'Trato
de conservar cierta inmadurez'
Con un pie en El
Colegio Nacional, Juan Villoro habla de prosa, poesía, tradición y caos
Jorge Ricardo entrevista a JUAN
VILLORO
Ciudad de México (23
febrero 2014).- Juan Villoro sacude con
impaciencia una de sus piernas. Se acaricia la barba. Parece que busca algo.
–Perdí mi llavero de la suerte –dice.
Su primer juguete fue un llavero con el escudo del
Barcelona. Se lo regaló Luis Villoro, su padre. El objeto le produjo una
afición por el futbol y una manía por frotar las llaves para concentrarse
mientras escribe y cuando está ansioso. En una ocasión, el llavero se le cayó
de las manos. Lo recogió su hija de 11 años y le dijo: "¡he heredado el
negocio de la familia!".
–Últimamente he perdido muchos llaveros, espero que no sea
un indicio de Alzheimer.
Es una broma: Juan Villoro es memorioso. Para escribir sus
crónicas recurre sólo a la memoria: lo importante de un suceso es lo que se
queda.
El lugar es solitario, silencioso. Es el jardín hasta el
fondo de su casa en Coyoacán. Hay árboles tan altos que no se les ve la punta
y, más tarde, cuando anochezca, hará un poco de frío. La voz de Juan Villoro
rebota contra los cristales de la terraza, se pierde en el jardín. Habla de su
próximo ingreso a El Colegio Nacional.
–A los veinte años me hubiera parecido imposible y
amenazante. Sólo pensaba en desmarcarme de los mayores. Mi padre había escrito
La significación del silencio y yo
escribía crítica de rock, lo contrario al silencio. Por suerte, la edad te da
oportunidad de pacificar ciertos excesos juveniles.
Ahora tiene 57 años y el 25 de febrero, cuando ingrese a El
Colegio Nacional, le pasará eso que a los 20 no imaginaba o imaginaba con
miedo: estar en un mismo grupo académico junto a su padre, el filósofo Luis
Villoro.
Su padre nació en Barcelona en 1922, llegó a México en su
adolescencia después de crecer en Bélgica, donde aprendió latín, inglés y
oratoria. En 1978 ingresó a El Colegio en la cúspide de su carrera académica,
que incluía estudios en La Sorbona y un doctorado en la UNAM en Filosofía.
En 1948, Luis Villoro fundó el Grupo Hiperión, el colectivo
más importante de filosofía que ha dado México, y algo muy lejano a Fusifingus
Pop, un grupo de rock que a los 11 años fundó Juan Villoro y en el que tocaba
la melódica, el pandero y era vocalista. El grupo rendía tributo a su principal
influencia intelectual de entonces: La Pequeña Lulú , donde había una flor mágica, Fusifingus,
psicodélica.
–Mi papá se preocupaba mucho por mí. Decía: "¿de qué
vas a vivir?", él pensaba que la única posibilidad de ingreso seguro era
que hiciera un doctorado, y yo con una dosis de rebeldía bastante absurda dije
que no iba a tener una formación universitaria sólida.
Si bien a El Colegio han pertenecido un matrimonio (el
médico Ramón de la Fuente y la historiadora Beatriz de la Fuente) y un par de
hermanos (José y Julián Ádem Chahín, matemático y geofísico), nunca habían
estado al mismo tiempo un padre y un hijo, mucho menos un hijo que había
renunciado a la academia luego de su egreso de Sociología en la UAM Iztapalapa.
Su ingreso será el número 94 en la historia. Se integrará al grupo de
intelectuales y artistas con la insistencia de quienes lo ven como el
intelectual de izquierda sucesor de Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes y José Emilio
Pacheco, por más que él no vea la comparación con buenos ojos.
–Lo decisivo para cada uno de nosotros es tratar de ser
diferentes. Yo no quisiera ser, como en una línea de semáforos, el cronista
número cuatro o el cronista número cinco de tal tema, sino simple y
sencillamente el que puedo ser yo. Ya hay demasiadas cosas interesantes en la
cultura como para tratar de imitarlas –argumenta.
