TU MUÑEQUITA LA ISLA
Está lloviendo, los turistas toman fotografías cuando estoy sola, se van alejando con las manitas en el aire. Yo iba corriendo por la isla en compañía de la eterna muerte, tus huellas me seguían y cada paso que daba parecía pensado por alguien más.
De pronto, me percaté que sobre los arboles estaban todas esas muñecas destrozadas que reclamaban su libertad. Una de las muñecas me fastidio, cuando intentaba convencerme de ser su pequeña muñeca, “su muñeca chiquitita” como ella decía. Pero, yo ya sería grande, mi cara siempre había sido fea y quizás hubiera sido más fea si hubiera permitido convertirme en sus huellas, las de mis padres. Ante mi negativa a la muñeca se le blanquearon los ojos azules y la piel antes tersa se manchó de tierra.
De cualquier forma toda la vida me había rodeado de silencios, marché otro poco, las muñecas me miraban poseídas por la excitación del encuentro, no quise prestarles atención porque te estaba esperando en la barca donde me prometiste amor eterno. Me dio pena, una de las muñecas andaba en cueros, mientras otras vestían ropas hermosas y hasta perlas traían puestas. Pero tú nunca has sido muy justo, me pareces pariente de la política, eso de sobra lo sabemos los dos.
Ay, grité. Sentí en uno de mis dedos una conchita de colores que me hizo tropezar, contra un árbol forjado de pedazos de lo que había sido una muñeca. Ésta tenía el pelo corto, los ojos ámbar, los dientes blancos, el vestido roto. Era igualita a mí. ¿Recuerdas ese día en la barca? Yo sí, me dijiste— Rosaura nunca había conocido a alguien como tú, después te subiste el pantalón y me pegaste muy fuerte con una piedra en la cabeza, con mi sangre pintaste tu casita que ahora es rosa.
De cualquier forma toda la vida me había rodeado de silencios, marché otro poco, las muñecas me miraban poseídas por la excitación del encuentro, no quise prestarles atención porque te estaba esperando en la barca donde me prometiste amor eterno. Me dio pena, una de las muñecas andaba en cueros, mientras otras vestían ropas hermosas y hasta perlas traían puestas. Pero tú nunca has sido muy justo, me pareces pariente de la política, eso de sobra lo sabemos los dos.
Ay, grité. Sentí en uno de mis dedos una conchita de colores que me hizo tropezar, contra un árbol forjado de pedazos de lo que había sido una muñeca. Ésta tenía el pelo corto, los ojos ámbar, los dientes blancos, el vestido roto. Era igualita a mí. ¿Recuerdas ese día en la barca? Yo sí, me dijiste— Rosaura nunca había conocido a alguien como tú, después te subiste el pantalón y me pegaste muy fuerte con una piedra en la cabeza, con mi sangre pintaste tu casita que ahora es rosa.
Hoy cuando te encontré, también quisiste desterrarme como a las demás, pero ya era tarde, yo ya estaba en la isla. Después me di cuenta que no era la isla sino tu propio infierno. Los turistas regresan, me están palpando los brazos, uno de ellos voltea hacia los lados, ya me va a meter en su bolsita, pero apareces tú, Julián, con los ojos hundidos, la nariz inclinada, los labios ligeramente despegados presumiendo tus hoyuelos. Dices que quieres hablar con tu muñeca. Y, la isla es un espacio oscuro, húmedo, mundano rodeado de maleza y tierra, rodeado de ojos hechos de plástico, rodeado de medias voces.
Marcia Ramos Lozoya
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