Y después de la presentación...!
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ
'El Cartujo'
LA
LETRA DESOBEDIENTE por Braulio Peralta
2013-03-04 •
Lo presento
como currículum por si alguno de sus “cinco lectores” no lo conoce:
José Luis
Martínez S., defeño de corazón, tiene en el ambiente cultural al menos 35 años.
Ha pasado por las redacciones más diversas del periodismo mexicano, desde las
revistas eróticas Su otro yo y Diva, o el diario Esto, de deportes, donde
escribía de cine y música en la sección de espectáculos, hasta las páginas de
La Jornada Semanal —bajo el mando de Fernando Benítez—, El Nacional, La Crónica
de Hoy, la agencia Notimex y la revista Etcétera.
Hoy su casa
es el medio del que es fundador: MILENIO Diario, del que ha sido editor de la
sección “tendencias” y actualmente es director del suplemento cultural
Laberinto; es también coordinador editorial del Dominical, donde escribe la
columna “El Santo Oficio”, que ha publicado desde 1986 en los medios
mencionados.
Justo acaba
de publicar un libro bajo el nombre de El Santo Oficio. Periodismo, literatura
y cultura popular, en la colección de periodismo cultural, editado por
Conaculta. Escribo en la contraportada:
“Pocas
columnas hay en el periodismo cultural mexicano tan entrañables como la de José
Luis Martínez S. El autor ha hecho de ella su casa escritural a través de su
álter ego o desdoblamiento intrépido, pero también subversivo: El Cartujo, que
no debiendo hablar, habla, o mejor: escribe. Creación literaria al fin, El
Cartujo es un personaje visitador de nuestro variopinto ámbito cultural.
“El libro
reúne parte del material publicado en todos estos años. Tratándose de textos breves,
no demeritan su cortedad la sobriedad y la eficacia de síntesis del escritor.
El estilo chispeante con el que construye retratos memoriosos y trasmite hechos
de lo que, queriéndose fugar, avizora ya una meta hacia lo mítico de nuestra
cultura”.
Fuimos el
sábado a la presentación en la Feria del libro en el Palacio de Minería,
saludamos a escritores, periodistas, profesionales de muchos años y lectores
jóvenes que demostraban que El Cartujo tiene más de cinco lectores. En un medio
poco propenso al triunfo de los otros, el evento demostraba el cariño de los
compañeros al autor de El Santo Oficio.
Pero no
habla mi afecto por José Luis Martínez S., ni la barbería clásica del
arrastrado. Es el gusto de haber sido editor de un libro suyo, igualmente
indispensable: La vieja guardia. Protagonistas del periodismo mexicano.
Enhorabuena.
I. El Santo Oficio
Por Emiliano Balerini Casal para MILENIO.
El Cartujo, ese monje que cada semana retrata
los hechos periodísticos, culturales y nocturnos más importantes de la Ciudad
de México y el mundo, apareció ayer en la Feria Internacional del Libro (FIL)
del Palacio de Minería durante la presentación de su libro El Santo Oficio.
Periodismo, literatura y cultura popular.
El célebre
personaje —creado por José Luis Martínez S., director del suplemento Laberinto—
surgió en 1986, en la columna periodística “El Santo Oficio”, publicada
originalmente en Ovaciones y después en Diva, El Nacional y MILENIO.
Flanqueado
por Julio Castillo, Fernando Solana Olivares y Héctor de Mauleón, el autor se
mostró feliz de ver entre el público a personas con las que ha compartido
diversas experiencias: José de la Colina, Braulio Peralta, Mónica Lavín, Javier
García Galeano, Sandra Lorenzano y Adriana Malvido, entre otros.
“Siento un
profundo aprecio por quienes me acompañan en esta mesa: Julio, Héctor y
Fernando, y desde luego por ustedes, que al estar aquí confirman ese privilegio
que es la amistad. En estos tiempos la amistad es un milagro, y qué bueno que
ese milagro pueda multiplicarse”, dijo emocionado.
Héctor de
Mauleón, subdirector de Nexos, explicó que conoció a Martínez S. hace 16 años
en la redacción de un diario y, aunque seguía su columna, creyendo que su
nombre respondía al Tribunal de la Santa Inquisición, no imaginó que en
realidad su autor hablaba del santo oficio llamado periodismo.
