Hombre de Celuloide
Entre el destino y el accidente
Fernando Zamora
Twitter: @fernandovzamora
Más que consolidar como director a Guillermo Arriaga, The burning plain confirma el fracaso de la promoción cultural de México. Algo hay muy podrido en el reino del IMCINE que los principales directores mexicanos han tenido que exiliarse. Y los que se quedan, o viven del hueso burocrático, de la televisión o de la publicidad. No nos equivoquemos visualizando al emigrante con sombrero y guarache, se emigra a todo nivel y, como ha escrito Yépez, el cine mexicano se está haciendo en inglés. Más apoyan Argentina o España al cine mexicano que el gobierno nacional.
Y sin embargo, ahí sigue el amor a la tierra. Ahí, en Burning plain, la escena en que el niño chicano señala al horizonte y suspira: “¡Allá está: México!” Guillermo Arriaga ha conseguido un interesante documento visual que, con la sencillez anecdótica y el barroquismo formal que lo caracterizan, atisba en las profundidades de este concepto: Frontera. También en Babel se hablaba de ello. Y es que frontera, no es sólo esa línea artificial que divide al primer mundo del quinto patio; hay una frontera que divide también al niño del adulto, al juego del asesinato; una frontera que divide idiosincrasias (gringo-mexicano), sexualidades (hombre-mujer) y cuerpos: “Se quemaron mientras hacían el amor”, explica un personaje, “se fundieron el uno en el otro. Para separarlos tuvieron que cortarlos con bisturí”. El amor, pareciera estar diciendo Guillermo Arriaga, disuelve toda frontera: el otro existe. Es un yo-con-ella (o un yo-fundido-con-él).
Un segundo tema me fascina en Burning plain: La cicatriz. Ella desabotona su blusa con vergüenza. Muestra a él, la cicatriz aparatosa que ha quedado donde antes estaba su seno. Y él amoroso desciende y besa la ausencia. Besa la cicatriz. “¿Por qué te gusta esa marca?” Pregunta ella en otra escena. Y él responde: “porque es la señal que ha dejado tu lucha”. Sí: toda lucha deja cicatrices. La cicatriz es producto de un trauma. El carácter está hecho de cicatrices (de traumas) y en inglés character y scar comparten la misma raíz.
Otra cicatriz es la que se hacen a voluntad los amantes jóvenes en la película. Estos, muy en la dinámica de otras historias de Arriaga, se conocen gracias a un “accidente”. El misterio está claro, en los límites entre accidente y crimen. Serán los mismos, tal vez, que entre accidente y destino. Porque si todo fuese accidental el accidente se volvería destino. He aquí el gran tema de Arriaga. Al poner a dialogar accidente y destino, pone a dialogar realmente el mundo nuestro (en el que todo es casual) con ese mundo griego en el que todo era causal. Las obras de Arriaga aspiran a ser el reverso de la tragedia griega. Si en aquellas el héroe estaba sujeto a la causalidad del destino, en las del mexicano, los héroes están sujetos a la casualidad del accidente.
Nadie escoge a quien amar. Y esta pareciera ser la consecuencia lógica de Guillermo Arriaga: el amor más que destino es un verdadero accidente.
Fuego (The burning plain). Dirección: Guillermo Arriaga. Guión: Guillermo Arriaga. Música: Omar Rodríguez López y Hans Zimmer. Fotografía: Robert Elswit y John Toll. Con: Charlize Theron, Kim Basinger, John Corbett y Jose María Yázpik. Estados Unidos, Argentina, 2008
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