NÉMESIS (PHILIP ROTH)
“A misplaced sense of responsibility can be a debilitating thing.”
Némesis, Philip Roth
Dice J. M. Coetzee en su crítica de Nemesis que no es posible profundizar en ésta, la última novela de Philip Roth, sin desvelar la ingeniosa vuelta de tuerca que experimenta cerca de su final. A continuación, sin paños calientes, revela impunemente su secreto y les roba a los lectores cualquier posibilidad de sorpresa o, cuando menos, de anticipación. Y se equivoca, no sólo porque condiciona la lectura e invita a una suerte de deconstrucción de la historia de Eugente “Bucky” Cantor, sino porque peca de soberbia, de hybris, que dirían los griegos, arrogándose un papel que no le corresponde y considerando el suyo el único modo posible de criticar Nemesis. Comprenderán Vds. que les ahorre el enlace y la tentación de leer donde no deben; al menos, hasta haber dado cuenta de la novela. Avisados quedan. Yo, por mi parte, intentaré hacer “lo imposible”, a saber, una crítica deNemesis exenta de spoilers.
Nemesis es una novela sobre el exceso de responsabilidad y la culpa; no los de un pueblo –nunca ha sido Roth muy dado a erigirse en portavoz del pueblo judío- sino los de un individuo, el mencionado Bucky Cantor, que compensa con una exagerada atención y devoción a sus chavales del campo de deportes de la Escuela de la Avenida Chancellor la vergüenza de no hallarse en el frente europeo en el muy caluroso verano de 1944. Su severa miopía lo ha incapacitado para lanzarse en paracaídas sobre las playas de Normandía pero no para velar por el bienestar de los niños que tanto lo admiran. Por cierto que no le faltan al buen Bucky motivos de preocupación, pues otra guerra se libra en Newark, tan cruda o más que las de Europa y el Pacífico: la guerra contra la polio que se ceba con virulencia sobre los inocentes niños de Weequahic (Newark).
A estas alturas de la partida, me objetarán Vds., no resulta ninguna novedad que Philip Roth haya publicado una novela protagonizada por un joven de su Newark natal. Otra más, dirán algunos. Saben Vds. que, en mi opinión, el condescendiente y ya habitual “otra más” de la crítica significa muchísimo y muy bueno cuando se refiere a la obra de un maestro como Roth. Además, una gran distancia separa a Bucky Cantor de cualquiera de sus personajes previos. No hay rastro en él de humor, doblez, ironía o sarcasmo; tan sólo “determinación, dedicación y disciplina”. Bucky Cantor es un héroe trágico a la vieja usanza, sin grietas ni fisuras, del estilo de Aquiles y Héctor o, aun mejor, de Edipo. Y, como Edipo averiguó demasiado tarde, no les es dado a los héroes escapar de su destino, sea éste un plan urdido por el Dios vengativo del “ojo por ojo, diente por diente” o mero resultado del frío y caótico Azar de los ateos que en el mundo somos. No es de extrañar, pues, que en esta ocasión haya elegido Roth la tercera persona para su narración. La tragedia de un héroe no puede contarse en primera persona[1], sino que precisa de la perspectiva que aquí aporta un Arnie Mesnikoff que recuerda muy mucho al maduro Nathan Zuckerman de Pastoral Americana, Me casé con un comunista y La mancha humana y que nos permite conocer el último acto de la tragedia del Sr. Cantor cuando casi habíamos perdido la esperanza.
La magnífica Nemesis es, en efecto, pariente de la gloriosa trilogía americana de los ’90 y, por más que carezca de la rotundidad y aliento épico de aquella, merece ser revelada al lector página a página, sin importunas intromisiones, por más que éstas vengan firmadas por todo un Nobel como Coetzee
El Cultural
Némesis
Philip Roth
Traducción de Jordi Fibla. Mondadori. 207 pp.
