09 de Abril 2014
Por Agustín Fest
Un breve picor en la lengua y después nada. Mateo bajó la mirada al dispositivo —el teléfono, como estaba tentado a llamarlo, era más que eso— en su mano, expectante, y se encendió como le habían prometido. Se encontró con una pantalla blanca y un logotipo sobrio y plano, el cual se desplegó en un triángulo de bordes rojos. El microscópico artefacto bajo su lengua, igual que una tira de papel o un delgado dulce de menta fue la llave que abrió la caverna para descubrir el botín de los ladrones. Nico le palmeó la espalda y miró en su rostro, ese rostro andrógino y por ratos, fascinante; una sonrisa idiota, cómplice. Esas sonrisas que le desesperaban pero abandonó la discusión antes de iniciarla… sentía mayor asombro por lo que tenía en las manos.
—Dale un nombre. Así responderá a lo que le digas y darás permiso al sistema de iniciar —dijo Nico.
—Casiopea.
—Qué dulce… como la tortuga.
—¿Qué tortuga? Es la mujer que condenó a Andrómeda.
Nico rió con dulzura. Mateo no sabía a dónde dirigir su atención: si a la pantalla o a la risa de Nico.
—Me da risa porque no me insultaste, Matt.
—No me digas así.
Nico rió de nuevo.
—Perdona… dile su nombre. El mío se llama Fatuo, como el fuego de los bosques.
Mateo alzó el dispositivo entre sus manos, similar a un teléfono inteligente, y se lo puso en el oído. Susurró el nombre: Casiopea. Lo separó rápidamente para ver lo que pasaba: el logotipo se fundió en la oscuridad para presentar un conjunto de datos, imágenes, opciones a seguir. Cuando le mandaron el dispositivo por correo (primero a él, y después a Nico), investigó en la red y por ello supo dos cosas: las especificaciones técnicas del dispositivo eran de alto rendimiento y que sólo serviría en este lugar por el tiempo que decidiera estar en él.
—Vamos a Caos. Los guardias dijeron que debíamos caminar un poco más.
—Me pregunto si… por Wilcock.
—¿Quién es Wilcock?
—Otro día te cuento. Tengo hambre. No he comido por venir aquí.
Caminaron en silencio por un camino empedrado. Atardecía. A su lado, cedros italianos y arbustos comunes se sostenían con elegancia, bien cortados y de buen verde. Mateo pensó que en este lugar no faltaba el dinero, no faltaba el agua. Caos vivía en la abundancia. La mansión estaba a unos trescientos metros, quizás un poco más. El jardín era bastante amplio; daba la ilusión de que se trataba de un bosque, un mar vegetal interminable.
Caos, según las pesquisas en internet hechas por Nico, se trataba de una serie de fiestas que habían empezado hace varios años. La primera inició en el año de 1912 y terminó en 1933. Esta era su cuarta emisión y había empezado en 1999, con la excusa del fin de siglo, y había continuado hasta el 2013. Gente entraba y salía constantemente. Algunos, según había leído, se quedaban años. Aunque no descartaba la idea de que fueran rumores, ficciones exageradas; la idea le seducía.
Casiopea le serviría para guiarse en la fiesta gracias a sus sensores y su tecnología GPS (le divertía la idea de que el teléfono funcionara como asistente para un evento colosal en un lugar no menos colosal que este). Según el mapa, la fiesta ocurría en una mansión que consistía de numerosas habitaciones temáticas y si la mansión no bastaba, por la demanda de los años la misma estructura creció en el subsuelo. Alrededor de la mansión alzaron algunos pequeños edificios en el terreno que servían para otras diversiones. Caos era una pequeña ciudad y le recordaba la torre de Monsbaya, un viejo lugar que había explorado en un videojuego. Se sentía intimidado pero ¿qué tanto podía haber? No podía ser infinito. Con ese pensamiento se consolaba Mateo y animaba su ánimo explorador. Aunque Mateo no era un animal social, se vio fascinado por el reto y al ver que Nico también había recibido el desafío, sintió un alivio al ver que no tendría que recorrerlo solo y decidió venir. Necesitaba verlo, necesitaba saber. Además… quizás podría resolver el misterio de quién lo había desafiado con un misterio.
Casiopea se iluminó.
En la pantalla aparecieron los datos completos de Nico, su fotografía y algunos datos personales. Casiopea preguntó si deseaba seguir a Nico, ya que registraba una proximidad y una amistad con esa persona (¿Acaso Casiopea recibía ciertos datos por el dispositivo debajo de su lengua?, Mateo se sorprendió de lo cómodo que era, ya estaba empezando a olvidarlo). A Nico le apareció la misma pantalla pero con los datos de Mateo. Ambos se sonrieron y asintieron a sus respectivos teléfonos, esos asistentes personales que fungían como espíritus guías en la aventura que estaba por iniciar. Poco sabía Mateo lo que le esperaba, no imaginaba el costo de su curiosidad, de su desenfreno y estaba a punto de ser prudente, de ser cobarde y pedirle a Nico que regresaran porque un lugar así no podía ser tan bueno, tan ideal, cuando pasó la chica en bicicleta, entre Nico y Mateo, como una flecha que divide la manzana sobre la cabeza de un niño.
Una chica de pantalones bombachos y playera negra volteó a mirarlos como quien mira un accidente salvado. Perdón, alcanzó a gritar con la voz de los ángeles y Casiopea se iluminó con un nuevo pedazo de información:
“He notado que te gusta Dalila, puedo ofrecerte unos datos acerca de ella: ¿deseas seguirla?”. Antes que Mateo pudiera responder, habían llegado a la entrada de Caos. La mansión de piedra blanca se alzaba imponente, como un gigante arrodillado preparándose para correr, sus cientos de ventanas iluminadas como ojos sagaces, inescapables. Hombres y mujeres, de todas las edades y variadas vestimentas, estaban afuera del lugar, con vasos en sus manos, con el cigarrillo encendido, con las pláticas y las risas que los ataban.
Nico saltó de emoción y antes de que se lo tragara la entrada, le dedicó un último vistazo a Mateo. Nico exhibía una sonrisa salvaje como pocas veces había visto. Alzó la mano y luego se fundió en la multitud. Mateo tenía la esperanza de que Casiopea lo guiara a Nico pero primero debía responder a lo de la chica. O comer algo. Su estómago gruñó otra vez.
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