20 de Agosto 2014
En 2007 el enorme edificio fue invadido por alrededor de 2 mil familias de las cuales quedan 1300, según el último censo hecho por los mismos habitantes
La torre de David es un rascacielos empotrado en el centro de Caracas, 195 metros de altura, 45 pisos, dos torres. Su construcción empezó en 1990 y en 1994 tras una fuerte crisis financiera y bancaria que azotó a Venezuela, la construcción se detuvo con un 60% de progreso, 13 años después su construcción volvió a empezar, solo que esta vez no fue para albergar oficinas, si no inquilinos.
En 2007 el enorme edificio fue invadido por alrededor de 2 mil familias de las cuales quedan 1300 según el último censo hecho por los mismos habitantes.
"Aquí se vive rico, varón"
Muchos de sus habitantes se sienten orgullosos de llamar a la torre de David su “hogar”, se esfuerzan para mejorarla cada día, algunos la ven como su proyecto de vida y otros tan solo como vivir en un lugar prestado.
No hubo un solo habitante que me dijera que la torre es un lugar inseguro si no todo lo contrario, me explicaron que el mayor beneficio de vivir en la torre actualmente es su seguridad, que los líderes comunales habían logrado expulsar a las personas mala conducta.
Asdrúbal me explica que vivía en Petare, y que constantemente tenía que llamar a su esposa para saber si los malandros de la zona estaban merodeando a ver a quién robaban. “Aquí uno puede llegar tranquilo a las 2 o 3 de la mañana y sabes que no te va a pasar nada” , en ese momento estaba Daniel , conocido como el “gnomo”, dándome palmadas en la espalda me dijo con una sonrisa que delataba que algo iba a decir: “Aquí, aquí se vive rico, varón”.
Explorando la torre
Son realmente dos torres, la torre A la más alta y visible desde casi cualquier parte del valle de Caracas, y la torre B que con “tan solo” 16 pisos es fácilmente opacada.
Ambas torres se conectan por otra pequeña. Está el estacionamiento que llega hasta el piso 10, en cada piso abrieron una pequeña puerta improvisada para poder acceder a los pasillos, hay mototaxistas que por 40 bolívares te llevan a cualquier nivel.
La economía tiene su sitio dentro de la torre, el estacionamiento es fuente perpetua de ingresos, mayormente son los autobuses los que entran y salen. La economía informal también dice presente. Hasta el piso 23 hay varios apartamentos que sirven de pequeños abastos donde se venden desde huevos, pan canilla, harina, jamón endiablado, hasta jabón y detergente. Los precios varían dependiendo de qué tan alto se tengan que subir los insumos. En el piso 20 está Jonathan, quien arregla computadoras, pero también te puede tatuar o abrir un piercing donde quieras por un precio módico. En el 6 está la Señora Becky, una agradable mujer de avanzada edad que por las tardes de los fines de semana vende ropa y helados.
La otra fuente de ingresos es el condominio: 150 Bs.F al mes por cada vivienda es lo exigido para el mantenimiento de los espacios públicos, el pago de la electricidad y demás gastos.
En los primeros pisos está la iglesia, el barbero, los mototaxistas y la cancha multiusos, luego en los pisos inferiores, están mayormente habitados por familias que llegaron en la primera invasión o que tienen algún familiar de la tercera edad, también están personas enfermas que no pueden subir hasta los pisos más altos, o que por alguna emergencia necesiten ser evacuados rápidamente.
La torre A está habitada hasta el piso 28 y la B hasta el tope, hasta el 16; cada piso tiene una puerta que restringe el acceso a vecinos de otros pisos. Las escaleras son un lugar húmedo y con poca iluminación y en todo momento alguien sube o baja con bolsas de comida o materiales de construcción.
Deyvid, coordinador del piso 28, me explica que tuvieron que cerrar el acceso a los pisos superiores porque muchos estaban subiendo la basura en vez de bajarla para que el aseo la retirara. Tras abrir para poder subir me dio un consejo, algo obvio: “Cuidado con los voladeros”.
La crónica completa de su experiencia en la torre, la consigues aquí.
Fotos: Alejandro Cegarra
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