAMS EN EL HOTEL ELYSEE EN NYC. A 30 AÑOS DE DISTANCIA ESTE PEQUEÑO APUNTE EN SU HONOR. DATO CURIOSO: MI ESPOSA Y YO ESTÁBAMOS EN LA VÍSPERA EN EL MISMO HOTEL...!





Tennessee Williams,
fantasma de un escritor

Se cumplen 30 años de la muerte del dramaturgo estadounidense más importante de mediados del siglo XX
Laura MARTÍN | Publicado el 25/02/2013. Para El cultural.es

 Jessica Tandy y Marlon Brando en versión radiofónica de "A streetcar named desire" 
con palabras introductorias de Elia Kazan

“Airear los armarios, áticos y sótanos del comportamiento humano”. Esto era lo que guiaba a Tennessee Williams al escribir sus obras. Lo que encontró al abrir esas puertas fue locura y fragilidad, violencia y amargura. Detrás de su afable sonrisa coronada con bigote y de su musical acento sureño se escondía alguien tremendamente tímido, un dramaturgo con una predilección por los personajes marginados y marginales. Thomas Larnier Williams (Columbus, Mississippi, 1911) será siempre recordado por su nombre artístico, Tennessee Williams. Bien para “escalar el árbol familiar”, como escribió una vez, bien como homenaje al apodo que le otorgaron sus compañeros de escuela, no está muy claro el origen de semejante cambio. Su biógrafo, Lyle Leverich, sostiene que se debió a su voluntad de presentarse a un concurso para menores de 25 años cuando él ya contaba con 28.

Comenzó a escribir con 13 años, con la máquina que le regaló su madre. Tras un debut poco exitoso en Broadway y algo más de media docena de obras, su consagración como dramaturgo llegó con El zoo de cristal y Un tranvía llamado deseo. La primera era casi una autobiografía, y su protagonista, una joven insegura y delicada, un retrato de su hermana Rose, con quien mantenía una relación muy estrecha. Rose sufría esquizofrenia, y estuvo confinada en múltiples ocasiones en instituciones mentales hasta que fue sometida a una lobotomía en 1943. La intervención la dejó incapacitada, y Williams, al que no se consultó a la hora de tomar la decisión, nunca perdonó a sus padres. La imagen le traumatizó para el resto de su vida, impregnando piezas como De repente el último verano, en la que uno de los personajes se empeña en lobotomizar a su sobrina, depositaria de una verdad incómoda e indefensa por encontrarse en estado de shock tras presenciar una escena horrible. En una época en la que las comedias ligeras y los musicales acaparaban los escenarios, las obras de Williams, de sentimiento desnudo y poesía, supusieron una revolución.

LA VIDA DE TENNESSEE WILLIAMS EN CINCO VIDEOS HABLADOS EN INGLÉS











Tennessee Williams dotó a sus obras de una carga social, en la que destaca una fuerte presencia de la homosexualidad. El propio autor, criado en un hogar con un padre dominante y alcohólico que se burlaba de él llamándole “Miss Nancy”, descubrió tardíamente que era gay, y siempre le acompañó un profundo sentimiento de culpa, probablemente influido por la estricta moral inculcada por su madre, hija de un pastor episcopaliano. Por supuesto, la sociedad estadounidense de la década de los 40 y 50 tenía un límite al abordar este tipo de temas “tabú”, como se reflejó en la adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado deseo. En Hollywood, Elia Kazan dirigió una versión descafeinada de la obra de teatro, con Vivien Leigh como Blanche Dubois, Kim Hunter como Stella y un inolvidable Marlon Brando en el papel de Stanley Kowalsky, su puerta al estrellato. La censura obvió la homosexualidad del ex-marido de Blanche, y la escena de la violación se codificó tanto que da lugar a confusión. A pesar de que en el texto original tampoco era explícita, sí había líneas que remitían directamente a la monstruosidad cometida por Kowaksky, pues en ella está la clave para entender por qué Blanche se hunde irremediablemente en la locura. De nuevo, una referencia a su hermana. La moral hollywoodiense impuso también un cambio radical en la última escena de la obra, un castigo a Stanley que el autor no había concebido al plasmar esa relación marital, basada en la violencia de género. El propio Williams, muy diplomático, escribió que, aunque le había gustado la película, consideraba que ese final “la arruinaba ligeramente”.

Recibió el Pulitzer dos veces. La primera, por Un tranvía llamado deseo, la segunda por La gata sobre el tejado de zinc, también llevada al cine, y también modificada por la censura, eliminando prácticamente todas sus referencias a la homosexualidad. Lo que el Código Hays no pudo suprimir fue la enorme tensión sexual que destilaba Elizabeth Taylor interpretando a Maggie “la gata”, contrapunto de un atormentado y alcohólico Brick Pollit al que daba vida Paul Newman. La rosa tatuada, Baby doll, Dulce pájaro de juventud, La noche de la iguana... Más de una veintena de obras nacieron en esta etapa de esplendor. Tennessee Williams era el dramaturgo favorito de Hollywood y Nueva York.




Su decadencia artística llegó en la segunda mitad de la década de los 60. Tuvo que lidiar con su propia imagen, con un yo más joven, audaz y talentoso. Las drogas y el alcohol se hicieron sus compañeros inseparables, sobre todo tras la muerte en 1963 de su amante, Frank Merlo, con el que había terminado el año anterior tras una infinidad de rupturas, reconciliaciones e infidelidades. Le había conocido en 1948, y fue su única relación estable. Su mundo se volvió más oscuro a medida que la crítica vapuleaba sus piezas cada vez más. Su cambio de estilo, fruto de la depresión, no fue bien recibido. En un artículo del New York Times, escribió “nadie es tan consciente como yo de que soy ampliamente considerado como el fantasma de un escritor, un fantasma todavía visible, excesivamente sólido en carnes y quizás demasiado ambulante”. Pero no dejó de crear. Su última obra, The One Exception, la redactó el mismo año de su muerte.

Williams siempre decía que quería que le enterraran en el mar, “cerca de los huesos de Hart Crane”, poeta, homosexual y bebedor, al que tampoco le importaba conmocionar con la verdad y con quien se sentía muy identificado. Sin embargo, por insistencia de su hermano, su cuerpo reposa en el cementerio Calvary, en Missouri. Tennessee Williams murió el 25 de febrero de 1983. En una suite del hotel Elysee de Nueva York, a los 71 años, se apagó el dramaturgo que mantuvo vivo el teatro de mediados del siglo XX.

