Los políticos también lloran
JUAN JOSÉ MILLÁS 23/01/2011
¿Realmente les importamos a los políticos? En Rumanía, un electricista protestó así, tirándose al vacío en el Parlamento de Bucarest, para protestar por el desinterés que muestran.
Mientras nos ganamos la vida (que quizá sea un modo de perderla), mientras buscamos en Internet las solicitudes de empleo, mientras cambiamos el pañal a nuestros bebés, mientras hacemos cola frente a la ventanilla de un cine o de un ministerio; mientras nos afanamos en salir adelante, en fin, los políticos (sueldo seguro, jubilación segura) efectúan la representación permanente anunciada por Guy Debord, hace mil años, en
La sociedad del espectáculo. Son como un belén viviente que jamás se desmonta, como un teatrillo de autómatas que nunca cesa de moverse, como una obra de teatro dispuesta en forma de bucle. Los políticos pertenecen ya a una dimensión de la realidad separada de la nuestra por un tabique transparente. Los vemos y nos ven, nos hacemos señales con las manos, nos decimos adiós como los viajeros de trenes que se cruzan sabiendo que pertenecen a universos diferentes, ya que cuando los unos vuelven los otros van, o viceversa.
De vez en cuando, alguien de nuestra dimensión atraviesa el tabique de cristal, se cuela en la de los políticos y les hace la pascua. Es el caso de Adrian Sobaru, al que ven en la foto instantes después de que saltara desde el balcón de invitados del Parlamento rumano sobre los congresistas que habían decidido retirar las ayudas para su hijo autista. En los telediarios vimos a un político llorar frente al espectáculo. Pero el llanto formaba parte de la representación, del belén, del teatrillo. Recogido el cuerpo y devuelto a la dimensión de la que provenía, las cosas continuaron como estaban.
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