viernes, 12 de noviembre de 2010

JUAN VILLORO: SU COLUMNA EN REFORMA





En peligro
Por Juan Villoro

Hace un año fue asesinada Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en el estado de Veracruz. El crimen permanece impune a pesar de la detención de José Antonio Hernández Silva, a quien se le dictó una sentencia de 38 años de prisión. Todo indica que se trata de un culpable fabricado para resolver el caso. La única prueba en su contra es su propia declaración, recitada en el tono de quien lee un texto que no comprende del todo y posiblemente obtenida bajo tortura. Las huellas encontradas en la casa de Martínez no condujeron a otras pesquisas.

Más allá de la opacidad judicial, llama la atención que no se haya establecido la causa real del crimen. Cuando un periodista muere se busca silenciar su trabajo. Es posible, desde luego, que sea víctima de un delito del orden común, pero eso debe ser probado.

"No hay que cuidarse de los malos sino de los que parecen buenos", afirma el novelista sinaloense Élmer Mendoza. La frase es decisiva para entender la zona de peligro en la que se mueve el periodismo. Los capos del narcotráfico no se desvelan por lo que un reportero publique de ellos. En cambio, eso puede ser dañino para quienes les sirven de enlace y fachada. El éxito del comercio ilícito depende de su apariencia de legalidad. Los periodistas se vuelven especialmente incómodos en la frontera donde se lava el dinero y donde los mandos oficiales encubren el delito. En ese ámbito, pueden mostrar que la normalidad es impostada.

Felipe Calderón lanzó una estrategia marcadamente militar y desatendió otras claves del problema, como la investigación de las finanzas y de las complicidades gubernamentales. Esto aumentó el riesgo que enfrentan los medios. Detener capos y decomisar armas o drogas no brinda mayor seguridad a los periodistas. La amenaza fundamental proviene de quienes desean seguir operando con una conducta que parece legítima. Mientras no se combata el trasvase de lo ilegal en "legal", continuará el problema.

De acuerdo con Reporteros sin Fronteras somos el país más peligroso del continente para ejercer el oficio. Esta condición crítica ha sido ampliamente expuesta y no escapa a las autoridades. En julio de 2012, Laura Angelina Borbolla, titular de la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Libertad de Expresión, dijo que, de diciembre de 2006 a esa fecha, 67 periodistas habían sido asesinados y al menos 14 estaban desaparecidos.

Buena parte de los crímenes se ha concentrado en el estado de Veracruz, donde también se promulgó la llamada Ley Duarte, que castiga hasta con cuatro años de cárcel y multas de 500 a mil días de salario mínimo a quien propague rumores no comprobados sobre hechos violentos. Esta ley contraviene no sólo la libertad de expresión sino el principio de supervivencia. Si hay una balacera, la única protección de la que dispone la población son los datos que circulan en la red.

En su texto "La resistencia cibernética", incluido en el libro Entre las cenizas, Vanessa Job muestra el tejido solidario con el que la comunidad digital se ha organizado para tener información sobre las víctimas o ponerse a salvo de hechos violentos. El escándalo suscitado por la Ley Duarte limitó su aplicación. Sin embargo, este despropósito jurídico que criminaliza a los informadores no se ha derogado.

El compromiso primordial del periodismo es la búsqueda de la verdad. El pasado domingo 28 marchamos en Xalapa para exigir una auténtica investigación del caso de Regina Martínez y defender la libertad de expresión en México y especialmente en Veracruz, donde se encuentra más amenazada.

En los meses que Peña Nieto lleva en el poder, el periodismo no ha dejado de ser un oficio de alto riesgo. Baste mencionar los atentados contra las oficinas del periódico El Siglo en Torreón, El Diario de Juárez, el Canal 44 en Chihuahua y Mural de Guadalajara.

En mi regreso a la Ciudad de México me detuve en Puebla a ver la espléndida exposición de caricaturas y crónicas sobre la intervención francesa curada por Rafael Barajas El Fisgón. La muestra lleva por título una frase de la carta que Victor Hugo escribió a favor de los republicanos de México y contra el imperio francés: ¡Valientes hombres de Puebla, resistan! Los materiales provienen de las colecciones de Carlos Monsiváis y parecen haber sido adquiridos con el guión que cristaliza en la museografía de El Fisgón. El caricaturista más representado es Constantino Escalante, excepcional precursor del cartón político en México, que padeció la cárcel y atestiguó la clausura de La Orquesta, publicación en la que, entre muchos otros, también colaboró Guillermo Prieto, autor de la única frase que ha salvado la vida a un presidente ("los valientes no asesinan") y de estribillos de la resistencia nacional como "somos independientes, viva la libertad".

Mientras los periodistas liberales que lucharon contra la opresión hace 150 años son apropiadamente expuestos en un museo, sus colegas de hoy se exponen a perder la vida.


 
 




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Fecha de publicación: 3 May. 13








La vuelta en U
Por Juan Villoro

En los años difíciles en que sobrevivía escribiendo guiones y bebía demasiadas tazas de café para cumplir su trabajo extra como novelista, García Márquez le prometió a sus hijos que un señor vestido de negro llamaría a la puerta para entregarle un maletín lleno de billetes.

La historia mitigaba la angustia económica de una familia que vivía en el México de los años sesenta, donde los negocios colocaban un letrero de inspiración kafkiana: "Hoy no fío, mañana sí".

Poco después, el escritor colombiano conocería los malentendidos de la celebridad. Aunque nunca olvidó su origen como uno de los 11 hijos del telegrafista de Aracataca, en su calidad de autor famoso frecuentó a mandatarios no siempre presentables. Al verlo en actos de Estado costaba trabajo recordar al autor que deseaba que le cambiaran un filete por un cuento.

Los autores de culto circulan mal pero cuentan con adalides que los defienden. En cambio, los autores muy leídos están tan expuestos que no parece necesario estudiarlos más a fondo.

Juan José Saer, novelista de poética densidad, dio la espalda al éxito; no fue un militante del fracaso, pero descreía de la popularidad. En un apunte de sus Papeles de trabajo hace una lista de "falsos buenos escritores", todos ellos muy leídos: Tabucchi, Saramago, Paul Auster, Nabokov, Graham Greene. En otro pasaje arremete contra el tropicalismo sin sol genuino de García Márquez. Saer entiende la aceptación como un debilitamiento estético, por más que esto a veces sea muy azaroso. Nabokov padeció la marginalidad del exiliado, pero a la postre Lolita le otorgó la improbable condición de best-seller.

Una tensión enfrenta al juicio popular con la mirada experta. Shakespeare y Cervantes contaron con públicos agradecidos, pero no eran los favoritos del parnaso local. Como ha dicho Andrés Trapiello, si el Premio Cervantes hubiera existido en tiempos del Quijote, se lo habrían dado a Lope de Vega. En su día, Shakespeare y Cervantes fueron más disfrutados que analizados y tardaron en ser vistos como clásicos.

Saer desconfiaba del escritor que no desconcierta a su época en la misma medida en que Vázquez Montalbán desconfiaba del escritor que no conecta con ella. En 2001 coincidimos como jurados del Premio Salambó. El autor de Galíndez defendía al excelente Javier Cercas, que ya había recibido dos premios por Soldados de Salamina. Argumenté que una distinción concedida por escritores debía celebrar un libro que no hubiera recibido tanta atención (Vila-Matas, Martínez de Pisón y yo defendíamos El viaje, de Sergio Pitol). No se trataba de decir quién era "mejor", noción absurda en el arte, sino de encender una lámpara para que la gente se asomara a una ventana diferente. Vázquez Montalbán respondió: "Sois como un amigo mío; cuando se publicó Cien años de soledad le encantó; cuando supo que le gustaba a millones de lectores, se arrepintió de que le gustara. No ha habido una gran obra que no haya sido popular". Esta defensa de la sociedad civil como tribunal estético nos llevó a una polémica que se prolongó por horas y que finalmente perdimos.

Los primeros libros de García Márquez fueron los de un autor reacio a la aceptación. A partir de Cien años de soledad, proliferaron las tiendas que querían llamarse Macondo.

Una escena divide esos momentos. García Márquez salió de vacaciones a Acapulco en compañía de su familia. De pronto, a media carretera, encontró el tono de su novela. Dio la vuelta en U más famosa de la historia literaria, decepcionando a los hijos que ya sentían el vaivén de las olas, y se hundió en la narrativa de Cien años de soledad.

García Márquez ha dicho que el tono que descubrió era el de su abuela. La vuelta en U significaba un regreso al origen, a la mujer con la que había crecido y que explicaba lo habitual con claves fabulosas (según ella, cada vez que llegaba el electricista la casa se llenaba de mariposas amarillas). Pero esa vuelta también fue un retorno al periodista que García Márquez había sido en sus tiempos costeños, cuando cubría la vida cotidiana como si fuera una leyenda. A los 21 años había escrito: "Nos dijeron que antes, cuando la madrugada era verdad, se escuchaba en el patio el rumor que dejaba el azúcar cuando subía a las naranjas".

El tono de la abuela ya determinaba las columnas escritas en Cartagena y Barranquilla a fines de los años cuarenta, donde lo cotidiano recibía explicación mítica: "Y ahí estaba la vaca, seria, filosófica, inmóvil, como la simbólica estatua de un ministro plenipotenciario".

Más allá de la reputación de un autor, leer su obra exige dar una vuelta en U hacia su voz primaria, ajena a la repercusión posterior. En García Márquez esa voz es la del cronista que pone a prueba lo real para confirmar su existencia.

Cuentan que cuando finalmente tuvo dinero, contrató a un señor vestido de negro para que le entregara un maletín lleno de billetes. La fortuna no pertenecía a la realidad sino a una ficción, lo cual no significa que fuera falsa: lo incomprobable es una verdad lenta, que aguarda ser demostrada.






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Fecha de publicación: 26 Abr. 13








Tierra de zombis
Por Juan Villoro

El gobierno panista murió intestado. No se sabe cuál será su herencia ni quién será el beneficiario. Miles de militantes han huido de sus filas. Quienes impulsaron la alternancia desaparecieron hacia sus ranchos o sus empresas, y acaso buscan consuelo en los ejercicios espirituales de Atotonilco o en alguna estudiantina.

Incapaz de formar mandos medios, el PAN no renovó expectativas ni anunció futuros liderazgos. Presentó homogéneos funcionarios con aspecto de sacristanes a los que el gel no conseguía modernizar.

La izquierda institucional se ha desdibujado de otro modo. Miguel Ángel Mancera gobierna el Distrito Federal con el sincero ánimo de no ser Marcelo Ebrard. Aunque podía suponerse, desde un principio, que se trataba de otra persona, el antiguo jefe de la seguridad capitalina desea subrayar que no es un clon ni un cachorro de su antecesor. Gracias a ello, ha logrado que pensemos mucho en Ebrard.

Cuesta trabajo saber si el Gobierno del DF es de izquierda, de derecha o de plástico. Su primer gran acto cultural en el Zócalo fue un concierto del elástico Chayanne. La actual administración baila por un sueño sin ideología y permite que se construyan edificios dignos de Kuala Lumpur. La especulación inmobiliaria no se ha sometido a plebiscito. En cambio, la voluntad popular se toma en cuenta para repartir parquímetros (algo que no debería ser una facultad discrecional de los vecinos, sino una estrategia orgánica para aliviar el tráfico y la abusiva usurpación de espacios públicos).

Todo indica que el PRD se siente cómodo con lo que tiene. La caída del PAN lo dejó en segundo puesto y no hay entusiasmo por que nuevos grupos se afilien al partido. Si el PAN está en desbandada, el PRD se relaja en un spa donde los saunas ya están ocupados y no hay toallas para nuevos socios.

¿Qué pasaría si los chinos descubrieran el turismo en masa? La hotelería mundial se colapsaría. Es posible que después de estudiar a la República Popular China, la izquierda burocrática mexicana haya llegado a la conclusión de que recibir nuevos miembros equivale a permitir que los chinos se instalen en todas partes. Lo cierto es que no muestra deseos de crecimiento ni promueve la afiliación.

La otra izquierda, Morena, hace ruido en diversos rincones del país en una especie de gira de la onda grupera, donde el ánimo es encomiable, entre otras cosas porque resulta muy superior a la posibilidad de gobernar.

Peña Nieto tiene opositores desteñidos y el Pacto por México hace que la discrepancia pueda ser vista como traición. Puesto que no se trata de un programa detallado, discutido para lograr consensos, es fácil disentir en asuntos puntuales. Pero hay dos problemas para ello. El primero, ya señalado, es que la crítica rompe la "unidad"; el segundo, mucho más grave, es que no parece haber otras ideas.

La adormecida oposición contrasta con un gobierno muy dinámico para representar sus funciones. Cada día se lanza una iniciativa y se le baja de volumen al tema de la violencia. Amantes del barroco, los mexicanos disfrutamos las declaraciones, los signos, las imágenes, el anuncio de reformas. En medio de ese vértigo de pronto alguien pregunta: "¿dónde está la realidad?". Los asesinatos no han disminuido, la reforma educativa no ha entrado en vigor, y en Guerrero y Oaxaca hay brotes antirreformistas. La detención de Elba Esther Gordillo será un caso selectivo si no se desmonta el aparato entero que la hizo posible y si no se procede del mismo modo en otros sindicatos. Estamos en la coyuntura en que el dicho aún no se convierte en hecho. Ese tránsito rara vez se precipita en México; la solución típica consiste en alargar los dichos para que parezca que ya hubo hechos.

En la tradición priista, la retórica ha sido la parte más profunda de la realidad. Sus actuales gestos son alentadores, pero también lo fueron en otros tiempos (los de la "apertura democrática", la "administración de la abundancia" o la "renovación moral").

¿El PRI se renovó o regresó como un muerto viviente? A diferencia de los zombis de las leyendas haitianas o las películas de serie B, los priistas carecen de palidez de ultratumba. Su vitalidad exterior es evidente. Está por verse si también sus proyectos pertenecen al mundo de los vivos o si se trata de demagogia surgida de ese territorio tan similar a la vida eterna, la burocracia.

A propósito de la designación del Papa Francisco, Peña Nieto hizo una declaración fría y rutinaria: ofreció al pontífice apoyo institucional. ¿Qué significa esa forma del respaldo? No es una expresión espiritual o afectuosa; ni siquiera es una expresión política. Quien así se expresa confunde el alma con un trámite.

El PRI domina el discurso y la representación de los sucesos. El Pacto por México ha restaurado el liderazgo, pero impide desacuerdos que podrían ser enriquecedores. ¿Regresan los tiempos de esplendor institucional en que la modernidad se inauguraba con palabras y la pobreza se combatía con decretos?






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Fecha de publicación: 19 Abr. 13











La vida privada de un puntapié
Por Juan Villoro

Cuando alguien se volvía a casar, el doctor Johnson decía que se trataba de un "triunfo de la esperanza sobre la experiencia".

Numerosas actividades dependen de la fe o la ilusión. Cada vez que un estadio se llena para apoyar a la selección mexicana, confiamos más en la esperanza que en la experiencia. El fenómeno rebasa el marco de la crónica deportiva. ¿Qué explica que una multitud se desentienda de la realidad y aspire a algo que no respalda la evidencia? Las causas de esta conducta animan el difuso y socorrido territorio de la teología popular.

Esto viene a cuento porque el miércoles pasado presenciamos un suceso colectivo inexplicable. El Paris Saint-Germain ofreció un partido impecable en el Camp Nou; dominó al Barcelona, sometió al portero a un intenso tiroteo y se puso al frente 0-1. El club blaugrana tenía el balón pero hacía jugadas inocuas.

La explicación del extravío estaba en el banquillo. Lionel Messi contaba los minutos para recuperarse de una lesión. Los médicos, de por sí conjeturales, no habían dado al paciente de alta, pero dejaron abierta la posibilidad de que jugara "bajo su propio riesgo".

Esto se volvió urgente porque el partido se parecía a una frase de Ernest Hemingway: "París no se acaba nunca". El entrenador del PSG, Carlo Angeloti, dominaba la estrategia. Tito Vilanova, endeble en las eliminatorias directas, no disponía de ningún remedio táctico; agotadas las ideas, sólo podía confiar en las supersticiones: decidió que el lisiado entrara al campo.

A partir del minuto 16 del segundo tiempo, la cultura de masas contempló un espectáculo esotérico, un radical triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Los gladiadores del Paris Sant-Germain sintieron una extraña comezón en sus tatuajes, suspendieron sus vertiginosas diagonales y dejaron de entenderse. ¿Cómo explicar la repentina Babel en que se convirtió esa transnacional del futbol patrocinada por un señor de Qatar? Y algo aún más raro: ¿cómo entender que los sonámbulos del Barcelona despertaran de pronto con ganas de desayunar?

David Villa explicaría la transfiguración con las escuetas palabras de los futbolistas: "Messi lo cambió todo". En efecto, eso pasó. Lo peculiar es que al pisar el césped, el mejor jugador del mundo era un herido con una pierna que no le obedecía o sólo le obedecía para dolerle.

Sabemos que el rosarino no es proclive a la introspección y hay quien asegura que desconoce la vida interior. Los asuntos del espíritu no son lo suyo. Sin embargo, jugó en calidad de mero espíritu o de lo que un espíritu hace cuando lleva botines. Una jugada suya propició el empate que bastaba para pasar a la semifinal de la Champions. No anotó el tanto ni dio el pase de gol; hizo lo que nadie había hecho hasta ese momento: con un puntapié de alta escuela, mandó el balón hacia donde el peligro era posible. Después, caminó adolorido, escupió sobre la hierba, retuvo la pelota, soportó alguna falta. Lo asombroso estaba en derredor. El breve martirio del número 10 hizo que todos fueran diferentes.

El dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues afirmaba que en el futbol hasta los fantasmas tienen obligaciones. El Santos se beneficiará siempre del espectro de Pelé.

En la más extraña de sus noches, Messi atestiguó su propia posteridad. No entró a la cancha, apareció ahí. No hay claves racionales para descifrar el desplome de los otros y la recuperada entereza de los suyos (y si las hay, suenan a recetas de autoayuda o, peor aún, a declaraciones de futbolistas: "Leo nos motivó con su esfuerzo").

El sortilegio fue extraño incluso para el protagonista. Messi hizo lo suyo; una pierna le duele; se verá obligado a prescindir del siguiente partido. Estas simplezas sustentan la fabulosa conversión espiritual ocurrida en el Camp Nou. La interpretación del fenómeno es inagotable e incluye opciones para los numerólogos (el partido se jugó en 10 de abril, de modo que debía ser decidido por alguien con el número que también Pelé y Maradona llevaron en la camiseta; además, los números del mes -4- y del año -2013- suman 10).

En el Mundial de 2010 el único orácu- lo confiable para adivinar resultados fue un pulpo alemán que posaba sus tentáculos sobre el posible ganador. El futuro es tan impredecible que lo conoce un pulpo. Más extraño no poder explicar las causas de lo que vemos.

Messi altera al público, a los contrarios, a sus compañeros e incluso a los árbitros, que creen que puede continuar las jugadas en el suelo. Hipnotizados por sus lances, se olvidan de pitar.

Ramon Besa escribió en El País que algún día Messi ganará partidos convertido en figura de cartón. Su nombre ya se confunde con el destino.

Cuando filtró el balón al área del PSG, mostró lo más raro que puede ocurrir en el deporte. Esa jugada sólo en parte era un acto físico: la vida interior del partido había cambiado.






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Estela de Paz
Por Juan Villoro

Una forma infalible de medir la vitalidad de una ciudad consiste en saber si dispone de un sitio para que la gente se reúna espontáneamente a celebrar. En el DF, la rotonda del festejo es el Ángel de la Independencia. Quizá hubiera sido más práctico elegir el Monumento a la Revolución, que dispone de una plaza, pero el capricho colectivo prefirió que la victoria fuera alada.

Lo más importante del espacio público no es el uso para el que fue previsto, sino el que la gente le confiere. Por ello, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad ha pedido que se le dé otro sentido a la agraviante Estela de Luz.

Desde su origen, el monumento desafió a la razón y a la ciudadanía. El gobierno de Felipe Calderón convocó a un concurso para construir un arco conmemorativo del Bicentenario de la Independencia, pero el jurado premió una torre; la construcción estuvo manchada por escándalos de corrupción; el arquitecto ganador se deslindó del proyecto, y la inauguración se realizó meses después de la fecha prevista. Si las estelas mayas mostraban el linaje de los gobernantes para legitimar el poder, la Estela de Luz llegó como la prueba en piedra de un gobierno inoperante.

Nada más lógico que la gente se apropiara de ese espacio. Símbolo del ultraje, la Estela se transformó en sitio de reunión para la protesta. Si el monumento al centenario de la Independencia sirve para la fiesta, el del bicentenario sirve para la crítica y el duelo.

No es la primera vez que un inmueble resignifica sus funciones. El cuartel de la Ciudadela, sede de la "decena trágica", es ahora la Ciudad de los Libros, y la antigua Cárcel de Lecumberri, bastión de los presos políticos, alberga el Archivo General de la Nación.

La Estela de Luz representó un derroche; darle otro uso sería un ahorro. Como la Ciudadela o Lecumberri, puede convertirse en un espacio activo para la memoria. No existe una base de datos confiable de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Durante seis años, cerca de 80 mil personas perdieron la vida y otras 30 mil desaparecieron sin que se conocieran sus destinos. Hasta ahora no son sino un hueco, una ausencia que lastima pero carece de definición. Crear un memorial no se reduce a rebautizar un edificio o convertirlo en talismán, sino a crear un espacio de documentación, una relatoría del pasado.

En la Estela de Luz se encuentra el Centro de Cultura Digital, que se presta a la perfección para los trabajos de acopio y proyección de la memoria. Reconvertir el sitio en Estela de Paz no es un proyecto museográfico: la memoria sólo sirve como algo actual, sujeto a una revisión que permita modificar el presente y decidir otro futuro.

Obviamente, esta iniciativa no acabaría con la violencia. Los asesinatos continúan y urge una mejor política de seguridad. Pero también los símbolos participan en la contienda. Si no se honra a las víctimas, es más fácil que existan.

La categoría de "víctima" es moralmente compleja. Se trata de un muerto inocente. ¿Cómo probar esa inocencia? ¿Es necesario que se conozca a su verdugo para saber de quién es víctima? Esta decisiva discusión ética sólo puede prosperar si hay datos concretos acerca de los muertos y la forma en que fueron ultimados.

La construcción de una memoria colectiva en torno a la violencia también atañe a otros casos pendientes, como la Guerra Sucia de los años setenta, los feminicidios de Ciudad Juárez, la matanza de Tlatelolco o los periodistas asesinados, que convierten a México en el país de mayor riesgo para ejercer el oficio.

El Centro de Cultura Digital nació con vocación interdisciplinaria para transformar la Estela en un lienzo o una página que recibe diseños y mensajes eléctricos. ¿Qué debe escribir la luz en esas piedras? Hace poco fuimos testigos de una inocente iniciativa que permitió a expresivos ciudadanos construir frases del tipo "I love tlacoyos". Aunque esos lemas no producen daños irreversibles, sólo son memorables como exceso de frivolidad.

Transformar el fallido monumento en Estela de Paz permitiría la producción de narrativas, poemas y trazos luminosos en torno a un tema capital de nuestra hora: ¿cómo combatir la violencia desde la cultura?

Tan importante como disponer de un espacio urbano para el festejo es disponer de un memorial para lo que se perdió en forma innecesaria.

El Movimiento por la Paz ha lanzado una campaña para la creación de la Estela de Paz. Cuando se recojan las primeras 100 mil firmas, la propuesta será llevada al presidente Enrique Peña Nieto. La causa puede ser apoyada en www.change.org/esteladepaz En "El lenguaje de las piedras", célebre texto sobre la estatuaria mexicana, escribió Jorge Ibargüengoitia: "Es probable que en el futuro ya ni siquiera haya monumentos, sino que los edificios van a ser tan expresivos, que bastará con verlos para darse cuenta de las aspiraciones de un pueblo".

En lo que llega ese deseable porvenir, podemos transformar un monumento sin sentido en un espacio destinado a la vida que sólo concede la memoria.






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Para subir al cielo
Por Juan Villoro

Como ejercicio espiritual de Semana Santa revisemos dos formas latinoamericanas de ganarse el cielo. Venezuela escenifica la beatificación de Hugo Chávez mientras el Papa argentino busca parecerse al prójimo.

El primer ídolo de Chávez se apellidaba Chávez, no por narcisismo sino por casualidad. Néstor Isaías El Látigo Chávez, promesa del beisbol, murió en un accidente aéreo. Hugo era adolescente cuando su héroe cayó del cielo. Años después visitaría su tumba para pedirle perdón por tener otros ídolos, Fidel Castro y el Che Guevara. No mencionó a Bolívar porque esa deidad los amparaba a ambos.

Antonio Guzmán Blanco, presidente de Venezuela en tres periodos del siglo XIX, inició lo que el historiador Luis Castro Leiva ha llamado "teología bolivariana", la conversión del Libertador en un profeta que trabaja horas extras en el más allá y cuyos deseos deben ser interpretados por el gobernante en turno.

En su libro Redentores, Enrique Krauze apunta dos características esenciales para entender la divinización de Bolívar. La Iglesia Católica ha tenido en Venezuela menos presencia que en Perú, México o Ecuador -el héroe cívico no tiene que competir con figuras como la Virgen de Guadalupe-, pero tampoco hay próceres que compitan con él: "La piedad cívica de Venezuela tuvo la particularidad de ser monoteísta, es decir, de centrarse en la vida y milagros de un solo hombre deificado: Simón Bolívar", escribe Krauze.

Simpático, elocuente, capaz de conectar con los millones de olvidados de la historia venezolana, Chávez combinó la retórica del predicador evangélico, el caudillo populista y el locutor deportivo. Mandó hacer estatuas de Bolívar con el brazo izquierdo en alto y le reservó una silla en reuniones decisivas; convirtió las camisas rojas en uniforme de su cruzada y al programa Aló, presidente en confesionario de la patria. Dios y el diablo formaron parte de su teodicea. A propósito de Bush dijo: "huele a azufre", y lloró ante los huesos de Bolívar, conmovido por la divinidad de la reliquia.

Se puede discutir su rango de estadista pero no su popularidad. La grey acompañó al mesías. Su dispendiosa administración se alimentó de petróleo mientras él se alimentaba de café (por recomendación médica pasó de 26 a 16 tazas diarias). Finalmente, la enfermedad lo hizo mártir. El novelista venezolano Alberto Barrera Tyszka define así el desenlace del caudillo: "A Hugo Chávez siempre le faltó una épica. Su condición de militar y su verbo encendido, su ambición y su retórica, siempre echaban chispas un poco más arriba de su propia vida. No vino de la guerra. No tumbó a un dictador. Ni su intento de tomar el poder, ni el golpe en su contra en 2002, tuvieron la envergadura suficiente para crearle una gesta histórica... Cuando empezaba a hablar desde la eternidad, llegó el cáncer. Tal vez entonces encontró su verdadera épica. Sacrificó su propia salud para ganar unas elecciones. Se inmoló en las batallas del quirófano, en la íntima y humilde tragedia de las jeringas, para lograr que su proyecto sobreviviera".

Su sucesor, Nicolás Maduro, anunció que Chávez aprovechó la muerte para asesorar a Dios y hacer que el nuevo Papa fuera argentino.

Si las señales chavistas apuntan al cielo, las del Papa Francisco apuntan a la tierra. En esta curiosa inversión de símbolos, el sumo pontífice se despoja de adornos y talismanes. Los escándalos por abusos sexuales, las filtraciones de los Vatileaks y el rechazo de crédito a la banca vaticana hicieron que la barca de San Pedro zozobrara. Jorge Mario Bergoglio llegó con un remedio: la sencillez como milagro. Si su antecesor tuvo el gesto mundano de jubilarse, él se arriesgó a ser más normal. Viaja en transporte público, se prepara la comida, rechaza dormir en un palacio y apoya al San Lorenzo de Almagro.

La imagen de la Iglesia estaba tan deteriorada que esta prédica de humildad llegó con la fuerza de lo insólito. El sentido común parece un atributo del Espíritu Santo. El Papa Francisco maneja los signos del modo opuesto a Chávez. No construye un discurso de divinización; desmonta excesos gestuales. Así logra otra mixtificación: su llaneza semeja una elevada originalidad. Esto recuerda al protagonista de la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski. Chance ha vivido encerrado en una casa donde ve televisión y cuida un jardín. Todo lo que dice es normal, pues proviene de programas televisivos y de su trato con las plantas, pero se interpreta en clave trascendente. Si comenta: "En un jardín las plantas florecen, pero primero deben marchitarse", eso se entiende como una perla de sabiduría aplicable a las finanzas. Por esa vía, Chance se convierte en presidente de Estados Unidos.

"No hay un puesto libre en todo el cielo", escribió el poeta chileno Vicente Huidobro. De manera distinta, Hugo Chávez y el Papa Francisco buscan una vacante.





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Fecha de publicación: 29 Mar. 13





Nuestras momias
Por Juan Villoro

La noticia de que Hugo Chávez será embalsamado obliga a pensar en el peculiar trato que los mexicanos hemos dado a los restos de los héroes.

Hace poco se descubrió que en la caravana de reliquias que Felipe Calderón hizo desfilar por el país con motivo del Bicentenario de la Independencia no todos los huesos eran de mártires de la patria, pues había algunos de venado. Que los héroes fueran recordados con ese osario portátil ya era grotesco. Lo del venado lo volvió ridículo.

El 4 de febrero de 2011 el escritor venezolano Ibsen Martínez recordó en la prensa de su país la tradición latinoamericana de honrar próceres de ultratumba. Al respecto, mencionó el caso de Álvaro Obregón y su brazo perdido. Como al destino le gustan las simetrías, ahora la muerte de Hugo Chávez y su destino como momia permiten recordar el del general mexicano asesinado en 1928.

Pocas cosas me impresionaron tanto de niño como la visita al monumento a Obregón en San Ángel. El edificio fue concebido como un símbolo de la contundencia, un dogma del concreto, un triunfo del rectángulo en un horizonte sin geometría.

Jorge Ibargüengoitia señaló que la estatuaria mexicana no sólo es horrenda sino confusa. De pronto un monolito se alza sin otra explicación evidente que consagrar... ¡al monolito! Algo parecido sucedía con el mausoleo que albergaba el brazo del caudillo sonorense.

Recuerdo la oscuridad de aquella cripta revolucionaria y la vitrina que mostraba un brazo apergaminado, suspendido en la densidad del formol. Esa delirante atracción cívica fue comisionada en 1934 por el presidente Abelardo Rodríguez e inaugurada un año después por Lázaro Cárdenas. Lo curioso es que el brazo se había separado del cuerpo histórico de Obregón desde 1915, 13 años antes de su muerte. Dio tumbos de un lugar a otro (cuentan que durante un tiempo incluso estuvo en un prostíbulo favorecido por la clase política) hasta que Aarón Sáenz, secretario de Relaciones Exteriores con Plutarco Elías Calles, tuvo la iniciativa de mostrarlo en público.

No creo que la exhibición de esa lastimada extremidad haya servido para fomentar otra cosa que el espanto. Suena improbable que despertara el afán de arrepentimiento que provocaba la Mujer Tortuga de las ferias o las iluminaciones que se atribuyen a los clavos de Cristo. No sé de nadie que al ver el brazo amarillo haya descubierto su vocación política, su amor a la patria o su fe institucional.

El despropósito estuvo a disposición de la ciudadanía hasta 1989, cuando Carlos Salinas de Gortari resolvió que el brazo se incinerara para unirse con los restos del general en Huatabampo.

Nuestra historia es pasto de confusiones. A Obregón le decían "El manco de Celaya" pero perdió el brazo en Santa Ana del Conde. Lo más absurdo es que se le "honró" de un modo que él hubiera repudiado. Vivió la pérdida del brazo como una tragedia y trató de suicidarse; se disparó en la sien pero la pistola no tenía bala en la recámara. El militar Jesús Garza impidió que volviera a jalar del gatillo (cosa curiosa, Garza se suicidó poco después). Superado el trauma, Obregón lo convirtió en comedia. Cuando le preguntaron si aún supuraba su herida, contestó: "¡Su pura madre!".

En 1919 le contó a Blasco Ibáñez cómo habían encontrado su brazo en el campo de batalla. Uno de sus ayudantes lanzó al aire una moneda de oro: "Inmediatamente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que al sentir la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un impulso arrollador".

El general no apreciaba la lectura y su desmesurado libro Ocho mil kilómetros de campaña demuestra que tampoco concedía importancia a la escritura. Cuando su ministro de cultura José Vasconcelos emprendió su colección de clásicos, le pidió que publicara a un amigo suyo. El autor de Ulises criollo explicó que la serie sólo acogía a autores póstumos. "Por eso no hay problema: ahorita lo mando fusilar", bromeó el caudillo.

El escritor con que se llevó mejor fue Valle-Inclán, por ser manco. Se divertían en el teatro y en los toros, aplaudiendo entre los dos, don Ramón con la mano derecha y él con la izquierda.

Cuando alguien le preguntó por qué usaba el reloj en el muñón derecho y no en su brazo bueno, Obregón respondió: "¿Y quién le va a dar cuerda?, ¿tu chingada madre?".

