Hoy, día de EL CUADERNO VERDE de PEPE GORDON en Reforma:
EL ZEN Y STEVE JOBS
EL CUADERNO VERDE
El Zen de Steve Jobs
Por José Gordon
A la orilla de un lago Steve Jobs pasea con su maestro de budismo zen. El maestro japonés se sienta sobre unas rocas. Sus rostros se ven reflejados en el agua. Jobs le dice al maestro que quiere aprender sobre el concepto llamado Ma: "Sólo sé que tiene que ver con la relación entre los objetos y el espacio. Quiero que nuestras computadoras sean diseñadas perfectamente. Enséñame".
Esta imagen aparece en la novela gráfica El Zen de Steve Jobs, de Caleb Melby, editada por Oberon (Grupo Anaya, 2012). El libro se centra en un episodio poco investigado sobre la vida de Jobs. Su relación con el maestro Kobun Chino Otogawa. El interés del fundador de Apple por el zen está documentado en el libro de Walter Isaacson: Steve Jobs: La biografía (Debate, 2011). Dice el investigador: "Jobs atribuía su capacidad para concentrarse y su amor por la sencillez a su formación zen, que había afinado su sentido de la intuición, le había enseñado a filtrar cualquier elemento que resultase innecesario o que lo distrajese, y había alimentado en él una estética basada en el minimalismo".
Sin embargo, Isaacson no va más lejos. ¿Cómo se encontró Jobs con el zen? Melby nos cuenta que en los setenta, en Los Altos, California, Jobs conoce a un maestro que llega de Japón y que tiene una espiritualidad que le atrae. Es un maestro que estimula el pensamiento crítico y desafía las reglas tradicionales. Deshecha, por ejemplo, el castigo corporal para los estudiantes que no mantienen la postura fija durante la meditación. Su sentido de la belleza y rechazo a los dogmas hacen que Jobs se vuelva a su amigo. Hay que recordar que la búsqueda espiritual de Jobs era de una gran exigencia. A los trece años ve en la revista Life de julio de 1968 una portada que lo estremece: la fotografía de dos niños famélicos de Biafra. Jobs lleva el ejemplar a la escuela dominical y le pregunta al pastor de la iglesia: "Si levanto un dedo, ¿sabrá Dios cuál voy a levantar incluso antes de que lo haga?". El pastor le contesta: "Sí, Dios lo sabe todo". Jobs le muestra la portada de Life: "¿Entonces sabe Dios lo que les ocurre y lo que les va a pasar a estos niños?". Steve Jobs dice que no quiere tener nada que ver con un Dios así.
Jobs se vuelve un buscador que rompe las convenciones. Cuando se encuentra con el maestro Kobun los dos disfrutan de una intimidad fresca, sin pretensiones, en donde se asoma el humor. Los dos son producto de un garaje. Jobs para crear unas computadoras que innovarán el mundo. Kobun para establecer humildemente, en un espacio similar, uno de los primeros centros zen en Estados Unidos. Melby entrevista a los estudiantes de budismo que estudiaron en esa época con Kobun, conversa con aquellos que se sentaron a meditar con Steve. De esta manera, Melby dice que "re-imagina" lo que sucedió en esos días. Nos asomamos a las pláticas que Kobun y Jobs tenían en el Denny´s. Kobun pedía dos "Hot-Fudge". Jobs decía que él solo quería un vaso de agua. Kobun le aclaraba a la mesera que él era quien tenía el antojo de los dos helados. Estamos ante dos niños sabios de culturas distintas. La amistad entre ellos duró más de 20 años. Kobun entiende a Jobs tal como es: un buscador de la belleza y la perfección a la vez egoísta e irritable. Lo acompaña en los días difíciles, oficia en su boda y lo marca con uno de los grandes principios del zen: mientras que en la mente del experto escasean las posibilidades, la mente del principiante siempre está llena de opciones.
pepegordon@gmail.com
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Por Juan Villoro
La arqueología es una variante física de la traducción. Ante las piedras del origen, dependemos de la mirada que las ordenó de esa manera.
El traductor y el arqueólogo procuran que un mensaje lejano adquiera naturalidad en el presente. ¿Hay un límite en la actualización del pasado? Cada cierto tiempo podemos leer otro Hamlet en español. Del mismo modo, la arqueología ofrece versiones sucesivas de lo arcaico, confirmando que la historia tiene mucho pasado por delante.
