11 de Agosto 2014
La Pantera Rosa pudo haber sido una comedia sin mucha gracia de Blake Edwards, con David Niven como ladrón de guante blanco y, de secundarios, Peter Ustinov como un atolondrado inspector de policía y Ava Gardner encarnando a la mujer del investigador. Tuvo cierto éxito, y David Niven la usó, visto que la taquilla respaldaba su carrera, para resucitar el personaje del hombre delgado, un clásico de la literatura y el cine detectivesco.
Podía haber sido así, y hubiera resultado otra película más de los años sesenta. Pero la historia del cine, más que el resto de las bellas artes, está sujeta a múltiples detalles que varían radicalmente el resultado, y La Pantera Rosa, por mor de esos cambios, devino en obra cumbre de la comedia, en el inicio de una fructífera serie de colaboraciones entre Blake Edwards y Peter Sellers, quien sustituyó a Ustinov a última hora, dos tipos que llegaron a odiarse de forma profunda, aunque supieran que se necesitaban mutuamente para hacer reír con clase, talento e inteligencia al público.
Al guionista Maurice Richlin le cabe el honor de ser el padre de la idea. Richlin y Edwards habían trabajado juntos en Operación Pacífico y fue él quien le propuso al director desarrollar un guion sobre “un inspector francés de policía, un tipo obsesionado con atrapar a un famoso ladrón de joyas [que ha robado el diamante que bautiza el filme]… y un tipo que no sabe que su propia esposa se está acostando con el criminal”. En A splurch in the kisser, la biografía del cineasta escrita por Sam Wasson, el productor Walter Mirisch recuerda: “En nuestra productora [Mirisch Company], nuestra filosofía era crear una familia. Y sentíamos que Blake Edwards seguía la senda espiritual de Wilder”. Así que cuando fue con esa sinopsis el director de Vacaciones sin novia, Desayuno con diamantes, Días de vino y rosas y Chantaje contra una mujer, la empresa, conocida por dar autonomía creativa a sus directores, puso en marcha la película. Al fin y al cabo, con David Niven, Ava Gardner y Peter Ustinov en el reparto, parecía que la apuesta iba sobre seguro.
Entre éxitos y desastres
Sam Wasson desarrolla en su libro sobre Blake Edwards esta teoría: “‘La Pantera Rosa’ presentó a Clouseau. ‘El nuevo caso del inspector Clouseau’ le perfeccionó. ‘El regreso de la Pantera Rosa’ reconoció el legado del filme y ‘La Pantera Rosa’ ataca de nuevo’ lo parodió. ‘La venganza de la Pantera Rosa’, la más oscura de la saga, ofreció un nuevo y vulnerable Clouseau como nunca lo habíamos visto”. Para Edwards y Sellers el cuarto rodaje fue terrible, comunicándose incluso con notas escritas, según cuenta Herbert Lom, otro de los habituales de la saga, por su personaje de Dreyfuss. Sin embargo la taquilla superó los 100 millones de dólares, y con Sellers y su salud ya muy renqueantes, Edwards accedió a una quinta película más, “sintiéndome como un hombre condenado a una enfermedad de un año”. Pasaron diez años entre ‘El nuevo caso del inspector Clouseau’ —en puridad no pertenece a la saga rosa— y ‘El regreso de la Pantera Rosa’, y la fama de aquellas aventuras no habían dejado de crecer gracias a las dos series de dibujos animados, al Oscar al corto de animación, a la banda sonora de Henry Mancini e incluso a un desastre, ‘El rey del peligro’, la película que en 1968 tuvo como Clouseau a Alan Arkin. Solo un punto a favor: el dibujo animado del inspector y la gorra acompañando a la gabardina trenka del policía nacen de este título.