El general que hacía chistes fue ultimado por un asesino que llegó al banquete en La Bombilla en calidad de caricaturista. En El atentado, de Ibargüengoitia, las últimas palabras del prócer son un antojo: "Tráigame unos frijolitos".

La historia oficial tiene otro tono. Ahí la picaresca adquiere apariencia de solemnidad, hasta que se descubre que los restos no son de insurgente sino de venado, y lo que se había promovido como gesta regresa al suelo común de la farsa.

La caricatura que León Toral no llegó a dibujar el día del asesinato se representó en piedra en el mausoleo al brazo de Obregón. Después de 54 años de fomentar el morbo, el edificio quedó como un ataúd vacío, un monumento a la revolución institucional.






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Fecha de publicación: 15 Mar. 13









En zig-zag
Por Juan Villoro

Beppe Grillo, candidato italiano antisistema, ha puesto en práctica una comunicación paradójica. Mientras menos entrevistas televisivas ofrece, más se habla de él en las pantallas. De acuerdo con Umberto Eco, este éxito a contrapelo se debe a que "la comunicación no se desplaza de manera directa, sino como las bolas del billar". Las ideas deben "rebotar" en otro sitio para ganar fuerza.

En la lógica de las redes sociales, la epidemia informativa no depende de lo que se tuitea, sino de lo que se retuitea. Importa poco el número de "seguidores" que tenga una persona; lo decisivo son los divulgadores que lo convierten en trending topic. La autoridad de la voz ya no se basa en quienes escuchan sino en quienes reaccionan.

En los años ochenta del siglo pasado, Eco estudió la original campaña publicitaria de Benetton. Las calles del mundo se llenaron de provocadoras imágenes del fotógrafo Olivierio Toscani. Un enfermo de sida, un bebé recién salido del vientre materno y una monja que daba un beso eran los improbables "modelos" de la empresa. ¿Contribuía eso a vender suéteres de estambre? No de manera directa. El sentido de la campaña era crear polémica. La gente no mencionaba los colores de Benetton, pero hablaba de la compañía.

Es difícil saber si aquel caso de comunicación indirecta está en la mente de Beppe Grillo. Lo cierto es que utiliza la opinión como un juego de pinball, una ruta en zig-zag que va de YouTube a Twitter y a Facebook.

Estas renovadoras variantes de la discusión política ya enfrentan algunos límites. El chat genera asambleas en red que sugieren una Atenas virtual, pero sólo opera en grupos limitados (una tertulia de 120 millones sería demasiado similar a nuestro país). Por otra parte, en México la conectividad es del 24 al 27%, de modo que los cibernautas integran una élite (Eco habla de la "aristocracia de los blogueros", líderes de una opinión minoritaria).

¿Los recursos digitales aumentarán la participación política? El movimiento #YoSoy132 trajo un singular viraje informativo. No cambió el desenlace de la contienda, pero sí su percepción. Como los estudiantes del mayo francés, el movimiento sabía lo que no quería (el regreso del PRI, la telecracia, la guerra contra el narcotráfico), pero no alcanzó a saber lo que sí quería.

El principal rito de paso de #YoSoy132 consistió en mostrarse en las calles. Luego de desatar una atractiva marea virtual, los jóvenes entraron al territorio de los partidos y los sindicatos, espacio que en México depende menos de la suma de voluntades individuales que de la gestión corporativa de autobuses para el acarreo.

Tanto el Mago de Oz como la "voz del pueblo" se debilitarían al tener un rostro. Los mitos y los fantasmas decepcionan al cobrar identidad. Cuando Kenzaburo Oé escuchó por radio el discurso de rendición de Hirohito, se sorprendió de que el emperador tuviera voz humana. Nixon estaba bien preparado para el debate con Kennedy pero las cámaras le descubrieron dos defectos desagradablemente reales: estaba mal afeitado y sudaba mucho.

Los encuestadores estiman que conocer las necesidades y las ilusiones de la gente revela su intención de voto. Sin embargo, las estadísticas pueden ser una matemática del engaño. Eco lo resume de este modo: si en una isla hay dos personas, una de ellas come dos pollos y la otra ninguno, estadísticamente en la isla cada persona come un pollo.

A diferencia de los sondeos, las redes sociales atraen por su circulación instantánea e ilimitada, pero también por algo menos comentado y acaso más significativo: su indefinición. Son la nueva variante del rumor, insuperable forma de conocer el mundo. La incertidumbre respecto a sus fuentes realza su poderío espectral.

Los efectos virales de la red dependen de su indiscriminada dispersión. De los globalifóbicos de Porto Alegre a la primavera árabe, pasando por la ascensión de Beppe Grillo, presenciamos un escenario donde lo decisivo no es una noticia sino las réplicas que provoca.

Otros discursos optan por lo arcaico. Uno de los errores de los comunicadores de la televisión es que no se ven como intermediarios entre expertos, actores públicos y ciudadanos, sino que creen ser el contenido de la información. Fanáticos de los mensajes "directos", usan la cámara para hablar "cara a cara" con el espectador. Pero al editorializar la información como algo ya digerido, impiden el juego de billar, el rebote para que otro participe.

En La Masía, la escuela de futbol del Barcelona, se enseña a jugar al "tercer pase". Para tejer un avance, no hay que pensar sólo en la persona que recibirá el envío sino en las posibilidades que tiene de mandarlo a otra persona. Una perfecta alegoría de las nuevas formas de comunicación.

Beppe Grillo se presentó como la voz de la conciencia italiana. En el inédito escenario de las redes y la comunicación indirecta, ha logrado que sean otros los que lleven su mensaje.

En la novela epistolar del siglo XXI, el protagonista no es el que escribe la carta ni el que la recibe, sino el cartero.







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Fecha de publicación: 8 Mar. 13












Extorsión
Por Juan Villoro

No es por presumir pero me estafaron. La frase merece aclaración. Durante décadas, mi padre nos inculcó que las propiedades hereditarias son inmerecidas y el dinero daña la conciencia. Por lo tanto, ser extorsionado representa una especie de purificación.

El ladrón que va a lo suyo no repara en las condiciones morales de la víctima; en cambio, el extorsionador aprovecha las debilidades éticas del género humano (sabe algo incómodo y pide dinero a cambio).

Pero hay un grado superior de la extorsión, que no explota los defectos que la gente trata de ocultar, sino su nobleza. Esas sanguijuelas sólo chupan buena sangre. Su abuso tiene como prerrequisito la vida virtuosa, o por lo menos ilusa, de los engañados.

Hace unos cinco años, mi padre habló entusiasmado para decir que unos maestros de Oaxaca querían ponerle mi nombre a la biblioteca de su escuela. Era gente humilde que enseñaba a leer en una sierra ignorada por el progreso.

La iniciativa me conmovió y puso en juego el más conspicuo atributo del escritor: la vanidad. ¿Cómo no ayudar a unos maestros tan especializados en el saber que habían descubierto que yo podía ser necesario?

Imaginé la biblioteca en la apartada montaña, los libros en los estantes, los ojos encendidos de los niños que los leerían.

Un hombre me habló al poco tiempo. Con la inconfundible entonación del campo mexicano mencionó el título de una novela mía, el trabajo que yo había hecho en La Jornada, el aprecio que le tenían a mi padre. Luego se refirió al pintor Francisco Toledo. Escuché el nombre con la misma reverencia con que él lo pronunciaba. El Maestro apoyaba su escuela.

Nos reunimos en un Sanborns para definir el proyecto. A la sesión asistieron unas cinco personas, todas de aspecto rural: rostros curtidos a la intemperie, zapatos lastimados por los breñales. Les entregué dos bolsas de libros, que recibieron sin mucho interés. Luego me hablaron de la fiesta. La biblioteca estaba lista pero había que inaugurarla. Tenían que matar varios borregos, comprar mezcal, pagar la música. "¿De qué sirve una biblioteca sin festejo?", preguntaron. Supe que había caído en una trampa.

No llevaba dinero. Les pedí un teléfono para comunicarme con ellos. "No tenemos", dijo uno; "es que somos muy pobres", añadió otro, como un personaje de Rulfo. No dejaba de compadecer su situación ni de admirar su informada estrategia, pero me sentí estafado sin que eso fuera purificador.

Me llamaron varias veces hasta que decidí darles 2 mil pesos como un merecido impuesto a mi estupidez y mi vanidad. Todo romanticismo exagera las causas que lo suscitan. Lo grave del mío era que había necesitado de muy poco para suceder. En un país donde la relación más habitual es la desconfianza, había creído en la condición progresista y humanitaria del prójimo.

El magisterio tiene muchas formas de abusar de quienes lo apoyan. Lo que cuento no se compara en modo alguno con los delirantes excesos de la líder sindical vitalicia de la educación mexicana, Elba Esther Gordillo; sin embargo, muestra que las extorsiones hechas en nombre de la pedagogía han invadido los más variados rincones de la cotidianidad.

Los "maestros" siguieron "trabajando". Hace poco me habló Héctor Manjarrez para decir que le querían poner su nombre a una biblioteca de Oaxaca. Lo contactaron a través de la revista Letras Libres y me mencionaron como aval. Héctor reaccionó con inteligencia: la causa le simpatizaba, pero le sonaba rara. Lo previne y cortó la comunicación con ellos.

Hace unos días la fotógrafa Paulina Lavista, viuda de Salvador Elizondo, fue víctima de la estratagema, ya refinada por años de experiencia. Los "maestros" de Oaxaca hablaron a una institución benemérita, el Fondo de Cultura Económica, y pidieron teléfonos de escritores. De nuevo mencionaron al más alto símbolo de la cultura y la filantropía oaxaqueñas: Francisco Toledo. El FCE preguntó a Paulina si podía dar su teléfono. Ella consintió con entusiasmo.

Recibió a un delegado en su casa, que le habló de las dificultades para comprar las bancas de la Biblioteca Salvador Elizondo. Todo lo demás estaba listo, sufragado por el esfuerzo de los campesinos. Conmovida, Paulina les entregó 4 mil pesos.

Luego se enteró de que había caído en una red que desde hace años especula con las buenas conciencias. Supo que Jorge F. Hernández, Anamari Gomís, Luis Jorge Boone, Alejandro Toledo y Luz Aurora Pimentel habían sido buscados para el mismo fin, y que el poeta Rubén Bonifaz Nuño fue asediado poco antes de morir.

La lista recabada por Paulina (que acaso sólo representa una pequeña muestra) rebasa el ámbito de las letras, pues incluye al doctor Leopoldo García-Colín, físico eminente fallecido en 2012.

Los casinos se inventaron para apostar sin mayor fundamento que la suerte. Más caprichosa, la vida exige motivos para sus apuestas. Los "maestros" de Oaxaca descubrieron que los escritores creen en causas tan poco realizables que son fáciles de manipular. Esa extorsión debe terminar en la misma medida en que las bibliotecas imaginarias deben existir.







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La invención de la página
Por Juan Villoro

La cultura digital es un océano cuyos límites desconocemos. Con frecuencia se dice que estamos ante una transformación equivalente a la que Gutenberg trajo en el siglo XV con la imprenta de tipos móviles. Tal vez se trate de una renovación más profunda, comparable a la invención de la página, estudiada por Iván Illich en su libro En el viñedo del texto.

La historia de Illich (1926-2002) parece, en sí misma, un manuscrito misteriosamente descifrado. Sacerdote austriaco, estudió filosofía en alemán e italiano, y aprendió croata, hindi, latín, griego clásico, inglés, español y portugués. El campo de sus intereses compite con el de una biblioteca borgiana. Teólogo, historiador, pedagogo, economista, filólogo, medievalista, ecologista, educador sexual, utilizó sus saberes para desenmascarar los lugares comunes de la modernidad. En Cuernavaca fundó el CIF (Centro Intercultural de Formación), destinado al estudio y la transformación de América Latina. En 1980 fue llamado a Roma para responder 80 preguntas sobre sus heterodoxas actividades. Rompió con el Vaticano sin recusar su fe. Congruente con su crítica de la medicina industrial, que convierte la enfermedad en un padecimiento lucrativo, padeció el cáncer sin analgésicos, consolándose, como un sabio chino, con la meditación y el opio.

Al revisar su vasta producción, señaló que su mejor libro era En el viñedo del texto. A partir del análisis del Didascalicon, escrito por el benedictino Hugo de San Víctor en el siglo XII, indagó el momento decisivo en que los textos dejaron de ser rollos leídos en voz alta para convertirse en páginas que reclamaban lectura silenciosa. Esto significó el paso de la lectura monástica a la escolástica, del entendimiento colectivo al individual.

La imprenta jubilaría a los copistas y multiplicaría la circulación de textos. La modificación que estudia Illich es más honda, pues atañe a la manera de leer. Hubo un momento en que el conocimiento se organizó en un pergamino al modo de un cultivo (página quiere decir "viñedo"), con párrafos, títulos e índice: "Las líneas de la página eran los hilos del enrejado que sostiene las viñas [...] El latín legere se deriva de una actividad física. Legere connota 'escoger', 'reunir', 'cosechar' o 'recoger'". En alemán esta asociación es aún más clara: Buchstab (letra) quiere decir "rama de haya" y lesen (leer) significa "recoger": el lector cosecha.

En la Antigüedad, leer se consideraba extenuante: "Los médicos helenísticos prescriben la lectura como alternativa a jugar a la pelota o pasear. La lectura presuponía que los frágiles o débiles no podían leer con su propia lengua". Con la invención de la página, la tarea demanda menos energía física; no se recita ante la comunidad: se dialoga en silencio con una mente lejana. Lo que se cosecha depende de lo que sembró el autor, pero también lo que cultiva el lector. Esta dimensión personal y activa de la lectura es el embrión del Renacimiento; el libro deja de ser "símbolo de una realidad cósmica" y se vuelve "símbolo del pensamiento".

Hugo de San Víctor escribió su Didascalicon o "libro de instrucciones" para reflexionar sobre los estímulos traídos por la paginación y el arte de discernir el texto. Leer por cuenta propia y sin testigos llevaría a cambios tan radicales como el de restarle peso ritual al conocimiento y entenderlo como algo tan cotidiano que permitiría, incluso, escribir en una lengua que no fuera el latín: "Un siglo más tarde, san Francisco escribe el primer poema en lengua italiana [...] El hijo de un mercader de Umbría, en los albores del siglo XIII, fue capaz de escribir su alabanza del sol y la luna como canción de amor vernácula".

En el siglo XII, en el claustro de San Víctor, un religioso pasó la página de la cultura, modificando la forma de leer. La galaxia digital nos enfrenta a un cambio semejante. Los textos circulan con ubicua celeridad en toda clase de aparatos. Lo más singular es que traen otro tipo de lectura. Los niños responden mensajes de texto mientras navegan en Internet y hacen la tarea con pluma fuente.

La lectura en red recupera usos colectivos no ajenos a la oralidad. Illich recuerda que la palabra rapsoda significa "zurcidor". Se trata de alguien que enhebra historias, pero, sobre todo, de alguien que zurce a los hombres, integrándolos a un tejido que los trasciende. Las redes sociales son una versión prosaica de ese impulso homérico.

Una de las paradojas de la tecnología es que sus novedades pueden ser la actualización de un atavismo. Twitter recicla el recurso de las máximas y los aforismos, y el chat renueva las polifónicas voces de la tribu.

En el siglo XII, la página aludía a un viñedo del mismo modo en que la pantalla cibernética alude hoy a la página.

Ignoramos lo que cosecharán los lectores por venir. Sólo sabemos que la cosecha continúa.






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Fecha de publicación: 22 Feb. 13










Penitencia
Por Juan Villoro

El personaje más canónico de Occidente resultó impredecible. En una época en que ocupar un cargo parece un mérito en sí mismo, Benedicto XVI renunció a un puesto vitalicio.

El custodio del catolicismo institucional ha puesto en duda la solidez de la Iglesia. El Miércoles de Ceniza, día de ayuno y penitencia, se refirió a las rencillas que lo hicieron abdicar: "El rostro de la Iglesia aparece muchas veces desfigurado. Pienso en particular en las culpas contra la unidad, en las divisiones del cuerpo eclesial".

En el Vaticano ya todos son más papistas que el Papa. La renuncia del antiguo profesor de teología de Ratisbona es insólita desde cualquier punto de vista. La Iglesia católica ha tenido 265 pontífices y sólo cuatro habían abdicado. Más allá de esta estadística, sorprende que en un entorno determinado por el dogma y el rito, se abra paso la razón crítica. Con calculado énfasis, el Papa declaró que no se va por motivos de salud, sino por cansancio e impotencia ante una institución "devastada por jabalíes" (imagen que hace pensar en el Purgatorio de Dante).

Nadie espera que el Papa sea animoso. En mi obra de teatro El filósofo declara, el protagonista afirma: "El otro día vi un retrato del Papa. El Papa siempre está cansado. Es el único oficio que se ejerce cansado". Sobrellevar las agobiantes esperanzas de la grey forma parte de la cruz papal.

Benedicto XVI tomó otro camino: el primer Papa que se dio de alta en Twitter, se ha dado de baja. Al reconocer que no puede más muestra un costado humano; sobre todo porque le duele hacerlo. El cambio no está en su temperamento. Fue muy reacio a la renuncia por motivos de salud de Hans Peter Kolvenbach, padre general de la Compañía de Jesús, y se opuso a iniciativas que humanizarían a la Iglesia entera, como la ordenación de mujeres en el sacerdocio o el matrimonio entre eclesiásticos. In extremis, harto, el enemigo del relativismo se vio obligado a ser relativo, y dijo basta.

Las intrigas lo arrinconaron pero se rindió ante su conciencia. Juan Pablo II sobrellevó la enfermedad y recitó homilías con voz progresivamente trémula. La excepcionalidad del Papa ha dependido de entender su destino como irrevocable. La decisión de Benedicto XVI tiene otra forma de ser excepcional; señala a una institución agobiada por cargos de abuso sexual, con una banca insolvente y corrompida que tuvo que operar en efectivo porque los cajeros automáticos la declararon non sancta y donde los documentos "secretos" circulan más que las plegarias.

El Papa conoce los problemas pero no puede resolverlos. Ya en 2005, en su primera misa como pontífice, había anunciado: "Yo, débil servidor de Dios, debo asumir este deber inaudito, que realmente supera toda capacidad humana. ¿Seré capaz de hacerlo?".

En su lucha contra la pluralidad y la renovación, Benedicto protegió a los sectores más dogmáticos, sibilinos e inquisitoriales de la Iglesia, que a la postre le serían inmanejables. Ajeno al siglo, tenazmente premoderno, el ortodoxo será un jubilado común.

Al recuperar su identidad como Joseph Ratzinger rebaja el misterio de un oficio hermético. El Vaticano ya no aspira a alivios sobrenaturales. A propósito de la elección del próximo Papa, Juan Masiˆ, sacerdote jesuita experto en bioética, ha recordado que la cúpula de San Pedro tiene un sistema eléctrico para espantar a las palomas, que dañan las piedras con sus excrementos; por lo tanto, no hay ninguna posibilidad de que el Espíritu Santo llegue para anunciar al nuevo pontífice.

Benedicto XVI fracasó como mandatario de un Estado urgido de reestructuración y sanciones ejemplares. Pero no quiso fracasar como católico. En el día de la penitencia, aclaró las dolorosas razones de su partida. Así compromete a su sucesor a imponer el orden del que él fue incapaz y pone en entredicho a los jabalíes del huerto.

En 1930, tres años después de convertirse al catolicismo, T. S. Eliot escribió el poema "Miércoles de Ceniza" donde aborda el tema del pecado ("escupiendo la reseca semilla de manzana"), la renuncia a una vida anterior y la voluntaria y esforzada aceptación de un destino ya inmodificable.

El poema ha admirado y desconcertado a lectores de varias épocas. El joven Seamus Heaney sintió un miedo reverencial ante esos versos atravesados por leopardos y una señora vestida de blanco; a tal grado, que se encomendó piadosamente a la Virgen de los Lectores. Treinta años después, esos mismos misterios fueron lo que más le gustó del poema.

El inagotable texto de Eliot adquirió insólita fuerza periodística el miércoles pasado, primer día de la cuaresma. El hombre que fue Benedicto XVI reconoció sus limitaciones como un acto de fe. Aunque pronunciaba otras palabras, decía lo mismo que el poeta de "Miércoles de Ceniza": "Porque no tengo esperanzas de volver/ Deseando el don de éste o la capacidad de aquél/ He dejado de aspirar a tales cosas/ (¿Por qué habría de extender sus alas el águila envejecida?)/ ¿Por qué habría yo de lamentar/ el desvanecido poder del reino acostumbrado?".






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Engaño colorido
Por Juan Villoro

"No hay que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten", escribió Lichtenberg en el siglo XVIII. Buen consejo para un país donde las promesas se confunden con los hechos.

El gobierno de Peña Nieto ha desplegado un teatro optimista en el que se representan soluciones y los artífices del Pacto por México señalan que oponerse al acuerdo significa estar contra la patria (que en esa concepción de la identidad se ve reducida a los partidos).

Ciertamente el ánimo mejoró con la salida de Calderón. ¿También mejoró la realidad? Algunos datos demuestran que el quehacer político actual es una comedia de las simulaciones. La declaración patrimonial de los miembros del gabinete consagró un nuevo eufemismo: la "donación". Los funcionarios al mando, comenzando por Peña Nieto, tienen propiedades que no han sido compradas ni heredadas sino "donadas". ¿De dónde provienen esos regalos y a cambio de qué se hacen? Todo indica que en esa economía de la dádiva un terreno no se consigue con ahorros sino con un cargo público.

La impunidad que el PRI ejerció durante 71 años ha cambiado de discurso. Para acallar sospechas en una época informada, los engaños se exhiben con descaro. ¡Bienvenidos a la época de la claridad oscura! La opacidad se ha convertido en espectáculo.

Durante décadas, el PRI perfeccionó la técnica de declarar sin decir nada y alcanzó un momento cumbre en las conferencias de los lunes de Fidel Velázquez, donde el eterno líder de la clase obrera lanzaba aforismos en voz tan hermética que necesitaba subtítulos en la televisión.

Como el disfraz es un sello dominante de la política nacional, más que un país de instituciones tenemos un país de siglas. En el carnaval de 2013, los protagonistas son el IFE y el IFAI.

Mientras Peña Nieto viajaba en misión de buena vibra y daba aventón al presidente de Uruguay, que carece de avión oficial, su partido esquivaba una multa récord a través de una dudosa decisión.

En un principio, los consejeros del IFE eran ciudadanos. Hoy son representantes de los partidos. Esto priva de imparcialidad al Instituto.

Todas las campañas exceden los gastos previstos por la ley, porque no hay forma de auditarlas en detalle. Este desastre se agrava porque el Trife debe juzgar la elección sin conocer el uso de los dineros; sólo medio año después de la contienda se tiene información al respecto. Las denuncias contra el PRI a propósito de los casos Monex y Soriana, la compra de votos en plena casilla, la coacción y el acarreo no pudieron ser valorados en su momento.

Seis meses después los consejeros del IFE, de inevitable filiación partidista, deben analizar el tema. Sergio García Ramírez señaló que no podía juzgar el caso Monex por ser amigo del dueño de la empresa. Esta razonable abstención no tuvo efecto. La votación terminó 4-4 y García Ramírez regresó a la escena; no lo hizo por capricho ni por petición propia, sino por acuerdo de los demás consejeros, urgidos de alcanzar un desempate. Así se llegó al voto definitivo, que exoneró al PRI.

¿Es lógica una dinámica en la que un juez se declara incompetente y luego es llamado a decidir? ¿Tiene sentido manifestar un conflicto de intereses como antecedente para intervenir? Por supuesto que no.

Algo similar ocurre en el IFAI, único legado significativo de la administración de Vicente Fox. En su empeño por impedir la participación ciudadana en la política, Calderón politizó a este Instituto. Al respecto, escribió Fernando Escalante Gonzalbo: "No deja de ser irónico, lamentable también, que el más panista de los presidentes que hemos tenido haya dedicado buena parte de su energía a la destrucción de instituciones -empezando por el PAN".

Calderón llevó al IFAI a la comisionada Sigrid Arzt, que antes se desempeñaba en el Consejo de Seguridad Nacional y a quien se le imputa haber solicitado investigaciones con los seudónimos de Alberto Vital Rall y María González, gesto muy propio de la mascarada dominante cuyo alcance deberá ser probado.

La oficina de las aclaraciones se ha convertido en una comedia de enredos. El comisionado Ángel Trinidad Zaldívar acusó a Gerardo Laveaga, nuevo presidente del Instituto, de tener la mayor cantidad de rezagos en sus investigaciones y ofrecer impunidad a Arzt para que votara por él. La gestión del abogado y escritor dependerá de sus resultados. Por lo pronto, el IFAI, custodio de la transparencia, es un foro de la imputación y la sospecha.

La república restaurada por el PRI se parece cada vez más al Retablo de las maravillas de Cervantes, donde dos pícaros presentan un espectáculo mágico. Antes de la función aclaran que sólo los conversos y los bastardos serán incapaces de presenciar los prodigios teatrales. En consecuencia, todos fingen ver leones, ratones y diablos. La metáfora es demoledora: los títeres no están en el escenario sino en el público.

El viejo PRI dominaba las mañas del ocultamiento. El nuevo PRI se exhibe en un retablo donde busca que la opacidad se convierta en maravilla.






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Hermanos
Por Juan Villoro

"¿Qué es eso?/ ¿Qué es qué?/ Eso. El ruido ese/ Es el silencio" Juan Rulfo

Después de 12 años de inoperancia panista, el país se mueve en varias direcciones al mismo tiempo. El 21 de diciembre de 2012 el EZLN recorrió cinco poblados chiapanecos. Era el fin del B'aktun 13, la cuenta larga de los mayas. Desde un principio, las ruedas calendáricas han marcado la lucha de los nuevos zapatistas. Su alzamiento coincidió con el inicio de un K'atun, periodo de veinte años que termina en 2014.

Mientras los turistas del "apocalipsis maya" se untaban bloqueador para recibir un baño de sol terminal, los zapatistas desfilaban en silencio, bajo la lluvia, sin armas, cubiertos por pasamontañas. Muchos de ellos eran niños en 1994. Su presencia habla de una comunidad que resiste sin perder la disciplina y mantiene sus demandas a pesar de procurar un relativo ocultamiento durante los últimos cuatro años.

Al final de la jornada, el subcomandante Marcos envió un mensaje de una hondura que contrasta con la hojarasca verbal de la política en curso: "¿ESCUCHARON? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el nuestro resurgiendo. El día que fue día, era noche. Y noche será el día que será el día". La ronda del cosmos afloraba en las calles llovidas.

Por iniciativa del EZLN, las negociaciones para llegar a los Acuerdos de San Andrés Larráinzar se celebraron en una cancha de basquetbol, versión contemporánea del juego de pelota. Desde el cese al fuego de 1994, su arsenal ha sido simbólico.

La caravana zapatista de 2001 tuvo como meta la Casa de la Palabra, el Congreso de la Unión. Ahí, la comandante Ramona pidió que los Acuerdos firmados el 16 de febrero de 1996 se convirtieran en ley. Por desgracia, la imponente gestualidad de ese acto no tuvo consecuencias legislativas.

El compromiso adquirido por el gobierno de Zedillo de modificar la Constitución para garantizar los derechos de los pueblos indios se topó con los legisladores que no aprovecharon la extraordinaria oportunidad de rediseñar el pacto social y optaron por sus interesadas reyertas de siempre.

Mientras tanto, los zapatistas avanzaron en el ejercicio de la democracia, la justicia, la educación y la salud pública en los municipios donde operan sus Juntas de Buen Gobierno. En condiciones inhóspitas han reformulado la idea de comunidad. Es muy poco lo que la mayoría de los mexicanos saben de ese territorio y lo que de él informan los medios que confunden la solidaridad con el Teletón.

Luego de años de hostigamiento, la marcha del 21 de diciembre no contó con la indiferencia de la clase política. Varios legisladores exhortaron al gobierno federal a cerrar una herida que lleva 19 años abierta.

En forma equivocada, aunque con intención benévola, el secretario de Gobernación comentó: "No nos conocen". El actual gobierno forma parte de los agravios contra los que el EZLN se levantó en armas en 1994. Durante 71 años, el PRI confundió lo público y lo privado, creó una casta que gobernó en la impunidad, frenó el libre juego democrático (incluyendo el fraude electoral que en 1988 llevó a la Presidencia a Salinas de Gortari) y permitió que el país fuera rehén del narcotráfico.

El PRI no pasó por la autocrítica para recuperar el poder y los Acuerdos de San Andrés no fueron un tema esencial en la campaña de Peña Nieto ni en el Pacto por México. Una vez más, el EZLN lo puso en la mesa.

El destino, que privilegia la épica, ha dado un giro singular: Paloma Guillén, hermana del subcomandante Marcos, es subsecretaria de Gobernación. Lo diferente nunca es ajeno. ¿Traerá esto una reconciliación nacional?

A través del personaje del Viejo Antonio, Marcos ha escrito una cosmogonía narrativa. Antonio es un indígena que "se hizo el muerto" en 1994, pero reaparece para liar cigarrillos y narrar el comienzo del mundo. En la "Historia del uno y los todos" cuenta que los primeros dioses eran muy discutidores. Ninguno dejaba hablar al otro. Una madrugada descubrieron que había que callar para oír a los demás: "Y así vieron los más primeros dioses que el uno es necesario, que es necesario para aprender y para trabajar y para vivir y para amar. Pero vieron también que el uno no es suficiente. Vieron que se necesitan los todos y sólo los todos son suficientes para echar a andar el mundo".

En el Popol-Vuh, dos hermanos viajan al inframundo para resolver dualidades en pugna; en el juego de pelota encaran las rondas del bien y el mal, el día y la noche, lo masculino y lo femenino.

A comienzos del B'aktun 14, Marcos está en la selva y su hermana en Gobernación. Tamaulipas, el estado donde nacieron, ha sido arrasado por la violencia. Habitan un país roto y son diferentes. ¿Hay un punto de reunión en su camino? Las leyes no se promulgan para los que ya están de acuerdo, sino para dirimir desacuerdos.

Los zapatistas recorrieron las calles el último día de la cuenta larga de los mayas. En sus pasos resonaban las palabras de Juan Rulfo: "¿Qué es eso?/ ¿Qué es qué?/ Eso. El ruido ese/ Es el silencio".

¿Escucharon?

Los hermanos, el uno y el todos, se pueden encontrar.






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Fecha de publicación: 4 Ene. 13





Hasta mañana
Por Juan Villoro




Hoy se cumplen los 144 mil días del B'aktun 13, la cuenta larga de los mayas. Supongamos que en verdad el mundo termina en viernes. ¿Qué mensaje debe comunicar un articulista del último día?

No faltan razones para desear el más allá. El país donde los mayas dejaron su cultura atraviesa un mal momento. Esta semana, la Estela de Luz, monumento ideado para definirnos como nación en el Bicentenario, fue intervenida por mensajes ciudadanos. ¿Qué consignas se plasmaron en esa tabla de las esencias nacionales? Entre otras cosas, pudimos leer este epigrama de luz: "I love tlacoyos". Si ésa es la patria, el apocalipsis parece un upgrade.

Con el objeto de reflejar las últimas ilusiones de la humanidad (al menos de la mexicana), hice un sondeo sobre las consecuencias del 21 de diciembre de 2012. Para mi enorme sorpresa, noté bastante entusiasmo en no llegar al día siguiente y sobrevivir con buena salud al cataclismo, en el confort que brindan los mundos paralelos.

Mi encuesta empezó con la pregunta: "¿Le gustaría que la Tierra fuera aniquilada por un meteorito?". De 100 personas, sólo una respondió a favor, pero sugiero que la descartemos (se trata de un conocido que descubrió que "B'aktun 13" es el nombre que su esposa le da a su amante).

La tendencia cambió en la siguiente pregunta: "¿Le gustaría que el mundo terminara conforme a una profecía maya?", 36 personas aceptaron una aniquilación prestigiada por el mito. No es mayoría absoluta, pero sí relativa (en México una tercera parte de los encuestados contesta "quién sabe").

De los 36 partidarios del colapso, 35 creen en el más allá. Si eliminamos al nihilista engañado por su esposa, observamos un universo estadístico que no entiende la aniquilación como una pérdida, sino como una forma de librarse de su cáscara material para alcanzar una mayor espiritualización.

Entre ellos está mi amigo Chacho. Durante décadas ha buscado superarse a través de drogas naturales, yoga, masajes místicos, camas de agua, psicoterapias individuales y de grupo, piedras magnéticas, feng-shui, dietas ricas en granos y una religión new age que lo llevó a raparse y caminar por un desierto de Nuevo México hasta que lo picó un alacrán. Cada uno de los remedios buscados por Chacho ha sido eficaz para otras personas. Sin embargo, no surten efecto en su inconstante personalidad. Es un neurótico cuyo auténtico propósito consiste en cambiar de medicina antes de encontrar alivio.

"Me urge el madrazo maya", dijo con el mismo énfasis con que en otras épocas se refirió al Tarot, la astrología o el psicoanálisis lacaniano.

Chacho persigue soluciones con el secreto afán de que fracasen. ¿En verdad anhela ser congruente? Esa mutación lo despojaría de su ser en sí.

