PÁNICO
ESCÉNICO
Los
conversos
Por José
Ramón Enríquez
El autor aborda el
libro 'Ovejas Negras', del escritor Emiliano Ruiz Parra
Son mayoría
los estudiosos que hoy ven a los pueblos como protagonistas de su historia, a
diferencia de un pasado, no tan lejano, en que la historia se leía desde las
vidas de seres especiales, que llegaban "providencialmente" a cambiar
destinos.
El pueblo es
el protagonista a pesar de estructuras que, como la jerarquía católica, se
encierran en cesarismos que quisieran inexpugnables pero resultan demasiado
manchados por corruptelas al peor estilo renacentista.
Los pueblos
actúan, con todas las dificultades y lentitudes que se van encontrando, para
empujar los cambios a regañadientes de pastores que quisieran ser más
omnipotentes que el Todopoderoso.
Esto me lo
subrayó un compañero de mesa, el padre Lugo, durante la presentación del libro
de Emiliano Ruiz Parra, Ovejas negras. Rebeldes de la Iglesia mexicana del
siglo 21, cuando yo calificaba como providenciales tanto al Papa bueno, Juan
XXIII, como a Pablo VI, por haber convocado, uno, al Concilio Vaticano II y por
haberlo llevado, el otro, a buen puerto con todas las dificultades y
contradicciones que pudo haber en el camino.
No se puede
negar la clarividencia de estos dos papas, pero los cambios, las reflexiones y
las aperturas que la iglesia católica habría de experimentar, se habían venido
gestando en el seno de las comunidades, en el pueblo de Dios, protagonista
auténtico de su historia.
Esto es
importante tomarlo en cuenta ahora que se espera tanto de los caminos que
andará el papa Francisco. La olla de presión en que está convertida la
estructura eclesial, desde su cúpula burocrática hasta los más
"insignificantes" de sus bautizados, exigen cambios que, ojalá, sean
comprendidos y llevados a cabo por otro papa bueno, el que hoy ha elegido
llamarse como el poverello de Asís e inicia, con ello, una serie de signos que
aplaude la mayoría de los católicos.
Y si no los
comprende o si el exceso de prudencia amenaza con paralizarlo, ojalá que se
deje convertir, como otros pastores, por el pueblo al que sirve. Como quiera
que sea ese pueblo seguirá caminando en dimensiones temporales imprevisibles.
Y esta es
una de las características que se repiten en los personajes cuyos perfiles
traza Emiliano Ruiz Parra en su libro Ovejas negras: de una u otra forma son
conversos.
De familia
con aristocracia eclesial (sobrino de obispo y primo de los sacerdotes
humanistas Méndez Plancarte) don Sergio Méndez Arceo, doctor en historia,
publicaba el libro La Real y Pontificia Universidad de México, en 1952, el año
en que fue nombrado obispo de Cuernavaca. Pero su pueblo y el Vaticano II lo
convirtieron, dejó vuelos académicos y se metió a fondo en la historia hasta
ser calificado por la derecha como Obispón Rojo.
A don Samuel
Ruiz, obispo de San Cristóbal, que llegó a su diócesis tras ser padre
espiritual de Seminario en zona cristera, lo convirtieron sus indígenas,
quienes lo llamaron Tatic.
Y lo mismo
habría de sucederle a Fray Raúl Vera OP: lo convirtió el pueblo indígena y
pobre, en San Cristóbal, y en Saltillo sigue fiel al pueblo de Dios. Con eso no
contaban quienes lo enviaron a suceder a Don Samuel, con las intenciones con
que enviaron al Cardenal Posadas a desmontar la obra de Don Sergio. Sólo que el
Cardenal no se dejó convertir.