Rafael NARBONA | Publicado el 18/03/2011
William Burroughs afirmaba que América no era un país joven, sino una tierra vieja, sucia y perversa, incluso antes de los indios. “El mal estaba en ella, esperando”. Philip Roth (New Jersey, 1933) obtuvo malas críticas con La humillación, su novela anterior, pero con Némesis ha despejado cualquier duda sobre su posible decadencia como autor. La humillaciónera un acercamiento a la pasión en la vejez, que se consideró poco creíble, sin reparar en su profunda reflexión sobre la soledad, el deseo y la muerte. Tal vez Roth descuidó en esa ocasión los aspectos formales, pero esta vez no es posible plantear objeciones. Nos encontramos con el mejor Philip Roth, narrador ágil e intuitivo, capaz de crear personajes y ensartarlos en una trama donde no hay elementos innecesarios ni digresiones que afecten a la unidad del relato. Roth se mueve en la tradición de los grandes escritores nortea-mericanos que emplean un estilo periodístico con retazos poéticos. Nos recuerda a Saul Bellow y al Truman Capote de A sangre fría.
Némesis está ambientada en la comunidad judía de Newark, New Jersey. Durante el verano de 1944 se desata una epidemia de polio. No es la primera vez, pero el número de víctimas mortales crece de forma alarmante. Bucky Cantor, un joven profesor judío que dirige una escuela de verano, se enfrenta a la muerte de sus alumnos con una mezcla de estupor y rabia. La vida de Cantor no ha sido fácil. Su madre murió en el parto, su padre pasó un tiempo en la cárcel, su miopía le ha impedido alistarse para combatir. Pese a todo, sus abuelos maternos asumieron su cuidado y le prodigaron todo el afecto que puede ambicionar un niño. Su abuelo le inculcó disciplina, firmes principios morales, espíritu de superación. Con 23 años, Cantor es un profesor responsable, comprometido con el bienestar de sus alumnos, casi un hermano mayor al que todos quieren y respetan.
Némesis se divide en tres actos, un procedimiento habitual en Philip Roth, que juega con el ideal clásico de la catarsis. La novela comienza como un relato idílico ensombrecido por los primeros casos de polio, pero el dolor que rompe el corazón de las familias afectadas, deshace cualquier ilusión de solidaridad. El dolor no se apaga con las demostraciones de cariño ni con las palabras de consuelo en la sinagoga. De inmediato, se buscan responsables. Los italianos, las granjas de animales, los refrescos de una heladería, el idiota del barrio, los partidos de béisbol organizados por el profesor Cantor, que exponen a los chicos a temperaturas excesivas en pleno verano. La polio siembra la desconfianza, la ira, el rencor. La polio no se limita a enfermar el cuerpo. Sus estragos también se reflejan en la podredumbre moral de una sociedad que pierde la confianza en Dios, la justicia o la misericordia. Cantor se enfrentará a un dilema moral que pondrá a prueba su integridad. Le ofrecen un puesto de trabajo lejos del foco de la epidemia, pero le pesa abandonar a sus alumnos. Tendrá que escoger y determinar si está a la altura de sus exigencias morales.
Roth convierte la polio en una metáfora que recuerda poderosamente la peste de Camus. Camus nos advierte sobre los riesgos del fascismo, un virus que puede adormecerse, pero que nunca renunciará a propalarse apenas surja la oportunidad. Roth llega más lejos. El problema no es el fascismo. El problema es la condición humana. Nuestras exigencias morales son fantasías retóricas que se desmoronan cuando aparece el miedo. El pánico nos devuelve a un estado premoral. Roth no retrocede ante el reto de abordar una vez más la presumible bondad de Dios. Si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué permite la muerte de los inocentes? Cantor opina que Dios actúa como un viejo estúpido y cruel. Sólo podría ser exculpado si no existiera. Ignoro si ha leído al filósofo judío Hans Jonas, que limita el poder de Dios, llegando a asegurar que no evitó el espanto de Auschwitz “porque no pudo”. Roth no contempla la posibilidad de un Dios impotente porque tal vez ambos términos le resulten incompatibles.
Némesis es una novela extraordinaria, donde Philip Roth demuestra su talento como narrador y su compromiso con los grandes temas de la literatura: el ser humano, la muerte, Dios, el mal, lo irracional, la tensión entre el individuo y la comunidad, la crueldad de la sociedad norteamericana, donde el mal parece una presencia permanente. Sería absurdo buscar la esperanza en estas páginas. El desenlace sugiere la intervención de la diosa Némesis, pero Roth no ha pretendido dibujar una fábula moral. No se restituye la justicia. Simplemente, se pone de manifiesto la tremenda vulnerabilidad del ser humano. Al final, todos naufragamos en el mismo infortunio.
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