26 de Agosto 2014
Ésta fue la mejor condición para salir del clóset o la peor, dependiendo de su actitud hacia los momentos de alto estrés. A mí me sacaron dos veces y no por buena negociación. La realidad es que uno no vive tan sólo una intersección en este proceso, la analogía de abrir una puerta, cruzar y ser feliz es fenomenalmente barrabás.
Honestamente, ¿cuántas veces habrá que decir las cosas antes que te las tomes en serio?
Yo viví varios procesos en cadena: salir del closet conmigo misma, salir con mi familia, salir con mis cercanos y salir con mis lejanos acariñados.
La primera y como suele suceder, fue el decirme a mí lo que soy. Que no se obliga a ser el punto de inicio necesariamente. Les conté de mi lindo hobby de experimentación, pero no de cómo abrirle la puerta a una segunda identidad, que fue el acabose de mi estabilidad emocional.
Día con día era: “¿me pinto las uñas o trabajo mi entregable?” Era el máximo castigo mental por lo que parece ser vanidad pero en realidad era una profunda pregunta de “¿quien soy?” El hecho de vivir dos vidas era la madre de la improductividad por simplemente no tener herramientas psicológicas para entender lo que me sucedía.
Un día me rendí con todo esto y decidí quitarme la vida. “Soy máquina productiva”, me decía Mauricio en su frialdad operacional. “Soy arte incompleto”, me decía Ophelia en su amorosa creatividad. Yo simplemente no logré unir mentalmente el Lado A con el Lado B.
Estaba de viaje y yo siempre he tomado pastillas para dormir cuando estoy en el extranjero. "Hoy dormiré por más tiempo", pensé. "Me tomo no una, sino diez o más, las que me quepan en la mano". Acabaron siendo más de 15 que me bajé con un simple vasito de agua, sin siquiera pensar en la ropa que tenía puesta o cómo me iban a encontrar.
Le di mil vueltas. Quitarse la vida es un acto de fenomenal cobardía pero irónicamente requiere de una inmensa convicción operacional. Con lo frágil que es el cuerpo, es absurdo que la mera logística de quitarse la vida requiera de tanto trabajo. Recuerdo sudar por el estrés. Y pues aquí es donde levantas el brazo y te hueles pero luego recuerdas que eso ya no importa. O sí, sí importa. Más cobarde que mi suicidio, me arrepentí.
Lo dudé y por eso no lo llevé a cabo.
Vomité las pastillas, crucé al baño y lo dije: "Mejor ser trans y vivir mal, que no vivir del todo". Salí del clóset conmigo y más que eso, fue un: "Ophelia, te presento a Mauricio y viceversa". También fue una despedida. Mauricio dejó de existir, que fue como me conocí durante 28 años.
Ahora me tocaba decirle a los demás. "Tienes una esposa y ella debe de saberlo primero", pensé. Mi intento de comunicarlo me tomó 3 meses.
Me causó dolor al pensar que fueron tres meses de mentira por omisión, pero así son las reglas del comportamiento heteronormativo y así fue como sucedió. El clóset existe por los peores de los motivos —moralinos, compromiso, convicción o educación— pero el decidir respetarlo es una forma de autodiscriminación.
Yo preferí discriminarme, que dejar que lo hicieran los demás. No lo compartí e igual me discriminaron cuando sí. Sin juzgarla, yo le cambié el mundo a mi esposa, sus expectativas, sus planes a futuro, su seguridad e integridad. Ella decidió cambiarme el mío desde donde estaba.
Mi esposa me sacó del clóset con mi familia cercana. Fue así: en su inmensa sabiduría de no ir a llorar en una discusión con sus amigos, ella fue con mi papá. Mi primer fin de semana luego de contarle a alguien fue excusándome con la familia. Padre, madrastra, mamá y hermana.
Como RP, me presentaron bien pero el mensaje estuvo fuera de mi control. Y pues yo tampoco estaba lista para comunicarlo, pero ni modo. A la larga aprendí que quitar el curita de un jalón fue mejor que hacerlo de a poquito.
Sólo que ya no hay vuelta atrás. Imposible decir ahora un "siempre no". Muchas veces pienso que gran parte de mi proceso sucedió por buscar sostener lo que ya he dicho, más no por un verdadero sentir. Me queda la duda de cuánto se le otorga del autodescubrimiento al peso del juicio del tercero.
