No tenían que hacerlo –defendernos. No les pedimos que lo hicieran. Simplemente, decidieron que explicárselos sería mejor.
En ese año en que cumplieron siete años, durante un paseo, Ana tuvo que llevar a Diego, como ya era habitual, al baño de mujeres. Casi al finalizar la tarea, justo cuando lo ayudaba en los últimos detalles y le trataba de acomodar el pelo en un día rebelde, entró una niña de aproximadamente diez años. Al verlo ahí, inmediatamente corrió y cerró la puerta. Luego de pasar rápidamente, la abrió con lentitud, se asomó, le soltó un cuestionamiento: “Este es el baño de mujeres, ¿por qué no vas al de hombres?”. Mi hijo le explicó que los niños pequeños tienen que ir con sus mamás al baño de mujeres. A la chica se le hizo lógico sugerirle que le pidiera a su padre que lo llevara, entonces éste, una vez más, le aclaró con paciencia: “Yo no tengo papá, tengo dos mamás”.
La interlocutora, que ya para ese entonces hablaba desde uno de los baños, no terminaba de salir de su asombro: “No te lo creo, de seguro una de ellas es un robot”, le sostuvo.
Tanto Diego como la niña ignoraron por completo la presencia de las adultas. Ahí fue cuando comprendimos que ni él necesitaba ayuda para explicar algo tan del día a día, de nosotros, ni ella ocupaba traducción simultánea para entender palabra por palabra, lo que Diego le estaba contando.
Para Santiago ocurrió durante las primeras semanas de haber entrado a primero de primaria. El preescolar había sido sencillo porque la madurez de los niños es similar y, casi todos, entienden la vida más o menos en los mismos términos. Pero en la primaria hay convivencia con chicos más grandes y con una perspectiva más despierta. En una ocasión en que fui por ellos a la escuela, apenas me vio, Santiago se apresuró a ir conmigo para contarme que ya les había dicho a sus compañeros que él tenía dos mamás, que él venía de la panza de Mamá y de Mami. Yo me reí y le dije que estaba bien, pero que no era posible haber salido de las dos panzas. Entonces, como si yo hubiese cometido una gran imprudencia, me sostuvo: “¡Sh! Eso ellos no lo saben y si te oyen van a creer que no eres mi mamá”.
No voy a decir nada nuevo, pero es verdad, la mente de los niños no es tan complicada. Sin embargo, metabolizar la diferencia que la convención social hace de manera constante sobre nuestra familia, ha sido un reto para mis hijos.
Han tenido que buscar las palabras y han tenido que elaborar argumentos en la lógica propia de su edad. No es que se asuman diferentes, sino que a lo largo de su corta vida han sido señalados como diferentes. Empezando porque son dos llamativos hermanos gemelos que hablan hasta por los codos. Y hablan de todo. Lo mismo de alacranes, programas de televisión, películas, zombies, Peña Nieto y el funcionamiento del ejército. También hablan de cuando sean grandes y crezcan y tengan hijos. A veces los sorprendemos repartiéndonos. A veces Santiago pide vivir con Ana, a veces Diego conmigo. Como no logran ponerse de acuerdo, han decidido ser vecinos y así todos podemos visitarnos.
Desde pequeños han sabido dialogar entre ellos. A los dos años, Diego le explicó a Santiago quién era Mamá y quién era Mami: “Las dos son mamá, una es mamá Mami y la otra es mamá Mamá”. También se lo explicó al abuelo que tenía bastante resistencia a aceptar la manera en que decidimos que nos dijeran. Un buen día, el abuelo llegó y preguntó con urgencia por Ana. Dijo: “Diego, ¿dónde está tu mamá?”. El niño vio al abuelo, volteó a donde yo estaba y me señaló. Al ver la cara de desilusión del abuelo, le aclaró por si todavía le quedaba alguna duda: “Abuelo, ella también es una mamá”.
A Diego, por lo general, le abruma la curiosidad que despierta su familia. Santiago está convencido que no hay otra forma de abordarlo más que hablando y hablando hasta el cansancio. A Santiago le gusta hacer videos donde explica su familia y donde invita a otros niños a participar en talleres para familias con dos mamás. Diego no, aunque lo hace en un espíritu solidario. Él prefiere reservarse y hablarlo cuando tenga ganas, pero eso sí, no tolera que el resto de la gente suponga que él sólo tiene una mamá.
Desde que estaban en la panza de Ana, uno de mis más grandes terrores ha sido la formación escolar. Aun así, trato de mantenerme ecuánime como la tundra. Lo curioso es que desde el primero de kínder, las primeras dos clases de cada inicio de ciclo, tienen que ver con el árbol genealógico y el género. Manejar el tema de dos madres es un día de campo si lo comparamos con el de género, porque son pocas las maestras que han comprendido que la preferencia sexual de las mamás no guarda tanta relación con la identidad de género ni de las propias mamás, ni de los hijos. Así que hay algunas que han tratado de reforzar el estereotipo masculino ya sea por costumbre, por falta de cuestionamiento o porque sienten la necesidad de enfatizarles lo machirrín.
La escuela ha castrado nuestras bonitas intenciones de que jugaran con los juguetes con los que se sintieran más a gusto y, nos hemos enfrascado en verdaderas luchas campales por esto.
