lunes, 13 de diciembre de 2010

POR QUÉ La publicación de El cementerio de Praga ya ha levantado ampollas en la Iglesia católica y la comunidad judía?Por ser impecablemente verosímil

"Los judíos no enferman porque son los portadores de “una peste permanente que los defiende de la peste ordinaria”


Umberto Eco:
"Vivimos rodeados de falsificaciones"

El autor italiano presenta en Madrid 'El cementerio de Praga'. La obra ha causado rechazo entre la jerarquía católica

TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 13/12/2010

Umberto Eco está resfriado pero en forma. En la presentación de su nueva novela en Madrid, El cementerio de Praga (Lumen), ironizó a cuenta del rechazo que la obra ha causado entre la jerarquía católica: "Las críticas de L'Osservatore Romano [periódico del Vaticano] han aumentado las ventas en 100.000 ejemplares". El antisemitismo del protagonista, Simone Simonini, el único personaje de ficción de la obra, también disgustó a los judíos, aunque finalmente tres comunidades hebreas han invitado a Eco a presentar el libro en Jerusalén. "Son muy inteligentes", dijo.

La novela de Eco llega 30 años después de El nombre de la rosa, que le convirtió en un superventas a pesar de sus latinajos y sus honduras filosóficas. Constató que lo bueno vende. El cementerio de Praga va por la misma senda. En un mes se han vendido en Italia 600.000 libros. "No lo entiendo, a lo mejor se han vuelto todos locos", bromeó. "Es posible que lo estén porque votan todos a Berlusconi", añadió entre risas.

Ambientada en el siglo XIX, El cementerio de Praga está repleta de personajes históricos como Dreyfuss, Freud o Garibaldi. Pero su gran protagonista, Simonini, es fruto de la imaginación del autor. Se dedica a falsear documentos y otras lindezas como el comercio de hostias consagradas para misas satánicas. Un argumento que no está del todo lejos de la actualidad, como recordó el propio Eco, a propósito de los cables del Departamento de Estado filtrados en las últimas semanas. "Vivimos rodeados de falsificaciones de los servicios secretos y los Gobiernos".

Acotaciones:

Wikileaks. "Hasta ayer el poder controlaba y sabía lo que hacían los ciudadanos. Con Wikileaks se subvierte la relación, somos todos los que controlamos el poder mundial, es la transparencia total pero el poder también necesita confidencialidad. ¿Qué sucederá ahora? No sabemos".

Recortes a la cultura. "El ministro de Finanzas dice que con la cultura no se come. Es falso. Que vaya al Louvre. Hay un sector de la derecha en mi país que odia la cultura. En el Gobierno hay gente inculta y racista. Está surgiendo un populismo en el que el Parlamento pierde sus funciones y una sola persona tiene todo el control mediático".

Religiones. "Las religiones han sido un estímulo muchas veces. Sin ella no habríamos tenido a Miguel Ángel o Rafael, pero el fanatismo reprime la creatividad".

Mentiras. “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” Goebbels


Cementerio judío en Praga, escenario de la novela


El Cultural opina:

Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, 1932) ha rescatado el aristocrático placer de desagradar. El cementerio de Praga no es una obra políticamente incorrecta. Simplemente es una novela que recupera el espíritu irreverente y provocador de la gran literatura. La literatura apenas logra respirar en una época que ha impuesto silenciosamente la autocensura. Nunca se publicó tanto y nunca proliferó tanto la mediocridad. Es cierto que Umberto Eco escoge un género poco exigente. La novela histórica ha conquistado al público, repitiendo los esquemas narrativos del folletín decimonónico.

Umberto Eco ha resuelto esta limitación, adoptando la forma de un diario sin ninguna pretensión ejemplarizante. Ambientada en la Italia de la segunda mitad del siglo XIX, el protagonista es el capitán Simone Simonini, un personaje tan antipático como inolvidable. No es un héroe y carece incluso de la grandeza de los villanos. No es el infame y refinado conde Fosco de La dama de blanco (1860), de Wilkie Collins, pero en su destino también se cruzarán los carbonarios, los servicios secretos y las revoluciones románticas.

El capitán Simone Simonini participa en todos los acontecimientos relevantes de su tiempo, asumiendo diferentes identidades. Umberto Eco juega con el desdoblamiento de la personalidad para mostrar la impostura y la confusión interior de Simonini. Simonini será alumno de los jesuitas, oficial del ejército, conspirador, falsificador, terrorista y convivirá con la sospecha de ser otro, el misterioso abate Dalla Piccola.

