viernes, 12 de noviembre de 2010

PEPE GORDON y EL (su) CUADERNO VERDE en Reforma: EL MONO QUE VUELA




EL CUADERNO VERDE
El mono que vuela

José Gordon
10 Dic. 10


En ese lugar hay personas con orejas tan largas que pueden dormir dentro de ellas; los monos hablan y son expertos en los misterios del lenguaje; hay demonios que se vuelven invisibles y cambian de forma a voluntad; hay seres con diez cabezas, veinte brazos y ardientes ojos enrojecidos; hay carrozas celestiales, armas mágicas y peticiones a los dioses por el don del sueño interminable. Ese lugar se encuentra en la conciencia del lector cada vez que se abren las páginas de uno de los libros más fascinantes de la literatura universal.

Se trata del mundo del Ramaiana, que hoy vuelve a encenderse gracias a la versión en español que publica Atalanta (2010), en magnífica traducción de Roberto Frías. La narración original, escrita en sánscrito, se estima que fue compuesta entre los años 750 y 500 a.C. y se atribuye a Valmiki. El libro juega con las cartas abiertas. En su primer capítulo nos quema toda la trama: es la historia del destierro del príncipe Rama que cumple heróicamente con el dharma, con sus deberes como ser humano y como gobernante, a pesar de que desconoce sus orígenes divinos. El demonio Ravana rapta a su esposa Sita, cruza el océano en el Sur de India y la encierra en su palacio en la isla de Sri Lanka. Rama se organiza para rescatarla. En esa aventura llena de peligros y obstáculos portentosos, lo acompaña Hanuman, un mono que vuela y que inspira el libro de Octavio Paz titulado El mono gramático.

El relato de Valmiki consta de más de 24 mil versos, divididos en siete libros. La versión traducida por Frías es una edición de ese material, realizada por Arshia Sattar, catedrática de la Universidad de Chicago. La clave de este trabajo radica en esencializar la historia, evitar las reiteraciones que chocan con el gusto occidental, pero a la vez dejar vivas las necesarias para entender los secretos de esta narrativa que se desarrolla en espiral: cuando volvemos a pasar por la misma historia nuestra percepción ha cambiado. Se abre una dimensión vertical del texto que ahonda en lo que la poética hindú denomina rasa: la destilación más pura de las emociones humanas.

En la introducción de este fascinante libro, Arshia Sattar señala que "el poder del Ramaiana reside en las historias que cuenta y en que vive más allá de los confines de los volúmenes encuadernados. Cada vez que es narrado de nuevo, se vincula de manera integral con la fuente original, a la vez que difiere de ella". Un dato fascinante de la vitalidad de este relato es la cantidad de versiones que hay del Ramaiana, más allá de la de Valmiki. Sattar nos dice que en una de ellas (del siglo 16) Rama se marcha al exilio y no quiere que Sita la siga al bosque: "Sita discute con él. Al principio se vale de los argumentos comunes: ella es su esposa, él debe compartir con ella su congoja, ella debe exiliarse también... Cuando él se resiste a la idea, ella se enfurece y exclama: Se han escrito muchos Ramaianas antes de éste, ¿conoces alguno en que Sita no acompañe a Rama al bosque?".

Una de las versiones que más me interesa tiene que ver con el papel que juega Ravana en este drama. Más allá de los estereotipos, se trata de un demonio que por sus conocimientos podría ser parte de los dioses, pero su naturaleza no le permite iluminarse. Sin embargo, puede ver lo que Rama no puede ver, que Rama en realidad es una encarnación de lo sagrado. Por ello insiste en realizar la afrenta más terrible a Rama: robarle a su esposa. Sabe bien las consecuencias que tendrá este acto: su corazón será atravesado por una flecha, pero esa es su única oportunidad de ser tocado por Dios. Sin Ravana, sin un oponente majestuoso, no existiría el drama cósmico y las revelaciones sobre la condición humana y divina.

El Ramaiana es un canto al efecto que tiene la literatura en nuestra vidas, que precisamente hoy celebramos, en el siglo 21, con el discurso del Nobel de Vargas Llosa y su elogio a la imaginación (en otras palabras, el elogio al mono que vuela).


