domingo, 26 de febrero de 2012

UN TEXTO DE RAFAEL ARGULLOL QUE TE TRANSPORTARÁ CON SEGURIDAD A ESOS LUGARES MÁS EMOCIONALES QUE REALES...¿O VICEVERSA?


Islas invisibles / La tumba de la poesía

Por Rafael Argullol

.- Conocí hace un tiempo a un hombre que no leía poesía, pero tenía una extraña predilección por las tumbas de los poetas. Era un buen viajero, y antes de cada uno de sus viajes se documentaba concienzudamente sobre los cementerios de las ciudades que visitaba, a la búsqueda de lugares donde reposaran los restos de algún poeta. Al llegar a su destino siempre encontraba alguna hora para visitar la tumba decidida de antemano, sin importarle mucho si el poeta en cuestión era una gloria universal o un modesto talento local, ni si estaba sepultado en un suntuoso panteón o en un humilde nicho. Permanecía largo rato ante la lápida elegida y ese hombre, mal lector de poesía, tenía la sensación de que oía versos primorosamente recitados en las más distintas lenguas y, aunque no entendía las palabras, sí creía comprender el espíritu de los murmullos que llegaban a sus oídos. Estaba convencido de que todos esos versos aparentemente incomprensibles que llegaban a él en los distintos camposantos eran fragmentos de un único poema, cuyo espíritu sólo lograría captar si, de tumba en tumba, conseguía juntar las múltiples piezas del rompecabezas. Deduje, de sus explicaciones, que cada poeta particular no significaba nada para él, y que lo realmente importante era la poesía en su conjunto, no tal como la reflejaban los libros sino como la resguardaban las tumbas de los que habían escrito estos libros. Este hombre extravagante, que no leía jamás poemas, creía conocer, así, la esencia de la poesía.

Hace unos meses, en Peredelkino, me acordé de él. Peredelkino es una población dispersa compuesta por pequeñas dachas inmersas en bosques de robles. En ella vivieron muchos escritores que la describieron como un paisaje idílico. En la actualidad, cuando uno se aparta de la recia protección de los robles, surgen, amenazantes, los gigantescos bloques de viviendas con los que Moscú coloniza los campos circundantes. A medida que han muerto los antiguos habitantes de las dachas, o simplemente han sido desalojados, los nuevos ricos se convierten en moradores de lo que acabará siendo un barrio residencial de la metrópolis. El dinero fácil ha hecho que se multipliquen los detalles de mal gusto y, en muchos casos, la anterior austeridad de las casas ha sido sustituida por esa ostentación en forma de partenones y cúpulas acebolladas con los que se deleitan frecuentemente los poderosos en Rusia. La perla del lugar es una imitación a gran escala del San Basilio moscovita que, según me contaron, se está construyendo para el solaz del patriarca metropolitano, quien, de este modo, ha trasladado parte de la Plaza Roja al bucólico pueblo de antaño.

Sin embargo, pese a la invasión, Peredelkino sigue poseyendo la atmósfera singular de los escenarios en los que han sido creadas grandes obras del espíritu. Transformada ahora en un pequeño museo, está la casa en la que Boris Pasternak vivió los últimos años de su vida y en la que escribió El doctor Zhivago. Muchos de los paisajes de esta novela están inspirados en los alrededores de Peredelkino. La vida de Pasternak está unida a esta población, y también su muerte, pues está enterrado en su cementerio, una húmeda colina cruzada por caminos serpenteantes. Un sobrio monolito con la cabeza del poeta esculpida en bajorrelieve, advierte de la presencia de su tumba. Frente al monolito, a unos pocos metros, hay un banco de madera y, entre ambos límites, la frondosa vegetación no oculta el jarrón de flores que una admiradora del poeta depositó en el suelo, justo antes de mi llegada.

Me senté en el banco mirando, alternativamente, el jarrón de flores blancas y la cabeza -"caballuna", como él decía- de Pasternak. Traté de recordar algunos de sus versos, pues en otra época me sabía poemas de memoria. Pero no recordé ninguno. Tenía la sensación de que los oía, e incluso de que los comprendía, sin que ningún verso acudiera a mi cabeza con mediana claridad. Era una experiencia sumamente agradable, por más que al principio me incomodara mi torpeza para recuperar los poemas de Pasternak. De hecho, me di cuenta de que no estaba en condiciones de recodar ningún verso de ningún poeta. Entonces, inevitablemente, resurgió en mi mente la figura de aquel curioso visitador de tumbas que había conocido años atrás: quizá me ocurría, como a él, que los poetas ya carecían de importancia porque la poesía no podía ser captada en ningún otro idioma que no fuera el que recoge el roce del viento con los pensamientos sellados en las tumbas. O sencillamente me había vuelto amnésico, felizmente amnésico, porque hubiera continuado horas y horas sentado en aquel banco de madera en el que creía oír lo inaudible.

Habría querido contar esta experiencia a nuestra anfitriona de Peredelkino, pero ella nos contó una historia que no me dejó muchas opciones. Durante años, según dijo, en aquel banco de madera frente a la lápida, que tanto me había cautivado, fueron instalados, por parte de la policía secreta, micrófonos ocultos para grabar todo lo que comentaran los ciudadanos que iban a honrar la sepultura de Pasternak. Se trataba de averiguar qué conspiraciones se escondían bajo la supuestamente frágil coraza de los versos. Boris Pasternak, calumniado en vida, fue perseguido también tras su muerte mediante la persecución de sus seguidores. Los micrófonos grababan lo que serían, luego, acusaciones. Una historia grotesca y atroz.

Sin embargo, lo que con toda seguridad no pudo grabar la policía secreta fueron los murmullos que oía el visitador de tumbas, y que yo creí oír aquella tarde. Afortunadamente, ninguna policía del mundo puede sospechar que exista algo semejante.

Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo


GUARDAGUJAS CUARENTA Y SEIS SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DE AGUASCALIENTES

LEER GUARDAGUJAS TE MUEVE, EVENTUALMENTE, A SONREÍR...INMEDIATAMENTE DESPUÈS, O CASI SIMULTÀNEAMENTE, TE PREGUNTAS ¿DE QUÈ ME ESTOY RIENDO, CARAJO?
ENTONCES TE DAS CUENTA DE ESA IRONÌA TAN CULTA Y VERAZ QUE ENCIERRA CADA UNO DE LOS TEXTOS, INTELIGENTEMENTE SELECCIONADOS POR EL GRUPO DE EDITORES DETRÁS DE guardagujas.

sábado, 25 de febrero de 2012

LABERINTO de Milenio, HOY en línea:

¿Yo campeón?

