Paraíso bocabajo
Rogelio Guedea
rguedea@hotmail.com
17 de octubre, 2010
Al Vuelo
Siempre que entro en una habitación –de hotel, de casa, de asilo- no puedo evitar mirar sus dos rostros. El rostro de la pareja que tal vez estuvo ahí acariciándose y el rostro de la pareja que tal vez discutió hasta las lágrimas. O el rostro del hombre enfermo, postrado en un rincón de la cama, y el rostro del hombre sano, que leía un libro de aventuras o veía el sol más allá de la ventana. Lo mismo que me sucede con las habitaciones –esto de entrar y verles siempre sus dos rostros– me sucede con los hombres, los trabajos, los gobiernos, las crisis económicas, las ideologías, los intereses de unos y de otros. No puedo evitar verle sus dos rostros a los intereses de unos y de otros, por ejemplo, como si toda la vida se redujera a los intereses de unos y de otros. No parece haber solución a esto: así como el patrón se aprovecha del empleado, así lo hace el gobierno del ciudadano, los partidos fuertes de los débiles, los imperios de las colonias, y todo ello como si no supiéramos que lo que le pasa al dedo débil del pie afectará el mecanismo de la pierna y, más tarde, si nos descuidamos, el funcionamiento de todo el cuerpo, y como si no supiéramos que el mundo, como el cuerpo, es una cárcel en la que todos –pobres y ricos, gobernantes y gobernados– estamos condenados a cadena perpetua. ¿Lo entenderemos algún día? Esto mismo me pregunto cuando entro a mi habitación y los dos rostros que veo siempre me miran ahora a mí, no sin cierto odio y bastante incertidumbre.
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