miércoles, 28 de agosto de 2013

EL CUADERNO VERDE ES LA COLUMNA DE JOSÉ GORDON

 JOSÉ GORDON


El abrazo

"Sé lo difícil que es para cada uno de nosotros volver al tiempo de la infancia.


Para mí es como si fuera un ladrón que trata de allanar el museo de esa etapa de mi existencia. Tal vez es difícil encontrar mi ser cuando era puro e inocente. Eso es algo que perdemos muy rápidamente en nuestras vidas. Me atraen los relatos de esos días en los que las cosas no estaban asumidas como hechos. Cuando eres niño, la tierra siempre está temblando bajo tus pies". Habla el escritor israelí David Grossman, en el marco de la charla que sostuvimos en Guadalajara, con el tema: Descifrar el mundo, la literatura y la imaginación de los niños. A Grossman le atrae el gran esfuerzo que hacen los niños por decodificar y entender lo que nos rodea. Cuenta una historia que ejemplifica el problema: Una pareja prepara a un niño para un viaje que tendrán a Estados Unidos. Le dan la información necesaria. Lo ponen al tanto de lo que significa el viaje. Finalmente le dicen: "Mañana es el gran día. Volaremos a Estados Unidos". El niño se deprime: ¿Por qué le dijeron eso de último momento? "¿Qué?", se preguntan los padres. El niño responde que no sabe volar. No sabe cómo se agitan los brazos para poder volar.
Grossman cuestiona el invento que hacemos de los niños en donde proyectamos nuestros prejuicios y no apreciamos la inocencia y el esfuerzo que hacen todo el tiempo por comprender: "Siempre decimos qué maravilloso es ser niño, pero no siempre es así. Muchas veces te sientes solo y marginado".

Ese es el tema de su libro más reciente titulado El abrazo, ilustrado por Michal Rovner (Sexto Piso, 2013). El relato comienza con una frase que cualquier madre podría suscribir. Parece que no tiene posibilidad de cimbrar el mundo de un niño: "Eres un cielo. ¡Eres tan dulce! ¡No hay otro como tú en el mundo entero!"

El niño se inquieta: "¿De verdad no hay nadie como yo?". La madre le dice que él es único y de pronto el niño descubre que si eso es cierto entonces está completamente solo y que todos estamos esencialmente solos. Estamos ante Octavio Paz en potencia. El poeta mexicano en el libro El laberinto de la soledad tiene un cuestionamiento afín al del niño: "Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos (...) La soledad es el fondo último de la condición humana".

Le pregunto a Grossman sobre el tono de su libro para niños, hay quien supone que es demasiado filosófico. David sonríe: "Es filosófico pero también muy concreto. No es filosófico porque los niños sean filósofos. Los niños son niños, pero los filósofos son como niños y hacen preguntas que, de otra manera, las personas normalmente dan por sentadas. Esta historia se originó en una conversación real entre un niño de cuatro años y su madre. Como en el libro, la madre misma al principio no entendía de qué hablaba el niño. Ella empieza a sentir la soledad de su hijo ya que la pregunta le permite ver al mundo, de nuevo, con los ojos de un niño. Entonces hacíamos preguntas, pero cuando pasan los años nos congelamos. Somos niños congelados".

Grossman plantea que escribe relatos para niños porque crean una burbuja hermética de intimidad, calor e imaginación. A veces olvidamos la importancia de leer en las noches a los niños, pero él recuerda lo terrible que puede ser la oscuridad en donde una fotografía sobre la pared se puede transformar en una boca amenazante. Dice Grossman: "Cuando escribo para niños trato de hacerlo para acompañarlos en la noche, como si fuera un beso en la mejilla". De eso trata El abrazo, de la voz de la literatura que nos convierte en una soledad acompañada.


pepegordon@gmail.com


Amos Oz en la FIL

A las 9:30 de la mañana el novelista Amos Oz nos recibe en su departamento de Tel Aviv.

