07 de Agosto 2014
El escritor Sergio Pitol cumplió los ochenta el año pasado y los celebró con la publicación de El tercer personaje, una colección de 26 ensayos, género que en sus manos adquiere gran flexibilidad.
A la manera de Michel de Montaigne, inventor del género en el siglo XVI, Pitol divaga por aquí y más allá: autobiografía —o memoria—, crónica literaria (sobre sus amigos y contemporáneos que ya se le adelantaron: Fuentes, Pacheco y Monsiváis), comentarios de estética (Tamayo, Soriano, Rojo), crítica de cine (Lubischt, siempre Lubitsch), conferencias sobre literatura polaca (Gombrowicz, el más grande de todos), reflexiones sobre política nacional, migraciones e identidad latinoamericana, un carnet de voyage por Varsovia, Belgrado, Venecia, Barcelona, Moscú, Xalapa…
El libro reúne piezas escritas a lo largo de los últimos 20 años, algunas que recordamos de revistas y suplementos literarios, o tal vez en otro libro de Pitol, especialista en reciclar su obra.
El modelo a seguir es claramente el de El arte de la fuga, un libro de 1996 en el que Pitol se inventó un género híbrido y novedoso, entre la memoria y la imaginación, entre crónicas, relatos, diarios y memorias, fórmula que después repitió en El viaje (2000) y El mago Viena (2005).
En uno de los textos de El tercer personaje, Pitol define a El arte de la fuga —acaso su libro más celebrado— como su “autobiografía espiritual” y “radiografía del escritor”. Ese camino sigue en su nuevo libro, porque de radiografía se trata, literalmente.
En el ensayo titulado “Sobre la escritura”, el más personal de todos, Pitol se extiende sobre su delicado estado de salud, al igual que Montaigne, que en sus Ensayos mucho escribió sobre sus dolencias renales, que finalmente lo llevaron a la tumba.
Hace ocho años, Pitol comenzó a padecer “un grave problema de lenguaje”, ahora se le dificulta hablar. Después ha venido el debilitamiento general (“escribir me significa un esfuerzo tan tremendo que la mayoría de las veces caigo abatido de cansancio”).
En “Imaginario e identidad”, Pitol se pregunta sobre las causas que obligarían a un escritor a abandonar su país por varios años, o toda la vida, él que salió de México en 1961 y no volvió sino hasta tres décadas después hecho un mexicano universal, en el linaje de Alfonso Reyes; un cosmopolita, en la tradición de Jorge Luis Borges, dos escritores multicitados en estos ensayos.
El joven Sergio partió porque México le quedó chico, tout simplement. “La distancia de la patria lejana puede ser favorable para la creación literaria o artística”, escribe Pitol, en lo que fue su caso.
En Barcelona, en los años sesenta, sobrevivió como traductor y editor en las nacientes editoriales Tusquets y Anagrama, su inicio en la vida literaria (aquí lo cuenta); luego entró al Servicio Exterior Mexicano, con cargos diplomáticos culturales en Belgrado, Moscú, París, Varsovia, hasta culminar como embajador de México en Praga, capital de la entonces Checoslovaquia, a mediados de los años ochenta. En los noventa regresó a México, para instalarse en la ciudad de Xalapa.
En paralelo a su labor diplomática, Pitol desarrolló su personalísima obra literaria (su primer novela, El tañido de una flauta, data de 1973), que tomaba de todas partes —cine, teatro, pintura, ópera, viajes— y de todas las literaturas, en particular de la inglesa y la rusa.
Dickens, Chéjov, Woolf, Tolstói son los nombres recurrentes, a los que más regresa nuestro escritor en los ensayos de El tercer personaje.
Pitol escribió su obra al margen de lo que se hacía y deshacía en México, sin estruendo alguno, lejos de las pandillas culturales. Novelas y relatos mayormente, pero también un gran cuerpo de traducciones de literaturas poco conocidas, como la polaca (Kusniewicz) o la rusa (Bajtín), y de escritores “raros”, como el inglés Ronald Firbank.
Él mismo se considera un “raro”, un “excéntrico”, y se identifica con otros escritores de la misma familia, como el experimentalista argentino César Aira, o el minimalista guatemalteco Augusto Monterroso, a quienes dedica sendos y admirativos ensayos en esta novela.
“Todo tiene relación con todo”, es el credo y la ars poética de Sergio Pitol, y así ensaya sobre… todo: artes plásticas (el ceramista Gustavo Pérez), literatura policial (de Poe a Le Carré), cine (Lubitsch, pero también Fritz Lang, René Clair, Kurozawa, Fellini, Dreyer, John Ford, Billy Wilder…), el siglo XIX en México (Fernández de Lizardi) y España (Pérez Galdós)… Y etcétera.
De Cervantes toma Pitol el título de este libro. De la presencia inmensa del escritor en su obra maestra, “el tercer personaje” de su gran novela, junto al Quijote y Sancho Panza.
En otro ensayo, Pitol se pregunta por qué escribe. Concluimos con su respuesta:
Si me viera forzado ahora a contestar la eterna pregunta de por qué se escribe, respondería simplemente que uno lo hace por necesidad interior, para evitar volverse loco, para recordar y esclarecer el sentido de ciertos episodios que nos han sobresaltado o que han herido nuestra imaginación, para, tal vez, tratar de llegar al fondo del idioma y encontrar esa fuente común que nos liga al resto de la humanidad.
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