Con autorización de la editorial Alfaguara publicamos un capítulo de "La edad de la punzada", de Xavier Velasco; una novela cuyo protagonista es tanto el último de los románticos como el campeón de los calenturientos, un caballero andante y un vándalo irredento, un francotirador de pulso firme y un inadaptado que se muere de miedo.

De portada
  • Poesía

    Petrópolis bajo la niebla

    Para la poeta mexicana, el viaje es la construcción de un camino, el reencuentro con la palabra y el amor.

    Antesala
  • A salto de línea

    El espectáculo de Bichir (y Alatriste)

    Los Bichir —Odiseo, Bruno y Demián— se han ganado un sitio en el cine, el teatro o la televisión. Recuerdo el trabajo de los tres intérpretes, dirigidos magistralmente por Sabina Berman en Extras.

    Antesala
  • In memóriam

    La escritora, investigadora y académica de la UNAM.

    El recuerdo de Clementina

    El 18 de febrero falleció Clementina Díaz y de Ovando, nacida en 1916. Fue, ciertamente, una figura central en la cultura mexicana, como historiadora y observadora de la cultura popular. En su honor, publicamos dos retratos trazados desde la admiración cotidiana.

    Academia
  • Entrevista: Fernando Trueba

    Escena de <i>Chico y Rita</i>.

    “Uno no debe creerse los premios”

    Chico y Rita, nominada como mejor película de animación en la 84 entrega de los Oscar, puede verse como un homenaje al jazz y a los ritmos afrocubanos.

    Música
  • Guía Visual

    Intervención en Tlatelolco.

    Faro lumínico de Tlatelolco

    La torre del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, antes Secretaría de Relaciones Exteriores, es ya un referente del arte urbano en la capital del país.

    Artes plásticas

viernes, 24 de febrero de 2012

JUAN VILLORO, JOSÉ RAMÓN ENRIQUEZ Y ADINA CHELMINSKY PARA ESTE FIN DE SEMANA:





Billete premiado

Por Juan Villoro

Una mancha en el alma hace que los mexicanos seamos devotos de la limpieza. Según dice la canción, las muchachas tapatías se bañan para bailar y el estado de la nación sugiere que el dinero no se deja de lavar.

Si el Tigre de Santa Julia no hubiera sido atrapado en un inodoro, sino en el momento de ducharse, sus perseguidores le hubieran pasado respetuosamente la toalla.

Tal vez nuestra pasión por estar limpios provenga de un deseo de cambiar de piel (esto explicaría el uso de la piedra pómez para desollarnos por higiene). Si confiáramos en nuestra esencia, ¿permitiríamos que oliera más?

Es posible que todo se remonte a los famosos baños de Moctezuma. Bernal Díaz del Castillo, testigo inmejorable de la Conquista, conocía perfectamente el aroma de sus paisanos. De una armadura se pueden pedir muchas cosas, pero no que tenga ventilación. Es lógico que gente aficionada al ajo, que no puede suspender la guerra para perfumarse y recorre el trópico en armadura, apeste en forma digna de ser consignada por un cronista de Indias. Así lo hizo Bernal al describir a Cortés ante el pulcro Moctezuma. Desde entonces, los mexicanos nos identificamos más con los aztecas que con los españoles, aunque seamos la mezcla de ambos. Asumimos la derrota, pero ganamos en limpieza.

La mayoría de la gente que conozco ha crecido en compañía de parientes que no dejan de lavar cosas. Mi abuela yucateca incluso lavaba ¡el jabón! Lo disminuía con premioso afán, dejándolo pulido, como un talismán que daba pena volver a usar.

"La verdadera higiene es la que no se nota", afirmaba la tía Antonomasia, a quien le gusta desestabilizar conciencias. Había que desconfiar de quienes usaban excesivos perfumes y desodorantes. "La loción es el disfraz del cerdo", sentenció.

Luego, sin que viniera a cuento, criticó a su hermana: "Florinda no tiene remedio, ¿ya vieron su sofá? Le pone forro como si fuera un pañal".

No se llevaban bien por la sospecha, ya legendaria, de que Florinda había tirado a la basura un billete de lotería comprado por Antonomasia que luego salió premiado. Aquella disputa se desvanecía en las mentes de los demás, pero no en las de ellas.

Antonomasia y Florinda se habían quedado solteras sin que eso fuera trágico. Disfrutaban tanto sus respectivas soledades que casi nunca se veían. Disputaban por el billete que valía una fortuna y por la eterna obsesión mexicana: cada una juzgaba que la otra no era suficientemente limpia.

Aquí es donde viene el sello de la época. En los años setenta del siglo XX, se consideraba práctico y tal vez hasta elegante, tener sillones forrados de hule transparente. ¿Cómo triunfó un gusto tan vulgar? Esto sólo se explica en una nación dispuesta a lavar todas las cosas.

Una desventaja de los muebles tapizados es que deben ser limpiados por costosos especialistas. El hule protegía la tela y permitía algo más importante: echarle agua y detergente a toda la sala. Como el hule se opaca con facilidad (basta presionarlo para dejarle huellas digitales), el sillón favorito podía ser lavado a diario con el pretexto de ver mejor su impoluto tapiz de terciopana.

La sala de la tía Florinda era horrenda y se volvió peor con forros de plástico. Antonomasia no la criticaba por cuestión estética sino por el complejo de suciedad que revelaba tener sillones lavables: "La basura se mete debajo de todo, hasta lo que es transparente", dijo por molestar.

Antonomasia y Florinda animaron su distante relación con pleitos por el billete y la higiene, variantes de los mayores temas de disputa: el dinero y los usos del cuerpo.

Cuando la tía Florinda murió, lo primero que hicimos fue quitarle el hule a sus sillones. Una repentina intuición llevó a Antonomasia a darle la vuelta a uno de los cojines. Al reverso encontró el billete premiado. Durante años, ella se había sentado sobre una fortuna que nunca cobró. Hablamos con un abogado y supimos que era demasiado tarde para cobrarla.

El hule transparente ocultaba un blindado escondite. Florinda lo lavaba sin que supiéramos que custodiaba algo incómodo y afrentoso: la fortuna que no sería para su hermana. Entonces entendimos la frase que le decía a Antonomasia cada vez que se burlaba de su sala: "Di lo que quieras: este sofá es mi caja fuerte".

Volteamos todos los cojines y no encontramos nada más, salvo el eterno pasador para el pelo que siempre aparece en esos sitios.