Por su parte, mi amiga Katy dijo que desea reciclarse en el más allá en calidad de "rubia fabulosa". Esto suena tan superficial como un eslogan de tinte para el pelo, pero ella explicó que el paraíso post-apocalíptico no será discriminatorio: ahí una rubia fabulosa será valorada por su mente.

Otro dato decisivo de la encuesta: la posteridad es imaginada de manera muy confusa. Aunque las grandes religiones llevan milenios abordando el tema, la idea que predomina es la de una especie de "spa de la conciencia". Trataré de explicar ese destino de viaje ultraterreno.

Los entusiastas de extinguirse en plan maya creen que viajarán a un sitio en el que serán mejores. Ahí nadie tendrá mala postura ni problemas de sobrepeso. De hecho, nadie tendrá exigencias físicas.

Debo aclarar que mi metodología no fue tan precisa como la que aprendí en las clases de investigación sociológica de Luis Leñero, maestro inolvidable. Varios de los encuestados son mis amigos. Sé que la sinceridad con que se comunican al tercer tequila no se refleja en el sondeo. Nadie describió el más allá como un viaje gratis a Las Vegas.

Sin embargo, todos declararon que deseaban ir a un sitio "más placentero". ¿Qué clase de gratificación se obtiene sin satisfacer caprichos materiales? Por eso hablé de "spa de la conciencia". Luego pedí a los encuestados que resumieran su concepto del más allá. Transcribo algunas definiciones: "un chill-out de la mente", "un Nirvana plus", "un Shangri-La VIP", "un Club-Med espiritual", "un Xibalbá con room service". Todas las expresiones incluyen palabras extranjeras. ¿No podemos extinguirnos en nuestro propio idioma? Hay una explicación psicológica al respecto: el viaje sin retorno implica un rumbo desconocido, radicalmente extranjero.

Curiosamente, incluso entre quienes anhelan transportarse a ese edén advertí una duda. Una vez más, la clave vino de Chacho. Su vida se rige por la inconsistencia. ¿Qué sería de él si se decidiera por algo?

Augusto Monterroso resumió en una frase la imperfección de todo paraíso: "Lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve".

El lugar definitivo de llegada -el Cielo con mayúscula- cancela la ilusión de ir ahí. En el paraíso no podemos imaginar el paraíso.

Lo malo de que sucediera el apocalipsis es que dejaríamos de temerlo o desearlo.

 
 
 




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Fecha de publicación: 21 Dic. 12







Un tipo extraño
Por Juan Villoro

"¡Juan!", gritó una voz a mis espaldas. Lo que dijo después me asustó: "¡Vine aquí por ti!". Estábamos en los urinarios del Palacio de los Deportes. Alguien había ido ahí por mí. Una situación comprometedora.

Guardé silencio mientras el otro explicaba que descubrió a Bruce Springsteen hace 34 años en los programas que le dedicamos en El lado oscuro de la luna. Pasé del espanto a la emoción. Entonces el desconocido habló como un oráculo: "El tiempo es un tipo muy extraño".

Supe por primera vez de Springsteen en 1975, cuando su compañía lo presentaba como el "nuevo Dylan". Él se opuso a esa operación de marketing, durante tres años no pudo grabar, le pasó "Because the Night" a Patti Smith, permitió las grabaciones pirata de sus conciertos y le dio la mitad de sus ganancias a la E Street Band. Esta integridad al margen del consumo lo confirmó como El Jefe del rock. La industria no pudo doblegarlo. En 1978, el cronista de los destinos que se quiebran en las carreteras regresó con Darkess on the Edge of Town.

Por avatares extraños, El Jefe no había venido a México y el 10 de diciembre condujo al éxtasis a un público que lo aguardaba desde hacía más de 30 años.

A la tercera pieza, el cantante mostró una excepcional confianza en el género humano: se lanzó sobre el público y fue cargado por una marea de manos solidarias. En una de las pantallas que agrandaban los detalles de la épica distinguí a un conocido: Roy Estudillo sostenía la bota del cantante.

En 1980, Roy y yo vimos a Sprinsgteen por primera vez, en el Madison Square Garden. John Lennon acababa de ser asesinado y Roy temía que El Jefe recibiera un balazo. Fue la primera señal de que se convertiría en un profesional de la paranoia.

Una vez a la semana, Roy manda correos sobre las nuevas tretas de los ladrones y la corrupción de la izquierda (su mente no distingue entre los asaltantes que marcan casas con códigos abstrusos y la izquierda que quiere ganar las elecciones para quedarse con esas casas). Pertenece al ámbito de los rockeros que conciben el paraíso como un rancho con cercas electrificadas, espléndido equipo de sonido y un rifle 30-06 para recibir a los enemigos de su libertad.

Juan Pardinas, compañero de estas páginas, y Ximena, su esposa, llegaron al Palacio con suficiente anticipación para apoyarse en la valla que demarcaba nuestro perímetro. Cuando pasas cuatro horas de pie, una valla es un alivio ortopédico; además, limitaba el pasillo por el que iba a circular Springsteen. Juan y Ximena nos hicieron un hueco providencial y mi hija Inés y yo pudimos tocar al cantante con una emoción primaria, equivalente a un contacto con otra especie; la camisa empapada fue como la aleta de una ballena gris.

Inés me distrajo de los recuerdos que insistían en llegar a mí. A los 11 años, ella ignoraba la prehistoria del rock (al ver un acetato preguntó: "¿qué son estas rayas?"). A los 12, tiene una agraviante erudición (cuando le dije que estaba muy chica para ir sola a un concierto de heavy-metal, me corrigió: "Slash es ¡hard rock!").

"Otra canción y me desmayo de felicidad", dijo Inés. Esto me tranquilizó porque yo atravesaba uno de esos momentos en que tratas de convencerte de que el agotamiento no se debe a la edad sino al exceso de emoción.

Pero nadie escapa a su pasado. "You can't forsake the ties that bind", diría Springsteen. Concluida la gesta, fui al baño. Esta vez yo asusté a alguien por la espalda: "¡Roy!".

Mi amigo contestó con la voz ronca de quien ha gritado durante tres horas: "Traigo puesta la sudadera".

En 1980 compramos la sudadera oficial de la gira de Springsteen. "La tuya no duró ni un año", recordó Roy. En efecto: en 1981 me robaron mi vocho con esa prenda de honor. "Por eso odio a los ladrones", añadió. De manera sorprendente, la paranoia que articula su vida se remontaba a ese hecho. Roy no quería que su vida se arruinara como la mía.

Me pareció oportuno preguntarle si nunca lo habían asaltado. Confieso con vergüenza que me tranquilizó saber que lo han atracado muchas veces. "Pero no se llevaron la sudadera", agregó en contra mía.

"Te voy a decir algo sólo porque estoy emocionado". Explicó que tiene un cuadro de la Virgen de Guadalupe; en la parte de atrás, guarda su sudadera: "Pasado mañana voy a dar gracias a la Basílica".

Afuera lo aguardaba una chica de unos 30 años. "Mi novia", dijo Roy. ¿También la Virgen era responsable de que tuviera una novia más joven que su sudadera?

Un golpe de viento me cimbró de frío. Recordé aquella prenda perdida. La música hurga en los recuerdos; creí estar ante una parábola sobre el fetichismo de la memoria: Roy vivía para salvar lo que yo había perdido. Todo podía desplomarse a su alrededor, menos ese objeto central. Hay cosas que tardan en entenderse; por primera vez, su paranoia me pareció entrañable.

Reconocí a la distancia al hombre que me había asustado en el baño. Estaba feliz por el concierto. Lo saludé con la "V" de la victoria.

"¿A quién saludas?", preguntó mi hija. "Al tiempo", dije: "Un tipo muy extraño".







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Fecha de publicación: 14 Dic. 12









Cómo ordenar el universo
Por Juan Villoro

De acuerdo con Borges, ordenar una biblioteca es ya una forma de ejercer la crítica. Ese acomodo implica una lógica que rebasa el criterio alfabético y puede provocar arreglos tan peculiares que se confunden con el desorden. En El libro salvaje, imaginé una biblioteca donde los volúmenes no respondían a una organización racional sino al agitado inconsciente de su dueño. Cada librero delata un capricho: "Cohetes que no regresaron", "Futbol de ataque", "Motores que no hacen ruido", "Espadas, cuchillos y lanzas", "El pescador y su anzuelo", "Exploradores que nunca se fueron".

Mientras más extensa es una biblioteca, más se parece a una cosmogonía. En el caso de las colecciones privadas, el orden se somete a todo tipo de supersticiones. La explicación de ese universo deja de ser histórica y se vuelve legendaria.

Hace unos días, el periódico El Mercurio, de Chile, me invitó a un almuerzo con Alberto Manguel, que vive en compañía de cuarenta mil volúmenes. Con el café, llegó la pregunta imprescindible: ¿cómo se ordenan tantos libros? El autor de Una historia de la lectura explicó que dividía los títulos por el idioma original en que habían sido escritos. Sin embargo, esta organización por lenguas admitía excepciones. La Biblia, el Corán, y las obras relacionadas con ellos, eran islas aparte; lo mismo podía decirse del Quijote y los cervantistas, cuyo número conforma una literatura. Nos quedó claro que estábamos ante una Biblioteca de bibliotecas, donde el criterio de clasificación sólo podía ser regional.

Los acervos personales retratan una mente. Por ejemplo, Umberto Eco tiene una colección de incunables "muy orientada". Sólo admite libros herméticos, mágicos y de falsa sabiduría: "Tengo a Ptolomeo, que se equivocaba sobre el movimiento de la Tierra, pero no tengo a Galileo, que tenía razón".

La recién inaugurada Ciudad de los Libros reúne no sólo excepcionales bibliotecas privadas, sino el sentido crítico con que fueron adquiridas. Se trata de una doble preservación del patrimonio, ahí están las obras y también los modos de leerlas. Las intangibles preferencias de José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Carlos Monsiváis y Alí Chumacero cobran cuerpo en esos reveladores estantes.

Al ver esa minuciosa reconstrucción de la vida interior de lectores ejemplares, pensé en otra clase de libros: los rechazados. ¿Cómo sería la biblioteca que al modo de un hospicio recogiera volúmenes expósitos?

En ningún otro sitio se abandonan tantos libros como en un hotel. El viajero que asiste a un congreso suele recibir más libros de los que puede o quiere llevar a casa. No siempre es fácil desprenderse de ellos ni arrancarles la dedicatoria que alguien rubricó con esperanza de ser leído. Pero hacen bulto, pesan mucho y recuerdan que el tiempo es limitado. A veces, los organizadores tienen la cruel gentileza de enviar al cuarto una enciclopedia o una historia de la región en cinco tomos.

La vergüenza de desprenderse de los libros lleva a algunos huéspedes a escribir un mensaje para la recamarera, recomendándole la lectura de los valiosos tomos que por desgracia no cupieron en la maleta.

Lo más probable es que esos huérfanos sean tirados a la basura. Sería bueno diseñar un programa de rescate para crear una biblioteca de obras rechazadas que podría catalogarse por distintos niveles de repudio: "Libros que causan alarma", "Libros de portada horrenda", "Libros que necesitan autoayuda", "Libros que da vergüenza tener", "Libros de amigos íntimos que no conocemos", "Libros de pésimo título", "Libros de enemigos", "Libros que prometen tedio", "Libros negados por prejuicio", "Libros que no dan prestigio", "Libros más extensos que nuestra curiosidad", "Libros que creemos no entender". Estos motivos de rechazo estimularían la curiosidad de otros lectores. La condena atrae.

La Biblioteca Negativa promovería la lectura por las mismas causas que llevan a negarla. Su catalogación sería no sólo subjetiva sino hermética. Es posible que en ciertas habitaciones se abandonen más libros que en otras. La ignorada disciplina de recuperarlos podría llevar a interesantes estadísticas (el ser humano ama las cantidades que no comprende). ¿Qué sucedería si descubriéramos que en ningún otro cuarto se dejan tantos libros como en el 304 de cualquier hotel? ¿Una coincidencia? ¿El cumplimiento de un insondable maleficio? En caso de que el "Cuarto del Abandono" fuera científicamente localizado, la Biblioteca Negativa podría incluir una sección con su número ("Libros del 304"), susceptible de fomentar investigaciones esotéricas y numerológicas.

Los libros negados, que nadie aprecia sueltos, adquirirían importancia al ordenarse en una vasta cultura del rechazo. Sin duda alguna, serían apreciados por lectores que se dejan atraer por el morbo y no tienen que hacer una maleta.







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Fecha de publicación: 23 Nov. 12







La claridad como enigma
  • Por Juan Villoro. 9 nov.

Una de las más asombrosas experiencias de la lectura consiste en entenderlo todo y permanecer sumido en el misterio. El lector sabe qué pasó y eso lo obliga a pensar un poco más.

Captar el sentido de un libro no agota su significado. Por el contrario, si el mensaje es eficaz, trabaja después de ser leído.

Los cuentos de Borges se siguen de principio a fin, pero tienen algo de adivinanza o paradoja. La comprensión no es ahí una meta de llegada, sino el punto de partida de otra reflexión.

Una anécdota define el tipo de lectura que reclamaba Borges. En 1938, perdió a su padre, cómplice de sus discusiones literarias (solían almorzar con diccionarios a la mano para condimentar la sobremesa con filología). Ese mismo año sufrió un accidente que cambiaría su vida. Visitó a una amiga para entregarle un libro. Subió de prisa la escalera del edificio. El sitio acababa de ser pintado y una ventana estaba abierta para airear el ambiente. Borges ya tenía mala vista, llevaba en sus manos un volumen codiciado, estaba ansioso por cumplir la cita (en su código personal, nada era tan romántico como entregarle un libro a esa mujer). No advirtió la batiente abierta y se golpeó con ella, desmayándose en el acto. Al volver en sí, temió haber perdido algunas de sus facultades. Le pidió a su madre que le leyera un texto. Ella abrió un libro de C. S. Lewis. Le sorprendió el silencio con que su hijo la escuchaba, desvió la vista y lo encontró llorando. "¿Qué te pasa?", preguntó. "Lloro porque entiendo", respondió Borges.

La emoción en la que cifraba su felicidad seguía intacta. Surge una pregunta: ¿qué significaba "entender" para Borges?

Después de su convalecencia escribió el cuento "Pierre Menard, autor del Quijote". Hasta entonces había publicado básicamente poemas y ensayos. Si después del accidente fracasaba en un género menos frecuentado por él, su decepción sería menor. El relato trata de un lector extremo, que copia el Quijote palabra por palabra.

Sin embargo, al ocurrir en otra época se trata de otro libro. El contexto, es decir, la lectura, cambia el sentido de las cosas. Borges perdió el conocimiento para dar con una teoría del conocimiento.

Apostó por la claridad, evitando el hermetismo y los golpes de efecto. Con Bioy Casares escribió divertidísimas parodias sobre el sinsentido y la inutilidad de ciertos vanguardistas. Pero el sentido de sus textos no concluye en la última línea. El cuento There are more Things desemboca en la frase: "La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos". En este caso, el protagonista aguarda la llegada de un monstruo. Ha visto los espantosos muebles e instrumentos que usa. El cuerpo que se sirva con naturalidad de esos objetos debe ser descomunal. El escenario define a su inquilino. El lector no necesita verlo para sufrirlo. Por eso Borges no lo describe; deja que sea imaginado.

Este final resume la estrategia borgiana: un texto sugerente permite que el lector vea "algo más".

En ocasiones, la confusión o el desorden verbal semejan profundidad. "Debe ser algo muy inteligente porque no lo entiendo", dice el desprevenido lector. Con ciertos textos pasa lo mismo que con los estanques donde el agua turbia sugiere una hondura inexistente. En cambio, la transparencia de Borges revela misterios bajo el agua.

No toda claridad es inagotable. Hay escrituras diáfanas que se agotan en sí mismas. Leo las instrucciones para armar un mueble y siento que nada se me escapa. Lo que interesa a Borges es otro tipo de nitidez. Cuando le dijo a su madre que entendía a C. S. Lewis se refería a lo que se comprende sin límite ni acabamiento. Leer abisma.

No es lo mismo entender un teorema que decir "yo te entiendo". Quien domina un teorema carece de dudas al respecto. Pero, ¿qué significa entender o decir que se entiende a una persona? Lo mismo que entender un libro. Es un proceso sujeto a modificaciones, capaz de mejorar o perjudicarse, un pacto que no deja de sellarse.

Una ventaja oportunista de la oscuridad literaria es que exige ser descifrada. El erudito se pone los anteojos para espiarla. En cambio, la claridad corre el riesgo de parecer simple. Fernando García Ramírez acaba de reunir los luminosos textos de Gabriel Zaid sobre la lectura. Leer es un compendio de ética y estética de la lectura. Ahí escribe Zaid: "Hay una incomprensión desconcertante hacia la poesía que 'sí se entiende'. Paradójicamente, resulta que los profesores leían con más cuidado y acababan entendiendo más la que 'no se entendía'". En ocasiones, los críticos sobreinterpretan y creen que las erratas son neologismos o incluso "joycismos".

Entender un libro es la mejor manera de entender el mundo. Al apartar la vista de la página, lo real se vuelve materia interpretable.

Lo que vemos se comprende y es un enigma: un libro abierto.


 
 
 




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Fecha de publicación: 9 Nov. 12










JEP, rescatista
Por Juan Villoro


Descubrí a José Emilio Pacheco con el cuento "El parque hondo". Yo apenas salía de la infancia y aquel título me recordó al Parque Hundido, donde creí arriesgar mi vida en un patín del diablo.

La literatura mexicana es una literatura de niños ausentes o castigados. Pacheco elige testigos infantiles, niños confundidos, que vacilan lo suficiente para mejorar el impositivo universo adulto.

En "El parque hondo" una gata es envenenada pero sobrevive. Su dueña decide sacrificarla para ahorrarle sufrimientos. Le da dinero a su sobrino para que la lleve al veterinario. Con un amigo, Arturo urde un plan: matarán a la gata y se quedarán con el dinero. Además, la gata recibe más afecto que él. Matarla es también una venganza.

La llevan al parque hondo; deciden aplastarla con una piedra, pero están nerviosos: la gata escapa. Arturo se queda con el dinero y vuelve a casa de la tía. Tarde o temprano, se descubrirá que no fue al veterinario. Él desea que la gata regrese, pero nadie se acerca a la ventana. No soporta tener esos billetes espurios. Los rompe y los arroja al viento. Ahí termina el relato. Un ritual de maduración doloroso, un sacrificio vacío, en nombre de la absurda edad adulta.

Siempre me pregunté adónde habría ido a parar aquella gata. Aunque estaba envenenada, escapó con agilidad de sus verdugos. En cambio, era fácil suponer que el niño que no pudo cometer una crueldad que lo beneficiaba, había crecido para convertirse en un crítico de la modernidad y sus abusos.

Como Walter Benjamin, Pacheco entiende el progreso como un vendaval que todo lo destruye. En especial, condena la destrucción de la naturaleza y el maltrato a los animales. El hombre es el arrogante inquilino de un mundo en el que hace trampa. En "El principio del placer" los personajes usan máscaras morales y los luchadores que pelean en el ring no respetan sus máscaras (terminado el teatro de la sangre, los presuntos enemigos comparten cervezas). En "Tarde de agosto", un niño fracasa en atrapar una ardilla y hace el ridículo, subido a un árbol. Para castigarse, es decir, para "madurar", quema lo que más le gusta: su colección de cómics.

En el zoológico, Pacheco piensa en los animales que son destazados para que otros coman y en el hacinamiento que permite contemplar lujosas pieles.

Incluso sus artículos de circunstancia obligan a suponer lo peor. Recuerdo uno, sobre los 40 años del bolígrafo, en el que imaginaba el cementerio al que iban a dar todos esos útiles de plástico, una cripta contaminada, imposible de degradar biológicamente.

A propósito de Ramón López Velarde, conjeturó en lo que hubiera pasado en caso de no morir a los 33 años. ¿Se habría convertido en un burócrata de nuestras letras? ¿Medraría como un acomodaticio funcionario cultural, añorando el talento que derrochó en su edad primera? Pacheco alerta sobre el error de considerar que un destino no puede perjudicarse: incluso el más grande de los poetas podría haber tenido acceso a la mediocridad.

Esta gama de infiernos a la medida es muy amplia. "Aqueronte" narra el desencuentro de dos personas incapaces de decir que se aman, y Morirás lejos despliega un perfecto ejercicio de paranoia (un hombre sospecha de otro; eso basta para narrar la historia del antisemitismo).

Una y otra vez, Pacheco da la señal de alarma y parece tocar las trompetas del Juicio Final. El óleo "La Torre de Babel", de Brueghel, lo cautiva por dos razones que definen su propia técnica: el asombroso despliegue de detalles y la representación de la cultura como ruina. Exactitud en la forma, devastación en la imagen de conjunto.

En un ensayo tan apasionado como iluminador, Christopher Domínguez Michael se refirió a la gran paradoja que entraña leer a Pacheco: su pesimismo es genuino pero engañoso. El más ilustrado de los aguafiestas brinda una felicidad inesperada; después de anunciar el apocalipsis y la bancarrota moral de nuestro tiempo, muestra que no todo está perdido.

En su inagotable columna periodística "Inventario" (firmada con las discretas iniciales JEP, que no postulan a un autor sino a un secretario cívico), Pacheco apostó por la civilización con la misma constancia con que denunció la barbarie. Ecologista con los nervios de punta, advierte que la marea sube y el fuego avanza. El hombre no suspende su exterminio, pero algo puede rescatarse.

Los muchos autores que ha leído para acercarlos a nosotros, las insospechadas conexiones que establece entre temas que sólo gracias a él se tocan, las curiosidades que pesca en el torrente del acabamiento, son muestras de felicidad cumplida.

No es casual que los rescatistas del terremoto de 1985 lo llevaran a escribir un poema elegíaco. El cronista del desastre reconocía a los suyos, a los que asumen la tragedia para superarla.

¿Qué pasó con aquella gata perdida? Si Pacheco fuera un agorero amargo, no sabríamos nada más. Regresó, transfigurada en estos versos: "Ven, gato, acércate/ Eres mi oportunidad de acariciar al tigre".

El mundo se extingue, pero Pacheco salva un gato y lo convierte en tigre.








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Fecha de publicación: 2 Nov. 12







El mariachi loco
Por Juan Villoro

La realidad sucede antes de leer nuestros artículos. El pasado jueves, mientras yo reflexionaba sobre el Premio FIL, concedido al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, la Comisión de Premiación se reunía para buscar una salida a un veredicto que despertó una justificada polémica.

Numerosos comentaristas nos opusimos a que los dineros públicos se utilicen para celebrar una obra que incluye plagios probados. La ética de un autor no puede estar al margen de su escritura (si además es magnífica persona, mejor para él y para quienes lo conozcan). El jurado consideró que podía separar la obra literaria de la conducta del autor en el periodismo. Esa decisión es discutible: el periodismo merece el mismo respeto que la novela y no puede ser considerado como la zona de desperdicio e impunidad de un "artista e la palabra".

Sorprende que la Universidad de Guadalajara, principal apoyo de la FIL, festeje a un escritor que ha hecho lo que se prohíbe a todos los alumnos: copiar.

¿Cuál es la auténtica dimensión del problema? Lo que está en juego no es la trayectoria de un escritor que ha cometido plagios y también publicado espléndidas novelas, sino el tipo de cultura que queremos en México: ¿Pueden los artistas estar al margen de una ética del oficio?

La cláusula 7 de los estatutos del Premio FIL señala que el fallo del jurado es inapelable. Su elogiosa valoración de la obra de Bryce no puede ser alterada. La pregunta es si el galardón debe ser recibido por un escritor que lesionó derechos autorales de terceros. La cláusula 10 permite que la Comisión intervenga en "circunstancias no previstas". Fue lo que ocurrió el jueves pasado y se dio a conocer el viernes.

Por desgracia, se tomó la peor decisión posible: entregar el premio a domicilio, impidiendo que el galardonado venga a México. André Breton señaló que en nuestro país el surrealismo ocurre en la vida diaria. Ahora sabemos que también ocurre en ciertas instituciones culturales. Esta "solución" ofende al ganador y al jurado. Los organizadores no quieren ver al premiado y consideran que el fallo no es de celebrar. Además, hacen caso omiso de las muchas voces de protesta. Un acto "cultural" se reduce a enviar 150 mil dólares como si se enviara una pizza.

"Te invito a cenar pero te pido que comas en la cocina", ¿es ésta una fórmula de hospitalidad? Por supuesto que no. En la Feria de las Tinieblas, el invitado de honor es clandestino. Estamos ante el primer premio que opta por una ceremonia secreta, abochornado de sí mismo. Cantinflas no lo habría hecho mejor.

En mi opinión la mejor salida era negociada. En la lista de galardonados, la decisión de este año habría quedado así: "Premio 2012: Alfredo Bryce Echenique (no entregado)". De este modo se preservaba la distinción del jurado y no se usaban dineros públicos para amparar el plagio, acto que ofende a cualquier universidad.

Puestos a elegir nuestra derrota, muchos de los que impugnamos la entrega hubiéramos preferido que las cosas quedaran tal cual, siendo Bryce el ganador absoluto, en vez de distinguirlo con un "honor" que avergüenza.

¿Hay alguien que aspire a ser el próximo ganador de un premio que se sonroja al verse en el espejo?

La Comisión no quiso atender otros argumentos ni permitió que la ética -esa incómoda señora- ocupara una silla en su reunión. Su único interés parece haber sido teatral: evitar los abucheos y las críticas el día de la entrega. ¡Bienvenidos a la sociedad del espectáculo! Por lo visto, lo que cuenta en la FIL no es el contenido de los libros sino el show que los rodea.

Es posible que al evitar la presencia del ganador se silencien algunos gritos, pero así se fomenta otro espectáculo, esta vez carnavalesco. Del rencor se ha pasado al sarcasmo, es decir, de José Alfredo Jiménez a El mariachi loco, nuevo himno de la FIL.

Muchos amigos comentan que ha llegado la hora de abandonar la FIL. Me parece una decisión equivocada. La principal feria del libro del idioma ha sido construida con el esfuerzo colectivo, no sólo con las iniciativas de funcionarios que encontraron ahí una plataforma a su medida.

De manera inevitable, en foros y entrevistas, la FIL de 2012 se convertirá en un referéndum sobre la importancia de la ética en la cultura, y los periodistas demostrarán con su intensa y comprometida cobertura que su trabajo no es un género menor, capaz de ser saqueado impunemente.

Lo que no pudo resolver la Comisión ganará por aclamación entre los escritores y los lectores. Alguna vez Paco Ignacio Taibo II propuso crear una república de la FIL. Si ese sueño de autonomía ocurre alguna vez, debería tener un parlamento de alta moralidad.

Hay que ir a la FIL a defender el compromiso de la cultura con la ética. Lo que no existe en ciertas instituciones, existe en numerosas conciencias.

Llegará el día en que sea imposible que el presupuesto cultural de México se use al margen de la moral pública y que un premio sea entregado en el extranjero, con rubor en las mejillas y bajo los histéricos compases de El mariachi loco.


 
 

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Fecha de publicación: 26 Oct. 12









La ética de un oficio
Por Juan Villoro

¿Es posible que la cultura esté al margen de la ética? La pregunta, que debería ser innecesaria, resulta imprescindible ante el Premio FIL concedido al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.

Distinguidos profesores de El Colegio de México, decenas de articulistas y un aluvión de cibernautas han criticado que se utilicen dineros públicos para festinar a un escritor que vulneró los derechos de otros autores. Como el asunto aún no se resuelve, añado este comentario, convencido de que proponer una solución no significa condenar a un autor ni al jurado que lo premió. La democracia depende de respetar las ideas y las leyes que las protegen. Disentir no es linchar.

Aprecio a Bryce Echenique como persona y como el memorable autor de Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña. Su destino está asegurado, sus libros se seguirán leyendo y sus chistes, ya legendarios, seguirán animando nuestras reuniones.

Pero hay algo que no puede soslayarse: Bryce robó al menos 16 trabajos ajenos. El plagio es el equivalente literario del dopaje deportivo o la negligencia médica. ¿Merece el Balón de Oro un futbolista que ganó el Mundial pero en otros 16 partidos dio positivo por dopaje? ¿Merece ser Médico del Año alguien que inventó una vacuna pero perjudicó a 16 pacientes? Por supuesto que no.

El delito de Bryce contra los derechos de autor ya fue sancionado en tribunales. Otro jurado, el del Premio FIL, decidió que esto no afectaba su valoración. Me parece un error inaceptable.

¿Cuáles son los límites morales de un jurado literario? Obviamente, no se le puede exigir a un escritor que también sea un estupendo ciudadano, un ser piadoso o un buen marido. Anton Chéjov sólo vivió una vez. Lo que sí se le debe exigir es que tenga ética en su escritura.

El jurado del Premio FIL consideró que los artículos que Bryce plagió no perjudican su ejercicio literario. Probablemente entienden al periodismo como un género menor, susceptible de ser usado como la zona impune de un Gran Artista.

Resulta ocioso demostrar que el periodismo de Ramón Gómez de la Serna, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Albert Camus, Tomás Eloy Martínez, Kurt Tucholsky, Ernest Hemingway, Álvaro Cunqueiro o Josep Pla es parte esencial de su obra literaria. La mayoría de los textos de Carlos Monsiváis (Premio FIL) han sido publicados en periódicos, no en libros. El periodismo no puede ser visto como el cajón de desperdicio de un autor.

El respeto que merece esta profesión se vuelve decisivo en el devastador momento que vivimos. Según Reporteros sin Fronteras, México es el país más peligroso para ejercer el periodismo. Numerosos compañeros del oficio han muerto, han sido amenazados o han tenido que exiliarse por atreverse a decir la verdad. Quienes escribimos en los periódicos no podemos ser ajenos a la trascendencia de un trabajo que puede costar la vida.

La FIL está asociada con la Universidad de Guadalajara. En toda institución académica el peor delito es copiar. ¿Qué mensaje se le manda a los alumnos -en especial a los de periodismo- con este galardón? Un mensaje cínico: "Copien, muchachos, que eso no les impedirá recibir 150 mil dólares".

Hace apenas unos meses la cultura mexicana se sometió a un intenso debate a propósito de los plagios cometidos por Sealtiel Alatriste. Fue un asunto doloroso que concluyó con la renuncia del escritor a su cargo en la UNAM y al Premio Villaurrutia (que no estaba en entredicho pero desató la polémica). Ante la indignación de la comunidad, Alatriste pidió disculpas, protegió a la UNAM con su renuncia y prescindió del premio.

Es imposible no tener en cuenta el antecedente. ¿No aprendimos nada de esa lección? ¿Lo que se sanciona en una universidad pública se pasa por alto en otra?

Lo que en verdad está en juego no es la reputación de un escritor de cumplida trayectoria, sino la forma en que se difunde la cultura en México.

Raúl Padilla, ex rector de la Universidad de Guadalajara y máxima autoridad de la FIL, ha impulsado la principal feria del libro en el idioma. Ahora enfrenta una encrucijada que reclama grandeza. Su trayectoria y el precedente de José Narro, rector de la UNAM, permiten pensar que estará a la altura de la situación.

La salida es menos compleja de lo que podría suponerse. La cláusula séptima de la Convocatoria para el Premio FIL informa que el fallo del jurado es inapelable. No hay nada que objetar a su valoración. Pero la cláusula décima advierte que "cualquier situación no prevista... será resuelta por la Comisión de Premiación".

Dicha Comisión puede acatar el fallo que distingue a un novelista, pero negarse a entregar el premio porque eso violaría las normas éticas de la Universidad de Guadalajara y de la Feria Internacional del Libro.

Raúl Padilla está ante un elevado desafío: demostrar que en México la cultura no es coto de la impunidad.

19 oct. 2012







Historia digital
Por Juan Villoro

Un amigo, que en la prudencia del afecto llamaré Jaime, me contó una historia que revela la forma en que somos definidos por los aparatos.

Jaime estaba ante el cajero automático de un hospital cuando una mujer dijo una triste frase a sus espaldas: "Tampoco tú puedes, ¿verdad?". Se volvió para encontrar a Martha, a quien no había visto en eras. "¡Somos mudos digitales!", exclamó ella.

Jaime había tocado la pantalla sin resultado alguno. Eso le sucedía con tal frecuencia que le había pedido a su primo Jorge que lo acompañara. Por alguna razón, la touch screen respondía mejor a unas manos que a otras.

El primo completó la operación sin problemas. Martha iba acompañada de su sobrina Cecilia, a la que le dictó su maniobra en el cajero.

Martha le preguntó a Jaime por su esposa. "La acaban de operar". La misma pregunta siguió el curso inverso: "Lo acaban de operar". Esta simetría provocó un silencio que 30 años atrás debieron haber suspendido con un beso.

Jaime se había acostumbrado a pensar en Martha como la maravilla que no pudo ser. En otro contexto se habría despedido de ella de inmediato. Pero estaban presos en un hospital. La invitó a comer.

Cecilia y Jorge presenciaron la escena con las manos llenas de billetes, divertidos por el nerviosismo adolescente de los otros. Martha y Jaime comprobaban que 30 años no bastan para superar una oportunidad perdida.