“Al recorrer
las páginas de este libro lo que uno encuentra es lo que un periodista, a lo
largo de más de 30 años de ejercicio profesional en revistas y periódicos, vio
y anotó. Por aquí desfilan los personajes notables del periodismo, como Renato
Leduc, y los reporteros de la vieja guardia; al mismo tiempo se retratan los
acontecimientos culturales, de relevancia de estos años: las grandes muertes,
los aniversarios, las apariciones de libros, los sucesos notables que han
acompañado la cultura”, dijo De Mauleón.
El cronista
agregó que Martínez S. retomó una tradición periodística que Salvador Novo
recreó en los años treinta, en la que el autor de una columna se escudaba en el
anonimato para poder arremeter contra las cosas que eran necesarias; sin
embargo, por una decisión de ética periodística la empezó a firmar.
El
colaborador de MILENIO, Fernando Solana Olivares, mencionó que el director de
Laberinto ha hecho en su columna el registro de una época trascurrida y también
la memoria nostálgica de un oficio y sus oficiantes, ahora en irreparable
transformación tecnológica y acaso conceptual.
“Pensar,
diría la tradición pietista, es invariablemente agradecer. Escribir como lo
hace José Luis Martínez S. también, pues la memoria significa aquella función
de la conciencia que se sabe integrante de lo humano: el ser, afirmaba el
filósofo griego, está cifrado en lo que conoce, y mientras más conoce más logra
ser. Con dicho talante, ejercicios mayúsculos de la pertenencia, este libro se
divide en tres apartados: periodismo, libros y autores y cultura popular,
entendidos como manifestaciones diferenciadas e indelebles de una sola
realidad”, dijo.
Solana
añadió que Martínez S. consigna un fenómeno determinante, pero hasta ahora
desatendido, como un indicador de la barbarización mexicana: la desaparición de
las secciones y de muchos suplementos culturales en los diarios nacionales: “El
homo videns va hegemonizando el medio por excelencia que hasta hace menos de
una década fue del ahora acosado homo sapiens, del lector cada vez más
combativo”.
José Luis Martínez durante su intervención en la FIL MINERÍA
II. LA HORA DEL LOBO. Federico Campbell
LA PERSONA Y EL PERSONAJE
HAZ CLIC EN ESTE LINK TEMPORAL: http://www.elvigia.net/sites/default/files/evpa0303.pdf
III. A SALTO DE LÍNEA por Braulio Peralta
Dos
amigos…enemigos
Braulio Peralta para Laberinto
Cuando
ingresé oficialmente al mundo editorial en Plaza y Janés, un periodista, Víctor
Roura, se asombraba de que “los españoles” hubieran contratado a “un ignorante”
como yo. El artículo, publicado en El Financiero , lo pegué en la entrada de mi
oficina de avenida Coyoacán: que los autores supieran a qué atenerse con
semejante bestia. Fue la última vez que leí los insultos del periodista que
cumple 25 años dirigiendo la sección cultural del diario mencionado.
Roura y un
servidor nos conocimos en el UnoMásUno. Con dos maneras de pensar absolutamente
divergentes, no parecería que pudiéramos ser amigos. Pero lo fuimos. Del
UnoMásUno a La Jornada, de la que fuimos fundadores y accionistas, en los 80.
Él, más cerca de Miguel Ángel Granados Chapa y yo, de Carlos Payán Velver (hoy
sabemos que esos grupos se dispersaron, y quedó uno solo, al mando de Carmen
Lira). Conversábamos de música —su delirio—, y el teatro —mi pasión—.
No dejábamos
títere con cabeza del mundo cultural: las mafias, el amiguismo, la corrupción,
las becas, las dificultades de ser editor de cultura en los diarios. En el
UnoMásUno él ya era jefe de información de la sección cultural con Humberto
Musacchio de responsable. Para cuando llegamos a La Jornada, lo natural era la
sección cultural para Roura. Entonces él —nadie más—, me adjudicó el puesto de
jefe de información. Ahí empezó nuestro alejamiento. Y su encono.
Mi amigo hoy
enemigo perdió la sección cultural porque dejaba de publicar muchas noticias
del ámbito cultural. La Jornada quería exclusivas pero también la cobertura de
eventos fundamentales, como el Premio de los libreros de Frankfurt al poeta
Octavio Paz, que no cubrimos oportunamente, por ejemplo. Quejas desde la
dirección general. Roura, indignado, presentó su renuncia. Se la aceptaron. Me
ofrecieron el mando. Lo acepté. Ese fue mi delito. De ahí su rencor. No me meto
en intimidades porque está fuera de lo estrictamente informativo, pero diré
hasta qué punto fuimos amigos: con su mujer vivió en mi departamento de Cuba
12, poco menos de un año. Así de cuates fuimos.