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EL CUADERNO VERDE
El Pichirijas y la gota de agua
José Gordon
26 Nov. 10

"El Pichirijas se acercó a Joel hace poco, sin más le soltó en la cara: 'A usted no lo mato porque ha sido buena onda con los chavitos'. Sin agregar palabras se alejó dejando a mi amigo estupefacto. Esta frase aterra; el que alguien como El Pichirijas pueda tomar la decisión de matarnos o no matarnos y que ande libre por la colonia espanta a cualquiera".

Habla Raymundo Falfán Escamilla, del grupo Letras en Metamorfosis que recientemente obtuvo el Premio Nacional de Fomento a la Lectura.

El barrio donde se escucharon estas palabras es considerado de alto riesgo por las autoridades; en algunos callejones de la colonia Santa María Tomatlán, sólo con escuadrones bien armados se atreve a entrar la policía. Dice Raymundo: "El Pichirijas es apenas uno más de la fauna de violadores, secuestradores, ladrones y criminales que pululan por nuestro rumbo. Muchos de nuestros vecinos están ahora en la cárcel; o salen y regresan a ella como si fuera su segunda casa".

Justamente en este entorno, desde hace cinco años, opera el libro club Efraín Huerta. Raymundo es parte de un equipo de ocho apasionados organizadores de un trabajo que impulsa la lectura y el fomento de actividades culturales. La pregunta que le intriga profundamente es: "¿A qué se refería El Pichirijas cuando le dijo a mi amigo que era 'buena onda con los chavitos'?".

En las novelas de Isaac Bashevis Singer aprendí que incluso en medio de la niebla y sordidez más terribles, de vez en cuando podían rastrearse residuos de piedad. En este caso, estas esquirlas de humanidad eran despertadas por la noble tarea de un maestro, por lo que sigue representando esa figura como dato afirmativo de vida y conocimiento.

En este marco, vale la pena recordar una historia que le ocurrió a Carlos Monsiváis. Esta viñeta ya es parte de nuestro imaginario colectivo en diferentes versiones, pero con la misma esencia: Monsiváis estaba comiendo en un restaurante cuando de pronto entraron unos asaltantes que amenazaron a los presentes: "Esto es un asalto, hijos de la chingada, entréguenos toda la feria y los relojes". La gente obedeció. Cuando Monsiváis se disponía a hacer lo propio, uno de los asaltantes le dijo: "No, maestro. ¡Usted no!".

Por supuesto, esto no aminora la arbitrariedad y la violencia del asalto, pero nos deja ante la pregunta sobre el extraño código de respeto hacia lo que representa la posibilidad del conocimiento.

¿Qué quiere decir la presencia de un club de libros en medio de un barrio tan peligroso? ¿Qué quiere decir la existencia de un espacio en la cancha deportiva del Centro Social y Cultural CTM7 Culhuacanes en donde se montan obras de teatro, se dan veladas musicales y literarias, se imparten talleres de escritura y se prestan libros (más de 8 mil en la historia de este proyecto).

Raymundo Falfán trata de entender lo que sucede: ¿Por qué nadie los molesta? ¿Por qué en esa zona que se distingue por sus bardas llenas de graffiti las paredes del libro club han sido respetadas? "De alguna manera -dice Falfán- eso indica que nuestro espacio significa algo especial para nuestra comunidad, incluidos los chavos banda".

Joel Cruz, Falfán y sus compañeros promotores de la lectura creen profundamente en el poder de la palabra y la imaginación. Para invitar al encuentro con los libros contactan a los miembros de su comunidad, a maestros y alumnos. Pegan carteles y reparten volantes desde la madrugada en paradas de autobús, en el supermercado, afuera de la iglesia. En medio del cinismo realizan una tarea que parece imposible. Falfán la describe así: "Se dice que hasta la roca más dura se orada ante la caída constante de una gota de agua. Nosotros intentamos ser esa gota de agua que penetre en nuestros vecinos".

Frente a la demencia, frente al sinsentido, la gota de agua no es nada, y sin embargo encierra un enigmático referente, una memoria de lo que podemos ser.


