La
gran belleza
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a Roma en Roma...
Por:
Fernando Zamora
@fernandovzamora
Para el
protagonista de La grande bellezza, ganadora del Oscar por mejor película
extranjera, Roma es el inicio de la novela de un artista que, perdido en la
fama, ya no puede crear; es una sociedad que ha llegado al fin del mundo como
la ciudad de Augusto y es también (pero hay que verlo) el truco de un mago que
desaparece jirafas. Roma es para Jep, nuestro escritor en crisis, un exorcista
que habla solo de cocina y una santa que cuando sopla, devuelve las aves al
viento. Sorrentino, famoso por Il Divo y por la fallida This Must Be The Place,
tiene, como su protagonista, algo de Eugenio Montale y algo de Julio Cortázar.
Como a Montale, le obsesiona la nostalgia, como a Cortázar, la conducta en los
velorios, las gotas de agua y muchas otras cosas que solo un hombre tan
superficial puede ver con ojos profundos.
Para
Sorrentino, Roma es también Cineccità, los estudios en que trabajaron Visconti,
Pasolini y el mago Fellini; ese que, muchos años antes que Sorrentino, filmó
también su elogio de Roma y le llamó El Satiricón. El escanciado de las
imágenes en La grande bellezza (aquí el director, más que montar, escancia
imágenes) no parece seguir un orden riguroso. Más programado por la creatividad
que por las necesidades narrativas, Paolo Sorrentino reconstruye la vida de
este escritor en crisis toda vez que su cumpleaños número sesenta y cinco lo
enfrenta con el fin que es (según se desprende del final), el principio: “venga
la muerte, que la novela comience.” Sin duda la conclusión de esta película
trae a la memoria El séptimo sello de Bergman.
Roma es
también la capital de las orgias de las que nació Occidente, pero es también la
piedad. Es Tiberio y es una santa, es el Salò de Pasolini y La dolce vita de
Fellini. Para Jep Gambardella, Roma es también la ciudad que lo ha castrado
creativamente. En ella ha descubierto que es mejor vivir una vida digna de
novela que escribir toda la literatura del mundo. Cuando la vida está llena de
placeres hay poco tiempo para escribir. A La grande bellezza hay que verla con
ojos abiertos para disfrutar el detalle: los movimientos de cámara, el
vestuario, las locaciones, el movimiento de los ojos, la ruptura de la “cuarta
pared.” El arte visual está en movimiento, es el cuadro que se mueve con la
elegancia con la que Storaro fotografió el Novecento de Bertolucci.
Jep
Gambardella, el frívolo protagonista de La grande bellezza está obsesionado con
esta idea de Flaubert: escribir una novela que “hable de nada”. Inútil. La vida
no habla, no dice nada. Y por más que los escritores discutan en la terraza de
Jep si es mejor una novela de sentimientos o una novela de compromiso social,
ya lo dijo Pavese: “vendrá la muerte y tendrá tus ojos.” Algo similar está
diciendo Paolo Sorrentino, un director y guionista que aspira a volverse
inmortal como Roma. Y para ello propone buscar el secreto cautivo en las
paredes de esta ciudad: que Roma no está en Roma pues, ya lo ha escrito
Francisco de Quevedo, “solamente lo fugitivo permanece y dura”.
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FICHA TÉCNICA:
La gran belleza (La grande bellezza). Dirección: Paolo
Sorrentino. Guión: Paolo Sorrentino. Música: Lele Marchitelli. Fotografía: Luca
Bigazzi. Con Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli e Carlo Buccirosso. Italia, Francia, 2013.
Publicado por Laberinto
Carlos Bonfil para LA JORNADA
"Roma es un
lugar ideal para esperar el fin del mundo".
Esta frase la dice el escritor
estadunidense Gore Vidal en una de las secuencias finales de Fellini Roma
(1972), al tiempo que en torno del Coliseo un grupo de jóvenes motociclistas
añaden una nota más de estruendo al viejo caos de la ciudad eterna.
Cuatro
décadas después, esos mismos adolescentes ruidosos podrían ser los
protagonistas ya encanecidos y con carnes abotagadas que sudorosos bailan al
ritmo del remix Far L’Amore, a cargo de Bob Sinclar y Raffaella Carra, en La
gran belleza (La grande belleza), del realizador italiano Paolo Sorrentino (Il
divo, 2008).
Todos ellos
festejan al escritor Jep Gambardella (Toni Servillo), quien a los 65 años ha
decidido vivir como se le dé la gana, sin dar cuentas a nadie de sus actos.
