domingo, 5 de septiembre de 2010
"Nunca me había dolido tanto la muerte de alguien que nunca conocí"
"Hoy Toca"
otras frases célebres de Germán aquí.
La tristeza de un lector
Juan E. Pardinas
REFORMA 5 Sep. 10
No puedo decir que fui su amigo, ni que tuve conversaciones maravillosas con él. Apenas lo conocí en persona. Cruzamos saludos en algunos eventos del Reforma o en el estadio en los partidos de los Pumas. Lo que sí puedo decir es que fui su lector. Mis ojos han visto juntas más palabras de Germán Dehesa que de ningún otro autor, novelista o premio Nobel.
El primer texto que recuerdo de Dehesa se llamaba "La amistad no vale nada" y lo publicó hace 21 años en el periódico Novedades. Carlos Salinas acababa de encarcelar al líder sindical de Pemex Joaquín Hernández, alias La Quina. Un periodista le preguntó a Fidel Velázquez, esa momia del corporativismo mexicano que dirigía la CTM: "¿La Quina era su amigo?". El líder embalsamado respondió: "la amistad no vale nada". Dehesa desenvainó la pluma y le enmendó la plana a Fidel Velázquez con un mensaje contundente: la amistad es uno de los regalos más importantes que nos da la vida, quien no lo sepa tiene un agujero en el alma. A partir de ese día, mi mirada de lector ha correteado efusivamente las frases de Don Germán.
A Dehesa le sobraban las virtudes que tanta falta le hacen a nuestra República: tantita humanidad, elegancia en el alma y esa suprema versión de la inteligencia que es el sentido del humor. Admiré su profundo desprecio por la solemnidad (no todos los idiotas son solemnes, pero todos los solemnes son idiotas). Dehesa se mofó del evento más solemne en la existencia de un ser humano: su propia muerte. El Ángel de la Gaceta narró la nefasta presencia de una enfermedad terminal, con la misma ligereza con que describía las calamidades minúsculas de la vida cotidiana. Si alguien anhela enfrentar los últimos días de su vida con entereza y jovialidad, me permito sugerir la lectura de "El corazón y sus figuraciones" que apenas publicó la semana pasada.
Si alguien tiene dudas sobre las alegrías que conlleva el acto de ser padre, insistiré en la lectura de "La pera y sus milagros" que publicó en Reforma hace más de 15 años (07-VII-1995). Aquella gaceta inició con un párrafo que resume la obra de este cronista de asombros infinitesimales: "Hoy séame permitido hablar de asuntos menores. Tengo fundadas razones para pensar que la vida (la verdadera vida; no este sórdido melodrama que nos han organizado los "grupos de interés") es una delicada trama de asuntos menores que, contemplados con la debida atención y lentitud, dejan de ser menores para convertirse en minúsculos milagros".
Después de esta introducción filosófica, Dehesa procedió a describir el milagro, cuando su hijo más pequeño conoció el sabor de la pera: "En este momento lo único importante es esa pequeña cuchara que se aproxima sacramentalmente a su boca. Podría ser el comienzo de la historia; pero apenas es una pequeña historia. Pequeña y todo, no hay historiador, ni poeta tan exquisito como para que pudiera reseñar el cataclismo de gozo que ocurrió en ese paladar súbitamente iluminado por el prodigio de un sabor. Desde fuera, lo único que se percibe es una sonrisa interminable y una mano regordeta que se adelanta para aferrar la mano de la madre. Ni él, ni nadie estamos dispuestos a que el gozo nos sea negado; para eso, precisamente para eso, nos fue dada la inteligencia que guía nuestras manos: para detener el instante; para que el placer perdure un poco más; para que los alimentos terrestres no nos sean negados; para que la vida se quede con nosotros".
El lector que tenga la fortuna de poner la mirada sobre estas palabras quedará con una deuda irremediable con su autor. A esa deuda de gratitud se le llama cariño. Ayer leí, en la página de internet del Reforma el comentario de un cibernauta: "Nunca me había dolido tanto la muerte de alguien que nunca conocí". Yo me siento igual. Es la tristeza de un lector. Ya sólo me queda espacio para parafrasear un canto Puma y futbolero dedicado a Dehesa: ¿Cómo no te voy a querer? ¿Cómo no te voy a extrañar?
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Excelente y conmovedor texto de Juan E. Padirnas, le pone nombre a lo que muchos lectores del gran Dehesa pensamos. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarMaravilloso, ¿verdad?
ResponderEliminarMe halaga, anónimo, que compartas mi opinión.
Juan Pardinas recibirá el comentario.
Te invito a leerlo cada domingo en la página editorial de Reforma.
Beto Buzali