ARGO SE LEVANTA, ENTRE LO SUBLIME Y LO RIDÍCULO, LA TRAGEDIA Y LA FARSA.


Un probable gran perdedor se convirtió en
“El triunfador de la noche”


ENTREVISTA CON BEN AFFLECK
Noviembre 2012 por Javier Ocaña para EL PAÍS

Es extraño que una estrella de Hollywood hable de Mobutu, y que encima ese nombre surja de forma natural en la conversación, sin forzar la pregunta. Ben Affleck (Berkeley, California, 1972) no es un tipo cualquiera. Y tiene pinta de listo. Tras el pase de Argo, muchos han llegado al convencimiento de que aquí hay otro Clint Eastwood salvando las distancias; es decir, un actor mediano convertido en cineasta de fuste. Si Adiós, pequeña, adiós (2007) y The town (2010) se desarrollaban en Boston, la ciudad en la que creció Affleck, y probaban su valía como director; Argosupone el abandono del abrazo de la urbe maternal para meterse en un jardín más complejo: la crisis de los rehenes tras la toma de la embajada estadounidense en Teherán en noviembre de 1979, concretando aún más, en el esperpéntico plan que tramó la CIA para sacar de Irán a cinco de ellos, ocultos sin que las autoridades iraníes lo supieran en la residencia privada del embajador canadiense.

¿Y cómo lograron salvarles? Los camuflaron como equipo de rodaje de una película hollywoodiense de ciencia-ficción (Argo), y para que el plan no chirriara la CIA fundó una productora en mitad de los grandes estudios. Sí, está basada en hechos reales, en la figura de Tony Méndez, agente de la CIA experto en rescates, que preparó y ejecutó tamaña locura.

“Hace unos años leí el guion y me enganchó. Al instante supe que quería hacer esa película, y si tienes un guion tan bueno y un protagonista tan atractivo, ¿cómo no interpretarle?”, cuenta Affleck, corpachón cachas, camisa y americana sobrias —le da una nota de elegancia bostoniana—, tras la pregunta de si no hubiera sido mejor idea que la interpretara otro. “No voy a dejar de actuar gradualmente para pasarme a la dirección. Cada largometraje como realizador me supone unos dos años de trabajo. Piensa que desde que dirigí Adiós, pequeña, adiós he actuado en seis películas. No puedo rechazarlas. Y más si encima encuentras un libreto como este, que ni siquiera me atreví a reescribir [Affleck es coguionista de sus dos primeras películas como director y tiene el Oscar compartido con Matt Damon por el guion de El indomable Will Hunting\]”.

La política exterior estadounidense. Pocos temas pueden levantar más ampollas, y esta película, además, glorifica la labor de algunos integrantes de la CIA. “Es complejo desde luego, y supe en lo que me metía cuando decidí levantar Argo, aunque nadie pudiera prever entonces que llegarían las primaveras árabes, a las que seguí con suma atención, o, por concretar, que en Egipto tras la revolución triunfarían los Hermanos Musulmanes. Sospecho que lo mismo pasa con la política exterior de Estados Unidos. A veces puedes incidir a priori, pero otras los acontecimientos son quienes dirigen tus pasos”.

Sí, ¿pero no tiene la sensación de que gran parte del resto del mundo se opone a la mayoría de esas iniciativas políticas estadounidenses? “Hay claros prejuicios en ambos lados, aunque desde luego no puedo ser un portavoz autorizado del resto del mundo. Piensa en un detalle de distancias. Como español vives cerca de varias fronteras: cruzas a Francia, llegas a Alemania… Esa misma distancia en mi país es ridícula. Muy pocos estadounidenses viajan al exterior. Yo solo puedo decir que creo en los esfuerzos de Barack Obama por ayudar al resto del mundo y su labor porque entiendan que no somos solo una superpotencia militar. En anteriores décadas no hemos estado acertados, y por poner un ejemplo fuera de Oriente Próximo pienso en el apoyo otorgado a Mobutu. Por eso la película se inicia con la explicación de tres décadas de historia iraní, en la que desagraciadamente Estados Unidos tuvo mucho que ver”.

En el encuentro matinal con los periodistas, Affleck ha hablado de la labor callada de los diplomáticos. “Quería incidir en esa gente que se dedica a ayudar, a negociar buenos acuerdos, a mejorar las relaciones bilaterales. Por eso me referí a Jean Renoir como una gran influencia cinematográfica, porque sus películas destilan un gran humanismo, algo que quisiera que impregnara Argo”.

A Affleck parece venirle que ni pintada la pregunta sobre el asesinato de Chris Stevens, el embajador estadounidense en Libia, ocurrido en Bengasi hace diez días. “Ese es el tipo de diplomáticos héroes a los que quiero dedicar el filme. No creo que influya ni bien ni mal en la carrera comercial del filme, porque hablamos de décadas diferentes y distintos países, pero sí en gente con las mismas creencias basadas en la ayuda”.

¿De verdad quiso ir rodar en Teherán? “Me lo planteé, pero ni siquiera logramos colar a alguien que se escabullera e hiciera fotos a escondidas o pudiera filmar material que nos ayudara en la dirección artística. Es una sociedad muy cerrada, y cuando hablé con cineastas iraníes me dijeron que ni se me pasara por la cabeza. Es una lástima”.

Tras el paso de Argo por Toronto y San Sebastián, a Aflleck le habrán calentado la cabeza con la palabra Oscar. “No puedo pararme a pensar en eso. De verdad. Estoy ahora muy concentrado en promocionar este estreno, que vaya bien, que funcione. Los premios son cosas incontrolables que deciden gente que tú no conoces”. Dicho lo cual, estira su manaza y aprieta fuerte.


La política como farsa
Ben Affleck, director y protagonista, y Chris Terrio, guionista, han escogido el tono de epopeya americana para este 'thriller' sobre la crisis de los rehenes en el Irán de 1979

“La historia se repite; primero como tragedia, y después como farsa”, dijo Karl Marx. Y, sin embargo, como afirma un personaje de Argo, qué cerca están en ocasiones la una de la otra. Golpes de la historia que provocan tanta risa como llanto, como cuando en 1997, tras la desclasificación de los papeles secretos, se supo cómo intentó la CIA liberar a parte de sus ciudadanos durante la crisis de los rehenes con Irán, entre 1979 y 1981: con un complot relacionado con una falsa película de aventuras espaciales ambientada en Oriente. Un material apasionante que podría haber dado lugar a muchas películas, todas distintas.