Durante la comida, hablaron de sus parejas con el respeto que merecen quienes acaban de salir de la anestesia. Luego ella dijo: "Tú y yo tenemos la misma piel". Por desgracia, no se refería a los acuerdos a los que se llega con el tacto, sino a una molesta particularidad dérmica: "Las máquinas que se tocan no son para nosotros". Ella había leído un estudio en una revista especializada acerca de la temperatura corporal, la exudación, las grasas, la textura de la piel y otros datos que diferencian a la gente en su trato con las pantallas táctiles. "Nuestros dedos son mudos", Martha extendió las manos.

Tenía una piel muy parecida a la de Jaime, casi translúcida, llena de rayitas. Él la tocó, formando una mancha rojiza en la otra piel. Esto no representó una caricia, sino una constatación médica. Estaban en un hospital.

"La primera vez que no pude activar una pantalla pensé en ti", prosiguió Martha. ¿Recordaba tan bien su epidermis o sencillamente lo consideraba impedido para el tacto? "Los inventores de las máquinas no consideraron que hay gente como nosotros. Por eso necesitamos traductores. Por cierto, ¡qué guapo es tu primo!".

Entonces, Jaime reparó en lo hermosa que era Cecilia. "¿Crees que se gusten?", preguntó Martha. Durante un rato hablaron del posible romance entre las personas que les prestaban su piel para expresarse ante las máquinas. Ese tramo de la conversación transcurrió con una fluidez que perdieron al volver a sus propias vidas.

"Los cajeros son como el oráculo de Delfos", opinó Martha. Jaime pensaba lo mismo, aunque por otra causa. Consultar su saldo representaba para él un dramático acto de adivinación.

"Nos discriminan: hay pieles que no dan órdenes digitales", dijo Martha con tristeza.

Treinta años atrás, la imposibilidad de su romance no había dependido del deseo sino de la voluntad. Se gustaban, pero no encontraron la forma de vencerse a sí mismos. Ahora una máquina los declaraba ineptos.

¿Podían desandar ese camino? Jaime concibió un estrepitoso affaire hospitalario, pero recapacitó en el acto. No podían hacer eso; sus parejas estaban postradas en camas ortopédicas, la infidelidad representaba en ese momento una crueldad postoperatoria.

Mi amigo se sintió como en un verso de José Gorostiza, "sitiado en su epidermis". La pantalla del cajero automático revelaba las limitaciones de su piel, una piel que no comunica.

Se despidió de Martha, con la promesa de verse en la cena (ambos dormirían en el hospital). Fue al cajero dispuesto a hacer un extraño experimento. Pensó, con enorme concentración, en la piel de Martha. Activó la pantalla sin problemas. Su temperatura corporal aumentó al suponer que la opción "Retiro de efectivo" era un objeto del deseo.

Le dio gusto que sus dedos respondieran a su voluntad. ¡Tenía sangre en las venas! Luego le deprimió que eso sirviera para activar una pantalla.

En la cena ocurrió algo asombroso: también Martha había logrado que el cajero la obedeciera. "¿Qué operación hiciste?", preguntó Jaime, entusiasmado. "Consulta de saldo". Esto frenó el ímpetu de mi amigo: Martha hacía un balance mientras él buscaba recompensa inmediata.

La cena transcurrió con agradable incomodidad. Entre tanto, dos pisos arriba, los traductores digitales hacían el amor en el cuarto de las escobas. Jorge y Cecilia no estaban hechos para perder el tiempo.

Los nuevos novios quisieron celebrar su romance y la recuperación de los enfermos con una cena, pero Martha y Jaime declinaron.

Antes de abandonar el hospital, mi amigo consultó su saldo. La pantalla lo obedeció. Por desgracia, tenía menos de lo esperado.

El cajero es un oráculo.


 
 
 
 




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Fecha de publicación: 12 Oct. 12








Dudar convence
Por Juan Villoro

En ocasiones, los poetas prefiguran en detalle el destino que les tocará en suerte. César Vallejo pronosticó "Me moriré en París con aguacero" y Ramón López Velarde cayó a los 33 años, víctima de neumonía, después de escribir "la edad del Cristo azul se me acongoja".

En 2011, el poeta Javier Sicilia viajó a Filipinas. Acababa de concluir la novela El fondo de la noche, cuyo tema esencial es la ética de la supervivencia. La historia se basa en un hecho real: el sacerdote que sacrificó su vida en Auschwitz para salvar a un prisionero. A los 94 años, el hombre que debe su existencia a otro hace un balance de lo sucedido. ¿Merecía sobrevivir? ¿Por qué ocurrió ese milagro? Para el filósofo Giorgio Agamben, la "aporía de Auschwitz" es la urgencia de narrar lo que no puede ser dicho. Sólo quienes murieron en los hornos crematorios fueron testigos integrales del espanto. Pero su voz no puede volver; esa experiencia quedó del otro lado del sentido. De esa imposibilidad deriva la obligación ética del testimonio. El cronista y el sobreviviente saben que no llegarán al "fondo de la noche". La importancia de su tarea depende de acercarse lo más posible a una meta inalcanzable.

Las reflexiones morales que atraviesan la novela de Sicilia resultaron premonitorias. Mientras se encontraba en Filipinas, su hijo Juan Francisco fue asesinado en Cuernavaca junto con otros jóvenes.

A partir de ese momento, Sicilia se convirtió en víctima del dolor y en su testigo más visible. Miles de personas le contaron sus tragedias. Con esas voces encabezó un movimiento destinado a transformar el sufrimiento en esperanza.

En días pasados, la Caravana por la Paz conducida por Sicilia fue un caso insólito de diplomacia ciudadana. Anthony Wayne, embajador de Estados Unidos en México, entendió la relevancia del acontecimiento y concedió visas de tres meses a 120 personas que viajaban para contar la historia de sus muertos.

La ruta de la Caravana fue la opuesta a la de la colonización de Estados Unidos: comenzó en San Diego y concluyó en Washington. En tiempos de redes sociales, los migrantes de la voz buscaron el entendimiento que sólo se adquiere caminando. Establecieron contacto con más de 100 ONG y con congresistas demócratas y republicanos.

Acompañé a Sicilia a la Universidad de Princeton, donde insistió en que el narcotráfico no debe ser atacado como un problema de seguridad nacional sino de salud pública. Aunque se trata de un problema bilateral, aún no forma parte de la agenda norteamericana. Un dato sintomático de la Caravana es que tuvo espléndida cobertura en periódicos locales pero no en los nacionales (quienes entran en contacto directo con las víctimas les abren espacio informativo; sin embargo, el tema aún no es una prioridad noticiosa).

"Algo debe estar mal en un país que tiene el 5% de la población mundial y el 35% de los presos", comentó Sicilia. Con 23 millones de adictos, Estados Unidos no puede ser ajeno al conflicto que se padece en México.

El narcotráfico es anterior a Felipe Calderón y debía ser enfrentado. ¿Justifica esto cualquier tipo de estrategia? Por su puesto que no. "¿Por qué no culpan a los criminales de la violencia?", le preguntó el presidente Calderón a Sicilia. La misma interrogante fue planteada en Princeton. "Porque el interlocutor de los ciudadanos no es el Chapo Guzmán, sino el gobierno", afirmó Sicilia. La democracia es más perfecta mientras más se puede decir que es imperfecta.

La paciente articulación de voluntades dispersas se dificulta en caso de gente lastimada, que quiere respuesta concreta a sus agravios. Para la Caravana de la Paz, la venganza no es justicia, y el perdón es una forma de proselitismo moral. "El hombre es más que sus defectos", comenta el activista que transformó los actos públicos con gestos de reconciliación cristiana: "Besar a tu oponente significa demostrar que no es tu enemigo; aun en la oposición se puede vivir la sacralidad del acuerdo. No hay que olvidar que también el adversario tiene víctimas".

Iconoclasta ante la izquierda ortodoxa, la derecha y la jerarquía eclesiástica, Sicilia desconcierta a los empresarios cuando les informa que en el sur hay menos violencia porque las comunidades indígenas preservan el tejido social y a la izquierda puritana cuando besa a un priista distinguido.

En su afán por pasar de una democracia representativa a una participativa, Sicilia enfatiza los diferentes desafíos de Estados Unidos y México: "A los gringos, que están tan reglamentados, les hace falta desobediencia civil; a nosotros nos hace falta obediencia civil". El juego de palabras no alude a la subordinación: "Cuando la sociedad se organiza, el gobierno tiene miedo: eso es democracia".

"La religión católica se funda en el sacrificio de un hijo", me dijo: "es un precio excesivo; no sé si sigo creyendo".

Un hombre de fe atravesado por las dudas permite que otros crean. Javier Sicilia llegó solo al auditorio en Princeton. Salió seguido de estudiantes. El que estaba más cerca de él, había discrepado de sus ideas.










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Fecha de publicación: 5 Oct. 12








La elocuencia de las piedras

Por Juan Villoro
28 de septiembre 2012

En 2010 el realizador Jordi Arenas me propuso hacer un programa sobre arqueología mientras conversábamos en el estacionamiento de Canal 22. El escenario se prestaba para el tema: un lugar de tránsito -versión posmoderna del juego de pelota prehispánico-, donde el movimiento es fugaz, y encontrar un sitio, providencial.

La idea era narrar los descubrimientos de los aventureros que desmontaron la selva a machetazos en pos de ídolos de piedra. La agitada vida de esos románticos de la maleza merecía ser contada.

En homenaje al cronista Ángel Fernández, que sabía que los goles ocurren para ser vistos por segunda vez, Jordi llamó a este procedimiento "La gloria de la repetición".

Cuando el INAH y Canal 22 aceptaron respaldar la serie, propusieron algo más arriesgado y ambicioso: hacer una crónica de nuevos hallazgos, mostrar la forma en que el pasado se actualiza. Fue el inicio de Piedras que hablan, serie de trece programas que Canal 22 ha comenzado a transmitir los martes, a las 9 de la noche.

La contundente presencia de las pirámides sugiere que desde hace mucho sabemos todo sobre ellas. Sin embargo, sólo conocemos una parte del mosaico prehispánico. Las interpretaciones cambian y las técnicas de investigación mejoran. El mundo antiguo no está quieto. No se trata de un sitio conocido y clausurado, sino una región activa. Bajo la ciudadela de Teotihuacán se explora un túnel que puede llevar a una cripta decisiva; en Palenque se acaba de encontrar la tumba de un gobernante y la escritura del Templo de las Inscripciones se ha descifrado como un libro en piedra; en Bonampak, los legendarios murales han sido restaurados y nuevos personajes han salido a la luz.

¿Cómo entra el pasado en la modernidad? Es equívoco suponer que siempre ha estado ahí; requiere de interlocutores para llegar a nosotros: alguien descifra, alguien ordena los datos.

Entendimos que la serie debía explorar las ruinas, pero sobre todo la mirada de los arqueólogos. Hay diversas maneras de leer ciudades remotas; en ocasiones, se privilegia la reconstrucción; en otras, la conservación. El trato con el patrimonio se ha modificado con los años. El impulso inicial de "completar" edificios antiguos con materiales ajenos a ellos (como el cemento, ahora vilipendiado) fue paulatinamente relevado por una preservación más pura, que recupera el hecho histórico y la condición en que fue hallado. La zona de Teotihuacán, auténtico museo de la intervención arqueológica, permite estudiar los distintos criterios con los que el pasado ha salido a flote.

La televisión vive agobiada por la prisa y no entiende de borradores. En dos meses recorrimos 28 sitios arqueológicos y entrevistamos a más de 30 arqueólogos. El resultado fue un viaje sin red protectora para reconstruir el pasado en tiempo real.

La noticia de la muerte de Carlos Fuentes nos sorprendió minutos antes de descender con sogas a un cenote de Chichén-Itzá. Esa inmersión en el inframundo maya fue un telúrico homenaje al autor de Los días enmascarados, que vivió para adentrarse en los secretos profundos que determinan los sucesos de nuestra superficie.

Muchos otros escritores se han interesado en los mensajes prehispánicos, entre ellos Carlos de Sigüenza y Góngora, Sor Juana Inés de la Cruz, Salvador Novo, Carlos Pellicer, Fernando Benítez, Efraín Huerta, Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Efraín Bartolomé. En 2004, Víctor Manuel Mendiola publicó una espléndida antología de poemas que resuenan como un eufónico eco de las piedras: El corazón prestado.

Por Luis Cardoza y Aragón, sabemos que "la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre". Nuestra búsqueda de certezas comenzó con los poetas y desembocó en el diálogo con los arqueólogos que reordenan las piedras como sílabas del tiempo.

La principal lección del viaje fue lo mucho que nos faltó por recorrer. En México, 28 sitios no son nada. En el norte fuimos al laberinto de adobe de Paquimé, pero el sueño chichimeca quedó menos representado que la exuberancia maya. En una ocasión, un ruso exaltado me dijo que si le dedicara cinco minutos a cada objeto del Museo Hermitage, saldría de ahí al cumplir 90 años. El mundo prehispánico se mide en temporalidades más amplias. La rueda del cosmos tendría que girar sobre sí misma para que se agotaran sus enigmas.

"Lo que pasó, está pasando todavía", escribe Octavio Paz. Todo tiempo es actual. Las piedras hablan desde otra época, pero son contemporáneas: en el asombroso presente, los arqueólogos las leen de corrido.







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Rojos o verdes
Por Juan Villoro

En el "mes de la patria" conviene revisar los valores que damos por sentados y a veces son herméticos o por lo menos misteriosos.

Me propongo hablar de los dos colores fundamentales que arden en el paladar vernáculo. La gastronomía mexicana creó salsas bicolores para honrar la dualidad de nuestra cultura. El pensamiento prehispánico se regía por una creativa pugna entre los opuestos. Baste pensar en el juego de pelota, representación del tránsito del sol y la luna, la vida y la muerte, la tierra y el inframundo, el triunfo y la derrota y todas las tensiones que mantenían vivo el cosmos.

De manera emblemática, el Templo Mayor de Tenochtitlan tenía un carácter dual: un altar consagraba a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, y otro a Tláloc, dios pluvial. En el abigarrado panteón mexica no podía faltar un Señor de la Dualidad. Ometéotl representaba al indivisible Dios Dos.

¿Qué queda de esa dialéctica? Es obvio que no vivimos en estado de éxtasis azteca, pero hemos logrado que algunos usos cotidianos preserven el vínculo con esa era perdida.

Las mesas mexicanas son cosmogramas de la identidad. Ahí coexisten distintas culturas, la del pan y la de las tortillas de maíz. Esta es la parte criolla del asunto. Pero hay algo que viene de más lejos: las salsas conservan el sentido de la dualidad. Aunque hay de muchos tipos, reconocemos dos polos canónicos. Las enchiladas y los chilaquiles pueden ser rojos o verdes, y las mesas ofrecen dos cuencos con líquidos que pican en esos colores.

Disponer de esa alternativa ha llevado a algo más que un enriquecimiento del gusto. Las salsas tienen un sentido identitario. Sin ellas, la comida es "internacional". Sus colores son los más enfáticos de la bandera (el blanco es neutro, una ausencia de color) y aluden a una cultura dual, que erigía una pirámide al sol para erigir otra a la luna y hacía un agujero en el poniente cuando ya tenía uno en el oriente.

Una mesa con una salsa es sospechosa de dogmatismo. También el exceso despierta suspicacias. Los restaurantes que ofrecen siete salsas obligan a recordar que las básicas son dos, la roja y la verde.

El mundo se divide en esas opciones tan arraigadas que definen nuestro inconsciente colectivo: también la gasolina, salsa automotriz, es roja o verde.

¿Sería posible clasificar a los amigos a partir de una psicología de las salsas? Algunas posibilidades: "Ni le hables a Carlos; no lo calienta ni el sol: está cambiando de salsa", "No confíes en Julia: es de las que mezclan las salsas", "Jamás convencerás a Federico: no ha probado otra salsa en su vida".

Todas estas reacciones expresan la angustia de elegir. El ser contemporáneo no es dual; está obligado a escoger entre una cosa y otra. En la lacustre Tenochtitlan, tener dos salsas era tan normal como adorar dos dioses. La mente azteca fundía opuestos: la salsa verde incluía algo de la roja; una no existía sin la otra; elegir "ésta" implicaba a "aquélla".

En cambio, los atribulados habitantes de la posmodernidad tenemos que escoger, o creer que lo hacemos. A cada rato debemos singularizarnos, definirnos a través del NIP o el password que permiten la vida en común.

En un sentido profundo, las salsas no llegan a nuestras mesas como una disyuntiva que significa abundancia, sino como un recordatorio de que todo es dual y los extremos viven juntos.

¿Qué tan distintas son esas opciones? Llegamos a un desafío del conocimiento. Las salsas se parecen mucho, pero no son idénticas. Confieso un desconcierto que no le deseo a nadie. Con los ojos abiertos, prefiero la roja. Esta elección es cromática. Si pruebo ambas salsas sin abrir los ojos, escojo la verde. ¿Podemos separar el gusto de la mirada? Los integristas gastronómicos se guían por sus papilas, los que entienden el placer como algo ambiental, híbrido, privilegian la presentación, y los neurasténicos se preocupan de que haya opciones.

Las salsas esenciales representan una versión asequible y gustativa de la dualidad. ¿Hasta dónde podemos lograr que, al optar por una, nos alejemos de la otra?

"¿Sus chilaquiles: rojos o verdes?", pregunta el mesero. La lucha de los contrarios parece a punto de ser resuelta por el libre albedrío. Un partido en el que no hay empate: "¿rojos o verdes?".

Pero Huiztilopochtli y Tláloc han encontrado el modo de preservar su señorío dual. Si pides "rojos" es muy posible que te los traigan "verdes". ¿Estamos ante una de las muchas pruebas de ineficiencia en un país de baja competitividad?

De nuevo se trata de algo más complejo. El 90% de las veces, el comensal dice: "Los pedí rojos, pero ya déjelos". Por orgullo, le demuestra al otro que se equivocó, pero acepta el error porque a fin de cuentas una salsa da lo mismo que la otra.

Calificar esta reacción de "confor-mista" sería ignorar nuestras complejas raíces. Si algo define la identidad del mexicano es saber que si pides enchiladas verdes, te pueden traer rojas sin que eso sea distinto.

En la rueda del cosmos, los colores se borran y lo único que importa es que todo pique.









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Fecha de publicación: 21 Sep. 12








Bye bye AMLOVE

Por

Juan Villoro

 (14-Sep-2012).-
El pasado domingo, Andrés Manuel López Obrador pronunció uno de sus más significativos discursos. Su alcance aún está por definirse; no es fácil calibrarlo porque reúne los atributos de la sorpresa y el desconcierto. Una vez más marca la agenda de la izquierda, hacia un rumbo imprevisto.

Hans Magnus Enzensberger se refirió a los "héroes de la retirada" para definir a quienes desmontan los dogmas entre los que han crecido y así cambian a su sociedad. Gorbachov es el ejemplo perfecto de quien renueva una estructura anquilosada desde dentro. En su espléndida Anatomía de un instante, Javier Cercas encuentra a otras figuras de este tipo, decisivas para la transición española. Entre ellas se cuentan Adolfo Suárez, que llegó al poder como representante de la Falange y sentó las inesperadas bases de la democracia, y Santiago Carrillo, que condujo a los comunistas a la ruta electoral.

López Obrador está lejos de ser una figura así. No ha pasado por una reconversión ni ha renunciado a su carácter de caudillo. No estamos ante un "héroe de la retirada" sino ante alguien que da un paso al lado.

La insinuación de que se retiraría a su rancho no pasa de ser una broma (el hecho de que se llame "La chingada" confirma que tiene pocas ganas de ir ahí). Dado su granítico e inmodificable temperamento, el domingo mostró una flexibilidad y una visión de futuro que merecen ser señaladas.

Su separación del PRD no tuvo el tono revanchista que muchos preveían. Agradeció a sus compañeros de camino en los mejores términos. Su mensaje estuvo marcado por un sentido de la responsabilidad que no siempre lo ha guiado. En forma encomiable, expresó que un líder puede poner en riesgo su vida pero no la de los seguidores y llamó a una desobediencia civil que no perjudique a terceros.

Al mismo tiempo, su separación del PRD abre el abanico de la participación. El 1o. de julio de 2012 muchos juzgaron que López Obrador era el candidato menos malo, pero no necesariamente el mejor que podría haber presentado un movimiento moderno y progresista.

La izquierda sólo puede tener un buen resultado electoral si se mantiene unida. Pero un partido que sólo piensa en los votos deja de merecerlos. La encrucijada es perfecta para diversificar opciones. La izquierda tiene tres años para diseñar una estrategia en las elecciones legislativas y seis para las presidenciales. En ese lapso, el PRD deberá demostrar que es algo más que una maquinaria oportunista que prefiere ganar con dinosaurios del PRI (Manuel Bartlett, Arturo Núñez) que con gente de sus propias filas o de la sociedad civil. Al seguir su propio rumbo, López Obrador libera el juego del PRD, pero también eleva la exigencia de encontrar a otro líder de peso.

La separación no anula la posibilidad de alianzas ni la construcción de un frente unido para elecciones futuras. Además, los gobernadores y legisladores del PRD podrán negociar con el gobierno sin sentir que traicionan la causa de López Obrador, que se niega a reconocer al presidente electo.

¿Es necesario otro partido? AMLO ha sido un brillante activista. La movilización que encabezó a propósito de Fobaproa (que por desgracia no tuvo resultados) y su exitosa intervención para frenar la privatización de Pemex (que hubiera festinado en caso de ser amigo de la victoria), muestran a un político que influye sin gobernar. Pero no es un estadista. Las instituciones, el mundo exterior y los trámites minuciosos no son lo suyo. Se siente más cómodo en la tumultuosa plaza pública que en la aburrida oficina donde debe recibir al embajador del Vaticano. Es más propio de su estrategia que encabece un movimiento, pero sólo los partidos reciben recursos para operar; si opta por esta vía será por pragmatismo, pero tendrá más impacto como movilizador que como recaudador de votos.

Los futurólogos ya mencionan candidatos del PRD a la Presidencia en 2018: Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Miguel Ángel Mancera. Estos nombres están muy por encima de la plataforma que debe sustentarlos. El partido de la izquierda es un embrollo de burócratas que administran "fuerzas sociales" que van del ambulantaje a sindicatos mafiosos y responden más a la estructura corporativa del populismo que a un proyecto de renovación.

En uno de sus más extraños virajes, el combativo López Obrador se quiso transformar en AMLOVE. De modo inverosímil, pretendió estrenarse como un jipi conciliador. Con esta renuncia a su naturaleza parecía renunciar a la lucha verdadera. Si los Everly Brothers cantaron Bye bye Love, los analistas comenzaron a tararear Bye bye AMLOVE. Al oponerse a la estrategia de guerra de Calderón y al regreso del PRI, el movimiento #YoSoy132 dio nuevo brío al candidato de las izquierdas.

El pasado domingo López Obrador evitó la fuga hacia delante que muchos esperaban. Estratega lateral, dio un paso al lado para seguir de frente. No fue un impetuoso alfil, sino un caballo de ajedrez.

El juego se ha abierto para las izquierdas. Por ahora, el tablero es más interesante que las piezas.







Los héroes son normales

Por

Juan Villoro

(07-Sep-2012).-
El futbol se juega en los estadios, pero afecta a la bolsa de valores y al estado de ánimo de los panaderos. El pasado domingo, Cristiano Ronaldo se abstuvo de celebrar los dos goles que anotó ante el Granada. Desde que los Rolling Stones cantaron (I can't get no) Satisfaction, la cultura de masas no atestiguaba una ausencia de gratificación tan ostensible. Vitoreado por el Santiago Bernabéu, el número 7 del Real Madrid puso la cara de un burócrata que acaba de estampar un sello. Luego dijo que estaba triste "por motivos profesionales".

¿Qué le falta al delantero para sonreír? En tiempos de crisis, tiene un sueldo anual de 10 millones de euros netos, juega con el equipo que ganó la Liga, recibe el afecto de una modelo rusa y, algo más difícil de conseguir, del máximo intrigante del futbol mundial, José Mourinho. Pero algo le falta al gladiador. No ganó el Balón de Oro (que fue a dar a Iniesta) ni pudo tirar el último penal de la serie con que España doblegó a Portugal en la Eurocopa. Es admirado pero su ego reclama idolatría. Ha dicho que el mundo lo envidia por exitoso y apuesto (en la iconografía metrosexual compite con las estatuas griegas del joven Kouros).

El oficio de futbolista es el más comentado del planeta Tierra. Desde el Jardín del Edén, la especie depende de mitos que se forjan en la hierba.

Cristiano ha provocado la terapia de grupo más numerosa de la historia. Todo mundo tiene algo que decir de su melancolía. La pregunta decisiva es: ¿qué tan egoísta puede ser alguien que practica un deporte de conjunto? Enamorado de su reflejo en la pantalla de plasma, el Narciso de nuestros días olvida que depende de los otros.

¿Es posible que sea sencilla una persona cuya efigie vende millones de zapatos, desodorantes o yogures? Más aún: ¿es posible que sea normal? Desde que Héctor desafió a Aquiles, sabiendo que iba a morir, conocemos la respuesta: los héroes son normales.

El Premio Príncipe de Asturias acaba de ser concedido a dos futbolistas que, siendo excepcionales, demuestran que la gloria es sensata. Iker Casillas, capitán del Real Madrid, y Xavi Hernández, capitán del Barcelona, llevaron a España a conquistar el Mundial en 2010 y la Eurocopa en 2012. Desde la adolescencia han compartido la camiseta roja, pero militan en los archirrivales del futbol español.

En la temporada 2010-2011 los aficionados vimos enfrentamientos que no estábamos capacitados para metabolizar. El Barça y el Madrid se enfrentaron en la Liga, la Copa del Rey y la Champions. José Mourinho envenenó las ruedas de prensa, culpó a los árbitros de las derrotas, insinuó que el Barcelona se dopaba y le picó un ojo al técnico Tito Vilanova. El defensa portugués Pepe repartió patadas en el césped y pisó la mano de Messi.

Dispuesto a ganar a cualquier precio, Mourinho piensa que la ética es una señora que sólo da disgustos y que el odio es la vitamina del atleta.

Las tensiones entre el Barça y Madrid estuvieron a punto de fracturar la selección española hasta que Xavi y Casillas hablaron para acabar con la cizaña. Si la ávida sociedad del espectáculo quería sangre, los capitanes provocaron una anti-noticia: decidieron respetarse.

El Príncipe de Asturias honra la solidaridad de los enemigos. Nadie ha engrandecido más los goles del Barcelona que el incomparable Casillas, y Xavi es el mejor pasador de la historia del futbol español; nunca el equipo merengue ha disfrutado tanto como cuando le quita la pelota.

En 2008, Santiago Segurola escribió sobre Casillas: "El Madrid juega con uno más no porque Casillas sea un gran portero, que lo es, sino porque su presencia afecta visiblemente a los rivales". En 2009, escribió sobre el mediocampista blaugrana: "Xavi ha educado a los aficionados españoles, nos ha cambiado la mirada, nos ha trasladado de lo obvio a lo sutil, nos ha demostrado el incalculable valor de la paciencia, la astucia, el engaño y la adecuada elección de los momentos, nos ha demostrado cómo su pequeño cuerpo no le impide defender la pelota de sus atribulados rivales, nos ha dicho cómo se gobierna un partido".

A esos atributos deportivos se une su temple de capitanes: Casillas y Xavi hacen mejores a los otros.

Cristiano Ronaldo -conocido por las siglas CR7, como si fuera un célebre aparato- rara vez felicita a sus compañeros cuando no participa en el gol y sale de la cancha mientras Casillas reúne a los demás para aplaudir al público.

El futbol es más que un deporte. El desaforado interés que despierta lo convierte en modelo de conducta y espejo acrecentado de la sociedad. Sus pasiones fueron anticipadas por el primer comentarista de los héroes. El mundo no ha cambiado tanto desde que Homero enfrentó a Aquiles, el de los pies ligeros, y a Héctor, el domador de caballos.

Cristiano Ronaldo juega a ser un dios. Iker Casillas y Xavi Hernández juegan a ser hombres.







El caos que nos ordena

Por

Juan Villoro










(31-Ago-2012)
"Son sensibles al tacto las estrellas/ No sé escribir a máquina sin ellas", escribió el poeta español Gerardo Diego. La inspiración proviene de los astros y de algo más humilde, la fricción de las yemas sobre el teclado.

Hace unos años, Pablo Ortiz Monasterio preparó una espléndida edición de fotos de vida cotidiana del Archivo Casasola. Mientras los revolucionarios disparaban y las soldaderas subían a los trenes, la costumbre no dejaba de ser doméstica.

Una de las mejores imágenes de aquella selección es la de un examen de mecanografía en el que participan mujeres con los ojos vendados. La escena tiene algo de rito: las máquinas de escribir semejan altares donde se oficia a ciegas y las secretarias parecen recibir dictado divino, como si se fueran a graduar de médiums.

Esa foto me trae un lejano recuerdo. Irma era zurda y parecía hecha en otro mundo. Sufría para dominar las tijeras y otros utensilios creados por un Dios diestro. Desubicada, miraba la realidad como quien sabe que en unos minutos se va a ir la luz.

Yo tenía cierto acceso a su universo porque era amigo del Manitas, su hermano menor, experto en nudos náuticos. Es curioso el futuro que atribuimos a los compañeros de la infancia. El Manitas parecía destinado a grandes travesías. Un explorador cuyos ojos entrecerrados anticipaban vendavales. En realidad, necesitaba lentes pero tardó en descubrirlo.

La extravagancia tiene formas peculiares de volverse lógica. Una tarde llegué a casa del Manitas y oí un crepitar extraño. "Es Irma, está loca", explicó mi amigo y me llevó al comedor. La mesa era presidida por una máquina Remington en la que Irma percutía con furioso empeño. Tenía los ojos vendados; se mordía los labios; agitaba la cabeza como una pianista convulsa. Una voz salía de una grabadora: "como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor". La frase se me grabó como todo lo que sucedió en ese instante, aunque tardé en saber que se debía a la exaltada inspiración de Amado Nervo.

Las manos de Irma vaciaban al poeta en el teclado, logrando una transmigración de las almas. De pronto un hilillo de sangre bajó de su labios. Se había mordido con demasiada fuerza. Percibió la humedad sobre las teclas, se quitó la venda, descubrió mi presencia y dijo con un desdén maravilloso: "¿Qué me miras?".

A los 14 años participó en un concurso de dictado y rompió récord de velocidad. Asocié su triunfo con las rarezas de su carácter: el alfabeto de la máquina estaba tan loco como ella.

Muchos años después supe que a fines del siglo XIX, Christopher Latham Sholes separó las letras que suelen escribirse juntas (por ejemplo, la A y la M) para evitar que los tipos de la máquina de escribir chocaran entre sí. Reordenó el ABC en forma disparatada pero útil. Por accidente, las combinaciones más usuales en inglés, español y otros idiomas quedaron del lado izquierdo. Sin saberlo, Sholes diseñó un aparato más apto para zurdos. Por eso Irma lo dominó con tal soberanía.

El teclado QWERTY (llamado así por sus seis primeras letras) permite que un mecanógrafo escriba tres mil palabras inglesas usando sólo la mano izquierda y en cambio disponga de unas trescientas descritas con la derecha.

En 1936 August Dvorak propuso un teclado más racional. Hubo competencias en las que los usuarios de su método arrollaron a los estrafalarios que comenzaban por la Q. De nada sirvió demostrar que ese diseño era superior para evitar que los tipos de la máquina de escribir chocaran entre sí. La especie se había acostumbrado al desorden.

La computadora personal parecía perfecta para introducir un cambio. Steve Wozniak, fundador de Apple, aprendió el método Dvorak en un viaje de avión y lo juzgó superior al de Sholes. Creó una aplicación sin el menor éxito. Hoy en día 500 millones de computadoras usan el arbitrario alfabeto QWERTY, hecho para otra máquina, que ya casi desapareció.

La cultura de la letra depende de un teclado de aspecto incoherente. ¿Por qué perdura la caprichosa invención de Sholes?

La foto del Archivo Casasola y el recuerdo de Irma muestran la importancia de escribir a ciegas, no como una destreza de la mente o la memoria, sino del tacto.

Después de casi cuarenta años de usar el teclado no tengo la menor idea de dónde están las letras, pero escribo sin verlas. Mis manos, no mis ojos, conocen el teclado, y expresan algo por su cuenta.

Al anunciar el iPhone, Steve Jobs dijo que había creado un aparato para la herramienta perfecta, el dedo. La informática depende menos de los microcircuitos que de su condición digital. La civilización es táctil. Frotas ramas y surge el fuego, frotas teclas y arde una idea: "Son sensibles al tacto las estrellas...".

El teclado en desorden obliga a entender con los dedos.

Los libros en Braille no tienen derechos de autor. Lo que se comunica por el tacto es de todos.







El poeta avanza
Por Juan Villoro

El 12 de agosto, Javier Sicilia inició en San Diego su larga marcha a Washington. Lo acompañan activistas y organizaciones civiles que luchan por la paz. Por tercera ocasión, refrenda el valor moral de la peregrinación. En marchas anteriores recogió testimonios del dolor. Esas voces, hasta entonces dispersas, ahora van a Washington.

Desde el asesinato de su hijo, en marzo de 2011, Sicilia no se ha dado tregua en su lucha contra la violencia. Más allá de los desacuerdos que se puedan tener con algunas de sus posturas y estrategias, no hay duda de que ha sabido articular el sufrimiento colectivo y ha contribuido a encauzar la protesta hacia la senda más difícil, la de la esperanza.