No pienso
volver a escribir del tema. Hoy sé que hay un libro de más de 400 páginas donde
me infama y dice cosas que muy difícilmente pueden comprobarse. Lo escribo
ahora porque me cansé estos años de guardar silencio en respeto a nuestra
amistad. Un hombre con problemas para discernir entre la verdad y su verdad, de
la que nadie somos dueños. Aprecio nuestras conversaciones/confrontaciones, sí,
pero no sus arrebatos donde el enemigo acecha a cada paso y todos son
responsables, menos él. Creo que la amistad nunca termina a pesar de los
finales donde aparece la enemistad. Por eso guardé silencio estos años. Este es
mi punto final.
Coda
Por cierto,
al lujoso y costoso libro de Humberto Musacchio, México: 200 años de periodismo
cultural, le faltó un prólogo más extenso para tantos años de diferencias
culturales. Cubrir 200 años en 15 páginas es difícil. Eso sí: el libro está
bien bonito.
juanamoza@gmail.com
IV. El Santo Oficio por José Luis Martínez
Elba en su jaula
POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.
El cartujo
cometió la imprudencia de ver a Elba Esther Gordillo sin maquillaje, desde
entonces lo atormentan las pesadillas y no puede cerrar los ojos sin
recordarla, ojerosa rendida, detrás de las rejas de los juzgados del Reclusorio
Preventivo Oriente.
Nunca pensó
mirarla así, aunque, Dios lo perdone, lo deseó con el alma. Sin embargo,
blandengue como es, lo conmueve hasta las lágrimas su recién estrenada
fragilidad, su larga lista de supuestas enfermedades, su provecta edad. Es una
anciana cuya legendaria ferocidad se esfumó tan rápido como la flama de un
cerillo en una tarde de viento. Un día en la cárcel —el primero de muchos—
bastó para amansarla, cuando menos en apariencia, para volver inofensivos sus
afilados colmillos.
Cuando en la
televisión apareció con su uniforme de reclusa, despintada y con la voz apenas
audible, el monje murmuró aquella vieja canción de Cuco Sánchez: “A dónde está
el orgullo/ a dónde está el coraje…”. No encontró en ella a ninguna guerrera,
nada en su actitud revelaba el espíritu combativo, beligerante, ante el cual
sucumbieron, por conveniencia y quizá también por miedo, los gobiernos
panistas.
En el
periódico La Razón, Carlos Jiménez narra el momento cuando, en el penal de
Santa Martha Acatitla, La Maestra se desprendió de su bolso Louis Vuitton, tan
popular entre las profesoras de educación primaria en el país, y de su ropa de
diseñador.
Era la
medianoche del martes, sentada en una banca lloraba y repetía: “Me la hicieron
a la mala, fue a la mala”. Dos celadoras le pedían quitarse su lujosa
vestimenta y ponerse el uniforme reglamentario, ella no quería. Pensaba, tal
vez, en su piel escamosa pero delicada, acostumbrada solo a lo mejor, a las
telas más finas, a los más caros afeites; miraba el atuendo carcelario,
descolorido, áspero, usado, y sus gimoteos se hacían más grandes.
¿A quién con
un poco de sensibilidad no se le derrite el corazón ante una escena como ésta?
Con un soplo se derrumbó su castillo de naipes edificado con sangre, sudor y
lágrimas de los maestros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación, con un golpe la dejaron tambaleante, al borde del nocaut. Faltaría
rematarla, aunque al parecer ya no será necesario cuando es la viva imagen de
la desgracia.
Esa noche
—dice Carlos Jiménez—, La Maestra fue fichada, le tomaron las huellas
digitales, le pidieron sus generales y la fotografiaron con su número de presa.
Esa noche se acabó su buena suerte.
Nadie,
excepto sus incondicionales y un fraile sentimental, llora por ella. Le
quitaron, literalmente, las garras y ahora es una más en la siempre incompleta
lista de políticos corruptos defenestrados en este país. Ojalá aproveche el
tiempo, y si durante su encierro el ingeniero Jorge Díaz Serrano lo utilizó
para darles lecciones de inglés y tenis a sus compañeros, ella bien podría
aprender a leer y escribir. Nunca es tarde para hacerlo.
Queridos
cinco lectores, con aullidos a la luna llena, El Santo Oficio los colma de
bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
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