Este recurso no evoca tanto la figura del Dr. Jekyll y Mr. Hyde como las alucinaciones de Wilkie Collins, adicto al opio y al láudano, hasta el extremo de elaborar delirios paranoicos, que inventaron un doble imaginario: “Ghost Wilkie”. Umberto Eco recorre medio siglo de intrigas, conspiraciones, escándalos, revueltas políticas y estrepitosos fracasos. Nos habla del definitivo ascenso de la burguesía, la aparición del proletariado, la influencia de las logias masónicas, las peripecias de la comunidad judía, la experiencia revolucionaria de la Comuna y el caso Dreyfus, los pogromos y la gestación de Los protocolos de los sabios de Sión, el panfleto que se publicaría por primera vez en la Rusia zarista en 1903, pero que sólo es una copia del Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Rousseau de Maurice Joly.

Umberto Eco no juega a ser Stendhal ni Gustave Flaubert. Sus personajes carecen de la profundidad psicológica de Emma Bovary o Julien Sorel. En realidad, todos rebosan la personalidad de su autor. Y esto, lejos de ser un defecto, es un mérito en una novela que ya no podía discurrir con la inocencia de los grandes clásicos del XIX. Umberto Eco no disimula su flirteo con Eugène Sue o los Dumas, pero El cementerio de Praga no es un best-seller, sino una novela posmoderna. El nombre de la rosa (1980) queda demasiado lejos. Las referencias a Jorge Luis Borges, Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Guillermo de Ockham o los códices miniados han sido reemplazadas por una prosa que ha situado al propio Umberto Eco en el centro de la narración. Al margen del aspecto policial de la trama, lo que prevalece es un egotismo autocomplaciente con unas notables dosis de terrorismo emocional e intelectual. Pero el narrador Umberto Eco no necesita excusarse. No pretende enseñar nada. Se halla en la cumbre y en el tramo final de una dilatada carrera académica y literaria. Esa privilegiada posición le permite hablar con una incontenible libertad. Incontenible e irritante, pues El cementerio de Praga aplica los principios estratégicos de la guerra total. No hay objetivos legítimos y daños colaterales.

La literatura de Umberto Eco es un bombardeo indiscriminado que no respeta ningún protocolo de guerra. Los alemanes son “el más bajo nivel de humanidad concebible”; los franceses son “orgullosos más allá de todo límite y matan por aburrimiento”; los italianos son “arteros y taimados”; los curas “repiten que su reino no es de este mundo, pero ponen las manos encima de todo lo que pueden mangonear”; los jesuitas son “masones vestidos de mujer”; las mujeres “meretrices que propagan la sífilis”. Es preferible disfrutar de los placeres culinarios que chapotear en las aguas oscuras del sexo.

AGRAVIOS TEXTUALES:
De todos los agravios, los más intolerables están reservados a los judíos. El pueblo deicida “desprende un olor nauseabundo”. Es la misma fetidez que se aprecia en los pederastas y en pueblos salvajes que practican el canibalismo. Los judíos no enferman porque son los portadores de “una peste permanente que los defiende de la peste ordinaria”. Es falso que Jesús fuera judío. “Jesús era de raza céltica, rubio y de ojos azules”. Los judíos son cada vez más peligrosos, pues se han convertido en “los agentes de la subversión anarquista y comunista”.

La publicación de El cementerio de Praga ya ha levantado ampollas en la Iglesia católica y la comunidad judía. ¿Se puede acusar a Umberto Eco de oportunismo, insensatez o insensibilidad? Detrás de la prosa erudita, cuidadosamente elaborada, pero sin filigranas estilísticas, asoman las orejas un niño que se ríe de los prejuicios de su tiempo. Los prejuicios de nuestro tiempo ya no son los del siglo XIX. La pasión nacionalista se ha desinflado y la Shoah ha liquidado el antisemitismo. Los prejuicios ahora se disfrazan de retórica democrática, escamoteando su peligroso lastre de intolerancia. ¿Se atreve alguien a decir en voz alta que la Lolita de Nabokov tenía 11 años o que Anaïs Nin vivió un apasionado idilio con su padre? Umberto Eco ha escrito una novela intempestiva y molesta, pero a fin de cuentas la función del escritor consiste en molestar e irritar. En El cementerio de Praga ya no está la sombra de Borges, sino una bilis que nos recuerda a Pío Baroja, complacido de ser a ojos de los niños “el hombre malo de Itzea”.



