Se detienen los vocablos en mi lengua. Sin orgullo los digo por primera vez; los repito con dolor. Pero los voy a seguir diciendo, soy terca como esta tierra, esta patria; porque de aquí soy, así me enseñaron, así lo fui sintiendo y amo este lugar y me he arraigado.
El primer poema se lo dedico a todos los mexicanos que siguen trabajando para México. Los incansables que no aparecen tanto en los medios pero que continúan en su lucha por una patria más digna.
Para México:
Propuesta primera
Hay que barrer
con escoba de varita
que el piso cruja
y se levante el polvo,
que se vislumbren
los sueños de esta tierra,
su "fulgor inasible".
Regina Kalach A.
Este poema que sigue, lo escribí hace dos años. Las cosas se han vuelto peores porque México vive un violencia inusitada que nos está comiendo poco a poco (rápidamente, me contestarán otros, y con razón). De eso no habla este poema. No sé decirlo todavía, está muy cerca, y aún lo veo borroso aunque lo sienta en el dolor de abrir el periódico todos los días y quiera entender lo incomprensible, aunque lo sienta en los rostros cada vez más desolados y desconfiados de los mexicanos, aunque lo palpe en el desencanto que es el pan nuestro de cada día. Pero con todo el dolor sigo creyendo en México y por favor no me vayan a preguntar hoy qué es eso
Lo que me duele de México
Me duele la mirada abierta y húmeda,
en los ojos del niño de la calle.
Me duele su mano extendida.
su petición me duele,
y mi recelo.
Me duele darme cuenta que a veces
paso sin mirar porque me duele.
Me duelen los techos de cartón
su desbalague,
las casas derruídas por los climas,
las calles lodo y barro
con sus marcas de los pies que las transitan.
Me duelen los que siembran
y luego mueren de hambre.
Me duelen sus cosechas desdentadas,
me duele que se vayan y se arriesguen,
pero también me duele que se queden.
Me duelen las escuelas donde no se aprende nada
y más me duele que ese niño
y ése y ese otro
nunca vayan.
Me duelen los enfermos, los ancianos, los heridos
que no han tenido quien los cure, los alivie.
Me duele la espera inacabable
por justicia
por pan
por letra.
Me duelen las ciudades perdidas,
los perros famélicos hurgando en la basura
y el niño que los sigue.
Me duelen tanto y tanto,
y admiro a las madres mexicanas,
esas magas que de nada
hacen el milagro del sustento.
Me duelen esas otras tan heridas
que lastiman, abandonan, se pierden;
las que han sido humilladas y golpeadas.
Me duele la infancia mancillada
y el abuso ponzoñoso que se esconde
tras las puertas con cerrojo del poder .
Me duelen las mujeres que se esfuman
y luego hacen noticia sus cuerpos mutilados.
Me duele el que sale a la justicia
y se arriesga con su voz o con su espada;
me duele que se acalle su denuncia.
Me duele andar con miedo, cabizbaja,
y desconfiar de todas las pisadas.
Me duelen la sospecha, el descreímiento,
las miradas resentidas,
percibir que la imposibilidad se va colando.
Me duele esta ciudad de nata espesa.
Ciudad asfixia, gris,
violenta y violentada,
extraña y entrañable
la misma que a ratos me convida
sus colores, sus sones
su burla, su ingenio y su comida.
Me duelen la indolencia y el cinismo
que supuran de una vieja herida.
Me duele el ondear de las banderas tricolores
en peseros, en camiones:
el fervor de los que creen,
me duele porque apuestan
aunque siempre hayan perdido.
Pero me duele más cuando me olvido
y entonces no me duele.
REGINA KALACH ATRI
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