Aún así, lo seguí. Desde acá ya era hora de decirle a mis cercanos. Me tomó una semana llamar, escribir y comentar. Salir del clóset con mis amigos me enseñó que mientras más cercano, hay más resistencia al cambio. Yo sufría por pensar: "Esto es lo que me hace feliz, ¿por qué te hace triste a ti?"
Claro, ellos eran amigos de Mau y no muchos se quedaron a la segunda función. Ophelia fue, en modos muy predecibles, nueva con las amistades de Mau. Ella nació con muy pocas herramientas para hacer amistades y los 30 es muy mal momento para aprender esas cosas que uno viviría probablemente en el kinder.
Que quede claro. Me choca el clóset. Me choca el paradigma del clóset. Me crea mucho ruido tener que ser “de trato especial”. Me molesta la Zona Rosa, de corazón. No por la evidente exposición al tema LGBT, sino porque comunica —sin hacer la más mínima campaña de marketing— que ésta es “quizás” la única zona donde tú puedes ser tú. Me encanta ver parejas de la mano en la Zona Rosa, pero me choca presenciar que luego vas a Polanco y ese agarre de mano desaparece.
Mi experiencia de salida con "el público" es aún más mórbida. Como regalo de nacimiento transgenerista, una amiga cercana me invitó a vestirme y salir a la calle. Así. Ellos me arreglaban y luego íbamos a un Sanborns a celebrar mis quinces con otras chicas travesti. Fue mi plan de exposición al tema y la idea era realmente compartir unos abrazos.
¿Se compartieron? Sí. ¿Me vio alguien? Sí. La reacción de estos voyeurs, después de unas semanas fue acusarme en público y buscar humillarme por medio del chantaje a exponer fotos mías en vestido.
¿Perdón?
Así que, querido terrorista, ¿reconoces a un hombre vestido como mujer en la calle y amenazas? Ha de ser muy fuerte el paradigma social del clóset para entender que esto es un pensamiento válido. Que el ver a un hombre en vestido otorga libertad de burla.
Para mí fue bastante obvio. Tan fácil que me fue publicar una foto mía en peluca a mis miles de followers y ya. Salí con mis lejanos acariñados. Pero pinche clóset.
Esto soy, transgénero con una (corta) etapa de travestismo. Es un mal obligatorio por el cual tienes que pasar, ya seas hombre o mujer. Siendo yo el caso, que lo viví a mis 30 años. No dudo que ustedes, chicas cisgénero, no sabían cómo vestirse bien entre los 12 y los 16. Sin miedos, sin tapujos. La condición transgénero no implica querer guardarse un secreto del cual te tienen que “descubrir”.
De paso, ¿cuántos antros gay serán usados como “hogar seguro” para aquél que no puede (o quiere) vivir como LGBT en otros lugares? ¿Cuántas tiendas existen para vender ropa para travestis, claro, a 200% el precio de lo que la consigues en cualquier otra tienda? La existencia del clóset lleva invisiblemente a ciertos patrones de consumo que honestamente no deberían de existir.
Mi doctora, ex Clínica Condesa, un día me comentó que era mejor tener lugares para reunir a la gente transgénero para su tratamiento, ya que es pesado para alguien “normal” ver estos casos por fuera de aquellos espacios diseñados explícitamente para la gente LGBT. Así.
Y ojo, entiendo que hay de aquéllos que les gusta la reunión de la comunidad, pero les prometo que en la cultura de la Zona Rosa hay bastantes personas que sienten con misterioso gusto su cárcel LGBT, y con fe de entrevista me dicen: “no iría a ningún lugar hétero, no me siento cómodo”.
Sólo recuerden esto: El paradigma del clóset, por fuera de la casa y los seres queridos, es un negocio cuyo fin es explotar el hecho de que una persona de índole LGBT se va a discriminar a sí mismo antes que dejar que alguien lo haga por ellos: “¡Si salgo del clóset me van a correr!”. No debería de existir ningún lugar que invite a que tú pienses menos, “soy normal y puedo ir a donde se me hinchen los huevos”.
Y salgan rápido, como quitar un curita.
@OphCourse
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