Nada indica que en el pasado haya hecho algo diferente o tenido una actitud
menos displicente y cínica ante la vida, pero esta vez parece decidido a
encarnar por sí solo la vocación de decadencia y desastre de su Roma amada, y
ser en ella y por tiempo indefinido el último bohemio.
Cuarenta
años atrás, Gambardella publicó El aparato humano, un libro exitoso; después,
con estudiada indolencia, prefirió ocuparse de tareas periodísticas de muy
corto alcance. Roma me hizo perder el tiempo, confiesa para explicar su largo
silencio y el descuido de su carrera literaria. La gran belleza de la capital italiana,
ese imponente espectáculo crepuscular que le provoca a un turista en la cinta
el colapso en plena calle, es el tributo que Sorrentino le rinde a una Roma
mitológica y esencialmente cinematográfica, pero que con mayor fuerza que nunca
identifica y confunde con la personalidad de Gep, el artista desencantado.
A diferencia
de Marcello Mastroianni, alter ego de Fellini en La dulce vita y en Ocho y
medio, las referencias más transparentes de esta cinta, el protagonista de La
gran belleza ha perdido por completo todo rastro de candor y toda capacidad de
asombro. Todo lo ha visto y nada le sorprende, y la carga de sus certidumbres
es pesada para quienes le rodean y festejan, pero sobre todo para él mismo, que
conserva, para desventura propia, la lucidez necesaria para no creer del todo
en esa suficiencia suya.
La sinfonía
coral que ensaya Sorrentino de la gran ciudad parece ser a estas alturas algo
totalmente agotado y anacrónico. Difícil emular o competir con la sobriedad del
Rossellini de Roma, ciudad abierta o con la intensidad dramática del Pasolini
de Mamma Roma, y sobre todo con la exuberancia de los frescos y coreografías en
las cintas de Fellini, el modelo inalcanzable.
Lo que sí
logra aquí el director es un excelente retrato del intelectual desengañado que
con languidez y petulancia elabora el inventario de sus viejas conquistas
amorosas y de logros profesionales muy poco convincentes, para luego lanzar al
rostro de algunos de sus cómplices en la mundanidad artística, fracasos
parciales o totales de índole semejante. Tienes 53 años y una vida hecha
pedazos, como la de todos nosotros, le espeta a una mujer que pretende haber
alcanzado la realización profesional completa.
En los años
60, la crítica de cine neoyorquina Pauline Kael ironizaba en un ensayo muy
agudo, Fiestas para gente disfrazada del alma enferma europea, sobre los
espectáculos que algunas películas de Fellini y Antonioni ofrecían de la
decadencia moral de la alta burguesía y la intelectualidad liberal italiana,
señalando el moralismo de los cineastas y su complaciente arrobo frente a las
atmósferas apocalípticas. Uno pensaría que cuatro décadas después, esas
radiografías sociales estarían ya superadas.
La película
de Sorrentino insiste, sin embargo, en el retrato de esa misma decadencia y
añade las estridencias y los clichés de una nueva modernidad neoliberal. Lo que
aleja sin embargo a La gran belleza de toda sospecha de narcisismo estéril y
moralina bienintencionada, es la ironía con la que Gep Gambardella contempla no
sólo la vida de sus compañeros de disipación, y el mundo frívolo en el que
tanto se complacen, sino su propia existencia en una edad madura más reticente
ya a la ilusión y al autoengaño.
Ese hombre
en la antesala de la ancianidad, recuerda su vieja sensibilidad artística, el
modo en que muy joven se decidió su vocación de escritor, y contempla los
escombros de aquellas viejas ilusiones y duras exigencias en un momento en que
la superficialidad y la bohemia han arrasado con todo. El inclemente retrato
que ofrece de sí mismo es el reflejo fiel de esa misma sociedad que lo celebra.
Es una ironía elocuente que Hollywood se haya unido a ese festejo concediendo a
La gran belleza el Óscar a la mejor película extranjera.
Twitter: @CarlosBonfil1
carlos.arturo.bonfil@gmail.com
http://www.jornada.unam.mx/2014/03/09/opinion/a10a1espPero, recordemos que
"LA BELLEZA ESTÁ EN LOS OJOS QUE LA MIRAN, EN LOS LABIOS QUE LA BESAN Y EN EL ALMA QUE LA SIENTE Y QUE LA VIVE."
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