En la cultura purépecha, los custodios de la tradición reciben el nombre de "abuelos del camino". En ese mundo, la costumbre se extiende paso a paso, con duradera paciencia.

Los mexicanos que van a Washington prolongan una larga historia de encuentros y desencuentros entre el país más poderoso de la Tierra y su accidentado vecino.

Al iniciar su gira, Sicilia leyó palabras de Bob Dylan: "¿Qué viste, hijo mío de ojos azules?/ ¿Oh, qué viste, mi querido muchacho?/ Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes/... Vi una rama negra de la que no dejaba de gotear sangre/... Vi armas afiladas en manos de niños pequeños/... Una fuerte lluvia va a caer".

La conciencia crítica Dylan sirve de cómplice a Sicilia, que también recitó: "He alcanzado el fondo/ de un mundo lleno de mentiras/ No estoy buscando nada en los ojos de nadie/ A veces mi carga es más pesada de lo que puedo soportar/ Aún no ha oscurecido, pero no tardará".

La caravana busca aprovechar la última luz antes de las tinieblas. Dos son sus metas esenciales: frenar la venta de armas y el consumo de drogas en Estados Unidos.

Eduardo Galeano resumió en una frase la dolorosa interdependencia del tráfico de drogas: "Ellos ponen las narices y nosotros ponemos a los muertos". Por su parte, el novelista Don Winslow, autor de El poder del perro y uno de los mayores conocedores del tema, escribe en su blog que desde 1970 la DEA ha fomentado la creación de cárteles. La institución necesitaba a un enemigo poderoso que le permitiera ampliar su presupuesto y fuera visto como depositario de la maldad.

Una inmensa burocracia se ha beneficiado en Estados Unidos del conflicto. Solucionarlo sería su fin. Los capos mexicanos son presentados con nombre y apodo pero no se sabe de ningún capo norteamericano: "Las instituciones antidrogas y los narcotraficantes tienen una relación simbiótica [...] Estados Unidos tiene el 5% de la población mundial, pero consumimos el 25% de las drogas ilegales. Pese a esto, con una hipocresía de una temeridad pasmosa, condenamos a los países 'productores' y exigimos que se implementen acciones contra su problema de drogas". La actual estrategia sólo ha servido para aumentar el precio de las drogas, beneficiando a los intermediarios, sin disminuir el consumo.

"En 1970, el primer presupuesto para la 'guerra contra las drogas' de Richard Nixon fue de cien millones de dólares. Este año [2012] la 'guerra contra las drogas' recibirá un presupuesto 31 veces mayor", comenta Winslow. Hay una clara interdependencia entre el tráfico y el siempre infructuoso combate. Estamos ante "la peor de las malas soluciones". La única salida al círculo vicioso sería la legalización progresiva y regulada de las drogas.

La marcha a Washington no puede ser más oportuna. La opinión pública norteamericana aún no ha entendido la gravedad del problema ni la responsabilidad directa que tiene en él.

En una época dominada por la celeridad o la parálisis, donde todo es instantáneo o se encuentra detenido, quienes caminan perciben el mundo de otro modo.

Javier Sicilia es un analista político y un hombre de fe. Su caminata es una manifestación y una peregrinación. Pero sobre todo es una travesía por el mundo llano que se conoce a pie. Su gesto va más allá de las ideologías y las convicciones religiosas; es la forma más próxima y humilde de entrar en contacto con los desconocidos, de hablar con ellos y escucharlos: un pausado aprendizaje. Platón lo supo antes que nosotros: la caminata es una conversación en movimiento.

En su novela Mis dos mundos, Sergio Chejfec se ocupa de un protagonista carente de otra ilusión que la de caminar: "He seguido andando por inseguridad y por vacío de la voluntad, como si la caminata fuera la última experiencia que puedo ofrendar al paisaje de ruinas por donde me muevo, sin fuerzas para remontarlo a destruirlo". El solo hecho de recorrer el espacio es un signo de respeto, una forma de conservarlo.

Sicilia se ha servido de ese acto elemental y lo ha dotado de poderoso sentido. Durante un mes recorrerá casi diez mil kilómetros, deteniéndose en veinte ciudades para compartir su mensaje de paz.

"Y si camino voy como los ciegos/ aprendiéndole todo por sus pasos", escribió Jaime Sabines.

Mientras se lee esta línea, otro poeta avanza, aprende por medio de sus pasos, ofrece resistencia, construye una esperanza.


 
 
 
 
 




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Fecha de publicación: 17 Ago. 12






Un libro en piedra



Por Juan Villoro

He tenido la suerte de leer la tesis de doctorado del epigrafista maya Guillermo Bernal dedicada a descifrar los mensajes del Templo de las Inscripciones de Palenque.

Apenas sobreviven tres códices de la civilización que inventó el 0. En 1562 Fray Diego de Landa quemó la mayor parte de los códices mayas en un auto de fe del que acabaría arrepintiéndose (a tal grado que pasó el resto de sus días tratando de recuperar la cultura que contribuyó a aniquilar).

Numerosos arqueólogos -algunos tan eminentes como Sir Eric S. Thompson- consideraron que los glifos mayas conformaban un lenguaje exclusivamente pictográfico. Los epigrafistas rusos Yuri Knorosov y Tatiana Proskouriakoff, y los norteamericanos David Friedel y Linda Schele, demostraron que la escritura maya también tiene una condición fonética. Los dinteles de Yaxchilán y los frisos de Toniná le "hablan" al espectador.

El edificio que contiene mayor información narrativa es el Templo de las Inscripciones edificado por K'inich Janaahb' Pakal, conocido como Pakal II, y concluido por su hijo K'inich Kan B'ahlam. Del año 680 a 690 se consumó una singular obra narrativa. Mezcla de autobiografía, historia pública y especulación sobre tiempo y el destino, el discurso de Pakal II depende de un rico tejido de metáforas. Cuando un gobernante asume el poder, habla de la "atadura de la diadema", una tragedia es descrita como "el fuego que el tiempo trajo en su espalda", la hambruna es el periodo en que "se secan los árboles frutales de la luna".

Si, como sugiere Ricardo Piglia, don Quijote es el último lector de una tradición, la de la novela de caballerías, Guillermo Bernal es el primer lector de una tradición silenciada durante más de mil años.

Uno de los aspectos más excepcionales del Templo de las Inscripciones es que ofrece una crítica del poder. No se trata, como suele ocurrir en la escritura pública, de una mera celebración de logros, sino de una dolorosa revisión de la derrota. Al respecto escribe Bernal: "Si lo entiendo correctamente, la narración histórica de K'inich Janaahb' Pakal magnificó tanto los fracasos como los logros de su dinastía [...] Los gobernantes mayas del periodo Clásico generalmente pregonaron sus victorias, pero rara vez admitieron sus fracasos. K'inich Janaahb' Pakal tuvo la genialidad de reconocer las debacles de su dinastía, mostrando que las adversidades podían ser superadas con el favor de los dioses, el apoyo de la colectividad y el heroísmo de sus gobernantes. En mi opinión, este poderoso argumento propagandístico operó como una fuerza ideológica que templó el carácter, la unidad y la voluntad de sus súbditos".

Una lección política se abre paso desde el año 690: la autocrítica permite reforzar el poder. Los limitados actores públicos de nuestros días tienen mucho que aprender de ese legado en piedra.

Entender la escritura maya ha traído un viraje valorativo. Cuando yo era niño se nos enseñaba que a diferencia de los aztecas, los mayas eran pacifistas que vivían absortos en enigmas matemáticos, religiosos y astronómicos. Cuando no estaban haciendo cálculos, rezaban. Ahora sabemos que esa visión romántica era falsa. El sacrificio y las guerras pertenecían a la vida maya. Al conocer sus mensajes, los mayas perdieron su aura mística y asumieron la contradictoria condición humana.

Todo discurso es capaz de mentir. ¿Qué grado de veracidad tiene el Templo de las Inscripciones? De acuerdo con ese discurso, Pakal II gobernó durante 68 años y murió a los 80, algo casi irreal en una época en que la esperanza de vida era de 30 o 35 años. Menos longevo, su hijo asumió el poder a los 48 años y vivió hasta los 66. Es posible que esos datos tengan un valor simbólico para darle un rango mítico a los gobernantes.

Durante 13 años, el arqueólogo Roberto García Moll estuvo al frente de las excavaciones de Yaxchilán. A él se debe lo que conocemos de esa ciudad a orillas del Usumacinta. Posteriormente dirigió el INAH y conoce como pocos la cultura maya. En su opinión, el trabajo de los epigrafistas es todavía especulativo.

Guillermo Bernal ha establecido un delicado contacto con escribas mayas que se sirvieron de intrincadas metáforas. Es mucho lo que puede perderse en el camino. Ignoramos quién fue Homero o quiénes fueron los muchos hombres que así llamamos. Troya fue considerada un sitio imaginario hasta que Heinrich Schliemann la descubrió en el siglo XIX.

A reserva de que se precisen datos y se distinga qué pertenece a la historia, qué al mito y qué a la ficción, El señorío de Palenque durante la Era de K'inich Janaahb' Pakal y K'inich Kan B'ahlam (615-702, d. C.), de Guillermo Bernal, está llamado a ser un libro definitivo de nuestra cultura. La gran saga narrativa maya, escrita en edificios para ser leídos, llega a nosotros como la asombrosa selva que podemos entender.










La honestidad de la ira
Por Juan Villoro

Cuando Truman Capote murió, Gore Vidal alzó sus célebres cejas para decir: "Magnífica decisión profesional".

Conocido por los epigramas que la lengua inglesa no escuchaba desde Oscar Wilde, el autor de Mesías fue tan versátil que costaba asociarlo con un género y tan carismático que quienes lo oían pensaban que lo habían leído. En dos ocasiones se presentó al Senado con una agenda demasiado liberal para triunfar pero imposible de olvidar. Su campaña de 1982, registrada en el documental Gore Vidal: el hombre que dijo no, fue un despliegue de elocuencia satírica.

Vidal nació en 1925 en el cuartel de West Point, con el nombre de pila de Eugene. Su padre fue un piloto de guerra que fundaría tres aerolíneas, y su madre, una actriz de reparto con tendencia al alcohol y los matrimonios de alta sociedad (uno de sus maridos fue el padrastro de Jacqueline Kennedy).

Vidal prefirió la compañía de su abuelo Thomas Gore, que estaba ciego a causa de dos accidentes distintos y era senador por Oklahoma. En Washington, donde vivió desde el divorcio de sus padres, el futuro novelista le leía a su abuelo y escuchaba su potente oratoria en el Senado.

En la novela Washington, D. C., y en obras de teatro como El mejor hombre y Una velada con Richard Nixon, Vidal mostraría los bastidores del sistema político que conoció de primera mano.

A partir de los años sesenta se trasladó a Italia. "Vivo en las ruinas de un imperio para escribir sobre otro", comentó. Su pasión romana dio lugar a Juliano el apóstata, novela sobre el emperador que trató que su pueblo volviera al paganismo, y lo llevó a colaborar en la película Ben-Hur, donde urdió una subtrama gay. Quedó más satisfecho con ese trabajo que con Calígula, exceso fílmico producido por el editor de Penthouse, del que retiró su nombre.

Extrovertido como sólo puede serlo un dandy de sangre fría que nunca se pone nervioso, fue huésped asiduo de la televisión, se representó a sí mismo en Roma, de Fellini, y actuó en el futuro de diseño de Gattaca. Como guionista, su mayor logro fue la adaptación de De repente, en el verano, de Tennessee Williams.

Polemista impar, hizo que Norman Mailer perdiera los estribos y le diera un cabezazo antes de entrar al show de Dick Cavett. El columnista conservador William Buckley Jr. lo demandó por difamación pero Vidal ganó el pleito. Cuando le preguntaron qué opinaba de Inglaterra, respondió: "Esto no es un país: es un portaviones estadounidense".

"Flaqueas al ocuparte de mi obra", le dijo a Martin Amis. En el caso de Vidal, era más fácil escribir sobre el personaje que sobre el autor. En la mayoría de sus libros el tema supera a la ejecución. La ciudad y el pilar (1948) fue una de las primeras novelas sobre la homosexualidad, Mesías (1954) se ocupa del carisma en la era televisiva y Myra Breckinridge (1968) narra en clave cómica una historia transexual.

Pocos ensayistas han tenido una erudición tan amplia como la de Vidal. Estados Unidos, volumen que recoge cuarenta años de reflexiones, muestra a una de las mentes más sagaces, informadas y, sí, generosas del siglo XX. Con la misma solvencia con que escribe de Montaigne, indaga la obra de Italo Calvino. Admirador de la literatura europea, lamentaba que los escritores de su país se centraran en el realismo y sólo admitieran la fantasía en subgéneros como la ciencia ficción. En cierta forma, así explicaba su desencuentro con la crítica.

Aunque en novelas históricas como Lincoln o Juliano el apóstata investigó con minucia, Vidal tenía una voz demasiado fuerte para dejar vivir a sus personajes. El crítico del imperio era imperial.

En Palimpsesto, libro de memorias, narra su romance con un joven que murió en la batalla de Iwo Jima. Esa pérdida lo "curó" de volver a enamorarse. A partir de entonces, asumió una bisexualidad ajena a los sentimientos. "Todo hombre mata lo que ama", escribió Oscar Wilde. Su heredero norteamericano quiso matar sus afectos para pulir sus alfileres.

Los cínicas verdades de Vidal animaron el auténtico parlamento de época: la televisión. Ahí dijo: "Cuando un amigo triunfa, algo muere dentro de mí", "A medida que uno envejece, el litigio sustituye al sexo", "La televisión es una gran niveladora: acabas sonando como la gente que hace las preguntas".

De Estados Unidos comentó: "Esto no es una democracia: es una república militarizada" y "La mitad de los estadounidenses no leen periódico y la mitad no vota. Espero que pertenezcan a la misma mitad".

Una sentencia de Marco Aurelio se aplica al inconforme que nació en un cuartel: "La ira no puede ser deshonesta". Irónico, contradictorio, narcisista, corrosivo, Gore Vidal fue el sistema de alarma de un imperio. El niño que le leía al senador Thomas Gore no obtuvo un escaño en el Congreso, pero tomó la palabra con la honestidad de la ira.








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El aire clásico está en crisis
Por Juan Villoro

Escribo estas líneas en la isla de Naxos, en vísperas de las Olimpíadas de Londres. En 2004, los juegos regresaron a su lugar de origen, Atenas. Lo que no ha regresado son los mármoles del Partenón. Inglaterra celebra el espíritu de lo que no ha devuelto.

El mundo se une para el deporte entendido como negocio (Niké, diosa griega de la victoria, se ha convertido en una marca de artículos deportivos). Cada cuatro años, las Olimpíadas son un pretexto para hablar de paz, pero la política encuentra el modo de ensuciarlas. La Olimpíada de Munich padeció un atentado terrorista, la de Moscú fue saboteada por Estados Unidos y la de Los Ángeles por la Unión Soviética.

Grecia, país que dio nombre y cultura a un continente, juzgó que los Juegos Olímpicos de 2004 eran una oportunidad para recuperar los mármoles que Lord Elgin llevó a Inglaterra en 1804. El tema parecía resuelto desde 1982, cuando la UNESCO aprobó la petición de Melina Mercouri de que las esculturas del Partenón volvieran a Atenas. De manera emblemática, aquella conferencia se celebró en México, que algo sabe de expolios. Pero el mundo se organiza mejor para el negocio que para la equidad: la FIFA tiene más agremiados que la ONU (y le hacen caso). La resolución de la UNESCO no ha sido acatada por Gran Bretaña.

El tema enfrenta criterios irreconciliables. El British Museum argumenta que Lord Elgin, embajador inglés ante el imperio otomano, salvó piezas que de otro modo se habrían perdido.

La Acrópolis estableció un resistente canon de belleza. En forma paralela, la asombrosa invención del arquitecto Fidias despertó ánimos de destrucción. Nada más atractivo para un bárbaro o un fanático que mancillar aquello que lo supera. El Partenón fue transformado en iglesia bizantina, iglesia latina y mezquita musulmana. En 1687, bajo el dominio turco, fue depósito de pólvora y estalló por los aires. Agraviada como arquitectura, la Acrópolis se perfeccionó como ruina.

El British Museum argumenta que Elgin salvó los mármoles. Según Melina Mercouri, el más dañino expolio de la Acrópolis fue precisamente el que practicó el embajador inglés.

Los dioses griegos no llegaron a Londres como celebridades. De 1804 a 1816 estuvieron en el jardín de Elgin, expuestos a humedades que provocan reumatismo hasta a los inmortales. La demora se debió a que el museo no aceptaba el precio fijado por el embajador. Los traficantes no son altruistas.

La conservación tampoco ha sido impecable. En los años treinta las piezas fueron sometidas a una limpieza salvaje. Aunque la entrada al British Museum es gratuita, eso no convierte al saqueo en una causa noble. La estatura de Elgin disminuye en comparación con la del arqueólogo alemán Heinrich Schliemann, descubridor de Troya. Después de abrir la tumba de Agamenón, Schliemann escribió al gobierno griego: "Como mi único interés es el amor a la ciencia, entrego a ustedes estas piezas para que enriquezcan el legado de su pueblo".

El gobierno británico desoyó la propuesta de la UNESCO de 1982, pero Grecia no ha perdido la esperanza de recuperar su patrimonio. Los Juegos Olímpicos de 2004 eran una buena oportunidad para relanzar el tema, entre otras cosas, porque el Partenón pertenece al espíritu olímpico. Cada cuatro años la procesión de atletas pasaba por ahí.

Con la complicidad del sistema financiero mundial, Grecia se endeudó para construir instalaciones deportivas. Como es usual, no faltaron los escándalos locales. En su novela Suicidio perfecto, Petros Márkaris narra el tráfico de influencias y las estafas perpetradas a la sombra de los Juegos Olímpicos.

El fuego de los héroes volvió a Grecia. Ocho años después el país es estrangulado por la banca europea. Cada dos o tres meses, Angela Merkel regaña a los griegos por incumplimiento. La ilusión de una Europa unida ha dado lugar a una Europa desigual.

Viajé a Grecia en compañía de unos amigos catalanes. Ayer se les descompuso el aire acondicionado y el recepcionista del hotel les dijo: "¡Grecia en crisis, España en crisis, aire en crisis!".

Las playas de Naxos no dejan de llenarse de turistas. Bruñidos por el sol, ocupan por unos días el territorio de Aquiles, el héroe que no usaba bloqueador.

Mientras tanto, en el British Museum, los dioses prosiguen su coloquio. Zeus, Júpiter y Poseidón se preguntan si volverán a casa. Durante los juegos de Londres, el espíritu de Grecia arderá en el pebetero. Mientras tanto, el aire griego está en crisis. El país que creó la sátira, la comedia y la tragedia se apresta a vivir todos estos géneros.

A propósito de la presión que los países ricos ejercen sobre Grecia, Günter Grass escribió el poema "La vergüenza de Europa". Ahí dice: "País condenado a ser pobre/ cuya riqueza adorna cuidados museos", y concluye: "Sin ese país te marchitarás, Europa, privada del espíritu que un día te concibió".
















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Los sabores de la mente
Por Juan Villoro
20 de julio 2012

¿Cuál es el condimento favorito de Ferran Adrià? El que no existe. Lo supe al visitar su estudio en el barrio gótico de Barcelona en compañía de Iosu de la Torre y Pau Arenós, colegas de El Periódico de Catalunya.

De 1987 a 2011, Adrià creó 1846 recetas. Su último fondue fue servido el 30 de julio de 2011. El Bulli había sido durante cuatro años consecutivos el mejor restaurante del mundo, según el criterio de fuego de The Restaurant Magazine. Cada temporada, dos millones de personas trataban de hacer reservaciones y 8 mil obtenían sitio. Convertido en el chef más mediático de la historia, Adrià participó en Documenta (foro conceptual perfecto para quien bautizó un postre de fantasía como "agua helada"), impartió cátedra en Harvard y logró una hazaña en la cultura de masas: aparecer en Los Simpson.

La cocina se transformó con las esferificaciones y las deconstrucciones del maestro de Cala Montjoi. Un queso fue presentado en forma de globo, el aceite en forma de caviar y la tortilla de patatas en forma de sorbete. Esta revuelta ante lo establecido sólo podía tener un límite: el éxito. Resulta contradictorio que la vanguardia sea aceptada.

El empresario Adrià es ante todo un buscador de novedades. En el momento en que podía convertir su restaurante en una lucrativa franquicia decidió cerrarlo. En 2014 El Bulli regresará como Bullifoundation, zona franca de la exploración gastronómica.

Adrià vive en estado de especulación. Lo encontramos ante una comitiva de diseñadores de soportes digitales de la compañía Telefónica. Como sólo se viste de gala para honrar estufas, llevaba una camiseta gris.

Desde que rebanó su primer ajo, Adrià ha guardado recetario. No pierde un apunte ni un menú. Esto le permitió crear un insólito archivo. Su estudio también alberga una biblioteca de gastronomía (con numerosos libros de cocina mexicana, entre ellos los de Ricardo Muñoz Zurita y Mónica Patiño) y toda clase de memorabilia, desde las cucharas que recogieron "piel de leche" en El Bulli hasta las casacas usadas para cocinar en Tokio.

El aire acondicionado apenas mitigaba el verano barcelonés. El único motor hiperactivo era la mente de Adrià, quien piensa aún más rápido de lo que habla. Sus palabras son como sus guisos, una espuma indefinida. Resumo las ráfagas con que explicó la Bullipedia: "No es un programa para jugar ni para aficionados, sino para cocineros. Todos los materiales han sido clasificados; tenemos su definición científica, pero no los ordenamos así. En el caso de los vegetales no vamos por un orden botánico sino gastronómico. Lo que importa no es encontrar una receta sino una idea. Nos interesa el paladar mental.

Hay cosas que todo cocinero sabe; por ejemplo, que el apio y la espinaca son tiranos, cada uno tira por su lado. Normalmente no se mezclan, pero eso puede ser un problema de proporción. Lo decisivo es llegar a lo que no existe, lo que no está aquí. No hay que buscar una receta sino una idea para crear recetas", desvió la vista y añadió: "La mejor palabra para escribir es la que no has encontrado".

Las paredes del estudio están cubiertas con portadas de revistas. No todas tienen que ver con el dueño de casa. Llama la atención un ejemplar de la guía Gault-Millau de 1973, dedicado a la nouvelle cuisine. En aquel entonces Adrià era niño en un país de inmodificables cochinillos. Esa publicación señala el inicio de un cambio cultural que llevaría al "café irlandés de espárragos verdes".

Una de las cosas que más le gustan a Adrià del edificio donde trabaja es la capilla que convirtió en sala de juntas. Entramos ahí en compañía de Oriol Castro, aliado tan leal en El Bulli que dormía en el piso superior de la cocina. Para aliviar el síndrome de abstinencia ante los fogones, Oriol acaba de abrir el restaurante Compartir en Cadaqués. Con inquietante memoria, reprodujo el menú que comí ahí en diciembre de 2010: "este plato sí, este no", decía ante miles de fotos de guisos (su favorito es la flor de almendro). En las paredes colgaba el guión de la película que Hollywood prepara sobre la vida de Adrià . Leímos el comienzo y el final bajo advertencia de que hay una penalización millonaria por revelar el contenido antes del estreno.

Pau Arenós ha descrito la aventura de Adrià como "la cocina de los valientes". Durante la visita le preguntó si la Bullipedia llevará registro de sus usuarios. "Es igual", dijo Adrià : "Las ideas que están ahí son de todos. Las ideas interesantes son las que no existen".

Se atribuye a Leonardo da Vinci la creación de la servilleta. Gracias a su genio, el hombre dejó de chuparse los dedos en la mesa. Gracias a otro genio, volvió a chupárselos. Los explosivos merengues de Ferran Adrià se comen con las manos.

Toda gran idea produce otra: inventar la servilleta ha sido tan importante como inventar maneras de ensuciarla.







El libro aprende a leer

Por Juan Villoro



Cuando San Agustín vio leer a San Ambrosio a fines del siglo IV, fue testigo de una peculiar manera de expresar la devoción: el sorprendente erudito leía en silencio.



Agustín atesoró la escena y no dejó de incluirla en sus Confesiones: "Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra ni mover la lengua [...] Yo entiendo que leía de ese modo para conservar la voz [...] En todo caso, el propósito de aquel hombre era bueno".



Durante siglos, la escritura no eliminó la oralidad. Entender la letra significaba pronunciarla. Aunque se tratara de un acto individual, el texto se recitaba; requería de sonido para suceder. San Agustín fue testigo el viraje cultural que se fraguaba en el siglo IV. Después de Gutenberg, los libros impresos facilitarían leer al modo de San Ambrosio.



A partir de entonces la lectura ha representado el vínculo secreto entre dos mentes. De manera significativa, el libro electrónico comienza a alterar esta costumbre. En un interesante artículo publicado en el Wall Street Journal, Alexandra Alter reflexiona sobre las consecuencias de leer descargas en Amazon o Google. Por primera vez los editores disponen de pistas sobre la forma concreta en que los libros son utilizados. Pueden saber en cuántas horas se lee un texto, cuántas veces se interrumpe, qué otros libros se leen entretanto, qué pasajes se saltan, qué frases llaman la atención y merecen subrayado luminoso.



Los hábitos de los lectores se precisan con tal detalle que se teme una nueva invasión de la privacidad. Al mismo tiempo, esto despierta el interés de los autores. Todos sentimos curiosidad por descubrir el modo en que somos leídos. Si subes al Metro y ves que alguien lleva un libro tuyo, te acercas sigilosamente y estudias sus reacciones. ¿Se quedará dormido o se reirá con el chiste que -según calculas- está en esa página? Como el destino es inclemente, ese hipotético lector se baja en la siguiente estación y te quedas con la duda.



No sabemos quién nos lee y controlamos con discreción lo que leemos (si un periodista pregunta qué libro tienes en el buró, mencionas La Eneida para no tener que explicar por qué estás leyendo la biografía del Pibe Valderrama).



A veces, ocultar la lectura es cuestión de supervivencia.



Un amigo chileno me contó que después del golpe de Estado de Pinochet, forró un libro para leerlo en público (era un estudio sobre el cubismo, pero temía que los militares pensaran que trataba de la revolución cubana).



Gracias a Kindle es posible detectar no sólo el título de la obra sino qué pasajes interesan más. Leer una escena erótica ya no es un acto íntimo sino algo que detecta una máquina, circunstancia típica de una época en que Google Earth supervisa el nudismo de azotea.



No todos los datos que aportan las descargas son novedosos. En los primeros meses de lectura electrónica se ha "descubierto" que los lectores de no ficción leen a saltos y los de novela lo hacen de principio a fin, que los de ciencia ficción son más veloces y los literarios más exigentes y proclives a abandonar el libro.



La frase más subrayada pertenece a la novela de moda Los juegos del hambre: "A veces las cosas importantes le suceden a la gente que no está preparada para lidiar con ellas". Bien mirada, la expresión define nuestra extrañeza ante la tecnología.



Una paradoja esencial de los inventos es que recuperan atavismos. La segunda frase más subrayada plantea una situación que muchos juzgarían superada. Se trata del comienzo de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen: "Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna deba estar en busca de una esposa". La ilusión de mezclar el dinero con el matrimonio no sólo tiene vigencia en las telenovelas.



Los libros electrónicos leen a sus lectores. Aún es difícil detectar reacciones psicológicas o estéticas, pero no sería raro que en el futuro se midiera el impacto emocional de un personaje o una metáfora. ¿Llegaremos a la satisfacción vicaria de sentir que un libro nos lee mejor que otro?



Por el momento ya hay libros interactivos. En ciertas novelas policiacas es posible descartar culpables para contribuir al desenlace y en novelas románticas se puede escoger al novio de la protagonista.



De acuerdo con Italo Calvino, el libro es la única parte de la casa donde podemos estar a solas. Esto comienza a cambiar. ¿Comprometeremos la sinceridad de nuestras reacciones al saber que dejan huella o admitiremos la lectura como una práctica semipública? El hábito de leer no se modificaba tanto desde el siglo IV.



La asombrosa introspección que San Agustín observó en San Ambrosio perdura en los libros impresos. El e-book pertenece a una comunidad. Dejamos un rastro luminoso que puede tener testigos. Mientras leemos, alguien lejano nos descifra.








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Fecha de publicación: 13 Jul. 12





En silencio
Por Juan Villoro
El próximo domingo culminará la marcha que ayer comenzó en Cuernavaca para protestar contra la sangre derramada. Felipe Calderón salió al paso de la protesta señalando el peligro de "detener la acción del gobierno".

¿Qué significa el grito de "¡Ya basta!"? Algunos consideran que un pacifismo inmoderado beneficiaría al crimen, otros juzgan que el gobierno es corresponsable del caos en la medida en que encendió un polvorín que no sabía cómo enfrentar. Los políticos de todos los partidos han sido incapaces de llegar a acuerdos parciales en nombre de un interés superior. El país se desgaja; surgen recelos y crispaciones. Mientras, la violencia afecta a todos.

Javier Sicilia se ha situado en la encrucijada por la que antes pasó el empresario Alejandro Martí. Ambos perdieron familiares y sobrellevan un dolor contra natura. En su primer comunicado luego del fallecimiento de su hijo Juan Francisco, Sicilia recordó que hay palabras para nombrar al viudo o al huérfano, pero no a quien se queda sin hijos. Esa tragedia desafía al lenguaje y al entendimiento.

En su condición de poeta, activista, cristiano y deudo, Sicilia ha señalado que lo indecible solo se puede enfrentar con el silencio. Por ello ha convocado a que la marcha carezca de otra consigna que el callado estupor de los presentes. Se trata de una iniciativa ética, un momento de comunión y reflexión colectivas. "De lo que no se puede hablar, hay que callar", escribió Wittgenstein.

Y sin embargo, el mutismo tiene significado. Durante el movimiento estudiantil de 1968 la Manifestación del Silencio tuvo mayor peso que otras marchas. El caricaturista Abel Quezada resumió el acto con una frase: "El silencio es más fuerte".

En La significación del silencio, mi padre, Luis Villoro, recuerda que al definir al hombre, los griegos hablaron del zoon lógon éjon. Para ellos, el rasgo distintivo de la condición humana no era la razón, sino la palabra.

El silencio puede ser el contrapunto de la poesía y de la música, una manera de estar de acuerdo sin decirlo, una forma de la perplejidad ("no tengo palabras para esto"), un gesto de respeto.

La marcha del domingo remite a algo más profundo, abordado en La significación del silencio: "La muerte y el sufrimiento exigen silencio, y la actitud callada de quienes los presencian no solo señala respeto o simpatía, también significa el misterio injustificable y la vanidad de toda palabra. [...] Porque el hombre es 'un animal provisto de palabra' puede guardar un silencio significativo. En la medida en que el silencio signifique es, pues, un elemento del lenguaje". Al callarse, quien puede hablar marca un límite. ¿Hasta dónde llega ese lenguaje negativo, hecho de palabras que no suenan?

Aunque el alcance de una marcha es limitado, algo queda claro en este caso: guardar silencio es una forma de no mentir. Estamos inmersos en actos de violencia contra la verdad. El Presidente contravino el espíritu de la Constitución al ir al Vaticano a la beatificación de un Papa que silenció los crímenes de Marcial Maciel. A su regreso, pidió apoyo para una lucha de la que no habló en su campaña y para la que no buscó respaldo.

Nadie puede oponerse a acabar con el crimen. El problema es la debilidad y el desorden de un combate que se prolonga sin final a la vista y que ha dejado más de 40 mil muertos. Sabemos que éste es nuestro país, no podemos decir que ésa sea nuestra guerra.

El Presidente pide comprensión. No tendría que hacerlo si mejorara su estrategia. Los flujos financieros del narco no han sido tocados en lo sustancial y la investigación de cómplices en los tres poderes no ha dado resultados decisivos; la legalización de ciertas drogas eliminaría parte del negocio ilícito, pero el gobierno no es partidario de esa idea; el combate solo se puede hacer en complicidad con Estados Unidos, principal consumidor de drogas, sin embargo, en su política bilateral Calderón pidió que removieran al embajador: ese "logro" debilitó la relación.

Todo lo anterior pertenece a la logística a corto plazo. Lo más preocupante es que se ha hecho muy poco para restaurar el tejido social. Más decisivo que capturar a un narco es impedir que alguien lo sea.

Calderón no ha podido mejorar la educación, clave de una política de seguridad duradera. Para miles de mexicanos ser sicario no es solo la alternativa equivocada: es la única. Ahí está el problema.

En el 94% de los municipios no hay librerías. Formar ciudadanos conscientes es más lento y costoso que comprar armamento, pero es más seguro y ético.

Mientras el Presidente solicitaba no confundir la paz con la rendición, Alejandro Martí preguntaba: "¿Qué le puede esperar a un país cuya clase política no es sensible al reclamo de los ciudadanos?".

El poder no oye. Juan Rulfo le tiene un mensaje:

"-¿Qué es? -me dijo.

-¿Qué es qué? -le pregunté.

-Eso. El ruido ese.

-Es el silencio".