¿Por qué Florinda actuó de esa manera? La moral de la historia parece ser la siguiente: como en "La carta robada" de Edgar Allan Poe, escondió algo a la vista de todo mundo. El mueble del que se burlaba su hermana contenía una fortuna. No le importaba desperdiciar el dinero que podía ser cobrado con el billete; le importaba que no lo tuviera Antonomasia.

También la higiene puede tener un sesgo vengativo. Quizá no nos lavamos tanto por temor a que descubran nuestro olor, sino para mostrar que los otros huelen peor. Fue lo que el impecable Moctezuma logró ante Cortés. En el último balance de la historia, perder la guerra es menos importante que perder la reputación.

Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo



PÁNICO ESCÉNICO

Prostituto y ladrón

Por José Ramón Enríquez

En Nuestra Señora de las flores cuenta Jean Genet cómo un policía de la cárcel de Cherche-Midi, que escribía la ficha acerca de sus costumbres, le señaló con la punta del índice tendido, pero sin tocarla, una palabra en el papel: "Esta palabra (no se atrevió a pronunciar homosexual) ¿se escribe junto o separado?"

Él debió corregir la ortografía de una ficha que habría de perseguirlo por las cárceles de Francia y marcarlo como homosexual, prostituto y ladrón: "Me quedé enajenado".

En una epifanía, vio entonces cómo los ángeles de Dios "son detalles, encuentros, coincidencias del mismo tipo que ésta: el juego de una punta o tal vez la encrucijada de los muslos de la bailarina que hace florecer en lo hondo de mi pecho la sonrisa de un soldado amado". Aquel policía de la cárcel de Cherche-Midi "tuvo el mundo en sus dedos un instante, y lo miró con la severidad de una maestra".

Genet, al escribir su primera novela, era todavía un presidario en espera de condena y se preparaba en unos Ejercicios Espirituales llenos de oraciones para alcanzar amor, consolaciones, desolaciones y epifanías que habría de plasmar en Nuestra Señora de las Flores, en personajes como Adrian Baillon cuyo apodo da nombre a su libro, o Divine, Mignon, Gabriel.., aun en Paul Ragon quien vivía en Rue Vaugirard (tenía la misma edad que tengo hoy) y murió asesinado por Nuestra Señora de las Flores con su blanquísima corbata.

Genet concluyó y fechó su obra en la Cárcel de Fresnes en 1942. Hace, pues, 70 años. En México la publicó Juan Pablos 30 años después y yo la leí por primera vez en 1975, a mis 30 años, la edad en que debe haber muerto Divine, "santa y asesinada por la tuberculosis", tras lanzar su último escupitajo de sangre. Ese mismo que inmortalizó Lindsay Kemp en Flowers, y vimos conmovidos Bruce y yo en el Liceo de Barcelona en 1977.

La danza de las cifras nunca es casual, bien lo sabían pitagóricos y cabalistas. "Son detalles, encuentros, coincidencias..."

Por ejemplo, este año se cumplen 30 del genocidio de Sabra y Chatila, campo al que Genet fue uno de los primeros occidentales en entrar para testificar, en Cuatro horas en Chatila, un horror perpetrado por falangistas cristianos y bajo la inacción (o la invitación a la acción) de tropas israelíes.

El mea culpa de Ari Folman, uno de aquellos soldados judíos, se plasmó en su inagotable poema cinematográfico Vals con Bashir, en el 2008.

Décadas antes, en 1970, con una escenografía magistral de Alejandro Luna, un poderoso Ludwik Margules montó Severa vigilancia, de Genet, con José Alonso, Fernando Balzaretti y Miguel Flores, insuperables. Esa obra que es un canto a la belleza masculina, al amor entre hombres, al monacato carcelario y al crimen y traición como culminaciones de lo beatífico, electrizó a muchos, entre los cuales me incluyo. Como me electrizó 20 años después (en 1990, plenas perestroika y glásnot) la puesta del grupo soviético Satyricon de Las Criadas, que causó polémica en México y, estoy cierto, Genet hubiera aplaudido a rabiar.

Así pues, mi relación con ese "prostituto y ladrón", convicto y confeso en páginas que han marcado un hito en la historia de la narrativa y del teatro contemporáneos, viene de hace más de 40 años. Una vida de compartir los sueños.

Hace apenas dos años se cumplió el centenario del nacimiento de Genet, y el año pasado cumplió 25 de haber muerto.

Merece ser recordado a los 70 de fechar una obra maestra imprescindible.

panicoes@hotmail.com

Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo




Entre una roca y un lugar difícil...

O sea, entre el amor y el dinero

No existen soluciones universales, es decir, lo que le funciona al vecino no es precisamente lo que les puede servir a ustedes

Adina Chelminsky*

(Tercera de III)

Estimado Marido Desesperado: resolver los problemas de dinero dentro del matrimonio es quizá uno de los retos más difíciles que enfrentan las parejas, y no porque su solución implique complicadas teorías o manejos extraordinarios sino porque, aun en pleno siglo XXI, vivimos rodeados de tabúes y dobles mensajes acerca de cómo se debe tratar el dinero con la persona que amamos (o por lo menos con la que vivimos en el día a día). Frases como “no le digas a tu papá”, “a las mujeres ni todo el amor ni todo el dinero” o “lo que no sabe no le puede doler”, determinan nuestro actuar explícita o, aunque no lo queramos aceptar, implícitamente.

¿Qué tan factible es cambiar la dinámica monetaria de la relación? Todo depende del interés y el empeño que apliquen ambos… He aquí unos consejos que los pueden ayudar:

No existen soluciones universales: lo que le funcionó al vecino (o al invitado del talk show) no es precisamente lo que les puede servir a ustedes. Elaboren, vía ensayo/error, los estándares de su propia relación monetaria.

Los ánimos caldeados no llevan a ninguna parte, no esperen a enfrentar una crisis (ya sea de dinero o relacionada con dinero) para empezar a hablar sobre el tema.

No puedes pedir lo que no estás dispuesto a dar. Primero piensen, por separado, sobre sus metas individuales, sus errores, gustos y predilecciones en cuanto al dinero, sus límites… Así podrá cada uno saber qué puede pedirle a la pareja.

Una palabra: comunicación. Designen un tiempo específico (cada semana o cada 15 días) para tratar temas de dinero. En un principio no va a ser fácil, pero es vital. Utilicen este espacio no sólo para tratar problemas sino también para poder elaborar:

* Metas y objetivos de corto, mediano y largo plazos.

* Un presupuesto con prioridades de gasto y metas de ahorro.

* Estrategias de inversión.

* Planes de seguros y testamentos.

Cambien. No existen planes o reglas de dinero inamovibles, éstas se deben ir adaptando poco a poco para ajustarse a los “eventos de la vida” (llegada de los hijos, retiro…), así como a sus cambiantes necesidades y preferencias.