–¿Su ingreso es la prueba de que se puede llegar a la
academia por otros medios?
–La pregunta toca el alma del colegio, que surgió para que
gente que no siempre da clases, o que lo hace en un circuito restringido, se
acerque a otras personas. Sí, el colegio reconoce el trabajo artístico como una
forma esencial del conocimiento y la pedagogía, algo que no siempre ocurre en
las universidades.
–¿En qué se parecen su papá y usted?
–La principal similitud es que nos irritamos mucho por cosas
que no valen la pena, contratiempos caseros y asuntos de ese tipo, y en cambio
nos apasionamos con problemas de muy difícil solución. Supongo que también
heredé algunos aspectos de su manera de hablar, lo cual es un poco enigmático
porque él aprendió retórica y oratoria con los jesuitas y no sé si las
enseñanzas de la Compañía de Jesús pasen por vía genética.
* * *
Es una tarde de jueves de febrero. Hace un momento, Juan
Villoro levantaba la mano como si despidiera a un barco que se aleja. Pero no
era una despedida:
"Es aquí", dijo, sonriendo. Y luego condujo hasta
el fondo de su casa. Ahí, en una terraza, en una mesa circular, comenzó la
entrevista.
–¿Ya escribió su discurso de ingreso?
–Sí, será sobre la repercusión que Ramón López Velarde ha
tenido en la narrativa. Es un tema que a mí me interesa mucho por razones
personales. Mi novela El testigo tiene que ver con la figura de López Velarde y
está muy cercana a eso, pero también es por la convicción que tengo desde que
empecé a escribir de que la narrativa no está nada lejos de la poesía. Y al
mismo tiempo pienso que la narrativa es una forma de la poesía. Creo que buena
parte de la mejor poesía del siglo 20 está en la prosa, en autores como Marcel
Proust, William Faulkner, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges y
muchos otros. Lo que trato de analizar es la repercusión de Ramón López Velarde
en la prosa y las posibilidades de establecer vasos comunicantes entre autores
de prosa y él. Hablar de López Velarde es casi hablar de nuestra tradición.
Hugo Gutiérrez Vega lo llama "El padre Soltero de la poesía
mexicana". No se casó nunca, pero dio lugar a toda la poesía moderna de
México y es un poeta muy vinculado con la idea de nación que tenemos, una idea
contradictoria, quebrada. Él mismo hablaba de sus funestas dualidades: era un
poeta católico y al mismo tiempo transgresor, entonces estas dualidades creo
que expresan mucho de lo que somos los mexicanos.
–¿Sigue creyendo que usted está negado para la poesía?
– Absolutamente. No tengo ninguna capacidad para ejercerla,
pero la prosa se alimenta de la poesía.
–¿Y los aforismos que escribe, no tendrán relación con la
poesía?
–López Velarde es un poeta epigramático. Decía Juan José Arreola
que algunos de sus versos son como urgentes telegramas nacionales, y yo creo
que algunos poetas concentran en un verso todo lo que quieren decir. A mí el
efecto del aforismo me resulta muy fecundo. Me gusta utilizar efectos
epigramáticos y aforísticos como síntesis de secuencias literarias. No lo hago
de manera calculada, es una manera natural que tengo de ejercer la literatura.
–¿Cómo resumiría en un epigrama lo que ha sido su vida hasta
ahora?
–Durante mucho tiempo aspiré a que, de tanto trabajar, mi
dispersión pareciera coherente. Ahora el caos ya me parece una forma de la
tradición.
* * *
Juan Villoro es tan alto y barbudo como un basquetbolista
jesuita. La última vez que se cortó la barba fue en 2001, cuando tuvo que
tramitar la visa de residencia en España.
–Todos me regañaron porque me la corté –recuerda.
Su amabilidad, la de un Libra que no recuerda la última vez
que perdió la cabeza, es una especie de cordialidad calculada, producto acaso
de la educación que le designó su padre, estudioso de Heidegger, al inscribirlo
en el Colegio Alemán.
A los 6 años, cuando le preguntaban si ya sabía leer, él
respondía: "sólo en alemán".