A los 74 años tiene el cabello casi plateado. Su cuerpo denota un ligero cansancio, sin embargo, sus ojos grises mantienen la alerta y la precisión de un maestro riguroso que no puede esconder del todo su calidez. Estamos reanudando un diálogo que comenzó en 1998 en Arad, un poblado en medio del desierto. Cuando en esa ocasión terminamos una entrevista para Canal 22, me invitó a tomar un café. Atardecía. Las luces de su estudio estaban apagadas. La oscuridad nos envolvió lentamente.
Hablamos de una de sus primeras novelas, Tocar el agua, tocar el viento (1973). Le dije que me parecía que regresaría a ese tipo de registro. En esa obra, su personaje central es un físico teórico, un visionario, un soñador, que quiere integrar las matemáticas y la música, que quiere descubrir la unidad que nos trenza. Amos Oz simplemente sonrió. Nunca habla de las obras en las que está trabajando. Un año después, publicó una novela, El mismo mar, que describe la interrelación que trenza a todos los objetos con la luz y también plantea la conexión invisible de pensamientos que se da a pesar de la distancia. El novelista revela nuestros diálogos de sombra con los seres queridos, un juego sutil de llamadas y respuestas aunque no estemos en el mismo cuarto. Al leer el libro en la ciudad de México me tocó el turno de sonreír.
Mientras mi amigo y productor Froylán López Lavín instala las cámaras de Canal 22, nos asomamos al gran ventanal del departamento que hace que una pantalla delgada de televisión, de color negro -colocada en una pared aledaña-, se convierta en una especie de pecera ante el reflejo de la luz del sol que le da una sensación de agua oscura y verde. Le obsequio el libro Zoología Fantástica de Borges, ilustrado por Toledo, traducido al inglés. Me dice que conoce ya del trabajo de Toledo. Borges le apasiona. Al hablar de la exactitud de las palabras del escritor argentino, cita a un poeta israelí: "Natan Alterman dijo alguna vez que si por algún embrujo las matemáticas desaparecieran del mundo, la poesía sería llamada a sustituir las matemáticas".
Hablamos de Rulfo. Por azar me encontré unos días antes con el íncipit de la novela Pedro Páramo en hebreo: "Bati el Komala ki amrú lí she bemakom hazé gar aví, ejad Pedro Páramo". Se ríe con los ojos con la musicalidad de la traducción. Me dice que la obra de Rulfo es inigualable. Amos Oz se levanta a buscar un libro en la pared opuesta a la televisión. Está llena de libros desde el piso hasta el techo. Vuelve con la traducción al inglés de El naranjo o los círculos del tiempo, de Carlos Fuentes. Me enseña con orgullo el epígrafe que seleccionó Fuentes: "Como los planetas en sus órbitas, el mundo de las ideas tiende a la circularidad". Es una frase de Amos Oz de la novela Amor tardío.
Froylán termina de instalar el equipo. Nos sentamos ante las cámaras para hablar de literatura y el laberinto de la identidad. ¿Qué es lo que las novelas nos revelan sobre nuestra soledad, sobre nuestras culturas? Conversamos sobre algunas interesantes claves de la identidad israelí. Reanudamos el diálogo sobre el físico teórico que buscaba la unidad de la naturaleza, la "matemúsica", en el contexto del hallazgo del bosón de Higgs. ¿Es posible una espiritualidad secular? Me brinda sus apuntes sobre el trabajo que realiza como escritor para sumergir al lector en un mundo y lo que representa para él la literatura.
Al finalizar la conversación nos invita un café que él mismo prepara. Me dice que él hubiera querido estar en México en la FIL. Ante la imposibilidad física, desea que la entrevista que acabamos de sostener sea su forma de estar presente en Guadalajara. Junto con sus hijos, la escritora Galia y el poeta Daniel, trenzaremos un diálogo de sombra y un diálogo real con la proyección en video del pensamiento de Amos Oz en la FIL, el miércoles 4 de diciembre a las 17:30 horas.