Los dibujos han vuelto en sucesivas entregas –desgraciadamente, en las últimas la Pantera Rosa habla-, se han hecho con el animal videojuegos y cómics (tiene hasta Estrella de la Fama en Hollywood con sus huellas estampadas), Edwards llegó a inventarse un descendiente secreto de Clouseau para ‘El hijo de la Pantera Rosa’ en 1993 con Roberto Benigni en ese aciago papel (que encima fue la última película de Edwards), y en este siglo XXI Steve Martin ha reiniciado la saga con dos filmes nuevos, mancillando el legado. Todo el universo rosa: Cato (Burt Kwouk), el criado de Clouseau; Dreyfuss (Herbert Lom), el jefe que quiere matarle; las mujeres que le rehúyen; la trenka; el subordinado tontorrón; el ladrón de guante blanco David Niven; las apariciones habituales de intérpretes como Claudia Cardinale y Graham Stark; la música de Henry Mancini o las secuencias iniciales de animación... Todo eso no tiene sentido si faltan Sellers o Edwards. O los dos o ninguno.
Sin embargo, el castillo de naipes empezó a derrumbarse: Ava Gardner llegó al rodaje a Roma con carísimas peticiones, entre ellas llevarse la filmación a Madrid, donde ya vivía. Los productores decidieron despedirla y Audrey Hepburn le recomendó a Edwards que contratara a una amiga suya, la modelo y actriz Capucine. Pero, entre medias, la esposa de Ustinov le recomendó a su marido que abandonase el proyecto: con una desconocida en el tercer lugar del reparto, aquello parecía irse a pique. Así que un viernes de noviembre de 1962, a falta de tres días para iniciarse el rodaje, el lunes 12, faltaba otra pieza clave. El agente Freddie Fields recomendó a uno de sus representados, Peter Sellers, quien disponía de cuatro semanas libres antes de comenzar ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, según cuenta la biografía del actor escrita por Ed Sikov. El actor estaba aburrido, redecorando su piso tras su primer divorcio, y voló a la capital italiana por un contrato de 90.000 libras. Sin tiempo para reescribir el guion, y sin conocer a uno de sus protagonistas, Edwards, nervioso, le esperó en el aeropuerto. “De allí a la ciudad, Peter y yo descubrimos que éramos almas gemelas en lo referido a la comedia muda. Amábamos al Gordo y al Flaco, a Buster Keaton, a cómicos de ese estilo”. Así nació el inspector Jacques Clouseau —que tomaba el apellido del cineasta Henri-Georges Clouzot—, y La Pantera Rosa nunca fue más una película sobre un ladrón de guante blanco, sino una comedia sobre un policía patán que no entiende de rendiciones ni fracasos, que no se da cuenta del mundo que le rodea. De humillación en humillación hasta el éxito y el absurdo final. “El slapstick [comedia de golpe y porrazo] está en su interior”, como asegura Edwards.
Lo que hace grande a La Pantera Rosa no es tanto su guion como la plena consciencia de ambos autores de lo que estaban haciendo. Por un lado, Sellers convierte en icono un tipo que desestabiliza todo lo que toca de la misma forma que se siente desestabilizado por la sociedad. Por otro, Edwards crea una comedia de altos vuelos, repleta de belleza, de lugares paradisiacos, de bellos personajes de clase alta, rostros atractivos y elegancia innata, encuadres que podrían recordar a Atrapa a un ladrón, de Hitchcock, que hacen pensar en los paisajes de James Bond. La música de Henry Mancini incide en esta atmósfera. Es la epítome de lo cool. Todo es un sueño exquisito… y allí aparece Clouseau para hacerlo saltar por los aires. Su trenca gris rompe la fantasía de color; sus tropezones y dislates desencadenan cataratas de problemas. El bigote remarca lo ridículo de su aspecto, un mostacho que el actor se deja inspirado en un retrato del capitán Matthew Webb, el primer hombre que, en 1875, cruzó a nado el Canal de la Mancha… si la leyenda es cierta. Incluso recuerda a otro mítico personaje del slapstick: el señor Hulot de Jacques Tati.
La Pantera Rosa es también el inicio de una de las grandes relaciones tormentosas de la historia del cine. Al acabar el rodaje, que había ido como la seda, Sellers envió una carta a los productores asegurando que habían filmado un desastre. “Así fue cómo sufrí la primera de las acciones absolutamente impredecibles y locas habituales de Peter”, contaba el director tiempo después. “Pero pensé: ‘¿Para qué discutir si no voy a volver a verle?”