En twitter:
@juanvilloro56
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JABAZ en MILENIO

La albanesa
Por Juan Villoro
Participé en un congreso literario en una pequeña ciudad de España. Llegué en la víspera, de noche, y encontré a los participantes en el bar. Hablaban de un solo tema: una de las participantes era una escritora de Albania que había sufrido horrores en su país. Autora de una sola novela, triunfaba en numerosas lenguas. Lo más comentado, sin embargo, era su belleza. Quienes la habían visto llegar trataron de describirla. Aunque habían quedado igualmente deslumbrados, la compararon con distintas divas de Hollywood: "imagínate a una Michelle Pfeiffer morena", "es como Ava Gardner pero más sutil", "se parece a Natalie Portman, pero alta".

También un escritor de Trieste y una novelista de Badajoz se unieron tardíamente al grupo. Nos sorprendió el entusiasmo de los otros y su incapacidad de definir el aspecto preciso de esa autora con méritos de musa.

Otro asunto de interés era la causa por la que ella no estaba con nosotros. Había decidido cenar en su cuarto porque acababa de sufrir un drama personal. A su atractivo, ya mítico, se agregaba la inquietante posibilidad de que pudiera ser consolada.

Obviamente alguien que se encerraba a cenar una botella de agua mineral y una tortilla de patatas (el menú fue investigado por un poeta de Córdoba) no estaba interesada en encontrar entre nosotros remedios para su melancolía. Pero la imaginación es generosa y se contagia: todo mundo anhelaba a la escritora ausente.

Al día siguiente, las sesiones comenzaron con los solemnes discursos de siempre y miradas ávidas en pos de la albanesa. La localicé en primera fila. Era de una belleza deslumbrante. Sus ojos transmitían una tristeza color miel, los sufrimientos padecidos de niña bajo un régimen autoritario, la ardua lejanía del exilio. Tenía una especial forma de enredarse el pelo en giros rápidos, demostrando que en otro tiempo había usado trenzas severas, siguiendo alguna costumbre de la aldea donde nació. Sus ropas revelaban una adecuada mezcla de culturas; tenían el elegante descuido de una actriz que representa un papel de corresponsal de guerra, complementado por una profusión de collares con cuentas de colores (artesanías de su país, seguramente).

"Ahí está", dijo a mi lado el escritor de Trieste. "Sí", asentí en un tono casi devocional, hasta que advertí la dirección que indicaba su índice: una morena lo había cautivado. "¡Mírala! ¡Qué bellezón!", exclamó al otro lado la novelista de Badajoz, señalando a una chica castaña, de mediana estatura, pecosa, con simpática sonrisa de criadora de cachorros. ¿Cómo podían equivocarse de ese modo? La albanesa era la "mía". Este pensamiento absurdo fue derrotado en el acto: la mujer en la primera fila se agachó para recoger una cámara, se puso de pie y procedió a retratar a los participantes.

Al poco rato me la presentaron como Lola, fotógrafa del encuentro. Despojada de mis fabulaciones, me pareció agradable y nada más.

La prefiguración de la albanesa había servido para confundirla con otras mujeres. El congreso se transformó en una reflexión sobre el papel de la fantasía en el deseo.

Cuando finalmente llegó al estrado, la albanesa fue menos impactante que su leyenda. No se quitó los lentes oscuros al hablar de su novela, que trataba de la persecución de la belleza en Albania. Su madre había padecido un oprobio que ignorábamos en Occidente: era muy hermosa en una sociedad que odiaba la singularidad. Había sido discriminada por sus facciones en la misma forma en que el mediático Occidente discrimina la fealdad.

La autora se había exiliado en Italia, cuya tradición se funda en la belleza, en busca de alivio a las persecuciones sufridas por su madre. Ahí encontró otra esclavitud: la tiranía de la apariencia, la opresión de la moda, la subordinación a los códigos estéticos masculinos.

Descastada, condenada al ostracismo en Albania, su madre no podía verse en el espejo. Ella temía hacer lo mismo en Roma por temor a ser anulada, estandarizada, consumida por la ávida sociedad del espectáculo.

Mientras más hablaba, más limitados nos sentíamos. Sin embargo, poco a poco nos reconciliamos con nuestros malentendidos. La belleza es siempre disruptiva. Nadie había podido precisar el aspecto de la novelista y quienes oímos esas descripciones se las atribuimos más tarde a distintas personas; algunas desmerecieron al no poseer su aura, otras revelaron un misterio propio.

En cierta forma, los rumores previos a la exposición contribuyeron a la causa de la albanesa, interesada en discutir la fragilidad cultural de la belleza femenina y las amenazas que provoca. Enemiga de la manipulación y el dominio, propuso recuperar la fabulación liberadora, esencia misma del hecho estético: "Las cosas no son bellas en sí mismas; son bellas por el modo en que las vemos", citó a Poe.

"Tiene razón", dijo la novelista de Badajoz, viendo a la chica de pelo castaño. Gracias a que pensó que ella era la albanesa comenzó a amarla.

Acabo de recibir una postal. La novelista de Badajoz y su chica viven juntas, son felices y acaban de adoptar una perrita. Se llama Albania.

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Enemigo íntimo
Por Juan Villoro
En ocasiones es más difícil darle la vuelta a una frase que dar la vuelta triunfal en un estadio. En 2010 el Inter de Milán comandado por José Mourinho enfrentó al Barcelona de Pep Guardiola en la semifinal de la Champions. Experto en tensar el ambiente, el entrenador portugués dijo: "Para ellos ganar es una obsesión; para nosotros es un sueño".

El Barcelona venía de obtener seis títulos en otras tantas competencias. Su ilusión de llegar a la meta no podía ser tan grande porque ya estaba ahí. ¿Cómo se renuevan las expectativas cuando se conquista todo? Mourinho entendió bien la dimensión psicológica del juego: los que no habían conquistado nada tenían más argumentos para desear el triunfo.

El futbol es una extraña manera de aspirar a lo imposible. En 2002 el Mundial comenzó con un partido entre el campeón en turno, Francia, y un desafiante incierto, Senegal. ¿Cuál era el estímulo de los africanos? Que su triunfo parecía inalcanzable. Por eso lo obtuvieron.

Mourinho basó su estrategia con el Inter en la capacidad de soñar. Sus jugadores dejaron la piel en el campo, superaron al Barcelona y conquistaron la Champions ante el Bayern. Sin la motivación del furibundo Mou, el equipo italiano no volvió a ser el mismo.

Desde su llegada a la Casa Blanca del futbol, el portugués logró dos resultados sorprendentes: mejorar al Real Madrid y al Barcelona.

Es más difícil digerir trofeos que digerir turrones. El club blaugrana corría el riesgo de empacharse de éxitos. Mou le sirvió de espléndido bicarbonato. Sus bravatas han sido tan variadas como medicinales: se quejó de la calidad del césped, acusó al Sporting de alinear reservas ante el Barça, descubrió que el corazón de algunos árbitros latía con pulso catalán y encontró que el calendario de partidos perjudicaba a los merengues. En su novela Vértigo, Sebald habla del "delirio de relación", malestar que consiste hallar extrañas conexiones entre todas las cosas. Ignoramos la vida privada del ciudadano Mourinho. En público, su estado mental manifiesta un convincente "delirio de relación". Tal vez se trate de una estrategia para que los periodistas debutemos como psiquiatras y dejemos en paz a los jugadores. Lo cierto es que esa conducta ha tenido paradójicos efectos secundarios. El Sporting se sintió tan agraviado que se convirtió en el primer equipo en nueve años en derrotar como local a una escuadra de Mourinho. Por su parte, el Barcelona dio su mejor partido en décadas y derrotó al Madrid con un 5-0 de corte legendario, un partido de la quinta dimensión donde los visitantes demostraron por qué usan uniforme de fantasmas.

La disparidad económica ha convertido a la liga española en un hipódromo sin sorpresas donde sólo corren dos purasangres. Mourinho acrecentó el interés de un campeonato bipolar, contrastando dos concepciones de atarse los zapatos, es decir, dos maneras de ver el mundo: la demoledora eficacia del Real Madrid contra la complicada belleza del Barcelona.

Las infecciones crean anticuerpos. Ante la amenaza de Mourinho, el Barça reaccionó con una sobredosis de sí mismo, a tal grado, que no sólo se hace cargo de ganar, sino de poner en riesgo sus victorias. En el partido de ida contra el Arsenal, el equipo blaugrana falló infinidad de goles sencillos en busca del más barroco de la historia. Perdió por esteticismo. En el partido de vuelta, el Arsenal no disparó una sola vez a puerta, pero el Barcelona hizo interesante el partido porque tuvo la cortesía de meterse un autogol. Esos encuentros presentaron un nuevo derby: F. C. Barcelona versus Barça. Enamorado del riesgo, el club catalán se perjudica si el guión lo exige.

Los aficionados nos quejamos de que lo único interesante de la liga española es el Barça-Madrid. Para poner a prueba nuestra insatisfacción, la diosa Fortuna se volvió obsesivo compulsiva y preparó sobredosis de lo único: cinco clásicos.

Muerto el pulpo Paul, la numerología ha recuperado prestigio profético. El primer derby terminó 5-0, señal de que se disputarían cinco partidos. ¿El abultado marcador señala que la suerte está de parte del Barça o que ya agotó su fortuna?

El futuro será exagerado o no será. Podemos ver la confrontación como un solo partido en cinco episodios donde se disputan tres títulos. El resultado puede alterar famas y reputaciones. ¿El antiguo victimismo barcelonista será relevado por un nuevo tremendismo madridista? Acaso el invencible Mourinho sea fiel a su equipo de la manera más amarga: yéndose en blanco. Después de la derrota en el Camp Nou, declaró que se trataba de una caída "fácil de digerir" por ser incuestionable. Para el siguiente juego hizo un planteamiento precavido: "lo único importante era ganar". No podía darse el lujo de iniciar una mala racha. El triunfo era una nerviosa obligación.

Un año después de la semifinal ante el Inter, el Barça ha recuperado el derecho a ilusionarse.

Enemigo íntimo, Mourinho motivó al rival y ahora paladea el sabor de sus palabras: la obsesión y el sueño han cambiado de destino.

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Don de lenguas
Por Juan Villoro

En una tienda cercana a la Universidad de Princeton encontré uno de los más extraños inventos de la sociedad de consumo: un spray para hablar con acento irlandés. La propaganda dice que basta una aplicación para que la lengua pronuncie de otro modo, pero no especifica si es necesario saber inglés para que ocurra ese milagro digno de San Patricio.

¿Habrá muchos estadounidenses deseosos de cambiar de acento? "Una terrible belleza ha nacido", escribió W. B. Yates ante la independencia de Irlanda. ¿Podrá decirse lo mismo de un spray que altera la nacionalidad?

El inocente aerosol permite reflexionar sobre el atractivo de un acento levemente exótico. Lichtenberg observó que los errores del lenguaje nos molestan en los extraños, pero resultan encantadores en una hermosa extranjera. Hay errores que benefician.

En su obra de teatro Pygmalion, George Bernard Shaw confronta a un obsesivo profesor de fonética con una chica atractivamente inculta, incapaz de pronunciar "The rain in Spain falls mainly in the plain". Escena tras escena, la pedagogía se confunde con la seducción. Henry Higgins apuesta que puede hacer pasar a la florista Eliza Doolittle por una aristócrata. Pero el lenguaje no es un instrumento neutro: enseñarlo es un acto de conquista en la misma medida en que aprenderlo es un acto de liberación. Mientras más se domina un idioma, más opciones hay de complicarse la vida con él.

Generalmente, los acentos atractivos vienen de regiones pobres pero pintorescas. Los que sufren pronuncian con más gracia. ¿Su entonación seductora se debe a la urgencia de superar la adversidad? ¿El darwinismo produce acentos? Ciertas razas de perros sólo sobreviven porque nos enternecen cuando son cachorros y soportamos su pésima conducta. De manera equivalente, los pueblos desamparados suelen hablar con la sugerente entonación de los que carecen de todo pero son dueños del sol.

Irlanda imanta la imaginación norteamericana como una tierra de poetas, músicos, magos celtas, pelirrojas de peligro. El curioso spray que vi en la tienda no promueve ese folklore, pero es obvio que si alguien se lo aplica, busca insuflarse otredad.

El oído parece tener su propia lógica. Las empresas de telemarketing suelen recurrir a acentos extranjeros para atraer clientes. A casi nadie le interesa que interrumpan su vida para venderle algo. Sin embargo, si la molestia llega con agradable acento colombiano, se hacen excepciones.

Cuando vivía en Alemania Oriental aprendí que si alguien pronunciaba el idioma de Goethe con acento yucateco, se trataba de un ruso. Me hice amigo de un militar del Ejército Rojo de conversación apocalíptica: describía en detalle la tercera guerra mundial, pero lo hacía con el ritmo que hubiera tenido mi abuela yucateca, en caso de saber alemán.

Es posible que en el futuro los fabricantes del spray diversifiquen su oferta. No es lo mismo hablar como un irlandés que lleva demasiado tiempo en un pub que como un actor del teatro Abbey, un capitán de Ryanair o un flamígero sacerdote. Rebasado el ámbito de la lluviosa Irlanda, se podría pensar en sprays especializados en reproducir las líquidas eles catalanas o la mullida doble ele argentina. ¿Llegará el momento en que podamos adquirir de un soplo un acento de hombre rico pero culto y doctorado en derecho?

Esta mixtificación tendría el efecto contrario a la Torre de Babel: diríamos lo mismo, pero en tono cautivador. Además, se podrían producir combinaciones a la carta. Por ejemplo, la voz de Miss Venezuela, pero en el tono rico en conocimientos de una bioquímica, con la amabilidad de quien dedica su tiempo libre a una ONG y el temperamento de quien puede subir de tono para apoyar a un equipo de futbol que por casualidad es el nuestro. ¿Será posible alcanzar la utopía de comunicación que no se base en el sentido sino en la prosodia?

En la última entrega de los Óscares, El discurso del Rey demostró que no hay efecto más especial que el idioma. La película trata de la importancia política de la pronunciación. El Rey Jorge VI tiene un grave problema de Estado: es tartamudo. Para mantener la presencia de ánimo de Inglaterra en los albores de la segunda guerra mundial debe hablar con fluidez por la radio (nuevo medio articulación de las conciencias). La trama de Pygmalion sobre la estratificación del habla se revierte: el Rey necesita a un plebeyo que lo eduque.

Corresponde a la singularidad de un monarca hablar en el tono neutro de quien lo hace en nombre de todos. En cambio, el hombre común puede sonar atractivamente exótico con un spray adormecedor.

Los fabricantes del acento irlandés instantáneo no parecen haber reparado en las consecuencias culturales de su invento.

Cuando alguien nos interesa, rara vez encontramos qué decirle. Si disponemos del timbre perfecto, poco importan nuestras vaguedades. Parafraseando a Roland Barthes, el "grano de la voz" se sobrepone al contenido.

En Hamlet, el Rey es asesinado con un veneno en el oído. Una metáfora de las palabras: a veces intoxican por lo que dicen, a veces por el tono en que lo dicen.



En el volcán
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Juan Villoro
1 Abr. 11
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Hace cerca de 20 años, una amiga paseaba por La Condesa con su hija recién nacida y un desconocido se la arrebató de los brazos. Entonces ocurrió un milagro: un ciclista se detuvo, persiguió al secuestrador, recuperó a la niña y se la devolvió a la madre. Mi amiga corrió a su departamento. Minutos después regresó a la calle en busca del benefactor. No lo encontró. Los ángeles no esperan que les den las gracias.

A raíz de ese hecho mis amigos se mudaron a Cuernavaca, ciudad que los capitalinos asociamos con jardines encendidos por las buganvilias, albercas azul cobalto, lluvias que tienen la cortesía de caer mientras dormimos, el sitio donde Humboldt encontró la temperatura media del paraíso y Lowry la atracción del infierno.

A menos de 100 kilómetros del Distrito Federal, Cuernavaca ha sido la versión más próxima de la calma.

La forma en que esto ha cambiado compite con las tramas del cine gore. La muerte de Arturo Beltrán Leyva en un fraccionamiento controlado por el crimen organizado reveló que la capital de Morelos no es un lugar de descanso.

Poco a poco, la violencia ha dejado de ocurrir en "otra parte" para acercarse a nuestra vida. Las granadas arrojadas en una plaza de Morelia durante la celebración del Grito de Independencia, las carreteras cerradas en Monterrey, los jóvenes acribillados en una fiesta en Ciudad Juárez y los narcomensajes recibidos en cuentas privadas de correo electrónico en Mazatlán, Tampico y otras ciudades son atentados contra la población civil. El narco ha pasado a una fase de terrorismo. La difusión del miedo es parte de su estrategia.

El año pasado estuve en Cuernavaca para presentar un libro de la editorial La Ratona Cartonera. Esa noche conocí a personas pacíficas que sólo podían hablar de la violencia. Días antes habían recibido narcomails que instaban a no salir de casa. Las autoridades no dieron una respuesta tranquilizadora: recomendaron que, por si acaso, no contradijeran los mensajes.

Después de hablar de literatura, cada quien compartió una atrocidad. Una mujer había ido a dejar la basura y algo le llamó la atención en una bolsa: era un cuerpo mutilado. Otra había visto un cuerpo colgado de un poste en el estacionamiento de un supermercado. Un amigo había recibido una llamada de un "ingeniero" que dijo tener una fotografía tomada por presuntos secuestradores donde los rostros de los hijos habían sido señalados con círculos rojos. A continuación, pidió una cantidad para impedir el secuestro. Por su parte, una pareja comentó que todos los días una señora se apostaba en su calle; llegaba con una silla y se sentaba a anotar placas y modelos de automóviles. Le preguntaron para quién trabajaba y contestó: "No puedo decirles". Otro amigo contó que había vivido en Morelia, donde puso un café con música de trova. Lo cerró cuando un emisario de La Familia le pidió cuota para seguir operando. En Cuernavaca abrió otro negocio y se encontró con la misma petición, pero de un grupo delictivo distinto.

Los asistentes a la presentación se sentían inermes y temían lo peor: "la próxima víctima puede estar entre nosotros", comentó una señora.

El asesinato de Juan Francisco Sicilia, hijo del poeta Javier Sicilia, cumplió esa trágica conjetura. Si un estudiante de 24 años, con buena formación y valores éticos, es víctima del horror, todos estamos señalados. Ya antes, estudiantes del Tec de Monterrey y de Ciudad Juárez han padecido la violencia.

Javier Sicilia es un extraordinario hombre de fe, pero no hay sistema de creencias, por sólido que sea, que prepare para el calvario actual.

Aunque no se reveló el contenido del mensaje que acompañaba a los siete asesinados en Cuernavaca, se rumora que los acusaba de hacer denuncias a la policía.

¿Cómo debemos actuar al ser testigos de un ilícito? En la película El infierno, Daniel Giménez Cacho encarna a un político que solicita información para atrapar villanos: "Nuestro presidente quiere un país de soplones", bromea. Cuando un sicario le pasa un dato, descubre que el político era espía del narco.

Resulta imprescindible reflexionar sobre el peso social de las denuncias. El narco no quiere interferencias; criminaliza a las víctimas; culpa al denunciante de su propia muerte.

Hace unos días, el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia abordó un tema largamente pospuesto: la actitud de los medios ante la violencia. Se trata de algo decisivo porque la difusión del horror hace fuerte al narcotráfico. Sin embargo, el documento es endeble. Uno de sus puntos más cuestionables es el de alentar a los ciudadanos a hacer denuncias. Aunque se especifique que no deben ponerse en riesgo, se delega en ellos la doble responsabilidad de informar y protegerse. No somos nosotros quienes debemos señalar y perseguir a los delincuentes. Además, la denuncia anónima se presta para la fabricación de culpables. ¿Y qué garantiza que siga siendo anónima?

Mientras el terror se vuelve cada vez más próximo, Calderón aumenta sus gastos de propaganda en 300 por ciento. Sus autoelogios agravan el espanto.


Saco de 'tuit'
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Juan Villoro
25 Mar. 11
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El primer escritor profesional que conocí fue Paco López Fischer. En sexto de primaria cobraba un mazapán por una carta de amor.

Su otra pasión consistía en lanzar perdigones de papel humedecidos con su saliva y bolitas de migajón. En las posadas, iniciaba la guerra de tejocotazos.

Su blanco favorito eran las orejas. Una tarde de granizo descubrió que pocos impactos duelen como un golpe en el lóbulo. Además, se trataba de un objetivo ideal para un virtuoso. Es fácil darle a una nuca. Las orejas reclaman puntería.

Lanzar proyectiles fue la primera seña de que quería comunicarse a distancia. Sin embargo, como autor no buscaba destinatarios propios. Escribía cartas sobre pedido. Antes de redactar, hacía dos o tres preguntas sobre la chica en cuestión. Eso le bastaba para concebir un pormenorizado romance literario.

En la época en que las peluquerías se volvían "unisex", Paco comenzó a recibir encargos de mujeres para dirigirse a sus novios. Con admirable profesionalismo (y un aumento en su tarifa: un mazapán y un Pingüino), se puso en la piel de las enamoradas y redactó elogios y reproches de emoción genuina.

En ocasiones se hacía cargo de las dos partes de la correspondencia, mostrando habilidad para enamorarse y abandonarse a sí mismo.

Al terminar la secundaria ya le decíamos Cyrano (para entonces cobraba en cigarros Baronet). El apodo le iba bien por su capacidad de escribir con corazón ajeno y su carácter de duelista. El seductor anónimo era un adversario conocido. Provocaba lanzando bolitas de papel; si la víctima lo retaba, disfrutaba de una buena golpiza en los bebederos de la escuela. Recibir un puñetazo lo relajaba tanto como propinarlo. La misma persona que suplantaba por escrito a la dulce Naty, tenía los nudillos destrozados. Su cuerpo de boxeador podía albergar a una doncella o a un rudo pretendiente.

Cuando empecé a escribir me vio con desprecio: "Eso no es profesional", dictaminó. En efecto, yo no cobraba. Para redondear su argumento me mostró una foto del escritor Philip Roth y señaló su elegante saco de tweed: "Para vestirte así tienes que vender tus palabras".

Poco después me cambié de escuela y le perdí la pista. Quise escribir un cuento sobre él, pero me faltaba el desenlace. Me intrigaba que hubiera atado y desatado los romances de una generación sin mostrar otro interés por los demás que el ocasional deseo de partirles la cara. Su escritura había sido utilitaria. No cultivaba otro género que las cartas por encargo. El enigma se perfeccionaba porque yo estaba en sus antípodas: no cobraba, confundía mis pasiones con las ajenas, carecía de entusiasmo por el pleito.

Busqué su nombre en revistas de jóvenes escritores y editoriales marginales; en premios, becas y congresos. Fue en vano.

Hace unas semanas lo encontré en Twitter, amparado en un seudónimo sólo descifrable para sus amigos de primaria. Le pedí que nos reuniéramos. Su respuesta fue típica de la realidad sin fronteras de internet: vive en Alaska. El niño que cobraba con mazapanes ahora trabaja para una compañía de alimentos bajos en calorías.

Sus aforismos en la red van de lo desafiante a lo rabioso. Estaba por borrarlo de mi lista de tuiteros cuando me avisó que vendría a México. Nos encontramos y entendí por qué no había puesto su foto en Twitter: no hace otro ejercicio que enviar mensajes. Sin embargo, está satisfecho del destino que le ha dejado un cuerpo rubicundo, abusivamente sedentario: es escritor fantasma de 200 cuentas de Twitter. Cobra por eso y calcula que en unos meses podrá abandonar su otro trabajo. Sus clientes son políticos de distintos partidos, parejas atribuladas, seductores que cortejan al mayoreo, opinionistas de la prensa, actrices más o menos famosas y "ciudadanos de a pie". La tecnología vino en su auxilio para convertirlo en Cyrano del siglo XXI: "Hay gente que no tiene qué decir, pero hoy en día si no mandas mensajes, no existes", explicó.

Le pregunté si no era conflictivo representar a tantas almas y me dio otra lección de materialismo: "Sólo si no me pagan". Su gusto por comunicar es perfectamente instrumental: lanza palabras como quien avienta huesos de aceituna. Le apasiona establecer contacto sin motivo para hacerlo, una afición primitiva, típica de nuestra modernidad.

No se ha casado y no parece necesitar de otras relaciones que las que modifica a distancia. Fiel a su estilo empresarial, me preguntó cuánto me pagaban. Le pareció una bicoca. "Toca", extendió su brazo para que acariciara la tela. "Astracán", informó. Luego criticó mi saco: "tweed de imitación". Era extraño que un autor fantasma se opusiera a una copia. Luego pensé que, a fin de cuentas, todo escritor tiene algo de espectro en la medida en que se sirve de una lengua colectiva, que le reserva algo ajeno. Se lo dije y el hombre de las 200 voces contraatacó: "No presumas: tus textos siempre parecen tuyos".

Hablar con Paco me dejó la sensación de dirigirme a 200 personas que no estaban ahí. Él se decepcionó de sólo dirigirse a mí.

Limitaciones de escritores.

Sigue a Juan Villoro en Twitter: @juanvilloro56

Zapatos nuevos
Juan Villoro
18 Mar. 11
Tengo unos amigos a los que les decimos los Glutamato porque son un complemento sabroso, pero no siempre auténtico. Nos reunimos por las extrañas fidelidades que surgen con el tiempo, el tequila y las coincidencias que la marea de las contradicciones arroja en la playa. Me sirvo de esta evocación paisajística para no enojarme de inmediato con Vic Glutamato, que habla en sábado a las ocho de la mañana para preguntar si estamos dormidos.
Uno acaba queriendo a los amigos por sus defectos. No escribo estas líneas con vengativo afán, sino para describir a una familia que considero típica de la época y, por lo tanto, de interés social.
Los Glutamato están encantados de conocerse. Vic es un patriarca que siempre tiene razón. Ha quebrado dos mueblerías y una sastrería donde oficiaba un crack del zurcido invisible. Esto se debe a que los dueños anteriores lo engañaron. Confiado en su genio comercial, compró una casa de seis recámaras y siete baños en Potrero del Edén, fraccionamiento donde los visitantes deben enseñar su cédula profesional para entrar. Desde hace tres años la casa está en venta, pero nadie ha llegado al imaginativo precio concebido por Vic.
Conocí a Nena Glutamato porque su gran camioneta bloqueaba mi coche en un estacionamiento y ella no había dejado las llaves. Me predispuse a odiarla. Cuando llegó, gritó con alegría: "¡Eres el amigo de Vic! ¡En las fotos te ves más chaparro!". Se refería a las fotos de la primaria, en las que en efecto, soy chaparro.
Si el destino no hubiera decidido que Vic y yo compartiéramos pupitres, difícilmente sería el padrino de su primer hijo. A los 19 años, Ronnie Glutamato padece un torpor existencial que le permite dormir hasta las dos de la tarde y estar en cualquier reunión sin enterarse de nada. Quiere ser cineasta, tal vez porque mira la realidad como luces en una pared. En una ocasión entré en su habitación y me senté en la cama revuelta. Él puso hip-hop pesimista mientras yo leía un graffiti en la pared: "No hay salida: la extinción es un password". Le pregunté cómo pensaba extinguirse y dijo: "Viviendo". Guardamos silencio hasta que comprendí la expresión "cuarto del pánico".
En contraste, Liz Glutamato es una entusiasta que adora las cosas que desconoce. Si le propones ir a una fábrica de clavos, le parece genial. A los 13 años tiene una lista de 28 carreras que quiere estudiar y 14 mascotas que piensa adoptar.
Vic considera que su primogénito tiene un talento magnífico que algún día será descubierto por alguien. En cambio, su hija le parece "chistosa".
Desde que me citó a comer en Vips y pagó con cupones de su mueblería, sé que mi ex condiscípulo cuida el dinero. Me sorprendió que rentara una casa de campo y nos invitara a pasar el fin de semana. En cuanto llegué se burló de mis zapatos: "Rata de ciudad". A continuación propuso que hiciéramos una excursión a la noria. Caminamos durante dos horas para llegar a un aljibe donde flotaba una rana muerta. Nena, que "engorda sólo de ver la comida", fue sabia y no se sometió al paseo. Ronnie nos acompañó con semblante nihilista y Liz saltó por todas partes, descubrió un pequeño esqueleto que describió como "egagrópila", habló de las costumbres de las codornices y recitó una fábula de Esopo. El único comentario de Vic sobre sus hijos fue: "¿Viste lo intenso que es Ronnie?".
Después del extenuante regreso a casa, mi amigo dijo: "Tus zapatos dan pena". Era cierto. Había hecho mi travesía del desierto con calzado de calle. El empeine estaba roto; su destino sólo podía ser la basura.
"No te preocupes, tengo un par nuevecito que compré en Argentina", Vic me mostró unos zapatos rutilantes, de cuero perfecto. Somos de la misma talla: el par me quedó bien, aunque bastante apretado.
Antes de despedirnos, Vic explicó (mientras Nena asentía con vibración de papada) que Ronnie era un genio para las matemáticas ("lo del cine es un hobby") y añadió que estaba preocupado por Liz ("¿no te parece gordita?").
En los siguientes días descubrí la capacidad de mis congéneres para bajar la mirada. Todo mundo decía: "¿Estrenando?", o bien: "¡Qué zapatos!". Me sentí tan elegante como un futbolista italiano. Mis pies estaban lastimados por los aguerridos empeines, pero recordé que sin dolor no hay belleza.
Agradecí la generosidad de Vic hasta que me habló por teléfono: "¿Así nos llevamos?", fue su extraño saludo. Luego mencionó los zapatos: me los había prestado en una emergencia, ¿acaso me quería quedar con ellos?
Me sentí ruin y ofendido al mismo tiempo, el clásico "efecto Glutamato". Aunque nunca hablamos de un regalo, Vic había puesto la cara magnánima con que pide al mesero que agregue el 7 por ciento de propina.
Lo peor de todo es que los zapatos ya se habían vuelto cómodos. Entendí la estrategia de Vic: me llevó al campo para destruir mis zapatos y me dio los suyos para que se los ablandara.
Le dije a mi esposa que no volvería a verlo. "No te conoces", contestó ella. Tiene razón. Vic consiguió en Tepito el video pirata de Bruce Springsteen que yo llevaba 20 años buscando.
Hoy ceno con los Glutamato.








Dos Mariselas
Por Juan Villoro
"¿Qué hay en un nombre?", se preguntó Shakespeare. Marisela decidió combatir el crimen sin más armas que la razón. Otra Marisela decidió hacerlo desde el sistema judicial. Sus biografías pertenecen a dos países distintos. Curiosamente, ambos se llaman México.

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Marisela Morales Ibáñez, subprocuradora de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, recibió en Washington el Premio Mujeres de Valor 2011. Hillary Clinton destacó la determinación de la abogada mexicana para luchar contra la violencia.

Cuando un funcionario recibe un reconocimiento la distinción se extiende a su gobierno. Al premiar a Marisela Morales, Estados Unidos mandó una señal de cordialidad hacia México poco después de que el presidente Calderón pusiera en entredicho al embajador norteamericano en nuestro país.

La distinción a la subprocuradora forma parte del trato esquizoide entre México y el máximo consumidor de drogas del planeta. Nuestra relación con Estados Unidos no es bilateral: es bipolar.

La buena intención de Hillary Clinton contrasta con los oscuros oficios de la Agencia de Control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego. Para seguir la pista del flujo clandestino de armas, la Agencia entró al tráfico con el operativo "Rápido y furioso". Sólo falta que diseñe balas con microchips para rastrear mexicanos abatidos gracias al espionaje norteamericano.

Estados Unidos golpea y premia con bipolar afán.

La distinción a la subprocuradora obliga a recordar a otra Marisela, la mujer que se opuso a la violencia sin sueldo ni escolta y fue asesinada el 16 de diciembre de 2010, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua.

Ante la inoperancia de las autoridades, Marisela Escobedo investigó por su cuenta la muerte de su hija Rubí Marisol Frayre, de 16 años, ocurrida en Ciudad Juárez. Descubrió que fue asesinada por su compañero sentimental, Sergio Barraza. Lo localizó en Fresnillo y logró que fuera detenido. Barraza describió cómo descuartizó a su víctima y dónde arrojó los restos. En el juicio, pidió perdón a Marisela. Aunque el delito no podía ser más atroz, el culpable fue absuelto por un tecnicismo. Barraza es el contraejemplo de Antonio Zúñiga, protagonista de Presunto culpable. La justicia mexicana es tan lamentable al liberar como al encarcelar.

Marisela protestó por esta aberración en el Palacio de Gobierno de Chihuahua y decidió no moverse de ahí. Ante las cámaras de "seguridad" recibió un tiro en la cabeza. Poco después, la maderería de Jorge Monge Amparán, su compañero sentimental, ardió en llamas, y Manuel, hermano de Jorge, fue asesinado. Con extraña rapidez, el Ministerio Público descubrió que Jorge ya no era pareja de Marisela en el momento del incendio y concluyó que sus desgracias no estaban conectadas.

Marisela Escobedo fue sacrificada a las puertas de la Ley. Su asesino está libre, protegido por el crimen organizado. Sería un acto de especial justicia que la premiada Marisela Morales contribuyera a detenerlo.

