Un
probable gran perdedor se convirtió en
“El
triunfador de la noche”
ENTREVISTA
CON BEN AFFLECK
Noviembre 2012 por Javier Ocaña para EL PAÍS
Es extraño
que una estrella de Hollywood hable de Mobutu, y que encima ese nombre surja de
forma natural en la conversación, sin forzar la pregunta. Ben Affleck
(Berkeley, California, 1972) no es un tipo cualquiera. Y tiene pinta de listo.
Tras el pase de Argo, muchos han llegado al convencimiento de que aquí hay otro
Clint Eastwood salvando las distancias; es decir, un actor mediano convertido
en cineasta de fuste. Si Adiós, pequeña, adiós (2007) y The town (2010) se
desarrollaban en Boston, la ciudad en la que creció Affleck, y probaban su
valía como director; Argosupone el abandono del abrazo de la urbe maternal para
meterse en un jardín más complejo: la crisis de los rehenes tras la toma de la
embajada estadounidense en Teherán en noviembre de 1979, concretando aún más,
en el esperpéntico plan que tramó la CIA para sacar de Irán a cinco de ellos,
ocultos sin que las autoridades iraníes lo supieran en la residencia privada
del embajador canadiense.
¿Y cómo
lograron salvarles? Los camuflaron como equipo de rodaje de una película
hollywoodiense de ciencia-ficción (Argo), y para que el plan no chirriara la
CIA fundó una productora en mitad de los grandes estudios. Sí, está basada en
hechos reales, en la figura de Tony Méndez, agente de la CIA experto en
rescates, que preparó y ejecutó tamaña locura.
“Hace unos
años leí el guion y me enganchó. Al instante supe que quería hacer esa
película, y si tienes un guion tan bueno y un protagonista tan atractivo, ¿cómo
no interpretarle?”, cuenta Affleck, corpachón cachas, camisa y americana
sobrias —le da una nota de elegancia bostoniana—, tras la pregunta de si no
hubiera sido mejor idea que la interpretara otro. “No voy a dejar de actuar
gradualmente para pasarme a la dirección. Cada largometraje como realizador me
supone unos dos años de trabajo. Piensa que desde que dirigí Adiós, pequeña,
adiós he actuado en seis películas. No puedo rechazarlas. Y más si encima
encuentras un libreto como este, que ni siquiera me atreví a reescribir
[Affleck es coguionista de sus dos primeras películas como director y tiene el
Oscar compartido con Matt Damon por el guion de El indomable Will Hunting\]”.
La política
exterior estadounidense. Pocos temas pueden levantar más ampollas, y esta
película, además, glorifica la labor de algunos integrantes de la CIA. “Es
complejo desde luego, y supe en lo que me metía cuando decidí levantar Argo,
aunque nadie pudiera prever entonces que llegarían las primaveras árabes, a las
que seguí con suma atención, o, por concretar, que en Egipto tras la revolución
triunfarían los Hermanos Musulmanes. Sospecho que lo mismo pasa con la política
exterior de Estados Unidos. A veces puedes incidir a priori, pero otras los
acontecimientos son quienes dirigen tus pasos”.
Sí, ¿pero no
tiene la sensación de que gran parte del resto del mundo se opone a la mayoría
de esas iniciativas políticas estadounidenses? “Hay claros prejuicios en ambos
lados, aunque desde luego no puedo ser un portavoz autorizado del resto del
mundo. Piensa en un detalle de distancias. Como español vives cerca de varias
fronteras: cruzas a Francia, llegas a Alemania… Esa misma distancia en mi país
es ridícula. Muy pocos estadounidenses viajan al exterior. Yo solo puedo decir
que creo en los esfuerzos de Barack Obama por ayudar al resto del mundo y su
labor porque entiendan que no somos solo una superpotencia militar. En
anteriores décadas no hemos estado acertados, y por poner un ejemplo fuera de
Oriente Próximo pienso en el apoyo otorgado a Mobutu. Por eso la película se inicia
con la explicación de tres décadas de historia iraní, en la que
desagraciadamente Estados Unidos tuvo mucho que ver”.