Pero Juan Villoro tiene una paciencia de jesuita. Salvo que
poco a poco uno se da cuenta de que, parafraseando su más reciente libro,
Espejo retrovisor , él siempre está
más lejos de lo que aparenta.
–¿Qué tan lejos se encuentra de "Cuatro cervezas sobre
un paño verde, rasgado en el centro..."?
–Huy, de eso hace más de 40 años, es el inicio de Los hijos
de Aída , es el primer cuento que
escribí. Pero lo que me sorprende es que hay cosas que yo no sabía que me
interesaban. Se ubica en una cantina que llevaba por nombre Los hijos de Aída,
por la ópera Aída , es un salón de
billar. Entonces, ahí hay una mezcla de elementos de cultura popular con otro
tipo de cultura, yo no tenía la menor idea de que estaba combinando cierto
registro cultural que tiene que ver con buena parte de las cosas que he escrito.
Ahora su nombre arroja en el catálogo de la Biblioteca
Nacional 86 resultados. Juan Villoro es cuentista en Los culpables ; novelista en El testigo (Premio Herralde, 2004); ensayista en De eso
se trata ; guionista del programa de rock
El lado oscuro de la luna , que
también condujo de 1977 a 1981; dramaturgo en Muerte parcial ; traductor de
Lichtenberg y cronista en Dios es redondo ,
el libro de futbol que lo convirtió en el gurú de un deporte en el que México
casi nunca gana nada. Nada mal para quien jugó como delantero en la categoría
AA de los Pumas. Su primer libro, sin embargo, La noche navegable , se quedó en la banca durante cuatro
años.
* * *
El 24 de octubre de 1980, a las 8:55 horas, un temblor de
6.5 grados sacudió a la Ciudad de México. Ese día el editor de Joaquín Mortiz,
Joaquín Díez Canedo, llamó a Juan Villoro.
"A consecuencia del temblor, salió su libro", le
dijo.
Villoro había esperado desde 1976 a que La noche navegable
fuera publicado. Lo había escrito entre los 17 y los 21 años, impulsado por la
lectura de la novela De perfil , de
José Agustín, que leyó al salir de la Secundaria. Fue ahí cuando se formó su
ideal sobre la novela: la vida puede ser gris, aburrida, sin chiste y la
literatura, como el amor, el sueño o la ilusión, llega a ser una ventanilla de
quejas.
El personaje de la novela, Rodolfo Valembrando, era un
adolescente en tránsito hacia la Preparatoria que vivía en la Colonia Narvarte,
a quien le gustaba el rock y cuyos padres, como los de Villoro, se estaban
divorciando. Así que la vida es narrable, pensó él y reunió en 11 relatos
personajes adolescentes.
–Yo escribía con ese deslumbramiento de que todo es nuevo,
de que todo es joven. Yo veía la realidad como si tuviera la misma edad, y hay
mucho de inocencia y de ingenuidad en todo eso.
–¿Los años sirven para perder la ingenuidad?
–Sirven para perder la ingenuidad, pero no para dejar de
cometer errores. Ésa es una de las grandes paradojas: la experiencia del mundo
te vuelve más sabio, pero no te evita cometer errores. Sin embargo, hay un
elemento de irresponsabilidad en hacer arte, por eso decía Baudelaire que
tenemos de genios lo que conservamos de niños. Ahora trato de conservar cierta
inmadurez, pero ahora lo hago voluntariamente.
Cada cierto tiempo, entre 1976 y 1980, Villoro iba a la
editorial a sustituir su texto por otro nuevo, corregido.
Cuando ya iba a salir, Vicente Leñero publicó Los
periodistas . Joaquín Díez Canedo lo
llevó hasta la bodega y le dijo: "¿ve usted esos rollos de papel? ¡Los
tengo que usar para Los periodistas, no puedo sacar su libro!".
Entonces tembló y, por alguna razón, ese día Díez Canedo le
dio el anuncio.
Animado por el éxito de Los Periodistas , Villoro se atrevió a solicitar
un adelanto. Díez Canedo le dio un billete de la lotería y le dijo: "si
usted busca dinero, con esto tiene más posibilidades de ganar dinero que con lo
que escribe. Se lo voy a dar, si usted lo acepta, no me vuelva a dar lata; si
es millonario, agradézcame siempre".