Aprendan juntos. Una excelente manera de fortalecer la relación (emocional y financiera) es investigando y averiguando sus dudas en temas financieros. Tomen en pareja un curso de finanzas personales o lean juntos libros sobre el tema.

Peleen limpio. Cuando lleguen a tener un enfrentamiento por cuestiones de dinero procuren no insultar o hacer generalizaciones que puedan llegar a lastimar (eres un codo… eres igualita a tu mamá… por qué no eres como mi papá): ninguna cantidad de dinero es lo suficientemente valiosa como para compensar el daño que las palabras pueden hacer.

Estár preparados. Es cierto que cuando el dinero sale por la puerta el amor salta por la ventana, por lo que deben estar preparados para enfrentar cualquier “inesperado”, tengan al día una cuenta de emergencia, seguros y testamentos.

No le pidas peras al olmo. Es imposible “cambiar” a la otra persona, ni siquiera lo intentes; lo que sí puedes hacer es corregir sus hábitos y errores, no actuación, pero jamás su carácter individual (o sea, no pretendas hacer de una persona muy conservadora en su gasto un gastador).

Quién es quién. Asignen de antemano las responsabilidades del manejo monetario del hogar (quién paga las cuentas, quién hace los movimientos de las inversiones…), así evitarán los conflictos ocasionados por duplicar responsabilidades o por olvidarlas.

Un poquito para mí solito. Manejen, cada uno de ustedes, una cantidad de dinero personal del que no tengan que rendir cuentas a la pareja: independientemente de quién sea el que gana el dinero, cada miembro de la pareja debe contar con ese “espacio de gasto individual”.

Los secretos son de mala educación. Mantener secretos de la pareja (gastos, cuentas o manejos ocultos) puede arruinar no sólo las finanzas de la familia sino el nexo de confianza que existe entre ambos.

Los trapitos sucios se lavan por profesionales. Si necesitan ayuda, ya sea para resolver problemas de relación o de dinero, acuda con las personas indicadas, ya sean sicólogos, asesores financieros, notarios o agentes de seguros.

Por último, y quizá una de las cosas más importantes de la relación en pareja, no esperes perfección del otro. TÚ TAMPOCO ERES PERFECTO: aprende a tolerar los detallitos de tu pareja, seguramente tú también tienes los tuyos.

*Especialista en finanzas personales

Doktor Dinero

adina@doktordinero.com

www.doktordinero.com

EL DICTADOR CON SACHA BARON COHEN, BAJO ADVERTENCIA:

SACHA BARON COHEN FUE ADVERTIDO POR LA ACADEMIA NO PODER DESFILAR EN LA ALFOMBRA ROJA PARA INGRESAR A LA CEREMONIA DE ENTREGA DE LOS OSCAR, CON SU ATUENDO DE "DICTADOR", COMO ÉL PRETENDE.
HE AQUÍ LA CONTESTACIÓN DEL EXTRAORDINARIO ACTOR:

sábado, 18 de febrero de 2012

CALDO DE BUITRE: SI NO HAS TENIDO LA CURIOSIDAD O LA OPORTUNIDAD...

...de saber quién es
JOSÉ JAIME RUIZ
...qué recopiló y complementó
...o en qué tareas anda?

TE LO ESTÁS PERDIENDO

Visita: http://bit.ly/ygIUNM de Margarito Cuéllar en Laberinto de MILENIO

¿Qué hay detrás del nombre SILVIA CHEREM DE SHABOT?




MEDALLA ANAHUAC EN COMUNICACIÓN 2012

SILVIA CHEREM S.

16 de febrero de 2012

BUENOS DÍAS

Con humildad, enorme cariño y gratitud recibo el honor que me confiere la Universidad Anáhuac al otorgarme la Medalla Liderazgo Anáhuac en Comunicación 2012. Agradezco esta deferencia especialmente al rector Jesús Quirce Andrés, al Dr. Carlos Gómez Palacios, director de la Escuela de Comunicación, y a Laura King, coordinadora de Radio y Periodismo de esta misma facultad.

Queridos alumnos, maestros, directivos universitarios, familia y amigos:

Me refiero a los alumnos en primer término porque desde el día que me sorprendieron con la noticia de que había sido agraciada con esta Medalla Anáhuac en Comunicación, no dejo de pensar en aquellos días en los que yo también, como ustedes, ocupé una de esas sillas, soñando con ser una profesionista destacada, ávida de aprender, inmersa en un remolino de dudas e incertidumbre.

Quiero contarles tres historias de mi vida, puntos que al ser hilvanados permiten entender, quizá, por qué estoy aquí, por qué tengo el privilegio de dirigirme a ustedes… En todas ellas, como leit motif de mi existencia ha estado vigente la terquedad para alcanzar, la pasión –mezcla de osadía, tenacidad e ingenuidad–, el deseo de aprender y compartir, la decisión de ser insumisa, de no aceptar las reglas del juego, de reinventarme luchando contra injusticias, fanatismos, confort y mentiras.

La primera historia tiene que ver con parir al periodismo, con hacer callo.

Sin mayor conciencia me fui preparando para llegar a los grandes medios. Mientras crecían mis hijos me volqué al Comité de Padres de su escuela, cursé una maestría y un diplomado, y dirigí en casa revistas en las que era yo la mil usos: escribía, diseñaba, vendía anuncios y sólo me faltaba salir a vocearlas. Daba pasos para incursionar en los medios de comunicación y en 1994 llegó el momento.

No conocía a nadie en los periódicos nacionales y hubo quien me desalentó arguyendo que, sin padrino, nunca llegaría a ver una sola línea publicada. El Reforma nacía entonces. Respondió a mi llamada René Delgado: “Sé que han contratado a las mejores plumas de México. Yo no tengo experiencia, pero quiero ser periodista”. Su respuesta fue contundente: no hay espacio. Insistí. Me conformaba con que leyera y evaluara textos míos, editoriales con respecto al despertar zapatista en Chiapas, quería saber si iba por buen camino. Fue amable, pero contundente: “no hay lugar”. Hablé a La Jornada, a El Financiero, a Proceso, a todos… ni siquiera me tomaban las llamadas. No perdí la mira: sería periodista.