En el
encuentro matinal con los periodistas, Affleck ha hablado de la labor callada
de los diplomáticos. “Quería incidir en esa gente que se dedica a ayudar, a
negociar buenos acuerdos, a mejorar las relaciones bilaterales. Por eso me
referí a Jean Renoir como una gran influencia cinematográfica, porque sus
películas destilan un gran humanismo, algo que quisiera que impregnara Argo”.
A Affleck
parece venirle que ni pintada la pregunta sobre el asesinato de Chris Stevens,
el embajador estadounidense en Libia, ocurrido en Bengasi hace diez días. “Ese
es el tipo de diplomáticos héroes a los que quiero dedicar el filme. No creo
que influya ni bien ni mal en la carrera comercial del filme, porque hablamos
de décadas diferentes y distintos países, pero sí en gente con las mismas
creencias basadas en la ayuda”.
¿De verdad
quiso ir rodar en Teherán? “Me lo planteé, pero ni siquiera logramos colar a
alguien que se escabullera e hiciera fotos a escondidas o pudiera filmar
material que nos ayudara en la dirección artística. Es una sociedad muy
cerrada, y cuando hablé con cineastas iraníes me dijeron que ni se me pasara
por la cabeza. Es una lástima”.
Tras el paso
de Argo por Toronto y San Sebastián, a Aflleck le habrán calentado la cabeza
con la palabra Oscar. “No puedo pararme a pensar en eso. De verdad. Estoy ahora
muy concentrado en promocionar este estreno, que vaya bien, que funcione. Los
premios son cosas incontrolables que deciden gente que tú no conoces”. Dicho lo
cual, estira su manaza y aprieta fuerte.
La
política como farsa
Ben Affleck, director y protagonista,
y Chris Terrio, guionista, han escogido el tono de epopeya americana para este
'thriller' sobre la crisis de los rehenes en el Irán de 1979
“La historia
se repite; primero como tragedia, y después como farsa”, dijo Karl Marx. Y, sin
embargo, como afirma un personaje de Argo, qué cerca están en ocasiones la una
de la otra. Golpes de la historia que provocan tanta risa como llanto, como
cuando en 1997, tras la desclasificación de los papeles secretos, se supo cómo
intentó la CIA liberar a parte de sus ciudadanos durante la crisis de los
rehenes con Irán, entre 1979 y 1981: con un complot relacionado con una falsa
película de aventuras espaciales ambientada en Oriente. Un material apasionante
que podría haber dado lugar a muchas películas, todas distintas.
Ben Affleck,
director y protagonista, y Chris Terrio, guionista, han elegido el de la
epopeya americana; con toques de humor, faltaría más. Es su alternativa, una
buena opción, aunque no la más arriesgada, no ya cinematográficamente sino
sobre todo políticamente con los tiempos que corren entre Irán y EE UU. Ahora
bien, epopeyas heroicas ha habido muchas; en la vida y en el cine. Farsas
heroicas no ha habido tantas, sobre todo en el cine. Y los responsables de Argo
quizá hayan perdido la gran oportunidad de labrar todo un relato entre la
comedia negra y la farsa grotesca, pura política, y no solo su primera mitad.
Se cita a Alan J. Pakula entre los referentes, y se nota el homenaje al cine
político de los setenta ya desde la tipografía de sus créditos. Pero el Pakula
de El último testigo nunca se hubiera permitido los clichés alrededor del
suspense de sus 20 minutos finales: el héroe que arriesga sin permiso oficial,
el coche que no arranca, la foto revelada en el último instante, el montaje
paralelo, las risas de los soldados, embobados por Hollywood.
Y, a pesar
de todo, Argo sigue siendo una película estupenda. Porque el material, entre lo
sublime y lo ridículo, es excitante. Porque Affleck, que está conformando una
carrera interesantísima, es un director sorprendente. Argo le otorgará dinero y
prestigio, pero Adiós, pequeña, adiós y The town, sus anteriores obras, siguen
siendo mejores. ¿Eso es un defecto? Quizá no. Quizá sí. Lo dirá la historia,
entre la tragedia y la farsa.
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