Ben Affleck, director y protagonista, y Chris Terrio, guionista, han elegido el de la epopeya americana; con toques de humor, faltaría más. Es su alternativa, una buena opción, aunque no la más arriesgada, no ya cinematográficamente sino sobre todo políticamente con los tiempos que corren entre Irán y EE UU. Ahora bien, epopeyas heroicas ha habido muchas; en la vida y en el cine. Farsas heroicas no ha habido tantas, sobre todo en el cine. Y los responsables de Argo quizá hayan perdido la gran oportunidad de labrar todo un relato entre la comedia negra y la farsa grotesca, pura política, y no solo su primera mitad. Se cita a Alan J. Pakula entre los referentes, y se nota el homenaje al cine político de los setenta ya desde la tipografía de sus créditos. Pero el Pakula de El último testigo nunca se hubiera permitido los clichés alrededor del suspense de sus 20 minutos finales: el héroe que arriesga sin permiso oficial, el coche que no arranca, la foto revelada en el último instante, el montaje paralelo, las risas de los soldados, embobados por Hollywood.

Y, a pesar de todo, Argo sigue siendo una película estupenda. Porque el material, entre lo sublime y lo ridículo, es excitante. Porque Affleck, que está conformando una carrera interesantísima, es un director sorprendente. Argo le otorgará dinero y prestigio, pero Adiós, pequeña, adiós y The town, sus anteriores obras, siguen siendo mejores. ¿Eso es un defecto? Quizá no. Quizá sí. Lo dirá la historia, entre la tragedia y la farsa.



domingo, 24 de febrero de 2013

ALMADÍA CELEBRA CON LA PRESENTACIÓN DE ESTA ANTOLOGÍA DE RELATOS FANTÁSTICOS: CIUDAD FANTASMA




Recorren en la FIL MINERÍA
'Ciudad Fantasma' con quince relatos.


Por Oscar Cid de León

Ciudad de México  (24 febrero 2013).-   En Ciudad Fantasma habitan desde seres de leyenda hasta espectros contemporáneos. Desfilan por sus calles y callejones una serie de cuentos y relatos que, bajo el sello de Almadía, recapitulan en personajes fantasmagóricos del imaginario popular mexicano, como La Llorona, así como en historias de terror de autores de este siglo.

La selección corrió a cargo de Vicente Quirarte y Bernardo Esquinca, quienes, en compañía del arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, un conocedor del subsuelo de Ciudad Fantasma, es decir que la Ciudad de México, lo presentaron este sábado en el marco de la 34 edición de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.

"Ésta es una ciudad habitada, más que por sus presencias, por sus fantasmas vivos", recordaría Quirarte.

Y estaba en la presentación el arqueólogo, estudioso de la cultura mexica, porque la gran mayoría de los 15 textos reunidos abreva de la cultura prehispánica, ya sea La Llorona, de la que escribe Artemio del Valle Arizpe, o el cuento titulado La noche de la Coatlicue, de Mauricio Molina.

Ciudad Fantasma, Antología de relato fantástico, compila historias que provienen de escritores tanto del Siglo 19 como del 21, señala Quirarte. No faltan nombres como los de José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Alberto Chimal, Rafael Pérez Gay, entre otros.






"Se trataba de hablar de horror. Sea el horror entendido como algo que nos saca de lo doméstico", señaló Quirarte.

Los cuentos compilados demuestran que el horror y la fantasía en un género mayor.

"Y es que sigue existiendo en México un absurdo prejuicio hacia los llamados subgéneros", recordó Esquinca: "Tanto Vicente como yo estamos convencidos de que no existen los subgéneros, sino sólo la literatura buena y mala. Punto".

El libro presentado es el primero de dos volúmenes. Ya se alista la continuación.


Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo

ESTA NOTA PUEDES ENCONTRARLA EN:
http://www.reforma.com/cultura/articulo/1379483/
Fecha de publicación: 24-Feb-2013

sábado, 23 de febrero de 2013

viernes, 22 de febrero de 2013

AMOR VERDADERO, EDITADA POR EL RUSO ALEXANDER PROKOPOVICH, ES LA PRIMERA NOVELA ESCRITA POR UNA COMPUTADORA.

ALEXANDER PROKOPOVICH 
MUESTRA UN EJEMPLAR DE
AMOR VERDADERO

El primer párrafo:


Alrededor sólo el mar maldito y las piedras malditas... Y en un lugar tan melancólico tengo que matarte', pronunció la mujer. Estaban sentados a la orilla con sus camillas tan cerca del agua que las olas, pesada y torpemente como las focas embarazadas que salen arrastrándose, casi tocaban sus piernas.

Así empieza la novela Amor verdadero.wrt, escrita por PC Writer 1.0, el primer escritor no humano de la Historia de la literatura. Parece cosa de novela. Pero no lo es. El editor de San Petersburgo Alexander Prokopovich ha sometido la literatura al filtro cuadriculado de la informática para crear la primera novela generada por un ordenador.


Según el padre del invento, el ordenador tardó «sólo tres días» en escribir Amor verdadero.wrt, una historia que se inspira en los personajes de la novela de Tolstoi Anna Karenina y presenta un estilo que ha sido parasitado del autor japonés Haruki Murakami y de otros 13 escritores.

Para que el ordenador compusiera la novela, antes fueron necesarios ocho meses de intenso trabajo colectivo para desarrollar el software capaz de generar automáticamente la trama a partir de modelos y patrones de acción/reacción entre los personajes. La editorial Astrel de San Petersburgo que encabeza Prokopovich convocó un concurso en la Red para llevar a cabo la idea y, finalmente, varios informáticos peterburqueses y un programador israelí asumieron el reto de dar vida al primer escritor computerizado.


La novela se desarrolla en una isla desierta, donde un grupo de personajes unidos por la amnesia (ninguno se acuerda de sus amores ni desamores anteriores) se hallan ante la posibilidad de establecer un nuevo tipo de relación más auténtica.

Prokopovich cree que su "experimento literario" contribuirá a "popularizar la literatura y los libros en una época en la que, lamentablemente, el ordenador genera más interés que la letra impresa".

La obra saldrá publicada en Rusia a finales de marzo bajo el subtítulo "Una novela impecable", en un volumen de 300 páginas.

miércoles, 20 de febrero de 2013

DIEZ AÑOS SIN BOLAÑO. CONMEMORA LA FECHA MÓNICA MARISTAIN



A diez años de muerto, 'El hijo de Míster Playa. Una semblanza de Roberto Bolaño' resulta una obra fundamental para redescubrirlo.