El billete no salió premiado.
–La única relación importante con el dinero es no tener que
pensar en él –dice Villoro ahora.
El libro tuvo una presentación en Bellas Artes a la que su
autor no llegó. Juan Villoro se quedó atorado en el tráfico. Luego hubo otro
lapso que podría ser visto como otra espera.
–Si piensa que desde su primer libro hasta su primer premio,
el Xavier Villaurrutia 1999, con La casa pierde ,
pasaron casi 20 años, ¿qué conclusión obtiene? –se le provoca.
–Yo escribía libros y publicaba en revistas y en periódicos
y siempre hubo críticas, favorables en su mayoría, que me hacían pensar que
estaba sintonizando con alguien a quien no conocía. La recompensa era limitada,
pero era tener unos cuantos lectores y a veces el gusto de algunos críticos, 20
años fue bastante tiempo y esa fue mi escuela.
En 2000, un día después de anunciado el Premio, Juan Villoro
regresaba de Barcelona: "yo le voy al Necaxa, que tiene pocos aficionados,
después de haberlo visto jugar en estadios semivacíos, sé que la pasión puede
ocurrir con pocos testigos", decía entonces.
"Los premios son como encender una lámpara en una
habitación para que la gente de la calle se asome a ver qué hay adentro y
decida quedarse o no", le dijo a Salvador Orozco González, autor de la
tesis Juan Villoro: el arte de lo cotidiano .
* * *
–¿Qué importancia le otorga a la crítica?
–Creo que cierra el ciclo literario, escribir es someterse a
la crítica. El sólo hecho de publicar resulta una invitación al juicio crítico.
Entonces, yo creo que corresponde a este ejercicio beber el vaso hasta las
heces.
–¿Y cómo anda su balance de amigos y enemigos para un signo
Libra?
–Es muy bueno, pero por supuesto, como diría el general
Torrijos, uno escoge a sus amigos, pero no a sus enemigos.
–Aunque no se le conoce ningún enemigo, ¿quién no puede ser
amigo suyo?, dice Jorge Herralde...
–Pero hay algunos, hay algunos, que no está mal, porque es
sospechoso que una persona tenga unanimidad, sólo debería causar unanimidad un
muerto y sobre todo un muerto de hace mucho tiempo.
* * *
Juan Villoro se considera de izquierda, pero de una
izquierda autocrítica. Lo que equivale a decir que es de izquierda sin partido.
–Hay que luchar por una mayor igualdad en un país
terriblemente desigual como el nuestro, y al mismo tiempo preservar las
libertades individuales y por la democracia. Me parece que esto debería ser
representado por una izquierda crítica y autocrítica, que por desgracia no
existe en ninguna formación política.
Su tendencia le viene desde los 18 años, cuando se afilió al
Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), fundado por Heberto Castillo, una
experiencia que califica como enriquecedora, aunque caótica.
–A Heberto se le había metido a la cabeza la idea de que un
partido que luchaba por la democracia tenía que prefigurarla en su seno en
todos los actos; por tanto, todo se sometía a votación y eso era extenuante.
Las asambleas competían con la eternidad.
–¿Volvería a militar en algún partido?
–Sí, si fuera como el PMT; además, por la convicción que
tengo de que no basta con tener una izquierda ideal. Creo que uno de los
grandes errores de los intelectuales es el postularse a sí mismos como
diseñadores de su ideología de alto nivel. Que están pensando una realidad
ideal que no tiene que ver con formas políticas reales, así que me parece muy
importante apoyar causas concretas, al mismo tiempo, creo que al apoyar causas
uno no debe hipotecar lo que piensa.
–¿En 2010, cuando ganó el Premio Internacional de Periodismo
Rey de España, habló de una alfombra roja, de sangre y plomo, en la que estaba
sumido el país, ¿le sigue pareciendo así?
