Escuela
de rateros
POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.
EL DOM 17 FEB 2013
¿Cómo
conciliar el sueño con las noticias de cada día?
¿Cómo evitar
la zozobra cuando la violencia impera en todas partes?
¿Cómo
sacudirse el miedo después de leer un libro como “Crimen y vida cotidiana.
Testimonios de
secuestradores y otros delincuentes”?
Publicado
por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, es un trabajo realizado por
David Ordaz
Hernández y
Tilemy Santiago Gómez sobre la manera como se construye una carrera criminal,
desde los primeros —inciertos— pasos hasta el arraigo en un modo de vida del cual
pocas veces se encuentra la puerta de salida.
Cinco
reclusos de penales de la Ciudad de México —cuyos nombres han sido cambiados—
los guían con
sus
experiencias y recuerdos, con su forma de ver el mundo y el deseo “de lograr
estatus y respeto en el
barrio”,
como dice uno de ellos, Miguel, condenado a 11 años de prisión por robo
agravado.
La
investigación es perturbadora. Quienes hablan no son seres lejanos, sino parte
de una comunidad cada
vez más
próxima. Son asaltantes fogueados en la vía pública, en el transporte
colectivo, en el robo de
casas-habitación
y vehículos; son plagiarios y narcotraficantes.
Cuentan cómo
se iniciaron en el delito, cómo aprendieron a dominar el miedo, cómo conseguían
a sus
víctimas,
muchas veces con la complicidad de personas con una actividad legal:
repartidores de periódicos,
empleados
bancarios o de tiendas departamentales, técnicos en la instalación de equipo de
sonido para
automóviles,
etcétera.
Explican sus
motivos para vivir como lo hacían.
—¿Por qué
rechazaste trabajos legítimos o lícitos? —le preguntan a Miguel. Su respuesta
es contundente.
—O sea, sí
llegué a trabajar, pero pues haz de cuenta que lo que ganas en una quincena o
en un mes,
pues en 15
minutos ganas el doble.
Édgar, con
una condena de 50 años por privación ilegal de la libertad, narra cómo aprendió
a intimidar a la
gente. Su
“maestro” lo llevó a un concurrido espacio público, sacó una pistola a plena
luz del día y le dijo a
las
personas: “Aquí va a pasar algo que no tienen que ver, regrésense”. Todos se
apresuraron a vaciar el
lugar. De
esta manera —rememora— se enseñó a robar a cualquier hora y en cualquier parte.
Los más
experimentados aconsejan a los novatos: “Haz ejercicio, güey. (…) Ponte machín…
o hasta un
policía acá
preparado te puede agarrar”, le decían a Saúl, quien está sentenciado a 12 años
por robo
calificado
agravado.
Andrés, con
una pena de 50 años por privación ilegal de la libertad y portación de arma,
puntualiza cómo
elegía a sus
objetivos. Entre otros detalles, se fijaba si se hacían manicure. Después en su
carro, en su
ropa. “Es
importante aprender a distinguir”, dice convencido.
Los autores
del libro escuchan, analizan una realidad sobreexplotada en los medios de
comunicación,
alentada por
la ineficiencia y la corrupción de la policía, por la desigualdad social, por
el fracaso del
sistema
educativo. Una realidad espantosa.
Queridos
cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con
ustedes. Amén.
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