miércoles, 12 de febrero de 2014

SAGRADA EUTANASIA



Por Agustín Paniker

El jainismo es una de las más antiguas religiones de la India, practicada por unos 5 millones de personas. Originalmente, a los miembros de esta comunidad se les conocía con el nombre de “desligados”, un apelativo que ilustra bien el carácter ascético de esta religión. A sus líderes históricos y míticos la tradición los llamó con el extraño nombre de “hacedores de vados” (tîrthankaras). ¿Vados? Sí, vados de río para que los demás puedan cruzar a la otra orilla de la liberación (nirvâna). Un sinónimo de tîrthankara es la palabra jina, que significa victorioso espiritual. Remite a aquel que venció las pasiones, se deshizo del apego, alcanzó la iluminación y predicó la senda jainista que conduce a la otra orilla de la salvación. El último de estos guías perfectos fue Mahâvîra (siglos -vi/-v). El jainismo es, como su nombre indica, la religión que estosjinas expusieron al mundo. Aunque posee muchos elementos en común con las tradiciones hermanas-y-rivales del hinduismo y el budismo, su proverbial énfasis en la ascesis (tapas) y la no-violencia (ahimsâ), que tanto influyeron en Gandhi, han dotado al jainismo de unas señas de identidad muy particulares. Quizá no haya mejor forma de ilustrarlo que repasando el más sagrado de los votos religiosos de los jainistas: la muerte voluntaria o decisión de cometer eutanasia por ayuno absoluto (sallekhanâ).

Para los indios, los últimos momentos de la vida constituyen un tránsito crucial que determinará aspectos importantes de la siguiente encarnación. Tal como esté la mente en el momento de la muerte igual será el futuro renacimiento, dicen los textos. De ahí se desprende que una muerte en meditación o en un estado de trascendencia del ego es susceptible de generar cuantioso mérito kármico. Con mayor o menor aceptación, la tradición hindú ha reconocido diferentes formas de muerte voluntaria. Una de las clásicas es arrojarse a un río sagrado y dejarse ahogar, o el autosacrificio en guerra para evitar la captura, o la inmolación de la viuda virtuosa en la pira funeraria del marido. Todas estas formas de muerte son consideradas un ritual extremadamente sagrado. Si imperan otros motivos que no sean espirituales las tradiciones índicas las condenan severamente.

No obstante, el jainismo considera esas formas de muerte voluntaria como variantes de suicidio y las evalúa negativamente. De lo que se trata con la muerte voluntaria jainista es de llegar al momento de la muerte con la consciencia clara, sin que la senilidad o la enfermedad, por ejemplo, hayan llevado a romper involuntaria y fatalmente niguno de los votos o de las obligaciones rituales de los ascetas (monjes) o los devotos. Por esto los textos recomiendan el sallekhanâcuando uno está ya incurablemente enfermo o en extrema vejez. El camino jainista consiste en un permanente ejercicio de autopurificación. Éste pierde su sentido con la decrepitud. En cambio, si los momentos finales son de meditación serena, incluso faltas serias podrían ser erradicadas.

El rito debe ajustarse a unas recomendaciones bien prescritas. Se aconseja llevarlo a cabo en un templo, un lugar sagrado o, en su defecto, en el hogar. Con el consentimiento familiar y la supervisión de un asceta –quien tendrá que aprobar que el aspirante está suficientemente cualificado para llevar a cabo el rito, que puede llegar a ser muy doloroso–, el devoto comienza un ayuno gradual, siempre ayudado por la meditación. Excepto el ayuno, todo otro método de eutanasia está prohibido. Primero se abstiene de alimentos sólidos, luego subsiste sólo con líquidos, siempre en meditación y con determinación firme, susurrando los mantras sagrados o escuchando cómo lo recitan sus acompañantes. Ningún deseo de alcanzar los cielos superiores, de ganar mérito religioso o de tener una muerte rápida debe enturbiar el rito, pues eso no sería sino otra forma de apego y, por ende, de suicidio. A continuación, la práctica del ayuno se lleva a su conclusión lógica y dejará de alimentarse por completo. Finalmente, llegará la hora de la muerte en meditación (samâdhi-marana), que es como se prefiere llamar al rito en los textos. 

Posiblemente, las últimas palabras que escuche el moribundo sean las de su maestro que le susurrará al oído: “por tí mismo ve a tí mismo dentro de tí mismo.”

Aunque sabemos de cantidad de laicos y laicas que han cometido sallekhanâ, ha sido una práctica mucho más extendida entre los y las ascetas. De hecho, muchísimos ascetas moribundos optan por tomar este voto en sus últimos momentos. Pero conocemos de miles de ayunos absolutos de ascetas que estaban en perfectas condiciones.

El rito puede sonar fuerte, más a alguien crecido en la cultura occidental, que tradicionalmente no ha aceptado la muerte voluntaria –pues nadie, salvo Dios, tiene derecho a dar o quitar la vida– y que posee un verdadero terror por la finitud y la extinción de la individualidad. La muerte es, para muchos, la puerta de la nada. De ahí que se haya optado por la vía opuesta, por prolongar a toda costa y con los medios que sean necesarios la vida de los enfermos terminales. Pero en la India, y en la comunidad jainista en particular, el hecho de morir posee otras connotaciones y la actitud es diferente.

Por un lado, Dios no interviene en este asunto. El jainismo es una religión ateísta. Por sus concepciones del karma y la naturaleza del espíritu (jîva) el jainismo considera que la persona es responsable de su destino. Su posición ante cuestiones como la de la prolongación artificial de la vida es claramente de no-interferencia. La muerte es algo natural. No es que los indios se muestren indiferentes ante la muerte. La muerte desencadena siempre una angustia emocional; sin embargo, la angustia existencial está ausente. No hay temor por la muerte.

Por otro lado, la India siempre ha considerado la muerte como la entrada a otro plano. La concepción india de transmigración implica que la muerte no se opone a la vida, sino al nacimiento. Muerte y nacimiento son sólo los portales que atraviesa el espíritu en su peregrinar de una existencia a otra. La muerte no es más que un tránsito a nuevas formas de vida.

Eso no es todo. Debemos tener en cuenta que la práctica del ayuno es muy común entre los –y sobre todo las– jainistas. Quien ha optado por este final glorioso previamente habrá realizado cientos y hasta miles de ayunos. No sólo estará preparado física y psicológicamente sino que lo estará anímica y espiritualmente, pues, buena parte de la vida espiritual del laico y, de forma mucho más palpable, la del asceta, consisten en una preparación para esta muerte sagrada. Estamos ante un pacífico acto de purificación espiritual. Y es lógico que una tradición que ha concedido tanto valor al poder salvífico del ascetismo considere que en los momentos liminales, el ayuno combinado con la meditación, ejerzan una purificación extrema. La muerte se presenta entonces como una oportunidad para eliminar residuos de acciones pasadas. Para el devoto serán sin duda los niveles celestiales superiores y quién sabe si no habrá acortado cientos de encarnaciones en el ciclo de las transmigraciones.

FUENTE

MÁS DE EXTRA EXTRA

No hay comentarios:

Publicar un comentario