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EL CUADERNO VERDE

Vestigios

José Gordon
12 Nov. 10


Uno piensa que los vestigios se remontan a tiempos ancestrales. Cuando nos llega la luz de las estrellas observamos de manera diferida lo que pasó hace millones de años. Actualmente, los físicos nos dicen que aquí y allá se asoman las huellas del Big Bang, la gran explosión (el gran pum, le llamaba Jorge Hernández Campos), que sucedió hace 13 mil quinientos millones de años.

De hecho, el Premio Nobel de Física George Smoot me comentaba que cuando escuchamos la radio en las noches, en el hueco que hay entre una estación y otra, a veces captamos la estática producida por un refrigerador o un aparato eléctrico, pero que aquí y allá, de pronto nos llegan sonidos que provienen del Big Bang. El origen nos alcanza de manera inesperada. Estamos escuchando la energía que se convirtió en el polvo de estrellas del que finalmente están hechos nuestros cuerpos.



Los vestigios pueden estar más cerca de lo que imaginamos. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar a la Tierra, Cuando vemos el sol, vemos el pasado. ¿Y si los vestigios estuvieran aún más cerca? Cuando veo tu rostro, ¿también por unos instantes estoy viendo lo que ya pasó? Al compartir esta sensación en Facebook, Ana Cecilia Núñez me comentó con agudeza: "Esta que soy, ya no soy". La percepción es de vértigo.

En el poema Piedra de Sol, Octavio Paz escribe: "Se despeñó el instante en otro y otro". Este es el tema central de los versos del libro Vestigios, de Sandra Lorenzano (Pre-textos, poesía, 2010). El instante se fuga en el mismo momento en que se enciende. Ya es pasado. Por eso el epígrafe del poeta José Angel Valente dice: "No estoy. No estás/ No estamos. No estuvimos nunca/ aquí donde pasar/ del otro lado de la muerte/ tan leve parecía".

El libro de Sandra es una minuciosa exploración de las ausencias, un registro que explora el tiempo y el mundo al filo de la percepción. Entonces descubre que "la tela (del mundo) está rasgada -apenas- y al otro lado (está) el vacío". Hay una palabra en sánscrito que define con precisión esta experiencia en la que todo se borra en el mismo instante en que lo vemos. Se trata de maya, que se suele traducir como ilusión, pero que significa "aquello que no es". Escribe Sandra: "Algo pasa tras el aire denso. Una nada. Un instante que podría haber sido cualquier otro". Se desvanece con dolor todo lo que ha desfilado en la conciencia: los ríos de la memoria de la infancia, el olor de la madera enmohecida, el calor y los sueños pejagosos.

Este destierro tiene una ausencia fundamental. Crípticamente, Sandra nos habla de ella, parafrasea a T.S. Eliot en Tierra baldía, pero en vez de julio, nos dice que agosto es el mes más cruel, se trata de una pérdida que la deja sin palabras, con el rezo del kaddish del duelo por la madre.

La elegía por lo irrecuperable, por los naufragios, no se limita a los años: el instante mismo se licúa. Sandra tiene la tentación de decirnos que nuestra vida pasada es el sol de lo que sucedió hace ocho minutos o es el abismo del presente mismo que ya es ceniza. Sin embargo, justamente en esta tensión, en este vértigo del instante, la poeta rasga el velo del mundo y del tiempo y se adentra en un silencio que sostiene todo lo que existe. Palpa su ritmo, escucha los murmullos de una música invisible que flota en medio de los vestigios.

Las membranas más delicadas del oído y la vista se rasgan y aprecia un gran misterio: "Se seca la hierba y queda la palabra aún prendida al aire. Enjambre de sonidos en busca de las alas quemadas por el polvo". En medio de los vestigios surge el canto poético, recuperamos la memoria del lenguaje, de los sonidos primigenios que sostienen la precariedad del mundo. Como si nos asomáramos al Big Bang, podemos atisbar que, como escribe Sandra, hay destellos de luz que ocupan el silencio. El origen del tiempo y el espacio está en la misma orilla del cuerpo del otro, al que abrazamos como una plegaria. En medio del derrumbe, los vestigios del origen nos alcanzan.


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EDICIONES ANTERIORES:

ALLÍ ESTUVIERON imaginantes:



NO CABE DUDA
PEPE GORDON, EL REY MIDAS DEL ARTE:
TODO LO QUE TOCA, TRIUNFA.