Preparaba entonces mi tesis de maestría en Sociología sobre el campo mexicano y las reformas al Artículo 27 constitucional. Por casualidad conocí a un hacendado invadido por los zapatistas. Escribí un artículo y lo mandé por fax al periódico El Financiero –no soy tan vieja, pero aún no había Internet. Unos días después, el 17 de octubre de 1994, “Chiapas, ¿justicia para quién?”, apareció publicado a plana completa. Casi me desmayo…

Sin embargo, ese no fue el principio. Parí la carrera del periodismo dos meses después. Me enteré que casi un ciento de pequeños y medianos propietarios que vivían en Ocosingo, Altamirano y las Margaritas, los tres municipios invadidos por los zapatistas, llegaban a la capital para ponerse en huelga de hambre como un reclamo al gobierno por su actitud pusilánime, su incapacidad para hacer válida la ley. Se decían “víctimas de los zapatistas”, sus predios estaban gobernados por guerrilleros que les arrebataron casa, tierra y cosechas.

Contrario a lo políticamente correcto –porque el subcomandante Marcos gozaba de credibilidad como un seductor Ché Guevara que al fin traería la igualdad al mundo, un idílico y guapo salvador con pasamontañas que despertaba pasiones a granel–, incité a los huelguistas a que me contaran cómo, cuándo y con qué métodos se fue armando el movimiento guerrillero. La incertidumbre con respecto al zapatismo era total, en aquel momento no sabíamos cuáles eran las verdaderas intenciones de aquellos encapuchados que nos tiraron de la cama cuando soñábamos con el primer mundo. Todo se basaba en rumores, fanatismos ideológicos, manipulaciones y especulación.

Durante varios días me eché ahí, en Paseo de la Reforma, en los plásticos de los huelguistas para platicar con ellos, para ganarme su confianza. Convencí a una decena de los líderes que respondiera a mis preguntas para intentar reconstruir los comprometedores detalles, los momentos precisos de la historia. Discutían, intentaban recordar, conectar los eslabones.

Las conclusiones resultaron devastadoras, la mano de todos los santones del poder estaba involucrada: el presidente Salinas de Gortari, el Ejército y los altos mandos de la Secretaría de la Defensa Nacional, inclusive la Iglesia.

Me regalaron las copias de los casettes con conversaciones que interceptaron a los guerrilleros. Los zapatistas contabilizaban chocolates, así les llamaban subrepticiamente a las armas que iban atesorando. En franca oposición al movimiento armado y a la guerra que se avecinaba, estos huelguistas me contaron que, impotentes y temerosos, primero informaron a los comandantes militares de la zona y luego, como nada pasó, como el desdén de las autoridades fue absolutamente proporcional al incremento de las armas, buscaron la forma de mandarles informes y copias de las cintas al Secretario de la Defensa y al propio Carlos Salinas de Gortari. Lo lograron casi un año antes de que irrumpiera la violencia, pero nada de peso sucedió porque México estaba más preocupado por alcanzar el Tratado de Libre Comercio con sus vecinos del norte, que por la pobre realidad del sur olvidado. Chiapas, en su soledad e injusto abandono, fue el caldo de cultivo ideal para bajarnos de la nube. Y no fue sorpresa, como aseveré en el reportaje: lo sabían todos.

Documenté también los mecanismos que usaban algunos párrocos afines a la Teología de la Liberación en su afán de hacer proselitismo por la causa guerrillera. La historia es increíble: llegaban a los pueblos, pedían que los indígenas hicieran pirámides humanas, los dejaban un largo rato soportando el peso de sus compañeros para incitarlos a reconocer que el cansancio de los de abajo obedecía necesariamente a “cargar sobre sus hombros a los de arriba”. Eran arengas demoledoras: “Si movemos la pirámide, tumbaremos a los que están arriba”.

Para mí, y creo que luego para los lectores, fueron espeluznantes revelaciones. Me sirvieron además, años después, para cimbrar al obispo Samuel Ruiz, quien más que dejarse entrevistar parecía empeñado en darme un sermón y, sólo con la provocación, logré sacarlo de su zona de confort para develar su esencia.

Escribí el texto sin saber si alguien se animaría a publicármelo y lo mandé por fax a cuanto medio vino a mi mente. Un par de horas después, René Delgado, el mismo que me había dicho que en Reforma no había lugar para mí, me llamó interesadísimo, me citó el lunes con el diskette. “No se lo ofrezcas a nadie más, es mío”, puntualizó. Era viernes en la tarde, corrí de una redacción a otra, convenciendo a los vigilantes para acceder al fax arguyendo que, “por error”, unas páginas mías habían llegado a sus oficinas.

Gozosa, ese fin de semana le di a leer el texto a un querido amigo, un hombre informado y gran lector. Me desanimó porque el México de entonces era otro: “¿Qué no sabes en qué país vives? Con ese texto te van a mandar a matar”, me sentenció. Al fin lo había logrado: me habían abierto la puerta en el periódico y ahora resultaba que publicar ponía en peligro mi vida y la de mi familia.

Después de meses de absoluto deseo de llegar a las grandes ligas, ¿cómo podía decir que por miedosa no lo publicaría? Frente a René Delgado apelé a una salida “digna”. Mentí. Dije que la identidad de los entrevistados era dudosa, señalé que sus teléfonos de contacto no correspondían por lo que temía que la historia pudiera ser falsa.

René Delgado respondió: “Entonces suspenderé la portada”. ¿La qué? Cuando oí “la portada”, me fui de espaldas. Ignorante del espacio que ocuparía mi reportaje, pensé que, si acaso, me darían un fragmento en el último rincón del periódico. Se trataba del reportaje principal del “Enfoque”, con una entrada en la primera plana del periódico.

Me amaché y le confesé la verdad: era yo presa del más corrosivo miedo. René, empático y comprensivo, dijo que seguramente no me iba a pasar nada, pero reconocía que el reportaje era duro, abría la caja de Pandora. Me dio una semana para pensarlo. “Quizá sea la primera y última primera plana de tu vida”, señaló. Añadió una verdad contundente: “Los periodistas vamos haciendo callo con la experiencia. Tú eres novata y así, sin protección, te vas a dar un encontronazo contra la pared”.

Sufrí, lloré, cavilé, me armé de valor y regresé a la semana siguiente. El domingo 13 de noviembre de 1994, fecha en que se publicó “Chiapas, la otra versión: ‘Lo sabíamos todo’”, desde la madrugada esperé el Reforma sentadita en el garaje de mi casa. Al ver mi nombre en letras gigantes, o así las vi yo, quedé paralizada. Ahora sí me van a matar, pensé. El pánico fue tal, que imaginé que con sólo asomarme a la puerta me acribillarían. Nada pasó. La única consecuencia fue que el periódico recibió cartas aclaratorias, cartas de queja, cartas de apoyo. Respuestas civilizadas a un buen escándalo.