Casi todos
los personajes del libro de Emiliano Ruiz Parra, Ovejas negras (Océano, 2012),
son conversos porque en la Iglesia las ovejas han convertido a sus pastores,
desde su fundador que por ello fue crucificado y resucitó.
panicoes@hotmail.com
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ESCÉNICO
Los
conversos
Por José
Ramón Enríquez
El autor aborda el
libro 'Ovejas Negras', del escritor Emiliano Ruiz Parra
Son mayoría
los estudiosos que hoy ven a los pueblos como protagonistas de su historia, a
diferencia de un pasado, no tan lejano, en que la historia se leía desde las
vidas de seres especiales, que llegaban "providencialmente" a cambiar
destinos.
El pueblo es
el protagonista a pesar de estructuras que, como la jerarquía católica, se
encierran en cesarismos que quisieran inexpugnables pero resultan demasiado
manchados por corruptelas al peor estilo renacentista.
Los pueblos
actúan, con todas las dificultades y lentitudes que se van encontrando, para
empujar los cambios a regañadientes de pastores que quisieran ser más
omnipotentes que el Todopoderoso.
Esto me lo
subrayó un compañero de mesa, el padre Lugo, durante la presentación del libro
de Emiliano Ruiz Parra, Ovejas negras. Rebeldes de la Iglesia mexicana del
siglo 21, cuando yo calificaba como providenciales tanto al Papa bueno, Juan
XXIII, como a Pablo VI, por haber convocado, uno, al Concilio Vaticano II y por
haberlo llevado, el otro, a buen puerto con todas las dificultades y
contradicciones que pudo haber en el camino.
No se puede
negar la clarividencia de estos dos papas, pero los cambios, las reflexiones y
las aperturas que la iglesia católica habría de experimentar, se habían venido
gestando en el seno de las comunidades, en el pueblo de Dios, protagonista
auténtico de su historia.
Esto es
importante tomarlo en cuenta ahora que se espera tanto de los caminos que
andará el papa Francisco. La olla de presión en que está convertida la
estructura eclesial, desde su cúpula burocrática hasta los más
"insignificantes" de sus bautizados, exigen cambios que, ojalá, sean
comprendidos y llevados a cabo por otro papa bueno, el que hoy ha elegido
llamarse como el poverello de Asís e inicia, con ello, una serie de signos que
aplaude la mayoría de los católicos.
Y si no los
comprende o si el exceso de prudencia amenaza con paralizarlo, ojalá que se
deje convertir, como otros pastores, por el pueblo al que sirve. Como quiera
que sea ese pueblo seguirá caminando en dimensiones temporales imprevisibles.
Y esta es
una de las características que se repiten en los personajes cuyos perfiles
traza Emiliano Ruiz Parra en su libro Ovejas negras: de una u otra forma son
conversos.
De familia
con aristocracia eclesial (sobrino de obispo y primo de los sacerdotes
humanistas Méndez Plancarte) don Sergio Méndez Arceo, doctor en historia,
publicaba el libro La Real y Pontificia Universidad de México, en 1952, el año
en que fue nombrado obispo de Cuernavaca. Pero su pueblo y el Vaticano II lo
convirtieron, dejó vuelos académicos y se metió a fondo en la historia hasta
ser calificado por la derecha como Obispón Rojo.
A don Samuel
Ruiz, obispo de San Cristóbal, que llegó a su diócesis tras ser padre
espiritual de Seminario en zona cristera, lo convirtieron sus indígenas,
quienes lo llamaron Tatic.
Y lo mismo
habría de sucederle a Fray Raúl Vera OP: lo convirtió el pueblo indígena y
pobre, en San Cristóbal, y en Saltillo sigue fiel al pueblo de Dios. Con eso no
contaban quienes lo enviaron a suceder a Don Samuel, con las intenciones con
que enviaron al Cardenal Posadas a desmontar la obra de Don Sergio. Sólo que el
Cardenal no se dejó convertir.
Casi todos
los personajes del libro de Emiliano Ruiz Parra, Ovejas negras (Océano, 2012),
son conversos porque en la Iglesia las ovejas han convertido a sus pastores,
desde su fundador que por ello fue crucificado y resucitó.
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