MÓNICA MARISTAIN, "EL HIJO DE MÍSTER PLAYA. UNA SEMBLANZA DE ROBERTO BOLAÑO"
ALMADÍA, MÉXICO, 2013.

CULTURA • MILENIO — MAURICIO FLORES



• En la reconstrucción de la vida de Roberto Bolaño (1953-2003) realizada por la periodista Mónica Maristain en El hijo de Míster Playa, destacan las voces de quienes estuvieron al lado de él, y específicamente a su paso por México, donde se perfiló el derrotero creativo de un autor “que cambió el rumbo de la literatura de nuestro continente”.

Entre muchas, llama la atención la de Carmen Boullosa quien, en unas cuantas pinceladas, dibuja al escritor chileno y específicamente en tanto autor de la novela Los detectives salvajes, “espejo de mi ciudad y mi generación”.

Como muchos otros (Jorge Volpi, José María Espinasa, Rodrigo Fresán, Ignacio Echeverría y varias de las personas más allegadas sentimental y personalmente a Bolaño), Boullosa identifica en esta novela y en 2666, publicada de manera póstuma, lo fundamental de esta narrativa.

“Después vinieron la repercusión y el fenómeno Bolaño que para mí tiene un lado doloroso y me habla también de la naturaleza cruel de la literatura”, dice Boullosa. “Si Bolaño no hubiera muerto, el fenómeno no hubiera crecido tanto. Al lector y al crítico que crean la figura literaria les gusta el hecho del autor muerto joven, este sacrificio, esta muerte romántica, por decirlo así, y la verdad me disgusta muchísimo”.

“Me disgusta porque conocí a Roberto —remata Boullosa—, porque él fue para mí un amigo muy querido, porque de ninguna manera me gusta la idea de que haya muerto y por tanto no puedo sentirme satisfecha con esta cultura de comedores de cadáveres”.

Nacido en Chile, Bolaño murió en Barcelona. Ahí (Blanes) pasó los últimos lustros de su vida, aquejada por un mal que terminó por destrozarlo. Antes estuvo en México donde, al lado de un pequeño grupo de creadores conformó (como sin quererlo) un grupo de extraño culto llamado Los Infrarrealistas.

Aun con una vasta obra, lo mismo en ensayo que poesía, Bolaño es autor de dos importantes novelas, la ya citadas Los detectives… y 2666, que en realidad son varias novelas incluidas en solo volumen y que todos los que transitan por el libro de Maristain consideran sus mejores obras. Novelas que se sitúan en México (la gran ciudad y el norte violento) y al que Bolaño no volvió.

Carla Rippey, otra persona muy cercana al autor en su estancia en nuestro país, advierte sin embargo que Los detectives… “fue una gran broma privada” con Mario Santiago Papasquiaro, nacido el mismo año que Bolaño pero muerto cinco antes. La que consideraba su “gran novela” fue 2666. El centro de su mundo imaginario, sostiene Volpi, fue siempre México. “Siguió en México y eso lo convierte por supuesto también en un gran escritor mexicano”.

A diez años de muerto, El hijo de Míster Playa. Una semblanza de Roberto Bolaño resulta una obra fundamental para redescubrirlo.





ANDRES NEUMAN: DE CUENTOS, DE POEMAS Y DE LOCOS.