Así, reflexioné, se abrirían para mí las puertas del periodismo de grandes ligas. No fue cierto, tuve que seguir luchando. Y aún hoy, free lance por decisión, vivo buscando que mis trabajos sean publicados; soporto con estoicismo desafíos, agravios y desaires de entrevistados y editores, padezco miedo a raudales. No obstante, ello no es freno. Es motor.

---------

La segunda historia tiene que ver con aquello que llaman vocación. ¿Decidí ser periodista? No lo creo. Desde niña soy terca, curiosa, preguntona, ávida de aprender, pero no leía suficiente y no sabía escribir. Eso tendría que aprenderlo en el camino.

Estudié Comunicación por error. Hoy digo que quizá fue por suerte. Eran tiempos en que las Humanidades eran desdeñadas. Si eras bueno para Matemáticas, Química o Física era absurdo “desperdiciarse” queriendo estudiar alguna Ciencia Social, eran rollos para tontos. De hecho, muchos de los que llegaban a estas aulas era porque al consultar los programas de estudio, detectaban que no tendrían que volver a enfrentarse más a números.

En mi caso, al salir de prepa, incapaz de decidirme, estaba aceptada en casi todas las universidades del Distrito Federal, públicas y privadas, para estudiar desde Biología y Nutrición, hasta Literatura, Psicología e Historia del Arte. Había estudiado el área de Química-Biológicas en tercero de prepa, la más difícil, para evitar que se me cerraran puertas y, sobre todo, motivada por mis maestros que me incitaban a abocarme a lo único que verdaderamente era trascendente: las ciencias duras.

Una noche, platicando con un querido tío, con argumentos insulsos fue él descartando todas las carreras que había en mi mente. No podía ser psicóloga porque me involucraba demasiado en los problemas de otros. Como bióloga pasaría la vida en un aburrido laboratorio. De literata no había futuro, menos aún como historiadora del arte. Sugirió que estudiara una “carrera nueva”, de nueva no tenía nada, llevaba casi dos décadas en la Anáhuac: Ciencias de la Comunicación Social que parecía incluirlo todo.

El problema era que en la Universidad Anáhuac estaba inscrita en Psicología, que las clases ya habían comenzado y que Comunicación era la carrera más saturada. Al enseñarle mi certificado de prepa al rector Alfonso Samaniego me espetó: “Y este papelito, ¿dónde lo compraste?”. No quiso cerrarle las puertas a una matadita y así llegué aquí, soñando con estudiar dos o tres carreras simultáneamente para saciar mis afiebrados apetitos: Comunicación, y quizá, ya encaminada, inscribirme también a Biología y Arte.

Mi generación conjuntaba a la gente más loca de esta universidad, gente inquieta, creativa, revoltosa e insumisa. Lo paradójico era que vivíamos una esquizofrenia entre aquellos maestros que, en un eterno complejo para darle a las ciencias sociales carácter científico, se empeñaba en la investigación racional, mientras que otros se regodeaban en la libertad artística y creativa del individuo.

Maestros como Ángel Sáiz, el director de la carrera, buscaban enseñarnos a plantear hipótesis, hacer predicciones precisas mediante métodos rigurosos, cuantificar objetivamente el comportamiento y apelar a leyes y razonamientos irrefutables, definitivos, certeros y universales. Insistía él que Comunicación es poder y, basado en Marshal Macluhan, sostenía que el medio es el mensaje y que el impacto puede ser perfectamente medible.

El españolito Manolo nos enseñaba reglas de inferencia para silogismos como ponendo ponens y tollendo tollens, provocando la risa de latosos como Julián que no perdía ocasión para gritar: “Hay….cervezaaas”, y para provocar al maestro inventando chistoretes como “el suponendo ponens”. Oscar Koslowsky reprobaba a casi todos, lo suyo era la desviación estándar, las varianzas, raíces cuadradas, medias aritméticas, datos y tendencias. Y Gastón Melo nos mandaba a hacer investigación de campo: Lourdes aceptó ir a bailar ballet en la Alameda con tutú y zapatillas a fin de observar y medir respuestas y percepciones porque, según decía en un cartel con el que recolectaba monedas, no podía pagar sus estudios de danza. Lo paradójico fue que ¡hasta el tragafuegos contribuyó a su causa! Hacía tanto calor que, como metáfora, las monedas de su limosna le quemaban las manos, estaban ardientes, resultaba imposible levantarlas del suelo.

Incluso los maestros de publicidad cayeron en la trampa de este “rigor científico”, empeñados en hallar mensajes subliminales. ¿Si hay sexo, el consumidor comprará más? Según ellos había escenas eróticas en los hielos de las bebidas, en las cajetillas de cigarros, en los sundaes con plátanos, en los cómics de Superman, hasta en las películas de Disney. Mis compañeros asentían hallando apetitosas nalgas, senos y penes abultados donde yo, recordando el cuento “El traje nuevo del emperador”, difícilmente los veía.

Fastidiados de tanta teoría, hartos de ser “hijos de Sáiz”, comenzaron las revueltas y las migraciones masivas de los estudiantes de Comunicación. Muchos se fueron a la Universidad del Nuevo Mundo, que prometía ser más pragmática, pero los que nos quedamos tuvimos el privilegio de leer a pasto: Samuel Beckett, James Joyce, Herman Hesse, Aldous Huxley, George Orwell… gozar de clases de maestros inolvidables que en la línea científica y, sobre todo, en la veta artística nos marcaron para siempre. En mi caso estos últimos fueron la piedra de toque para enamorarme del arte, para entrevistar artistas plásticos y escribir, décadas después, Trazos y revelaciones.

Sarita Topelson, por ejemplo, nos enseñó a nadar con gracia en todas las corrientes del arte y la cultura del siglo XX. Cualquiera que haya pasado entonces por estas aulas, recuerda los apasionados desvelos en equipo para poder presentarle al salón –con videos, actuaciones, bailes y toda clase de recursos creativos– el tema que nos había tocado: cubismo, dadaísmo, surrealismo, cine musical, corrientes arquitectónicas como el Bauhaus o “el menos es más” de Mies van der Rohe. Fue Sarita una puerta grande para entender que el arte es la forma más intensa del individualismo, la rebelión del hombre ante el status quo, porque como parafraseó Picasso: el arte no es más que una mentira que permite comprender la verdad.

Igualmente geniales fueron las clases de Cine de Nacho Durán, un experto en corrientes cinematográficas. Era tal su pasión por el séptimo arte que se sabía de memoria los parlamentos completos en italiano de Ladrón de Bicicletas de Vittorio de Sica; en francés los de Sin aliento, de Jean Luc Godard, personificando a Jean-Paul Belmondo en plena seducción a la guapa Jean Seberg; y los movimientos de cámara de El acorazado Potemkin, propaganda rusa muda filmada por Eisenstein en 1925.

