viernes, 29 de octubre de 2010
FERNANDO ZAMORA en Laberinto de MILENIO 385: SUBMARINO de Vinterberg
Hombre de celuloide
Sin bautismo y sin Dios
Fernando Zamora
@fernandovzamora
Cuando Dogma 95 comenzó a ponerse de moda, Thomas Vinterberg y Lars von Trier, supieron que era tiempo de lanzarse por nuevas búsquedas. Hoy, renovados por fin, los autores nórdicos presentan en México, país de tribulaciones sin sentido, dos películas que hablan de sufrir, sí: pero siempre con un sentido. Submarino ha sido nominada recientemente a mejor película en el Festival de Cine de Berlín.
Vinterberg declaró a la prensa que, lejos de las limitaciones auto-impuestas por Dogma se sentía renovado. “Virgen”, dijo, como un adolescente que toma por vez primera la cámara para contar una historia. Difícil olvidar, sin embargo, que ya la “virginidad” la había perdido con una de las mejores películas que yo haya visto: Festen. Si aquellos eran tiempos de gestación, en el decir de Vinterberg, con Submarino, ha nacido.
Esta película y el nuevo filme de Lars von Trier (Anticristo) se complementan. No sólo en la belleza nórdica de sus planos, no sólo en la disquisición teológica que se atreve, como Nietzsche, a preguntar desconcertado “Si hemos matado a Dios, ¿qué será de nosotros?” Mas formalmente se parecen también: tanto en Anticristo como en Submarino resultan fundamentales los primeros minutos en la pantalla. Si el inicio del Anticristo hunde al espectador en el asiento, como Beethoven con los primeros acordes de su Tercera Sinfonía, Submarino lo hace con una delicadeza etérea que recuerda a la Octava: dos niños de diez años juegan debajo de una sábana con un bebé. Los blancos, muy saturados, resaltan la piel de estos niños, sus ojos azules. Sabemos que el bebé aún no tiene nombre y que los hermanos mayores intuyen que hay que hacer algo. Abandonados en un apartamento siniestro, los hermanos grandes deciden actuar: es necesario un rito, un bautizo. Origen —y salvación— de toda tragedia. Vale la pena recordar, sin embargo, que tragedia no significa una resolución atroz. En el clasicismo, un héroe tiene que dar orden al mundo. Este héroe es el hermano mayor de la primera secuencia. Se llama Nick y cuando crezca, se volverá alcohólico. Tendrá uno o dos amores casuales y sobre todo, la aventura de perdonarse. En este perdón, Nick es un héroe que pone orden en el caos de sí mismo. Y lo hace por amor a otro niño que le recuerda a su hermano. Lejos de la modita insana de los filmes “cultos” que hoy vive México, el cine danés apuesta no tanto por la sordidez de los golpes como por la entereza de sus personajes para encarar al destino.
Vinterberg trasciende así, el sin-sentido y demuestra que no es ni la belleza, ni la inteligencia la que nos hermana con todos los hombres. No es ni siquiera el amor: es el sufrimiento, pero un sufrimiento que implica transformación. Sin sufrimiento no hay cambio y sin cambio no hay compasión. Si no fuésemos capaces de padecer con un personaje en pantalla, el arte tampoco tendría sentido y estaríamos entonces sí, irremediablemente arrojados en un mundo: sin bautizos, ni Dios.
Submarino. Dirección: Thomas Vinterberg. Guión: Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm basados en la novela de Jonas T. Bengtsson. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Música: Kristian Eidness Andersen. Con: Jakob Cedergren, Peter Plaugborg y Gustav Fischer Klaerulff. Dinamarca, Suecia, 2010.
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