Calentando motores: te dejo una invitación a la lectura de Laberinto de MILENIO, en su edición 373, de venta el próximo sábado 7 de agosto en puestos de periódicos, etcétera.
Bret Easton Ellis
Dominio extranjeroMiguel Barberena
Reseña
Bret Easton Ellis, escritor de Estados Unidos, se dio a conocer en 1985, con su primera novela, Less than zero (Menos que cero), libro que detalla un mes en la vida de un muchacho rico, aburrido, inadaptado, y sexualmente ambiguo de Los Ángeles. Clay —su nombre— ha regresado a casa para vacaciones de navidad, después de cuatro primeros meses en un “college” de la lejana Nueva Hampshire. Clay nos va a contar de las fiestas a las que iba en Beverly Hills y Palm Springs, de las drogas que se metía, de los chavos y las chavas que se cogía, de los amigos que vio hundirse en la adicción, la prostitución y la apatía generalizada. Los días pasan rápido en el club de playa, al volante de hermosas rubias en autos convertibles, colocadas de Nembutal; las noches se pierden inhalando cocaína en los salones VIP de los antros más “trendy”, a ritmo de Duran Duran.
Entonces, antes del celular y del internet, cuando todavía se veían los primeros videos en formato Beta, Ellis era un muchacho de 20 años, muy parecido a los que aquí retrata. Con su novela quiso denunciar la frivolidad de su propio entorno y la vacuidad de los años Reagan. Y vaya que lo logró: Menos que cero fue todo un hit (adaptación al cine incluida), e hizo del autor una celebridad, la voz de la generación MTV: había escrito una novela vacía y frívola sobre una época vacía y frívola. El grado cero de la escritura…
Después, Ellis ha escrito otras cinco novelas del mismo tenor, entre ellas American psycho, que incorpora al estilo violencia y pornografía; y Lunar Park, entre autobiografía en clave de metaficción e historia de fantasmas.
La nueva, y sexta, novela de Ellis se llama Imperial bedrooms y es la secuela de Less than zero (1985). Un ejercicio de déjà vu, en el que los jóvenes disolutos de la primera novela regresan como adultos disolutos 25 años después.
Una vez más, el narrador, Clay, vuelve a Los Ángeles para pasar navidad, después de cuatro meses en Nueva York. La vida no lo ha tratado mal: se ha convertido en un “screenwriter” —guionista— de algún éxito. Ahora posee un “loft” minimalista y de tonos neutros en Westwood. Entre sus pendientes en Hollywood, el “casting” de la nueva película que ha escrito, The listeners. Pero sobre todo hay tiempo para ir de fiesta en fiesta, topándose con la gente de su pasado, que lo desprecia, lo desea o ambas cosas. Su novia de la high school, Blair, se ha casado con el bisexual Trent; el drogadicto Julian Wells, anda metido en líos del bajo mundo; su “dealer”, el siniestro Rip Torn, está transformado por la cirugía estética en una máscara de sí mismo, “an old looking teenager” —un viejo teenager. Entre el nuevo elenco, la hermosa Rain Turner, chica fatale, una aspirante a actriz decidida a todo para obtener un papel en The listeners.
En sus idas y vueltas por Beverly Hills, Clay bebe hasta la inconciencia, se droga ídem, y en sus lapsos de lucidez expresa su desencanto y tristeza (“Sadness: it’s everywhere”, reflexiona en un momento de la historia: La tristeza está por todas partes.)
Ellis parodia su primer estilo narrativo, de breves viñetas telegráficas, que hace ver exuberante a Raymond Carver, maestro de esta escuela de minimalistas “sucios”:
“Esa misma semana, deambulo por el quinto piso del Barneys de Wilshire, muy pasado, checando constantemente mi iPhone en espera de mensajes de Rain que nunca llegan, mirando por encima el precio de camisas brillosas, incapaz de concentrarme en otra cosa que no sea la ausencia de Rain, y en el departamento de ropa para hombres no puedo sostener ni la más elemental conversación con el vendedor acerca de un traje Prada y acabo en el bar en Barney Greengrass bebiendo un Bloody Mary con las gafas de sol puestas.”
La trama, bastante incoherente, tiene que ver con la prostitución de lujo y una secta narcosatánica que entierra sus cadáveres en Ciudad Juárez. A esto agréguese que el “loft” puede encontrarse habitado por el fantasma del anterior propietario, un rubio suicida que en vida fue modelo.
Ellis ha querido incorporar a su secuela del vacío existencial el elemento porno-chic de American psycho, el horror tipo Stephen King de Lunar Park, y la obsesión por las marcas de lujo de otra de sus anteriores novelas, Glamorama. Pero mientras que en Menos que cero, el adolescente Clay conserva todavía algún pequeño dejo de consciencia, aquí ya no hay signo de compasión o empatía por los semejantes. Pero no es por ese tipo de consideraciones morales que uno se acerca a este autor, especialista de la alta vida mundana. Nadie como él para desollar a la fauna de Hollywood, por ejemplo esa mesera/ aspirante a actriz que cuenta de “sus ayunos y su rutina de yoga”, o el chiste de esa otra actriz polaca —“gallega” diríamos en México— que llega a Hollywood y se coge al libretista —“he fucks the writer.”
FICHA
Bred Easton Ellis, Imperial bedrooms, Knopf, Nueva York, 2010, 169 pp.
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