Mario Nader, un genial gruñón, nos acercó a una cámara fotográfica y al cuarto oscuro. Me resultaba absolutamente conmovedor ver aparecer los grises inequívocos hasta alcanzar la magia del contraste. Nos enseñó a mirar con luz, a descubrir que nada está dado, que el blanco y negro es más que color. No perdía oportunidad para provocarnos, continuamente le decía a su adjunta: “Chamúscalos, Lola”.

Tuvimos hasta un seductor rockstar: Carlos Fernández Collado, recién doctorado en Michigan State University, artífice de que la ciencia podía ser atractiva. Discípulo de Erving Goffman, el padre de la microsociología, nos dio cátedras de interacción interpersonal, motivándonos a pensar, cuestionar, inferir y reconocer el “tratamiento de no persona”. La realidad es, decía, una simple construcción social, no existe. No estaba tan errado.

Fuimos una generación que rondó los límites nihilistas del existencialismo más embriagante, no le teníamos miedo a nada, éramos absolutamente inquisitivos, desafiantes y espontáneos. Nuestro salón parecía antro desde las 7 de la mañana porque todo el mundo fumaba, maestros y alumnos, algunos de todo y a todas horas, y la luz de nuestras aulas era la última que se apagaba en la universidad porque CCS era una fiesta de gozo, reventón y creatividad eterna.

Esta carrera a la que entré por error, me dio seguridad, me regaló licencia para preguntar, para seguir aprendiendo sin tregua, para vivir apasionada aquilatando las palabras, pisando el suelo, escuchando la voz de los silencios. He presenciado un trasplante de corazón o la fecundación de óvulos in vitro. Entrevistado Premios Nobel, luchadores y vedettes; políticos y genios del arte. Las psicologías, las filosofías, el arte y las incontables estadísticas que aquí aprendí, me regalaron herramientas para cuestionarlo todo, incluidos los dogmas sociales, religiosos, culturales o políticos, a sabiendas de que nada es absolutamente verdad, nada es eterno, ni siquiera las ciencias duras. Ciencia o no, Ciencias de la Comunicación Social, fue la universidad de la vida.

-------------

Va la última historia y tiene que ver con mi condición de mujer. En mi casa, había un cierto resquemor de que perdiera el rumbo en el ámbito universitario, si iba a estudiar era mejor cerca de casa. Aunque mis papás –a quienes adoro y agradezco que estén hoy aquí y aplaudan amorosamente mis triunfos– me estimularon a ser “la mejor estudiante”, en el fondo aspiraban a que fuera una buena ama de casa y quizá en su mente mi carrera no era más que MMC: “mientras me caso”.

Yo fui hija de mi tiempo. La lucha por la libertad de la mujer es relativamente reciente. En México, en el Código Civil de 1884 se estipulaba que las mujeres casadas eran “imbéciles por razones de su sexo”, por tanto tenían vedado realizar ninguna transacción con respecto a sus propiedades sin el permiso de su marido. La resistencia de una cultura machista, cristiana y conservadora, como es la mexicana, es tal, que esta legislación se mantuvo hasta 1927, las mujeres votaron hasta 1953, y, aún hoy, sigue siendo ardua la lucha para alcanzar la igualdad de género.

El feminismo, como sostiene Sara Sefchovich, es quizá la mayor revolución del siglo XX porque ha significado la crítica más radical a la tradición del pensamiento occidental y a la estructura del poder en todos los ámbitos: político, económico, laboral e inclusive al interior de la familia. Esperanza Brito, una de las feministas más aguerridas y relevantes en México, transformó su vida a partir de 1966 cuando a los 35 años y con seis hijos en su haber se preguntó si su objetivo en la vida iba a ser 40 años más de pelar papas, doblar calcetines, peinar niñas e inventar guisos. Y no encontró el camino destruyendo su hogar, sino, por el contrario, fortaleciéndolo.

Gracias a ella y a muchas más mujeres que se revelaron al encierro, que alimentaron con fortaleza a sus hijos: hombres y mujeres, el feminismo ha ido provocando que las estructuras y la forma de pensar se tambaleen. La visión de género ha permitido poner en duda, proponer y adoptar nuevos caminos, a sabiendas de que no hay verdad única ni universal. Ha sido la subversión de todo un orden social, de una manera de pensar y de ver el mundo, ha sido una prolífica búsqueda.

Yo crecí viendo a mi abuelita materna Sara esconder en el clóset su único diploma que obtuvo ilusionada de ser escritora –el del Certamen del Día de las Madres de la fábrica El Calcetín Eterno. Lo obtuvo siendo adolescente y, ya casada, lo guardaba recelosa como si fuera una vergüenza que debía ocultar en la intimidad. Ella, y tantas otras mujeres frustradas, fueron un libro abierto; viéndolas aprendí que, para ser felices, las mujeres debemos gozar de un espacio propio, sin tener que pedir permiso.

Tuve la suerte de hallar un hombre que desde el primer momento entendió que para estar amorosamente atados, debíamos volar en libertad, y eso hace casi 30 años. Me casé con Moy en sexto semestre de la carrera, fue por eso que dejé la Biología para otra vida. Me embaracé en séptimo –mi papá decía que le salvaba el honor por un mes–; di a luz al terminar octavo y amamanté a mi pequeñito, la mascotita del salón, en noveno y décimo.

En estos jardines, en los que Salo creció y le conté sus primeros cuentos, aprendí que no hay imposibles para quien se atreve a soñar. Nada sería impedimento. Podía intentar ser esposa, mamá, profesionista y generosa amiga, porque creo fervientemente en el valor de la amistad, si mantenía la lucidez y disciplina para fijar la mira en objetivos claros, en metas paulatinas y alcanzables. Fui de las primeras en recibirme de mi generación ya con dos niños, Salo y Pepe. Seguí estudios de posgrado y siempre encontré cómo trabajar en casa para estar cerca de Salo, Pepe y Raquel.

Claro que no fue fácil, implicó dolorosos sacrificios en tiempos y espacios, jaloneos y culpas. Recuerdo alguna vez que frustrada, platicando con mi querida amiga Dileri, le confesé la envidia que me daba verla exitosa, ganando un sueldazo en una agencia de publicidad, mientras que yo pasaba los días entre pañales y sollozos, sin encontrar tiempo ni siquiera para leer. Ella respondió dándome una gran lección: “Tú no sabes cuánto quisiera yo cambiar mi portafolio por tu pañalera”.