Acabo de visitar Palenque con un ánimo muy distinto al que me llevó ahí por primera vez hace cuarenta años, cuando aún se podía nadar en el río de la ciudad. En esta ocasión conversé con arqueólogos y traté de comprender no sólo el discurso de las piedras sino el de los intermediarios que nos permiten leerlas.
Todo en Palenque es símbolo. Su edificio tutelar es el Templo de las Inscripciones, y su glifo emblema, un cráneo de conejo (entre sus múltiples funciones, el Dios Conejo es un escriba). Nada más lógico que dos decodificadores de ese entorno tengan presencia en la plaza principal. El arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, que en 1952 descubrió la tumba Pakal II, está enterrado frente al sitio de su hallazgo. A unos trescientos metros se alza una ceiba plantada por Linda Schele, epigrafista que en 1973 descubrió el password decisivo para leer las estelas y los dinteles de Palenque y Yaxchilán.
El complementario combate de los opuestos, esencial a la cosmogonía maya, no fue ajeno a los especialistas. Los códices se sometieron a dos lecturas distintas. Mayistas como Thompson y Morley creían que los glifos constituían una escritura meramente pictográfica mientras que los rusos Yuri Knorosov y Tatiana Proskuriakoff juzgaban que también tenían valor fonético. Schele confirmó que la escritura maya podía ser pronunciada.
Ruz Lhuillier nunca estuvo convencido de esta aportación. En 1974, cuando Schele habló del uso de verbos en las estelas, la desafió a que lo probara. La epigrafista fue reducida al silencio. Sabía que si eso era un lenguaje debía contener verbos, pero carecía de pruebas y dedicó un libro a buscarlas. Sus hallazgos precisaron los del arqueólogo. Ruz Lhuillier había nombrado al rey como 8-Ahau, "Señor 8". El estudio de dinastías de Schele probó que se trataba de Pakal II y definió la edad del monarca (Ruz Lhuillier le atribuía 50 años cuando tenía más de 80).
Durante tres años, Ruz Lhuillier excavó los escalones que conducían a la tumba de Pakal II. En un túnel estrecho avanzaba unos centímetros al día, probando que la arqueología es la forma más paciente del entusiasmo. Ningún otro oficio enfrenta materiales tan resistentes con medios tan sutiles. La cucharilla y el pincel son las armas de quien se da el tiempo de preservar el tiempo. En la noche del 27 al 28 de noviembre de 1952, Ruz Lhuillier no salió de la excavación. Había pasado por una antecámara donde seis cuerpos sacrificados custodiaban algo importante y se encontraba ante una puerta triangular. Cuando Guadalupe Pech, su fiel escudero, dio el barretazo final, vio una escena inaudita: en la cavidad de la pirámide había un bosque de hielo. No se trataba de una alucinación, sino estalactitas y estalagmitas blancas formadas por el salitre. Esta sorpresa fue relevada por otra: el polvo rojo de cinabrio cubría una lápida de cinco toneladas que representaba al rey en su tránsito al inframundo. En la escalera, Ruz Lhuillier encontró un borde hueco y lo nombró "psicoducto"; el alma del rey podía subir a la superficie por ese túnel.
También el campo intelectual depende de psicoductos. Los enigmas que descubre el arqueólogo son la cantera del epigrafista. El hombre que pasó tres años en el corazón de una pirámide ignoraba que su hazaña sería redondeada por Linda Schele, pintora surrealista que al llegar a Palenque descubrió que su retentiva visual se prestaba para captar los sueños de una civilización perdida.
Palenque no ha dejado de ser interpretada. En 1994 el arqueólogo Arnoldo González Cruz descubrió la tumba de la Reina Roja, esposa de Pakal II. Esto confirmó que las pirámides más importantes de la zona son mausoleos. La epigrafía tampoco descansa, como lo muestran los trabajos de Guillermo Bernal, que dan otro salto en el análisis del discurso. Pronto conoceremos los estilos literarios de los escribas, sus temperamentos narrativos, las corrientes locales o de época. Las estelas se someterán a la crítica literaria.
Durante el día, la sombra del árbol plantado por Schele no toca el féretro de Ruz Lhullier. De noche, se integran al paisaje. Ante el destello de las luciérnagas, el rugido de los saraguatos y el nerviosismo de los dioses inseguros, las diferencias se convierten en una forma creativa de estar de acuerdo.