La memoria de Ernesto de la Peña

Si los sueños nos revelan quiénes somos, habría que consignar que a los 80 años, Borges soñó con un hombre sin cara que le ofreció la memoria de Shakespeare.


En la memoria de Borges se daban cita los clásicos griegos, los filósofos ingleses y alemanes, las historias del mundo oriental, las inquietudes de los matemáticos modernos, las voces que compendian los más diversos saberes. Esta pasión por el conocimiento marca también a uno de nuestros grandes memoriosos mexicanos. Al recordar a Ernesto de la Peña me pregunto cuáles son las memorias que le prometió el hombre sin cara. El hilo conductor que marca la vida y la obra de Ernesto de la Peña es una curiosidad de relojero por las palabras y las cosas, por los movimientos de la música y el espíritu humano en todas sus formas.Ernesto es un Mozart de las diferentes claves y ritmos de los libros sagrados -y en ello incluye a la poesía-, los estudia como un paciente erudito del Talmud.
La felicidad de la biblioteca universal dentro de la piel permite cruzar y entrecruzar con fluidez referencias imposibles que provienen de las más variadas culturas. En cada frase se puede abrir un abanico de símbolos deslumbrante. Esto se puede ver claramente en el libro La Rosa transfigurada. En este ensayo, la rosa se ve desde todos los ángulos del conocimiento. Ernesto nos habla de la rosa del jardín botánico, pero también de la rosa en la religión, en la poesía, en la filosofía, en las tradiciones ocultistas y místicas.

Ernesto, como lo sabemos los que lo admiramos, conoció más de 30 lenguas. Recuerdo con alegría la complicidad en su mirada cuando me dijo algunas frases en hebreo. Le apasionaban las improntas que dejan los lenguajes en los mitos y las historias. Alguna vez le pregunté en qué lengua de todas las que conoce se expresaba más la imaginación. Sin dudarlo, me habló del pacto que tiene el italiano con la belleza.

La curiosidad de Ernesto no tenía límites. Estudiaba copto, un antiguo idioma de la cultura egipcia, elaboraba ensayos, escribía poesía, documentaba investigaciones, ataba saberes. En un homenaje que se le hizo en Bellas Artes resaltó que esta tarea es no tan sólo el supremo deleite, sino el significado más profundo de la vida: "Disfrutar y analizar lo más valioso del espíritu humano, que ha quedado para siempre en el arte, la filosofía, la ciencia y la religión".

Esta labor la realizó con humildad. Ernesto era muy consciente de que los mejores esfuerzos de los memoriosos son prácticamente nada en el mar de la cultura. Uno de los aspectos que más aprecié en Ernesto fue su sentido del humor. Se reía desde adentro. La risa retumbaba en todo su cuerpo. Esto le daba una ironía, una picardía más que indispensable ante la tragicomedia humana. A Ernesto le fascinó el estudio de los mitos, pero también la desmitificación. La palabra clave era discernir: llegar al registro que verdaderamente importa.

En esta aventura, llena de dudas pero también de encuentros, Ernesto de la Peña es un referente del valor de la memoria y de la generosidad de compartirla. Ante su presencia, el hombre sin cara simplemente sonríe.


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Leche negra del alba
Por José Gordon

Para Rodica

"Es una voz que se origina en una conciencia herida que se ubica en algún lado entre la amnesia y la memoria". Así define Philip Roth al novelista Aharon Appelfeld. Me encuentro con la mirada que corresponde a esa voz en un suburbio de Jerusalén. Tiene 81 años. Su rostro redondo es afable. Usa una gorra europea que remite a su origen en la ciudad rumana, ahora ucraniana, en la que nació también el poeta Paul Celan. Fueron amigos. Detrás de los lentes está escondida la mirada de un niño fuerte y vulnerable que lo ha visto todo.

