Gimnasia y esgrima del amor
Bernhard
Schlink vuelve al terreno de los relatos de casos amorosos, esta vez un poco
apartado de las cuestiones políticas y donde los personajes parecen tener que
resolver con cierta urgencia qué hacer con sus vidas y su soledad.
Por Claudio Zeiger
Para Página 12
Es más que evidente que con los relatos que componen
Mentiras de verano Bernhard Schlink vuelve al territorio de Amores en fuga.
Historias de amor que se despliegan como “casos” con su premisa, sus conjeturas
misteriosas, sus interrogantes tan profundos como desgarradores y una
resolución que suele apartar a los seres humanos unos de otros, pero
manteniendo intacto el hilo tenue de la memoria. Siete relatos extensos, como
en el libro anterior. La gran diferencia con Amores en fuga: no se trata aquí
de la confrontación entre generaciones de alemanes (los que vivieron la guerra
y sus hijos y nietos; no se trata aquí del “gran tema” del nazismo y sus
secuelas, ni de la vida partida en dos por el muro, la vida occidental y la
vida oriental como dos posibles versiones de un mismo ser. Salvo quizás –y de
refilón– en “Johann Sebastian Bach en Rügen”, donde se narra la imposible
reconexión aunque no exenta de reconciliación entre un padre y un hijo. Pero
esto no quiere decir que en Mentiras de verano no se pueda aplicar la frase que
Schlink utilizó para hablar del gran tema: “Pienso que no existe una memoria en
estado puro”. Y si no hay que llegar al gran cuento final, “El viaje al Sur”, donde
una mujer descubre el autoengaño al que la sometió su memoria en estado puro.
¿Y qué son, a todo esto, las mentiras de verano?
Bueno, pues unos relatos, unas versiones que uno suele tener de sí mismo a mano
para afrontar una relación que prevé pasajera, que no tendrá mayores
consecuencias aunque después todo se enrede, todo se tuerza. Las mentiras del
verano son lo opuesto a las confesiones de invierno. Un vino blanco chispeante
frente a un espeso cabernet introspectivo. Schlink plantea casos afectivos como
casos policiales o judiciales, pero hay que decir que en este volumen todo es
más maleable, más poroso que en, por ejemplo, su último libro El fin de semana.
Podría decirse que Schlink ejerce la gimnasia y esgrima del amor: una
combinación entre algo mecánico, contundente, seriado, y algo sutil y curvo, un
hundirse en un colchón de preguntas interminables donde cada respuesta abriría
otra puerta que desemboca en otra puerta. Esas puertas son las de la
conciencia. La conciencia y el desigual combate por mantener la intimidad a
resguardo de todo son grandes temas de Schlink. Como la necesidad, o el deseo
secreto, de estar solos, de que necesitamos estar solos para “resolver” los
casos individuales que se llaman “una vida”. La soledad irreductible es uno de
los grandes temas de Schlink.
Mentiras de verano. Bernhard Schlink Anagrama 258
páginas
Los primeros tres relatos (“Temporada baja”; “La
noche en Baden-Baden”; “La casa en el bosque”) marcan una escalada exasperante
en los vínculos entre hombres y mujeres. Todo parece indicar que las mujeres
son más difíciles e insoportables de sobrellevar hasta que llegamos al último
de los tres, una versión entre graciosa y dramática de Misery, pero donde la
escritora es ella y la enfermera loca resulta ser él. Luego es el turno del que
quizás –algo rupturista del conjunto– sea el mejor texto del libro, “Un extraño
en la noche”, que para lectores latinoamericanos podría tener resonancias
bolañescas; una alocada noche donde Bolaño y Graham Greene vuelan por el aire
en un viaje fantasma mientras un ser alucinado despliega una historia delirante
cuyo centro fue el secuestro de su bella esposa en Kuwait. Pero lo terrible es
que toda su historia podría ser verdadera. A su turno, “El último verano y “El
viaje al Sur” introducen la nota otoñal del verano. Problemas de senectute
donde los jóvenes ya son los nietos y los balances están mucho más a la orden
del día que los proyectos.
En fin, es difícil dar cuenta de todos los matices y
planos que entran en juego en un libro de cuentos y en éste en particular.
Schlink nos simplifica la tarea dando siempre una férrea línea conceptual a sus
volúmenes de relatos, desplegando una narrativa tan opuesta a lo misceláneo y
lo fragmentario pero sin dejar de admitir el costado vital, contingente y
caprichoso de los destinos humanos, el gran asunto de las vidas posibles, o
sea, aquellas que no vivimos. Como esa obsesión del alemán occidental por su
hermanito oriental perdido. Pero esta vez con ecos más psicológicos, más
existenciales.
“Alguna vez he escrito que las decisiones vitales no
son acertadas o equivocadas, sino que llevan a vivir vidas distintas. No, no
creo que tu vida haya sido un fracaso”, le dice un hombre manco a una mujer que
creyó que él la había abandonado.
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