Repitieron bastantes veces más: al año siguiente con El nuevo caso del inspector Clouseau —esta vez sin joya de por medio—, con El guateque en 1968, y con otras tres panteras rosas en 1975, 1976 y 1978. El dinero que recibieron, justo cuando ambos andaban pelados, por la trilogía les convirtió en millonarios… aunque habían jurado que nunca trabajarían de nuevo juntos y llegaran a comunicarse en los rodajes por personas interpuestas.
Sellers aún desarrollaba otro guion sobre la saga, El romance de la Pantera Rosa, cuando falleció en 1980 tras sufrir un infarto de miocardio. Edwards, quien no estaba en ese proyecto, realizó Tras la pista de la Pantera Rosa en 1982 con tomas falsas y descartes de Sellers de las películas precedentes; La maldición de la Pantera Rosa en 1983 con un Clouseau interpretado por varios actores —el policía se somete a varias cirugías faciales—, y El hijo de la Pantera Rosa en 1993, con Roberto Begnini como vástago del investigador. Ninguna de ellas alcanzó la categoría, la clase y el humor de la primera.
PETER SELLERS EN LETRAS
No hay palabras amables para Blake Edwards por parte de Peter Sellers en ninguna de las biografías dedicadas al cómico, un hombre que debutó en el escenario a las dos semanas de nacer, hijo como era de familia de ‘music hall’ de bajos vuelos. De todos los libros publicados, el más cercano a él es ‘The mask behind the mask’, de Peter Evans, porque el periodista británico fue el único que le entrevistó —la primera versión es de 1969, la última de pocas semanas después de la muerte de Sellers—. También pudo hablar con sus exesposas y amigas —una le confiesa que con ‘La venganza de la Pantera Rosa’ el actor llegó a cobrar más de ocho millones de dólares y hablamos de 1978 y que el actor meses antes de morir ya estaba preparado para ello, “había perdido el gusto por la vida, solo echaba en falta que le nombraran caballero”—. Y es curioso, porque no solo la saga le llenó la cuenta corriente sino que, por ejemplo, en su primera cita con Britt Ekland, que se convertiría en su segunda esposa, se fueron a ver ‘La Pantera Rosa’, que acababa de estrenarse en Londres.
Según cuenta Roger Lewis en otra de las biografías, Sellers murió con el guion de ‘El romance de la Pantera Rosa’ acabado (solo por la escritura recibiría ya un millón de dólares) y se desarrollaba en un mundo de lujo cercano al de ‘Casino Royale’ con una archienemiga femenina. Por cierto, a Lewis la primera mujer de Sellers, Anne Levy, le confiesa: “Nunca supo relajarse, ni irse de vacaciones, ni ser él mismo. Solo era feliz interpretando un papel. Por eso se me hace tan duro ver ‘Bienvenido, Mr. Chance’, porque está muy cerca de la verdad”. Aunque más amarga es otra aproximación escrita, la de su hijo, Michael Sellers, ‘P. S. I love you’, y eso que fue de sus tres vástagos al que mejor trató. Al morir, estaba a punto de divorciarse de su cuarta esposa, Lynne Frederick, que por testamento se quedó con toda la riqueza. Seis meses después de morir Peter, Lynne se volvió a casar, esta vez con la estrella televisiva David Frost, se divorció y se casó de nuevo, ahora con un cardiólogo (con quien tuvo una hija). En 1994 falleció a los 39 años hundida por el alcohol y la cocaína. La herencia pasó a su madre, Iris Frederick, actualmente responsable y poseedora de todo lo relacionado con Peter Sellers. Cuando ella muera, la fortuna irá a Cassie, la hija de Lynne y el cardiólogo.
Puede que en el fondo Sellers fuera una vaina vacía pero capaz de mutar en cualquier otra cosa, porque como dijo David Niven en su responso, celebrado el 8 de septiembre de 1980, cuando el cómico hubiera cumplido 55 años: “¿Cuántos de nosotros realmente te conocimos? Después de 25 años de amistad, yo aún tuve que preguntármelo”. O puede que viviera la vida de otros. O de otro. Ed Sikov, otro de sus biógrafos, desvela que un año antes de que naciera el actor, sus padres tuvieron otro hijo, un bebé famélico al que llamaron Peter, que falleció rápidamente. Enterrado, nunca se volvió a hablar de él en la familia.
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