El “éxito”, si existe como tal, desde mi perspectiva sólo se consigue en equilibrio y para la mujer no está peleado el ámbito laboral con el familiar, al contrario, éste se enriquece con el trabajo femenino. He visto a muchos y muchas encumbrados pagar una costosa factura al descuidar hijos, pareja y familia. En mi caso, Moy y mis hijos han compartido mis éxitos, luchas, preocupaciones, temores y fracasos.

Basta preguntarles para que vayan recordando historias. Octavio Paz colgándome el teléfono y luego mis desafíos para obligarlo a respetarme. El procurador de Quintana Roo gritándome a través de los micrófonos de Carmen Aristegui en CNN para silenciarme por el caso de la desparecida joven israelí Dana Rishpy. La frustración porque Shimon Peres accedió sólo a 5 minutos de entrevista cuando me preparé meses para el encuentro, y luego el convencimiento para que me recibiera de madrugada en su hotel. Las idas con Leonora Carrington a comprar el mercado, un erizo de quien finalmente me volví amiga. La persecución a Benjamín Netanyahu por toda la ciudad hasta que lo encontré en la Hacienda de los Morales y el jaloneo de su escolta que casi me acribilla. Ramírez y las luchas guerrilleras de los sandinistas en Nicaragua. Las enloquecedoras esperas a Julio Galán en Monterrey o a Daniel Barenboim en Chicago. Los alucinantes encuentros con Arturo Rivera quien sólo podía concentrarse empastillado y entre nubes de mota. Mi necedad por cuestionar a Reyes Tamez sobre su sexenio en la SEP y, tras sus negativas, mi propuesta de entrevistarlo ese mismo día en un vuelo de 14 horas o más a Santiago de Chile, como finalmente fue. La entrevista a un criminal en un vuelo público, de vacaciones, porque uno es periodista de tiempo completo. La peligrosa aventura de ir a los cuarteles de Arafat a unos días de su deceso. Conocer a Karen, la víctima del tsunami, o a Regina, una madre con SIDA…

Tener mi espacio propio, el periodismo, me ha permitido descifrar los hilos que impulsan la creatividad, develar móviles y mentiras de políticos y predicadores, desanudar las pasiones con las que tejen sus urdimbres los santones del poder, saborear las búsquedas de los científicos, rehuir a las verdades únicas y descubrir aquello que motiva las pulsiones humanas. Aprender y compartir.

Nuestra mesa ha sido espacio para la convivencia estrecha con amigos pintores, políticos, científicos, empresarios y periodistas. Desde Granados Chapa o Lorenzo Servitje, hasta creadores como Rojo, Felguérez, Carrington, Aceves Navarro o González de León. Para mis hijos, para Moy y para mí, mi oficio ha sido presenciar la historia en primera fila, la posibilidad de hurgar, viajar por el mundo y aprender en cualquier rincón.

Mi mayor éxito es ése: mi casa enriquecida con cultura y pasiones, mi pareja, mi familia. Tener mi mesa llena semana a semana, con hijos generosos que saben conversar, que han sido capaces de crecer como hombres y mujeres de bien, sabiendo comprometerse en el amor, en el trabajo y en la conciencia social. Hoy, además, con sus parejas, bien elegidas: Adela, Dorit y Jony; y con la “peque” Silvita, un remolino de vitalidad que seguramente enseñará el rumbo a los nietos que vendrán.

---------

Dije que serían tres, pero quiero hacer una referencia adicional con respecto a la ética en nuestra profesión, a la responsabilidad del comunicador. ¿Existe la objetividad? No. Somos seres humanos y, por tanto, dueños de un bagaje cultural, religioso e ideológico, sujetos a una manera de ser y percibir la vida, herederos de un tiempo y un espacio en la historia. Más aún, cada uno de los medios tiene dueños con ideologías e intereses propios a los que la mayor parte de los periodistas se pliegan, por necesidad y autocensura, y los consumidores se someten con ceguera e incapacidad analítica. Así, suavecito y cooperando se construye la realidad, así se han ido normando los criterios sociales y el status quo.

Grandes mentiras se han propagado porque subyace una ideología oculta y no declarada del medio, del comunicador, del contexto político o social en cuestión, inclusive del usuario. Como señala el politólogo chileno Manuel Luis Rodríguez: “No existe el comunicador, el periodista o el escritor aséptico, apolítico, impoluto, independiente o higiénicamente desprovisto de toda ideología y de toda inclinación política”.

Por tanto, debemos de ser responsables y suficientemente humildes con lo que transmitimos porque la visión siempre es parcial, porque desde donde nos coloquemos nunca lograremos contemplar la totalidad de una historia. Siempre algo imprevisto: un obstáculo, un puente, una desviación, impide tener la panorámica completa. La verdad, por tanto, siempre es relativa, dudosa, cuestionable y confirma lo que bien aprendimos en CCS. Uno: el medio es el mensaje. Dos: la realidad se construye socialmente.

Como periodistas o comunicadores debemos intentar mostrar todos los lados de una historia, comprobar fuente por fuente antes de publicar cualquier línea, escarbar aristas, analizar contextos, tratar de ser justo y transparente al presentar una temática.

Hoy, con medios más calientes en los que el usuario participa: internet, Facebook, Youtube o Twitter, cualquiera puede ser reportero independiente. La oferta se ha enriquecido con la rapidez y la transparencia de la tecnología que une al mundo, pero justamente eso –la rapidez y la transparencia– son nuestra condena si no tenemos capacidad de discernir entre lo importante y lo accesorio, entre el rumor y la noticia. Ser profesionistas responsables. Ser decentes. Ser éticos. Mi consejo es trabajar a conciencia, cuestionarlo todo, no traicionarnos aunque nos cueste el puesto. Nada vale más que ser congruente con uno mismo.

Aníbal, uno de los más grandes estrategas militares de la historia, estadista cartaginés, tuvo siempre la creatividad para buscar el rumbo. Cuando sus generales le dijeron que resultaría imposible cruzar los Alpes sobre elefantes, les respondió: Aut viam inveniam, aut faciam. Si no encuentro el camino, lo haré yo mismo.

En mi caso, ese ha sido mi motor, saber que si hay una puerta cerrada, se pueden buscar caminos alternos para llegar. Los incito a que ustedes también escuchen su corazón, luchen con pasión y sentido de la ética, cuestionen, vivan sus sueños y no los de otros, y dejen a su paso su huella única, su propio camino. Para eso vivimos. Sólo así se llega gozoso, sólo así se alcanza…

MUCHAS GRACIAS.