En la selva de las inscripciones, el Dios Conejo no deja de escribir su historia.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
El Zen de Steve Jobs
Por José Gordon
A la orilla de un lago Steve Jobs pasea con su maestro de budismo zen. El maestro japonés se sienta sobre unas rocas. Sus rostros se ven reflejados en el agua. Jobs le dice al maestro que quiere aprender sobre el concepto llamado Ma: "Sólo sé que tiene que ver con la relación entre los objetos y el espacio. Quiero que nuestras computadoras sean diseñadas perfectamente. Enséñame".
Esta imagen aparece en la novela gráfica El Zen de Steve Jobs, de Caleb Melby, editada por Oberon (Grupo Anaya, 2012). El libro se centra en un episodio poco investigado sobre la vida de Jobs. Su relación con el maestro Kobun Chino Otogawa. El interés del fundador de Apple por el zen está documentado en el libro de Walter Isaacson: Steve Jobs: La biografía (Debate, 2011). Dice el investigador: "Jobs atribuía su capacidad para concentrarse y su amor por la sencillez a su formación zen, que había afinado su sentido de la intuición, le había enseñado a filtrar cualquier elemento que resultase innecesario o que lo distrajese, y había alimentado en él una estética basada en el minimalismo".
Sin embargo, Isaacson no va más lejos. ¿Cómo se encontró Jobs con el zen? Melby nos cuenta que en los setenta, en Los Altos, California, Jobs conoce a un maestro que llega de Japón y que tiene una espiritualidad que le atrae. Es un maestro que estimula el pensamiento crítico y desafía las reglas tradicionales. Deshecha, por ejemplo, el castigo corporal para los estudiantes que no mantienen la postura fija durante la meditación. Su sentido de la belleza y rechazo a los dogmas hacen que Jobs se vuelva a su amigo. Hay que recordar que la búsqueda espiritual de Jobs era de una gran exigencia. A los trece años ve en la revista Life de julio de 1968 una portada que lo estremece: la fotografía de dos niños famélicos de Biafra. Jobs lleva el ejemplar a la escuela dominical y le pregunta al pastor de la iglesia: "Si levanto un dedo, ¿sabrá Dios cuál voy a levantar incluso antes de que lo haga?". El pastor le contesta: "Sí, Dios lo sabe todo". Jobs le muestra la portada de Life: "¿Entonces sabe Dios lo que les ocurre y lo que les va a pasar a estos niños?". Steve Jobs dice que no quiere tener nada que ver con un Dios así.
Jobs se vuelve un buscador que rompe las convenciones. Cuando se encuentra con el maestro Kobun los dos disfrutan de una intimidad fresca, sin pretensiones, en donde se asoma el humor. Los dos son producto de un garaje. Jobs para crear unas computadoras que innovarán el mundo. Kobun para establecer humildemente, en un espacio similar, uno de los primeros centros zen en Estados Unidos. Melby entrevista a los estudiantes de budismo que estudiaron en esa época con Kobun, conversa con aquellos que se sentaron a meditar con Steve. De esta manera, Melby dice que "re-imagina" lo que sucedió en esos días. Nos asomamos a las pláticas que Kobun y Jobs tenían en el Denny´s. Kobun pedía dos "Hot-Fudge". Jobs decía que él solo quería un vaso de agua. Kobun le aclaraba a la mesera que él era quien tenía el antojo de los dos helados. Estamos ante dos niños sabios de culturas distintas. La amistad entre ellos duró más de 20 años. Kobun entiende a Jobs tal como es: un buscador de la belleza y la perfección a la vez egoísta e irritable. Lo acompaña en los días difíciles, oficia en su boda y lo marca con uno de los grandes principios del zen: mientras que en la mente del experto escasean las posibilidades, la mente del principiante siempre está llena de opciones.
pepegordon@gmail.com
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
JUAN VILLORO
ALBERTO RUZ LHULLIER
La selva de las inscripcionesPor Juan Villoro
La arqueología es una variante física de la traducción. Ante las piedras del origen, dependemos de la mirada que las ordenó de esa manera.
El traductor y el arqueólogo procuran que un mensaje lejano adquiera naturalidad en el presente. ¿Hay un límite en la actualización del pasado? Cada cierto tiempo podemos leer otro Hamlet en español. Del mismo modo, la arqueología ofrece versiones sucesivas de lo arcaico, confirmando que la historia tiene mucho pasado por delante.