EL LOCO, DE ANDRÉS NEUMAN, NO SABE POR QUÉ
                                                               VICTORIA DANA

      Curiosamente, la obra poética de Andrés me recordó a un personaje que aparece  en la subtrama del Rey Lear: Edgar, el hijo de Gloucester, al ser difamado por su medio hermano Edmundo, el bastardo, es perseguido y condenado a muerte por su propio padre. Ante el peligro inminente y con el objeto salvar la vida, decide huir, esconderse detrás del más vil de los disfraces. Así vemos a este hombre noble por derecho y noble por sus buenos sentimientos, desnudo, desaliñado, cubierto de barro; Edgar se convierte en Tom, el limosnero.
      Cuando por azares del destino o más bien por la mano genial del entramado shakespeariano, Tom o el propio Edgar, se encuentra con Lear quien, en medio de su locura, al verlo despojado de lo más imprescindible, lo identifica: ¡Déjenme hablar con el filósofo!, grita Lear. Yo añadiría…déjenme hablar con el filósofo y poeta.
      ¿Por qué el poeta? Porque sólo un hombre capaz de desprenderse de sus vestiduras y máscaras puede ofrecer su verdad; el poeta es aquél que forzosamente, en un acto de supervivencia, huye y retorna hacia sí mismo, para descubrirse en lo más negro y en lo más sublime…
     El que escribe  para no ser huérfano, como dice el mismo  poeta Andrés Neuman quien se presenta ante nosotros en este poema, desnudo, sin nada que esconder:
NO SÉ POR QUÉ venero la pornografía
esta mansa costumbre del salvajismo ajeno
cuando contemplo el placer en los otros
mi parte fugitiva se complace
en espiar al que no soy
en fornicar sin mí
veo películas
perversiones caseras
estoy feliz de estar aquí con nadie
     Desnudo, con una franqueza inusitada, se pregunta Andrés en este otro:
NO SÉ POR QUÉ frecuentaremos tu ano tu revés
celebro la misión de mirar juntos
esa pared donde transpiran nuestras sombras
ellas se aman mejor de lo que nos amamos
ahí se ven dos cuerpos que mezclan su espesor
doblando la canción que canta el otro
      La belleza siempre radica en lo más simple y en lo más auténtico. Pero volvamos por un momento a la figura de Edgar, convertido en Tom, el vagabundo, y demos un giro imaginario al siglo veinte. Walter Benjamin, el reconocido filósofo de la época entre guerras, ve al artista de su tiempo como a ese Tom de Shakespeare: el gran pepenador, el que recoge los desechos, los cataloga y con amor los colecciona:
“Se ve venir -nos dice Benjamin-, a un trapero moviendo la cabeza, tropezando y chocándose contra las paredes, como un poeta”.
      Tristemente, ése es el reino de Lear que Edgar, el filósofo-poeta heredó, el reino de la destrucción absoluta y ése es el reino que en los albores del S. XXI nos han dejado y  hemos dejado: el de las palabras gastadas, el de los desechos, el de la basura:
NO SÉ POR QUÉ internet me tiene secuestrado
el congreso debate irak es una tumba las películas
piratas las reseñas wall street boca juniors
hay un vuelo barato elecciones terremotos
soy efímero efímero
descargo porno en francia le pen siempre resurge
me busco en google para encontrar adónde he ido
suben los intereses baja el papa
top model palestina huelga rock
lameré la pantalla quiero ver
     ¿Qué le queda al poeta en el universo de información escindida, inaccesible al conocimiento verdadero?  Regresando a Benjamin: “El alegórico toma por doquier, del fondo caótico que le proporciona su saber, un fragmento, lo pone junto a otro y prueba a encajarlos.” Si Benjamin percibía, con claridad insólita, la desintegración de su mundo y su respuesta es esta labor de artesano uniendo mosaicos, ¿qué hubiera pensado al ver sus fragmentos disparados a toda velocidad por la tecnología actual sin tiempo para embonarlos? ¿Se habría vuelto loco? Aunque nada hay nuevo bajo el sol. El mismo Lear, parafraseando a Salomón, nos lo recuerda:
     “Cuando nacemos, lloramos porque hemos llegado a este gran escenario de locos”. O a este gran Patio de locos, como le llama Neuman. ¡“Lear, Lear, golpea esta puerta que dejó escapar la razón y dejó entrar la locura”! Andrés lo invierte y declara: “… afuera canta un grillo como loco/ adentro picotea la cordura”.
     Hay en la obra de Andrés una visión de aldea global donde no sólo se confunden los espacios sino también los tiempos. No en vano, es el Viajero del siglo: El ayer y el mañana, el pasado y el futuro, se prefiguran en su andar:
NO SÉ POR QUÉ cuando viajo
recupero mis cosas que están en otra parte
las experiencias entran
y salen por ventanas enfrentadas
como ropa tendida
el mar no mira si nos lleva o nos trae
en esta calle ajena camino sin mapa
de pronto una mujer se asoma
con los pechos al aire y su cara dormida
para recuperar la ropa que ensuciamos
cuando todo brillaba
     Pero en medio del caos, de nuevo la pregunta cotidiana. La que nos hacemos todos los días sorbiendo la primera taza de café: ¿Para qué escribir? Y el loco de Andrés nos lo pregunta:
al loco veterano no le gustan
las libretas que tiene el loco astuto
porque están todas llenas
de dibujos obscenos frases notas
la letra no se entiende y hay palabras
que son impronunciables
¿pero qué mierda escribes? pregunta el veterano
¿no ves que así no hay nadie que te entienda?
¡viejo idiota! le escupe el loco astuto
¡lo que yo quiero es eso!
no te entiendo se queja el veterano
¡bien hecho! lo festeja el loco astuto
¿te asusta que podamos entenderte?
insiste el veterano ¿te da miedo?
un poco sí correcto se incomoda el astuto
el otro dice
yo lo que tengo es miedo de morirme
      Por eso escribimos, para no morirnos. Andrés lucha contra el olvido para no hundirse en un ser amorfo, con terror a desvanecerse en la nada: “El sentido de mi propia memoria, dice, de toda memoria: irse dejando algo, desaparecer, pero no en vano”.
      Personalmente, Neuman me ofrece una mirada al mundo del futuro, al que, a pesar de comprender, ya no pertenezco. El universo que Andrés me deja entrever como una saeta, mientras yo permanezco impávida en el presente, sin respuestas.
     Porque llega el momento en que ya no somos capaces de dar respuesta alguna y entonces, como bien dice Andrés Neuman,
YO TAMPOCO SÉ POR QUÉ.

* FIL GUADALAJARA Presentación de los libros de Andrés Neuman




** Andrés Neuman nació en 1977 en Buenos Aires, ciudad donde pasó su infancia. Hijo de músicos emigrados, terminó de crecer en Granada, en cuya universidad fue profesor de literatura hispanoamericana. Actualmente es columnista en la Revista Ñ del diario Clarín (Argentina) y en el suplemento cultural del diario Abc (España). Mantiene el blog Microrréplicas. Mediante una votación que convocó el Hay Festival, formó parte de la lista Bogotá-39 entre los más destacados nuevos autores nacidos en Latinoamérica. Más tarde fue seleccionado por la revista británica Granta entre Los 22 mejores narradores jóvenes en español.

A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999, reeditada en bolsillo en 2008), que fue Finalista del Premio Herralde y elegida entre las 10 más destacadas del año por El Cultural de El Mundo. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (Espasa, 2002) y la autoficción familiar Una vez Argentina (Anagrama, 2003, nuevamente Finalista del Premio Herralde). Su cuarta novela, El viajero del siglo (Alfaguara, 2009), obtuvo el Premio Alfaguara y fue votada entre las 5 mejores novelas del año en lengua española por los críticos de El País y El Mundo. En 2010 recibió el Premio de la Crítica, que concede la Asociación Española de Críticos Literarios, y fue destacada entre los libros del año por los dos principales diarios holandeses, NRC Handelsblad y De Volkskrant. Traducida a 10 lenguas, actualmente está siendo publicada en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Italia, Brasil, Holanda, Polonia, Egipto, Portugal y Eslovenia.
Es también autor de los libros de cuentos El que espera (Anagrama, 2000), El último minuto (Espasa, 2001, reeditado por Páginas de Espuma, 2007) y Alumbramiento (Páginas de Espuma, 2006). El volumen El fin de la lectura (Estruendomudo, 2011) ofrece una reciente selección de sus relatos. Neuman ha desarrollado una intensa labor de estudio y divulgación de la narrativa breve. Sus libros de cuentos incluyen apéndices teóricos sobre el género y es el coordinador de Pequeñas Resistencias, serie de antologías sobre el cuento actual en lengua española (Páginas de Espuma, 2002-2010). Cabe destacar además su prólogo a los Cuentos de amor de locura y de muerte, de Horacio Quiroga (Menoscuarto, 2004).
Como poeta ha publicado los poemarios Métodos de la noche (Hiperión, 1998), El jugador de billar (Pre-Textos, 2000), El tobogán (Hiperión, 2002, Premio Hiperión), La canción del antílope (Pre-Textos, 2003) y Mística abajo (Acantilado, 2008), así como la colección de haikus urbanos Gotas negras (Plurabelle, 2003, reeditado por Berenice, 2007) y los Sonetos del extraño (Cuadernos del Vigía, 2007). Todos los poemarios anteriores, revisados y con dos libros inéditos, fueron reunidos en el volumen Década. Poesía 1997-2007 (Acantilado, 2008). El libro-disco Alguien al otro lado (La Veleta, Comares, 2011) ofrece una breve antología de sus poemas, musicados y cantados por Juan Trova. Su poemario más reciente es Patio de locos (Estruendomudo, 2011).
Es, finalmente, autor del libro de aforismos y microensayos El equilibrista (Acantilado, 2005), del libro de viajes por Latinoamérica Cómo viajar sin ver (Alfaguara, 2010) y de una traducción del Viaje de invierno, de Wilhelm Müller (Acantilado, 2003).
                                             ANDRÉS NEUMAN es promesa cumplida

lunes, 18 de febrero de 2013

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN ESCRIBIÓ PARA EXCÉLSIOR: "NEGAR EL HOLOCAUSTO"




Negar el Holocausto
Fernando Serrano Migallón

EXCÉLSIOR. 14/02/2013

"Negar el Holocausto es cruel, criminal e irresponsable."