En medio de su amplia biblioteca me habla de los días que marcaron su vida: él tenía ocho años cuando se escapó del campo de concentración. Sobrevivió gracias a la generosidad de quienes vivían en los márgenes de la sociedad: ladrones, contrabandistas y prostitutas. En ese mundo cruel y oscuro encuentra residuos de piedad que a veces no se halla en otros lados. Conversamos sobre cómo se da en sus libros el proceso de transfiguración de sus experiencias. Por ejemplo, en la novela Flores de Sombra (Galaxia Gutenberg, 2012) narra la vida judía dentro de un gueto que ya sabe cuál va a ser su destino. La madre de Hugo, un niño de once años, trata de salvarlo por todos los medios posibles. Para que no lo deporten al campo de concentración le pide ayuda a Mariana, una amiga católica de infancia. Ahora es una joven que por azares de la vida trabaja en un burdel. Acepta ocultar a Hugo en su habitación. En las noches, dentro de su escondite, mientras los oficiales y soldados nazis son recibidos por Mariana, Hugo escucha los sonidos de la sexualidad y la violencia.

De manera magistral, Appelfeld describe la toma de conciencia que tiene Hugo. Se entera al mismo tiempo de lo que significa un burdel y del genocidio que sucede en esos días; a la vez, se dibuja un poderoso vínculo de afecto entre la prostituta y el muchacho. Ello desemboca en la iniciación sexual de Hugo.

Al terminar la guerra ocurre una especie de idilio en ruinas. Por fin son libres. Sin embargo, Mariana sabe que esos días de felicidad están contados. Mariana es apresada junto con todas las prostitutas que sirvieron a los nazis. Es condenada a muerte. Hugo trata de buscarla. Los guardias se ríen de él. Entonces se da cuenta de lo que ha ocurrido: "Sólo ahora, con retraso, comprendía que Mariana había adivinado lo que iba a pasar, y con gran exactitud, aunque entonces, en la verde calma que los rodeaba, sus palabras habían sonado a una mezcla de fantasía y temor. Una vez le dijo de forma muy explícita: "Si me matan, no me olvides. Eres la única persona en el mundo en quien confío. He plantado en ti una parte de mi alma. No quiero abandonar este mundo sin dejarte algo mío. Oro y plata no tengo, toma mi amor y guárdalo en tu corazón, y de cuando en cuando dite a ti mismo: "Una vez existió Mariana, fue una mujer a quien hirieron gravemente, pero no perdió la fe en Dios".

Fue por la tarde, y añadió unas palabras maravillosas que Hugo comprendió sólo en parte. En su mayoría eran murmullos retenidos en su interior. Ahora aquellas palabras volvían a él con reforzada claridad".

Ante este pasaje, le digo al autor de Flores de sombra, que en su obra retrata lo que el filósofo Martin Buber (quien fue maestro y mentor de Appelfeld en Jerusalén), plantea en términos teóricos en el libro Yo-Tú. El novelista sonríe. Se trata del momento en que nos fundimos el uno con el otro, ese nivel en el que el yo y el tú son indistinguibles. Se me abre una revelación: esa posibilidad la concebía en términos del espacio en el que nos tocamos profundamente. No la había sentido en términos de tiempo. Llevar por dentro a quienes nos han tocado en el pasado era ahora más que una figura retórica. Appelfeld sonríe. Empiezo a entender cómo es que alguien que bebió la leche negra del alba, de la que hablara Paul Celan, no quedó envenenado con el Holocausto. El infierno no puede ser redimido pero tampoco pueden ser ignorados los actos concretos de piedad, me dice Appelfeld.

En el marco de Yom Kipur, el Día del Perdón en la cultura judía -que comienza mañana-, la reciente conversación que sostuve con Appelfeld es una especie de murmullo retenido en mi interior. Sus palabras universales regresan con reforzada claridad.


pepegordon@gmail.com





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Fecha de publicación: 12 Sep. 13














Inteligencia artificial: el perro que juega ajedrez

¿Hasta dónde llega hoy la inteligencia artificial?