EL (SU) CUADERNO VERDE
de esta quincena:



Las marimbas del infierno
José Gordon
29 Oct. 10

¿Cómo se combina el estruendo del sonido de la música heavy metal con el de las dulces maderas de una marimba? La historia de esta fusión aparentemente imposible es narrada en un falso documental, la película Las marimbas del infierno, ganadora del octavo Festival Internacional de Cine de Morelia, en la categoría de mejor largometraje.

El director de la cinta, Julio Hernández Cordón, plantea que una de las imágenes disparadoras de esta propuesta fue una noticia que leyó sobre Roberto González, "el Blacko", líder de un viejo y legendario grupo del underground guatemalteco: Los Guerreros del Metal. La nota decía que Blacko era evangélico y que había fundado una iglesia para jóvenes metaleros o rockeros. Vestidos con camisas negras se reunían en un local en donde el púlpito era una guitarra eléctrica de madera.

Blacko, a sus 56 años, es un hombre barbado de cabellera larga, que mantiene una actitud desafiante y ruda. Julio Hernández sabía que era un personaje de película pero no se atrevía a abordarlo. Además de ser músico, Blacko también estudió medicina, pero no pudo ejercer esa profesión ya que lo inhabilitaron por usar tatuajes. Hernández lo conocía de vista. En una ocasión lo siguió hasta su casa pero no se atrevió a tocar la puerta. Pasó un año hasta que por fin le propuso que fuera protagonista de una película.

Por otra parte, un personaje completamente distinto también atrapaba la atención de Julio Hernández. Estamos hablando de Alfonso Tunche, un músico que toca la marimba, el instrumento nacional de Guatemala que para efectos prácticos es una reliquia. Nadie contrata ya sus servicios. Patéticamente arrastra su marimba por las calles. Los jóvenes no se interesan en su música. Sin embargo, persiste en el empeño de conservar la marimba. En este sentido Blacko y don Alfonso, a pesar de vivir mundos y respiraciones tan distintas, comparten una actitud vital. Dice Hernández: "En cierta forma, ambos son rockstars, pues viven haciendo lo que aman, a pesar de que eso no los hace ricos".

El tercer personaje que entra en juego es un muchacho llamado "el Chiquilín", que pertenece a la cultura de los maras, las violentas pandillas centroamericanas identificables por sus tatuajes. Así empiezan las más extrañas fusiones que se dan precisamente en la marginalidad. Julio Hernández mezcla los problemas cotidianos que viven sus protagonistas (algunos reales, otros inventados). Cuando Blacko y don Alfonso se encuentran surge la idea de hacer una banda heavy metal en donde jueguen también los sonidos de la marimba. Los primeros ensayos son sorprendentes por decir lo menos. Se crea el grupo Las Marimbas del Infierno. Los dos músicos de capa caída, y de culturas tan distintas, saben bien cuándo alguien conoce su oficio, independientemente de sus filias y fobias. ¿Logrará esta fusión salvarlos?

El gran acierto de Julio Hernández es la conjunción de personajes memorables que encierran detrás de sus miradas una explosividad quijotesca y trágica. En ello sigue las grandes lecciones del cine neorrealista italiano. Con pocos recursos se pueden contar grandes historias. De hecho, la falta de experiencia de sus actores la convierte en una ventaja. Uno de los momentos más divertidos de esta película se da cuando "el Chiquilín" -como si fuera un representante artístico- está tratando de conseguir al grupo una presentación en un programa de radio en el que se dan cita, para tocar en vivo, varios conjuntos de marimbas. "El Chiquilín" presume que su marimba es heavy metal. Hernández no le dice al Chiquilín lo que entonces le va a preguntar otro actor: "¿Qué tipo de heavy metal tocan? ¿Thrash metal? ¿Metal progresivo? ¿Metal gótico? ¿Funk metal?".

Abrumado y desconcertado, "el Chiquilín" improvisa y alcanza a responder: "Heavy metal en general".

Un falso documental se vuelve así un retrato de las historias inverosímiles pero reales que se expresan con fiera intensidad en mundos marginales que, sin embargo, conservan esquirlas de belleza y creatividad.