La palabra, decía Alfonso Reyes, es como un cuchillo, con arte puede servir para labrar un santo de madera y, sin escrúpulos, para asesinar al vecino. Hablar y escribir es asunto delicado que merece y necesita responsabilidad, serenidad y un mínimo de conocimiento. Despreciar la palabra conduce a la mentira, a la falsedad y, a veces, al engendro de la violencia.

Hace unos días, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, dentro de su programa de posgrado en derechos humanos, se celebró un foro en contra del Estado de Israel y a favor de Palestina; desde luego que, en una institución académica eso es normal y no debe asustar ni enfurecer a nadie; las universidades son para eso, para criticar y contrastar, para entender y explicar. Cualquiera que se oponga a la difusión y debate de ideas en el seno de las universidades, es peligroso, porque atenta contra el desarrollo de la inteligencia y la sociedad. Sin embargo, la propia calidad académica de la Universidad impone algunas obligaciones como el rigor intelectual, la exposición de datos y fuentes, el debate amplio y tolerante y, sobre todo, la imparcialidad en el manejo de la información y el acato de la evidencia, nos guste o no, nos satisfaga o nos haga cambiar nuestros puntos de vista.

El hecho es que en dicho foro, la arquitecta Raquel Rodríguez se expresó en el sentido de negar la existencia del Holocausto en la Segunda Guerra Mundial; sus argumentos serían ridículos si no fueran tan graves: que todo fue un montaje, que había leído “en un libro”, que todo lo que se dice sobre la matanza de judíos, gitanos, socialistas, minusválidos, niños, mujeres y opositores al nazismo son mentiras; que si hubieran matado a seis millones de judíos “tendríamos la suerte de que no hubiera más judíos en el planeta” y que el voto en la ONU, el que diera origen a la partición de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, había sido comprado: “Recibieron un cheque en blanco con todos los ceros que les pudieron poner, las esposas recibieron anillos de diamantes tapados de piel”. Sin fuentes, sin aparato crítico, así nomás por hablar y por denostar y ofender. Esto no se debe decir ni en una plática de cafetería y es intolerable en una universidad pagada por los ciudadanos.

Negar el Holocausto es cruel, criminal e irresponsable; ofende a la memoria, no de los judíos sino de todos que, como seres humanos, hemos sido testigos de la brutalidad a la que podemos llegar los hombres si no ponemos límites a nuestros fanatismos, a nuestros gobiernos y a nuestros temores. Cualquiera puede oponerse a la política del gobierno israelí, son muchos los judíos en el mundo que lo hacen, dentro de israelí el gobierno —como en toda democracia— tiene opositores férreos, pero reducir la causa de Palestina a un tema de antisemitismo, racismo y odio, eso es hacer un flaco favor a un pueblo en pleno desarrollo de su identidad y de su presencia en el mundo.

Tal vez, como siempre, no pase nada, que no actúen las autoridades de la UACM, ni el Conapred; por eso es importante denunciar y decir que no es permisible, ni sano ni siquiera humano, que este falseamiento de la verdad pase inadvertido. Nuestra obligación humana es repensar el Holocausto para que no vuelva a suceder, ni a judíos ni a armenios, ni a latinoamericanos o africanos; esperemos que los mexicanos, de toda clase o condición, nunca tengamos que atravesar por algo similar, ni como perpetradores ni como víctimas. Esperemos que frente a la irresponsabilidad se alce la verdad y la evidencia. Que nunca más nadie tenga que sufrir a manos de otro un genocidio.

                *Profesor de la Facultad de Derecho,      UNAM




UN CUENTO DE ROGER ZELAZNY, "DIVINA LOCURA" RECOMENDADO Y PUBLICADO POR ALBERTO CHIMAL EN SU BLOG "LAS HISTORIAS"