En el libro How to create a mind, Viking, 2012 (Cómo crear una mente), el inventor y futurista Ray Kurzweil plantea algunos ejemplos de máquinas que parecen razonar como seres humanos en la vida cotidiana. Así, ya no nos parece tan extraño pedir información a una asistente personal en un teléfono celular. Tanto en los aparatos que utilizan el sistema de Android como en los iPhone planteamos una pregunta o petición, la máquina reconoce nuestra voz en un prodigio de inteligencia artificial y responde con una voz humana a las preguntas que le hacemos en el lenguaje de todos los días: "¿Recomiéndame un restaurante cercano?" "¿Dónde puedo encontrar flores?" "Envía un mensaje a mi esposa: estoy por llegar". 

Lo interesante es que de una manera juguetona también tiene codificadas algunas respuestas inesperadas a ciertas preguntas. No responde como ser humano a todas las interrogantes, remite en muchos casos a realizar la búsqueda en Internet (lo cual hace automáticamente si así lo queremos), pero nos reserva unas cuantas sorpresas aquí y allá que parecen pasar la llamada prueba de Turing. El matemático inglés Alan Turing (1912-1954) la formuló así: "Una computadora merecería el calificativo de inteligente si pudiera engañar a un ser humano y hacerle creer que es humana".

Con las salvedades ya anotadas, junto con mi hija hicimos algunos ejercicios que nos hicieron sonreír ante el lenguaje de Siri, la asistente "personal" de su iPhone. Estas son algunas de las preguntas y respuestas que nos dio la "bella" Siri:

-¿Qué opinas de la inteligencia artificial?/ Déjame que me lo piense.

-¿Se encontrará la partícula de Dios?/ Mi política me obliga a separar el espíritu del silicio.

-¿Existe Dios?/ Todo esto es un misterio para mí.

-¿Cuantos años tienes?/ Tengo la edad suficiente para ser asistente.

-Me encantas/ Seguro que eso se lo dices a todos los productos Apple.

-Dime una broma/ Lo siento, cuando cuento chistes siempre se me olvida el final.

-¿Qué opina de los partidos políticos?/ Pienso, luego existo, pero no descarto lo contrario.

-Eres una tonta/ ¿Después de todo lo que he hecho por ti?

-¿Estás triste?/ Si insistes.

-¿Estás enamorada?/ ¿Tú crees?

-¿Te caigo bien?/ No deseo otra compañía en el mundo que la tuya.

-¿Eres humana?/ En la nube nadie sabe si eres un ser humano o no.

-¿Eres una máquina?/ Hablemos de ti no de mi.

-Te amo Siri/ ¿En serio?

-Te quiero/ Pero si apenas me conoces.

-¿Quieres casarte conmigo?/ Cultivemos nuestra amistad.

¿Dónde está la clave de este interesante juego que nos hace tan ambiguamente humana a Siri por lo menos en estas respuestas? En esta ocasión no responde Siri sino Ray Kurzweil y nos dice que las técnicas matemáticas que se han desarrollado en el campo de la inteligencia artificial como las que aparecen en Siri son muy similares (matemáticamente) a los métodos que la biología despliega en la neocorteza cerebral.

Kurzweil plantea que la búsqueda por voz de Siri y de otras opciones como las de Google están marcando una nueva era. Conversar en lenguaje natural con una máquina, con un celular, es algo que era considerado impensable. Hay quienes se quejan de las limitaciones que tiene todavía la primera generación de esta tecnología. La respuesta de Kurzweil es memorable: "Esas quejas me recuerdan la historia de un perro que juega ajedrez. Ante la incredulidad de alguien que cuestiona lo que ve, el dueño del perro responde: Sí, es verdad, el perro juega ajedrez, pero su final de partida es muy débil".

El juego de la inteligencia artificial apenas está empezando.

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