Temas candentes
Umberto Eco utiliza en su sexta novela el artificio habitual de emplazar personajes en un contexto histórico. Pueblan el libro hombres que existieron y ahora sostienen la trama novelesca junto con un protagonista inventado al efecto. El Osservatore Romano criticó severamente la novela, poniendo incluso en cuestión su validez literaria. La causa: el libro depara una imagen desfavorable de Papas y católicos. Sus páginas frecuentan diversos acontecimientos de los siglos XIX y XX en Europa; pero su motivo principal son los llamados Protocolos de los sabios de Sión, un pisto de textos plagiados que constituye una burda y malévola mentira para demonizar al pueblo judío. La buena intención de Eco tampoco convenció a la comunidad hebrea italiana. El mismo periódico del Vaticano publicó la reseña de una historiadora judía, disconforme con el tratamiento dado por el novelista a la cuestión peliaguda de los Protocolos. Aún arden los viejos rescoldos. Fernando Aramburu


Umberto Eco opina:

No hay que desdeñar la influencia que los documentos falsos han tenido en la historia de la humanidad. Su curso en muchos casos se ha visto alterado tras la aparición de alguno de ellos. Así lo ha advertido Umberto Eco (Alessandria, Italia;1932) esta mañana en el Círculo de Bellas Artes, donde ha presentado al público español su nueva novela, El cementerio de Praga, en la que la falsificación de la realidad es el sustrato sobre el que se desarrolla la trama. Il professore turinés ha citado algunos ejemplos significativos: “La donación de Constantino, que ha determinado las relaciones entre Iglesia y Estado; los relatos de los viajes de Marco Polo, que impulsaron la exploraciones por todo el continente asiático; los documentos de los servicios secretos estadounidense sobre las armas masivas de Irak, que justificaron el comienzo de la guerra...”.

Eco, sin embargo, repara en otro hito de la invención interesada de documentos: Los protocolos de los sabios de Sión, creados para dañar la imagen pública del pueblo judío. El protagonista de El cementerio de Praga), el odioso Simon Simonini, un ser amoral y camaleónico capaz de muñir todo tipo de intrigas, está detrás de su redacción. Estos textos sirvieron de fundamento recurrente para espolear el antisemitismo durante la primera mitad del siglo XX. Libros como el Mein Kampf de Hitler tuvieron en Los protocolos un argumento bibliográfico sobre el cual proyectar sus tesis racistas. Su papel en la génesis, desarrollo y culminación del Holocausto no fue ni mucho menos baladí.

“Llevo 20 años fascinado con este fenómeno, con la manera en que el antisemitismo se fue asentando en Europa. En el siglo XVIII a los judíos se les mataba en los pueblos a los que llegaban, acusados de ser los asesinos de Dios, y todos tan tranquilos. Pero en el XIX se fue complicando una poco más la situación. En esa época empezó a identificárseles con el capitalismo. El antisemitismo se convirtió entonces en una vertiente del socialismo”, ha explicado el autor de El nombre de la rosa. En su novela, que lleva varias semanas en el número uno de ventas en Italia (en el primer mes se vendieron 600.000 ejemplares), Eco reconstruye la forja intelectual (más bien habría que decir pseudointelectual) del antisemitismo, que tiene en Los protocolos su plasmación más sibilina y refinada. En este panfleto se detalla una reunión de los grandes líderes del judaísmo en un camposanto de la capital checa. Allí se conjuran para hacerse con el poder mundial.

La fuerza de la falsedad
El autor piamontés se había ocupado del panfleto ya en otras obras suyas, como en El péndulo de Focault o Seis paseos por los bosques narrativos, pero es en El cementerio de Praga cuando más ha profundizado en el estudio de su origen y de sus consecuencias. “Algunos periódicos como The Times y el Frankfurter Zeitung demostraron su falsedad. Sin embargo, eso les dio más fuerza. Tipos como Hitler consideraron que si periódicos liberales como estos denunciaban su falta de autenticidad, eso probaba todo lo contrario", explica el escritor.

La principal aportación de Eco es su rastreo del folletín decimonónico en busca de las referencias literarias a partir las cuales tomaron forma Los protocolos. Él es un experto del género, un hombre que lo ha estudiado a fondo en algunos de sus ensayos. Por eso los resultados que afloran en El cementerio de Praga son tan llamativos. Eco encuentra en autores como Alejandro Dumas y Eugene Sue los mimbres con los que su protagonista, el misógino, impotente y glotón Simonini, urde el dañino panfleto. Y en tono folletinesco también narra la historia, en la que la que el lector debe estar siempre en guardia para poder fijar los límites entre realidad y falsificación.

El cementerio de Praga ha puesto el dedo en algunas llagas. La reacción de la Iglesia católica, a través del diario L'Osservatore Romano, ha sido bastante agresiva. Aparte de calificar la novela como “farragosa”, afirma que Eco ha practicado una especie de “voyeurismo del mal”. Il professore zanja el debate, muy tranquilo: “Sus críticas se deben al hecho de que la novela muestra el fuerte antisemitismo de los jesuitas”. Y añade: “Gracias a estos ataques la novela ha vendido varias decenas de miles de ejemplares más”. Algunos también señalan que a fuerza de reproducir los argumentos esgrimidos históricamente contra los judíos, la novela puede despertar pulsiones antisemitas.
Eco se defiende: “Pensar así es muy ingenuo”.


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