Para Santiago ocurrió durante las primeras semanas de haber entrado a primero de primaria. El preescolar había sido sencillo porque la madurez de los niños es similar y, casi todos, entienden la vida más o menos en los mismos términos. Pero en la primaria hay convivencia con chicos más grandes y con una perspectiva más despierta. En una ocasión en que fui por ellos a la escuela, apenas me vio, Santiago se apresuró a ir conmigo para contarme que ya les había dicho a sus compañeros que él tenía dos mamás, que él venía de la panza de Mamá y de Mami. Yo me reí y le dije que estaba bien, pero que no era posible haber salido de las dos panzas. Entonces, como si yo hubiese cometido una gran imprudencia, me sostuvo: “¡Sh! Eso ellos no lo saben y si te oyen van a creer que no eres mi mamá”.
No voy a decir nada nuevo, pero es verdad, la mente de los niños no es tan complicada. Sin embargo, metabolizar la diferencia que la convención social hace de manera constante sobre nuestra familia, ha sido un reto para mis hijos.
Han tenido que buscar las palabras y han tenido que elaborar argumentos en la lógica propia de su edad. No es que se asuman diferentes, sino que a lo largo de su corta vida han sido señalados como diferentes. Empezando porque son dos llamativos hermanos gemelos que hablan hasta por los codos. Y hablan de todo. Lo mismo de alacranes, programas de televisión, películas, zombies, Peña Nieto y el funcionamiento del ejército. También hablan de cuando sean grandes y crezcan y tengan hijos. A veces los sorprendemos repartiéndonos. A veces Santiago pide vivir con Ana, a veces Diego conmigo. Como no logran ponerse de acuerdo, han decidido ser vecinos y así todos podemos visitarnos.
Desde pequeños han sabido dialogar entre ellos. A los dos años, Diego le explicó a Santiago quién era Mamá y quién era Mami: “Las dos son mamá, una es mamá Mami y la otra es mamá Mamá”. También se lo explicó al abuelo que tenía bastante resistencia a aceptar la manera en que decidimos que nos dijeran. Un buen día, el abuelo llegó y preguntó con urgencia por Ana. Dijo: “Diego, ¿dónde está tu mamá?”. El niño vio al abuelo, volteó a donde yo estaba y me señaló. Al ver la cara de desilusión del abuelo, le aclaró por si todavía le quedaba alguna duda: “Abuelo, ella también es una mamá”.
A Diego, por lo general, le abruma la curiosidad que despierta su familia. Santiago está convencido que no hay otra forma de abordarlo más que hablando y hablando hasta el cansancio. A Santiago le gusta hacer videos donde explica su familia y donde invita a otros niños a participar en talleres para familias con dos mamás. Diego no, aunque lo hace en un espíritu solidario. Él prefiere reservarse y hablarlo cuando tenga ganas, pero eso sí, no tolera que el resto de la gente suponga que él sólo tiene una mamá.
Desde que estaban en la panza de Ana, uno de mis más grandes terrores ha sido la formación escolar. Aun así, trato de mantenerme ecuánime como la tundra. Lo curioso es que desde el primero de kínder, las primeras dos clases de cada inicio de ciclo, tienen que ver con el árbol genealógico y el género. Manejar el tema de dos madres es un día de campo si lo comparamos con el de género, porque son pocas las maestras que han comprendido que la preferencia sexual de las mamás no guarda tanta relación con la identidad de género ni de las propias mamás, ni de los hijos. Así que hay algunas que han tratado de reforzar el estereotipo masculino ya sea por costumbre, por falta de cuestionamiento o porque sienten la necesidad de enfatizarles lo machirrín.
La escuela ha castrado nuestras bonitas intenciones de que jugaran con los juguetes con los que se sintieran más a gusto y, nos hemos enfrascado en verdaderas luchas campales por esto.
Semanas más tarde, le preguntamos a Diego y nos explicó con suma tranquilidad que la maestra ya había resuelto el problema, que su libro de princesas se lo había dado a una niña y que a él le había regalado uno de superhéroes para que dejaran de molestarlo. “Diego, ¿pero a ti te molestaban por eso?”, le preguntamos. Él contestó: “No, pues… mis compañeros decían que era de niñas. Y mi compañera Sofía siempre quería quitármelo porque le gustaba”. Algo que no he podido comprender es por qué la maestra no logró comunicarle al salón que, colorear a una princesa no modifica la identidad de género. Vaya, aun siendo niña, no vas a querer ser más niña sólo por colorear a la Sirenita.
Santiago quería combinar dos de sus predilecciones. Él quería un coche grande, ostentoso, rudo, pero en color rosa. El único que cumplía esos requisitos era el de la Barbie y si nuestra economía no hubiera sido tan mala esa Navidad, Santa Clos habría cumplido con el sueño equilibrado de un niño que ha tenido siempre la libertad de jugar con lo que le ha dado la gana, de disfrazarse de hada si quiere y de pensar que para darle un toque masculino al asunto; basta con vestirse de Campanita porque su atuendo es de color verde. Santiago es feliz y si alguien le cuestiona sus gustos empieza a cantar con Andaluna y Samir: “los niños y las niñas somos iguales, queremos que respeten nuestros gustos personales”. Lo mismo a compañeros de clase que a animadores infantiles que no le quieren dar de premio trastecitos porque es niño, cuando él lo que más quiere en el mundo es tener una cocina porque quiere ser chef.
De manera involuntaria, van levantando ámpulas porque simplemente no pueden ver el límite en cuestión de escoger colores, tener diversidad en el mundo, elegir actividades o juguetes con los cuales explorar y aprender. Van por la vida despertando curiosidad, llamando la atención, teniendo paciencia para explicar y educar. A veces se cansan porque después de todo son niños, pero al día siguiente están listos para hablar entre sí y compartir cómo miran las cosas y lo simples y sencillas que pueden ser.
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MÁS DE NO TE LO CALLES
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