Roger Zelazny en LAS HISTORIAS , Blog de ALBERTO CHIMAL






DIVINA LOCURA

Roger Zelazny

—…yo que lo es Esto, ¿embelesados oyentes como plantarse hace las y errantes estrellas las a conjura pena de frase Cuya?…
      Sopló humo por dentro de su cigarrillo y éste se hizo más grande.
      Miró al reloj y se dio cuenta que las manecillas andaban hacia atrás.
      El reloj le dijo que eran las 10:33 yendo hacia las 10:32 de la noche.
      Luego le sobrevino aquella especie de desesperación, porque sabía que no podía hacer nada para evitarlo. Estaba atrapado, moviéndose a la inversa por toda la secuencia de acciones pasadas. De algún modo se había pasado por alto el aviso. Normalmente existía un efecto de prisma, un fogonazo de estática rosada, una especie de sopor, luego un momento de percepción elevada… Pasó las páginas de izquierda a derecha, los ojos siguiendo las líneas escritas de final a principio.
      ¿Énfasis tal comporta pesar cuyo él es Qué?
      Impotente, allí detrás de sus ojos, contempló cómo se comportaba su cuerpo. El cigarrillo había alcanzado toda su longitud. Hizo un chasquido con el encendedor, que absorbió la punta encendida, y luego sacudió el cigarrillo apagado y lo devolvió al paquete. Bostezó a la inversa: primero una exhalación, luego una inhalación. No era real… le había dicho el doctor. Era pena y epilepsia conjugándose para formar un síndrome nada común. Ya había sufrido otros ataques semejantes. El Dilantin no le causaba el menor efecto. Se trataba de una alucinación locomotriz postraumática provocada por la ansiedad, precipitada por el ataque. Pero él no creía en eso, no podía creerlo… no después que hubo retirado el libro del atril de lectura, se puso en pie, caminó hacia atrás por la habitación hacia el armario, colgó su bata, volvió a vestirse con la camisa y pantalón que usara durante todo el día, retrocedió hasta el bar y regurgitó un martini, trago fresco tras trago fresco, hasta que la copa se llenó por completo y no se derramó ni una gota. Notó un fuerte sabor a aceituna y luego todo volvió a sufrir un cambio. La manecilla grande marchaba por la esfera de su reloj de pulsera siguiendo la dirección adecuada. Se sintió libre para moverse a su voluntad.
      Eran las 10:07.
      Volvió a beber su martini.
      Ahora, si era consecuente con el sistema, se pondría la bata y trataría de leer. Pero en vez de eso se sirvió otra copa. La secuencia no se repetiría. Ahora las cosas no sucederían como creyó que habían ocurrido y desocurrido. Ahora todo era diferente. Y así se venía a demostrar que había sido una alucinación. Incluso la noción que había invertido veintiséis minutos en cada sentido constituía un intento de racionalización. Nada había pasado. No debiera beber, decidió. Puede provocarme un ataque. Soltó una carcajada. Todo el asunto, sin embargo, era una locura. Al recordarlo, bebió.
      Por la mañana, como siempre, omitió el desayuno, advirtió que pronto dejaría de ser «por la mañana», tomó un par de aspirinas, una ducha templada, una taza de café y dio un paseo.
      El parque, la fuente, las niñas con sus pequeños barcos, la hierba, el estanque… cosas que odiaba; y la mañana, el sol, y los fosos azules alrededor de las impresionantes nubes.
      Odiando, permaneció allí sentado. Odiando y recordando.
      Sí, estaba al borde del desmoronamiento; entonces lo que más deseaba era lanzarse de cabeza, no seguir correteando medio adentro, medio afuera.
      Recordó el porqué.
      Pero la mañana era tan clara, tan clara, y todo tan vivaz y marcado, ardiendo con los verdes fuegos de la primavera, allí en el signo de Aries, abril…
      Contempló cómo los vientos amontonaban los restos del invierno contra la lejana cerca gris y les vio impulsar los pequeños barcos del estanque para acabar dejándolos descansar en el lodo poco profundo donde aguardaban los niños.
      La fuente tendía su sombrilla de frescura por encima de los delfines de cobre verdoso. El sol inflamaba todo cuanto quedaba al alcance de su vista. El viento agitaba una infinidad de cosas.
      En enjambre, sobre el cemento, unos pequeños pájaros picoteaban los restos de una barra de caramelo envuelta en papel rojo.
      Los volantines sacudían sus colas, caían, remontaban el vuelo otra vez, mientras los niños tiraban de las invisibles cuerdas.
      Odiaba los volantines, a los niños, a los pájaros.
      Sin embargo, se odiaba aún más a sí mismo.
      ¿Cómo rectifica un hombre lo que ha sucedido? No puede. No hay un sistema posible bajo el sol. Puede sufrir, recordar, arrepentirse, maldecir u olvidar. Nada más. Lo pasado, en este sentido, es inevitable.
      Pasó una mujer. No alzó la vista a tiempo para verle la cara, pero el rubio oscuro y otoñal del cabello, cayéndole hasta el cuello, la línea suave y firme de las medias de malla, surgiendo por debajo del dobladillo de su abrigo negro y por encima del adecuado repiqueteo de sus tacones, le dejó sin aliento y le hizo clavar los ojos en su cimbreante caminar, en su postura y… en algo más, como si pusiera una especie de rima visual a sus pensamientos.
      Medio se levantó del banco cuando la estática rosada le golpeó las pupilas y la fuente se convirtió en un volcán que escupía arcos iris.
      El mundo se quedó congelado y pareció como si se lo sirvieran en una copa de helado.
      …La mujer volvió a pasar ante él y bajó la vista demasiado pronto para verle la cara.
      Comprendió que el infierno comenzaba otra vez cuando los pájaros cruzaron el cielo volando hacia atrás.
      Se entregó a la merced del fenómeno. Dejó que aquello le dominara hasta que se rompiera, hasta que lo empleara todo y no quedara ningún resto.
      Aguardó allí, en el banco, contemplando como «desnacían» las salpicaduras a medida que la fuente sorbía dentro de sí sus chorros de agua, haciéndoles describir un gran arco por encima de los inmóviles delfines, y cómo los pequeños barcos navegaban hacia atrás cruzando nuevamente el estanque y cómo la cerca se desvestía en trocitos de papel, y los pájaros devolvían la barra de caramelo a su envoltura roja, pedacito a pedacito.
      Sólo sus pensamientos permanecían inviolados; su cuerpo, en cambio, pertenecía a la ola que se retiraba.
      Al rato se levantó y caminó hacia atrás hasta salir del parque.
      En la calle un muchacho se le cruzó caminando de espaldas, «desilbando» retazos de una melodía popular.
      Subió la escalera, también de espaldas, hasta llegar a su apartamento, empeorando su dolor de cabeza a cada instante, «desbebió» su café, se «desduchó», devolvió las aspirinas y se metió en la cama sintiéndose terriblemente mal.
      Dejemos que así sea, decidió.
      Una pesadilla apenas recordada pasó en secuencia inversa por su mente, proporcionándole un inmerecido final feliz.
      Era de noche cuando despertó.
      Estaba muy borracho.