Acabo de visitar Palenque con un ánimo muy distinto al que me llevó ahí por primera vez hace cuarenta años, cuando aún se podía nadar en el río de la ciudad. En esta ocasión conversé con arqueólogos y traté de comprender no sólo el discurso de las piedras sino el de los intermediarios que nos permiten leerlas.
Todo en Palenque es símbolo. Su edificio tutelar es el Templo de las Inscripciones, y su glifo emblema, un cráneo de conejo (entre sus múltiples funciones, el Dios Conejo es un escriba). Nada más lógico que dos decodificadores de ese entorno tengan presencia en la plaza principal. El arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, que en 1952 descubrió la tumba Pakal II, está enterrado frente al sitio de su hallazgo. A unos trescientos metros se alza una ceiba plantada por Linda Schele, epigrafista que en 1973 descubrió el password decisivo para leer las estelas y los dinteles de Palenque y Yaxchilán.
El complementario combate de los opuestos, esencial a la cosmogonía maya, no fue ajeno a los especialistas. Los códices se sometieron a dos lecturas distintas. Mayistas como Thompson y Morley creían que los glifos constituían una escritura meramente pictográfica mientras que los rusos Yuri Knorosov y Tatiana Proskuriakoff juzgaban que también tenían valor fonético. Schele confirmó que la escritura maya podía ser pronunciada.
Ruz Lhuillier nunca estuvo convencido de esta aportación. En 1974, cuando Schele habló del uso de verbos en las estelas, la desafió a que lo probara. La epigrafista fue reducida al silencio. Sabía que si eso era un lenguaje debía contener verbos, pero carecía de pruebas y dedicó un libro a buscarlas. Sus hallazgos precisaron los del arqueólogo. Ruz Lhuillier había nombrado al rey como 8-Ahau, "Señor 8". El estudio de dinastías de Schele probó que se trataba de Pakal II y definió la edad del monarca (Ruz Lhuillier le atribuía 50 años cuando tenía más de 80).
Durante tres años, Ruz Lhuillier excavó los escalones que conducían a la tumba de Pakal II. En un túnel estrecho avanzaba unos centímetros al día, probando que la arqueología es la forma más paciente del entusiasmo. Ningún otro oficio enfrenta materiales tan resistentes con medios tan sutiles. La cucharilla y el pincel son las armas de quien se da el tiempo de preservar el tiempo. En la noche del 27 al 28 de noviembre de 1952, Ruz Lhuillier no salió de la excavación. Había pasado por una antecámara donde seis cuerpos sacrificados custodiaban algo importante y se encontraba ante una puerta triangular. Cuando Guadalupe Pech, su fiel escudero, dio el barretazo final, vio una escena inaudita: en la cavidad de la pirámide había un bosque de hielo. No se trataba de una alucinación, sino estalactitas y estalagmitas blancas formadas por el salitre. Esta sorpresa fue relevada por otra: el polvo rojo de cinabrio cubría una lápida de cinco toneladas que representaba al rey en su tránsito al inframundo. En la escalera, Ruz Lhuillier encontró un borde hueco y lo nombró "psicoducto"; el alma del rey podía subir a la superficie por ese túnel.
También el campo intelectual depende de psicoductos. Los enigmas que descubre el arqueólogo son la cantera del epigrafista. El hombre que pasó tres años en el corazón de una pirámide ignoraba que su hazaña sería redondeada por Linda Schele, pintora surrealista que al llegar a Palenque descubrió que su retentiva visual se prestaba para captar los sueños de una civilización perdida.
Palenque no ha dejado de ser interpretada. En 1994 el arqueólogo Arnoldo González Cruz descubrió la tumba de la Reina Roja, esposa de Pakal II. Esto confirmó que las pirámides más importantes de la zona son mausoleos. La epigrafía tampoco descansa, como lo muestran los trabajos de Guillermo Bernal, que dan otro salto en el análisis del discurso. Pronto conoceremos los estilos literarios de los escribas, sus temperamentos narrativos, las corrientes locales o de época. Las estelas se someterán a la crítica literaria.
Durante el día, la sombra del árbol plantado por Schele no toca el féretro de Ruz Lhullier. De noche, se integran al paisaje. Ante el destello de las luciérnagas, el rugido de los saraguatos y el nerviosismo de los dioses inseguros, las diferencias se convierten en una forma creativa de estar de acuerdo.
En la selva de las inscripciones, el Dios Conejo no deja de escribir su historia.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
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