No se le puede regatear entereza a alguien que ha dedicado toda su trayectoria a luchar contra el crimen. Sin embargo, el desempeño profesional de Marisela Morales también ha reflejado las contradicciones del sistema judicial mexicano. Nadie que pase por esa maraña está libre de acusaciones, ciertas o falsas. En 2005 se le abrió una averiguación por presunta falsificación de pruebas y delito contra la administración pública. Benjamín Cuauhtémoc Sánchez Magallán, ex coordinador de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada, la acusó de adulterar 27 pruebas en la investigación del asesinato del cardenal Posadas. De acuerdo con la periodista Anabel Hernández, en ese mismo caso desapareció la declaración del nuncio apostólico Girolamo Prigione.

Uno de los trabajos más polémicos de Marisela Morales fue integrar el expediente para el desafuero a López Obrador por la construcción de un acceso a un hospital sin el permiso correspondiente. El caso, de claro interés político, fue orquestado por el presidente Fox para eliminar a un candidato a la Presidencia. Según sabemos, el recurso se descartó cuando el linchamiento aumentaba la popularidad del adversario.

Igualmente polémica fue la detención de los supuestos responsables por las granadas arrojadas contra una multitud en Morelia, el 16 de septiembre de 2008. Los familiares de los detenidos declararon que los inculpados estaban en Ciudad Lázaro Cárdenas en el momento de estallido. La subprocuradora explicó que el arresto se logró "gracias a una llamada anónima", línea de investigación que sólo convence con pruebas incontrovertibles.

Al premiar a Marisela Morales, Estados Unidos lanzó un mensaje de apoyo a un país bañado en sangre. No se pueden tomar a la ligera los desafíos de la subprocuradora. Uno de los más importantes es detener al asesino de una mujer que llevaba su nombre y luchó contra la violencia lejos de las camionetas blindadas, en la desolada tierra baldía, ese sitio olvidado y común, la patria de la otra Marisela, que también se llama México.



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OTRAS ENTRADAS:
De mentiras
Por Juan Villoro

Un amigo tiene un sueño recurrente: es llevado a juicio. No se trata de una pesadilla sino de algo muy emocionante. El sueño ocurre en Estados Unidos y el abogado defensor es Jack Nicholson. Mi amigo acepta ser sospechoso, siempre y cuando lo juzguen al estilo Hollywood. Su conducta es típica del momento en que vivimos, determinado por la desconfianza ante la justicia mexicana.

Ser procesado de manera apasionante se ha convertido en una aspiración onírica. Ante el temor de comparecer en un tribunal mexicano, el inconsciente se vuelve extraditable. ¡Qué maravilla ser defendido por una abogada de traje sastre, como en un episodio de The Good Wife, y oír el martillo justiciero que cierra la sesión después de un fallo de inocencia!

Sabemos que en Estados Unidos la ley actúa menos bien en la calle que en la pantalla y que sus errores han conducido a la aplicación injusta de la inyección letal. Sin embargo, el cine y la televisión han creado una convincente simbología de la bondad jurídica. El héroe no siempre se salva, pero tiene posibilidad de hacerlo. En otros países esa trama pertenece al sueño.

¿Qué clase de poder judicial ha construido México en 200 años? Presunto culpable, la cinta más comentada del momento, presenta el caso de José Antonio Zúñiga, capitalino injustamente acusado de homicidio, y permite atestiguar las mazmorras de la ley y el sinsentido burocrático con el que se tramita el destino de alguien fabricado como culpable. Su factura es la de un documento de emergencia hecho por abogados: un expediente imprescindible.

Kafka concibió un mundo autoritario donde la condena antecede al delito. Ser procesado en ese entorno paranoico significa ir en busca de una culpa. No es otra la realidad de México, según muestra Presunto culpable.

Curiosamente, esta búsqueda de la verdad ha sido puesta en entredicho por un practicante de la mentira, Víctor Manuel Reyes, testigo que mintió para permitir el encarcelamiento de Zúñiga.

Aunque cometió perjurio, Reyes considera que la película lo ha perjudicado. Según su abogado, su imagen fue usada sin su consentimiento. Por tal motivo, presentó una demanda de amparo que llevó a la juez Blanca Lobo Domínguez a pedir la suspensión temporal de la película.

Cuando una persona concede una entrevista para un documental, firma un permiso de exhibición. El principal testigo de cargo que aparece en Presunto culpable representa un caso distinto. Compareció en una audiencia pública, es decir, un acto que puede y debe ser registrado por terceros. Además, su declaración no era facultativa sino obligatoria. No estaba ahí por voluntad, sino en cumplimiento de una disposición legal. Resulta difícil concebir que el registro de su testimonio haya sido ilícito.

¿Por qué procede entonces la demanda? Según han comentado especialistas, la juez aceptó darle curso, no por lo ocurrido en la audiencia pública, sino por el eventual uso que puede darse al testimonio. El tema es delicado. Sería una negra paradoja que una denuncia decisiva sobre los abusos judiciales, hecha sin fines de lucro (aunque mostrada en salas comerciales), se viera entorpecida por un tecnicismo o una tendenciosa interpretación de la ley. En tal caso estaríamos ante un acto de censura disfrazado de procedimiento jurídico.

La pregunta decisiva es quién está detrás de Reyes. Parece poco probable que, luego de su cuestionable desempeño en el juicio, acudiera a tribunales por su cuenta. Si algo queda claro en Presunto culpable es que el destino de Zúñiga dependía de un testigo incapaz de informar con certeza de sí mismo.

Lo más probable es que la conducta de Reyes y sus posibles instigadores no perjudique a Presunto culpable. Como en el caso de El crimen del padre Amaro, el conato de prohibición puede servir de publicidad a la película. Además, el momento en que esto ocurre dificulta una respuesta inquisitorial. La cinta ya ha sido vista por más de 400 mil espectadores y tiene garantizada su andadura. Sin el menor problema, podría propagarse en la red y en la incesante metástasis de la piratería. Tratar de frenar una película no sólo exitosa sino histórica es un despropósito.

Hay otra hipótesis más plausible. El documental produce una justificada irritación y, al mismo tiempo, provoca un alivio relativo. Nuestro sistema judicial es un desastre pero resulta posible denunciarlo. Una contribución decisiva del testimonio en los momentos de crisis consiste en dar bien malas noticias. Entender el horror es ya una manera de combatirlo. Presunto culpable se inscribe en esa tarea de sanación social.

Si la supresión tiene efecto, el sistema judicial provocará más desconfianza de la que provoca en la película. La injusticia aumenta cuando no puede ser dicha. Es ahí a donde se dirige el ataque. La demanda parecer tener un mensaje subliminal antijurídico: la incierta jurisprudencia mexicana es invitada a condenar la prueba más visible de su incertidumbre.

Contar la historia de Zúñiga sirvió para liberarlo. Ahora, la película regresa al sitio del que rescató a su protagonista: los tribunales.




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Tierra bravía
Por Juan Villoro
Los accidentes pulverizan las certezas. En 1978, Alejandro Rossi escribió un texto ejemplar sobre la confianza. El hombre común duerme esperanzado que las cosas conserven su forma: "No nos sorprende que el cuarto, a la mañana siguiente, mantenga las mismas dimensiones, que las paredes no se hayan caído, que el reloj retrase y el café sea amargo. La contemplación del mundo como un milagro permanente es un estado pasajero o una vocación religiosa. Todos somos un poco nerviosos, pero el terror de que se desplome el techo o se hunda el piso no es continuo". El pasaje pertenece a Manual del distraído, libro escrito en México antes del terremoto de 1985 y después del de 1957, que derribó el Ángel de la Independencia.

Vivir en tierra bravía es un acto de fe: confiamos en que el techo no se caiga, sabiendo que puede hacerlo. El 27 de febrero de 2010, quienes estábamos en Chile comprobamos el inaudito valor de la confianza. La sacudida de 8.8 grados en las escala de Richter fue la quinta más severa desde que existen mediciones. Durante segundos indelebles nos sometimos a una sucesión de asombros. Por principio de cuentas, nos enteramos de un peligro que habíamos descartado con plácida inocencia. Cuando las paredes se abrieron, nos supimos inermes, ingenuos. Luego sobrevino un examen de conciencia: ¿cómo salvarnos?, ¿merecíamos hacerlo?, ¿qué error habíamos cometido para estar ahí?, ¿qué virtud repentina podía rescatarnos?

Al margen de nosotros, ajeno a nuestras dudas, el edificio resistía. Los extranjeros ignorábamos que la arquitectura chilena es un milagro que perdura. Las paredes se cuartearon, pero el hotel siguió en pie. Oí voces, gritos, señas de sobrevida. Había que salir, de prisa. Entonces sucedió algo con lo que ya no contábamos: de pronto teníamos un propósito. El cataclismo nos había rebasado en tal forma que la única estrategia para superarlo era cerrar los ojos. Salvados por las piedras, podíamos actuar. Ya en la calle recuperamos un extraño privilegio de la vida interior: volvimos a confiar.

Los mexicanos curtidos en temblores aprendimos en Chile lo que significa graduarse en miedos.

Las lecciones del sur del mundo fueron resumidas por Neruda en un título absoluto: Residencia en la Tierra.

De manera emblemática, Alberto Fuguet decidió que el protagonista de Las películas de mi vida, su novela más personal, fuera sismólogo. El libro se ocupa del cine, la erudita pasión de Fuguet. De modo profundo, explora otra región del inconsciente: los movimientos tectónicos, la tierra que se abre para ponernos a temblar.

No había pensado escribir de terremotos. La devastación de mi ciudad en 1985 fue tan dolorosa que no podía narrarla sin sentirme impúdico. Prefería, como Beltrán Soler, el personaje de Fuguet, ver películas para distraerme de la trama que se fragua bajo tierra.

El terremoto de 2010 representó una segunda oportunidad para encarar el miedo de 1985. La cifra gemela de 8.8 sugería un valor esotérico, el del horror que se confronta a sí mismo. Sólo reconociendo el pánico podemos superarlo: no hay sobrevida sin recuerdo. En Chile encontré lo que perdí en México un cuarto de siglo antes. El resultado de esa confrontación fue 8.8: el miedo en el espejo.

Para los testigos extranjeros, Chile dio un excepcional ejemplo de solidaridad y control. Con rutinaria bobería se elogia a los latinoamericanos que "parecen suizos". Por suerte, los chilenos se parecieron a sí mismos.

Todo sismo cuestiona los cimientos que se le resisten y Chile también mostró heridas. Como siempre, los más afectados fueron los que habían padecido antes el invisible terremoto de la pobreza; hubo escenas de pillaje; la televisión transformó la desgracia en morbo de alto rating; algunos edificios modernos revelaron estar peor construidos que los de hace algunas décadas; los seguros no siempre respondieron; LAN fue insensible a las demandas de pasajeros varados en tierra, y la alarma ante el tsunami no funcionó.

De cualquier forma, la actuación del gobierno de Bachelet ante la contingencia (como la de Piñera ante los 33 atrapados unos meses después) fue muy superior a la de De la Madrid ante el sismo mexicano de 1985 y la de Fox ante los mineros que murieron en Pasta de Conchos.

Algo de nosotros quedó para siempre en Chile. Por si esto no fuera evidente, mi teléfono me lo recuerda a cada rato. La opción redial quedó fija en el número que mi esposa marcó con angustia durante días, el de mi hotel en Santiago. No pienso cambiar de aparato. El "fantasma en la máquina" conoce su oficio. En caso de duda, que me busquen en Chile.

"Mira la tierra toda/ abierta ante tu planta", escribió Luis Cernuda a propósito de un prisionero: "Respira la libertad ahora/ A solas con tu vida".

El terremoto en Chile fue una bronca epifanía: perdimos la confianza y la recuperamos. Estremecidos, conocimos la sorpresa elemental de estar a salvo.

Todo sobreviviente es una víctima liberada. Después del miedo, nada es tan asombroso como la normalidad.

Aquí seguimos. A solas con la vida.


OTRAS FECHAS
Cosa juzgada
Por Juan Villoro
"Siempre nos quedará París". La frase de Casablanca no se aplica a los artistas invitados al Año de México en Francia. Por razones políticas, dos países con enormes afinidades culturales han tenido un desencuentro.

Nicolas Sarkozy aprovechó el veredicto contra Florence Cassez para posar como defensor a ultranza de sus paisanos. "El patriotismo es el refugio de los canallas", escribió Samuel Johnson. De nada se ha abusado tanto como de "los intereses de la nación". En palabras de Lichtenberg: "Me gustaría saber en nombre de quién se hacen las cosas que se hacen 'por la patria'".

Sarkozy propuso dedicar el Año de México a Cassez. En respuesta a esta provocación, Relaciones Exteriores señaló con pertinencia que el intercambio cultural no puede depender de un proceso penal. Esta argumentación parte de un supuesto: el buen funcionamiento del sistema judicial mexicano. Obviamente, no corresponde a la Cancillería ponerlo en entredicho, pero sí a quienes lo padecemos.

El error de Sarkozy, que confunde los programas culturales con la propaganda nacionalista, no debe impedir que analicemos el modo mexicano de condenar al prójimo.

Presunto culpable, la película más discutida del momento, revela las irregularidades que durante tres años padeció Antonio Zúñiga, inocente acusado de un crimen. El documental fue dirigido por Roberto Hernández, quien tuvo acceso al Reclusorio Oriente y a los jueces en calidad de abogado. De manera inaudita pudo registrar la maraña de sinrazones que aquí recibe el nombre de "justicia".

La mayoría de los crímenes que se cometen en México quedan impunes. A esta herida se agrega otra: la fabricación de culpables. Seamos sinceros: si un pariente nuestro fuera procesado, ¿esperaríamos una sentencia justa?

Sarkozy no decidió enfrentarse al Tribunal Internacional de La Haya. Su afrentoso desafío tomó en cuenta el desprestigio de la justicia mexicana. Criticar su despropósito no nos exime de analizar el país donde Graham Greene escribió Caminos sin ley.

¿En qué grado es culpable Florence Cassez? He leído los reportajes sobre el tema de Anne Vigna, Juan Manuel Villalobos y Guillermo Osorno. Todos narran la turbiedad del proceso, comenzando por el montaje televisivo que presentó como una captura en vivo lo que era una recreación. Aunque el video no se usó como evidencia, influyó en la opinión pública y en los testigos que modificaron sus declaraciones después de verlo.

La versión más significativa de un testigo suele ser la primera, la que se ofrece antes de entrar en contacto con otras interpretaciones. La declaración inmediata no ha sido sometida a presión ni chantaje. En los testimonios iniciales, Cassez no es mencionada; luego pasa a ser cómplice decisiva. Esta peculiar modificación llevó a que personas con los ojos vendados la "reconocieran" por el color del pelo o a que se mencionara una televisión encendida en un cuarto sin luz eléctrica.

En un clima tan enconado como el nuestro destaca la sobria actitud de Eduardo Gallo, presidente de México Unido Contra la Delincuencia. A pesar de que su hija fue víctima de la violencia, Gallo defiende un principio moral irrenunciable: la venganza no es justicia. Permitir que los crímenes sigan impunes resulta tan negativo como condenar a inocentes. En sus comentarios sobre Cassez ha seguido este ético lineamiento.

¿La implicación de Cassez en los secuestros de la banda de Los Zodiaco merece 60 años de cárcel? El Convenio de Estrasburgo suscrito por México y Francia podría permitirle que cumpliera la condena en su país. El gobierno mexicano se ha negado a facilitar esta alternativa. El motivo jurídico es que la sentencia podría reducirse en Francia. El motivo político parece ser otro. Genaro García Luna, presunto responsable del montaje televisivo, conduce hoy la seguridad nacional y es el máximo aliado del Presidente.

Una vez que los tribunales emiten su fallo, el cumplimiento de la condena recae en el Ejecutivo. Cassez es "cosa juzgada". Sólo la Presidencia podría decidir su traslado a otro penal. La negativa a que esto suceda parece fundarse en el apoyo a García Luna y en la lógica con que el Presidente realza su poder.

Calderón ha buscado restaurar su fuerza a través de la simbología militar. Lo hemos visto de uniforme ante las tropas, a caballo con cadetes del Colegio Militar, como piloto de un avión del Ejército. Cuando dijo que no había usado la palabra "guerra", no repudió la lucha contra el narcotráfico; quiso evitar la respuesta sobre si podría ganarla.

Un Presidente sin alianzas, cuyo eje de gobierno es la seguridad, obtiene cierto margen de maniobra politizando la justicia. ¿Quién dice que no hay control? Ahí están los presos y las Fuerzas Armadas. No es el mejor saldo para una democracia. El Presidente que no repite la palabra "guerra" se retrata en uniforme.

Sarkozy cree defender a Juana de Arco y Calderón ofrece la captura de Cruella de Ville. En este duelo de representaciones extremas se diluye la verdadera personalidad de Florence Cassez.





OTRAS ENTRADAS:

La percepción
Por Juan Villoro

"Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema", esta frase del Ulises, de James Joyce, define la política del presidente Felipe Calderón.

Su toma de posesión en el Congreso fue una metáfora de debilidad: entró por una puerta trasera, recorrió un pasadizo y juró la Constitución a toda prisa, como quien recoge un trozo de carne a punto de descongelarse. Catorce días después lanzó una ofensiva contra el crimen organizado. Para restaurar la fuerza del Ejecutivo posó en uniforme militar y pasó revista a las tropas. El candidato que prometía empleo optó por un dramático cambio de tema. En este sentido tuvo éxito. Desde entonces no hablamos de otra cosa.

Acorralado por la oposición, incapaz de crear equipos amplios de trabajo (no sólo con miembros de otros partidos o de la sociedad civil, sino del propio PAN), Calderón gobierna con un puñado de incondicionales. Su intensa paranoia ha sido nuestra triste realidad: más de 34 mil muertos.

Hace poco, el Presidente señaló que no había usado la palabra "guerra". Reforma documentó que eso es falso. No es novedad que un Presidente que sacrificó la reforma del Estado con fines electorales niegue sus declaraciones. Lo relevante es que, al desentenderse de la palabra "guerra", evita la responsabilidad de ganarla.

No hay que criticar a Calderón por enfrentar al narcotráfico, sino por la forma en que lo hace. ¿Bastaban dos semanas en el poder para concebir una estrategia? El costo social de esa impericia ha sido enorme, y los resultados saltan a la vista: el PAN pierde en los estados y perderá la Presidencia.

Calderón fracasó en lograr que la lucha contra el crimen se percibiera como objetivo de Estado; es vista como una guerra de gobierno, a tal grado que despertó la nostalgia por la abusiva estabilidad del PRI: "Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos", dice un reiterado graffiti.

¿Conocía el Presidente al enemigo que le ayudó a cambiar de tema? Para averiguar si estaba sentado en dinamita, encendió un cerillo.

Los despachos de WikiLeaks muestran que los gobiernos pueden actuar en forma autodestructiva. En 1990, April Glaspie, embajadora de Estados Unidos en Irak, reiteró que Sadam Hussein era un socio confiable. Podo después, Hussein invadió Kuwait. Algunos pensaron que la diplomática había dado "luz verde" a esa guerra. Los documentos desclasificados revelan que Glaspie descartaba la invasión porque le parecía una operación suicida para el propio Irak. Esto recuerda la forma que en Stalin desestimó los informes de que Hitler invadiría la Unión Soviética: no lo creía capaz de precipitarse a la derrota de ese modo.

Sobran ejemplos de despropósitos militares. En el caso de Calderón, el principal aporte de WikiLeaks consiste en revelar su progresiva dependencia de Washington. El diagnóstico estadounidense es demoledor. El archivo 003195, del 10 de noviembre de 2009, afirma: "México carece de un aparato de inteligencia eficaz para producir información de alta calidad y operativos definidos [...] A pesar de su pléyade de incapacidades y deficiencias, los servicios de seguridad mexicana reconocen ampliamente su necesidad de mejoría". Entre los muchos impedimentos se destaca "la falta de confianza entre las distintas instituciones del gobierno". A continuación se ofrece un análisis de la forma en que la Sedena, Cisen, la SSP y la Semar desarrollan estrategias sin auténtica coordinación.

WikiLeaks no es la Tabla de la Ley. Sus informes están sujetos a intereses específicos. De acuerdo con esa óptica, la debilidad del gobierno calderonista llevó a una rectificación "positiva", es decir, a pedir el progresivo apoyo de Estados Unidos. El documento 0083, del 29 de enero de 2010, resume la situación: "Calderón ha atacado en forma agresiva al narcotráfico, pero ha luchado con instituciones descoordinadas y dispersas; la creciente espiral de violencia lo ha hecho vulnerable a las críticas".

Los informes de WikiLeaks diagnostican que Calderón ha aprendido sobre la marcha, acercándose cada vez más a Estados Unidos. El costo de esta educación pública ha sido enorme.

¿Qué tan mal está el país? Un amigo senegalés, que vive en México desde los tiempos en que el presidente Echeverría ofreció becas para ese país, pasó la Navidad de 2010 en Dakar. Por primera vez su padre le preguntó cómo era posible que viviera en México. La preocupación por el país no sólo se nota en la prensa europea o norteamericana. ¿En qué punto estamos?

Algunos colegas señalan que México se encuentra mejor de lo que sugieren las noticias. Es posible que así sea. La gran paradoja del asunto es que si dejáramos de hablar de la guerra contra el narcotráfico, el principal perjudicado sería Felipe Calderón. Durante cuatro años ha construido un monólogo para no hablar de otra cosa. Los datos están contra él, pero son tan contundentes que impiden otro análisis. Si recuperáramos la paz, comprobaríamos su ineptitud en las demás áreas.

Le quedan dos años para seguir minando la soberanía y perfeccionar la bancarrota del partido que lo llevó al poder.




OTRAS ENTRADAS

Armas y letras
Por Juan Villoro

"Suiza tiene tantos habitantes como nosotros tenemos "ninis"."
La loable iniciativa de transparentar los datos sobre la violencia ha permitido conocer de manera confiable una escabrosa realidad. Más de 34 mil muertos en cuatro años, saldo superior al de la guerra en Afganistán.

No es extraño que en un ambiente de deterioro la crispación se generalice. Si alguien critica la política de seguridad que produce tantas víctimas, otro comenta: "¿Y qué querías: que no se hiciera nada?".

La discusión entre Todo o Nada lleva al silencio. Criticar los accidentes en una carretera no invita a suspender los viajes, sino a mejorar la forma en que se hacen. El problema no es que se combata al narcotráfico, sino que no se obtengan mejores resultados.

No conocemos la solución porque no existe un remedio. A largo plazo, la salida del conflicto vendrá de los efectos combinados de la legalización regulada y paulatina de ciertas drogas, la investigación de redes de financiamiento y lavado de dinero, la detención de cómplices del narcotráfico en los tres poderes y en el mundo empresarial, y una más eficaz relación con Estados Unidos, donde el tráfico de drogas y armas opera con el suave fluir de lo institucional, sin cárteles ni capos conocidos.

En un contexto en el que tanto se discute sorprende que no se hayan atendido las variables educativas y culturales del tema. Los focos rojos están a la vista. El presidente Calderón señaló que el país tiene siete millones de "ninis", jóvenes que no estudian ni trabajan. Tampoco tienen opciones deportivas, religiosas o culturales.

En 2010 México ocupó el último lugar en América Latina en recuperación de empleos. Al menos una generación carecerá de un horizonte laboral deseable. Su destino lógico es la inopia, acentuada por el alcohol, las drogas y la televisión.

Suiza tiene tantos habitantes como nosotros tenemos "ninis". Si contamos a los que tienen empleos o estudios temporales y carecen de futuro garantizado, podríamos llenar varios países escandinavos con mexicanos sin alternativas.

El problema es gravísimo por una razón adicional: hay otras opciones, todas ilegales. El narcotráfico no puede ser visto como un simple "Llamado del Mal"; para millones de jóvenes, representa la única opción concreta de obtener una mejoría económica instantánea, compartir códigos de pertenencia, asumir una identidad definida y elevar la autoestima. El hecho de que un sicario pueda morir pronto no siempre es un argumento disuasorio. El peligro -las intensidades de una vida breve- incluso pueden ser un aliciente. Además, queda la compensación de dejar una casa para la familia y haber disfrutado algo en un destino que se extendía al modo de un desierto.

Como señaló Antanas Mockus en su campaña a la presidencia de Colombia, combatir el crimen a través de la educación y de la ética es más tardado y costoso que combatirlo con las balas, pero se trata de la única solución definitiva.

Para reconstruir su tejido social, Colombia ha construido bibliotecas en sitios que se consideraban bastiones del hampa. Es el caso de la Biblioteca España, situada en uno de los barrios más bravos de Medellín, algo equivalente a edificar un inmenso centro cultural en Badiraguato, Sinaloa, meca del narcotráfico.

Disponemos de información sobre los municipios más conflictivos del país. Urge una cruzada cultural que los atienda y permita una recuperación social definitiva. A largo plazo, la política de seguridad depende más de la Secretaría de Educación que de la Secretaría de la Defensa. Además, el Ejército no sólo necesita un armamento superior, sino capacitación en áreas que no se han tomado en cuenta (ética, antropología, historia, literatura). Sabemos que la mejor guerra es la que no se libra. Cuando se vuelve inevitable, el pacifismo consiste en ganarla sin quebrantar principios.

La educación sirve para prevenir el delito, pero también para combatirlo sin deponer la ética. En este sentido, la recuperación cultural del país no puede ser ajena al Ejército, que no sólo requiere de atención logística y económica.

En su discurso sobre las armas y las letras, Cervantes, escritor soldado, encomia la entrega del "mílite guerrero" por encima de la vida especulativa de quien renuncia a la acción. El fundador de la novela moderna conocía los límites de la imaginación y las urgencias de la práctica.

Un amigo expresaba hace poco: "Un joven que lee a Salgari no puede ser sicario". Se trata de una frase hermosa, que admite un matiz para no ser ingenua. Es cierto que no conocemos sicarios que hayan leído a Salgari, pero conocemos comandantes nazis que sí lo hicieron. No se trata de combatir en exclusiva con las armas ni en exclusiva con las letras. Digamos que leer dificulta ser sicario, pero sólo lo impide si la sociedad en su conjunto demuestra que ha leído.

No hay soluciones simples. Por eso es grave que las discrepancias lleven a la estéril dicotomía de Todo o Nada. Tenemos que ponernos de parte de una solución compleja.

La cultura no debe ser el privilegio de quienes "superaron" su circunstancia, sino la normalidad de quienes viven en ella.



'Ibid' Rendón
Por Juan Villoro
Ciertos amigos requieren de un contexto extremo para volverse lógicos. Es el caso de Ibid Rendón, condiscípulo de la carrera de sociología que conquistó su apodo el día en que comentó en un "Seminario de El Capital": "Marx está grueso, ¡pero Ibid está gruesísimo!". Nuestro compañero creyó que la palabra con que se aludía a una obra ya citada era un nombre propio: Ibid, genio torrencial, posiblemente chino.

Desde los años en que leíamos El Capital con el desorden de la Nueva Metodología (comenzando por el capítulo sobre la acumulación originaria, atractivamente situado en el tomo III), Ibid mostró adicción a las citas. Su esnobismo formaba parte de la atmósfera. A fin de cuentas pertenecíamos a una generación que recibía la cultura como producto masivo y entraba a los supermercados a comprar libros de Mao o manteles con imágenes de Vasarely. Conocimos la pintura en tarjetas postales, el cine clásico en video, la música en casetes pirata, y leímos Rayuela como obra de autoayuda artística, es decir, como un catálogo del consumo culto.

En ese ámbito no era extraño que Ibid juzgara algo "fellinesco" o "godardiano", pero su apodo lo condenó al rango de los que saben para presumir.

Poco a poco el tiempo se puso de su parte. Más que la crónica de una persona escribo la de una época. El giro esencial en la personalidad de Ibid fue el siguiente: empezó a desconfiar del conocimiento común. Afecto a la cultura rápida, leyó dos libros en contra de cada tema. Si mencionabas las Cruzadas, la Revolución francesa o el sitio de Cuautla, él contaba la historia de la secta perversa que había hecho que eso fuera posible. Cada episodio venía de una conspiración.

Recuerdo la noche en que preguntó como quien repasa una excursión escolar: "¿Se acuerdan del desembarco en Normandía?". Naturalmente, nadie tenía memoria presencial del asunto. Ibid resumió los dos volúmenes tenebrosos que acababa de leer al respecto, sin que pudiéramos refutarlo.

Su sabiduría paranoica le otorgó prestigio en una época donde nada es tan útil como desconfiar. En rara ocasión analiza lacras tan evidentes como la venta de armas, la trata de blancas, la pederastia o el narcotráfico. Su extraño mérito consiste en desestabilizar lo aceptado: Bolívar tenía propósitos ocultos y nuestro amigo Marcos nunca fue secuestrado en un Seven-Eleven, como le dijo a su esposa.

Mientras él perfeccionaba su talento para desmitificar lo obvio, la época se graduaba en simulacros y versiones contradictorias. Las mentiras de los políticos, las estruendosas farsas de la publicidad y la televisión, las noticias no siempre verificadas de la prensa y el horror difuso del crimen organizado crearon el contexto ideal para que las negras conjeturas del sociólogo Rendón parecieran una interpretación autorizada de la realidad. Sus discordantes versiones eran siempre más duras, más incómodas, más improbables, es decir: ¡más verosímiles! El apodo que había servido para ridiculizarlo se transformó en timbre de honor: antes veneraba la cultura tradicional, pero había tenido el valor de liberarse. Un converso que abría los ojos.

Incluso sus relaciones familiares se han beneficiado de su control de datos adversos. Su mujer y sus hijos no hacen nada sin consultarlo, sabedores de que siempre puede decirles algo peor.

Mi dilatada amistad con Ibid Rendón me ha convencido de un sello de los tiempos: nada ha aumentado tanto de valor como el descrédito. El recelo se ha transformado en lucidez preventiva.

En los optimistas años setenta mi amigo se limitaba a ser un epígono, una cita de la cita: Ibid (cuyo título profesional se hubiera podido abreviar como Loc. Cit.). Su viraje hacia la sospecha lo convirtió en un auténtico gurú del deteriorado entorno por el que circulamos.

Me acabo de reunir con él y fue como tener una sesión privada de WikiLeaks. Ibid confirmó sospechas desagradables, reveló espurios intereses, mencionó con autoridad asuntos sórdidos sobre Facebook, el país, Europa, los bancos y nuestros conocidos. Sin ser muchos, sus conocimientos tenían la escalofriante puntería de lo exacto. Me costó trabajo refutarlo, no sólo porque carecía de contraargumentos, sino porque de manera morbosa comencé a disfrutar su eficaz articulación de noticias y datos agraviantes. La aceitosa pátina de la corrupción adquiría en su voz el fascinante efecto de lo que resulta, al fin, comprensible.

Ignoro si Ibid Rendón aprovechó nuestro encuentro para ejecutar una venganza. Oí su oscura y razonada trama de confabulaciones hasta que desvié la vista al periódico que había dejado sobre la mesa. Reparé en la fecha: 28 de diciembre, los Santos Inocentes. ¿El ingenuo que confundió a Ibid con un clásico se aprovechaba ahora de mi credulidad?

Sobre la mesa, el periódico mostraba el mundo según WikiLeaks. El iluso de otros tiempos parecía tener razón. Sus hipótesis persecutorias eran sumamente sensatas. ¿Podía creerle?

Ibid se despidió con una sonrisa ambigua y un proverbio que resume nuestra era: "Confiar es bueno, no confiar es mejor".









Otras entradas:
Los que hacen puré
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Juan Villoro
24 Dic. 10
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La Navidad es la temporada providente en que se sufre para ser feliz. En el inconmensurable Distrito Federal, el primer signo del delirio llega cuando avistas un coche adornado con cuernos de reno. Esta variante automotriz del trineo anuncia que la época nos autoriza a ser raros.

A miles de kilómetros de la nieve, anhelamos bosques blancos. Los niños mandan cartas a Finlandia, el Polo Norte y otros fríos domicilios de Santa Claus. Aunque algunas mansiones tienen techo de dos aguas, en estos lares la nieve sólo aparece en los copos de poliuretano que decoran los escaparates.

Con gozosa irrealidad, celebramos en el trópico una fiesta católica al estilo nórdico. Aunque algunos regionalistas colocan esferas en el cactus de su preferencia, la mayoría prefiere los pinos, así sean de plástico o de papel cromado.

Las mezclas de símbolos se naturalizan a través de un barroco principio de acumulación. Ya es costumbre que el menú de temporada incluya bacalao a la vizcaína, romeritos, huauzontles con mole, pavo, peladillas, gorditas de camarón, turrones, tejocotes y demás citas multiculturales.

La Navidad combina los opuestos. En la noche de paz, los niños reciben ametralladoras de plástico y el pavo de los colonos ingleses es mejorado con chile jalapeño.

Aunque no todos recuerdan que la fecha conmemora el nacimiento de Jesús, una religiosidad indefinida pero certera se adueña de estos días. El principal componente religioso de la fiesta es el sacrificio, no de un buey ni de un cordero, sino de nosotros mismos. La Navidad sólo tiene sentido si viene precedida de molestias. Las horas de desquiciamiento en el tráfico, las colas para que te envuelvan un regalo, las tarjetas de crédito a punto de estallar son pruebas materiales de que mereces algo grandioso. Las pruebas espirituales son más complejas. La penitencia que antecede al gozo comienza con la discusión de la santa sede. De muy poco sirve decir: "¡Pero si el año pasado ya fuimos con tus papás!". No es fácil que los suegros que viven en Nepantla renuncien a su argumento de que una Navidad de cara a los volcanes es tan fenomenal que no se necesitan cobijas ni camas suficientes para estar ahí.