–Sí, los muertos son los mismos, pero se habla menos de
ellos. Siguen muriendo periodistas, sigue habiendo asesinatos. El tema de
Michoacán ha revelado la falta de soberanía en una zona muy importante del
país. Hay sin duda un estado de emergencia. Creo que con astucia el presidente
Peña Nieto le bajó el volumen a lo que fue la obsesión monotemática del
presidente Calderón, que fue la guerra contra el narcotráfico. Pero la realidad
en sí ha mejorado poco, sigue habiendo violencia y, sobre todo, ahí están las
causas de la violencia: la desigualdad social, la corrupción de todos los
mandos del gobierno, eso es lo que no ha cambiado.
* * *
Si Juan Villoro no hubiera sido escritor hubiera estudiado
medicina. Pero entonces, como Chéjov, también escribiría. De joven, cuando aún
no se decidía, tenía un amigo de nombre Javier Cara. Los dos memorizaban
cuentos de Julio Cortázar y soñaban con ser escritores o médicos. A Villoro le
hubiera gustado ser internista, que es quien hace la primera valoración de la
persona. Pero no parece un médico frustrado. Aunque a veces se paseaba vestido
con una bata en el Hospital de la Asociación para evitar la Ceguera en México.
–Me dio una vanidad especial que me confundieran con doctor
en una ocasión –confiesa.
Lo que sí reconoce es que es un futbolista frustrado. Es
posible que todos los escritores lo sean, excepto Borges. Pero si la carrera
como futbolista de Villoro se acabó en las fuerzas inferiores de los Pumas, se
realizó en la palabra. Basta ver cómo sus libros de crónicas como Dios es
redondo o Los once de la tribu son citados como la Biblia. Es algo parecido
a la novela: el futbol llega a ser tan gris y aburrido, que necesita ser
narrado.
En la casa ha comenzado a sonar el timbre. Ha oscurecido.
Villoro se levanta a abrir, dice que es el cerrajero. Aparece un gato amarillo.
La reescritura del futbol comenzó en Italia 90. José
Carreño, el director del periódico El Nacional ,
lo mandó sin acreditación y sin boletos, a merodear por los estadios.
–Me mandaron a hacer notas de color.
En las crónicas de futbol Villoro mezcla todo. En Silbatazo
final aborda la tristeza que le causan
los tres pitidos finales de un partido: "Jorge Valdano comentó en Apuntes
del balón que el sentido fúnebre del
silbatazo se acentúa para mí que soy mexicano, porque sus notas suenan: PRI,
PRI, PRI".
–¿Es más emocionante ir al Camp Nou que al Vaticano?
–Desde luego, bueno, el Vaticano es interesante, yo soy muy
aficionado no sólo al arte del Vaticano, que es extraordinario, sino a las
intrigas del Vaticano, ahora sigo mucho al Papa Francisco.
–Un argentino...
–Aficionado al San Lorenzo, que es además el principal líder
mundial. Estamos en el crepúsculo de los líderes, ya no hay líderes que valgan
la pena en el mundo y qué gran paradoja que el líder más importante sea el de
una institución medieval como la Iglesia.
Vuelve a tocar alguien a la puerta. Juan Villoro vuelve a
irse. Se disculpa. Regresa.
–¿Para ser escritor es necesario tomarse en serio?
–Ojalá y no, yo creo que el escritor no debe escribir según
su idea de la cultura ni desde su idea de la literatura, sino según sus ganas
que tiene de decir algo y esto requiere de ciertas dosis de irresponsabilidad y
de desaprensión, por supuesto luego viene el tremendo rigor de corrección de sí
mismo y eso es muy importante. Atreverse y corregirse serían los dos
movimientos.
–Como integrante de la generación del 68, ¿le diría a los
jóvenes que lo leen que aún se debe soñar con cambiar al mundo?
–Siempre hay que cambiar el mundo. No podemos sustituirlo
por otro, pero si no tratamos de modificar la parte que nos toca, no tiene
sentido que estemos aquí.
Se ha hecho de noche. Hay ruido de carros afuera; Coyoacán,
que parecía más dormido, se llenó de ruidos. Alguien puede decir que habrá oído
tres silbatazos seguidos.
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