      Retrocedió hasta el bar y comenzó a escupir sus bebidas, una a una en la misma copa que había utilizado la noche anterior y volvió a meter el líquido en sus respectivas botellas. No tuvo dificultad alguna en separar la ginebra del vermouth. Los mismos licores saltaron por el aire mientras mantenía las botellas descorchadas por encima del mostrador.
      Y a medida que ocurría todo esto se iba sintiendo menos borracho.
      Luego se plantó ante su primer martini y eran las 10:07 de la noche. Allí, inmerso en la alucinación, meditaba en otra alucinación. ¿Rizaría el rizo del tiempo, adelante y atrás otra vez, a lo largo de todo su ataque anterior?
      No.
      Era como si eso no hubiese ocurrido, como si nunca hubiera sido.
      Continuó el retroceso de toda la velada, deshaciendo cosas.
      Descolgó el teléfono, dijo «adiós», desdijo que no iría a trabajar mañana, escuchó un momento, recolgó el teléfono y lo miró mientras sonaba.
      El sol salió por el poniente y la gente conducía sus coches en marcha atrás hacia su trabajo.
      Leyó el boletín meteorológico y los titulares, dobló el periódico de la tarde y lo colocó en el suelo del pasillo.
      Era el ataque más largo que jamás había tenido, pero no le importaba en realidad. Se sentó cómodamente y presenció como el día se devanaba a sí mismo hasta desembocar en la mañana.
      Le volvió la jaqueca a medida que el día se hacía más pequeño y el dolor era terrible cuando volvió a acostarse.
      Al despertar en la noche anterior, la borrachera que tenía era impresionante. Rellenó dos de las botellas, las tapó, les puso precinto. Sabía que las llevaría pronto al establecimiento donde las había comprado y se reembolsaría el dinero pagado.
      Mientras permanecía sentado aquel día, su boca «desmaldecía» y «desbebía» y sus ojos «desleían», sabiendo que los coches nuevos estaban siendo reembarcados con destino a Detroit y desmontados, que los cadáveres despertaban de sus camas mortales y que todos en el mundo obraban hacia atrás sin saberlo.
      Quiso soltar una risa, pero no pudo dar la orden a su boca.
      «Desfumó» dos paquetes y medio de cigarrillos.
      Luego le sobrevino otra jaqueca y se fue a la cama. Más tarde, el sol se puso por el oriente.
      El alado carro del tiempo desfiló raudo ante él mientras abría la puerta y decía «adiós» a los que le habían dado el pésame y estos le recomendaban que se resignara, que no pensara demasiado en la pérdida.
      Y lloró sin lágrimas al darse cuenta de lo que iba a suceder.
      Pese a su locura, sufría.
      …Sufría, mientras las horas circulaban hacia atrás.
      …Inexorablemente hacia atrás.
      …Inexorablemente, hasta que supo que tenía el tiempo al alcance de la mano.
      Rechinó los dientes mentalmente.
      Grande era su pena, su odio, su amor.
      Llevaba su traje negro y «desbebía» copa tras copa, mientras en alguna parte los hombres recobraban las partículas de arcilla, formando montones en sus palas para «desexcavar» la tumba.
      Hizo retroceder su coche hasta la funeraria. lo estacionó, subió en la limosina.
      Todos regresaron caminando de espaldas hasta el cementerio.
      Se plantó entre sus amigos y escuchó al sacerdote.
      —polvo al polvo; cenizas a las Cenizas —dijo el hombre, cosa que suena igual tanto si se dice al derecho como al revés.
      El ataúd fue devuelto al coche fúnebre y éste regresó a la funeraria, donde el féretro quedó reinstalado en la capilla ardiente.
      Permaneció sentado durante todo el servicio de difuntos y volvió a casa y se «desafeitó» y se «descepilló» los dientes y se fue a la cama.
      Despertó y volvió a vestirse de negro y regresó a la funeraria.
      Las flores habían vuelto todas a su lugar.
      Los amigos, con rostro solemne, «desfirmaron» los pliegos de firmas de condolencia y le «desestrecharon» la mano. Luego entraron para sentarse un momento y mirar el ataúd cerrado. Después se fueron, hasta que se quedó solo con el maestro de ceremonias de la funeraria.
      Luego estaba más solo todavía.
      Las lágrimas le subían por las mejillas.
      Su traje y su camisa volvían a estar planchados y crujientes.
      Retrocedió hasta su casa, se desnudó, se despeinó. Luego el día se desplomó alrededor de él hasta dar con la mañana y regresó a la cama a «desdormir» otra noche.
      La tarde anterior, cuando despertó, se dio cuenta de hacia dónde se encaminaba. Ejercitó toda su fuerza de voluntad en un intento de interrumpir la secuencia de acontecimientos.
      Fracasó.
      Deseaba morir. Si se hubiera suicidado aquel día no estaría ahora retrocediendo hacia aquello.
      Había lágrimas en su mente al percibir el pasado que yacía a menos de veinticuatro horas ante él.
      El pasado lo estuvo acechando durante todo el día mientras «descompraba» el féretro, el nicho y los accesorios.
      Luego se encaminó a casa y a la mayor resaca de todas las conocidas y durmió hasta que se despertó y «desbebió» vaso tras vaso y luego regresó al depósito de cadáveres y retrocedió en el tiempo hasta colgar el teléfono en aquella llamada, aquella llamada que había venido a romper…
      …El silencio de su cólera con su sonido.
      Ella estaba muerta.
      Ella yacía en alguna parte, entre los fragmentos de su coche, accidentado en plena autopista 90.
      Mientras paseaba, «desfumando», sabía que ella estaba desangrándose.
      …Luego muriendo, después de estrellarse cuando viajaba a 130 kilómetros por hora.
      …¿Vivía entonces?
      ¿Se rehizo luego, junto con el coche, y recuperó la vida, se levantó? ¿Estaba ahora volviendo a casa a una tremenda velocidad y en marcha atrás para dar un portazo y abrir la puerta antes de su discusión final? ¿Para «desgritarle» a él y verse «desgritada»?
      Lanzó un alarido mental. Se retorció las manos imaginativamente.
      No podía detenerse en este punto. No. Ahora no.
      Toda su pena y todo su amor y el odio por sí mismo le habían hecho retroceder hasta tan lejos, hasta casi el momento…
      No podía terminar ahora.
      Al cabo de un rato ingresó en la sala de estar, las piernas marcando los pasos, los labios maldiciendo, él mismo esperando.
      La puerta se abrió de «un portazo».
      Ella le miraba con fijeza, el maquillaje estropeado, las lágrimas en las mejillas.
      —!infierno al vete Entonces¡ —dijo él.
      —!marcho Me¡ —anunció ella.
      Ella, retrocediendo, cerró la puerta.
      Colgó su abrigo con prisa en el ropero del recibidor.
      —…mí de eso opinas Si —dijo él, encogiéndose de hombros.
      —!ti por preocupas te sólo Tú¡ —gritó ella.
      —!criatura una como comportas Te¡ —saltó él.
      —!sientes lo que decir podrías menos Al¡
      Los ojos de ella llamearon como esmeraldas en medio de la estática rosada y volvió a estar adorablemente viva. Mentalmente, él estaba bailando.
      Se produjo un cambio.
      —¡Al menos podrías decir lo que sientes!
      —Lo siento —dijo él, tomándole la mano con fuerza para que no pudiese soltarse—. Nunca podrás imaginarte cuánto lo siento.
      —Ven aquí —dijo después.
      Y ella obedeció.