Una vez resuelto el sitio del festejo, sobreviene la controversia del menú. Hay guisos que se inventaron para separar a los seres humanos. Estoy convencido de que el puré es la forma insulsa (es decir, perfecta) de la cizaña. Esto exime al de papa, que siempre es útil. Por desgracia, resulta demasiado común para un banquete. En Navidad surge la fantasía de hacer gran puré de castañas. Mi modesta experiencia al respecto me ha dejado la sensación de que nunca se usan castañas suficientes. Y es que todo puré diluye el sabor (el de papa es bueno porque no se espera mucho de ella, pero ¿qué decir del de camote, el nabo o el boniato, que pertenecen al género de lo que se aplasta sin mejoría?).

La Navidad sería menos tensa, es decir, menos sufrida y religiosa, si no hubiera gente como la tía Herminia que de golpe ofrece: "Puedo hacer un puré de camote genial".

Hacer puré parece un acto solidario; se prepara como acompañamiento. Por desgracia, esto ha dado lugar a una peculiar psicología. Como el puré resulta sociable en sí mismo, la gente que lo prepara se olvida de que debe combinar con algo y no toma en cuenta lo que hacen los demás. Así, el menos impositivo de los guisos se convierte en un aerolito. ¿Pero quién se atreve a decirle a la tía Herminia que el camote no es genial y menos preparado por ella? Los pleitos y la falta de comunicación previos a la noche grande han provocado circunstancias como aquel menú en que no hubo pavo y sobraron tres purés. Mi plato parecía la cena de un astronauta.

Hay accidentes como el bacalao al que tu prima olvidó quitarle las espinas o las peladillas que le rompieron el puente dental a la abuela. El puré es asunto distinto: se trata de un malestar que debemos agradecer como apoyo. Obviamente, esto realza el papel de quien sí hizo algo sabroso.

Pero no podemos desperdiciar a quienes crean problemas en una noche que vive de problemas. La reunión de Navidad es un ejercicio moral: los mecanismos sacrificiales, entre ellos el puré, dan sentido al festejo.

Terminada la cena sobreviene el intercambio de regalos. Otro momento para que la dicha provenga del calvario. Todo comenzó con una rifa unos días antes, y la suerte decidió que hicieras feliz a tu primo Boby. En ese momento descubres que la verdadera cercanía consiste en conocer las cosas baratas que le gustan a alguien. Sabes muy poco de Boby. Pasas cuatro horas en Liverpool, dudando entre un complicado sacacorchos y un libro con fotos de glaciares. La dificultad para decidir y la pérdida de tiempo te hacen odiar al primo que no manifiesta bien sus pasiones.

A fin de cuentas, esa molestia contribuye al disfrute final. Hemos perdido religiosidad, pero no el sentido de la penitencia. Aunque no siempre tenemos motivos para ser felicites, hemos perfeccionado las molestias que nos permiten saber que, cuando todo eso se termine, seremos felices.






Magia impura
Juan Villoro
REFORMA
17 Dic. 10

De acuerdo con Walter Benjamin, lo que distingue a los adultos de los niños es su incapacidad para la magia. Madurar significa prescindir de hechizos, explicaciones fabulosas, el hada que concede los deseos.

Pensé en esto cuando mi amigo Mario me habló del día en que terminó su infancia. No todos son capaces de definir esa fecha esencial.

Mario detestaba las fiestas en las que sobraban niños desconocidos y comía sándwiches de triangulito untados de paté. Pero a veces el festejo incluía a un ilusionista fabuloso que sacaba monedas de atrás de las orejas y convertía una flor de papel en una paloma que volaba rumbo al candelabro más cercano.

En la juguetería Ara, que la memoria de Mario preserva como un almacén infinito, descubrió una caja con equipo para un pequeño mago. La suerte estaba de su parte: esa semana se le habían caído dos dientes de leche y aún no se los había ofrecido al Ratón Pérez. Al volver a casa escribió una larga petición y la colocó junto a un trozo de queso Nochebuena, muy preciado por los ratones.

La magia no siempre ocurre de inmediato: pasaron tres días antes de que Mario recibiera su regalo. El retraso no lo llevó a pensar en la inexistencia del Ratón. Dudar de él sólo hubiera servido para acabar con el hechizo. ¿Y quién desea razones cuando puede tener fe?

Tampoco el instrumental mágico minó sus creencias. Le pareció lógico aprender trucos porque él no era un mago de verdad. Así como un disfraz de Supermán no servía para volar (un vecino se había fracturado al intentarlo), una varita de juguete tampoco servía para voltear de cabeza a un cocker spaniel.

En cambio, los hombres de gran chistera que llegaban a las fiestas pertenecían a otro mundo, el de los poderes paranormales. ¿Y qué decir de los magos de los circos, capaces de rebanar y reconstruir a su hermosa asistente?

J. M. Barrie, autor de Peter Pan, considera que todo lo importante ocurre antes de los 12 años. Mario se aproximaba a esa edad limítrofe cuando fue testigo de tres revelaciones. La primera de ellas se llamaba Mariana. Mi amigo cayó en un estado de rubor y nerviosismo y desorbitada ilusión que no sabía cómo nombrar. Ese año los Beatles cantaban "All you need is Love". Él no podía asociar su torbellino con una palabra tan corta y vaga como "amor", pero eso era lo que experimentaba. Si Mariana se pasaba la mano por la frente, él descubría que hay una forma perfecta de pasarse la mano por la frente. En su pequeño universo, todavía infantil, se sintió predestinado hacia esa chica porque sus dulces preferidos, las lunetas m & m, unían sus iniciales.

La segunda revelación fue de corte negativo. Mario asistió a una fiesta en casa de sus primos, a la que también fue Mariana (él llevaba una bolsa de m & m para contagiarle su dulce superstición). Su esperanza era tan grande que sufrió un desmayo. Lo llevaron al cuarto de su primo, donde despertó al cabo de un rato. Se quedó en cama hasta que oyó ruidos en un cuarto contiguo. Los movimientos eran difíciles de describir pero parecían preparar algo. Mario se asomó a ver de qué se trataba. El mago contratado para la fiesta abría un baúl vertical. En un pequeño compartimiento colocó un yo-yo. Luego guardó otro idéntico en el bolsillo de su saco.

Esa tarde mi amigo salió del mareo para descubrir que también los magos de verdad hacían trampas, más complicadas que la que él podía lograr con su equipo de plástico, pero trampas al fin y al cabo.

A la mitad de su rutina, el mago sacó el yo-yo. Lo adormeció, haciéndolo girar sobre su eje; después ejecutó el "perrito", el "columpio" y las "cataratas del Niágara". Esta última suerte implicaba lanzar lejos el yo-yo y tirar de la cuerda para volverlo a lanzar sin tocarlo con la mano. En uno de esos giros desapareció. El mago alzó las manos, creando un suspenso teatral. Luego se las llevó a la frente para adivinar dónde había ido a parar.

"Está en el baúl", Mario le dijo a Mariana. Como si estuviese en trance, el mago dijo: "El yo-yo ha regresado al lugar donde duerme". Abrió el baúl y ahí lo encontró.

Mario había hablado por rabia, decepcionado de que un ilusionista hiciera trampa. No quiso lucirse ante Mariana; sin embargo, ella lo vio con ojos muy brillantes. "¿Cómo supiste?", le preguntó. Mario sintió en su bolsillo el suave rumor de las lunetas. "Soy mago", dijo.

Ese día terminó su infancia: descubrió el hechizo del amor, la imposibilidad de la magia y la seductora fuerza de la mentira, la contradictoria sustancia de la vida adulta.

El recuerdo de Mario era un cuento filosófico. Le mencioné la idea de Benjamin y contestó: "Lo que no existe en la vida adulta es la magia pura". Esto quiere decir que Mariana le hizo caso y luego lo dejó.

Mario pasó de la ilusión infantil al escepticismo adulto. Sin embargo, en los momentos críticos, compra un talismán de otros tiempos: las lunetas de la buena suerte.

"La madurez consiste en saber que la magia tiene trucos", me dijo, "la sabiduría consiste en saber que los trucos tienen magia".




'Hey, great offer'

Juan Villoro
10 Dic. 10

Perdona por distraer tu atención desde un periódico. Ésta no es una estafa como las de internet. No deseo invadir tu espacio privado, sino hacerte socio de una magnífica oferta.

Soy secretario del Dr. Li, investigador de una eximiosa universidad de San Francisco. Mi identidad te será desvelada cuando lleguemos al grano que nos beneficiará a ambos. Soy mexicano y por eso me dirijo a ti en el idioma de Alfonso Reyes. Aunque jamás dominaré las cumbres alfonsinas, no puedo negar que he fustigado bibliotecas en mis ratos libres. También soy fidedigno lector de este periódico. Intuyo tu rostro frente a este texto y no me parece diverso del mío.

El Dr. Li proviene de una caudalosa familia china, que hizo fortuna en Hong Kong. Antes de que el gobierno comunista se hiciera cargo de esa legendaria, bella y heroica ciudad, la familia Li aseguró sus caudales en distintos bancos del Pacífico.

No han faltado sino sobrado los rumores, las intrigas y las disputas por tan grande herencia. El ser humano, como dijo Propercio, es malévolo.

Desde hace 20 años el Dr. Li me ha dado su aprecio y un modesto salario. Considera que un mexicano puede ser más leal que alguno de sus connacionales. ¿A qué se debe esta causalidad? Cuando llegó a San Francisco, el Dr. Li padeció la venenosa inquinina de sus paisanos. Yo soy su jardinero y cuido los bambús que el doctor plantó en la universidad. No me hago pasar por científico, eso debe ser nítido. Tampoco me finjo hombre culto, aunque en mis ratos de esparcimiento frecuente con ubérrimo provecho la robusta obra de don Alfonso.

Los chinos aprecian el arte de la jardinería. Casi todos los jardineros de San Francisco somos mexicanos. En México no valoramos lo que tenemos, pero el doctor sí me valora y ha decidido heredarme parte de su fortuna (50 millones de dólares, para ser justiciosos).

No puedo recibir el dinero porque soy indocumentado y no tengo cuenta bancaria. El Dr. Li me ha explicado que los chinos son discretos. Él está rodeado de la cizaña tan trópica del mundo científico y no quiere hacer transferencias noticiosas. ¿Qué pensarían los de Western Union si alguien girara tal cantidad? En estos tiempos tan herméticos y esotéricos, con tanto lavado de dinero, hay que guardar las apariencias.

Para llegar a ti he corrido riesgos. Hace apenas unas horas fue arrestado Julian Assange. Sus filtraciones en internet ha sido más estropiciadoras que las mías. Éste es, apenas, el primer brote de un jardinero en la red. Logré alterar la página editorial de Reforma. Declaro que no tengo cómplices al interior del periódico ni persigo fines oscuros y mucho menos religiosos o políticos. Sólo quiero asociarme con un lector. ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que desea todo periodista?

Esta columna aparece firmada por una persona que no conozco. Lamento haber cancelado su artículo. Me consuela pensar que era menos urgente que el mío.

Lo que en resumidas cuentas te propongo es compartir el 50% del dinero que recibiré del Dr. Li, o sea, 25 millones de dólares. Para ello, tendrías que recibir la cantidad completa en tu cuenta bancaria y, prometerme, previamente y ante notario de tu libre elección, la cesión de mis correspondientes 25 millones de dólares.

Estoy dispuesto a sacrificar la mitad de mi fortuna con tal de poder cobrarla. Mas sin en cambio, me alegra que sea un paisano quien se beneficie de la generosidad del Dr. Li, que tanto quiere a los mexicanos.

He renunciado a hacer contactos por internet para no molestar y porque es una fuente de maledicencia. De seguro buscarás información en Google acerca del Dr. Li. Varias eminencias llevan ese apellido, desde un cirujano plástico hasta un experto en desastres del sueño. Te pido que no hagas caso de la mención al jardinero mexicano que quiso extorsionar a un Dr. Li que no tiene nada que ver con el que en verdad me contrató. Lo que menos me gusta de la red son los chismes y las calumnias. Por eso me dirijo a ti desde esta sección, tan sólida y aislada.

Como es de la imaginación, no podré repetir el truco de sustituir una columna por mi misiva. De nuevo pido disculpas: no quise molestar a nadie, en especial al autor que, de todos modos, no sé si iban a leer.

Puedes estar seguro de que lo que te digo es cierto. Un buen amigo me ayudó a descifrar el password del Dr. Li. No es que yo desconfiara de él, pero nunca se sabe cómo es la gente. Su cuenta bancaria está en forma y orden. Lo mismo que el testamento. Su salud ha empeorado mucho. Podría morir de cualquier susto, o sea que debemos darnos prisa.

Me queda poco espacio: no puedo volver a usurpar este sitio sin ser descubierto, pero puedo hacer pequeñas alteraciones. Aquí recibirás datos sobre mí. Serán suficientes para que me contactes y compartamos la fortuna. No puedo colocar mi número de teléfono ni mi nombre. La oferta no es para cualquiera. ¡Menos para los codiciosos! Colocaré claves para ser descifradas por alguien inteligente como tú. El Dr. Li me capacitó en códigos. El próximo viernes sabrás más, pero en secreto.

No dejes escapar esta oportunidad.



Dignamente desleal

Por

Juan Villoro



(03-Dic-2010).-

En 1971 Daniel Ellsberg entregó al New York Times 7 mil páginas con secretos del gobierno de Lyndon B. Johnson. Ellsberg tenía acceso a material clasificado. Harto de las mentiras sobre la guerra de Vietnam, filtró la información que se conocería como los "papeles del Pentágono".

El impacto de Ellsberg fue demoledor. 1971 marcó un hito en el derecho a la información. Ese año Julian Assange nació en Australia. Gente de su época, creció para perseguir datos escondidos y se convirtió en hacker con conciencia social. En 2006 fundó WikiLeaks, empresa dedicada a filtrar información en la red. Durante años, usó el seudónimo de Mendax en alusión a una expresión de Horacio: "splendide mendax" (dignamente desleal). No se trata de un indiscreto descifrador de passwords privados, sino de un vengador anónimo en busca de secretos de interés público.

La noticia del momento es que el extraño Míster Mendax tiene a su disposición 250 mil documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano, de los que ya dio a conocer 500. ¿Cómo calibrar el efecto que tendrán en la sociedad de la información?

El periodista y escritor venezolano Ibsen Martínez me puso en la pista de la "teoría del cisne negro" desarrollada por el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb. ¿Qué es lo que singulariza a un acontecimiento? De acuerdo con Taleb, en términos históricos un cisne negro es un fenómeno que tiene impacto masivo, desafía las probabilidades y suscita explicaciones retrospectivas que tratan de verlo como predecible. La Primera Guerra Mundial, internet y el 11 de septiembre son ejemplos de cisnes negros.

El caso de WikiLeaks tiene este plumaje. Amazon expulsó a la compañía de sus servidores y la Casa Blanca nombró a un zar antifiltraciones. Russell Travers, experto en el combate al terrorismo, se transformará en plomero digital para contener el goteo de información.

Mientras tanto, Míster Mendax permanece oculto, no sólo por las posibles consecuencias del escándalo noticioso, sino porque tiene demandas de acoso sexual y violación en Suecia. Antes de esfumarse, Assange dijo que las acusaciones tenían motivación política. A WikiLeaks no le faltan enemigos. Lo cierto es que el especialista en transgresión ha traspasado límites decisivos.

Aún es pronto para evaluar el impacto de su caja de Pandora. Hasta ahora, las filtraciones sorprenden más por el tono que por el contenido. Los informantes del gobierno de Estados Unidos aparecen como una pandilla paranoica, intrigante y despreciativa. Nada de esto es nuevo. Lo peculiar es el tono: en la intimidad, los espías son descarados.

De acuerdo con Ellsberg, WikiLeaks pondrá en circulación un cantidad récord de información confidencial, pero el efecto no será devastador. En una entrevista con La Vanguardia comentó: "No son papeles de decisión de alto nivel. Quienes toman las decisiones políticas a alto nivel no tienen tiempo de leer cables que sólo son secretos". Un rasgo típico del gobernante contemporáneo es que ignora toda voz que no garantice éxito mediático instantáneo. En contraste, los mandos medios requieren de información para abrirse su propio espacio al interior de la administración. "Tener datos" sirve menos para usarlos que para amenazar con usarlos. En esa franja de poder se fraguaron los expedientes que ahora circulan.

De acuerdo con Taleb, no tiene sentido tratar de adivinar lo impredecible. El desafío consiste en estar mejor preparados para acontecimientos que se perciben como insólitos y sólo se toman en cuenta cuando ya ocurrieron. La política actual se basa en un obsesivo dominio de lo común (las estadísticas, los índices de popularidad, la tendencia estándar). Más importante sería estudiar las combinaciones que pueden anticipar la llegada de un cisne negro. Pero los hombres que ganan votos besando bebés no se interesan en lo que no ha ocurrido; actúan en la esfera de la representación; el rating es para ellos más político que los hechos.

El verdadero golpe de WikiLeaks tiene que ver con la forma de gobernar en una telecracia. Hace unos años, diplomáticos de Estados Unidos describieron a México como "Estado fallido". Se referían a nuestra triste realidad. Ellos enfrentan ahora algo más grave para su estilo de gobernar: una triste realidad virtual. El descrédito de no controlar la red será mayor que el efecto de documentos donde se informa que Gaddafi usa bótox. En la era de la información las filtraciones son un problema de carácter.

Assange considera noble ser desleal al poderoso que oculta algo. Ellsberg matiza el gesto: "En las democracias, hay un amplio abanico de secretos que deben ser protegidos". En el caso de WikiLeaks, el problema no es la calidad del secreto, sino que el gobierno no pueda guardarlo. La importancia de un documento clasificado deriva de que no circule. Esconder la basura bajo la alfombra o el dinero bajo el colchón es más seguro que esconder algo en una computadora. Estamos ante un cisne negro de la representación del poder. En tiempos digitales el único expediente inexpugnable es el que no se ha escrito.




Malinche.com

Por

Juan Villoro



(26-Nov-2010).-

Si viviera en estos tiempos de cercanía virtual, la Malinche sería la mexicana con más "amigos" en Facebook. La red social no se inventó para crear hermandades, sino para tener contactos intermitentes. No es necesario ser simpático para multiplicar corresponsales; basta ser interesante de modo comunicativo.

La Malinche dominaba los idiomas clave de la Conquista: náhuatl, maya y español. Enigmática, atractiva, capaz de integrarse mejor al mundo de la representación lingüística que las patrias que buscaban aniquilarse, tendría imparable éxito en Facebook y Twitter.

El bicentenario de la Independencia debería servir al menos para reparar símbolos maltrechos. La traductora de Cortés ha sido vista como la gran villana del siglo XVI, la traidora que permitió que fuéramos derrotados. Su historia real es otra. Ya está en Wikipedia, pero no en nuestras convicciones.

Malintzin, como posiblemente se llamaba, nació en la zona chontal, cerca de Coatzacoalcos. Su padre murió cuando ella era niña. Cuando su madre su unió a otro hombre, ella fue entregada a traficantes de esclavos mayas. Así aprendió su segunda lengua. Cortés la recibió como regalo en 1519, con otras 19 esclavas. La Malinche había crecido bajo la despiadada ley azteca. Sus enemigos directos estaban en Tenochtitlan, que sometían a los chontales a punta de pedernal. Repudiada por su padrastro, fue condenada a la esclavitud y luego entregada a los invasores. ¿Puede alguien víctima de tantos agravios traicionar a un país que ni siquiera existía entonces?

Cortés admiró su don de lenguas. Malintzin traducía del náhualt al maya; el sacerdote Gerónimo de Aguilar, que había estado cautivo en Yucatán, cerraba el círculo, traduciendo del maya al español. Esta intermediación se volvió innecesaria cuando la intérprete aprendió español.

La frase "traduttore traditore" alude a la posibilidad de tergiversar las lenguas. En cierta forma, todo idioma ajeno es "enemigo" (con osadía, Cervantes transgrede las convenciones al presentar el Quijote como una traducción del árabe, lengua de los odiados adversarios). La Malinche enfrentó el inquietante asombro de los traductores: comprender que lo ajeno, e incluso lo enemigo, puede tener sentido.

Emblema del entendimiento, fue vista como la traidora que la historia requería para alimentar un nacionalismo reductor.

Después de 10 años de investigación, Luis Barjau publicó La conquista de la Malinche. Su libro disipa los prejuicios que han lastrado al tema. Barjau se niega a aceptar "la traición como elemento primordial narrativo de nuestro pasado". ¿A quién debía ser fiel la Malinche? ¿Estaba en posibilidad de actuar de otra manera? Sojuzgada, inerme pero alerta, optó por la traducción de lenguas. Contribuyó más a definir lo que somos que a decidir la suerte del ejército azteca.

Para honrar a esta figura la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco ha creado el Premio Malintzin (en forma congruente, Luis Barjau lo recibió en su primera edición).

En su vindicación de la inteligencia al margen, Margo Glantz se refiere a las escritoras mexicanas como "Las hijas de la Malinche". El feminismo ha sido decisivo para ver con otros ojos a Marina, varias veces esclava. Pero también los hombres reclaman su herencia: Emilio Lezama y Héctor Tajonar conducen el programa "Los hijos de la Malinche".

Orozco dominaba la convulsa intensidad del fuego, pero escogió la serenidad para retratar a Cortés con la Malinche. La fuerza de esa imagen proviene de la inesperada calma que transmite. El conquistador y la esclava lucen tranquilos, reconciliados, tal vez felices.

Numerosos textos literarios agregan complejidad a la Malinche, heroína a contrapelo. Pero la lengua aún aguarda un viraje esencial. Los insultos cambian de signo cuando se asumen con orgullo. Es la transfiguración que requiere la palabra "malinchismo". El que permite que los demás se entiendan no es un vendepatrias; es un vínculo.

En 1519, Marina dio a luz a Martín Cortés, acaso el primer mexicano. ¿No nos ahorraríamos mucho psicoanálisis si aceptáramos que la Madre Primigenia no es una traidora?

El cantante y guitarrista Neil Young rindió un curioso homenaje a la Malinche. En su disco Zuma, de 1975, incluyó la canción "Cortez the Killer", que narra la llegada de Cortés a un mundo donde lo reciben como rockstar; es rodeado por feligreses multicolores y chicas guapísimas. En la última estrofa Cortés recuerda a una groupie de fábula. La mención al carácter "asesino" del conquistador resulta irónica; el Cortés de Young se parece a Mick Jagger: un ídolo de masas enamorado de una desconocida.

Curiosamente, esta versión primitiva del encuentro de dos mundos se acerca más a la realidad que la historia oficial en la que Marina aparece como la traidora por antonomasia.

"La Coatlicue ya no habla porque está pasadísima", escribió Monsiváis en los años setenta. Hoy podríamos decir: "La Malinche no habla porque no tiene cuenta en Facebook". Si la tuviera, sería la principal comunicadora en red del país que contribuyó a crear.




Alto vacío
Reforma

Juan Villoro
12 Nov. 10


Sebastián Piñera, presidente de Chile celebrado por el rescate de los 33 mineros, acaba de cometer una pifia que confirma un rasgo de la época: la ignorancia del político.

En su viaje por Alemania, recibió el libro de visitantes distinguidos y preguntó a su embajador: "¿Cómo se escribe Deutschland über alles?". Seguramente pensó que se trataba de un grito de júbilo equivalente a "¡Viva México!" o "Forza Italia!". Ignoraba que es un lema del nacionalsocialismo. El embajador chileno tuvo una oportunidad de prevenir a su Presidente, pero comenzó a deletrear la consigna nazi. Fueron los anfitriones quienes prefirieron que la firma se hiciera después, para evitar un desaguisado mayor. De cualquier forma, la noticia se filtró y la revista chilena The Clinic se sirvió del photoshop para poner en su portada a un Piñera disfrazado de Führer.

"Mi presidente sólo sabe hacer una cosa: dinero", me dijo hace unos días Antonio Skármeta. En los mezquinos tiempos que corren la frase se puede entender de la siguiente manera: "lo único que sabe es tener éxito".

Un multimillonario (ex dueño de la compañía de aviación LAN) gobierna Chile con buena aceptación y nula cultura. La combinación, extraña en tiempos de Churchill, resulta cada vez más común. La ignorancia no parece ser un impedimento, sino un prerrequisito para gobernar en la era mediática.

A principios de los años ochenta fui testigo de otro dislate relacionado con Alemania. Trabajaba como agregado cultural en la RDA. Me encargaron recibir al ex presidente Echeverría en el aeropuerto de Berlín Oriental para llevarlo a Berlín Occidental, donde debía tomar otro avión.

Como Piñera, Echeverría era un caso de carisma e incultura. Tenía una memoria prodigiosa para los nombres, pensaba en tres cosas a la vez, miraba con inquietud a todas partes y se dirigía a su interlocutor con agradable confianza. Me atenazó el brazo y dijo:

-Estás muy flaco. ¿Hace cuánto que no juegas tenis?

-No sé jugar, licenciado.

-El tenis fortalece el carácter y crea tono muscular. ¡Juega tenis!

-Sí, licenciado.

-¿Dónde están mis maletas? Vengo de la Conferencia de la UNESCO. Querían premiar al Rey de España. ¡No dejé que el último de los Borbones se saliera con la suya! ¿Y las maletas? ¡Compartirá el premio con Yasser Arafat, hermano del alma! Tienes una juventud pujante: ¡juega tenis! ¿Alguien vio mi maleta?

Durante un par de horas lo oí monologar en desorden. Los destinos del país habían dependido de esa mente que parecía incapaz de la concentración o el reposo.

Hicimos la travesía a Berlín Occidental. Cruzamos el Muro mientras él hablaba del tercer mundo. En el aeropuerto de Tegel comió un sándwich enorme. Aun así, dominó la conversación. En su caso, una pausa resultaba sonora. Volvió a tomarme del brazo:

-¿Me puedes decir dónde está Berlín Occidental?

Con gran sentido de la geopolítica contesté:

-Aquí, licenciado.

-En el mapa, quiero decir -me tendió una servilleta.

Dibujé las dos alemanias y un círculo dentro en la RDA, divido en dos.

-¿Estás implicando que Berlín Occi- dental es una isla dentro de Alemania Oriental?

-No lo implico yo, lo implica la geografía -dije, para descargarme de la responsabilidad social de desplazar una ciudad.

-¿Berlín no está en la frontera entre los dos países? -Echeverría se limpió la boca con la servilleta. El mapa alemán se embarró de mostaza.

En ese momento me escandalizó la ignorancia de un ex jefe de Estado. Hoy pienso que eso le conviene.

Estuve en Colombia durante las pasadas elecciones a la Presidencia. Uno de los problemas del candidato Antanas Mockus es que estudió filosofía y matemáticas. Cuando le preguntan algo no concede una respuesta, sino que ofrece una reflexión. Eso lo perjudicó seriamente.

La dramaturga Yasmina Reza, autora de Arte, acompañó a Nicolas Sarkozy en su campaña a la Presidencia. El resultado fue el libro El alba, la tarde o la noche. ¿Qué aprendió de los políticos? "No son hombres fuertes, como los empresarios, los médicos o los generales", comenta: "Buscan serlo, pero no lo son. Se parecen más a los actores que buscan la gloria... Además, necesitan estar todo el tiempo en movimiento. No viven una vida de verdad, no perciben el tiempo: huyen de él".

En la sociedad del espectáculo los vendedores de verdades son simuladores. La política es un simulacro donde la mentira cambia de signo al repetirse. Cuatro palabras falaces justificaron una guerra que aún no termina: "armas de destrucción masiva".

Ningún país está a salvo del síndrome. En Italia, Berlusconi piensa que la restauración no tiene que ver con los edificios renacentistas, sino con sus visitas al cirujano plástico.

Los actores deben preparase para entrar en personaje. En cambio, a los presidentes les conviene actuar sin saber. Así ignoran que se contradicen.

Si eres fotogénico, tienes suficientes "amigos" en Facebook y un buen escritor fantasma en Twitter, sabes enfrentar un problema con la emoción apropiada y evitas caer en pecado de congruencia, estás listo para gobernar.


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Hijos del ABC
Juan Villoro
5 Nov. 10

El Consejo de Ministros de España aprobó en julio pasado una ley que ahora entra en vigor: si los padres no indican otra cosa, los bebés recibirán sus apellidos por orden alfabético.

En el caótico comienzo de los tiempos hubiera sido más confiable organizar los linajes por apellidos femeninos (el padre real podía ser un usurpador que una noche de suerte entró por la ventana), pero las genealogías no se crearon para mostrar exactitud biológica.

La dominación masculina se apropió de la reproducción del apellido. La mujer daba a luz y el varón ponía su marca registrada. La sed de inmortalidad llevó a una reiteración adicional. Para mostrar que el hijo es una copia -el reflejo del cuerpo que lo hizo posible-, también se volvió costumbre repetir el nombre de pila: Rodrigo Rodríguez Jr. es el "más allá" del perdurable Rodrigo Rodríguez.

A veces esto no depende de un particular deseo de permanencia, sino de una arraigada tradición. ¿Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre se llamaban Valentín, serás capaz de ponerle a tu hijo Édgar? En ese caso un nombre inédito sugiere un rechazo de todos los parientes anteriores. Las tías mirarán a Édgar como un descastado.

Los nombres son cuestión de gustos. Yo prefiero las combinaciones simples. Nada mejor que llamarse Juan Olmo o Antonio Puerta. Sé que estoy en minoría. La alcurnia, la notoriedad e incluso la eufonía de un apellido suelen depender de su rareza. "Me gustaría ser argentina para tener un apellido fantástico", me dijo una amiga. En Buenos Aires ella se podría llamar Silvina Marinetti-Jung, lo cual prácticamente garantiza una postura estética y un marco teórico.

La idea del linaje se funda en un doble gesto: repetir en el tiempo y singularizar en el espacio. Se prefiere un origen rastreable, que venga de muy lejos. Pero en el discriminatorio presente se exige exclusividad: "no todos somos iguales".

"Distinguirse" con un nombre no deja de ser una superstición (llamarte Yadira Vanessa no te libra de sufrir mucho en una telenovela y en este mundo de virus democráticos la nobleza sanguínea ya sólo existe en las cruzas de purasangres).

¿Tiene caso asociar el devenir con la nomenclatura? El nombre más común de México es José Hernández. Nadie puede pensar que sea un problema llamarse así.

Lo importante es que España optó por la supremacía del alfabeto. A partir de ahora, si los padres dejan que el azar y la burocracia hagan su trabajo, las últimas letras se volverán exóticas. ¿La abundancia de apellidos comenzados en A hará que la Zeta se vuelva chic? ¿En vez de buscar a alguien de "buena familia" se buscará a alguien de "última letra"?

El orden alfabético forja psicologías. Mi amigo Pedro Aguirre es una persona de reacciones rápidas. Su pupitre era el primero del salón; ahí iniciaba la ronda de preguntas. Desde entonces, Pedro reacciona sin vacilar. Improvisa con tal celeridad que parece que sabe lo que hace.

En cambio, los de las letras postreras esperábamos que la campana sonara antes de que nuestra sabiduría fuera puesta a prueba. Desde entonces tenemos un rezago existencial. De nosotros se podía decir cualquier cosa, pero no que fuéramos urgentes. Mi vecino de pupitre Felipe Yáñez trabaja en una funeraria.

El alfabeto impone rating. Al consultar una lista de médicos, te detienes con esmero en el doctor Bulnes o la doctora Cano. Cuando llegas al doctor Zubeldía ya estás harto. Los editores organizan el cosmos de acuerdo con el abecedario. No es casual que Jorge Herralde, director de Anagrama, haya escrito sus memorias al modo de un catálogo, bajo el título de Por orden alfabético. Este sistema de referencia rige la cultura de la letra. Cuando abres la guía de una feria del libro para buscar editoriales, las primeras que saltan a la vista son las que comienzan con A. Con razón hay tantas: Acantilado, Aguilar, Anagrama, Alfaguara, Almadía, Alianza, Ariel, Anaya, Asteroide...

¿Llegará el momento en que alguien se ufane de salir con una impetuosa chica A, capaz de encabezar todas las listas? ¿La remota Te se revestirá de exotismo? ¿Habrá reproches de este tipo: "te dimos un apellido B y te comportas como un Eme"?

El renovado prestigio del alfabeto hará que ciertos nombres parezcan una forma del destino. Nada resultará tan congruente como que el director del Instituto Cervantes tenga un apellido comenzado en Eñe.

Seguramente el Registro Civil basado en el abecedario mitigará la misoginia, pero no acabará con el humano afán de hacer distinciones. "¿Qué hay en un nombre?". La pregunta de Shakespeare adquiere renovado interés.

De manera un tanto abstracta sabemos que somos escritura del ADN. Podemos entender que los cromosomas y las mitocondrias existen, pero no es fácil tenerles afecto. En cambio, el ABC remite a un aprendizaje elemental. Sin eliminar el gusto por escoger prioridades, la nueva ley quita hierro a las presunciones y a los prejuicios de nomenclatura, diluye el determinismo del origen y realza lo que somos en un sentido cultural: hijos del alfabeto.

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