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EL CUADERNO VERDE
Buceo y literatura
José Gordon
15 Oct. 10

Una de las experiencias que nos permiten atisbar lo que se encuentra más allá de la burbuja de la percepción humana es el buceo. El sonido sordo del agua nos aísla de nuestro mundo habitual y flotamos en medio de paisajes que parecen de otro planeta. Estamos frente a lo "no humano" con toda su belleza y misterio.

Este es un tema que siempre ha inquietado a Sabina Berman. En varias ocasiones me comentaba su deseo de escribir una novela que pudiera narrar el mundo de manera directa y sin fantasías, sin el filtro de nuestros pensamientos que reducen a la existencia al tamaño de nuestros prejuicios. Para ello hay que abrirse a otro tipo de pensamiento, el que aparece en la misma naturaleza. En los espacios silenciosos podemos escuchar lo que nos rodea con todo el cuerpo, con todos los sentidos, sin la interferencia de nuestros conceptos.

En la novela más reciente de Sabina, La mujer que buceó en el corazón del mundo (Ediciones Destino, Barcelona, 2010), nos internamos en esta percepción: vemos a una joven que se sumerge en el mar azul turquesa de Mazatlán. Desciende lentamente en aguas más oscuras (azul marinas) en donde se mueven medusas transparentes que se ven luminosas. Sonríe al ver a un pez ángel, de labios blancos que tiene forma de plato, cubierto de una cuadrícula verde y rosa. Disfruta al ver a un pez piedra "que parece una piedra roja, pero de pronto da un salto en cámara lenta por el agua, y cae y se queda quieto como una piedra roja en el moho rojo de una piedra grande".

En esa felicidad, es difícil sospechar que la inteligencia general de esta mujer es la de una niña de dos años. Las pruebas médicas dicen que se trata de una autista que difícilmente podrá hacer algo en la vida. Sin embargo, eso no ocurre así. Aprende a leer y escribir, cursa una carrera universitaria y se convierte en una gran empresaria que tiene ideas brillantes, fuera de lo común. La clave: una tía amorosa que al analizar el diagnóstico de los especialistas le dice: "Olvidaremos el 90 por ciento de tus incapacidades y apostaremos al 10 ciento de tus talentos geniales".

Sabina Berman subraya así, que no hay que tratar de "domesticar" a los autistas: "Si se pasan ocho horas tocando el piano, ¡es un regalo! No hay que 'normalizarlos'".

El personaje central de Berman sabe que no es como los humanos standard pero que, sin embargo, tiene tres grandes virtudes que muchos de nosotros envidiaríamos. Las formula así: "1.- No sé mentir. 2.- No me duelen cosas ni me preocupan cosas que no existen. 3.- Sé que sólo sé lo que sé, y lo que no sé, que es muchísimo más, estoy segura que no lo sé".

Berman nos plantea que lo fascinante es existir. En contraposición a Descartes que dice "Pienso, luego existo", la novelista y su personaje afirman con humor que primero existen y luego (a veces) piensan. Se entregan con deleite a pensar con los sentidos, como a veces nos sucede ante el mar, en donde nos salimos de la burbuja humana y aprendemos a "pensar con las aletas de una barracuda que asciende en diagonal dejando tras de sí una estela de burbujas".

La novela de Berman recién publicada en España, es considerada por la novelista Ana María Matute como un relato inolvidable sobre la libertad y el derecho a la diferencia. Circulará en 30 países, entre ellos, Inglaterra, Francia, Italia, Estados Unidos, Alemania, Holanda, Suecia, Israel, China y Japón. Sorprende que todavía no hay edición mexicana. Por el momento uno tiene que mandarla a pedir a España.

La mirada limpia de una mujer que ve al mundo sin adjetivos, desnuda nuestros enredos y contradicciones, nuestra indiferencia y crueldad ante lo humano y lo "no humano". La narración de Sabina es una obra maestra, llena de humor y compasión, que bucea en una inteligencia y una belleza conmovedoras. Berman nos recuerda que el verdadero autismo es que los niños se críen sin ningún afecto y que el auténtico milagro es, simplemente, lo que ya existe porque sí.

pepegordon@gmail.com

1 comentario:

  1. Pepe, me muero por leerla! a ver a quién mandamos por unas dos docenas de ellas...
    besos, como siempre

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